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EL EROTISMO EN LA POÉTICA VENEZOLANA (Aproximación a la Obra de Ezequiel Bujanda)
El Poeta, maestro y amigo Lubio Cardozo nos sugirió la posibilidad de escribir sobre la obra del autor larense Ezequiel Bujanda, médico, músico, orador, pintor y poeta, además de distinguido ciudadano que ocupó roles de representación civil en la ciudad de El Tocuyo, en las postrimerías del siglo XIX y los inicios del siglo XX; no tardamos en aceptar la responsabilidad que nos proponía Lubio y asumimos la tarea de intentar hacerlo sin prisa y sin presiones que hostigaran nuestro lento proceso de lectura y aproximación, no sólo a la obra, sino a la contextualidad, múltiple e impredecible, que siempre rodea la palabra de todo escritor, más allá de la especifidad literaria o de aquello que los ultraístas llamaban la autonomía poética. Aún no salimos del asombro, nos han
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sucedido cosas que parecen signadas por determinaciones cabalísticas a la usanza de “El Cuarteto de Alejandría” de Durrell, sobretodo en el universo de Balthazar, a su vez emparentado por la alquimia y otros misterios, con el Zenon de Yourcenar, sin desmedro de la búsqueda incesante de la Ceca a la Meca, tal vez alcanzada por Elias David Curiel en su atormentada existencia y su fatal desenlace. Y es que nuestra vida, desde cuando llegamos hace casi cincuenta años a Barquisimeto
ha
estado
rodeada
de
encuentros
y
desencuentros sujetos más al azar que a la racionalidad, lo cual nos ha obligado a imponernos disciplinas que nos ayuden a enfrentar lo inesperado, para no extraviar el rumbo anhelado para nuestras humildes propuestas literarias; sin embargo, ha sido inevitable, en la búsqueda de información sobre el Poeta Ezequiel Bujanda, de quien ya teníamos noticias desde la adolescencia, particularmente de sus más emblemáticos textos de acendrado erotismo y orbitados en la territorialidad
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poética común a Udon Pérez, José Ramón Yépez y otros autores venezolanos como Rufino Blanco Fombona y Carlos Borges, e hispanoamericanos como Rubén Darío, Barba Jacob, José Asunción Silva y los peninsulares como Espronceda, Núñez de Arce, Campoamor y tantos otros a cuyo conocimiento obligan los programas de educación secundaria, y las tertulias familiares o amicales del entorno cultural y afectivo de una Maracaibo en plena ebullición petrolera, que nos abrumaba con música, modas y otras imágenes de procedencia imperial, menos apacibles y agrarias, como las que el paisaje y un tiempo ligeramente más lento,
nos
proporcionaron al llegar a Lara y captar figuras femeninas como brotadas de exóticas postales, con miradas de horizontes infinitos, delicados y armoniosos trajes y cálidas ternuras perceptibles en gestos silenciosos, en sonrisas tenues, y en la heroica disposición para acompañarnos en protestas, huelgas, paros académicos y combates callejeros,
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además de estridentes conciertos, provocadoras exposiciones pictóricas con resonancia de aquel “Homenaje a la Necrofilia” que Carlos Contramaestre había hecho explotar en Caracas en claro enfrentamiento contra el puntofijismo y la persecución política. Era el segundo quinquenio de los años sesenta, los cuales alcanzaron su clímax político y filosófico con el Congreso Cultural de Cabimas 70; dos de las jóvenes que compartían estudios en nuestra promoción eran las hermanas Juanita y Clementina nietas del poeta
Ezequiel Bujanda, de
quien algunos de sus más celebrados poemas como el Traje Blanco, Sobre las Olas y La Luciérnaga ya se movían en nuestra memoria junto a los autores citados. Reencontrarnos con ellos al acercarnos al conjunto de cuarenta poemas (“Poesías”) publicados por la imprenta El Porvenir, en El Tocuyo en 1896 y a las palabras críticas y laudatorias referidas a la vida y a la obra del aeda de Cabudare, escritas por autores como el mismo Blanco
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Fombona, Julio Calcaño, Pedro Montesinos, Luis Beltrán Guerrero, Héctor Soto Guédez, Hermann Garmendia, Antonio J. Briceño, Juan Pérez Veracochea, Rafael Rodríguez López, Francisco
Montesinos,
Pedro
Rivero,
Antonio
Álamo,
