Esta serie de libros digitales es el resultado del proyecto
La poesía de Caracas: Rescate historiográfico de Jesús Sanoja Hernández
Índice A nuestro verdugo Tierra abajo Ahí mismo, en la puerta Relato de un día muerto La octava voz del coro es la de la ciudad Canto al ingeniero de minas Viaje Greta Garbo Janet Gaynor Cancioncilla de navidad Comentario a la música clásica Una tarde en Blandín En la Plaza Bolívar Radioamor Salutación de prensa Comentario a “El carnaval del Obispo” El carnaval del Obispo Crónica Comentario a “Esquina de la Pelota” Caracas A una artista Y este es Caracas El bajito Mensaje Ana Pavlova
7 11 18 23 31 38 42 44 47 50 67 71 77 80 85 88 91 100 102 104 111 114 116 119 122
Elogio de la mecanógrafa Por el barrio… Plegaria en un tranvía Veintidós Futbolistas Batazos y pelotazos La cuestión pelotérica El Trompa Caimán y toro Rodolfo Gaona Mister Lopp (fragmento) Fenómeno en puerta (fragmento) Juan Belmonte (fragmento) Toreros exóticos (fragmento) Fenómeno sísmico (fragmento) Fenómeno del día Comentario a “El lío de los Bocamanes”
124 126 128 132 135 137 138 139 140 141 142 143 144 145 146 148
Alamab Ibarrra
A nuestro verdugo Una vez más te acercas a insultarme. Es tu mirada torva, y tu palabra como siempre, mala. ¿Por qué nos tienes tanta trabia? ¿Qué mal te hacemos, qué mal te hago? Confórmese con estar vivo, me respondes. Siempre dices lo mismo, en tanto que yo pienso que esta frase, tu frase preferida, te pone de relieve, es tu vivo retrato. No me amedrenta tu fiereza de tigre suelto dentro de su jaula. Verdugo: pierdes el tiempo miserablemente aun cuando intentas aterrorizarme Tú estás en tu guarida. Yo, en mi selva encantada. Con un solo zarpazo, lo sé, mas no lo temo, podrías hacer el bien de libertarme. 7
Verdugo. Muchos de los que están aquí te tienen miedo, digo mao, pánico pero yo no, porque te compadezco me das profunda lástima! Tú has podido ser otro, servir de algo ser un buen ciudadano, haber tomado otro camino o bien, no ser tan malo. Hijo, tal vez de padres ignorantes surgiste a la vida de un medio ambiente insano, y en vez de reformarte y frenar tus impulsos, la sociedad inconsciente sólo afiló tus garras. No es solamente tuya la culpa, pero aún no lo sabes. Cúmplese en ti la ley atávica! Hombrecito siniestro de rostro inalterable, de bigotes chinescos y espíritu malvado, una vez más te llegas a pasar la requisa inquieto y temeroso seguido de tus guardias; 8
con idéntico gesto y las mismas palabras de tus labios infames Mas, de hoy en adelante no extrañes que te mire meditativamente con la tristeza muda de mi profunda lástima.
Selva encantada La Rotunda El autor se refiere a Santiago Maldonado Porra (alias Coronel Purgante), Jefe de la requisa de la Rotunda de Caracas, durante muchos años. 9
Lucila Velázquez
Tierra abajo A Ti, Pedro Rengifo, quiero esta vez llamar en las esquinas. Déjame abrir los ojos, darle curso a la luz subrepticia, despejar las herméticas cavas y soltar pronto al aire que redondo su regreso en él mismo desconfía. Dame la llave aquélla, desentiérrala, sácala de su herrumbre guarecida. Me urge contar el brillo de las piedras, mirarlas esperar en sus casillas. A veces, en su número me pierdo: 11
caen los rasgos en arduos laberintos. Pero déjame entrar, que voy contigo. Suplícote mirarme el pensamiento, te suelto este dolor de mis rodillas y el tacto donde llevo la confianza de un Día que de mi mano no se cae. Clavo cuatro claveles en el pecho de aquella tumba móvil que no grita, y sólo porque mires, paso a paso, el labio entrecallado en que te sigo. II Aquí está todo. Una grabada fuerza lo protege. Compacta, rítmica, se mueve de equilibrios la inmensa galería. La ciudad por el suelo entra corriendo, penetra como un tren de exclamaciones, arduamente ¡de pie! abren sonidos el poro de una piedra indiferente, alta sube la flama de las tizas, se suceden columnas anotadas, circunvala una línea los retornos, 12
no retrocede nadie de este vértigo, la espera en lanzamientos se contiene. En las paredes amanece un texto de caliente rocío: -desatadle las manos a los hombres, detened la sangría de los pálidos, bajad el nido verde de los buitres, quitadle al corazón su pesadilla. Anteanoche midieron una ráfaga, un destello de altura fugitiva: “Allá va Alfredo”, dijeron y lo dejaron pasar. Dos pájaros con dientes de leopardo aparecieron muertos en un plato de arcilla (Entended la secreta profecía) En varias estaciones cambiáronse hoy las voces, iban en manos breves alargando latidos al revés de un espejo de transfusiones pálidas y en un color llegaron a descansar, al fin: -Que Alí no se detenga en la piedra más verde, pues un musgo de ruidos estallará en sus pies. 13
Cuando el mensaje usaba su penúltimo pliego, ya era una flor la mínima explosión de una bala.
Poesía resiste. México: Cuadernos Americanos, [s/f]. 27-30 14
Ahí mismo, en la puerta Ese ruido, esa dura expresión de cascos repasando la tabla del barro, hundiéndose y flotando enfrente, dando la vuelta cuadrada. Ese ruido. Esa insistencia percibida que suena y resuena y atrapa las moscas y amarra el pie de una hormiga, seca la palma bendita que se mueve en el aire, examina la tela de polvo que sale en retazos oscuros a la calle y ahuyenta los pájaros 18
que cortan yerbasuave en mi oído. Ese ruido: con su tambor de máscaras locas invadiéndome, quitando la piedad de este solo silencio del poema, poniendo en los espejos una inmovilidad, botándole a la rosa que brilla en el florero su agua de alegría, y a las habitaciones encerrándolas en una cautela desvestida. Ese ruido. Ahí, en las sienes, en la espina dorsal de mi cansancio, en el cuerpo entero de este dolor desarrollado, despeinado mi cabello en la espalda del cráneo, poniendo un paño caliente en mis oídos. Ese ruido. Ahí mismo, en la puerta, parado en el número 11. Un espantapájaros acecha la manzana 19
y los niĂąos de la casa alertan a los trinos.
