Bibliotecas como escenarios de paz
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Bibliotecas como escenarios de paz EL LOGOTIPO
r p o ra t i v a d e l a O E I
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M INIS T E R IO D E C U LT U R A Mariana Garcés Córdoba m i n i s t r a d e c u lt u r a
Zulia María Mena García v i c e m i n i s t r a d e c u lt u r a
Enzo Rafael Ariza Ayala s e c r e ta r i o g e n e r a l
Consuelo Gaitán Gaitán d i r e cto r a d e l a b i b l i ot e c a n a c i o n a l d e c o lo m b i a
R E D NAC IONAL D E BIBL IOT E C AS PÚ BL IC AS Sandra Suescún Barrera coordinadora nacional d e s e r v i c i o s b i b l i ot e c a r i o s
Luz Adriana Martínez líder de asistencia técnica
Paola Roa l í d e r d e fo r m a c i ó n
© 2017. Ministerio de Cultura Biblioteca Nacional de Colombia
Alejandra Pacheco Estupiñán c o o r d i n a d o r a d e l a e s t r at e g i a d e p r o m oto r e s d e l e ct u r a r e g i o n a l e s
© 2017. Silvia Castrillón, Diana Guzmán, Sergio Guarín y Luis Álvarez, por los textos.
Alexander Carreño c o o r d i n a d o r p r o y e cto b i b l i ot e c a c o m o e s c e n a r i o s d e pa z
República de Colombia
John Machado Daniela Barrera
c o o r d i n a c i ó n e d i to r i a l
Cataplum Libros
a s e s o r e s d e l p r o y e cto b i b l i ot e c a c o m o e s c e n a r i o s d e pa z
diseño
Camila Cesarino Costa
Estrategia de Promotores de Lectura Regionales Equipo coordinador y promotores de lectura
impresión
Imprenta Nacional de Colombia isbn
978-958-5419-10-0
Impreso en Colombia Todos los derechos reservados. Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia
OR G ANIZAC IÓN D E E S TAD OS IBE R OAM E R IC ANOS
Bibliotecas como escenarios de paz / Silvia Castrillón ... [et al.]. - Bogotá : Ministerio de cultura : Biblioteca Nacional de Colombia. Red Nacional de Bibliotecas Públicas, 2017. p.
Paulo Speller
ISBN 978-958-5419-10-0
d i r e cto r d e o f i c i n a r e g i o n a l b o g otá
1. Bibliotecas públicas – Servicio de extensión - Colombia 2. Bibliotecas y comunidad – Colombia 3. Bibliotecas públicas Aspectos sociales – Colombia 4. Papel social de la biblioteca Colombia I. Castrillón, Silvia
Carolina Serrano Serrano
CDD: 027.4209861 ed. 23
CO-BoBN– a1006427
s e c r e ta r i o g e n e r a l
Ángel Martín Peccis
c o o r d i n a d o r a d e p r o y e cto s d e c u lt u r a
presentación 9
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Silvia Castrillón Hacer paz es hacer democracia 25 las bibliotecas como espacios para el diálogo Sergio Guarín Lectura y libertad 43
Diana Guzmán Hacia una historia de las 65 bibliotecas públicas en Colombia
Luis Eduardo Álvarez Marín Una casa para la armonía 107
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i n t r o d u c c i ó n 10
Silvia Castrillón Hacer paz es hacer democracia 18 las bibliotecas como espacios de diálogo Sergio Guarín Lectura y libertad 34
Diana Guzmán Hacia una historia de las 54 bibliotecas públicas en Colombia
Luis Eduardo Álvarez Marín Una casa para la armonía 100
presentación consuelo gaitán
d i r e cto r a d e l a b i b l i ot e c a n a c i o n a l d e c o lo m b i a
“
Ya es hora de entender que este desastre cultural no se remedia ni con plomo ni con plata, sino con una educación para la paz, construida con amor sobre los escombros de un país enardecido donde nos levantamos temprano para seguir matándonos los unos a los otros. Una educación inconforme y reflexiva que nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se parezca más a la que merecemos. Que nos oriente desde la cuna en la identificación temprana de las vocaciones y las aptitudes congénitas para poder hacer toda la vida solo lo que nos guste, que es la receta mágica de la felicidad y la longevidad. En síntesis, una legítima revolución de paz que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante casi dos siglos hemos usado para destruirnos, y que reivindique y enaltezca el predominio de la imaginación.
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mensaje de gabriel garcía márquez al presidente andrés pastrana con motivo del inicio de los diálogos de paz con las farc en el caguán, 1998.
En esta contundente reflexión de Gabriel García Márquez está condensado el papel crucial que desempeñan las bibliotecas para la construcción de un país que aspira a ser verdaderamente democrático. Sustituir las armas por las palabras no es solo una bella frase, es una visión incluyente y pacífica en la que la comprensión de las razones del conflicto es condición para superarlo. «La restitución de la palabra es una tarea inaplazable», dice Silvia Castrillón en el primer artículo de este libro. Y nosotros, que hemos ido a las regiones apartadas, aplastadas y silenciadas por el miedo a las armas, hemos asumido la responsabilidad de tomar la
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iniciativa y hacer de las bibliotecas públicas de Colombia el escenario para que brote una «legítima revolución de paz». Formar para la convivencia, llenar de significado palabras como solidaridad y empatía, es una tarea inseparable de la lectura y el conocimiento de las diversas manifestaciones humanas que contienen las artes. Gabo habla de la imaginación y Martha Nussbaum le pone apellido: imaginación receptiva. Dice que no solo se requiere de instituciones y normatividad para el ejercicio de una democracia plena; la ficción juega un papel fundamental para hacernos ver las motivaciones y contradicciones de quienes son diferentes a nosotros, para la comprensión de sus emociones, sentimientos y pensamientos. Por eso la convivencia pacífica, el ejercicio de una ciudadanía generosa y responsable, requiere de una visión compasiva y empática con las diferentes opciones que han tomado y vivido ciudadanos diferentes a nosotros: «la imaginación narrativa constituye una preparación esencial para la interacción moral» (Nussbaum, 2005). Cuando Sergio Guarín, en el desarrollo de otro de los artículos de este libro, llama la atención certeramente sobre la íntima relación entre modelo de desarrollo y paz, está señalando lo esencial que es formar ciudadanos capaces de identificar, desde su libertad interior, lo que consideran valioso y, por ende, participar en la búsqueda del bien común, que no es nada distinto a toda una aspiración verdaderamente democrática. El rol de las bibliotecas públicas y la lectura en estos procesos de formación es esencial y permite recuperar la idea de comunidad.
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Las 1.444 bibliotecas que conforman la Red Nacional de Bibliotecas Públicas son invaluables centros de intercambio comunitario y, por lo tanto, lugares ideales para proponer una forma distinta de convivencia, pacífica e imaginativa. En las bibliotecas públicas los ciudadanos acceden a la lectura y la escritura como derechos fundamentales, herramientas que propician cambios, prácticas socioculturales y, por supuesto, las disfrutan por el goce estético que producen, experiencia personal insustituible. La lectura y la escritura tienen un papel esencial en la nueva agenda de la paz, pues al fomentar la creatividad y la imaginación, impulsan los cambios necesarios para transformar los paradigmas en nuestras relaciones y evidencian el carácter eminentemente cultural que tiene la paz. Por eso tiene un peso simbólico tan poderoso para nuestro país que las 20 Bibliotecas Públicas Móviles, que prestaron servicios en las zonas donde temporalmente se concentraron los excombatientes de las farc para entregar las armas y reincorporarse a la vida civil (hoy Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación), hayan sido pioneras en la atención de las comunidades de estas veredas en el período del posacuerdo. Dado el valor de las bibliotecas públicas y de la lectura para la transformación de nuestro país, desde 2010 se puso en marcha el Plan Nacional de Lectura y Escritura «Leer es mi Cuento», proyecto que desarrollan conjuntamente el Ministerio de Cultura y el Ministerio de Educación. Este Plan ha tenido la inversión más alta que un Ministerio de Cultura haya hecho en lectura y bibliotecas (628.000 millones) en toda su historia, y ha apostado por fortalecer
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las bibliotecas públicas, incrementar el acceso al libro y revitalizar el ecosistema de la lectura en Colombia. Leer es mi Cuento ha logrado hacer aportes muy importantes en la cobertura de las bibliotecas públicas, por medio de la construcción de nuevas sedes: para 2018, el Ministerio de Cultura entregará 200 en todo el país. Igualmente, el Plan ha modernizado las bibliotecas públicas dotándolas con infraestructura tecnológica: todas las bibliotecas tienen entre 10 y 15 computadores —proporcionados por el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones— y una dotación adicional de tecnologías complementarias como pantallas, sistemas de audio, proyectores, tabletas, entre otros. Hoy en día, las 1.444 bibliotecas que conforman la Red Nacional de Bibliotecas Públicas están actualizadas tecnológicamente. El Ministerio de Cultura ha invertido 23.979 millones en conectar a internet a las bibliotecas públicas y, en articulación con la inversión en ese sentido hecha por el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones y los entes territoriales, hoy el 92 % de las bibliotecas están conectadas a la red. Por otra parte, todos los años se realiza una actualización en dotación de materiales bibliográficos para todo el país: se han entregado alrededor de 17 millones de libros en diversos escenarios —Viviendas de Interés Social Prioritarias, hogares de Bienestar Familiar, entre otros espacios no convencionales—, de los cuales 3,7 millones han sido enviados a las bibliotecas públicas del país. Los bibliotecarios han recibido una oferta completa de formación: 1.539 acompañamientos presenciales y capacitación a bibliotecas públicas a través
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de la Estrategia de Promotores de Lectura Regionales; 1.503 bibliotecarios públicos y escolares han sido formados en el Proyecto Biblioteca-Escuela, 1.510 bibliotecarios públicos en competencias tic y 1.004 en los programas de primera infancia y jóvenes lectores. Sin duda, las bibliotecas tienen un papel protagónico para fomentar el diálogo, la participación comunitaria, los liderazgos locales y, en suma, para cambiar la manera como hemos convivido los colombianos, instaurando la empatía como hilo conductor de la pacificación de nuestro país («la distancia más corta entre dos personas es siempre una historia»). La ruptura en el tejido social que produjo la violencia la recompone con inmensa eficacia la cultura. Por eso nuestra propuesta, acogiendo el llamado de Paul Lederach, fue arriesgarnos a proponer las bibliotecas como escenarios de paz, como los espacios donde se discuta y construya la nueva perspectiva de una Colombia en paz.
Referencias Calabuig, D. (2013). Conferencia sobre narrativas transmedia dictada en el ix Festival Internacional de Comunicación Infantil, Madrid, España. García Márquez, G. (1998). Mensaje de Gabo sobre la paz en Colombia. Archivo Andrés Pastrana. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=Lx3AlVi3kfI Lederach, J. P. (2016). La imaginación moral. El arte y el alma de la construcción de la paz. Bogotá: Semana. Nussbaum, M. (2005). El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de la reforma en la educación liberal. Barcelona: Paidós.
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introducción paola roa l í d e r d e fo r m a c i ó n d e l a r e d
n a c i o n a l d e b i b l i ot e c a s p ú b l i c a s
La elaboración de este libro fue una
La siempre
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B
oportunidad de aprendizaje y reflexión para el equipo de la Biblioteca Nacional de Colombia y la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, rnbp, alrededor de un asunto que se prevé determinante en la historia de nuestro país: la firma de los acuerdos de paz entre el Gobierno y la guerrilla de las farc. Presenciar este acontecimiento que marcaba un hito en la historia del conflicto armado guerra se adormila en Colombia suscitó al interior de con un ojo abierto. la Biblioteca Nacional, como en la Alain Resnais mayoría de la sociedad colombiana, una serie de preguntas y debates con los que se buscaba despejar el panorama en el cual se daban los acontecimientos, y así hacer comprensible el sentido que tenía el anuncio de un proceso que durante décadas se creyó imposible. En nuestro caso, como funcionarios al servicio de una red bibliotecaria compuesta por 1.444 bibliotecas públicas, ubicadas en los distintos municipios de Colombia, el ejercicio de reflexión grupal también demandaba una elaboración conceptual con fines públicos, desde la cual la biblioteca, como institución social, hiciera parte del diálogo que se estaba dando en diferentes instancias de la sociedad colombiana.
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Este ejercicio —el de pensar la gestión bibliotecaria a la luz de la coyuntura nacional y aventurarse a enunciar los atributos que les permiten a las bibliotecas aportar a la construcción de la paz en comunidades que durante años han vivido en medio del conflicto— significaba un esfuerzo de sensatez con el cual se buscaba que la esencia de nuestras bibliotecas, y el potencial que veíamos en ellas, diera como resultado un proceso con el que cada bibliotecario se sintiera representado, y en el cual hallara sugerencias útiles para continuar con su tarea, en sintonía con las trasformaciones políticas, educativas y culturales que implica la firma de los acuerdos. La premisa en la que coincidimos durante los primeros encuentros de trabajo sugería, por una parte, que no era necesario someternos a un aparataje discursivo ajeno a la realidad cotidiana de las bibliotecas. Por otra parte, también dejaba claro que no por estar en una coyuntura histórica podíamos instrumentalizar la práctica bibliotecaria para hacerla tener un cariz distinto, presentándola como una institución altruista o con misiones terapéuticas desproporcionadas frente a sus propios ritmos y acciones cotidianas. Tampoco podíamos direccionar las acciones de la biblioteca hacia alguno de los partidismos que para el momento en el que comenzamos la discusión dividían al país con intensidad. Es decir, no debíamos crear una nueva definición de biblioteca pública para Colombia, sino que necesitábamos enriquecer la enunciación social de la biblioteca en el
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país, a partir de sus servicios básicos, su trayectoria, sus logros y los aprendizajes de sus momentos más críticos. El trabajo que se realizó con los 1.444 bibliotecarios públicos de la Red Nacional se basó en el principio de que la biblioteca, como institución social, hace su aporte al país prestando servicios de calidad, manteniendo las puertas abiertas para todos; garantizando el acceso a la palabra oral y escrita, a la información y al arte en condiciones de igualdad; desplegando acciones en procura del encuentro entre las personas, el conocimiento y las diversas expresiones culturales; apoyando la recuperación y conservación de la información y las tradiciones de las comunidades, movilizando materiales escritos en lugares alejados de los centros poblados; entre otros. Estas características, que pueden parecer genéricas, son la estructura que sostiene la acción bibliotecaria desde la cual se pueden hacer innovaciones y contribuciones profundas en el devenir político, educativo y cultural de las comunidades. Comunidades que para tomar decisiones necesitan estar informadas y tener un principio de realidad alimentado por diversos puntos de vista. En otras palabras, el trabajo permitió que las bibliotecas se fortalecieran en la misión que siempre les ha sido encomendada. Con estos propósitos se diseñó y desarrolló el proyecto «Bibliotecas como escenarios de paz», que con el apoyo de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (oei), desplegó una estrategia de formación y acompañamiento a trescientas bibliotecas
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públicas del país, ubicadas en los municipios priorizados en las mesas de La Habana como aquellos más afectados por el conflicto armado en Colombia. 30 promotores de lectura estuvieron encargados de visitar estas bibliotecas durante un año y realizar jornadas de formación y asistencia técnica. Las actividades, que contaron con la participación de los bibliotecarios y la comunidad, se realizaron en torno a la lectura y la escritura, la gestión bibliotecaria y la función de la biblioteca pública. El objetivo del proyecto consistió en contribuir a fortalecer las bibliotecas públicas del país como espacios para el encuentro, el diálogo, la lectura y el disfrute de las artes. Por otra parte, y para apoyar este recorrido por municipios y bibliotecas, el proyecto contó con un componente académico en el cual participaron profesores de diferentes disciplinas, en conjunto con la Biblioteca Nacional y los promotores de lectura que desarrollaron los procesos de formación. El trabajo de este equipo académico dio como resultado un marco conceptual que, en diálogo con la experiencia, enriqueció el conocimiento y la comprensión que tenemos de la biblioteca pública en Colombia y las formas como esta puede aportar al periodo histórico actual. El análisis realizado se hizo desde una perspectiva eminentemente histórico-política, y se buscó con él complementar las diferentes elaboraciones conceptuales y metodológicas desarrolladas por la Red Nacional de Bibliotecas Públicas a lo largo de los últimos años en otros ámbitos, como el de los servicios bibliotecarios, la promoción de la lectura y la diversidad cultural.
