Poesía y ciudad

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Esta serie de libros digitales es el resultado del proyecto

La poesía de Caracas: Rescate historiográfico de Jesús Sanoja Hernández



Índice A los estudiantes en la carretera 6 Cancioncilla de navidad 11 Canto al ingeniero de minas 16 Greta Garbo 23 Janet Gaynor 26 La boca marmórea sin labios 29 La encomienda 32 La octava voz del coro es la de la ciudad 35 Naufragio en el closet 45 Poemas civilistas 61 Viaje 64



Alberto Ravell

A los estudiantes en la carretera Hermanos: yo no he paseado como vosotros, mis veinte años inquietos por el antiguo claustro de la Universidad, ni encendido en asombro mis pupilas tempranas, sobre los viejos textos de derecho romano, ni seguido en la sangre la ruta del microbio, ni escrutado las vísceras con un temblor arcano, ni buscado la esencia del libro pitagórico en la recta que acorta las distancias geométricas.

Estampas. Caracas: Tipografía Garrido, 1938. 134 6



Arnaldo Acosta Bello

Arrojo mis libros, los trato como un sargento. Órdenes duras y castigos. No sería nada andar de un lado a otro. Hace tiempo manoseo cerrojos y me asomo. Enmudezco. Camino de madrugada, estiro los pies hasta que suena el esqueleto. Deseo saber cómo hace uno para vivir. No tengo confianza. El resto asquea. Todos agarran la copa, ese vidrio de fiesta. Inútil presentarse sin corbata. Es lo mismo, los reconozco por las cabezas de ilotas. Vuestras mujeres andan como serpientes de cascabel. De madrugada dan tumbos, se 8


quitan pantaletas. Han estado en un arrabal. Ebrias. Ahora duermen como cet谩ceos, orinan en la oscuridad. Estrujan los vientres, los ri帽ones. En cada sarc贸fago un rey muerto. Un ovario lleno de alfileres, podrido, condenado a piedra p贸mez.

Hechos. Caracas. Ediciones Tabla redonda, [s/f]. 7 9



Pablo Rojas Guardia

Cancioncilla de navidad ¡Lucero grande en al Ávila, ya viene San Nicolás! ¡Llévame madre, llévame hasta Galipán! ¡La luna tan tonta, madre, pasa tocando la Silla y no se echa a descansar! ¡Llévame madre, llévame hasta Galipán! Yo quiero coger la yerba que tiene cinta de plata, la yerba que esta mañana muy verdecita que estaba. ¡Llévame madre, llévame hasta Galipán! 11


¿Es verdad que si le pido a las errantes estrellas lo que yo quiero, esta noche el cielo me lo concede? Dime madre, si es verdad, mira que quiero pedirles que tu máquina se pare y que tu no cosas más. ¡Llévame madre, llévame hasta Galipán! Cogeremos los duraznos sabroso, las fresas coloraditas para tomarlas con leche fresca… ¡Llévame madre, llévame hasta Galipán! Que si nos coge la noche yo quiero ser el primero para ver cómo llegan los tres Reyes a Belén. ¡Llévame madre, llévame hasta Galipán!

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¡Qué hermosa mi navidad! Duraznos grandes, yerba de plata, fresas coloraditas con leche fresca… Aunque tú no quieras, madre, ¡yo voy hasta Galipán!

Poesías. Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación, Biblioteca popular venezolana, 1962. 101. 13




J. T. Arreaza Calatrava

Canto al ingeniero de minas ¡Dios está en toda fábrica, en la interna palpitación de todo mecanismo! Ingeniero de mundos, El gobierna la energía ecuménica, la eterna sustancia de sí mismo. Él medita sus fórmulas y entraña en las minas solares del abismo su ojo agudo de gnomo y de Ingeniero. El horada el azul de su Montaña y brota el astronómico venero la nebulosa, óleo y el lucero, áurea pepita. ¡De la veta huraña salta Canope al pico del minero! El férreo corazón de las Metrópolis trepida. Las eléctricas corrientes transmiten a remotos continentes 16


la vibración de nervios de Cosmópolis. Agítese Mercurio, ata las gentes al ritmo de su alado caduceo y al moderno hipocampo aguija el anca. El Oro, siendo el rayo, es Prometeo. La Economía, brújula y palanca. La Bolsa, un Montecarlo, azar de vidas… El interés, Pegaso, va sin bridas. Tiende sus mil tentáculos la Banca. Y como en el erótico deseo salta el felino, así la fiera blanca engendra en selva de oro los millones; mientras, como entre un trueno de trompeta, se va operando en vastas combustiones la transfiguración de los metales; y la Química estudia en su probeta esos febriles tósigos vitales, como hierro en la sangre del planeta; delirios de color, que ella interpreta, de los maravillosos minerales.