IbĂdem, 36-38 20
Relato de un día muerto (12 de octubre de 1951)
Aquel día la aurora fue un caballo con sienes adelante desatadas. Impacientes rumores sostenían su cabalgar audaz en la mañana. En un campo de cívicas legiones el tiempo su silueta enarbolaba: una certeza fiel que descendía a iluminar la fiesta de las caras. Con su yelmo de polvo reluciente la tierra – grito solo – se paraba. Daba espacios alzados de aventura para alistar la acción de la palabra. Por los cuatro destinos de su campo daba gentes de manos enlazadas. páramo, estero, costa, selva Daba 23
donde poner trincheras libertarias. En los silbos heráldicos las horas eran raudas estrellas que pasaban. Una señal de luz reconocida abríales la puerta a las miradas. Por las calles marchaban los caminos con una flor aguda por espada. Sumábanse las voces sometidas al ronco movimiento que esperaba. Que esperaba con lágrimas crecidas para apagar el odio de las llamas. Que guardaba pañuelos de dolores para amarrar la furia de las garras. Una directa vara de justicia para medir la fuerza en retirada. Y una estrella de llaves luminosas que abriera desde un cielo las murallas, para que de las sombras, altamente, la amada Libertad se levantara. Por las calles los hombres eran robles. En los robles las calles eran alas. Se pasaban abiertos los peligros, 24
la aventura sus piernas alargaba en la selva inclinada de los rastros donde dólo las fieras vigilaban. Una espera impaciente bajo el día, dejaba junto a un sol, flores quemadas. De pronto los espacios se movieron en vidrios sollozantes que estallaban, y sangre de columnas descubiertas del sólido orificio resbalaba. En sus brazos, el suelo recibía palomas de una azul sacrificada. La muerte en las paredes conmovidas colgaba desde un pie su yedra rara! Entonces un silencio presuroso corría dando un grito en retirada. Era un silencio turbio que cubría las órdenes extensas que se daban. La suerte entre las manos impacientes echaba un solo dado en sus dos caras. Era un día, muy lento, que corría. Una noche de prisa que cruzaba. Eran gotas de sed entre los vientos de mínimas corrientes arenadas. 25
Nadie sabía del sitio en que las horas los nuevos campanarios agitaran. Ni el puesto convocado en que la lucha fuese una quieta mano desarmada. Esa densa neblina iba creciendo en zumos de una pronta fogarada. Ya las demarcaciones de las voces entre zarzas oscuras se enredaban. Impasibles caían los dolores, poderosas caían las palabras, en un palo de heridos ruiseñores afinadas caían las guitarras. Y hasta un paracaídas de banderas, ilesas en la tierra barrenada. La noche con sus goznes herrumbrosos tras una puerta dura se cerraba. Desde fuera el silencio, vaga alondra, era una mano ronca que tocaba. Eran metros abiertos las pupilas midiendo sigilosos las pisadas. Ya no daba la mano de la brisa el húmedo laurel de su palmada. Ni altamares tranquilos 26
para el sueño las frentes accesibles recordaban La espera era una lámina partida. Sin labios el silencio no era nada. Era la oscuridad ¡tan honda herida!, que en una tela negra se filtraba. La noche era las doce en los relojes. Los relojes en punto se paraban. Y en perdidos caminos a la luna aguardaban las tres de la mañana.
[s/p] Ibídem, 27
Miguel Otero Silva
La octava voz del coro es la de la ciudad Están secas, sin voz bajo el cemento, las quebradas de dulces nombres indios, sin vuelo ya los pájaros de jaspe y obsidiana, sin vida las lavanderas negras de cuyas manos nacía la espuma como una cabrita. Fueron abandonados los viejos camposantos de bóvedas gregarias, talados los cipreses que servían de puntal a las tardes de gasa y heliotropo, olvidadas las mujeres de luto que cortaban llorando siemprevivas para sus novios muertos. Cayeron derrumbados los umbrosos conventos olorosos a incienso y limoneros, retornaron a sus negras colmenas las abejas de cera que alumbraban la caída fluvial de la cabellera de la novicia, extinguieron los sollozos del órgano que enturbiaban y se 31
la rosa del Veni Creator.
Las manos del pueblo arrastraron una y otra vez los caballos metálicos de las estatuas ecuestres, y en la maraña zafía de los basureros, en el lodo imuro que la noche destila bajo los puentes, relucieron como monedas falsas las letras doradas de las lápidas conmemorativas. Huyeron como Casandras locas las epidemias que nunca fueron vencidas por las rogativas a Santa Rosalía de Palermo, acallaron su estruendo los fantasmas sumergidos que estremecían los muros encalados, sacudían las candorosas torres de las iglesias y hacían correr a vírgenes desnudas gritando misericordia. En la pequeña gruta temblorosa y ávida que dejó la raíz del samán, fue remachado no sembrado el frío mástil de piedra del obelisco y los motores de los aviones apagaron como una lucecita el rezongo campesino de las chicharras. El río sórdido fue sepultado vivo, ocultado a los ojos de la gente como un estigma, 32
los gallos no pueden cantar en los tres metros cuadrados de los apartamentos, y los perros encuentran una muerte de mármol en el amanecer plomizo de las autopistas. Trepados a los altos andamios, aferrados a las riendas de acero, despeñados por el canal de gritos y metales, hombres entristecidos por recuerdos infantiles de oscuros pinares y muñecos de nieve, cruzados por invisibles cicatrices de acosamiento y éxodos, hablan lenguas extrañas, murmuran ritmos extraños, de espaldas a su misión de levadura y a sus propósitos de olvido. Todo ha cambiado menos el augusto perfil de la montaña y yo, mis estratos de historias y leyendas, mis aluviones de alegrías y llantos, que tampoco he cambiado, que soy el mismo patio provinciano donde se abrió su gracia como la flor del jazminero. Yo que siento latir bajo mis bucarales las hormigas que nacen de su corazón enamorado, yo que guardo sus huesos de poeta en el pliegue más tibio de mi sexo de tierra y habré de reintegrarlos a la luz de los cielos en el tenue milagro germinal de la hierba. 33
Yo que quisiera despertarlo solamente un instante para contarle cómo los hombres de tierras extrañas que trepan a la ramazón de los andamios y empuñan las bridas de las máquinas han comenzado a enamorar a las mujeres con sus versos y a llorar con su llanto a las madres muertas.
Elegía argas, S.A., Coral a Andrés Eloy Blanco. Caracas: Tipografía V 1958. 47 34
J.T. Arreaza Calatrava
Canto al ingeniero de minas ¡Dios está en toda fábrica, en la interna palpitación de todo mecanismo! Ingeniero de mundos, Él gobierna la energía ecuménica, la eterna sustancia de sí mismo. Él medita sus fórmulas y entraña en las mismas solares del abismo su ojo agudo de gnomo y de Ingeniero. Él horada el azul de su Montaña y brota el astronómico venero la nebulosa, óleo, y el lucero, áurea pepita. ¡De la vuelta huraña salta Canope al pico del Minero! El férreo corazón de la Metrópolis trepida. Las eléctricas corrientes transmiten a remotos continentes 38
la vibración de nervios de Cosmópolis. Agítase Mercurio, ata las gentes al ritmo de su alado caduceo y al moderno hipocampo aguija el anca. El Oro, siento el rayo, es Prometeo. La Economía, brújula y palanca. La Bolsa, un Montecarlo, azar de vidas… El Interés,. Pegaso, va sin bridas. Tiende sus mil tentáculos la Banca. Y como en el erótico deseo salta el felino, así la fiera blanca engendra en selva de oro los millones; mientras, como entre un trueno de trompeta, se va operando en vastas combustiones la transfiguración de los metales; y la Química estudia en su probeta esos febriles tósigos vitales, como hierro en la sangre del planeta; delirios de color, que ella interpreta, de los maravillosos minerales.
