“…Aquí en la Cárcel de Istimina los proyectos son constantes, y para todos los internos han sido muy importantes. Pero en el que nosotros hemos puesto mayor empeño y atención, ha sido en el programa de computación. Habíamos visto un computador allá en la distancia, y cuando lo tuvimos cerca supimos de su importancia. Muchos de los reclusos les agradecemos ahora, porque tenemos más cerca una computadora…” Verso de Leonardo Jóse Rentería, Interno de la Cárcel de Istmina.
«Tranquilo que aquí nadie lo va a robar», dice Leonardo José Rentería, “el poeta”, uno de los internos de la cárcel municipal de Istmina, una localidad ubicada en el departamento de Chocó –en el pacífico colombiano– a 75 kilómetros de Quibdó y bañada por los caminos, las cosechas y los afluentes del río San Juan. Istmina es un pueblo de afrodescendientes, mestizos, blancos e indígenas, donde la agricultura, la pesca, la minería y el comercio sostienen la vida y los anhelos de progreso de sus habitantes. El Santo Ecceo Homo, San Miguel Arcángel y la Virgen de las Mercedes se llevan las veneraciones y las creencias de una gran parte de la población… En la cárcel de Istmina, particularmente, la Virgen de las Mercedes –la Patrona de los Reclusos en Colombia– es la dueña de las oraciones y de los votos de fe de los internos, de los visitantes y de José Leonardo Rentería. “El poeta” es un hombre joven –con unos 35 años de edad sobre sus espaldas– que apoya sus pasos en un bastón, y que prefiere callar los recuerdos de aquel accidente que lo dejó con dificultades para caminar. “El poeta”, además, es alumno ejemplar de Sandra Orejuela, la bibliotecaria del pueblo, la promotora cultural de sus aspiraciones.
La Biblioteca Municipal Abraham Ayala de Istmina lleva servicios de extensión a la cárcel de la localidad desde agosto de 2013, y dicta cursos de alfabetización digital a los internos que se encuentran retenidos en este centro penitenciario. Desde entonces, “el poeta” y sus compañeros han aprendido a usar tabletas y computadores, y han abierto una enorme ventana a la libertad con el favor de la biblioteca pública. El liderazgo incansable de Sandra ha sido determinante en este valle de esperanzas y desesperanzas. La pequeña cárcel de Istmina es una construcción cuadrangular de puertas azules y paredes usadas que se esconde bajo las hojas de dos palmeras junto a una carretera destapada, llena de piedras, y sobre un terreno abonado por el polvo y las hierbas que ya se han muerto; este centro penitenciario de mediana seguridad tiene un patio central, 10 celdas con seis camas cada una y otros espacios propios del INPEC. A pesar de las limitaciones y de los aprietos que supone organizar actividades educativas para los internos, Sandra, una líder cultural por excelencia, propuso un curso de alfabetización digital para esta población, como parte de los servicios de extensión de la biblioteca municipal; un proyecto formativo que fue aceptado con todos los aplausos y las bienvenidas: asistió el Alcalde y la Secretaria de Educación de Itsmina, y la emisora local, Canalete Estéreo, hizo un cubrimiento para las noticias del municipio. Rápidamente, se inscribieron 13 internos que se distribuyeron en dos grupos de trabajo: quienes estudiarían los lunes, y quienes tomarían las clases los días martes. La asistencia, durante todo el proceso, fue uno de los grandes logros. Los internos se ubicaban en pupitres tallados por el tiempo, en un pasillo cercano al patio de la cárcel, y recibían las respectivas capacitaciones. Cada clase era una vuelta al pasado y a la vida de niños. Este lugar los acogía en sus momentos de aprendizaje porque las aulas y las salas del centro penitenciario estaban en remodelación, y con los techos en el piso.