Poesías. Caracas. Biblioteca popular venezolana, 1964. 212-14 17




Arnaldo Acosta Bello

Dudé tres veces. Cuatro. Dormía tarde. Pesaba en pequeñas balanzas estos venenos. Ensayaba frente al espejo mi día siguiente. Comía pastillas para traer el sueño. Cerraba persianas. Oía asmáticos. Perros. Las ranas bebían ciudad. Aún los automóviles. Las últimas putas se tendían en parques a precios de ocasión. Silbaban Me asomaba por rendijas. Según las nubes Adoptaba posiciones. Después gritos, autobuses. El zafarrancho de amaneceres. 20


Me asaba en la desesperación. Los vellos olían a ceniza. Mi cuerpo tenía puntos ardientes. Me envolvía en jabón y regresaba a vestirse. En realidad quería arrancarme el pellejo. Comenzaba el desfile. El reconocimiento de enemigos a los que iba marcando con pequeñas señales en el pelo del rostro. Me preparaba así para esta guerra.

Hechos. Caracas: Ediciones Tabla redonda, [s/f]. 11 21



Pablo Rojas Guardia

Greta Garbo El agua pintada en tus ojos, Greta, es un sueño dormido. Blanco. Gris. Blanco. Amanecer esmerilado o día empapado de cristales de llovizna que han ido secando las pantallas. Acuarium de tus recuerdos de la Greta infantil: aquella Greta de Suecia que moduló sus carnes en skies. Exposición permanente de tus sueños con nieve. Blanco. Gris. Blanco. (Entonces, ¿quién ha visto la llama que quema a los héroes de celuloide?) 23


Pero en tus pestañas, y más abajo, en tu garganta pulida con las aristas de mil fríos errabundos, está tu adolescencia hirviendo: tu adolescencia hecha de soledades alrededor de una lámpara cuando los deseos se angustiaban tiritando en las venas… Tu corazón de sueño, Greta, siempre filma recuerdos: “La Novia que nos iba a querer”.

Poesías. Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación, Biblioteca popular venezolana, 1962. 70 24



Janet Gaynor Janet tenue. Janet linda. Janet lírica. Corazón de pan, y de miel, y de ensueño. Te perderás en Hollywood. Te robarán los técnicos. Convertirán tu corazón de muchacha linda que trabaja y que sueña en corazón de dollar; olvidarán que tú eres la palabra ternura aclarando el agua movida del cinema. Janet tenue: mueve tu sombra para que amanezca un día claro en la casa de los espectadores. Janet linda: entréganos tu sonrisa y estaremos en las calles buscando fotografías de tus labios. 26


Janet lírica: rompe la alcancía de tus gestos, ¡cuántos pájaros sueltos!

Ibídem, 72 27



Gustavo Pereira

La boca marmórea sin labios Señora occipital permíteme contar por usted Cuatrocientos mil cuatrocientos mil Cuatrocientos mil La mujer desnuda atravesada por mi fémur que sangra que se queja que se destila miserablemente del espejo brotan mi cara y una enfermedad de fiebre de 40 que se queja que se destila miserablemente sobre mi cuatrocientas mil veces. Un hombre duerme sobre la cama roja una corbata ahorca el peso de un hombre que duerme sin su traje ocupado por un vacío en el rincón donde cuelgan los demás Con ojos con aullidos largos y tiesos con la boca delgada 29


marmórea delirando Es espantosa la boca marmórea sin labios Delgada como una enfermedad como el delirio Con todos los poros abiertos Con la cara entrecortada gesticulando llamándote. Señora occipital carne carna vida vital hueco encendido Yo el autor reclamo el párpado tal como lo dejé.