Poesías. Caracas: Biblioteca Popular Venezolana, 1964. 212-14 39
Pablo Rojas Guardia
Viaje Las torres de radio emocionan la tarde Hay un turbio anhelo de partir -timonel de la ondaen los ojos crucificados en los caminos patrios. Los anhelos llevan a un puerto, o a un aeroplano. Deseos infatigables de violar caminos en las tierras extrañas. Los maizales curvados al viento inician la partida y el alma encaramada en las palmeras envía radiogramas a los desiertos. Paz Castillo, Fernando y Pablo Rojas Guardia. Poesías. Caracas: Edicio nes del Ministerio de Educación. Biblioteca popular venezolana, 1962. 68 42
Greta Garbo El agua pintada en tus ojos, Greta, es un sueño dormido. Blanco. Gris. Blanco. Amanecer esmerilado, o día empapado de cristales de llovizna que han ido secando las pantallas. Acuarium de tus recuerdos de la Greta infantil: aquella Greta de Suecia que modeló sus carnes en skies. Exposición permanente de tus sueños con nieve. Blanco. Gris. Blanco. (Entonces, ¿quién ha visto la llama que quema a los héroes de celuloide?) 44
Pero en tus pestañas, y más abajo, en tu garganta pulida con las aristas de mil fríos errabundos, está tu adolescencia hirviendo: Tu adolescencia hecha de soledades alrededor de una lámpara cuando los deseos se angustiaban tiritando en las venas… Tu corazón de sueño, Greta, siempre filma recuerdos: “La Novia que nos iba a querer”.
Ibídem, 70 45
Janet Gaynor Janet tenue. Janet linda. Janet lírica. Corazón de pan, y de miel, y de ensueño. Te perderás en Hollywood. Te robarán los técnicos. Convertirán tu corazón de muchacha linda que trabaja y que sueña en corazón de dollar; olvidarán que tú eres la palabra ternura aclarando el agua movida del cinema. Janet tenue: mueve tu sombra para que amanezca un día claro en la casa de los espectadores. Janet linda: entréganos tu sonrisa y estaremos en las calles buscando fotografías de tus labios. 47
Janet lírica: rompe la alcancía de tus gestos, ¡cuántos pájaros sueltos!
Ibídem, 72 48
Cancioncilla de navidad ¡Lucero grande en el Ávila, ya viene San Nicolás! ¡Llévame madre, llévame hasta Galipán! ¡La luna tan tonta, madre, pasa tocando la silla y no se echa a descansar! ¡Llévame madre, llévame hasta Galipán! Yo quiero coger la yerba que tiene cinta de plata, la yerba que esta mañana muy verdecita que estaba. ¡Llévame madre, llévame hasta Galipán! 50
¿Es verdad que si le pido a las errantes estrellas lo que yo quiero, esta noche el cielo me lo concede? Dime madre, si es verdad, mira que quiero pedirles que tu máquina se pare y que tú no cosas más. ¡Llévame madre, llévame hasta Galipán! Cogeremos los duraznos sabrosos, las fresas coloraditas para tomarlas con leche fresca… ¡Llévame madre, llévame hasta Galipán! Que si nos coge la noche yo quiero ser el primero para ver cómo llegan los tres Reyes a Belén. ¡Llévame madre, llévame hasta Galipán! ¡Qué hermosa mi Navidad! 51
Duraznos grandes, yerba de plata, fresas coloraditas con leche fresca… Aunque tú no quieras, madre, ¡yo voy hasta Galipán!
Ibídem, 101 52
Arnaldo Acosta Bello
Arrojo mis libros, los trato como un sargento. Órdenes duras y castigos. No sería nada andar de un lado a otro. Hace tiempo manoseo cerrojos y me asomo. Enmudezco. Camino de madrugada, estiro los pies hasta que suena el esqueleto. Deseo saber cómo hace uno para vivir. No tengo confianza. El resto asquea. Todos agarran la copa, ese vidrio de fiestas. Inútil presentarse sin corbata. Es lo mismo, los reconozco por las cabezas de ilotas. Vuestras mujeres andan como serpientes de cascabel. De madrugada dan tumbos, se 55
quitan pantaletas. Han estado en un arrabal. Ebrias. Ahora duermen como cet谩ceos, orinan en la oscuridad. Estrujan los vientres, los ri帽ones. En cada sarc贸fago un rey muerto. Un ovario lleno de alfileres, podrido, condenado a piedra p贸mez.
Hechos. Caracas: Ediciones Tabla redonda, [s/f]. 7 56
No tengo alianzas. Declaro mi aversión a los círculos, a las espirales, a las oficinas, a las policías, a los museos. Amanecí como decía mi madre. Deseo pelear. Mi nariz anda en busca de ustedes. Preparé mi hígado. Mis vísceras brillan, mis castigos no existen en tratados, no están en códices. Me basta el ojo. He contemplado demasiado, he esperado este momento, he callado y he vuelto a callar, he perdido el tiempo, he permanecido cocodrilo en agua de zoológico. Cerrando un ojo, y abriendo otro, mostrando dientes a distancia. 58
He reunido en mis gavetas toda letra caída. Como ustedes prefieran: libros, artículos de prensa, cadáveres exquisitos, paneles. Mi cuarto está tapiado de recuerdos. Catálogos, estupideces. Los bolsillos rebasan de estos arenques. Vuestra conversación ha pasado por mí como por un cable de teléfono. Mientras la espuma descendía en vasos, espiaba, parecía un águila. Ahora soy esta catapulta.
8 Ibídem, 59
Dudé tres veces. Cuatro. Dormía tarde. Pesaba en pequeñas balanzas estos venenos. Ensayaba frente al espejo mi día siguiente. Comía pastillas para traer el sueño. Cerraba persianas. Oía asmáticos. Perros. Las ranas bebían ciudad. Aún los automóviles. Las últimas putas se tendían en parques a precios de ocasión. Silbaban Me asomaba por rendijas. Según las nubes adoptaba posiciones. Después gritos, autobuses. El zafarrancho de amaneceres. Me asaba en la desesperación. 61
Los vellos olían a ceniza. Mi cuerpo tenía puntos ardientes. Me envolvía en jabón y regresaba a vestirme. En realidad quería arrancarme el pellejo. Comenzaba el desfile. El reconocimiento de enemigos a los que iba marcando con pequeñas señales en el pelo del rostro. Me preparaba así para la guerra.
Ibídem, 11 62
Mis víctimas lloran. Vuelan en Jets. Van a Congresos. Se emborrachan y arrojan con las manos en el estómago. Un desayuno ácido. Las calles agrias. Les rallo los ojos. Muerdo rodillas. Empujo este barco a mar picada. Manejo el hacha. Arma corta. Los hombros gozan con el golpe. No hay botín, ni humo. Sangre, salpicaduras, espejos rotos. Al mediodía arroyos. Trepan a las colinas. En la tarde flotan atasajados. Ojos, narices, brazos. En la noche hay olas. Chapoteo. La sangre florece en los muros. Es un zócalo violáceo. Están en los techos. Han enmudecido. casa señalada. Cada 64
Hay una flor. Me detengo. Respiro. Descanso. ¿Era esto lo que quería? Sí. Era esto.
