POR: HENRY GARCÍA GAVIRIA En la puerta de una biblioteca pequeña de paredes color naranja, ubicada a las orillas de una carretera de campo, los niños de una escuela hacen fila para abrazar a Jorge. Cada niño tiene algo para decirle, con sus miradas, con sonrisas llenas de gratitud, con ese cariño propio de los buenos amigos, o con el calor de unas manos sinceras. Es muy evidente: esos niños quieren a Jorge, esos niños se sienten orgullosos de Jorge, esos niños de la Institución Educativa El Naranjal admiran y adoran a Jorge… Debe ser porque Jorge también fue niño, y un niño de vereda, de escuela y de biblioteca pública. Deber ser, tal vez, porque Jorge es un hombre que juega como niño, “porque el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta”, como decía Neruda cuando hablaba de la incondicional belleza de la niñez. La niñez de Jorge, sin embargo, ya pasó; y a pesar de ello, aún conserva en sus comportamientos aquellas alegrías de la infancia y aquella simpatía propia de los niños que jamás crecieron. Esos años de niño se fueron lentamente entre los días y las noches que sucedían en el Alto de la Mina, arriba en una de las montañas de Chinchiná (Caldas), pero en él superviven intactas esas ideas soñadoras que lo impulsan cada mañana a creer en las utopías y en la posibilidad de triunfar en los caminos difíciles: “desde niño me ha tocado luchar para salir adelante, así es la vida en el campo”, dice Jorge. Su niñez se fue entre la vida en la finca, los juegos de infante, y los libros de pequeño lector. Una niñez llena de la nobleza, la simpatía y la rigurosidad de un hombre correcto como su difunto padre, don Sergio Valencia. Una niñez hecha, también, de la espiritualidad, el cariño y la honestidad de una madre que no se olvida, doña Elvia Ayala de Valencia. Y una niñez de donde nace aquella inclinación especial que siente Jorge por el universo que se esconde entre las líneas de cada libro, y de donde aprendió que la lectura es un refugio con muchas oportunidades para quienes anhelan un futuro distinto, posible.
En sus primeros años de vida, fue Mario Ramírez, su profesor de cuarto y quinto, quien le ofreció los consejos más sabios para la vida y quien lo acercó a las letras y al estudio. Al profesor Ramírez, probablemente, los habitantes de la Quiebra de El Naranjal y el Alto de la Mina, dos veredas cafeteras de Chinchiná, le deban mucho. Para Jorge fue una de sus grandes inspiraciones, uno de los formadores de su liderazgo, y un guía oportuno para su imaginación de niño inquieto: “usted tiene que estudiar, usted tiene que preparase y salir adelante con sus capacidades”; eso se quedó instalado en algún lugar de la memoria de Jorge, y se mantiene hasta hoy. Su juventud también ha pasado; fue una época preciosa, llena de muchos esfuerzos para ayudar a su familia y cruzada por los embates absolutos de ciertas carencias. Una vez hubo terminado el colegio, siendo el “niño de la casa” y el único bachiller de los “Valencia”, Jorge debió asumir responsabilidades de adulto y enfrentar los bemoles del campo: recoger café en tiempos de cosecha, sacar leña de los bosques, desherbar con machete y azadón, sembrar tomates, y abonar los cultivos. Durante dos años, entre jornales, lluvias, poco dinero, y heridas en sus manos débiles, aprendió lo que significa luchar la vida desde abajo, y a ganarse el pan de cada día con el sudor del rostro, los pies en la tierra y el favor de las oraciones. Desde joven, y por su vocación, Jorge se vinculó a la Junta de Acción Comunal del Alto de la Mina y comenzó su trayectoria como líder social de la Quiebra de El Naranjal; condiciones que lo llevaron a trabajar, posteriormente, como funcionario de la inspección de precios de Chinchiná y como secretario y tesorero de seis escuelas, mientras adelantaba sus estudios de Administración de Empresas. A paso lento, y entre las adversidades propias de su realidad, se alejó de esa vieja consigna de los campesinos de antaño que designa “las mujeres a la cocina y los hombres a las labores de la tierra”. Tras varios años en la administración pública, fue el responsable de las compras de un consorcio de ingenieros, y