Hasta reventar. Zulia: Editorial universitaria. Universidad del Zulia. Escuela de humanidades, 1966. 37-38. 30



Alberto Ravell

La encomienda El buzรณn es un grito cuando llega. Los paquetes grises, los paquetes blancos tienen alma. Le traen al preso la ciudad y el recuerdo y el querer de Venezuela que estรก naciendo ahora. Trenzadas en plegarias frente a los Cristos vacios de rebeliรณn pusieron dentro una esperanza y un libro, y un pedazo azul de nuestro ร vila. Para el preso -dice la madrey perfuma la ropa con sus lรกgrimas. Para el preso -dice la noviay las manos se le encienden como cirios. Para el preso -dice la hermanay piensa en Venezuela. 32


El dolor de nuestro pueblo está en sus labios, El recuerdo del preso está en sus ojos. Después vienen los grupos. Un libro de Chejov: Los Campesinos… -Y esta novela nueva… A ver, cómo se llama? Para ti camarada… Los paquetes grises, los paquetes blancos! Nos traen la ciudad y los crepúsculos y el fervor de las mujeres que rompe sus plegarias sobre la piedra dura de los templos porque Dios no quiso oírlas. De los caminos de la tierra nuestra -mojados con sangrenos traen la afirmación en hombre de la lucha que comenzará mañana. Los paquetes grises, los paquetes blancos! Cuando llegan es domingo en la cárcel!

Estampas. Caracas: Tipografía Garrido, 1938. 123- 24. 33



Miguel Otero Silva

La octava voz del coro es la de la ciudad Están secas, sin voz bajo el cemento, las quebradas de dulces nombres indios, sin vuelo ya los pájaros de jaspe y obsidiana, sin vida las lavanderas negras de cuyas manos nacía la espuma como una cabrita. Fueron abandonados los viejos camposantos de bóvedas gregarias, talados los cipreses que servían de puntal a las tardes de gasa y heliotropo, olvidadas las mujeres de luto que cortaban llorando siem previvas para sus novios muertos. Cayeron derrumbados los umbrosos conventos olorosos a incienso y limoneros, retornaron a sus negras colmenas las abejas de cera que 35


alumbraban la caída fluvial de la cabellera de la novicia, y se extinguieron los sollozos del órgano que enturbiaban la rosa del Veni Creator. Las manos del pueblo arrastraron una y otra vez los caba -llos metálicos de las estatuas ecuestres, y en la maraña zafía de los basureros, en el lodo impuro que la noche destila bajo los puentes, relucieron como monedas falsas las letras doradas de las lápidas conmemorativas. Huyeron como Casandras locas las epidemias que nunca fueron vencidas por las rogativas a Santa Rosalía de Palermo, acallaron su estruendo los fantasmas sumergidos que estre -mecían los muros encalados, sacudían las candorosas torres de las de las iglesias y hacían correr a vírgenes medio desnudas gritando misericordia. En la pequeña gruta temblorosa y ávida que dejó la raíz del samán, fue remachado no sembrado el frío mástil de piedra del 36


obelisco y los motores de los aviones apagaron como una lucesita el rezongo campesino de las chicharras. El río sórdido fue sepultado vivo, ocultado a los ojos de la gente como un estigma, los gallos no pueden cantar en los tres metros cuadrados de los apartamentos, y los perros encuentran una muerte de mármol en el ama -necer plomizo de las autopistas. Trepados a los altos andamios, aferrados a las riendas de acero, despeñados por el canal de gritos y metales, hombres entristecidos por recuerdos infantiles de oscuros pinares y muñecos de nieve, cruzados por invisibles ci -catrices de acosamiento y éxodos, hablan lenguas extrañas, susurran ritmos extraños, de es -paldas a su misión de levadura y a sus propósitos de olvido. Todo ha cambiado menos el augusto perfil de la montaña y yo, mis estragos de historias y leyendas, mis aluviones de alegrías y llantos, que tampoco he cambiado, que soy el mismo patio provinciano donde se abrió su 37


gra -cia como la flor del jazminero. Yo que siento latir bajo mis bucarales las hormigas que nacen de su corazón enamorado, yo que guardo sus huesos de poeta en el pliegue más tibio de mi sexo de tierra y habré de reintegrarlos a la luz de los cielos en el tenue milagro germinal de la hierba. Yo que quisiera despertarlo solamente un instante para contarle como los hombres de tierras extrañas que trepan a la ramazón de los andamios y empuñan las bridas de las máquinas han comenzado a enamorar a las mujeres con sus versos y a llorar con su llanto a las madres muertas.