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Privilegiar la reflexión en torno al carácter político de la acción bibliotecaria fue el resultado de diferentes inquietudes manifestadas por el equipo de la «Estrategia de promotores de lectura regionales», que en su recorrido y conocimiento de la realidad de nuestro país se preguntaba cómo hablar de paz en municipios de Colombia donde esta noción se asocia, sobre todo, a disputas partidistas, y cómo hablar de paz con bibliotecarios y usuarios de bibliotecas que perciben esto como un riesgo. Las inquietudes de los promotores daban cuenta, desde un área delimitada —el de la biblioteca—, del complejo contexto en el cual viven cientos de comunidades en nuestro país. Emprendimos entonces el estudio de temas que nos ayudaron a analizar todas estas ideas, de la manera más natural, entre bibliotecarios y usuarios, para poder trasladar al ámbito de la gestión bibliotecaria los asuntos que ocupaban a la opinión pública de Colombia. Se reflexionó sobre estas inquietudes a partir de nuestras competencias: los servicios bibliotecarios y el acceso a la información, la lectura y la escritura. Fue así como se buscó que los actos de la biblioteca hablaran de paz, que la biblioteca hiciera posible la idea de política como la entendían los antiguos, como «conciencia, opinión y acción sobre los asuntos comunes», premisas que se esbozan en el primer capítulo del presente libro, «Hacer paz es hacer democracia». El trabajo de estudio e investigación documental se realizó en distintas etapas.
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En primera instancia, con la intención de conocer los relatos de varios de los bibliotecarios de nuestro país para los cuales la guerra había influenciado la gestión de sus bibliotecas, el antropólogo Andrés Cancimance entrevistó a 45 bibliotecarios públicos en 2015. En estas entrevistas, que hacen parte del archivo de la rnbp, es posible apreciar cómo las bibliotecas en Colombia han sido testigos de trasformaciones simbólicas, educativas y políticas generadas por el conflicto armado. En estos relatos también es posible apreciar la entereza de los bibliotecarios que, en muchos casos, sin contar con una formación inicial para el desarrollo de su oficio, han desplegado acciones de resistencia y encuentro comunitario en medio de situaciones harto difíciles para su municipio, construyendo un saber y un quehacer bibliotecario excepcional. Por otro lado, para robustecer nuestros conocimientos sobre diferentes aspectos relacionados con la paz y con el conflicto en Colombia, todo el equipo de la «Estrategia de promotores de lectura regionales» y del área de formación de la rnbp participó en clases y conversaciones sobre la teoría del conflicto y la paz. Además, emprendimos la lectura simultánea del libro La
imaginación moral de John Paul Lederach, que a manera de marco teórico común nos daría coordenadas para los análisis y descripciones de las situaciones que cada promotor registrara durante su recorrido por los distintos territorios y para la elaboración de un relato sobre la experiencia del proyecto desde la rnbp. Los principales
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planteamientos de esta revisión conceptual se encuentran en el segundo capítulo, «Lectura y libertad»; y la experiencia del proyecto como tal se encuentra relatada en el cuarto capítulo, «Una casa para la armonía». La investigación contempló, por otra parte, la perspectiva histórica de la biblioteca como espacio público en Colombia. Tarea que encargamos con la urgente necesidad de contar con referentes que nos hablaran del papel de las bibliotecas en diferentes periodos de la historia política y social del país. Considerábamos necesario mirar el pasado para alimentar el presente del proyecto que desarrollábamos, queríamos saber más acerca de los bibliotecarios que nos antecedieron. En el tercer capítulo, «Hacia una historia de las bibliotecas públicas en Colombia», se encuentra un informe con el resultado de este trabajo, el cual contó con varios hallazgos documentales importantes, desconocidos hasta ahora dentro del panorama histórico de las bibliotecas en Colombia. Por último, durante el desarrollo conceptual y práctico del proyecto, para no perder de vista la experiencia de los bibliotecarios y del equipo de la rnbp, desarrollamos un proceso de escritura colectiva, en el cual cada uno de los miembros del equipo, 40 en total, escribió un texto con sus reflexiones y los hallazgos realizados a lo largo de su recorrido por las bibliotecas priorizadas por el proyecto en 2016. El capítulo «Una casa para la armonía» es uno de esos textos, y en él se recoge la voz de varios de los promotores participantes del proyecto a la luz de los asuntos estudiados durante su desarrollo.
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Esperamos que este libro cumpla con su propósito de apoyar la reflexión y el diálogo al interior de la comunidad bibliotecaria de Colombia, a propósito de la realidad de nuestro país y de las demandas políticas, sociales y educativas que se les hace a las bibliotecas públicas. Demandas que pueden cumplir con suficiencia, siempre y cuando se concentren en su misión y se dispongan a ser espacios públicos para la palabra en sus manifestaciones orales y escritas, con las puertas abiertas a todos y siempre reflexionando sobre su quehacer. También esperamos que los bibliotecarios públicos municipales, a quienes está dirigido el libro, encuentren en estos textos asuntos que sean de su interés y que en algo alimenten la reflexión sobre su trabajo. Quizá al transitar por cada uno de los capítulos puedan revivir el recorrido que realizamos al desarrollar el proyecto «Bibliotecas como escenarios de paz», de la mano con bibliotecarios y usuarios de bibliotecas públicas de todo el país.
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silvia castrillón
Hacer paz es hacer democracia Las bibliotecas como espacios para el diálogo
silvia castrillón
Inició en Colombia el debate sobre las políticas públicas de lectura con la creación de diferentes entidades: la Asociación Colombiana para el Libro Infantil y Juvenil, Fundalectura y Asolectura. Fue asesora de organismos internacionales en materia de lectura, escritura, bibliotecas y literatura infantil: oea, oei, Cerlalc, Unesco, y
de diferentes gobiernos de países de América Latina. Ha sido jurado de Premios de Literatura Infantil: Hans Christian Andersen, Premio sm y Premio Latinoamericano Norma-Fundalectura. Es autora de los libros: Modelo flexible para un sistema de bibliotecas escolares (1982); El derecho a leer y a escribir (2004); Una mirada (2010) y, con Didier Álvarez Zapata, Biblioteca escolar (2013).
preámbulo Este capítulo se originó a partir de la pregunta sobre la función política de la biblioteca y las cuestiones esenciales del quehacer bibliotecario, las cuales permiten profundizar en el diálogo en torno a la lectura y la escritura como derechos, la democracia, la paz y el significado de lo público. Con este texto se pretende brindar ideas para la reflexión sobre el papel de las bibliotecas y de los bibliotecarios en la construcción de la democracia y la paz. Durante el desarrollo de este proyecto esa fue una de las principales cuestiones a explorar desde diferentes puntos de vista y experiencias. El proyecto Bibliotecas como Escenarios de Paz invitó a la autora, Silvia Castrillón, maestra de varias generaciones de bibliotecarios, promotores de lectura y gestores culturales del país, a que compartiera sus reflexiones sobre los asuntos mencionados, y que a partir del análisis crítico que caracteriza su trabajo sugiriera vasos comunicantes entre algunos conceptos de la filosofía política y el quehacer bibliotecario en Colombia.
Nosotros somos como enanos encabalgados sobre los hombros de gigantes y así podemos ver más cosas y más lejos que ellos, pero no por tener la vista más penetrante o poseer más alta estatura, sino porque el tamaño de los gigantes nos eleva y sostiene a una cierta altura. Bernardo de Chartres, siglo xii
Desde mi aldea veo cuanto de la Tierra se puede ver del Universo… Por eso mi aldea es tan grande como cualquier otra tierra, porque yo soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi altura. Fernando Pessoa, 1888-1935
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stos dos pensamientos, expresados con ocho siglos de diferencia, señalan la importancia que tiene la posibilidad de ver más allá y de hacer propio el patrimonio representado en el pensamiento acumulado de la humanidad y puesto a disposición de todos mediante la palabra escrita, los libros y, por supuesto, las bibliotecas. El propósito de este capítulo es reflexionar acerca de las funciones educativas y políticas de las bibliotecas como espacios públicos para el debate, la reflexión, el pensamiento y el diálogo sobre temas que conciernen a los colombianos en su condición de personas, de ciudadanos con el derecho y el deber de participar en la construcción de un país democrático, de lo cual se deriva una construcción colectiva de la paz. Si se considera que las bibliotecas tienen como función central garantizar el acceso a la cultura escrita, sería conveniente para el desarrollo del tema de este capítulo entender la cultura escrita como bien público y como medio para la construcción individual y colectiva de la democracia y de lo público; y la biblioteca, ella misma, debe también entenderse como bien público y como espacio para su construcción, y por lo tanto, para la consolidación de una verdadera democracia, en donde los hombres y las mujeres participen de manera crítica y activa en la transformación de sus realidades, y sean capaces de
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reconocerse a sí mismos y a los demás en su condición de sujetos que pueden intervenir en el diseño de nuevas realidades. Se da por sentado que la lectura y la escritura son prácticas buenas en sí mismas. Es un lugar común atribuir a la lectura y a los lectores condiciones asociadas con el saber, la inteligencia, la sabiduría, la posibilidad de desenvolverse en un mundo cada vez más competitivo. Se asocia la cantidad de libros leídos per cápita con niveles de desarrollo económico, social y cultural. Sin embargo, estas creencias no hacen distinción entre diversas prácticas de lectura, diversos materiales de lectura y, sobre todo, diversos propósitos e intenciones de lectura. Se hablará, por consiguiente, a lo largo del capítulo de la lectura como bien público y como derecho. Pero antes es preciso establecer de qué lectura y de cuáles prácticas de lectura se habla cuando se considera esta como derecho y bien público, pues no cualquier lectura —dentro de las muchas prácticas que existen y que pueden ser válidas— tendría que merecer la inversión de esfuerzos y recursos públicos para su promoción. La lectura y la escritura que el Estado tiene la obligación de garantizar como derechos —especialmente a través de
las diversas redes de lectura pública y bibliotecas puestas a disposición de la ciudadanía—, y que por consiguiente merecen la inversión de recursos del Estado, son las prácticas que asocian la lectura con el pensamiento, la reflexión, el conocimiento de uno mismo, del mundo y del otro, las cuales el profesor brasileño Luiz Percival Leme Britto llama «lectura escasa» (2009), y que, según el profesor Didier Álvarez Zapata, «habilitan a las personas para la comprensión y la transformación [de sí mismos y] de la sociedad», y que por lo tanto «se constituyen en herramientas del ser humano para vivir una vida que merezca ser vivida» (2010). Sin embargo, es preciso aclarar, pues con estas afirmaciones también se crean malentendidos, que la lectura no ofrece por sí sola las herramientas para la construcción de una ciudadanía crítica con capacidad de discernir, con posibilidades de disentir, de pensar y de transformar su futuro. Es solo una condición entre otras, pero una condición necesaria en la sociedad actual.
Lo público Para efectos de este capítulo es necesario analizar el concepto de lo público, el cual los colombianos tenemos
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grandes dificultades para comprender, lo que nos expone, de manera permanente y sin percibirlo, a las manipulaciones de los intereses privados. Nuestra corta historia republicana se ha movido entre la dependencia colonialista y el capitalismo neoliberal, y nuestras clases dirigentes no han sido capaces de expresar los intereses del conjunto social sino solamente los de unas pocas capas excluyentes. Estas clases no consolidaron proyectos culturales y educativos públicos al alcance de todos, como sí fueron asegurados en otros países y, sobre todo, en otras latitudes —pues este destino negativo lo compartimos con buena parte de los países americanos—, lo cual impidió por mucho tiempo que tuviésemos la experiencia, por ejemplo, de una educación pública sólida y prestigiada. No tuvimos tampoco una inmigración europea —como la que tuvo lugar, primero, en América del Norte y, luego, en Argentina, Chile y buena parte de Brasil, además de México— que trajera junto con las ideas liberales esta educación y creara bibliotecas públicas y populares como ocurrió en América del Norte y en Argentina. Recordemos que el concepto de lo público, cuya raíz latina es la misma de pueblo, fue una de las grandes consignas y de las más importantes realizaciones
La lectura no ofrece por sí sola las herramientas para la construcción de una ciudadanía crítica con capacidad de discernir, con posibilidades de disentir, de pensar y de transformar su futuro. Es solo una condición entre otras, pero una condición necesaria en la sociedad actual. históricas de la burguesía y de la Ilustración. Veamos algunos apartes de lo que dice la Encyclopédie ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers de Diderot y D’Alembert 1 sobre lo público: El bien público o el interés público son la misma cosa […]. Cuando el interés público se encuentra en competencia con el de uno o varios particulares, el interés público prevalece […].
1 La Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios se constituyó, a fines del siglo xviii, en el proyecto editorial más importante de la burguesía francesa y tenía por objeto poner a disposición de todos los públicos el conocimiento científico y el saber acumulados por la humanidad.
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La conservación del interés público está confiada al soberano y a sus oficiales que bajo sus órdenes son depositarios de este encargo.
Es preciso destacar estos tres elementos de la definición de lo público, que se constituyen en principios: primero, que el interés público y el bien público son la misma cosa; segundo, que el interés público prevalece sobre el privado; y tercero, que la salvaguarda del bien público está a cargo del Estado. Nuestra idea de lo público carece de claridad sobre estos tres aspectos. Para asociar el concepto de lo público con las bibliotecas es necesario hablar de lo público como espacio y como bien, en el entendido de que en ambos casos estamos hablando de nociones asociadas con los intereses sociales de la mayoría de la población. La estudiosa de lo público Nora Rabotnikof plantea que «lo público hace referencia a apertura, a debate, a discusión colectiva, a pluralidad de opiniones, a información ampliada». También afirma que «los rasgos centrales de este espacio público son, entre otros: pluralidad, espacio de la acción y del discurso, […] lugar de la lucha por el reconocimiento» (2002, p. 143).
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Restituir para la comunidad —entendida como un conjunto de personas con un proyecto común— este bien público que constituye la palabra podría ser en parte una función de la biblioteca.
Estas definiciones nos parecen básicas cuando se habla de biblioteca. Podríamos por lo tanto decir que esta se constituye como espacio público en la medida en la que se den en ella los rasgos de los que habla Rabotnikof, y que se instituya como espacio para la expresión de la pluralidad y para la construcción de proyectos sociales que fortalezcan la democracia; y, asimismo, podríamos hablar de la cultura escrita como un bien público cuando está al servicio de estos intereses. Podemos también hablar de la biblioteca como bien público en la medida en que alberga y pone a disposición de todos el patrimonio de la humanidad, constituido por su pensamiento acumulado y, para nuestro caso, por lo mejor de la creación intelectual y literaria del patrimonio nacional. El profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, Alfonso González, afirmaba en un evento en España que «lo público es lo común, lo compartido por todos, no solo por la mayoría. Y en el ámbito de la
biblioteca lo público debe responder a los principios de equidad y universalidad» (1998, pp. 71-82). En definitiva, el carácter público de la biblioteca es algo que amerita mayor debate y reflexión. Por otra parte, el lenguaje, la palabra —de lo que se ocupa la biblioteca— fue en el pasado propiedad de la comunidad. De acuerdo con el crítico y escritor español Constantino Bértolo, la comunidad era, como propietaria del lenguaje, la que autorizaba al narrador oral el uso de la palabra, siempre que este ofreciera algo bueno para ella. «Era la comunidad la que, en primera y última instancia, y en su condición de dueña y custodia de la lengua, legitimaba el uso de las palabras» (2008, p. 159). Restituir para la comunidad —entendida como un conjunto de personas con un proyecto común— este bien público que constituye la palabra podría ser en parte una función de la biblioteca.
Las bibliotecas públicas y la construcción de la paz Desde hace algunas décadas se ha venido impulsando en el país la creación de bibliotecas públicas, tanto desde el
Gobierno nacional como desde los gobiernos locales, en parte porque las bibliotecas se han planteado como espacios para la paz y la convivencia, y gracias a ello han encontrado lugares importantes en los planes de desarrollo como una de las estrategias para lograr este gran anhelo de la sociedad colombiana. Y cuando se habla de paz no solo se hace referencia a la que pone fin al conflicto armado, sino también a la convivencia ciudadana, a la paz entre diversos grupos y comunidades. Las consideraciones anteriores sobre las bibliotecas como espacio público para la construcción colectiva de la democracia, así como las que se expresan a continuación, pueden ser las bases sobre la cuales estas instituciones podrían asociarse al proyecto nacional de la paz. Una de las formas menos visibles, pero tal vez de las más agresivas de la violencia simbólica —otras violencias culturales han sido combatidas por grupos étnicos, de género y religiosos— es la violencia contra la palabra. Las distintas maneras como se vulnera la expresión, y se coartan el debate y la deliberación, han sido causa de la guerra.