Domingo Brito, Carlos Borges, y la monumental obra investigativa del poeta y antologista de la literatura larense, el cronista Ramón Querales, quien ha sido compilador de lo más importante de la poesía y la narrativa larense escrita hasta el siglo XX, y ha logrado reunir cuarenta y ocho poemas de Bujanda, además de los cuarenta contenidos en la edición de la imprenta El Porvenir en 1896. Sin pretender referirnos más a nuestros asuntos que a las polisémicas lecturas que sugieren la obra del poeta con quien hemos venido conversando en los últimos meses, crece nuestro asombro ante dos elementos primordiales en su obra: la musicalidad y la obsesiva presencia del tema femenino, la cual reduce a atrevidos, y carnales erotismos, otros temas que
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el poeta elude con astucia e inteligencia tales como los religiosos, sociales, políticos o metalingüísticos. Y al hablar de reducción no aludimos a una disminución de las categorías poéticas propiamente dichas, sino al deliberado afán de darle a lo erótico, a lo sensual, y a lo gozoso, es decir, a la pasión, prioridad estética, que sin obviar el amor gentil del cual también nos hablara Dante, y magistralmente toca a su antojo el poeta larense, hace de los modos sublimes un instrumento para alcanzar tangibles espacios de la condición humana, en un recorrido verbal que, como en Sobre las Olas, El Traje Blanco y La Luciérnaga, y otros textos de elevadas llamas, hacen caminar al autor por peligrosos acantilados, que bien pueden conducir a una fatal pérdida del equilibrio, o a la paz y el disfrute de novedosos paisajes de dichosa gloria, como aquellos que presentimos en Mar y Cielo, El Puerto Cerrado o Mi Virgencita. Ah, cuanta familiaridad encontramos entre Carlos Borges, el insurrecto sacerdote del amor, nacido en Caracas dos años
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después del nacimiento de nuestro poeta, en Cabudare, estableciéndose este último en El Tocuyo, la ciudad donde Egidio Montesinos grecolatina
e
desarrollara
hispanoamericana
incomparable escuela desde
el
colegio
La
Concordia, y donde su hermano Roberto dejara ardida huella hasta bien entrado el siglo XX, y hasta los siglos que vendrán, cuando los jóvenes estudiosos de estos que corren, descubran los literales referentes sobre los cuales despliega Don Roberto su ácida poética, que a diferencia de la de Bujanda, se expande más hacia lo social que hacia la predominancia sensual. Pero se incrementa el asombro cuando, en otra de nuestras lecturas de “Sobre las Olas”, creemos descubrir que se burla de nuestra osadía su autor, cuando dejamos rodar en anterior párrafo, la alusión a Roberto Montesinos. El común ha hecho suyos los primeros versos de la primera estrofa de ese texto, los cuales se convierten en el hilo que urde las ocho
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restantes: “no toques ese vals, cierra ese piano…”, el verso inicial es frase generalizada que transmutada en el uso popular suele transmitir: “…no me toques ese vals, cámbiame ese tema…” u otras expresiones parecidas, que minifican la potencialidad connotativa, y convierten el goce estético verbal, en recurso utilitario que enriquece el léxico castellano, por lo menos en sus variables americanas. Confesamos que de hablantes provenientes de otros países hemos escuchado frases similares, que confieren valor paradigmático a la poética bujandiana, igual que sucede con escritores de estatura universal como Rubén Darío: “…juventud, divino tesoro…”, toda la obra cervantina, Vallejo: “hay golpes en la vida”, García Lorca: “…no quiero decir por hombre…”, Andrés Eloy: “…cuando se tiene un hijo…”, Rimbaud: “…yo soy el otro…”, Charles Baudelaire con el ALBATROS y sus pesadas alas, o Blas Perozo Naveda y el maracuchismo-leninismo, todo lo cual confirma que el lugar común, tan vergonzoso para las élites
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esteticistas, es, generalmente, una expropiación que el pueblo hace a la siempre avisada e interesante “Aristocracia de la inteligencia” como afirma en nuestras tertulias locales ese inmenso poeta que también será reconocido en las próximas décadas, como ya lo hacemos quienes lo admiramos y leemos con emoción: Jesús Enrique Barrios. La dama de esas ”Blancas Manos” es, según afirman algunos de sus críticos, familiares y creadores de leyendas a veces infamantes y otras afamantes que proliferan en las urbes aún aldeanas –a dios gracias- de Venezuela, una supuesta o real ejecutante de música europea o de composiciones extensivas de tal naturaleza, como la de ese título que el poeta quita prestado al autor del vals, es un pretexto para que Bujanda escriba un poema que muestra su manejo de la realidad universal, su preocupación por lo social, por la vida y la muerte, en esencial sentido tan caro a un hombre de vocación médica y de extraordinaria sensibilidad artística que