15 Ibídem, 65
Jesús Sanoja Hernández
Comentario a la música clásica Las primeras piezas de música clásica que se ejecutan en Caracas fueron en haciendas de Chacao, espacio de sombras cubiertos por los bucares y cafetos, en vísperas de un siglo que reventaría en la ciudad con Junta Patriótica y pueblo en armas. La hacienda Blandín, apellido francés criollizado, fue centro de esos hechizos musicales. Parodi, en una de sus estampas coloniales (Élite. Año V. N° 246. 31 de mayo de 1930) ambienta aquel inicio de música: Por el follaje de los árboles, que dan rubíes en Mariches y áureo color en Pedregal pasan las leves armonías de Beethoven o el alma pura de Mozart, y ponen una exaltación a la Belleza en el asueto señorial. Los instrumentos musicales asimismo, la decoración de 67
la casa, la atmósfera de empalagosa inquietud: Queman sus lumbres candelabros de Amsterdam; sobre las lunas venecianas perfila el Ávila su sombra secular; en las testeras de las puertas hay panoplias; arpas francesas, al compás del clavecino hacen soñar; y sobre el rútilo barniz de a consolas deja la luz de las bujías una ligera tenuidad. Pareciera ese descriptivismo amanerado como espejo de una realidad, y lo cierto es que Parodi que en otras nives es escritor mediocre tuvo una especial fuerza para recrear los ambientes coloniales, las formas antiguas, alejadas en el tiempo, dulcemente muelles y femeninas, armónicas, con el equilibrio precario de lo frágil, con la lámina transparente de lo huidizo. Una sociedad finisecular que se mueve entre espadines, sombras, sedas, movimientos finos, y que tanto impresionó al Conde de Segur, desfila el poema (UNA TARDE EN BLANDÍN) como preciosa antesala de la convulsión que estaría pronto a estallar, barriendo con la paz, las haciendas y los grupos dulcemente amancebados en el clasismo de la Colonia. Un verso de Parodi, muy bien logra do, cristaliza este vaho sosegante, expresa ese aleteo de ma68
riposa, ese consentimiento mutuo junto a una taza de café. En tanto llora el clavecino, Solo sueña;
… El soplo de la brisa, acariciante y propicio a la serenidad, demuestra ya en los finales a la sociedad…
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Gustavo Parodi
Una tarde en Blandín Al Dr. Santiago Key Ayala
Tras la reja vése el fondo en que se mueve todo lo ilustre del solar; todo el hechizo voluptuoso y elegante de la ciudad primaveral. En el dintel hay un escudo cincelado en piedra y oro con sencilla sobriedad, España y Francia por sus dueños: Bartolomé Blandín, hidalgo en su ademán; y por su gracia de romántica hermosura en la gentil Mariana Blanca de Valois Por el follaje de los árboles, que dan rubíes en Mariches y áureo color en Pedregal pasan las leves armonías de Beethoven o el alma pura de Mozart, y ponen una exaltación a la Belleza 71
en el asueto señorial. Es un ambiente de pulquérrima impresión. Queman sus lumbres candelabros de Amsterdam; sobre las lunas venecianas pefila el Ávila su sombra secular; en las testeras de las puertas hab panoplias; arpas francesas, al compás del clavecino hacen soñar, y sobre el rútilo barniz de las consolas deja la luz de las bujías una ligera tenuidad. Están hablando quedamente, en la penumbra del rincón y en la molicie del diván, Mercedes Báez, que sonrosa sus mejillas, con un fulgor de castidad, ante la historia picaresca y donairosa que narra el Licenciado Sanz. Hay un varón interesante que dialoga con Lola Ustáriz, bella flor de la heredad, tal es el Conde de Segur; y máscal centro, entre la roja mediatinta el sofá, Luisa Echenique, que sonríe a las locuras 72
de las muchachas de la casa: de Manuelita, de locuaz; y de María de Jesús, la dulcedumbre musical. Y hay más: pelucas y espadines, y miriñaques de sedosa suavidad; de terciopelo azul o verde las casacas; de las medallas el esmalte es imperial; mientras los níveos abanicos sobre los labios encantados juegan un fino discretear. Y en la cadencia del minué apenas rozan los chapines del enlosado colonial. Del gran salón, en la penumbra, sobre butacas de una recia talladura ornamental, platican cosas de músicas y del campo el Padre Sojo, cuya vida es ejemplar pues es de Dios y de su Arte; y Mohedano, con su alma de panal; y de la casa solariega de los Blandín, el buen Domingo, de perfumada santidad. En sus miradas hay destellos de mansedumbre y dulce paz. En tanto llora el clavecino, Sojo sueña; del bucaral la brisa baña los cabellos del pastor; 73
y altivo esplende el señoreo familiar en Don Domingo tal un emblema de Caracas en su exquisita austeridad.
Año V, N° 246. 31 de mayo de 1930 Élite, 74
Carlos Borges
En la Plaza Bolívar De damas hermosas el grupo festivo penetra en la Plaza que cubre un dosel de luz, y, galante, sofrena el altivo jinete de bronce su bravo corcel. Transitan las bellas el parque suntuoso en torno a la efigie del Héroe inmortal …. Un vals de Gutiérrez preludió la banda, su lírico arrullo encanta el jardín ---Cual vieja comadre rezonga las once la torre infalible de la Catedral: se ausentan las damas… y el épico bronce 77
prosigue su eterna carrera triunfal.
1 Comparar con Yépez, Ídolos Rotos, Linares, los programas en 1912, etc. Billiken. Año IV, Mes III. 7 de enero de 1929 78
Francisco Pimentel (Job Pim)
Radioamor Yo de mis sueños soy un grande avaro, pues sólo por su gracia recupero tu amor, que todas mis heridas sana y dulcifica todos mis tormentos. No he perdido tu imagen: tu retrato está fotografiado en mi cerebro tan bien, que no hay un ácido en el mundo capaz de disolverlo. Y por la noche a mi interior me asomo, anima tu figura mi deseo, y vienes a mi lado y eres mía, tal como en otros tiempos. ¿No has sentido tus labios ciertas noches en otros labios invisibles presos? 80
Es que el éter, el fluido imponderable, el compasivo y mágico elemento, aliado fiel de los que amor consume sin alcanzar el adorado objeto, transmite de mi boca hasta la tuya el mensaje inalámbrico de un beso. No he perdido tu amor: estás cautiva en la tela de araña de mis sueños; de ahí esas rachas de tristeza súbita, de imposibles, recónditos anhelos que, en veces cuando al piano, distraída, arrancas al azar truncos arpegios, o cuando por la tarde, en la ventana, vaga tu vista por el libro abierto, anudan un momento tu garganta y sacuden tu cuerpo. Tienes otro vivir que no imaginas y en el cual eres mía sin saberlo, y recobro tu amor, del mismo modo que en anteriores y felices tiempos. Y si también alguna vez me engañas, no será mi sufrir ya tan acerbo, que en despertando, al entreabrir los ojos, 81
sonriendo me diré: ¡todo fue un sueño! Y quedaré de nuevo sosegado porque sé que estás fija en mi cerebro y que no hay ningún ácido en el mundo, que te pueda borrar de mi recuerdo. A falta de tu amor real y cercano, me conformo con esto, con este amor químicamente puro que a mí te junta cuando estás tan lejos. ¿Que soy un loco lírico? ¿Y qué importa, si soy feliz con serlo? “Sueño es la vida”, predicaba el bardo, y ¿qué es amor sino soñar despierto?