estuvo empleado como operario en una tostadora de café. Labores que, a pesar de la importancia que representaron en su momento, no cumplían sus aspiraciones. Su destino laboral estaba escrito: “Jorge siempre ha sido un líder social que todos queremos en nuestras veredas. Jorge Helmer es un grande”, expresa César Gómez, propietario de la Hacienda El Sinaí, y amigo de la infancia y de la vida de Jorge Helmer. En el año 2011, Jorge recibe un llamado de la alcaldesa de turno de su municipio, Magdalena Builes, quien lo nombra bibliotecario público de la Biblioteca Rural El Naranjal de Chinchiná, como reconocimiento a su amplia labor social y comunitaria. En ese momento, su vida toma una dirección especial; Jorge Helmer asume el trabajo que siempre había anhelado: una labor que le permitiría servir a su comunidad, gestionar oportunidades para su gente, ejecutar aquellos proyectos
sociales que tenía desde joven, impulsar el desarrollo de sus veredas, y promover iniciativas culturales y educativas para toda la población de la Quiebra de El Naranjal y el Alto de la Mina. Sin embargo, el panorama inicial no ofrecía mucha inspiración. Una casa vacía, y libros guardados en cajas de cartón, era todo lo que esperaba a Jorge Helmer en la biblioteca pública. La ausencia de todo, o de casi todo, era inapelable: no tenía una sola silla, no se veía mesa alguna, no existían estantes, no había ningún equipo tecnológico, no parecía una biblioteca… Por otra parte, sí abundaba el polvo, la necesidad de pintura y la desolación. Cualquiera hubiese decidido no volver al día siguiente, menos Jorge Helmer. Su primera labor fue organizar lo existente; con escoba, trapero, brocha y sacudidor se apropió de la biblioteca, y comenzó a convertirla en un “lugar para estar”. Tener la biblioteca pública limpia y organizada era una consigna fundamental para Jorge Helmer. Durante días estuvo entregado, horas completas, a los deberes del aseo… Jorge era –como ahora– uno más de los muchos bibliotecarios responsables de todos los oficios de su lugar de trabajo. Semanas después, aferrado a la esperanza y apelando a la solidaridad, comenzó a tocar puertas para suplir las necesidades inaplazables de su biblioteca pública: una donación de sillas proveniente de la Cooperativa de Trabajo Asociado del Café; un grupo de estantes, mesas y sillas entregadas por la Alcaldía de Chinchiná, y un conjunto de pupitres universitarios, un escritorio, un sofá y unos archivadores aportados por la Fundación Manuel Mejía, constituyen los primeros bienes de una de las bibliotecas más inspiradoras y representativas de toda Colombia. Jorge Helmer, impulsado por su recursividad y su vocación social, lideró varias acciones para la consecución de fondos que le permitieron mejorar la seguridad de la biblioteca, y adquirir materiales para la gestión administrativa y la realización de actividades educativas y culturales. La rifa de un “pollo millonario” y la “venta de una lechona” fueron las cosechas iniciales de un bibliotecario que empezaba a mostrar visos de lo que sería el futuro de la Biblioteca Pública Rural El Naranjal de Chinchiná. Unos meses después, con escobilla en mano, y la suficiente pintura color naranja, Jorge Helmer hizo de su biblioteca pública un símbolo característico de la vereda. Con la entrega de su personalidad, y durante muchas jornadas de incansable trabajo, tiñó las paredes de alegría y de vida… Y esa casa gris, descolorida por el uso, los años y el vacío, se convirtió en un espacio soñado que convocaba a toda la comunidad con un letrero de trazos sencillos: “Muy pronto, aquí, la Biblioteca Pública Rural”. Hoy día, por fortuna, todos los habitantes de esta localidad saben de la existencia viva de la “casa color naranja”. Así fueron las semanas iniciales de una biblioteca admirable, donde un bibliotecario público con dos reuniones de sensibilización, se encargó de llevar el proyecto de su biblioteca al corazón de los caficultores, de la Junta de Acción Comunal, de la policía, de la Fundación Manuel Mejía, y de otras organizaciones del territorio. Gracias a esta Red de Aliados y al Grupo de Amigos de la Biblioteca, la “casa color naranja” tiene hoy una fuerza especial y es visible para el Ministerio de Cultura de Colombia, la prensa nacional y los medios locales… Es un ejemplo para todo el país. Su capacidad para desarrollar actividades, servicios y proyectos que responden a las necesidades e intereses de la comunidad, posiciona este centro de información y conocimiento, este lugar para la convivencia y los sueños, como uno de los más sobresalientes de Colombia. Las ideas de Jorge tienen una afinidad especial con la población de su querida Chinchiná; los proyectos que lleva a cabo en la biblioteca pública compaginan con las expectativas de quienes habitan su territorio: los cursos de “Procesamiento de Leche, Frutas y Derivados”, “Alojamiento Rural”, “Barismo”, “Costos para pequeños caficultores”, “Sistemas para adultos”, la “Hora del Cuento con Tecnología”, la “Conferencia de Modalidad Familiar”, el “Servicio de Información Local”, y la “Videoteca”, son algunas de las iniciativas que se han realizado en la “casa color naranja”, y que le han representado distintos reconocimientos institucionales: hacer parte de la Zona de Bibliotecas Vivas en el Segundo Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas, integrar del piloto nacional del Proyecto Uso y apropiación de TIC en bibliotecas públicas, ocupar el tercer puesto en el Premio a actividades y servicios innovadores con TIC en bibliotecas públicas, entre otros.
En la actualidad, la biblioteca es un eje fundamental en la vereda: participa en los eventos y efemérides de las escuelas rurales, coordina proyectos sociales para el desarrollo comunitario, lidera celebraciones especiales en distintas épocas del año, reúne los caficultores en torno al progreso veredal, y gestiona oportunidades para los menos favorecidos. La “casa color naranja” se ha consolidado como un punto de encuentro frecuentado por todos los públicos: los niños asisten a la biblioteca para utilizar el servicio de préstamo interno y externo, participar de los talleres de lectura y la hora del cuento, ver y escuchar videos, y hacer parte de las actividades lúdicas y recreativas (Día de las Cometas, Fiesta de los Niños, Día de los Disfraces); los jóvenes van a consultar tareas, a prestar textos, a solicitar asesorías para trabajos académicos, y a buscar información en internet; y los adultos, como niños, asisten a cursos, capacitaciones, conferencias y talleres de manualidades y artesanías. Para Jorge Helmer, integrar el Proyecto Uso y apropiación de TIC en bibliotecas públicas fue una de las grandes fortalezas de la Biblioteca Pública Rural El Naranjal: “La tecnología genera un gran impacto social en la comunidad; especialmente, en las personas adultas. Permite conocer otros mundos. Además, posibilita que las personas se apropien de la biblioteca, y contribuye a disminuir la brecha digital. Lo más positivo es que se puede generar tejido social con la tecnología”. Gracias a la biblioteca, unidades productivas como el Alojamiento Rural Villa Marcela, propiedad de Laura Rosa Adarve Holguín, o el Café Museo El Sinaí, liderado por César Gomez, son referentes de emprendimiento en las veredas de Chinchiná. “Esta biblioteca significa un cambio extremo en mi vida porque me ayudó a descubrir mi vocación de empresaria en un momento muy difícil de mi situación personal… Por eso, para mí, “Jorge Helmer es una persona estelar, un bibliotecario maravilloso, y un ídolo de nuestra comunidad”, señala Laura Rosa, cuando se refiere a la “casa color naranja” y a su inquilino principal. “Jorge Helmer es un amigo para confiar, y es la persona que nos puede ayudar a todos en la vereda”, expresa, entre sonrisas, María José Rengifo, una niña de 10 años, estudiante de cuarto grado de la Institución Educativa El Naranjal, y asistente ejemplar de la Hora del Cuento con Tecnología. Y esa, precisamente, pude ser la mejor descripción para Jorge… Un amigo de la comunidad, un bibliotecario soñador, un líder incansable, un ejemplo de vida, un orgullo de la tierra, un niño de escuela, de campo y de biblioteca pública, un adulto que ha logrado ser lo que soñaba cuando fuera mayor: “un niño, un creador de ideas”.