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Por ello, la restitución de la palabra es una tarea inaplazable en un proyecto que tenga como objeto la consolidación de la paz. Y si se considera la palabra como el centro de la actividad bibliotecaria, corresponde en buena medida a la biblioteca realizar esta restitución. La negación de la palabra es causa, pero también efecto, de la guerra. En un trabajo de investigación-acción realizado por Asolectura en los años 2008 y 2009, con niños y adolescentes víctimas de la violencia, se pudo constatar la dificultad que tienen las víctimas de expresar en palabras su experiencia. «¿No se notó acaso que la gente volvía enmudecida del campo de batalla?», dice Walter Benjamin en su conocido ensayo «El narrador» (1998, p. 112). Parte del trabajo de la biblioteca con la palabra tiene que ver con la necesidad de inserción en una tradición —alimentada en nuestro caso por múltiples fuentes— y el rescate de la memoria. Inserción y recuperación que no se limitan a rescatar relatos o anécdotas intrascendentes, sino que implican una puesta en cuestión y un debate, someterlas a una reflexión que permita que este rescate contribuya a una comprensión de los problemas. En definitiva, para que las bibliotecas participen activamente del proyecto
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colectivo de la construcción de la paz es preciso que se asuman ellas mismas como instituciones con funciones políticas y educativas, además de las culturales que siempre se les ha asignado.
Las funciones políticas La biblioteca se torna en una institución que debe desplegar sus esfuerzos por reconocer las estrategias de acción y por ello con una tarea en la concientización de las personas frente a las cuestiones internas y externas que las alienan. Esto es que la biblioteca debe reconocer las estrategias de acción que despliegan las personas para constituir sus vidas y destinarse a ayudar a que estas estrategias sean exitosas en términos de realización del potencial humano (Álvarez, 2013, p. 20)2.
La biblioteca pública tiene la función política de garantizar el derecho de todas las personas a acceder a la cultura escrita, entendiendo por acceso no solo tener 2
Para una versión más reciente de este texto del profesor Didier Álvarez consultar: Biblioteca pública y sociedad, documento producto de la investigación «Formulación de un sistema comprensivo sobre la biblioteca pública como institución social, unidad de información y organización» (2009-2011). Medellín: Universidad de Antioquia.
Parte del trabajo de la biblioteca con la palabra tiene que ver con la necesidad de inserción en una tradición —alimentada en nuestro caso por múltiples fuentes— y el rescate de la memoria. a disposición materiales escritos, sino también, y especialmente, la posibilidad de hacer uso de la lectura y la escritura como medios de construcción de identidad, inserción social, ejercicio crítico de la ciudadanía, apropiación de un patrimonio cultural representado en los textos escritos producidos por la humanidad y como forma de construir sentido e impulsar procesos de reflexión, crítica y transformación de la sociedad. Sin embargo, por lo general, la función política en las bibliotecas no tiene esta dimensión. Ella se reduce casi siempre a la instrucción de carácter cívico con la que se busca mejorar la convivencia ciudadana, integrando a las personas a un orden social establecido, sin ofrecer la opción de cuestionar ese orden. Esto ha hecho de las bibliotecas herramientas de una «cultura ciudadana» que solo inculca comportamientos y valores funcionales según el orden establecido. Afirma el profesor Álvarez:
La biblioteca pública trata entonces de desarrollar en las personas ciertos valores, creencias, sentimientos «positivos» respecto a la sociedad y al sistema, con un evidente afán de rentabilidad política y contando con el moldeamiento individual y colectivo a través de las experiencias de socialización que dan la lectura y la circulación de libros (2013, p. 17).
En últimas, la biblioteca deja de cumplir con una función formadora de los individuos y de las comunidades con capacidad de elecciones propias, lo que hace de ella una institución en apariencia neutra políticamente. A lo largo de su vida, Paulo Freire insistió sobre el carácter político y ético de las prácticas de intervención social, educativas y culturales, y por lo tanto de las instituciones que en ellas actúan: Hablamos de ética y de postura sustantivamente democrática porque, al no ser neutra la práctica educativa, la formación humana, implica opciones, rupturas, decisiones, estar y ponerse en contra, a favor de un sueño y contra otro, a favor de alguien y contra alguien (1996, p. 43).
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Impulsar un proyecto democrático al interior de la biblioteca implica una toma de posición a favor de una verdadera democracia y exige detenernos, aunque muy rápidamente, en este concepto. ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de democracia? El sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos define la democracia como: «Toda transformación de las relaciones de poder desigual en relaciones de autoridad compartida» (2014, p. 132). De Sousa Santos plantea que es necesario constatar que no existe «la democracia», «una democracia» y que, así como «la explotación desenfrenada de los recursos naturales nos hizo perder biodiversidad, también la monocultura del neoliberalismo y de la democracia electoral nos hizo perder demodiversidad». Y agrega que «en las condiciones de nuestro tiempo democratizar el mundo significa complementar la democracia representativa con la democracia participativa» (2014, p. 126). Nuestra escasa experiencia democrática, heredada del colonialismo, no nos ha permitido practicar a cabalidad una verdadera democracia participativa: no ha bastado con que la Constitución
Fortalecer la democracia participativa requiere de un gran esfuerzo, principalmente de dos instituciones: la escuela y la biblioteca. de 1991 la planteara como condición para la inclusión, pues sus mandatos no han derivado en una educación para la democracia en la escuela —como lo propone Freire— ni en la creación de espacios pedagógicos para una formación continuada sobre este tema. Por otra parte, los espacios creados para la práctica de la participación heredan los vicios de la democracia representativa. El citado sociólogo Boaventura de Sousa Santos también afirma: Sin la participación más densa y comprometida de los ciudadanos y de las comunidades en la dirección de la vida política, la democracia continuará siendo rehén de la antidemocracia, esto es, de intereses que generan mayorías parlamentarias a su favor en contra de las mayorías de los ciudadanos (2014, p. 127).
Por su parte, la profesora e investigadora del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia, María Teresa Uribe de Hincapié, afirma:
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Representación o participación parece haber sido el dilema que para bien o para mal marcó el devenir político en la Colombia finisecular y los albores del nuevo milenio […] sustituir la representación por la participación y abrirle canales institucionales a esta última, parecía ser la estrategia más adecuada para resolver no solo la crisis política, caracterizada en ese momento como ausencia de Estado, como clientelismo, corrupción, precariedad de los partidos, abstención, volatilidad del voto, entre otros, sino también para desactivar la dinámica de la guerra y lograr procesos de paz continuados y seguros (2003, p. 11).
Fortalecer la democracia participativa requiere de un gran esfuerzo, principalmente de dos instituciones: la escuela y la biblioteca. A la biblioteca le corresponde, como institución «dinamizadora entre sujetos y hechos sociales» —de acuerdo con planteamientos del profesor Álvarez (2013, p. 2)— crear espacios de deliberación y debate sobre los temas que afectan a lo público, en especial conformados para comunidades y grupos, dentro de los cuales la lectura y la escritura adquieren un valor especial
como herramientas de análisis e instrumentos de pensamiento. La biblioteca puede albergar, alrededor de temas sociales, ecológicos y culturales, agrupaciones ya conformadas al exterior de ella o impulsar la creación de nuevos grupos que pueden constituirse formal o informalmente: son, en definitiva, grupos de lectura de textos teóricos, ensayos y literatura, en la medida que estos ofrecen diversas miradas sobre la condición humana y sobre la realidad, y permiten la construcción de sentidos. En todo caso, es necesario que la biblioteca se dirija a todos, no solo a quienes son sus visitantes habituales. Hablando sobre la tradición bibliotecaria estadounidense, Pedro Salinas afirma que «la biblioteca americana está proclamando así que democracia no es uniformidad […] y que servir adecuadamente a una comunidad social consiste en pensar en todos ellos, en los más y en los menos» (2017, p. 120). Para cumplir esta función política, la biblioteca necesita despojarse de la posición autoritaria y paternalista que generalmente la caracteriza, la del asistencialismo, y que pretende imponer
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su opción sobre la de los demás, de donde «surge la inclinación al activismo, que es la acción sin el control de la reflexión» (Freire, 1969, p. 42). La participación organizada, crítica, es tal vez la única forma de oponerse al carácter asistencialista que orienta la mayoría de los planes y programas de lectura y bibliotecas, y a los intereses particulares que con frecuencia se manifiestan en ellos.
Las funciones educativas «Ningún deseo más natural que el deseo de conocer» son las palabras con que Michel de Montaigne inicia su ensayo De la experiencia. Si tenemos en cuenta que los espacios que la sociedad pone a disposición de la mayoría de las personas para un aprendizaje más o menos sistemático y consciente son pocos —se reducen por lo general a las instituciones educativas de todos los niveles— y se clausuran una vez culmina la escolaridad; o se limitan a los que se crean para la actualización profesional o «reciclaje» —expresión que define la caducidad de los conocimientos, generalmente tecnológicos, que habilitan para el ejercicio de un oficio o profesión—,
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identifica a la biblioteca con la escuela ni la reemplaza en su función como formadora, en otra instancia, para el ejercicio democrático. podemos pensar que la biblioteca está en mora de llenar este vacío. Cuando la biblioteca asume la función educativa como proceso social que responde al deseo que caracteriza a los seres humanos de entender, de conocer, de saber, de encontrar sentido —deseo que se pierde cuando la sociedad solo valora un conocimiento utilitario—, toda su actividad encuentra una meta y un eje de trabajo, y al hacerlo, cada una de las actividades que realiza se inscribe en un proyecto a largo plazo, coherente, que va más allá de realizaciones inmediatas que solo tienen el propósito de llenar con cifras una programación en donde cada actividad se basta a sí misma y se agota con ella. La función educativa la realiza la biblioteca cuando programa de manera coherente e integrada sus actividades para el largo plazo alrededor de una meta común, el desarrollo personal y colectivo de las comunidades. Actividades que pueden ser de diferente índole, pero que se pueden articular para que hagan parte de un todo. De esta manera se abandona el activismo sin mayor sentido y se adopta lo que llamaría el profesor Álvarez un «proyecto educativo bibliotecario» (2013, p. 14), lo cual, sin embargo, no
Me parece que la tarea de procurar consciencia de la realidad es una tarea muy vinculada a la cuestión de la relación entre teoría y praxis, que no puede ser acometida, por así decirlo, al nivel universitario, sino que ha de serlo desde la formación infantil temprana y a lo largo de la vida mediante una genuina educación permanente (Adorno, 1998, p. 98).
Es a esta educación permanente a la que nos referimos cuando pretendemos que las bibliotecas públicas se constituyan en espacios para un necesario encuentro de culturas, para la expresión y creación, espacios públicos educadores que permitan el diálogo, el debate, la formación de opiniones conscientes; la confrontación de ideas y el intercambio de saberes; en donde se dé lugar al encuentro entre ciudadanos con diferentes intereses, diferentes culturas, diferentes estratos, diferentes edades. La paz en Colombia y la paz en el mundo necesita de estos espacios,
La función educativa la realiza la biblioteca cuando programa de manera coherente e integrada sus actividades para el largo plazo alrededor de una meta común, el desarrollo personal y colectivo de las comunidades.
espacios para aprender el sentido de una verdadera democracia. Dentro de estos espacios, la lectura y la escritura se convierten en herramientas básicas para proyectos de desarrollo humano y comunitario. Y en ellos ocupa un lugar especial la literatura. Según palabras de Bartolomeu Campos de Queirós en el Manifiesto por un Brasil literario: La literatura es capaz de abrir un diálogo subjetivo entre el lector y la obra, entre lo vivido y lo soñado, entre lo conocido y lo todavía por conocer; considerando que este diálogo entre las diferencias —inherente a la literatura— nos confirma como partícipes de redes de relaciones; [reconoce] la maleabilidad del pensamiento, participa en la construcción de nuevos desafíos para la sociedad; […] por su configuración,
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acoge a todos y convoca para el ejercicio de un pensamiento crítico, ágil e imaginativo; […] la metáfora literaria acoge las experiencias del lector sin ignorar sus singularidades (2009).
Algunas conclusiones Lo anterior nos lleva a pensar la biblioteca como espacio y como bien público, puestos al servicio de las comunidades para permitirles un ejercicio pleno y más consciente de la democracia. La tarea de conformar comunidad debe ser asumida por la biblioteca, en la medida en que no debe limitarse a los públicos heterogéneos que de manera corriente o esporádica la visitan. Para ello, la biblioteca puede convocar a personas que de una u otra manera estén vinculadas al tema del libro y la lectura, y líderes de la comunidad. Cuando se habla de comunidad nos referimos a grupos de personas que comparten un proyecto común. La definición de Bértolo nos ofrece mayor claridad sobre este concepto: Entiendo por comunidad un conjunto de personas que no solo viven en común, sino que participan activamente de una misma visión de sus vidas y comparten por ello una escala de valores. Una comunidad política y no una simple comunidad «natural» (2008, pp. 159-160).
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La tarea de conformar comunidad debe ser asumida por la biblioteca, en la medida en que no debe limitarse a los públicos heterogéneos que de manera corriente o esporádica la visitan.
La biblioteca necesita asumirse como una institución formadora en un sentido amplio, como espacio para la educación permanente. La lectura y la escritura, la conversación, el diálogo, el debate son las acciones centrales para este proyecto de formación, y alrededor de ellas se debería organizar la actividad de la biblioteca y definir sus objetivos. En definitiva, en la biblioteca se podría reaprender a «usar el lenguaje como un instrumento para habitar sosegadamente el mundo, para buscar nuestra felicidad en él» (Ospina, 2003).
BI BLI OGRA FÍ A SUGERI DA
La bibliografía que se presenta a continuación se sugiere como materia de lectura y discusión en grupo en las bibliotecas. Por supuesto, no es exhaustiva ni mucho menos, por lo cual sería conveniente enriquecerla con las lecturas de cada una de las personas que participen en ellos. Arendt, H. (1996). Entre el pasado y el futuro: ocho ejercicios sobre la reflexión política. Barcelona: Península. Arendt, H. (2005). Sobre la violencia. Madrid: Alianza. Candido, A. (2013). El derecho a la literatura. Bogotá: Babel Libros (Colección Asolectura Primero el Lector). Castrillón, S. (2015). El derecho a leer y escribir. Bogotá: Babel Libros (Colección Asolectura Primero el Lector). De Certeau, M. (1999). La cultura en plural. Buenos Aires: Nueva Visión. De Montaigne, M. (2004). De la experiencia. México D. F.: Universidad Nacional Autónoma de México.
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sergio guarín
Lectura y libertad
sergio guarín
Es bogotano y nació el 2 de enero de 1980. Actualmente se desempeña como director del área de posconflicto y construcción de paz de la Fundación Ideas para la Paz (fip), un centro de pensamiento de origen empresarial dedicado a realizar estudios y propuestas en temas de paz, seguridad y desarrollo. Fue también director de la Red Nacional de Programas de Desarrollo y Paz (Redprodepaz) y del
Programa de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad Tecnológica de Bolívar (utb), en Cartagena de Indias. Adicionalmente, coordinó los Grupos Paz y Desarrollo y Convivencia y Seguridad Ciudadana en el Departamento Nacional de Planeación. Ha sido asesor y conferencista en varias ocasiones para Fundalectura, Biblored, el cerlalc y la Red de Bibliotecas de Cartagena, entre otros.
preámbulo Este capítulo se originó a partir de la necesidad de comprender una época precisa, de conocer las causas de los acontecimientos más relevantes de esta y las construcciones simbólicas a partir de las cuales las sociedades elaboran su devenir. En el caso de la violencia en Colombia y de la firma de los acuerdos de paz con la guerrilla de las farc, luego de cincuenta años de conflicto armado, su comprensión pasa por saber cuáles son los principales rasgos de eso que denominamos violencia y paz. ¿Cuál es el sentido de estas dos realidades que oponemos y que de alguna manera marcan para los colombianos las posibilidades de un antes y un después? En este texto se encuentran algunos de los conceptos claves para la reflexión y el trabajo desarrollado en el proyecto. Además, nos permite conocer aspectos relacionados con la teoría del conflicto y de la ciencia política para brindar a los procesos de formación y asistencia técnica en las bibliotecas una horma acorde a las elaboraciones teóricas que se han hecho desde diferentes disciplinas en estos temas. Por otra parte, con este texto se busca hacer una revisión de la idea de «bibliotecas y desarrollo», que se encuentra en boga en los discursos bibliotecarios de todo el mundo. En Colombia este tema no se ha estudiado de manera crítica, teniendo en cuenta que para nuestro país la noción de desarrollo presenta matices diferentes a los que se conciben en otros sistemas bibliotecarios, en los que se concibe desde lugares asociados con el crecimiento económico y el retorno social de la inversión. En Colombia, la Red Nacional de Bibliotecas Públicas considera que las bibliotecas pueden aportar principalmente al desarrollo humano y que, de proponérselo, en el momento histórico actual, este sistema puede ser un ejemplo para el mundo.
