EL ALMA DEL PUEBLO LARENSE VIBRA EN EL “TAMUNANGUE” EL HERALDO. CARACAS, SABADO 4 DE DICIEMBRE DE 1943 AÑO XXII, MES II, NÚMERO 6.936
Alguien ha dicho que el baile es la biblioteca de los pueblos. Es cierto. Es por el baile que se reconocen los más exquisitos detalles de una raza, de su tradición, de su manera de sentir. La danza es la expresión que está más al alcance de la emotividad, para expresar, leer y escribir, traduciendo los conceptos a la literatura. En el tamunangue, baile de la región larense en especial de los pueblos de El Tocuyo y Casigua (léase Curarigua), tenemos si vamos seguir explotando la imagen como una enciclopedia. El baile consta de varias partes fuertemente descriptivas, intencionales, que constituye una explosión una explosión de los sentimientos más valiosos e intensos que pueda abrigar una colectividad. Desde el valor viril hasta la ternura sensual, una serie de actitudes desfilan por la revista coreográfica haciendo participar en ella al espectador que se convierte en actor. Ocurre con el tamunangue lo que con las danzas españolas, que invitan al público a participar “jalerido” con las palmas y el “ole”. Así es el tamunangue, apasionante, ardiente, contagioso. El que lo ve bailar no puede sustraerse al ímpetu de los giros y de las posturas provocadoras, maliciosas, arrebatadoras, y tiene que acompañar las incidencias del baile con la tensión de los nervios. El tamunangue es un baile religioso. Pero no sabemos si es en verdad un rito, como pretenden algunos intelectuales, o si se ha hecho religioso a fuerza de ser bailarlo en las fiestas de la iglesia, como ha ocurrido también en España, donde las gentes experimentan una pasión tan severa por sus danzas, que la ejecutan como parte de las festividades religiosas. Nos inclinamos a creer esto último porque el tamunangue parece tener más del español colonial que indígena. Indígena es, en la región larense, el baile llamado turas, que es una serie de ceremonias coreográficas para celebrar la entrada de la época de la cosecha. Puede tener el tamunangue, como apunta un autor, un origen misionero, al menos en lo que se refiere a los instrumento de su orquesta y algunos términos de sus canciones: algún cura que viniera de África y se
internara en la selva con un tambor y una copla para catequizar a los indios con la música y el dichos de que instrumentos se los había entregado San Antonio. En efecto, los campesinos larenses creen, al menos simbólicamente, que los tambores del tamunangue son regalo del santo. Hay que ver bailar el Tamunangue cuando lo bailan las muchachas de Barquisimeto. El baile adquiere entonces aristocracia, un estilo, una belleza que emociona, sin que por eso pierda la fuerza expresiva autóctona. Los giros se hacen entonces más pausados, más severos, más hieráticos, y el mover la cadera más cadencioso, y tierno, exquisitamente sensual. La danza se enriquece entonces de las miradas, de movimientos, de flexibilidades, que nadie podría sospechar, antes de presenciarlo. El busto de la niña se echa hacia atrás y se balancea con majestad, y la cabeza se revuelve acompañando los movimientos de los brazos, y los ojos chispean con una suave malicia. La sensualidad del Tamunangue no tiene esa sonrisa de superioridad de desprecio, que en los bailes andaluces, sino que es imperturbable, majestuoso. Leyenda de la foto: El pueblo y la alta sociedad unidos en la infinita armonía del tamunangue. Adviértase la emocionada severidad de la pareja que tiene más de rito religioso que de diversión. No hay palabras para comentar la hermosura de este cuadro, que tiene la delicada belleza de los tipos y el fuerte atractivo del contraste.