Elegía coral a Andrés Eloy Blanco. Caracas: Tipografía Vargas, S.A. 1958. 47. 38





Arnaldo Acosta Bello

Mis víctimas lloran. Vuelan en Jets. Van a Congresos. Se emborrachan y arrojan con las manos en el estómago. Un desayuno ácido. Las calles agrias. Les rallo los ojos. Muelo rodillas. Empujo este barco a mar picada. Manejo el hacha. Arma corta. Los hombros gozan con el golpe. No hay botín, ni humo. Sangre, salpicaduras, espejos rojos. Al mediodía arroyos. Trepan a las colinas. En la tarde flotan atasajados. Ojos, narices, brazos. En la noche hay olas. Chapoteo. La sangre florece en los muros. Es un zócalo violáceo. 42


Están en los techos. Han enmudecido. Cada casa señalada. Hay una flor. Me detengo. Respiro. Descanso. ¿Era esto lo que quería? Sí. Era esto.

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Alarico Gómez

Naufragio en el closet A Ramón J. Velásquez, después de leer la “Trilogía” entre café y café, una tarde en el “Bruno”

Estilizados ángeles de naftalina defienden ahora con sus espadas de punta blanca y cuello duro los delicados algodones, las mariposas, tan cursis y tan bellas, las columnas de pino doméstico, la secreta presencia de la muerte. En el clóset la noche nada de espaldas, sin narcisismo, hacia el Este. Da guerra a los insectos. Por momentos parece una flor caída en pleno goce visual Su cabeza recuerda los deseos de las mujeres grávidas. Plúmbeos y subrepticios toros de vaselina 45


buscan las transparencias cรกlidas para dimitir en el fondo como ante la tempestad de nieve. Las ropas interiores, que conocen el secreto de las naranjas y el estallido de la voz en el amor, repiten de memoria las lecciones aprendidas en los lavabos de los ferrocarriles, en las chimeneas, todas negras y empinadas como gritos violentos hacia las nubes, en los intestinos del teatro, en los aserraderos de olor fuerte y agradable. LOS INSECTOS toman el pulso a la fatiga, asaz gloriosa. Hay un fijo relรกmpago de imprentas, corriendo hacia el Oeste. En yuxtaposiciรณn el mar desata colinas alegres, 46


ebriedades de seno de muchacha, tan linda como ella toda firme y sensual. El juego submarino lanza con fuerza hacia arriba, hacia los espumosos costados del velero, las más extrañas imágenes los más deliberados coloquios, las guitarras más llenas de caminos. Pero el mar es xilófago y abre y cierra interrogaciones sin motivo justificable a primera vista. Los pintores, los dibujantes, los arriesgados fotógrafos de la profundidad -de tanta calidad como los poetas y los músicos verdaderosdicen ahora en los ojotes del niño que el mar es como un Jefe con séquito de espumas, aves, piedras, teleósteos amables. Pero, así y todo, no entra en el clóset. 47


Y si entra será derrotado por la naftalina, por la vaselina, por la crinolina, por la gasolina. Eso lo sabe hasta una criatura de teta. LA NOCHE viene hiriendo con su résped el césped la noche se ha vuelto loca furiosa desde que le arrastraron sus hijos a la guerra. Los japoneses mueren sin decir el secreto lascivo de la onda. Los japoneses fueron asesinados en alta mar víctimas de la civilización. Tenían la era como esas fotografías de la Luna surcadas de volcanes pequeñitos en erupción. El pensaba en ese momento en la venta del pescado. Pero la agonía se abrió en dos y la sangre se coló por las ventanas y por las puertas verdosas de miedo como el grito de un hombre asesinado en plena calle. 48


Ah, ya lo ves. Las calles, los espejos, las burbujas de antes, cuán distintos. Cuánto ayer, seco y duro, sobre los blandos pechos y los tiernos ombligos. Cuánto sexo pudriéronse en las calles. La soledad, unánime, interrumpida sólo algunas veces por una que otra Conferencia épica. Los huesos para el perro, cuando hay huesos. Y el Japón azotado por las bombas de práctica. Los países son susto, susto, susto. Porque la vida avanza, como siempre, a la par con la muerte; pero hasta ayer no más era romántico y de buen gusto enfrentarse a la muerte sin la Sabiduría. 49


A veces se levanta la esperanza Nace del continente americano, revienta, por ejemplo, desde Chile, en la voz de un poeta muy querido. Viene del mundo, en fin, de aquellos pueblos donde la dignidad es un martillo; donde se piensa en libertad y vida, sabiendo que la muerte es sólo tránsito; donde la mano es firme y el pensamiento es claro… Oh, materia inmortal. Los náufragos del clóset salen, a medianoche, comiéndose las uñas amarillas. Los náufragos del clóset usan nombres de enciclopedia, diccionario y biblia. Son ratoncitos ebrios de lucha libre y futbol, con la estupenda mística de la televisión, que hablan inglés de América por los cortantes muros y aseguran que el hierro tiene un telón de rusos en donde Guatemala es ya Guatepeor.