La paz y el desarrollo 1
E
l telón de fondo de este texto es una preocupación por la paz de Colombia. Y no me refiero a la paz como el resultado de una serie de negociaciones orientadas a desactivar la amenaza que suponen los grupos ilegales armados2, aun cuando esas negociaciones son un requisito necesario y, por lo tanto, merecen nuestro apoyo y consideración. Cuando hablo de la paz estoy refiriéndome al imperativo moral de nuestra generación. Hablo de ese propósito mayor, de ese horizonte de sentido que tenemos la responsabilidad de construir
1 Una versión preliminar de este texto fue
presentada, a manera de conferencia, el 6 de octubre de 2016 en la Biblioteca Virgilio Barco, en el marco del V Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas. Quiero agradecer a Gaviota Acevedo, asistente de investigación de la Fundación Ideas para la Paz, por haber preparado las notas sobre esa presentación, que constituyeron una base inicial para este documento. 2 El presente texto se escribe en el contexto de la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno de Colombia y la guerrilla de las farc y durante el inicio de conversaciones de paz entre el mismo Gobierno y la guerrilla del eln.
de manera colectiva si queremos vivir de un modo diferente. En los estudios sobre la paz son muy relevantes las contribuciones de Johan Galtung (2007) y de John Paul Lederach (2016). Acudo a sus ideas para llenar el recipiente de este «horizonte moral» al que me referí arriba. Hace décadas, Galtung propuso comprender la violencia desde tres perspectivas diferentes. Una es la de la violencia directa. Se refiere a todas las manifestaciones, armadas y no armadas, que tienen como propósito infligir un daño físico o emocional explícito a quienes nos rodean. Esta es la manifestación más evidente de la violencia y se expresa de modo vívido en los indicadores relacionados con la seguridad. Las tasas de homicidio y de riñas, el maltrato y la violencia intrafamiliar son indicios del estado de la violencia directa en las sociedades. Sobre este punto vale la pena recordar que, aunque Colombia viene consolidando una progresiva mejoría en términos de disminución de homicidios, aún estamos lejos de llegar a valores internacionalmente reconocidos como aceptables. En el año 2015, la tasa total
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de muertes violentas en Colombia fue de 24.03 por cada 100 000 habitantes3 con casos notables como el de Bogotá y Bucaramanga, que alcanzaron cifras de 17.40 y 17.43, respectivamente. Pese a ello, ciudades como Cali, departamentos como Meta y municipios como Briceño (en Antioquia), tuvieron resultados de 60.09, 33.8 y 195.36, respectivamente. En contraste, regiones como el Pacífico occidental y Europa tuvieron tasas de asesinato en 2015 de 2.1 y 3.8. Ahora bien, para Galtung, la violencia directa no se explica por sí sola. Desde su perspectiva, cuando esta es persistente, es preciso buscar su raíz en otras manifestaciones igualmente relevantes, pero menos visibles. Estas son las de la violencia estructural y la violencia cultural. La violencia estructural comprende todas las características de una sociedad que elimina o restringe el acceso objetivo de algunos grupos a condiciones mínimas de bienestar. La desigualdad, la miseria y la distribución 3 Las cifras de esta sección fueron tomadas del informe anual del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses (Forensis), disponible en: https://goo.gl/hnac6f.
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precaria e inequitativa de los bienes públicos básicos son manifestaciones de la violencia estructural. Con su mirada, Galtung no justifica el uso de la violencia como resultado de las desigualdades materiales, pero sí señala la evidente conexión que existe entre el acceso a las oportunidades y la propensión a desarrollar mecanismos de compensación que impliquen la eliminación física o la intimidación de los otros. Finalmente, tenemos la violencia cultural, que se refiere a los dispositivos culturales, a las prácticas, las normas sociales y los discursos que justifican la dominación, la subordinación y el menosprecio hacia ciertos grupos sociales (Sen, 2006). Para comprender esta idea, en el caso colombiano podemos considerar la llamada «cultura traqueta», que es una fuente incontenible de violencia cultural. Englobamos con este apelativo las prácticas, maneras, estética, lenguajes y relaciones propias del mundo del narcotráfico —pero extendidas en distintos ámbitos de la sociedad— que reivindican una consideración machista del poder y que proponen el dinero como elemento central para determinar la relevancia de los individuos en la comunidad.
Se trata de un conjunto de dispositivos que ejemplifican lo que Mauricio García Villegas (2010) llamó los incumplidores «déspotas»; es decir, todos aquellos que desafían las normas y las leyes retando el orden establecido; pero no por compensación o buscando una mejor distribución de oportunidades, sino para acumular poder personal y demostrar la osadía. Esta «cultura traqueta», en la que se avala la cosificación de la mujer y se recompensan el riesgo extremo, el desprecio por la vida, el culto a las armas y el hedonismo consumista, expresa vivamente los riesgos que señaló Michael Sandel en su obra Lo que el dinero no puede comprar (2013). Por su parte, Lederach, cuya lectura de la paz es particularmente culturalista, ha señalado el papel protagónico que tiene la creatividad en la construcción de nuevas relaciones sociales. Para dicho autor, si se quiere alterar el modo como percibimos los asuntos y, por lo tanto, modificar nuestras pautas de comportamiento y de codificación, es preciso asumir riesgos y explorar mecanismos nuevos e inesperados. Es necesario transitar por nuevos caminos. Ese, desde su punto de vista, es el
Estas breves líneas sobre el significado de construir la paz tienen el propósito de mostrar, de modo preliminar, la dimensión de nuestro desafío.
sentido que deben tener los diálogos que construyen la paz. En su libro La imaginación moral, Lederach señala el reto de construir escenarios de cooperación y escucha entre actores y grupos con intereses por completo opuestos. No se trata de abrir la contienda al debate frontal. Se trata de construir espacios de intercambio en donde quienes intervienen están llamados a imaginar el mundo desde la perspectiva de los otros. Este llamado a la empatía, que es tan fuerte desde la filosofía empirista, plantea la posibilidad de construir puentes entre puntos de vista radicalmente diferentes, mediante la concreción de lo que, en un escenario tradicional, se consideraría improbable. Estas breves líneas sobre el significado de construir la paz tienen el propósito de mostrar, de modo preliminar, la dimensión de nuestro desafío. Sin referirme a reflexiones que conectan la violencia con el bloqueo propio de nuestras costumbres políticas de tipo extorsivo (como las de Claudia López, 2016; James Robinson y Daaron
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Acemoglu, 2012; y Fernán González, 2014), y sin señalar el peso que tienen las relaciones económicas de tipo informal e ilegal en la reproducción de prácticas violentas (como lo muestran María Teresa Ronderos, 2014 o Gustavo Duncan, 2014), me apoyaré en Galtung y Lederach para mostrar que la paz de nuestro país no es solo un conjunto de decisiones encaminadas al abandono de las armas. Vista con otros lentes, la paz es una agenda de cambio profundo y radical, que comprende asuntos de tipo objetivo y procedimental, pero también cambios en lo económico, político, social y, sobre todo, cultural. Lo que esto significa es que una agenda en verdad relevante para la construcción de la paz debe involucrar el modo como nos relacionamos. Me refiero a «cultura», en este caso, como lo hacen Rao y Walton cuando señalan: Our general view is that culture is about relationality —the relationships among individuals within groups, among groups, and between ideas and perspectives. Culture is concerned with identity, aspiration, symbolic exchange, coordination, and structures
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Si queremos transitar el camino hacia la paz sostenible, necesitamos definir un marco de referencia sobre el desarrollo que sea consistente con los cambios que necesitamos realizar. and practices that serve relational ends, such as ethnicity, ritual, heritage, norms, meanings, and beliefs. It is not a set of primordial phenomena permanently embedded within national or religious or other groups, but rather a set of contested attributes, constantly in flux, both shaping and being shaped by social and economic aspects of human interaction4 (Rao y Walton, 2004, p. 4). 4 Nuestra visión general es que la cultura trata de la «relacionalidad»: las relaciones entre los individuos dentro de grupos, entre los grupos, y entre las ideas y las perspectivas. La cultura se ocupa de la identidad, la aspiración, el intercambio simbólico, la coordinación, y las estructuras y prácticas que sirven a fines relacionales, como la etnicidad, el ritual, el patrimonio, las normas, los significados y las creencias. No se trata de un conjunto de fenómenos primordiales permanentemente embebidos dentro de grupos nacionales, religiosos o de otra índole, sino de un conjunto de atributos contradictorios, en constante evolución, que se configuran y moldean de acuerdo con los aspectos sociales y económicos de la interacción humana [traducción del editor].
Y es esa conciencia sobre el carácter cultural que tiene la paz la que explica por qué nuestra noción sobre el desarrollo ocupa un lugar tan importante en el escenario contemporáneo. En efecto, la manera como entendemos el desarrollo no solo nos brinda un norte para las políticas y la acción pública, sino que, al poner de presente esta consideración, podemos hacer explícito el conjunto de aspiraciones sociales y las pautas que hemos acordado para saber qué es lo deseable y lo admisible, en términos de acción pública. Dicho de otro modo, si queremos transitar el camino hacia la paz sostenible, necesitamos definir un marco de referencia sobre el desarrollo que sea consistente con los cambios que necesitamos realizar. Pocas cosas tan vigentes como la discusión sobre los paradigmas del desarrollo. Las grandes potencias, los organismos multilaterales, el sistema financiero y los agentes del mercado se han visto obligados, por causa de las diversas crisis planetarias, a abrir espacios de discusión sobre el norte que nos orienta en una era de avances tecnológicos y depredación
medioambiental. Como ejemplo de ello, podemos afirmar que parte del impacto que tuvo en el mundo la publicación de la encíclica papal Laudato Si —que se concentra sobre todo en el cambio climático— estuvo relacionado con el hecho de que puso sobre la mesa la necesidad de cuestionar los paradigmas vigentes sobre el desarrollo. Sin ambigüedades, el papa Francisco ha realizado un llamado vigoroso: Pero el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social. Mientras tanto, tenemos un «superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora», y no se elaboran con suficiente celeridad instituciones económicas y cauces sociales que permitan a los más pobres acceder de manera regular a los recursos básicos. No se termina de advertir cuáles son las raíces más profundas de los actuales desajustes, que tienen que ver con la orientación, los fines, el sentido y el contexto social del crecimiento tecnológico y económico (papa Francisco, 2015, p. 73).
Aunque en el caso de Colombia la agenda pública ha estado históricamente
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concentrada en los temas de seguridad y violencia, la íntima relación que existe entre el modelo de desarrollo y la paz ha sido comprendida de forma lúcida por una serie de movimientos y organizaciones sociales, conocidos como Programas Regionales de Desarrollo y Paz, desde hace más de veinte años. Estos programas, que se aglutinan en torno a la Redprodepaz 5, representan un importante llamado a discutir las nociones de desarrollo vigentes, con el propósito de lograr una paz sostenible. El desafío consiste entonces en cambiar el paradigma que guía nuestro desarrollo y, con él, generar las condiciones para que la paz eche raíces. Tengo la convicción de que, en ese cambio, que dependerá de liderazgos intencionales, del devenir de la historia y de la suma de decisiones concretas, la lectura y las bibliotecas, comprendidas como fenómenos culturales, sociales y políticos, pueden tener un lugar central. En efecto, los paradigmas que claman por un entendimiento del desarrollo más sostenible y respetuoso de la dignidad de 5 Puede consultarse más información en www.redprodepaz.org.co.
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los seres humanos requieren y se sirven de la lectura y de las bibliotecas en modos poco evidentes. En las páginas siguientes exploraré estas relaciones. Al hacerlo, pretendo aportar a esa suma de voces que reclaman un lugar para la lectura más acorde con su aporte a la sociedad.
Nociones de desarrollo y críticas al desarrollismo Las nociones dominantes sobre el desarrollo han cambiado con el tiempo. La primera vez que se habló sobre ello en el escenario internacional fue en el contexto posterior a la Segunda Guerra Mundial. Una vez finalizada la confrontación y paralelamente a los esfuerzos que se realizaron para reconstruir desde las cenizas ciudades y pueblos devastados por la barbarie, emergió una idea de desarrollo que estaba muy relacionada con el progreso material. Aupada por el sentido y prioridades del Plan Marshall, esta noción se concentró en la capacidad productiva, las transacciones económicas y la generación y acumulación de capital. De esta primera visión del desarrollo heredamos el pib per cápita como una medida de progreso. La lógica detrás de esta consideración era irresistible: un país que genera riqueza
abundante para los individuos que en él habitan es un país que merece considerarse desarrollado. A este primer paradigma le surgieron con rapidez réplicas y complementos, en el propio escenario de las democracias occidentales, especialmente en Europa. La principal discusión que se dio en torno al tema fue que la idea del desarrollo no podía entenderse solo desde la perspectiva del progreso material, si ello no implicaba un mejoramiento homogéneo en la calidad de vida de los individuos. En consecuencia, en el marco del surgimiento de los llamados Estados de Bienestar —en lo que Eric Hobsbawm llamó la edad de oro del capitalismo— tomó forma una noción de desarrollo que además de los progresos materiales y la acumulación de riqueza, agregó la idea central de la calidad de vida, y con ella, el énfasis en las metas de reducción de la pobreza, lucha contra la desnutrición, mejoramiento y universalidad de los servicios de salud y educación, generación de empleo y reducción de las desigualdades. Esta perspectiva, que en términos históricos está encarnada en figuras
El desafío consiste entonces en cambiar el paradigma que guía nuestro desarrollo y, con él, generar las condiciones para que la paz eche raíces. como las del primer ministro alemán Konrad Adenauer, afianzó el matrimonio entre el capitalismo y la democracia, y planteó la existencia de caminos objetivos hacia el desarrollo. Caminos que, en teoría, fueron los que transitaron las exitosas naciones de Occidente. Tanto la primera versión del desarrollo, como esta segunda, más centrada en las condiciones de vida, conforman lo que se ha llamado en el ámbito de la discusión internacional el «desarrollismo», y uno de sus exponentes principales es Samuel Huntington (2013). De modo simultáneo, y sobre todo en las naciones del injustamente llamado «mundo subdesarrollado», emergió un tercer discurso que planteó serias críticas al desarrollismo, tanto a sus argumentos formales como a los efectos éticos de los mismos. Algunas de estas críticas se encuentran en las obras de Edward Said (1993), Arturo Escobar (1995; 2014) y Boaventura de Sousa Santos (2010). La primera acusación a las tesis del desarrollismo tiene naturaleza histórica. Desde esta perspectiva, si se examina el
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itinerario de las naciones que alcanzaron su éxito material y de calidad de vida a lo largo del siglo xx, resulta indudable que la historia de su avance ha estado vinculada a la historia de dependencia y sumisión de otro grupo de países que han sido subordinados a la función de proveedores de bienes primarios y de recursos naturales. Los fenómenos de descolonización experimentados al final de la Segunda Guerra Mundial generaron el apogeo de este planteamiento en el mundo académico y político de dicho conjunto de naciones. Objetivos comunes de estas críticas son los mecanismos e instituciones financieras de tipo internacional para el endeudamiento externo, así como las relaciones no horizontales de tipo comercial que son tan propias del comercio internacional. Esta crítica de tipo histórico fue particularmente aguda en tiempos de la Guerra Fría. En un contexto caracterizado por la confrontación de los modelos capitalista y socialista, el desarrollismo y sus tesis fueron interpretados como mecanismos de exportación capitalista, de afianzamiento de la dependencia de las naciones subordinadas a los intereses de Occidente y de expansión ideológica para garantizar un escenario favorable en términos militares.
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Hoy, incluso en reportes del Banco Mundial, se reconoce la importancia de los motivos, las creencias y las identidades en el desarrollo, los cuales interactúan con incentivos económicos y definen los resultados de las relaciones de distinto tipo. Pero más allá de los reclamos de tipo histórico, el llamado de los antidesarrollistas nos mostró que el discurso dominante había construido un relato en extremo peligroso e injusto con la cultura e idiosincrasia de nuestros pueblos. En algunos casos de modo velado y en otros de forma abierta (como es el caso de David Landes, 1999), el desarrollismo pretendió mostrar que había culturas, es decir costumbres, creencias, valores, religiosidades, que eran un obstáculo para un fin considerado como deseable. Hay versiones burdas y sofisticadas de esta tesis. En las primeras se afirma, por ejemplo, que las personas que nacen en climas cálidos y en ambientes naturales exuberantes carecen de la previsión y el ingenio, condiciones necesarias para el desarrollo. De acuerdo con esta idea, solo quienes han vivido las privaciones de los climas con estaciones y quienes se han visto sometidos a la necesidad de
innovar con lo poco que tienen, poseen las condiciones culturales que hacen posible y factible el desarrollo. Cosas similares se han dicho sobre las razas, sobre las religiones y sobre la herencia histórica de haber sido conquistados por la Corona española. Además del amargo determinismo que encierra esta posición, duele pensar que la única forma de lograr el avance social es la renuncia a la identidad propia y a la tradición, y el desapego y el cambio en la manera de percibir la vida; como si el desarrollo, aparejado con la selección natural, fuera un proceso de identificación y premiación de los más aptos y fuertes, siendo estos últimos los más similares a los ciudadanos de las democracias occidentales. Aunque buena parte del valor de la crítica antidesarrollista se ha diluido en discusiones ideológicas sobre la exportación del modelo neoliberal, resulta fundamental reconocer el valor que ha tenido esta postura, tanto en el debate ético sobre el concepto como en su evolución. En efecto, gracias a estos planteamientos, el ámbito de los estudios sobre desarrollo pudo abandonar versiones simplistas que negaban la importancia de los asuntos culturales, y reconocer, como
lo proponen White y Deneulin (2009), la idea de que la cultura es un recurso del desarrollo. Con ello, hemos podido superar la perspectiva de que la tradición y la modernización tienen agendas necesariamente contradictorias. Hoy, incluso en reportes del Banco Mundial, se reconoce la importancia de los motivos, las creencias y las identidades en el desarrollo, los cuales interactúan con incentivos económicos y definen los resultados de las relaciones de distinto tipo. Esta perspectiva, que White y Deneulin denominan como cognitivista, se ha complementado en el pasado reciente con lecturas de tipo antropológico, como la de Arjun Appadurai (2004), y psicológico y psicoanalítico, como la de Gananath Obeyesekere (1990).