La Rotunda
completas. México, D.F.: Editorial América Nueva, 1959. 54-55. Obras 82
Alarico Gómez
Salutación de prensa a Rafael Pineda
Y bien, como todos los años por febrero loco, ha llegado a Caracas el señor Antruejo -un señor antiquísimo y atarantado, lo que se dice todo un viejo verde. Fue muy amigo de nuestras abuelas y se tienen noticias de él desde los tiempos en que Grecia era el toro que más meaba en el mundo. Como don Juan –el marica de Sevilla- Antruejo ha usado y usa muchísimos nombres, según el punto donde actúa. Y como es un personaje tan indefinido se ha hecho costumbre celebrar su llegada con máscaras -y esto sí es universalEn realidad su reinado es de cuatro días, pero ¿verdad que parece más largo? Será por eso que para muchas personas 85
el carnaval resulta una verdadera coñada colectiva. Los escritores le han dedicado muchas páginas, pésimas la mayoría – sin descartar la que yo estoy escribiendo precisamente ahora. Pero lo importante para mí en estas fechas de sucia locura está en los nombres. ¡Ah!, los nombres del carnaval. Todos son muy alegres, muy vistosos Mas yo prefiero el de Antruejo porque rima con pendejo.
Caracas, domingo de carnaval de 1955
Completas. Caracas: Imprenta Nacional, 1963. 65 Obras 86
Jesús Sanoja Hernández
Comentario a “El carnaval del Obispo”, de Pedro Pares Espino Con sustancia argumental sacada de la memorable página tradicionista de Arístides Rojas, en cuartetos (?) Pares Espino examina punto por punto la pacata decisión del obispo Diez Madroñero sobre el carnaval caraqueño. Caracas era en el s iglo XVIII la ciudad de los conventos, de los r ezos y las p romesas, pero venía siendo asediada, por los días carnavalescos, de juegos que fueron e stimados por el Obispo como contrarios a la moral ciudadana, no sólo por las mascaradas, sino por las excedencias físicas, el espíritu agresivo el agua va , todas las formas entre jubilosas y bárbaras del juego callejero. De allí vino la disposición del Monseñor, prohibitiva de la fiesta de negrohumos y mamarrachos, del afanado populachero, y de los aparatos multicolores. Entonces la ciudad se volvió sobre sí misma, cerrada, claustral, groseramente púdica: un olor beato de cera y liria Entre 88
que en el aire insinĂşa sus suavidades, en la diestra la gloria del albo cirio, recogidos y gordos, van los cofrades Todos siguen: erguidos encomenderos cerca a predicadores de olla y cilicio, y junto a descendientes de hoscos negreros, pĂĄlidos, los agentes del Santo Oficio
Ver ArĂstides Rojas 89
Pedro Pares Espino
El carnaval del Obispo En Caracas moderna soñarte quiero Carnaval de los rezos y la sotana (Monseñor Diego Antonio Diez Madroñero apacentaba entonces la grey cristiana). El vivir sedentario se deslizaba lejos de las actuales complicaciones: se pagaban reales contribuciones, y a misa del domingo se madrugaba. Mas, cuando en el zodíaco se encendía el farol de locura del Carnaval, en la olvidada y triste Capitanía norma y seso perdía la Capital. Entonces las ovejas, como embrujadas, olvidando sentencias de la Escritura, 91
preferían a Cristo las mascaradas al triscar en los predios de la locura. Se volaban las tapias a pleno día y, -lector-, no imagines mil cosas malasproclamando el imperio del agua fría se consumaba el baño de las zagalas. Y era que en los estanques, espejos fieles que unge en la noche el crisma de las estrellas, entre asustados júbilos, los donceles sumergían la gracia de las doncellas. Y a veces, el octavo mes transcurrido -opulento retoño de carnavalessonrisas de un infante recién nacido doraban la inocencia de los pañales. Fiesta de negrohumos y mamarrachos, y de las bambalinas y el verso cojo, en que, errando la farsa de unos mostachos, el garbanzo se iba buscando el ojo. Época de los raptos y pisotones y el disfraz de falsete de la palabra, de bailar el fandango los mascarones 92
a una amarilla luna de abracadabra. Cuando bajo de los fieros soles ardientes, el ensueño de cándidos pelucones, sobre las femeninas, lozanas frentes, iban improvisando los almidones. Y entre un coro estridente de ministriles y el feérico triunfo de los cucañas, se burlaba, alarmando los alguaciles, al ceñudo monarca de las Españas. (Como en la aristocracia de algún pañuelo que mojara un perfume sutil de Francia, en antruejos actuales, va mi desvelo con emoción buscando tu agria fragancia). Monseñor quiso entonces dar testimonio de su celo. En patética pastoral, por juzgarlo instrumento vil del Demonio, vedó a todos los fieles el Carnaval -“Que se rece el rosario los cuatro días y se ofrezcan ayunos y comuniones, y que en vez de livianas algarabías, se escuchen a la tarde los esquilones”. 93
Volaron, entre el pasmo de los vecinos, las encendidas voces episcopales, de Chacao a Valencia, por los caminos, más allá de los pródigos cafetales. Con aire entre severo y edificado, comentaba un católico encomendero: -Condenando el Antruejo venció al pecado, Monseñor Diego Antonio Diez Madroñero. Y una encorvada vieja de miriñaque, mientras, rezando, hilaba su níveo copo: -Monseñor, que al demonio mantiene en jaque, inclinarse hizo al crótalo ante el hisopo. Los isleños sanotes y algo usureros, no vendieron, ese año, castas harinas, pero, en cambio, ganaron los aceiteros, pues tuvieron más luces las hornacinas. Y cuando, en otros años, al paroxismo en la ciudad llegaba la animación, igual que un aguafuerte de fanatismo, se recortó en la tarde la procesión. Esponjada, va en hombros Nuestra Señora, 94
ostentando lujoso manto de grana, mientras que sus melenas ocaso dora: las melenas que fueron de una mantuana! Entre un olor beato de cera y lirio que en el aire insinúa sus suavidades, en la diestra la gloria del albo cirio, recogidos y gordos, van los cofrades. Todos siguen: erguidos encomenderos cerca a predicadores de olla y cilicio, y junto a descendientes de hoscos negreros, pálidos, los agentes del Santo Oficio. Brilla en la misteriosa tarde serena la teológica brasa del incensario, y una adormecedora, santa colmena, en torno de María finge el rosario. Mientras Pierrot, en duras melancolías, golpea contra el pecho sus contriciones, y una brisa de inciensos y avemarías va signando, de paso, los caserones. Poemas Coloniales. Caracas: Imprenta Universitaria, 1963. 24-25. 95
Alejandro Carías
Crónica I …. II Amor en sus almas anida, y novios de cursi donaire discurren la clara avenida que ondula a la vera del Guaire La luna en gracia oportuna mancha el suelo con su oro claro, y el cielo, manchado de luna, es una piel de cunaguaro. 1) Es una escena de carnaval. 2) Tejera dice que se suicidó. 3) Destacar el valor poético. Poesías, cuentos y páginas literarias. Caracas: Editorial Las Novedades., [s/f] 100
Jesús Sanoja Hernández
Comentario a “Esquina de la Pelota” , de P edro Pares Espino Una microbiografía rimada de la esquina de La P elota, donde se jugaba a la pelota vasca en tiempos…, en que regía Don Pancho Berroterán, es la de Pares en uno de sus poemas coloniales. Duélese el poeta de que en el pasado un juego noble, en tarde idealista, ahora lo sea practicado por manos plebeyas, convirtiéndose el punto además en esquina del arribismo donde ya ni siquiera florece la trinitaria. Fue La Pelota, a las alturas del año 19 de este siglo, más concretamente el atelier de Muntzer que quedaba entre Pelota e Ibarras N° 10, un cuarto de discusión permanente de los jóvenes pintores, poetas y ensayistas de la generación del 18 o del Círculo de Bellas Artes. El impresionista rumano, que describe Tejera (5 águilas blancas, 221) de nariz ganchuda y poseedor de una colección de estampas japonesas, naufragaba en un mar de papeles, pinturas, pinceles, pipas, y allí les enseñó a los venezolanos más jóvenes, en una época en que ya Gómez ejercía una cerrazón ideológica sobre el país, la primera Constitución de los Soviets. 102
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Humberto Tejera
Caracas Caracas – oh, qué arrullo de sirena! difunde su melancólica sonrisa y los sauces de aljófares irisa y sopla un ritmo en virgiliana arena Abolengo andaluz, gracia morena y taconeo de gitana prisa… el negro pañolón para la misa y el purpúreo clavel para la arena… Oh Caracas falaz de circo y risa, desnuda esclava, al puño la cadena. De sí olvidada, y al jayán sumosa. Y la Gran Sombra, silenciosa, trena su silencio de bronce… Oh, qué sonrisa, 104
qué júbilo invencible de sirena.