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(Y a Miguel Ángel Asturias, ese Gallego de allá dime dónde lo sitúan…?) Si yo fuese ahora, también, náufragos y playas -náufrago de este clóset y de aquella eclosióny amante de las damas del Teatro Caracas, deliciosas, impúdicas, deshabillantes damas, tal vez nunca pudiera dar al viento mi voz. ACUSOME, Ramón de imperialista, de cobarde que fuga por el verso, comediante, hablador de pendejada, falso amigo del pueblo; en fin, un solitario del carajo definitivamente histérico. Acúsome, Ramón, de estar mintiendo; acúsome de todos los desprecios; acúsome de bilis, de riñones y de tumor en el cerebro.

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Acúsome de ser el masturbado por el grillo del sexo y de aspirar, como los pobres santos, a un clóset en el cielo, donde no encuentre náufragos heridos, donde no me lastimen los insectos: un clóset coquetón, de nube y nada, pero sin naftalina, por supuesto, pues ¿para qué se necesita naftalina allá en el cielo? Punto final. Absuelto. Caracas, abril de 1954.

Obras completas. Caracas: Imprenta nacional, 1963. 260-63 52







Arnaldo Acosta Bello No tengo alianzas. Declaro mi aversión a los círculos, a los espirales, a las oficinas, a las policías, a los museos. Amanecí como decía mi madre. Deseo pelear. Mi nariz anda en busca de ustedes. Preparé mi hígado. Mis vísceras brillan, mis castigos no existen en tratados, no estan en códices. Me basta el ojo. He contemplado demasiado, he esperado este momento, he callado y vuelto a callar, he perdido el tiempo, he permanecido cocodrilo en agua de zoológico. Cerrando un ojo, y abriendo otro, mostrando dientes a distancia.

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He reunido en mis gavetas toda letra caída. Como ustedes prefieran: libros, artículos de prensa, cadáveres exquisitos, paneles. Mi cuarto está tapiado de recuerdos. Catálogos, estupideces. Los bolsillos rebasan de estos arenques. Vuestra conversación ha pasado por mí como por un cable de teléfono. Mientras la espuma descendía en vasos, espiaba, parecía un águila. Ahora soy esta catapulta.

Hechos. Caracas: Ediciones Tabla redonda, [s/f]. 9 59



Alberto Ravell

Poemas civilistas A mis camaradas, los que ­siembran carteles por las calles.

Ciudadano de la ciudad futura, incorpórate, que los hombres están rompiendo las banderas de las patrias caducas, y están alzando stadiums en los sitios que dejaron libres los templos. Camarada civil, abre ancha la calle para el paso de las gentes, templa el músculo, ensancha el tórax y limpia tu pupila estriada de fronteras para el viaje de los pueblos que mataron al héroe. Las latitudes y los pueblos se están dando en las antenas de los radios, y en el verbo andariego de las hélices 61


y en la explosión de los motores en marcha que galopan mañanas pintadas de sol y de campiñas. Ciudadano de las lenguas en fusión yo te traigo el ritmo de las voces arbitrarias ayuntadas en mi puño que floreció en la sombra. Ciudadano de la ciudad futura, en marcha.

Estampas. Caracas: Tipografía Garrido, 1938. 121- 22 62



Pablo Rojas Guardia

Viaje Las torres de radio emocionan la tarde Hay un turbio anhelo de partir -timonel de la ondaen los ojos crucificados en los caminos patrios. Los anhelos llevan a un puerto, o a un aeroplano. Deseos infatigables de violar caminos en las tierras extrañas. Los maizales curvados al viento inician la partida y el alma encaramada en as palmeras envía radiogramas a los desiertos. Poesías. Caracas: Ediciones del Ministerio de educación. Biblioteca popular venezolana, 1962. 63 64


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