Desarrollo y libertad. El enfoque de capacidades Como reacción a la crítica antidesarrollista, y en un esfuerzo por integrar la perspectiva cultural al paradigma del desarrollo, surgió el que hasta el momento es el planteamiento más actualizado sobre esta noción y que resume el marco de referencia que, desde nuestra perspectiva, privilegia las actividades asociadas con la lectura y las bibliotecas.
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No es, claro está, un planteamiento libre de críticas; las tiene, muchas y muy bien fundamentadas. Tampoco es el paradigma que soporta la acción pública de los Gobiernos occidentales. Es, más bien, un horizonte ético que ha encontrado simiente en los ámbitos de la cooperación para el desarrollo y el mundo académico, y sigue constituyendo hoy en día un llamado al cambio rotundo en el modo de hacer las cosas. Es, como se puede deducir de lo anterior, el planteamiento más compatible con la noción de paz que aspira a consolidar Colombia. Me refiero al llamado «enfoque de capacidades», que es el resultado de un intenso trabajo académico y práctico protagonizado inicialmente por el economista indio Amartya Sen y la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, y que hoy convoca a más de un centenar de académicos y practitioners en distintas partes del mundo. La tesis central del enfoque de capacidades es que el desarrollo no debe entenderse como acumulación o como generación de riqueza material ni tampoco como la satisfacción de unos estándares de calidad de vida, sino como la generación de las condiciones que permiten a las personas vivir la vida que consideran valiosa.
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Gracias a esta idea, sencilla pero rotunda —que cambió de manera radical los estudios sobre la materia—, las nociones de libertad y de desarrollo se consideran hoy imbricadas de manera estrecha. En los términos que propone el enfoque de capacidades, el desarrollo consiste en desear una cierta manera de vivir y poder hacerla realidad. La clave no está necesariamente en la realización, sino en la posibilidad. Es decir, la sociedad más desarrollada no es aquella en la cual más gente vive realizada, sino la que provee las condiciones y las garantías para que eso ocurra. La realización, tal y como lo proponen Sen y Nussbaum, es el resultado del esfuerzo personal y social, y puede tener consecuencias diferentes. En términos simples, el fundamento de esta visión, que por eso se llama enfoque de capacidad, es que las personas sean capaces de hacer realidad lo que desean. Lo cual implica, de manera irrefutable, ampliar el ámbito de la libertad. De lo dicho hasta el momento, puede extraerse que el enfoque de capacidades tiene, al menos, dos grandes influencias filosóficas. Una, derivada de los estudios clásicos y, en especial, de la ética aristotélica, que propone la virtud como la realización correcta de la función de las cosas: «¿Qué es una buena tijera, o una
tijera virtuosa?», podríamos preguntar. Una buena tijera es aquella que corta bien, pues su propósito es cortar. Y eso, aplicado a los seres humanos, nos invita a preguntarnos por la función correcta del hombre. Aristóteles fue el primero de los filósofos de la tradición occidental —pues esta idea tenía ya antecedentes en la religiosidad de Oriente— que negó la ganancia y la acumulación como fines esenciales del hombre. Desde su perspectiva, tener dinero es un medio y no un fin. Un medio para ser feliz. Razón por la cual no se puede afirmar que un hombre exitoso en lo material tenga necesariamente virtud. Por supuesto, la noción de felicidad propuesta por Aristóteles tenía las características de su contexto y de su propuesta política. Motivo por el cual Nussbaum complementó la perspectiva aristotélica con algunas de las nociones de «vida buena» derivadas del pensamiento estoico. En cualquier caso, considerar la virtud como la realización de la felicidad de las personas tiene un peso muy significativo en el ámbito de la capacidad. Por otro lado, resulta evidente la influencia del pensamiento liberal clásico en el enfoque de capacidades, sobre todo en el punto en el que se define que
En términos simples, el fundamento de esta visión, que por eso se llama enfoque de capacidad, es que las personas sean capaces de hacer realidad lo que desean. Lo cual implica, de manera irrefutable, ampliar el ámbito de la libertad. la capacidad combina una condición del contexto con el esfuerzo y la realización individual. Esa felicidad planteada por Aristóteles es definida por el liberalismo clásico como una realización progresiva, como un logro a alcanzar en el cual la determinación y el empeño tienen un papel fundamental. Esta noción, que fue central durante el siglo xix, quedó vivamente expresada en el preámbulo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, en la sección que afirma: «We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the pursuit of Happiness»6. 6 Sostenemos como evidentes en sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad [traducción del editor].
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Gracias a este marco podemos comprender que las capacidades de las que hablan Nussbaum y Sen no son un conjunto de destrezas o habilidades. Tener capacidad, de acuerdo con este enfoque, significa cuatro cosas: la primera, poder identificar algo valioso; la segunda, vivir en un contexto en el que eso que se considera valioso sea posible; la tercera es la inexistencia —o posibilidad de superación— de limitaciones materiales, físicas, intelectuales, simbólicas o culturales que se interpongan en la realización de lo valioso; y, por último, el protagonismo de las personas, que con su empeño y liderazgo pueden lograr la realización de su vida deseada, rasgo que, en términos técnicos, se denomina «agencia». Quiero llamar la atención sobre un asunto que con frecuencia pasa desapercibido. El paradigma del desarrollo como libertad desafía aspectos muy diversos de la existencia, tanto aquellos que se relacionan con la vida interior de las personas, como también las estructuras económicas y sociales en las cuales estos coexisten. Si se piensa detenidamente en los cuatro elementos que constituyen la capacidad, se notará que dos de ellos se centran en las condiciones del contexto (poder hacer efectivo lo que se considera
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El paradigma del desarrollo como libertad desafía aspectos muy diversos de la existencia, tanto aquellos que se relacionan con la vida interior de las personas, como también las estructuras económicas y sociales en las cuales estos coexisten. valioso y la ausencia de limitaciones para ello) y dos en el mundo personal y social que se hacen reales mediante la agencia (identificar lo valioso y ser protagonista de la realización). Es decir, el enfoque de capacidades hace un llamado a construir una sociedad más justa en términos de garantía de condiciones, y una sociedad en la cual nosotros podamos ser actores de nuestros propósitos.
Lectura y capacidad En las líneas siguientes se trazarán algunas de las relaciones más significativas que existen entre la lectura, el ejercicio individual y social de leer, y la interacción en las bibliotecas, con la generación de condiciones necesarias para que podamos identificar algo como valioso y podamos con todo nuestro esfuerzo conseguirlo. No me detendré en relaciones más evidentes, como la que existe, por ejemplo, entre el alfabetismo y el acceso
al conocimiento, o en las bibliotecas como bienes públicos de necesaria democratización. Aunque estos son asuntos fundamentales, hacen parte también del enfoque clásico de elevar los estándares en la calidad de la vida.
Lo valioso Pensemos primero en el desafío que implica identificar algo como valioso. Propongo un ejercicio mental, consistente en recordar un objeto que nos recuerde a alguno de nuestros hijos cuando era bebé, o un regalo especial que nos haya dado un miembro muy querido de nuestra familia; ese objeto puede ser también el diploma obtenido después de un largo esfuerzo o un recuerdo de un viaje que hayamos hecho con alguien a quien realmente queremos. Cualquiera de esos objetos, que puede ser una foto, un listón, un reloj, un anillo, un árbol de la vida o una artesanía en forma de gato, refleja que en el mundo de lo humano las cosas valen de un modo que supera su precio. Cada uno de nosotros, dependiendo de nuestras experiencias y expectativas, está en condiciones de dotar objetos, momentos y acciones de un valor específico y profundo, que por lo general nos indica qué es lo que da sentido a nuestra vida.
Les ha costado mucho trabajo a los economistas, y en particular a aquellos fanáticamente involucrados con el paradigma neoclásico, formalizar y comprender por qué hay ciertas transacciones que se resisten al valor monetario de los objetos y por qué el precio no refleja el verdadero aprecio que alguien siente por algo. Muchos de ellos aún revisan sorprendidos los resultados dispares que tienen encuestas de consumo cultural en cuyos formularios les preguntan a las personas: ¿cuánto dinero estaría usted dispuesto a pagar por…? El valor que adquieren las cosas, que, a propósito, es una experiencia móvil y cambiante, es el resultado de un sinnúmero de aspectos, dentro de los cuales están la experiencia personal, la cultura circundante, nuestros conocimientos, el sentido de la estética, un momento específico en el tiempo y una elección que pasa por la conciencia, pero que en muy pocos casos es enteramente racional. Por eso, la pregunta por lo valioso supera por mucho la pregunta prosaica que involucra la elección concreta e interpela las estructuras de sentido que cada uno de nosotros tiene a disposición. Como lo señala Arjun Appadurai (2004), hablando sobre las necesidades de desarrollo (que es una forma alternativa
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de referirse a la construcción de lo valioso), estas siempre están enraizadas en la cultura. Para él, las aspiraciones individuales y sociales se relacionan con tres tipos de enraizamiento cultural: a) «el inventario visible de deseos», que define decisiones en lo cotidiano; b) las «normas intermedias», que sin estar explícitas moldean nuestras decisiones, dándonos ideas generales sobre familia, virtud, trabajo, matrimonio, etc.; y c) «contextos normativos de alto orden», que definen nuestra posición sobre asuntos gruesos como paz, guerra, bienes materiales vs. relaciones, etc. Desde una perspectiva filosófica y psicológica, que complementa esta noción antropológica sobre lo valioso, Viktor Frankl propuso la necesaria relación entre el valor, el sentido de vida y la libertad interior. Frankl, quien estuvo en los campos de concentración nazis y luego estudió la capacidad humana de afrontar situaciones de vulneración y riesgo extremo aferrándose al sentido de la vida, propuso la noción de libertad interior como ese espacio en donde se construye la idea de lo valioso y se generan los recursos para afrontar exitosamente las crisis. Para Frankl, esa libertad interior, que es un lugar único e infranqueable, se desarrolla y se nutre mediante el diálogo interior, la sensación estética,
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la espiritualidad desde una mirada no religiosa y el humor (Frankl, 2015). Con estos elementos sobre la mesa, no resulta extraño comprender por qué la experiencia lectora, tanto desde la perspectiva individual como la social, es clave en la construcción y ampliación de la libertad interior de las personas y, por lo tanto, se constituye en un requisito para la ampliación de condiciones de libertad. Leer y dialogar son uno de los modos más importantes de construir la libertad interior. Es en ese diálogo permanente entre uno, el mundo en silencio y el mundo de los otros, en donde se van tejiendo los significados de las cosas, y donde se descubre que una foto puede tener más importancia que el auto más costoso; que un acto, una sonrisa o la palabra de una persona en cierto momento, pueden ser más valiosos que todo el oro del mundo. Leer, que implica la exposición radical al universo de sentidos de los otros, es un acto creador de la persona y, al ejecutar esta función —que es un modo de dialogar con los otros a través de la palabra y el silencio— lo que se está haciendo es darle sentido a la propia existencia.
Gracias a la lectura como práctica social (que no necesariamente es una práctica letrada que premia la ortodoxia y el academicismo) es posible ampliar el repertorio de sentido de los individuos y de los colectivos. Una comunidad lectora es una comunidad sensible al goce estético, a la tradición y al intercambio de ideas. Es una comunidad capaz de plantearse de un modo más enriquecido y diverso la pregunta por lo valioso, y de definir con mayor libertad esa experiencia que define la expresión viva de la capacidad.
Lo justo Pero ese diálogo que construye el sentido tiene, para efectos del enfoque de capacidades, un interés distributivo. En otras palabras, cuando el peso de lo valioso recae sobre la elección personal y social, se parte de la premisa de que al hacerlo no se premiarán los excesos ni el fanatismo, y que la comunidad creará consideraciones sobre lo valioso que rectificarán los actos injustos. Así, el enfoque de capacidades reivindica el papel que tienen las tradiciones en la toma de decisiones, pero, al mismo tiempo, plantea la deliberación social como un mecanismo mediante el cual los colectivos pueden cuestionar el contenido de las prácticas tradicionales,
Gracias a la lectura como práctica social (que no necesariamente es una práctica letrada que premia la ortodoxia y el academicismo), es posible ampliar el repertorio de sentido de los individuos y de los colectivos. cuando estas implican expresiones de fanatismo y de pérdida de derechos fundamentales (Sen, 2010). En ese sentido, Nussbaum afirma: El respeto por el pluralismo tal como se entiende en nuestro enfoque difiere por completo del relativismo cultural o del sometimiento a la tradición, pues exige que la sociedad se posicione a través de ciertos valores globales dirigidos a proteger la libertad de elección de sus ciudadanos y ciudadanas (2012, p. 135).
Desde la perspectiva del enfoque de capacidad, la manera más efectiva para que la expresión de lo valioso sea justa en relación con las necesidades tiene que ver con el cultivo de emociones políticas como la solidaridad, la compasión y el afecto (Nussbaum, 2012, p. 211), y ello es posible, a su vez, gracias al cultivo de la imaginación empática. Sobre este punto, vale la pena considerar que las
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nociones sobre lo justo y lo injusto, así como de lo aceptable y lo no aceptable, además de provenir de marcos normativos y morales reconocidos por el contexto, se desarrollan en el contacto con las historias de los demás y con la observación de sus experiencias vitales (Nussbaum, 2014). En la literatura sobre desarrollo del juicio y razonamiento moral, así como en la discusión académica contemporánea sobre desarrollo y aprendizaje de actitudes, comportamientos y valores (Hoffman, 2002; Kohlberg, 1992; Escámez, García y Cruz, 2007), está muy aceptado que el mecanismo más efectivo para desarrollar la empatía es la exposición y deliberación en torno a los relatos de los seres humanos. Con esta discusión se ha evidenciado de manera empírica una práctica ancestral presente en todas las herencias culturales: la narración de historias para la consolidación de comportamientos colectivos. Estar expuestos a historias como Oliver Twist, Los miserables, Los funerales de la Mamá Grande, y al informe Basta ya, publicado por el Centro Nacional de Memoria Histórica es, sin lugar a dudas, construir parábolas sobre lo admisible y lo no admisible. Y, en esa construcción, el
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papel que desempeñan los bibliotecarios es sencillamente crucial. Y lo es porque les corresponde a ellos no solo hacer una buena selección de temas y asuntos para revelar, sino que también deben conocer la colección para recomendar con acierto. En efecto, en su papel de mediación deben proponer actividades que promuevan el diálogo sobre las experiencias vividas y las condiciones que hicieron posibles estas experiencias. En un escenario como el colombiano, tan necesitado del desarrollo de una imaginación moral que nos permita crear el tabú de la violencia homicida, las bibliotecas como espacios de interacción y diálogo libre y desinteresado, como convergencia de generaciones y de prácticas, como espacios lejos del acartonamiento de la escuela, están llamadas a materializar parte de la libertad que es esencial para el desarrollo. Lo que pretendo decir es que la labor de las bibliotecas públicas y la labor de la lectura tienen todo que ver con el desarrollo. Y no solo todo que ver, sino que su papel, en los términos planteados por el enfoque de capacidades, es más importante que la construcción de autopistas y la generación de condiciones
de competitividad, así el Departamento Nacional de Planeación (dnp) opine lo contrario. Es indudable que gracias a la infraestructura se mejora la efectividad del tránsito y del transporte, lo cual permite la acumulación y el aumento progresivo en las condiciones de vida. Pero la lectura y las bibliotecas están en el centro del proceso más místico que tiene el desarrollo, que es la asignación de valor para lo propio y para lo común, y la capacidad para que cada uno sea agente de su propio desarrollo. De lo que estamos hablando es de la oportunidad de imaginar un mundo posible, que sea más justo, y hacerlo realidad. Desde nuestra perspectiva, esta es una razón suficiente para que las bibliotecas estén muy alto en las prioridades de la inversión pública y para que la labor de los bibliotecarios y las bibliotecarias tenga la valoración y el apoyo acorde con su importancia. Pensar de este modo, implica, por supuesto, una apuesta por lo intangible, que es algo muy esquivo a los políticos y a las políticas públicas (Kliksberg y Sen, 2007). Pero de eso se trata la innovación. Y esta es una trayectoria que vale la pena recorrer.