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lo lleva a ejecutar la flauta y algún otro instrumento musical, como a escribir un poema, a pintar un cuadro o a pronunciar discursos de alto dominio cultural. Resulta pues, en esta meditación ocasional que ni Montesinos es un poeta de esos que al uso tildan de social, ni es Bujanda, como casi afirmamos al principio, un poeta exclusivamente erótico. Solo podemos, al cometer la ligereza de compararlos a ambos, atrevernos a decir que el colegio La Concordia, formó hombres de humanística condición, de vasta información, en momentos en que la cobertura mediática era lenta, de rudimentaria y limitada tecnología, de eficaz difusión y muy buenos maestros. En lo que si creemos que no erraremos es en otras dos atrevidas aproximaciones a la obra de Bujanda: 1. Su poesía es desigual, como la vida, como el azar, como la justicia, como el amor y otros oficios del corazón.
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2. El poeta Ezequiel Bujanda es uno de los vates más importantes de la poesía venezolana de la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. A ciento cincuenta años de su nacimiento debemos ahondar en su estudio y difusión. En torno a la primera aproximación consideramos que su gracioso regodeo en lo erótico y sensual no es una manera de evadir la contextualidad sociopolítica, sino una vía para hacer del arte, la comunicación, lo sencillo, lo familiar, lo aldeano, lo alegre y lo gozoso, una filosofía de vida donde el amor y la belleza no sean modelos copiados de otras realidades, sino consecuencias de la propia rutina, de lo cercano, de lo inmediato. Reduce el concepto de lo universal a lo próximo. Algo así como lo que en la contemporaneidad McLuhan induce hacia la aldea como el universo. La imagen inagotable de lo blanco, lo níveo, lo albo, como sinónimos de pureza y belleza, más que una elección o
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intencionalidad racial, no era, en su época, una actitud de negación de las etnias integradoras de nuestra cultura; era consecuencia de una educación eurocentrista que aún hoy resulta de difícil erradicación; sin embargo, su vocación de médico y otras de sus labores extraliterarias, dan cuenta de su preocupación por el prójimo y por los derechos ciudadanos. Entendiendo que no es lo extraliterario lo que en definitiva otorga vigencia al arte o a la poesía, remitimos a lo ya afirmado al hablar de “Sobre las Olas”. La desigualdad, notoria en varios de sus poemas en relación con otros de su autoría, es característico de cualquier escritor. La ausencia de vanidad, cualidad que lo distinguiera según sus amigos y biógrafos, también contribuye a explicar su poca preocupación por difundir su obra, que solo manos amicales han hecho llegar hasta nosotros. Tal vez el proceso selectivo y autocritico que todo autor ejerce sobre su propia
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creación, no fue usual en quien
cumplía polifacéticas
actividades que requerían atención permanente. En cuanto a la segunda aproximación, opinamos que Ezequiel Bujanda, junto a Rufino Blanco Fombona, Carlos Borges, María Calcaño, Gustavo Pereira, Víctor Valera Mora, Julio Jiménez, Lydda Franco Farias, Carmen Lovisone, y con mayor timidez María Auxiliadora Chirinos, María Elena Díaz, y Ana María Oviedo, son los escritores que más han contribuido al desarrollo de una poética erótica venezolana siendo en alto grado directos en la descripción del deseo y la pasión, Bujanda y Borges, ambos vinculados a la intelectualidad tocuyana, a la formación humanística generada por el colegio La Concordia y a la contemporaneidad, con destacados innovadores del quehacer poético como los hermanos Losada, Roberto Montesinos y otros relacionados con lo novedoso para ese momento del mundo intelectual caraqueño y centroccidental, muchos de ellos eventual o permanentemente difundidos a
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través de “El Cojo Ilustrado”. No es casual que sea Julio Calcaño uno de los primeros en fijar su atención sobre la importancia de la obra de Bujanda.