1) 2) 3) 4)
¿No recuerda a Machado con España? Caracas taurina y clerical (Leo) Sometida a Gómez En el libro
209. dice haber vivido en el Hotel América, casona construida por Guzmán Blanco para sus hermanas. Se oían las campanas catedralicias, allí estaba la Cena de Michelena. “Con Monsant y Cabré, artífice del sol del Ávila—fui un día a visitar la casita v enerada como un templo donde la viuda de Michelena guardaba los restos del nerviosismo del tísico a quien París sólo pudo atemperar la borrachera del trópico.” Se discutía sobre la guerra europea. Estados Unidos había de pagar cara la guerra. El General acaba de firmar la concesión para abrir la barra de Maracaibo: Venezuela será el surtidor… La Caribbean ya está sacando barcos. 216. “El alma recóndita de Caracas no aparece en el óvalo del Teatro Nacional, ni en la chismografía de la esquina de las Gradillas, ni menos todavía en los editoriales de botafumeiro y los sonetos libidinosos de “El Universal” o “El Nuevo Diario”,… “el Puente de Hierro, donde los delatores y triunfadores del día van por las noches a despilfarrar las propinas que reciben del amo”… … “José Antonio Ramos Sucre saboreaba bien amargamente esta falsificación de Caracas que se le sirve al visitante. Medio despalomado, recitando maldiciones, renegando en todos los idiomas, subíamos en ve fugas por los cerros azulosos que rodean la ciudad, trepábamos loces marañas y cantiles, cardos y guijas, arrollando ásperas vegetaciones y 105
absorbiendo el recio aroma de las alturas, que colmaba sus angustias de “oriental” desesperado. Ramos Sucre conocía a Caracas: su pensamiento no se apartaba de la Rotunda, la prisión tenebrosa y sieniestra, el cáncer fétido, la gangrena escandalosamente oculta… en medio de aquella capital de lujo y placer… Don Manuel, el anticuario, al pasar y repasar en sus infolios de erudito los rezagos y ráfagas de otras é pocas, conocía también el alma perdida de Caracas. Cabré, cansado de b uscar el rubor de la vergüenza en la faz citadina, sin encontrarlo, se iba a copiar el orbe encendido del sol muriente, sobre la faz del Ávila. El sonrojo del coloso, ante aquella Caracas p rostituída del gomismo, saltaba vivo en los cuadros de Cabré, como en los s onetos que subrepticiamente circulaba, de nuestro Byron, de nuestro Díaz Mirón, de nuestro lírico y libertario, eternamente aherrojado a una cadena, Arvelo Larriva. Esa alma lamentosa de Caracas, erraba por los patios comidos de monte y silencio, y c ruzado de s abandijas, de la clausurada Universidad Central”… Al aludir al antro de La Rotunda, 217: “al que no se asomaban los viajeros como Villaespesa, Zaldumbide, García Naranjo, Arciniegas, Leopoldo Díaz, viajeros y visitantes que no quisieron nunca escuchar el secreto de a ngustia clamante de la madre de Bolívar, el secreto que hizo temblar la sensibilidad viril y humana de José Juan Tablada, Luis Enrique Osorio, Eduardo Santos, Eduardo Zamacois, Linares Rivas y tantos más que al salir de la capital encantadora, sacudieron sus sandalias, salpicadas de lodo y sangre, en la faz de Gómez.” Alude al Paraíso, a Villa Zoila, y luego, 217: “el alma de Caracas se escondía inerme y triste, fatalista, en las barriadas Candelaria, San Pablo, San José, donde se reclutaban obreros para las c arreteras y para las haciendas del General, y los soldados para sus cuarteles”.