La lectura y las bibliotecas están en el centro del proceso más místico que tiene el desarrollo, que es la asignación de valor para lo propio y para lo común, y la capacidad para que cada uno sea agente de su propio desarrollo. De lo que estamos hablando es de la oportunidad de imaginar un mundo posible, que sea más justo, y hacerlo realidad.
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diana guzmán
Hacia una historia de las bibliotecas públicas en Colombia
diana paola guzmán
(Bogotá, 1976). Es Doctora en Literatura de la Universidad de Antioquia, Magíster en Literatura Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo y Profesional en Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana. Sus artículos sobre historia de los lectores y la lectura han sido publicados en revistas españolas, chilenas, norteamericanas, mexicanas y colombianas. Es autora del libro Memoria y canon en las historias de la literatura colombiana (segunda
edición en 2017), editado por la Universidad Santo Tomás. Es profesora Titular del Departamento de Humanidades, Maestría en Semiótica, y del Pregrado en Literatura y Edición de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Coordina, desde 2013, el proyecto sobre caracterización del lector en Colombia. En la fase iii este proceso se adelanta en cooperación con el Instituto Caro y Cuervo. Es miembro de la Red en Prácticas de Lectura y Escritura. Forma parte de la Red de Estudios Críticos (rec - Latinoamérica).
preámbulo Proponerse aportar a la enunciación social de la biblioteca pública en Colombia, a partir de este proyecto, demandaba conocer el devenir histórico de las bibliotecas en nuestro país. Requería, en sintonía con lo que necesita Colombia de manera urgente, hacer memoria y reconocer en la trayectoria viva de las bibliotecas cuáles han sido sus luchas, sus puntos de inflexión y sus proyecciones hacia el futuro. Así surgió un proceso de revisión histórica, encabezado por la profesora Diana Guzmán, quien elaboró a lo largo de un año una perspectiva de las bibliotecas en Colombia como espacios públicos para la formación de razón y opinión pública, desde el siglo xviii hasta la actualidad. Con esta vuelta al pasado se busca complementar los trabajos sobre la historia de las bibliotecas del país, y recabar información con «textura vital», a través de los testimonios de bibliotecarios que desde al menos hace doscientos años han hecho un aporte a la construcción de la biblioteca en Colombia. Aquí se encuentra solo un apartado de la investigación realizada por Diana Guzmán, su texto completo puede consultarse en la Caja de herramientas de la rnpb.
Los libros, con su gran disciplina, en ausencia de otros conductores, en medio de la ignorancia profunda en que se vivía habitualmente, toda la nación, al leerlos, termina por adquirir el ingenio, los gustos y hasta los defectos naturales de aquellos que escriben; de tal suerte que, cuando por fin tuvieron que actuar, fue la lectura la que transfirió a la política todos los hábitos de la literatura. Alexis de Tocqueville, 1805-1859
L
a historia de las bibliotecas públicas en nuestro país es la historia del público lector y de la relación determinante entre la condición lectora y la vida social. Esta relación demuestra que la lectura no es un hecho autónomo desligado de la situación política y económica; por el contrario, constituye una de las prácticas más importantes dentro de los espacios de sociabilidad cultural. El objetivo de este texto es proponer una historia de las bibliotecas en nuestro país, enfocada en los cambios y evoluciones que presentó el sentido de lo público en la formación de espacios lectores, la circulación del conocimiento, el acceso y la democratización de la lectura como parte esencial de la vida social. Sin embargo, lo que denominamos el sentido de lo público se difumina si no se asocia con una práctica que devenga de la biblioteca; como es evidente, esa práctica no puede ser otra sino la lectura, y esos agentes que movilizan el sentido de lo público desde la lectura no son otros sino los lectores1.
1 Pierre Bourdieu define el «sentido de lo público» como la conciencia de los ciudadanos sobre aquello que les pertenece y a lo que pueden acceder. Para Bourdieu, el sentido de lo público implica no solo el acceso a los bienes artísticos, educativos y culturales, sino su cuidado, identificación y pertenencia. Desde esta perspectiva se formulan dos relaciones importantes: la creación de un público que tenga dicha conciencia y la existencia de un Estado que garantice los elementos fundamentales para construirla (2010, p. 43).
Lo público como circulación de conocimiento (1767-1870)
Herramientas para una historia de las bibliotecas públicas: el sentido de lo público, la razón pública y la opinión pública Siguiendo a Burke, la historia de la biblioteca es, sobre todo, la historia de la apropiación pública de los bienes simbólicos y materiales; de hecho, Burke define la historia de la biblioteca como «habitación y fuente de lo público» (2002, p. 157). Pero pensar en la conformación de un bien público requiere comprender tres aspectos concretos que guían, a su vez, el recorrido histórico de este texto: el sentido de lo público, la razón pública y la opinión pública. Así, la formación de las bibliotecas públicas concentra tres aspectos fundamentales: se institucionalizan como espacios públicos, benefician el acceso a la lectura y generan una circulación de saberes que integra diferentes visiones de mundo y experiencias comunitarias e individuales. Institucionalización, acceso y circulación son piedras angulares de la formación de sentido, opinión y razón pública, mecanismos de diálogo y debate que dinamizan los escenarios de paz.
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Desde esta perspectiva, la historia de las bibliotecas públicas, en cuanto lugares de vitalización de lo público, instituciones en donde circulan y se intercambian ideas, podría pensarse como una suerte de genealogía: la biblioteca virreinal se multiplica y se convierte en lo que hoy conocemos como biblioteca pública2. El presente texto considera tal genealogía dividida en tres apartados esenciales que relacionan la historia de las bibliotecas con la historia social y cultural. Como sustrato principal, los conceptos de sentido de lo público, razón pública y opinión pública resultan transversales en cada uno de los momentos analizados. 2 De acuerdo con Armando Petrucci, la
concepción de una biblioteca pública no puede desprenderse de una idea de lectura pública. Para Petrucci, la lectura pública combina la elección de espacios y colecciones abiertas que propician el acceso del lector, pero también, debe ser paralelo a la configuración de una opinión pública que tenga una circulación libre. A pesar de que la biblioteca es una institución con normas y límites propios, no puede imponer esas normas y límites a las opiniones y razones que suscita la lectura en sus visitantes (1998, p. 68).
La expulsión de los jesuitas de toda España y de sus colonias en febrero de 1767 por orden del rey Carlos iii se convirtió en la piedra angular para la fundación de la Real Biblioteca Pública de Santafé. La Cédula Real que ordenó su nacimiento fue recibida el 7 de julio de ese mismo año. El fondo que dio vida a la Biblioteca fue precisamente el de los jesuitas, conformado por 4.182 volúmenes que se organizaron en uno de los edificios donde funcionaba el Colegio Mayor de San Bartolomé, bajo la protección del fiscal de la audiencia Francisco Moreno y Escandón3. La fundación de la Real Biblioteca acompañó la renovación del plan de estudios que propuso Moreno y Escandón, el cual incorporó las Matemáticas y las Ciencias Naturales. El propósito del fiscal de la audiencia de iniciar una suerte de sistema ilustrado en las colonias se vio reflejado en el rápido crecimiento de la Biblioteca, que de 4.182 volúmenes pasó, en menos de tres años, a contar con 13 000 ejemplares, además de manuscritos. 3 Según Eduardo Posada, los 4.182 volúmenes
se inventariaron de la siguiente manera: santos padres 272, expositores 432, teología 438, filósofos 146, predicadores 573, canonistas 564, matemáticos 83, gramáticos 299, históricos 597, espirituales 424, médicos 539 y moralistas 385 (1897, p. 7).
Pensar en la conformación de un bien público requiere comprender tres aspectos concretos que guían, a su vez, el recorrido histórico de este texto: el sentido de lo público, la razón pública y la opinión pública. Los dos primeros hombres en ocupar el puesto de bibliotecario real fueron los presbíteros Ramón de la Infesta y Joaquín Esguerra. Luego de la muerte de Esguerra, fue nombrado por el virrey Ezpeleta el cubano Manuel del Socorro Rodríguez (1758-1819). Este último, no solo impulsó de manera inusitada la Biblioteca, sino que, además, fundó el primer periódico de la ciudad, el Papel Periódico de Santafé (Hernández de Alba, 1977, p. 18). Así lo describe Isidoro Laverde Amaya: Desde antes de acometer la publicación de ese periódico Rodríguez había sido designado por el Virrey para ocupar la plaza de Bibliotecario Real, con un sueldo de doscientos ochenta pesos anuales. Cumplió bien y fielmente los deberes de aquel encargo. Vivió siempre hasta su muerte, en un cuarto contiguo a la biblioteca y se consagró con solícito interés a la difusión de las luces (1961, p. 203).
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La dedicación de Manuel del Socorro Rodríguez no solo triplicó el número de volúmenes que albergaba la Biblioteca, sino que garantizó su sobrevivencia por largos años. Don Manuel, como lo relata José María Vergara y Vergara, se fue a vivir al frío local y pasaba las noches escribiendo cartas y solicitando donaciones para aumentar el acopio de los anaqueles (Vergara y Vergara, 1866). De hecho, en carta dirigida al duque de Alcudia, el bibliotecario hacía referencia directa a su labor como «amante y protector del espíritu y el bien público, ruego que el conocimiento sea de todos» (Socorro Rodríguez, 17 de julio de 1792). Luego del establecimiento del Virreinato, hacia 1750, la ciudad pareció renovarse y se respiraban aires de progreso, como los descritos por el padre Gilij: Santafé en mis tiempos, era muy célebre por otros aspectos. Sus ciudadanos, aunque los titulados nobles son muy raros, en su mayoría son ricos y descendientes de los conquistadores de aquellas tierras, de porte gentil y buen talento […]. Los indios se han transformado completamente, al mezclarse en matrimonio con sus conciudadanos, y por este motivo siguen
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La vida de las bibliotecas públicas debe aludir a un conjunto de libertades de expresión, como la de leer lo que se quiera y como se quiera (Chartier, 1994). viviendo a través de los mestizos más numerosos y fuertes que antes. Negros hay pocos en comparación con las tierras calientes (Gilij, 1955, p. 382).
A pesar de los vientos de renovación que anunciaba el Virreinato, la realidad superaba la percepción de progreso. No obstante, hubo un crecimiento urbano y la Biblioteca, como lo menciona Jaime Jaramillo Uribe, contribuyó a fortalecer la illusio de un avance rampante. La ciudad no alcanzaba los índices de desarrollo de otras capitales de América, sus rentas municipales eran pequeñas, de unos tres mil pesos, pero el arribo de la Biblioteca subió las rentas que la ciudad recibía por parte de la Corona y pudo equilibrar, de manera parcial, la inestabilidad económica (Jaramillo, 1994, p. 183). Si bien la Cédula Real otorgaba el carácter de pública a la Biblioteca Real, quienes tenían acceso a sus instalaciones no eran todos los habitantes de la ciudad, sino los estudiantes y presbíteros, hombres de letras y pensadores pertenecientes a una élite simbólica. De acuerdo con Francisco
Ortega, la opinión pública y el sentido de lo público en este periodo era mal visto por el poder y se consideraba condición de unos pocos (2012, p. 39). Como se ha dicho anteriormente, la biblioteca forma parte fundamental de la construcción y sobrevivencia de un sentido de lo público; aunque dicho sentido correspondía a contados individuos. Lo público se entendía como aquello conocido por todos, pero no se relacionaba con el acceso y la apertura de espacios para la sociedad (Ortega, 2012, p. 39). La Biblioteca Pública Real no era un espacio abierto, sino una institución que ordenaba el conocimiento y guardaba la memoria por medio de la conservación de manuscritos. Sin embargo, no podemos desconocer que la presencia de la Biblioteca en una sociedad colonial abría las puertas para que el conocimiento iniciara una circulación más amplia. Durante la gesta independentista, como es lógico, se cambió el nombre de Biblioteca Real a Biblioteca Pública, y en la década de 1820 pasó a llamarse Biblioteca Nacional (Téllez, 2012, p. 63). La Biblioteca conservó su carácter patrimonial y de vigía de la memoria, por ello, en 1823, Francisco de Paula Santander le confirió el título de
«Nacional» y le encomendó el cuidado del acervo proveniente de la Expedición Botánica (1781).
Las bibliotecas de los artesanos y la autoeducación La vida de las bibliotecas públicas debe aludir a un conjunto de libertades de expresión, como la de leer lo que se quiera y como se quiera (Chartier, 1994). El garante de esa libertad lectora es, justamente, la existencia de estos espacios en donde el conocimiento, las preguntas y los debates son tan variados y múltiples como los libros que viven en los anaqueles. Para Roger Chartier (2003) y Stanley Fish (1992) los escenarios sociales donde tuvo un importante desarrollo la circulación de la opinión pública fueron los estatales, pero también aquellos donde se hacían presentes quienes estaban en contienda con el Gobierno y pretendían un reconocimiento social como ciudadanos. En Colombia, quien mejor representa este proceso es el artesanado, al proponer una sociabilidad que hiciera posible su vinculación y reconocimiento definitivo en el engranaje económico y político del país.
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Como lo afirma Camilo Páez (2012, p. 477), el golpe de José María Melo en 1854 «fue un parteaguas en el proceso asociativo del artesanado». Este gremio decidió agruparse y, además, iniciar un proceso de autoeducación que incluía la lectura como parte esencial de su actividad 4. La instauración de la sociedad de artesanos en 1846, y su fortalecimiento y reglamentación en 1849, impulsó la educación con la creación de bibliotecas y escuelas nocturnas para ellos y sus familias. Los manifiestos que publicaron las diferentes sociedades democráticas fundadas a lo largo del territorio nacional concordaban en dos puntos: por un lado, el afán de educación; por otro, la noción de la lectura y el acceso al 4 Las sociedades de amigos del país, creadas
hacia 1826, tenían como uno de sus objetivos la promoción y el perfeccionamiento de los oficios. Se propuso la creación de escuelas que formaran e instruyeran a los artesanos por considerarlos «parte esencial del desarrollo de una nación civilizada». En 1776 se publicó en España el Apéndice de la educación popular (libro que se encuentra en el Fondo Cuervo de la Biblioteca Nacional), allí se consignaba la importancia de considerar a los artesanos ciudadanos y parte central del progreso. Sin embargo, esta premisa, que pervivió aún en el siglo xix, limitaba a este sector a una instrucción relacionada con el oficio y no con el conocimiento en general; por esta razón, los artesanos reflexionaban de manera permanente sobre una educación y una actividad lectora que superara el mero aprendizaje material y se enfocara en su formación intelectual.
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Los manifiestos que publicaron las diferentes sociedades democráticas fundadas a lo largo del territorio nacional concordaban en dos puntos: por un lado, el afán de educación; por otro, la noción de la lectura y el acceso al conocimiento como un «bien común».
conocimiento como un «bien común». Regresando a Páez, muchos de los periódicos, como El Obrero o La Alianza, publicaban textos en los cuales la instrucción para hombres y mujeres del artesanado era esencial no solo para el progreso del grupo específico, sino para el de toda la nación (2012, p. 482). En la prensa de los artesanos se hacen evidentes dos cosas, que también hace notar Páez: la lectura y la circulación de conocimiento a través del soporte impreso es parte fundamental de la sobrevivencia de los artesanos en cuanto grupo social, pero también se convierte en un bien común que beneficia a todos y los legitima como agentes principales en el desarrollo del país. El 6 de octubre de 1864 en el periódico El Artesano se saluda a
la publicación cartagenera El Sol de la Patria, lo interesante de este pequeño escrito es la alusión directa a la relación entre lectura y conocimiento: «El conocimiento es la unión de la fuerza i si todos los obreros, olvidando nuestras disensiones políticas, nos compactamos alrededor de la lectura y el estudio, será nuestro triunfo» (El Obrero, 1 de agosto de 1864). En este sentido, el acceso a la lectura constituía una identidad grupal y, además, permitía y beneficiaba el tránsito de las opiniones, las propuestas, y la presencia de los artesanos en la vida social. De esta manera, la concepción de la lectura como bien común garantizaba, de cierta forma, la constitución y reconocimiento de una opinión pública. Es justo la necesidad de valorar la opinión de los artesanos lo que intenta legitimarse por medio de su presencia y participación en el campus de la Universidad Nacional. Si bien se tienen noticias de una biblioteca para artesanos en el barrio Las Nieves, otra en Cartagena, una en Boyacá y otra en el pueblo de Paye, ubicado en Casanare, los espacios de los artesanos constituyen lo que Carmen Elisa Acosta (2005) ha denominado como
«bibliotecas ideales en la prensa». Así, las prácticas lectoras de los artesanos eran, en su mayoría, acciones públicas y colectivas cuyo objetivo principal era la circulación de ideas, su difusión y defensa. Es decir, los periódicos de y para artesanos eran las bibliotecas: conservaban textos literarios, políticos, manifiestos, referidos, cartas y biografías de los líderes. La dupla de educación y lectura es una constante en las propuestas de los artesanos, que se busca no solo con la inclusión de este sector en la Universidad Nacional, sino con el uso del tiempo libre para leer. Así lo afirma el periódico El Obrero, el 18 de octubre de 1864, en su número 9: «El artesano, teniendo que estar constantemente ocupado en el trabajo material, debe dedicar sus ratos de descanso a la lectura». Por otro lado, los periódicos sugerían un repertorio de lecturas y además invitaban a los lectores para que enviaran sus opiniones, poemas y dudas al redactor: este artesano que leía el periódico o que escuchaba la lectura en el taller, también formaba parte esencial de la publicación. Asimismo, los periódicos de artesanos tenían claro cuál era la función de la lectura dentro del espacio
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colectivo. El Obrero. Lecturas para el taller y el hogar, publicado en Bogotá en 1870, consideraba «necesario que todo lo que llegue a los talleres sea leído en voz alta durante la labor, escuchando, el artesano puede ir pensando y haciendo sus propias críticas» (n.o 1, p. 1). Educación y lectura constituían una instrucción básica, como se menciona en El Obrero, el 15 de julio de 1865, en su número 14: No aconsejo yo a ningún artesano que haga seguir a sus hijos cursos universitarios ni que lo estanque años tras años en el colejio […] Creo que a nuestros hijos deberlos enseñarles, con perfección se entiende a leer, escribir, el idioma patrio, los tres primeros ramos de las matemáticas i algunas nociones de dibujo (p. 4).