Pareciera que en El
Tocuyo se estuviera gestando entonces un sacudimiento a la moralina goda que recubierta de falsa beatitud, venía ocupando desde la colonia el forjamiento de una espiritualidad y una estética decadentes, que obligaban a izar la irreverencia a las voces más esclarecidas que, en ese momento, conformaban la vanguardia intelectual del estado Lara, en concertación con quienes en otras partes del país, de América y de Europa, pujaban por la conmoción civilizatoria, más allá de lo puramente local y nacional, pero tal suposición se hace más interesante en el caso de Bujanda, quien manteniendo cierta identidad con esa vanguardia, hacía de su vida un mundo de pequeños colectivos, selectos entornos afectivos y focalizadas actividades de carácter cívico y por ende sociopolítico.
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Ni el romanticismo, ni el modernismo, ni los parnaseanos, ni los simbolistas, ni los malditos, ni el surrealismo, ni el ultraísmo, pueden hacer de estos libérrimos creadores del erotismo poético setos de miedos y restricciones, religiosos, morales, sociales, políticos o literarios. Expresamos nuestra gratitud a la Alcaldía del municipio Palavecino y a todos los ciudadanos que han propiciado la realización de este acto, por honrarnos al invitarnos a pronunciar estas palabras. Es oportuna la ocasión
para
proponer la publicación de un volumen contentivo de la poesía completa y la prosa; la biografía, referencias y notas críticas sobre el autor y su obra. Ezequiel Bujanda, nacido en esta ciudad en la cual además desarrollara tareas docentes antes de erradicarse para siempre en El Tocuyo, es merecedor de estos reconocimientos que iniciamos hoy y que bien podrían concluir con la edición que sugerimos, para cuyo logro sería pertinente la creación de un comité constituido por el Doctor
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Taylor Rodríguez, el Poeta Ramón Querales, el Licenciado Domingo Brito, el Escritor y Fotógrafo Carlos Eduardo López y el Profesor Américo Cortez. En el hogar de Jaime Cristo Nasser y su esposa Titina Bujanda, nieta del poeta, junto a Carlos Eduardo López, y otro nieto de Bujanda, Ezequiel, su homónimo, en una fraternal mesa redonda y un ambiente de rancia tocuyanidad y aromas bogotanos, iniciamos esta tertulia hace varios meses. De ella también y con aportes fundamentales vienen participando Lubio Cardozo, Ramón Querales, Luis Pascual Suarez y Yuyita Chiossone. No hemos concluido es el comienzo, la poesía convoca, confronta y unifica. Debemos conversar sobre lo esotérico y cabalístico en esta obra, en el apellido de sonoridad árabe y procedencia hispano-francesa, en la soledad del Curiel de Coro quien anduvo de la Ceca a la Meca. Mucho nos falta por develar.
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Gracias amigos por acompañarnos en estas iniciales, lúdicas y nutrientes búsquedas.
Paso Real, Junio 2015. Tito Núñez Silva.