Los versos de “El Poeta” Sus compañeros y la bibliotecaria lo llaman “el poeta”. Él, es el preferido de Sandra Orejuela por su capacidad inagotable para construir versos. Según recuerda, se inscribió a la capacitación porque quería usar una tableta, y se entusiasmó como un niño cuando la sostuvo en sus manos por primera vez. Era de esperarse, esa tableta representaba un viaje, una salida, una ventana para mirar el mundo y la libertad. Esa tableta guardaba en su interior millones de lugares distintos… y es que la cárcel es un “no lugar”, un espacio limitado, un tiempo donde los relojes no caminan, y donde las ilusiones mueren sin haber nacido. Por eso, los servicios de extensión que desarrolla la Biblioteca Municipal Abraham Ayala lo han motivado y le reviven el alma… nunca se imaginó, por ejemplo, que manejaría equipos electrónicos de esta generación, y que gozaría de estas metáforas de libertad. Este proyecto de formación digital le ha devuelto la esperanza. Es un respiro en medio del desconcierto. No en vano, la bibliotecaria del pueblo y los servicios con tecnología que le brinda la biblioteca pública representan un descanso para sus días. Antes, cuando estaba afuera, visitaba un café internet, pero “en ese tiempo las cosas no eran tan digitales, —dice ‘el poeta’ con una voz alegre—, estaba el mouse y el teclado. Yo escribía muy despacio, con los dedos índices. Por eso fue que la señora Sandra nos enseñó cómo debíamos poner los dedos en el teclado para digitar los textos”.
Las instrucciones de la bibliotecaria acerca de cómo se buscaba información en Internet, le permitieron mirar otras letras y conocer muchos textos de valor; lo primero que hizo cuando pudo utilizar una tableta sin la guía de Sandra fue indagar por escritos literarios y poesías. Y como un gesto de gratitud, escribió dos poemas especiales: uno para la señora Sandra, y otro sobre la experiencia de usar los computadores; aunque intenta recitarlos de memoria, sus olvidos lo traicionan; por esta
razón, justamente, trata de digitalizar sus poemas y se concentra en aprender a manejar Microsoft Word para terminar de transcribir un libro que tiene en mente. Luego, con la ayuda de la bibliotecaria que acompaña sus versos, pretende encontrar un concurso que le permita publicar sus trabajos literarios, y compartir sus visiones del mundo con quienes caminan en la libertad… “Lo cierto es que aquí la vida se aleja en medio de la espera. Los computadores y las tabletas son como una ventana para mirar hacia afuera, para ver y saber qué es lo que pasa con el mundo. Es como un pedacito de libertad”. Y “la libertad –como nos enseñaba Immanuel Kant– es aquella facultad que aumenta la utilidad de todas las demás facultades”… Lo que sugiere todos los aplausos para quienes han convertido, con la cautela necesaria, las herramientas de la tecnología en ventanas de libertad.
“Las tabletas no tienen teclas” Sus canas y sus movimientos lentos revelan el cansancio y el paso de los calendarios sobre su cuerpo. Tiene 60 años y muchos días de historia. Mide sus palabras y habla despacio, con la certeza de quien anhela no volverse a equivocar. No recuerda si en sus tiempos de libertad conoció las formas de una computadora… Pero, está seguro que nunca había tenido una tableta en sus manos. Fue la Biblioteca Municipal Abraham Ayala la institución que lo acercó a otras posibilidades de información y de comunicación. Cuando asistió al primer curso de alfabetización digital con la bibliotecaria de Istmina, Pedro Pablo contó con la fortuna de manipular el computador durante toda la clase, pues su compañero de pupitre estaba envuelto en el susto y en la incertidumbre que le sugería semejante novedad. “Recuerdo un poco las máquinas de escribir. Cuando yo iba a la escuela no teníamos nada de eso. Pero luego, un poco más viejo, tuve que escribir una carta para enviar a la alcaldía, y recuerdo que las teclas eran muy duras y tocaba golpearlas para que funcionaran. En los computadores todo es muy diferente, eso es apenas tocadito, todo es digital”, expone Pedro Pablo, cuando se refiere a sus primeros contactos con las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. “Las