La formación de la opinión pública del artesanado, a través de la lectura en los espacios lectores, pone de manifiesto otra relación importante entre lo que hemos denominado sentido de lo público y acciones colectivas como la lectura: la circulación de impresos y el establecimiento de bibliotecas. Resulta
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imposible, pues, la formación de la opinión pública sin un colectivo que accione y cree los vehículos y soportes para su circulación. Sumado a esto, el interés por la lectura que se manifestaba en los artesanos y se reproducía en los periódicos se convirtió en una suerte de dispositivo que dinamizaba la vida de la cultura impresa y multiplicaba los ideales liberales sobre los cuales se estructuraría el Olimpo Radical y sus políticas educativas. Luego de que se promulgara la libertad de imprenta gracias al artículo 151 de 1851, la multiplicación de impresos creció de modo sustancial; pero, además, el inicio del Olimpo Radical (1863-1886) contribuyó a que la educación desempeñara un papel sustancial en el progreso de la nación. El Decreto Orgánico de Instrucción Pública (doip), promulgado en 1870, consideró el ejercicio de la lectura como un dispositivo importante dentro de la organización escolar. Como lo expresa Jaime Jaramillo Uribe (1994), el doip fue el eco más importante de la Constitución de 1853 y de los anhelos reformistas propios del pensamiento liberal. La sección primera del decreto, en su artículo 12, contempla la importancia de las bibliotecas populares y de sociedades
que garanticen la lectura y la circulación de conocimiento para toda la población. El doip no solo institucionaliza una serie de procesos en la enseñanza, sino que propone un sistema de sociabilidad de la lectura como mecanismo central en la formación de la ciudadanía y, por tanto, en la circulación de la opinión pública. En este sentido, entra a la ecuación otro punto importante: la creación de espacios públicos para la lectura. Si bien los artesanos, a través de la prensa y las bibliotecas, configuraron una opinión pública inicial, el doip plantea una fisonomía de la enseñanza de la lectura que debe evidenciarse a partir de dos acciones que Maurice Agulhon considera centrales: la creación de espacios de aprendizaje y lectura como las bibliotecas o los salones, junto con la aparición de dinámicas que contabilicen a los sujetos inmersos en el circuito de sociabilidad (2009, p. 76). El Decreto de 1870 contempla ambas acciones. Este documento no solo determina la división escolar, sino las funciones de los instructores, directores e inspectores; además, en la sección segunda del artículo 10, se estipula la creación de un órgano impreso que
Entra a la ecuación otro punto importante: la creación de espacios públicos para la lectura. cumpla las veces de puente entre el Estado, los instructores y los estudiantes: «La Dirección jeneral publicará hasta dos veces por semana, i en los días que ella determine, un periódico que se titulará La Escuela Normal, el editor es Secretario de la Dirección» (doip, noviembre de 1870).El periódico La Escuela Normal no solo registraba los movimientos legales de las escuelas colombianas, sino que recogía una serie de lecturas que los profesores debían impartir en sus clases; también registraba las dinámicas de los espacios de lectura que el Gobierno pretendía crear. Para tal fin fue necesario contabilizar y caracterizar a los potenciales lectores y educandos mediante un censo realizado en 1872, cuyas estadísticas se publicaron en este periódico. Esta contabilidad también definió la naturaleza y anatomía que deberían tener las llamadas bibliotecas populares; por ejemplo, Dámaso Zapata publica en 1872 una serie de requerimientos arquitectónicos que deberían tener las escuelas. Zapata hace hincapié en que el espacio más importante es el de la biblioteca: «Debemos reconocer que las escuelas de los estados son muy
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precarias, pero en esta propuesta rescato la idea del gobierno en la instalación de las bibliotecas. Deben ser lugares iluminados, con aire y mesas de trabajo, los libros deben estar protegidos y controlados por el bibliotecario» (13 de enero de 1872, n.o 54, p. 17). Si bien las llamadas bibliotecas populares que se habían presupuestado en una centena de estos espacios a lo largo de los estados no resultaron como el Gobierno lo había planificado, el impulso del doip devino en la fundación de varias bibliotecas en diferentes regiones. Como lo expresa Téllez Tolosa, se abrieron las bibliotecas Fernández Madrid en Cartagena, la Biblioteca del Estado Soberano de Boyacá (1871) y la Municipal de Rionegro (1879). En 1870 abre sus puertas la Biblioteca Pública de Medellín que se convertiría, en 1881, en la Biblioteca de Zea (2012, p. 64). Otro espacio que resulta interesante y que se conformó como una biblioteca de uso público fue la llamada Biblioteca del Tercer Piso (1879), que hoy en día se encuentra en el municipio de Santo Domingo, en Antioquia. Allí se encontró una lista completa de las salidas y entradas de libros donados por los intelectuales más importantes
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Es evidente que las bibliotecas populares también perfilaron un lector que relacionaba el acto de leer con su cotidianidad y oficio. de la región, como Tomás Carrasquilla, Francisco de Paula Rendón y León de Greiff. Dentro de los inventarios también encontramos la Colección Araluce, que arribó al municipio con las bibliotecas aldeanas. De acuerdo con los registros y experiencias consignadas en el archivo de la Casa Museo Tomás Carrasquilla, la Biblioteca del Tercer Piso, a pesar de ser un recinto de puertas abiertas, no recibía a todos los habitantes del pueblo porque la consideraban un espacio exclusivo para los intelectuales y la clase letrada del pueblo, aunque la llegada de la colección de la Biblioteca Aldeana permitió un público más variado que el inicial. Hacia 1881 se expidió el Decreto 533, según el cual se organizarían bibliotecas populares en todos los territorios que contaban con escuelas superiores. Este decreto, además, impulsó la donación de bibliotecas privadas y canjes con otros países; por lo cual se creó la oficina de canjes, en la Biblioteca Nacional, en 1882, la que se consolidaría bajo la dirección de José Joaquín Casas en 1891. Asimismo, la Ley Primera del 26 de marzo de 1834 exigió a los impresores
remitir a la Biblioteca Nacional un ejemplar de todo lo impreso y escrito, dicha medida se complementó con la inscripción de las obras a la llamada propiedad literaria, que sumaba a ese único ejemplar, dos más para enviar a las bibliotecas populares5. El llamado para que la Biblioteca Nacional fuera el centro de distribución y recepción de las obras que llegaban de otros países también permitió la posibilidad de que el director tuviera voz y voto en la adquisición de obras para las bibliotecas más pequeñas6. En 1891, la Biblioteca dio cuenta de los ejemplares recibidos de otros países que debían circular por el Estado: 5 En 1893, el entonces director encargado de
la Biblioteca Nacional, Diego de Guzmán, informa al secretario de Instrucción Pública, la recepción de las primeras quince obras registradas bajo la propiedad literaria, aduce que solo recibió dos ejemplares de cada una y que hará lo posible para cumplir con la orden de surtir las bibliotecas menores (Obras que la Biblioteca ha recibido, 1887-1904).
6 También vale la pena recordar que luego
de la guerra civil de 1860, gran parte de los conventos fueron destruidos o desterrados, por lo cual varias órdenes religiosas enviaron a la Biblioteca Nacional sus colecciones bibliográficas, sumando 2.263 volúmenes a la Biblioteca, para un total de 22.457 ejemplares. Se recibieron las donaciones de Quijano Otero, de Madiedo y una segunda donación del fondo Pineda, la primera la recibió la Biblioteca en 1851. Luego de la muerte de Rufino José Cuervo en 1911, la Biblioteca también recibió parte de su biblioteca, compuesta por obras extranjeras.
Considero de gran importancia las obras consignadas en la sección 2 de la oficina de canjes como las de Georges Land, Víctor Hugo, de Dumas, Alfredo de Musset, de Alfonso Karr; no creo, según las ideas que tengo sobre las bibliotecas populares que deba emplearse el tesoro público en la distribución de dichas obras a las regiones apartadas. A mi juicio, la parte rica y verdaderamente importante y que debería llevarse a las bibliotecas menores, es la sección 3 compuesta por un inmenso acopio de periódicos, folletos, opúsculos, silabarios y manuales (Guzmán, s. f.).
Es evidente que las bibliotecas populares también perfilaron un lector que relacionaba el acto de leer con su cotidianidad y oficio. Pero esta decisión de circulación, esta creación de un círculo de legibilidad que definía la entrada y
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salida de los sujetos lectores, no devino de un imaginario sin fundamento. Uno de los elementos heredados del Olimpo Radical y que contribuyó en el establecimiento de dichas bibliotecas fue el censo realizado en 1870 y 1872. Dicho censo, registrado en el periódico La Escuela Normal, caracterizaba a los estados de acuerdo con su producción económica, el número de escuelas y los niños que se encontraban fuera del sistema escolar. De este modo fue posible entrever las necesidades de cada territorio y se intentó relacionar las bibliotecas con la realidad social de los individuos. Los espacios lectores consolidados a través del doip eran, a su vez, escenarios de consolidación de la opinión pública, cuyos antecedentes hemos situado en la prensa y las bibliotecas de artesanos. Según Jürgen Habermas, la dupla conformada por opinión pública y espacio público resulta inseparable en la medida en que la opinión pública se estructura y fortalece en estos espacios: Por espacio público entendemos un ámbito de nuestra vida social, en el que se puede construir algo así como opinión pública. La entrada está
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fundamentalmente abierta a todos los ciudadanos. En cada conversación en la que los individuos privados se reúnen como público se constituye una porción de espacio público. [...] Los ciudadanos se comportan como público, cuando se reúnen y conciertan libremente, sin presiones y con la garantía de poder manifestar y publicar libremente su opinión, sobre las oportunidades de actuar según intereses generales. En los casos de un público amplio, esta comunicación requiere medios precisos de transferencia e influencia: periódicos y revistas, radio y televisión son hoy tales medios del espacio público (1994, p. 61).
Si tenemos en cuenta la relación que planteó el Olimpo Radical entre lectura, lector (necesidades de las regiones) y espacio de lectura (biblioteca), de un modo u otro, las salas de lectura de las escuelas y las llamadas bibliotecas populares configuraron un escenario que, para Habermas, resulta primordial en la circulación de la opinión pública: el carácter constitutivo de cualquier grupo de diálogo entre sujetos que participan en la formación de la trama de «lo público» y en la generación de opinión. En este sentido, las bibliotecas relacionadas con la cotidianidad del lector no son espacios
políticos sino ciudadanos. Así, la práctica lectora como parte esencial de la vida comunitaria va abriéndose camino a la llamada lectura pública que supera, de manera paulatina, la mera instrucción 7. Por otro lado, en 1883 se reglamentó el préstamo a domicilio de la Biblioteca Nacional. Sin embargo, dicha actividad ya estaba fuertemente regulada: En el reglamento vigente de la biblioteca, Artículo 2 se señalan tres condiciones para que puedan prestarse obras ó documentos á domicilio: autorización superior, seguridades de devolución otorgadas por el agraciado ó casos excepcionales como que el agraciado no pueda asistir a la sala de lectura […] No es posible conocer a todos los lectores, por eso ruego al señor Secretario se sirva prestarme su auxilio para disminuir esta práctica (Caro, 1883). 7 De acuerdo con Luis García Ejarque (2000),
la lectura pública se relaciona con la intervención del Estado (en cualquiera de sus manifestaciones) para beneficiar el acceso y la circulación de la cultura impresa. Siguiendo a Renán Silva (2000), el primer esfuerzo de lectura pública que se lleva a cabo en nuestro territorio obedece a las reformas borbónicas y a la necesidad de acercar a más población a la lectura y a la instrucción. En este sentido, la lectura pública va ligada al acceso que tengan los sujetos a estos espacios.
La práctica lectora como parte esencial de la vida comunitaria va abriéndose camino a la llamada lectura pública que supera, de manera paulatina, la mera instrucción.
El ruego de Miguel Antonio Caro, enviado al secretario de Instrucción Pública en 1883, evidencia que el carácter de la Biblioteca Nacional se suscribía más a una institución patrimonial; si comparamos la súplica de Caro con las peticiones de las bibliotecas populares, nos damos cuenta de que estos espacios estaban al servicio del lector de manera directa. De hecho, en el mismo año, el señor Isidoro Vargas, director de la Biblioteca de Boyacá, solicitó a la Biblioteca Nacional ejemplares de Ensayos de crítica social de Rafael Núñez; la petición para tener este libro por treinta días tenía como objetivo: «que pueda circular entre los estudiantes por este tiempo y beneficiar su formación en los ideales de este ilustre pensador» (Vargas, 1883). Es evidente que los espacios comenzaron a diferenciarse de acuerdo con su misión, pero también teniendo en cuenta los lectores que ocupaban sus salas.
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Otro aspecto que Habermas considera central en la circulación de opinión en espacios públicos, como las bibliotecas que empiezan a consolidarse, es aquello que define como identidad en la diversidad; es decir, el hecho de que en estos espacios todos vean y escuchen diferentes posiciones también consolida el derecho al acceso de todos los individuos.
El hecho de que en estos espacios todos vean y escuchen diferentes posiciones también consolida el derecho al acceso de todos los individuos.
El sentido de lo público: los libros en busca de lectores (1910-1940) En 1910 se conmemoró el Primer Centenario de la Independencia de Colombia, dicha celebración se evidenció en varios procesos culturales, el más visible fue la fundación de una serie de bibliotecas del Centenario en diferentes ciudades del país. La primera se fundó un año antes de la celebración (resulta muy interesante que se hiciera en un barrio predominantemente obrero: Las Nieves). La Biblioteca de Santander inició labores en 1909 y era dirigida por José J. Azula. En una carta dirigida a la Biblioteca Nacional, Azula se refería a la importancia que tiene la lectura para «el desarrollo y civilización de nuestras sociedades de obreros» (Azula, s. f.).
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Si bien en 1930 se funda la Biblioteca Infantil en el Parque de la Independencia de Bogotá, dicho espacio ya había tenido una primera inauguración en 1908, que antecedió a las celebraciones del Centenario. Este lugar contaba con «4 anaqueles que recogen lo más granado de la literatura infantil, cartillas y libros ilustrados donados por países hermanos, también sea motivo para que esta apertura celebre el día de la raza a través del Decreto 83 de 1908» (1908). La presentación de la Biblioteca Infantil, firmada por el entonces oficial mayor Manuel H. Pinto, atribuía a la lectura en los niños la formación de una identidad continental que «recoja lo mejor de los dos mundos, de las dos razas y de las nuevas generaciones». Al realizar la revisión del archivo, esta biblioteca subsistió hasta 1915 y luego reabrió sus puertas en 1930 con el apoyo de Luis López de Mesa y Daniel Samper Ortega.