Jóvenes que gritan Gómez el 24 de Julio en la Plaza Bolívar 106
(RECORDAR QUE EN 1917 se alabó más a Gómez que a Bolívar); 218: “El Bisonte se ha hecho un calendario de c oincidencias: el día de la batalla de Carabobo, celebra él su onomástico; el día natal del Libertador, el 24 de julio, su cumpleaños; el 19 de diciembre, su traición a Castro; el 19 de abril, va cumpliendo diez, quinces, veinte… treinta, cincuenta años de haber empezado su imperio. La Caracas espúrea, venal, que devora el puñado de bolívares el presupuesto, responde: “Viva Gómez”. “Mis amigos y yo nos vamos a Galipán, al Ávila, a donde se p uedan aspirar las iras del mar. Por el camino donde antes gusaneaba al sol la cabeza cortada de José Félix Rivas, subimos a los cerros”. Esperan una Revolución. No. Decreta Gómez prohibición de a rmas. Menciona a Leffman, Angarita. “Comenzaba la era del p etróleo”. 221: “Pelota a Ibarra 10. El joven pintor, delgado, calvo, de nariz ganchuda, rumano impresionista, que huyendo de la guerra europea, había ambulado por el Oriente y llegado a recalar, con su colección de antiguas estampas japonesas, sus pipas y sus afanosos pinceles, a la isla de Margarita”… Vino a Caracas, toca violín, explica su cuadro a lo Manet, a lo Monet, y allí concurrían (presentó el primer ejemplo en la constitución de los Soviets) Enrique Planchart, Julio Brandt, “pintor de churriguerismos”, Sanmont, “extraordinario pintor sin pintura, abúlico, atiborrado de teorías, eruditísimo… Jacinto, terco y límpido poeta, apuesto universitario… Un estudiante Calcaño, poeta y músico… Un cuentista, Rafael… Otros que naufragaban en bock cervecera chez Dietrich. Pocaterra. Calcaño Herrera, de Pitorreos” Narra las dificultades de Gómez con los americanos y cómo debe recurrir a Zumeta para que arreglara “hegemonía americana en el Conti107
nente” Alude al entierro del Dr. Hernández, que fue maravillosa oportunidad para manifestar. Un día fue a la tertulia Díaz Rodríguez el orfebre. Lo opone a Pio Gil, a Romero García, a Rufibi: 225-226: “Sorbimos el ron carúpano, sin té, al irse el maestro cívico que en 1908 había glorificado en el más relumbrante bronce castellano al sacrificado Antonio Paredes”. El rumano trató de explicar que los burgueses en todas p artes son así. Compara los dos Andrés Eloyes: el que entregó a Eliseo y delató a Barcos y C anales (maestro argentino y periodista puertorriqueño). No llegó a la tercera conferencia en el Municipal Canales. Salieron a P anamá. Dice que Gallegos, que zurraba a los bárbaros Alejandro Carías, suicidado. Soublette muerto en España
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[s/n]
A una artista Nunca más bella iluminó la aurora de los montes el ápice eminente, ni el aura suspiró más blandamente, ni más rica esmaltó los campos Flora. Cuanta riqueza y galas atesora, hoy la Naturaleza hace patente, tributando homenaje reverente a la deidad que el corazón adora. ¿Quién no escucha la célica armonía que con alegre estrépito resuena del abrasador sur al frío norte?
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Oh Juana! gritan todos a profía; jamás la Parca triste, de ira llena, de tu preciosa vida el hilo corte.
Lo publicó Arístides Rojas (Rojas Hermanos, 1881). De ahí derivan las ediciones posteriores. La fecha atribuida es la de 1806-1808. Arístides Rojas lo comenta en esta forma: “Este soneto fue una improvisación de Bello en teatro de Caracas, delante de la artista señora Juana Pacompré, cantatriz de la primera compañía de ópera que visitó Caracas por los años de 1806 a 1808”. (Comisión Editora Caracas)
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Carlos Bonnet y Pako Betancourt
Y este es Caracas Así es Caracas la ciudad de ensueño fatal. Así es Caracas armoniosa, clara y musical.
Caracas, poesía-música Max Blot En 1927 se conoce One-step, de Carlos Bonnet y Pako Betancourt Es una respuesta a C’est Paris. Años después, 1949-45, el chansonnier francés Max Blot compone Sous les ponts “sur l’air de la chanson: Sous les ponts de Paris (p.13 Soirees de París). No será la única incursión de Blot. 114
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José Rafael Pocaterra
El bajito ¡Músicas de otros días, qué memorias remotas! cómo suena en el fondo de nuestros corazones. de esos valses antiguos las pagadas notas y la música triste de las viejas canciones! Músicas del pasado; compases de gaviotas, rancia mazurka austríaca de rectilíneos sones, romanzas italianas para los acordeones, “pasillos” de las arpas empolvadas y rotas… Pianitos de manubrio, joropos y habaneras que hacían a los chicos bailar en las aceras de aquel barrio tan pobre que fue toda una edad, violines destemplados, clarinetes dolientes, 116
recreo vespertino de las humildes gentes, ¡alma de la ciudad!
Después de mí. Caracas: Imprenta Universitaria de Caracas, 1965. 37 117
Mensaje
Como el persa doliente de la “eterna locura” que exprimió en esa página musical su amargura; como el pianista loco que extendiera a la joven ya muerta, sobre el piano, para tocar Beethoven; como Tonio, el payaso desfigurado y malo, que anuncia la tragedia brusca de Leoncavallo; como todos los tristes y los desengañados hasta ti van mis versos. Son ritmos olvidados, acordes de otro tiempo, vetustas melodías que arrastran el ropaje de sus melancolías hacia el ángulo oscuro del salón, donde el piano, bajo el doble castigo trémulo de tu mano gemirá, con pedales, una antigua sonata o las viejas angustias de la pobre Traviata. Hasta ti van mis versos de soledad cautiva 119
para que tu tristeza sea más pensativa. Se va muriendo el año con la luz que fenece; tras la espesa cortina la hora palidece y es una visión cruda de dolor y fastidio. Nada hay más desolado que la tarde en presidio. Estos versos se riman en sólo un consonante como tú y yo rimábamos un corazón amante. Estos versos tendrán ese supremo encanto; no lloran porque son ellos mismos el llanto. Que tu memoria siempre su devoción les guarde, recítalos tú sola, al caer de la tarde cuando no haya más luz que la de tus pupilas. Y así vendrá la noche a mi celda de preso como el rumor de un beso.
Ibídem 120
Eliseo López
Ana Pavlova Rompe la orquesta en vibración sonora cuando aparece su gentil figura. … Vaga cual libélula en la flora, vuela como la brisa en la espesura.
1 Es soneto 2 Eliseo murió en la Rotunda, pero le escribió un poema al g omecismo. 3 En el mismo número fotos y leyendas “La Pavlova en el C alvario”… “soñé diariamente ella sube a respirar las brisas del Ávila” 4 Otra foto: en traje de libélula. 5 También una foto del Guaire, donde se le ve estrecho, pero rodeado de matas: “en uno de sus aspectos llenos de poesía” Actualidades. Año I, N° 11. 18 de noviembre de 1917 122
[s/n]
Elogio de la mecanógrafa Virgen moderna que el escritorio lo has transformado en un altar y es como un trono tu giratorio sillón de roble donde te pones a trabajar… ¿Dime qué escribes, dime qué expones frente al teclado de la Underwood?
El Universal. 29 de diciembre de 1926 124
Jacinto Fombona Pachano
Por el barrio… Por el barrio oscuro donde la pobreza viste sus guiñapos de resignación, mendigando siempre mi pan de belleza, me llevo un mendrugo de cada rincón. Sórdidas covachas, ojos de tristeza, -súplicas tendidas hacia el corazón, algún perro ascoso que se despereza, cada cosa humilde me da su porción… Hasta el mendicante de todos los días, cuando me presenta sus manos vacías, pone de limosna su mendicidad. Y tras este raro caudal de belleza, por el barrio oscuro voy en la certeza de ser el más pobre de la vecindad. Virajes. Caracas: Editorial Élite, [s/f]. 35 126
Antonio Arráiz
Plegaria en un tranvía Buen compañero, Jesús, amigo grande y blanco como el día: si quieres sacrificaré mis pequeños goces cotidianos. Pero concédele a esta mujer que va conmigo en el tranvía el que, al llegar a su casa, encuentre un poco mejor al hijo enfermo. Tal es su viva angustia, su inquietud, que todos hemos tenido que ser partícipes de su dolor. Relatábanos, uno a uno, inexorablemente, su historia triste y tonta, que una igual inflexión fastidió ante cada quien. 128
Quítame hoy la primera palabra de afecto que me aguarda en mi hogar. La silla profunda. El libro desgastado. El baño de agua tibia y femenina. Las fresas con leche y con azúcar. Quítame hoy el saludo cordial de los amigos. La saciedad del trabajo cumplido. El adormecimiento de dicha mediocre y usual. Quítame, si quieres, un día completo de camino allanado. Pero concédele a esta pobre mujer en cuya mejilla sucia no se disimulan las lágrimas, la alborada triunfal de un niño sonriente cuando llegue a su casa.