tabletas ni siquiera tienen teclas…”, complementa con un asombro particular. La forma como enseña Sandra Orejuela le ofrece un aire de tranquilidad porque sus palabras de docente también están cargadas del cariño y de las comprensiones necesarias. Gracias a los servicios de extensión de la biblioteca municipal, Pedro Pablo se siente más cerca de sus nietos y de la libertad; la tecnología le hace pensar que ya no está tan lejos de lo que perdió, y le ofrece nuevas reflexiones sobre aquellos errores del pasado. La tecnología le ha devuelto algunos años de vida y el entusiasmo de otras épocas… La tecnología le ha mostrado otro camino. En la cárcel, Pedro Pablo aprendió a hornear pan, y sueña con tener una panadería cuando regrese a su vida de antes… Alguien le dijo que podía hacer cursos en línea –sin desplazarse a ningún lugar– para perfeccionar lo que sabía hacer. Y ese dato lo llena de motivaciones. Espera con la ayuda de la bibliotecaria y con el juicio de sus prácticas, buscar clases en Internet y aprender de los mejores maestros. Los computadores, las tabletas, los juegos, los colores y las luces de la pantalla, acercan los internos de la cárcel de Istmina al universo de la libertad. Y es que, como dice Pedro Pablo, “El mundo cambia muy rápido, y hay que agradecerle a Sandra y a la biblioteca el hecho de no dejarnos presos y perdidos”.
El tiempo es corto… “Trabajar con los computadores es emocionante, aunque el tiempo es muy poquito y uno se siente como un niño con un juguete nuevo. Cuando Sandra se va, nos quedamos aburridos porque el tiempo es muy corto», dice Gustavo Córdoba, otro interno de la cárcel Las Mercedes de Itsmina. Gustavo es el más joven de todos; un hombre activo que se ha interesado en la producción de objetos tallados en madera, y que encontró en las ventanas de internet una oportunidad para realizar nuevos diseños, perfeccionar sus técnicas y ampliar sus conocimientos sobre esta práctica artesanal. En sus clases de formación digital dedica parte del tiempo a buscar en la red modelos y referentes novedosos de la talla. Gustavo usa el computador para tomar imágenes de obras famosas que se puedan realizar en la madera. Argumenta que las personas compran con más determinación los cuadros de pintores reconocidos que las tallas con girasoles o bodegones comunes. De esta manera, puede conseguir dinero, hacer lo que disfruta y evitar los problemas que lo llevaron a la prisión. “Uno no entiende sino conoce. Es decir, si no hubiera venido Sandra a enseñarnos cómo manejar los computadores, no se me hubiera ocurrido tallar cuadros de artistas importantes. Yo de arte no sé nada. Con los computadores es muy fácil porque uno puede buscar las fotos de los cuadros famosos de la historia. A mí me gustan los que tienen imágenes religiosas porque esos son los que compra la gente…” Es posible que Sandra, en su saber de bibliotecaria, no alcance a dimensionar la magnitud de lo que ha hecho con los internos y con este proyecto que merece todos las distinciones. La presencia de la biblioteca en la cárcel, con todas sus tecnologías, ha ocultado la tenacidad de las rejas, ha menospreciado la existencia del fracaso y ha derrumbado unos muros grises que se levantaron firmemente con la complicidad del error: “Y todos estamos aquí por un error propio o por un error de la justicia…”, decía el poeta, Leonardo José Rentería. Este proyecto de expansión bibliotecaria es más que un servicio institucional… Es un gesto valiente y solidario de Sandra Orejuela que constituye un abrazo a la libertad interior. Mahatma Gandhi, el célebre pensador de la India, tenía las mismas ideas que la bibliotecaria de Istmina: “No se nos otorgará la libertad externa más que en la medida exacta en que hayamos sabido, en un momento determinado, desarrollar nuestra libertad interna”. La Biblioteca Municipal Abraham Ayala hace parte del Proyecto Uso y Apropiación de TIC del Ministerio de Cultura de Colombia y la Fundación Bill & Melinda Gates, y ha desarrollado nuevos servicios para todos los públicos, y especialmente para los niños y los adultos, gracias a las nuevas tecnologías.