Parsimonia. Caracas: Editorial Élite, [s/f]. 132 129
Veintidós Futbolistas Veintidós futbolistas en tierra venezolana. Cruza el aire la pierna, la certera balística. Glisa el sol en la rápida distensión de los músculos. Como dardo, se aguza la mirada instantánea. Corre. Choca. Se irgue. Acumula dinámica. Bajo el galope firme se estremece la tierra. Veintidós futboleros en tierra venezolana, llenos de vida nueva, transidos de juventud, pergeñando palabras ungidas de porvenir. Largo rato resuena la tierra. Se diría que la conturba el júbilo ruboroso de madre que presiente en las entrañas un hijo. Ritmos de fuerza moderna interpreta la América. Canta un cálido soplo pagano en el trópico. 132
Tienen los movimientos la seriedad de un ritual que fuésemos cumpliendo honda y severamente. Con los pulmones anchos que vacían la atmósfera, con los cuadros tóraces, con los rostros risueños, con la vida pletórica, pura, sencilla y fuerte, veintidós futbolistas en tierra venezolana vamos plasmando patria.
- El sentido de vanguardia y moderna, como en la “flor de mayo” y el garaje; la muchacha que juega tennis - El “vamos” da a entender que él participaba en el juego. - Análisis de la puntuación, el seco prosaísmo. 145-6 Ibídem, 133
Francisco Pimentel
Batazos y pelotazos Actualmente el base-ball está adquiriendo el auge más tremendo; no hay plaza, ni solar, ni campo llano, que no invada el deporte americano; y los que en esta cosa somos legos tenemos que apurar nuestra paciencia, pues ya no se habla más que de los juegos de “Los Samanes” o el “Independencia”. Es el tema obligado que al conflicto europeo ha derrotado; zeppelines, cruceros, generales, son hoy asuntos de los más banales; más nos importa un juego de pelota que un éxito francés, o una derrota de los austro-alemanes; no vale el Zar de Rusia lo que un guante 135
y Hidenburg es menos importante que cualquier cazador de “Los Samanes” Tan arraigado este deporte está, que lo practican, indistintamente, el chiquillo de boles en la frente y el señor de levita y de pumpá. Él no lo comprende mucho y “Bueno el base-ball será cuando se juega en Nueva York, en Londres, en Noruega, y en otros climas iguales; pero en estas regiones tropicales es cosa que no pega. Demos mejor empleo a nuestros días, y dediquemos esas energías que el deporte consume a nuestras costas, a otras cosas de auténtica eficacia: a sembrar caraotas, verbigracia o exterminar langostas.”
Obras completas. [s/n]. 435 136
Francisco Pimentel
La cuestión pelotérica Si exceptuamos la ópera, la nota de más actualidad es, en nuestra ciudad, la cuestión de los juegos de pelota. Se han importado borinqueños. Los de Borinquen jugaron de manera esdrújula, pero Verdad que el “Santa Marta” logró triunfar de los de Puerto Rico; mas yo he oído decir a mil y pico que dicho match de lo normal se aparta, que no es posible que “Borinquen” pierda y que a leguas se ve que en el match hubo “cuerda” o mejor, que jugaron “cucambé”. Ibídem, 436
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El Trompa Viendo a El Trompa en la última corrida que el fenómeno dio, y en la cual sufrió una sola cogida, pensando estaba yo, en que a veces es grave inconveniente el deseo que siente, todo el que se dedica a una carrera, de hacer hoy más de lo que ayer hiciera.
422 Ibíd., 138
Caimán y toro Hubo el viernes pasado un suceso que fue muy comentado, más que el último empuje austro-alemán el combate anunciado entre un toro de lidia y un caimán.
Cuando mucho – el caraqueño – habrá visto el par de caimancitos de El Calvario. Ibíd., 422 139
Rodolfo Gaona Después que terminó Doña María en el Municipal su temporada, otra atención Caracas no tenía ni se pensaba en nada más que en ver a Gaona, el As de Oros, (conste que la metáfora no es mía) en asunto de toros. Así las cosas, llega el Carnaval, y el lunes en la tarde, cuando la villa en regocijo arde, hace entrada triunfal en automóvil, por la calle real, con Rodolfo Gaona, el mismo, sí, señores, en persona. Eso fue el lunes y el martes se llegó a La Guaira a bordo del vapor Manuel Calvo. ¿por culpa de una mujer? Era mexicano Ibíd., 423 140
Mister Lopp (fragmento) “El señor Lopp se ha britanizado: se llama Mister Lopp”
En el Circo Metropolitano “el que se entierra vivo”. Es Lópes, venezolano, pero como nadie es profeta en su tierra... Ibíd., 424 141
Fenómeno en puerta (fragmento) “Ya un gran poeta, cuyo nombre omito, dice, añorando de la España de antes que allá les interesa hoy el “Gallito” mucho más que Cervantes”
Anuncio de toreo de Belmonte. Que cobrará 30 mil pesetas. Ibíd., 423 142
Juan Belmonte (fragmento) “Quizá este dato de interés mayúsculo para nuestros anales, lo dará a la luz mañana en un opúsculo Landaeta Rosales”.
Desde que llegó Belmonte la población de Caracas ha subido en un 3% Ibíd., 426 143
Toreros exóticos (fragmento) Ahora: “pero que un yanqui haya salido” “Sydney Franklin se llama, y en su corta carrera ha conquistado merecida fama, pues si no es un Chicuelo ni un Barrera, dista mucho de ser un saltimbanqui, estilo Llapisera, y sobre todo, es yanqui”
México, Perú y Venezuela, escuelas y aficiones taurinas. Ibíd., 428 144
Fenómeno sísmico (fragmento) “Vicente Hong, el chino que se metió a profesional taurino”.
430 Ibíd., 145
Fenómeno del día
En efecto, en materia de deporte, el béisbol fue ayer único norte, y lo mismo el señor que el limpiabotas, en estos predios nuestros, eran unos maestros en asuntos de bates y pelotas. En la casa, en la calle, en la oficina, en el tranvía y en el autobús, se nos daba a toda hora “Cocaína” hasta decir ¡Jesús! Pero la sangre hispana ha hervido de la noche a la mañana, y el grande y el chiquito
Ibíd, 431
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ya no hablan de “Caribes” y “Concordia”, hasta hacernos pedir misericordia
Béisbol frente a toros Despertar taurino, que estaba muerto Ibíd., 431 147
Jesús Sanoja Hernández
Comentario a “El lío de los Bocamanes”, de Francisco Pimentel El melenudo que divierte a Caracas, el indiscutible “que nació en el fantástico Indistán”, no es, porque El Grande, verdadero, según cronista murió en B. Aires en septiembre del 29. Este es impostura. Este puede resultar catire, criollo y se llama Capriles.
del editor: el poema de Pimentel se halla en Ibíd., 433 Nota 148