La fundación de bibliotecas que reconocen lectores específicos, como la infantil o la de maestros —creada en 1917—, a la que haremos referencia más adelante, entraña un elemento decisivo dentro de la configuración y conciencia de los espacios lectores como públicos. De acuerdo con Habermas (1994), cuanto más se especifique y se tengan presentes a los sujetos comprometidos, mayor será el impacto que el espacio público tendrá en la vida social de los sujetos. Esto quiere decir que, poco a poco, nos acercamos a un lector más consciente de su quehacer, de su lugar y de su práctica dentro de estos. De hecho, resulta interesante encontrar dentro de los informes de los directores de las distintas bibliotecas, alusiones al «comportamiento lector», la necesidad de presentar estadísticas y de cifrar la importancia de estos individuos en la vida de las bibliotecas. Un ejemplo de ello es el informe del bibliotecario de la Biblioteca del Centenario, ubicada en Ocaña (Norte de Santander), fechado el 15 de agosto de 1912, en el cual no
solo define a los lectores que la visitan, en este caso los niños, sino que hace un diagnóstico basado en el test económico de Ballard8. Si bien ya existía mayor acceso y número de lectores gracias a estas bibliotecas, el lector popular se concebía como un individuo poco dotado intelectualmente y al que era necesario guiar. Así lo hace notar Alfredo Garcés, director de la Biblioteca del Centenario de Popayán, fundada el 19 de julio de 1910: «Por eso la prudencia de los pueblos exige el conocimiento de sus propias capacidades, y la prudencia de sus conductores la acción dentro
8 El test económico de Ballard se implementó en
Francia hacia finales del siglo xx, su objetivo principal era medir la edad gestacional; sin embargo, se implementó para cuantificar el coeficiente de niños pequeños. En España, este test fue la base de muchos de los proyectos que emprendió María Moliner durante la Segunda República, entre los cuales se cuentan las bibliotecas populares. El test tomó gran importancia en regiones donde los niños tenían bajo nivel nutricional y educativo.
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del entendimiento y de las capacidades populares» (1911, p. 6)9. Las bibliotecas del Centenario tenían como objetivo abrir más espacios lectores, pero con una alta carga de instrucción, pensando en un lector indiferenciado cuyas necesidades resultaban homogéneas. En la Biblioteca del Centenario de Popayán, por ejemplo, un porcentaje considerable de libros estaba en francés e inglés, como las obras de Julio Verne. Muchos de los libros 9 Las bibliotecas del Centenario hicieron parte
de los planes emprendidos por la Comisión del Centenario, conformada por grandes intelectuales del país, entre quienes se contaban José María Carrasquilla, Rafael Uribe Uribe y Antonio Gómez Restrepo. Las iniciativas de esta comisión, encabezada por el presidente electo Carlos E. Restrepo, impulsaron una serie de monumentos a los héroes de la patria, el Pabellón de Bellas Artes en el Parque de la Independencia y cuatro bibliotecas centenaristas ubicadas en Cali, Popayán, Boyacá y Bogotá. Es evidente que el objetivo más importante de estas celebraciones era subir el ánimo nacional después de la devastación dejada por la Guerra de los Mil Días, y aunque el presupuesto de posguerra no alcanzó para dotar suficientemente dichas bibliotecas, se convocó, a través del Decreto 16 de 1910, a los pensadores e industriales para que donaran libros, además de sumar a sus inventarios los ejemplares con los que ya contaban varios departamentos.
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que estaban en español tenían como tema central la educación y la filosofía; de hecho, la mayoría de los libros pertenecían a la casa editorial francesa Payot, que tradujo gran parte de los clásicos galos al español. Los libros de economía eran publicados por Sopena, editorial de origen ibérico. El inventario de la Biblioteca del Centenario de Cali es muy similar a la de Popayán, lo curioso es que se encuentran libros escritos por colombianos y publicados por casas editoriales francesas, como es el caso de Viajes de un colombiano a Europa (1862) de José María Samper, publicado por la imprenta de E. Thunot y C. Una característica que unificaba a las bibliotecas del Centenario era la preocupación por incluir al lector, al usuario de la biblioteca, en la dinámica de este espacio. Precisamente, el Boletín de la Biblioteca del Centenario se fundó con el objetivo de mantener al público al corriente de lo que ocurría en la biblioteca y de la llegada de nuevas obras (16 de julio de 1911, p. 4). Los boletines informaban sobre las adquisiciones, divulgaban textos sobre la importancia de la lectura y, lo más importante, peticiones permanentes para agrandar el inventario de la biblioteca.
La Biblioteca del Centenario de Cali ofrecía un servicio muy interesante, que luego fue implementado por las demás: el préstamo a domicilio de algunos volúmenes seleccionados por el bibliotecario. Como lo mencionamos anteriormente, en 1883, la Biblioteca Nacional, regentada por Miguel Antonio Caro, le solicitó al Gobierno nacional cancelar el préstamo externo, como en efecto sucedió; pero el ejemplo de la Biblioteca del Centenario de Cali sirvió para que en 1922 se volviera a ofrecer dicho servicio. El entonces director de la Biblioteca, Rudesindo López y Lleras, hizo la petición al Gobierno argumentando que «en todas las bibliotecas del mundo hay una sección dedicada a la lectura a domicilio en la cual figuran los libros de fácil consecución» (López y Lleras, 1922). El mismo director propuso que se pagara un depósito de veinte centavos y que el libro se prestara por una semana. Esta solicitud no fue aprobada en la primera oportunidad y solo hasta 1923, con la Resolución del 5 de febrero de ese año, se inició el préstamo de los libros más comunes. La Biblioteca Nacional, bajo la tutela de López y Lleras, también siguió el ejemplo de las bibliotecas del Centenario; comenzó la publicación de la Revista de la Biblioteca Nacional, que funcionó hasta marzo de 1930, cuatro
Una característica que unificaba a las bibliotecas del Centenario era la preocupación por incluir al lector, al usuario de la biblioteca, en la dinámica de este espacio.
años después inició la publicación de Senderos, bajo la orientación de Daniel Samper Ortega10. Si bien la vida cultural colombiana parecía abrirse, la dinámica social también atestiguó la entrada de múltiples movimientos sociales como el obrerismo y su participación activa a través de la integración con los estudiantes. En 1920, el joven estudiante de Derecho Jorge Eliécer Gaitán funda, en la Universidad Nacional de Colombia, el Centro 10 Otro acontecimiento importante acaecido en la
década de 1920 fue el aumento de canjes con otros países como Uruguay, Argentina y Bolivia, incluso se menciona con mucha insistencia en los informes de López y Lleras la donación que hace el Instituto Smithsoniano en 1922. Al parecer, dicho envío constaba de 108 paquetes con libros sobre ciencia, zoología y arquitectura. La cantidad de informes, de entradas y salidas de material a la Biblioteca Nacional, denota la rica actividad de intercambio que tenía la oficina de canjes. López y Lleras solicitó que algunos de los libros donados por el instituto estadounidense fueran enviados a las regiones. No tenemos información si dicha sugerencia fue atendida o no.
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Universitario de Propaganda Cultural. Una de las estrategias que lideraron estos estudiantes consistía en replicar las conferencias de grandes intelectuales en los barrios obreros más humildes de la capital. El objetivo de este centro era iniciar una labor real de educación popular por medio de la enseñanza libre y de la fundación de bibliotecas. Entre las más interesantes está la Biblioteca de La Caridad, fundada en 1864 por la sociedad San Vicente de Paul, que pasó a manos del Partido Trabajador Colombiano en 1920. De acuerdo con los informes del Centro Universitario de Propaganda Cultural, algunos de los cuales fueron publicados en la revista Tribuna universitaria (19201922), se fundaron bibliotecas gremiales como la de Barberos de Cali, Pescadores de Magdalena, Obrera de Piendamó, la Biblioteca de Maestros del Atlántico, la de Automovilistas de Neiva, entre otras. Estas bibliotecas recibían las donaciones de estudiantes e intelectuales, ofrecían, como en el caso de la Biblioteca de La Caridad, servicio nocturno para que los trabajadores pudieran hacer uso de sus instalaciones. Infortunadamente, los registros que existen de estas instituciones son muy
La influencia de los valores republicanos determinó la dinámica de un proceso esencial en la construcción de lo público: el acceso. pocos y se desconoce con exactitud su funcionamiento e historia; sin embargo, constituyen un hito importante dentro de la formulación de un lector concebido desde su lugar en la dinámica social y no como un sujeto indiferenciado. Por ejemplo, la Biblioteca de La Caridad, administrada por el Partido Trabajador Colombiano, registraba obras enfocadas en el buen desarrollo de los oficios, además de una serie de manuales y cartillas sobre salud e higiene11. Sin lugar a dudas, una de las características de las bibliotecas gremiales fue el afán por la autoeducación y por proporcionar espacios de formación más propios e individuales para los obreros. De hecho, el periodo de modernidad económica que experimentaba Colombia se combinó con la aparición de nuevos lectores. En este sentido, el progreso material se enlazó con el intelectual y el 11 La información sobre estas bibliotecas se
encuentra disgregada en los fondos del Ministerio de Educación que reposan en el Archivo General de la Nación (agn); concretamente en saaa ii 22.2. 47, vol. 2.
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educativo. Como lo menciona Ann-Marie Chartier (1994, p. 113), la insistencia por la creación de bibliotecas y colecciones editoriales fue el resultado de un discurso republicano, eco del de España, que, a su vez, lo heredó de la Francia finisecular12. Justamente, la influencia de los valores republicanos determinó la dinámica de un proceso esencial en la construcción de lo público: el acceso. Para Pierre Bourdieu (2010), uno de los elementos transgredidos en este escenario fue el de la idea de un conocimiento heredado que pasaba de padre a hijo sin mayor esfuerzo. Al contrario, el conocimiento se concibió como un bien que debía adquirirse. En consecuencia, la lectura se convirtió en un mecanismo de conocimiento necesario para el progreso colectivo, y la tarea del Estado debía concentrarse en facilitar dicho acceso. La influencia de un discurso republicano abría las puertas al conocimiento y requería de un acceso más directo; no obstante, gran parte de estas políticas 12 Un antecedente importante de las colecciones
editoriales en el país que tenían como objetivo la formación y proliferación de lectores fue la Biblioteca popular: colección de grandes escritores nacionales y extranjeros, en cabeza de Jorge Roa y que se publicó entre 1893 y 1910.
educativas y culturales que nacieron en la República Liberal también entrañan contradicciones que se hace necesario resaltar rápidamente. Por un lado, y como lo ha dicho Renán Silva, una de las características de este periodo es la «invención» de una cultura popular y su representación a través de una «matriz folclórica» (2005, p. 21) que generaba relaciones jerárquicas entre lego y élite, instructor e instruido. Por otro lado, la configuración de una cultura popular es siempre de origen erudito y está atravesada por un ideal determinante de deber ser, un ideal de nación construido por las élites para aquellos que no pertenecen a ellas (Chartier, 1994). Sin lugar a dudas, la República Liberal afianzó la idea que había comenzado a gestarse en la década de 1920: el vínculo entre el naciente Estado liberal y el avance de la educación y la lectura como parte esencial del progreso. En ese entonces la lectura poseía un doble carácter: abría nuevos horizontes para los lectores que llegaban desde la lejanía geográfica y constituía un mecanismo fundamental en el ejercicio del poder. Con el gobierno de Alfonso López Pumarejo, la educación se convirtió en el plan más importante para apalancar
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el progreso. De hecho, López Pumarejo se refirió a Colombia como una gran escuela que requería del apoyo de todos. Fue así como Luis López de Mesa, elegido por el presidente López Pumarejo como Ministro de Educación en 1934, pudo hacer realidad la reforma «instruccionista» que había impulsado en 192813. Uno de los objetivos principales de lo que López de Mesa llamó la «aldea colombiana» fue la necesidad de organizar el campo de una manera que resultara benéfica para la educación y el progreso material de la población rural. Según Luis López de Mesa, aldea era todo municipio que tuviera entre quinientos y cinco mil habitantes. Para el ministro, la idea principal de este proyecto era que las manifestaciones del espíritu público se expresaran mediante el arte, la música y la lectura (1934, p. 5). 13 Alfonso López Pumarejo fue presidente de
Colombia en dos oportunidades. Entre 1934 y 1938, y de 1942 a 1946. El gobierno de López Pumarejo no solo impulsó la reforma universitaria y agraria, sino que abrió la puerta a muchos de los proyectos republicanos españoles, como el de las bibliotecas ambulantes y la creación de espacios para la lectura popular. Resulta ambiguo que el ministro López de Mesa haya retomado algunas de estas acciones republicanas dentro de lo que llamó el espíritu de la aldea, pero, a su vez, haya sido un reconocido detractor de la llegada de españoles exiliados por la dictadura de Franco.
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La «aldea» debía convertirse en un espacio común, en el marco del bienestar y el trabajo colectivo, pero sobre todo, debía dejar claras las funciones de los campesinos dentro de la nación. A esta iniciativa se unió Daniel Samper Ortega, reconocido intelectual que había tendido a su cargo, hacia 1928, la selección de cien obras que caracterizaran las letras nacionales. La llamada Selección Samper Ortega fue adquirida por el Estado en 1934 para conformar un aspecto central del plan aldeano: las bibliotecas. Vale la pena aclarar que con la idea de una biblioteca que saliera de los edificios y viajara por el país, también se transformaba la concepción tradicional de dicho espacio. López de Mesa había propuesto, hacia 1920, una biblioteca ideal que se instauraría en cada escuela, conformada por tres series: una de literatura universal, para afianzar el espíritu humanista; otra de manuales y cartillas, para enseñar diferentes oficios; y una última de literatura colombiana. Las obras de literatura universal y los manuales fueron comprados a casas estadounidenses como Appleton, y españolas, como Araluce; también completaron la biblioteca viajera títulos de la editorial Seix Barral, dirigidos a los maestros. La Selección Samper Ortega
se destinaría para la serie de literatura colombiana14. Luis López de Mesa contó con un aliado estratégico: Daniel Samper Ortega, quien ejerció la dirección de la Biblioteca Nacional entre 1931 y 1938. Este hizo un aporte inédito con las cifras arrojadas por los censos publicados en su otro gran proyecto, la revista Senderos. Además, desde su vinculación, llegaron cientos de solicitudes al despacho del director desde todas las zonas del país. El acceso, fundamental para un sentido y un espacio público, se complementa con la idea de un sujeto capaz de vivir en lo público. Las cartas que recibían el Ministerio de Educación y la Dirección de la Biblioteca Nacional atestiguan la diversidad de lectores que se incorporaban a esa esfera pública gracias a las bibliotecas aldeanas. Ejemplo de ello es la carta enviada el 29 de noviembre de 1935 por el secretario de los Ferrocarriles Nacionales, quien expresaba la necesidad de complementar dicha biblioteca con las colecciones estatales: 14 Siguiendo a Roger Chartier (1995) y a Anne-
Marie Chartier (1994), entre los siglos xvii y xviii encontramos dos definiciones de biblioteca. La primera hace mención al lugar físico en donde se depositan los libros, y la segunda se refiere a las colecciones y selecciones de corpus variado para distintos públicos y con diferentes funciones.
López de Mesa había propuesto, hacia 1920, una biblioteca ideal que se instauraría en cada escuela, conformada por tres series: una de literatura universal, para afianzar el espíritu humanista; otra de manuales y cartillas, para enseñar diferentes oficios; y una última de literatura colombiana. Iniciando la biblioteca con el envío de los libros que pedimos a este Ministerio, es muy fácil seguir aumentándola porque cada empleado traería uno o más libros que donaría a la institución consiguiendo así en corto tiempo una buena cantidad de obras que harían muy extensa la sala de la biblioteca (1935).
Es evidente que la lectura, para el secretario de los Ferrocarriles Nacionales, constituye un motivo de colaboración entre todos los empleados. Otro elemento que resulta central en esta naciente esfera pública es la vinculación de procesos de caracterización del lector y del comportamiento lector. En 1935 aparece en los números 18 y 19 de la revista
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Senderos una circular dirigida a los alcaldes o corregidores de las llamadas aldeas, en la cual se explicita la estructura de la biblioteca y su funcionamiento, además, se solicita con mucha insistencia los informes sobre los lectores, su asistencia, gustos y predilecciones (1935)15. De acuerdo con el censo realizado por el Ministerio de Educación en 1936, el país contaba con 674 bibliotecas aldeanas, se distribuyeron 95.462 ejemplares de materiales impresos, y tenían un total de 102.324 usuarios. Una de las actividades con las que contó el plan aldeano fue el levantamiento de una información muy valiosa a la que llamaron «cuadros estadísticos», publicados en Senderos, en 1935. Las preguntas que contienen estos cuadros no solo se relacionan con la salud y la educación, sino con el acceso y las 15 Según esta circular, quien estaba a cargo
de la biblioteca en los corregimientos sería el maestro de escuela, mientras que en los municipios con mayor población el alcalde nombraba un patrono de la biblioteca aldeana, quien manejaba la partida presupuestal destinada a la dotación de libros. De igual modo, tanto el maestro como el patrón de biblioteca, tenían que construir un mueble que midiera 1 metro con 50 centímetros de alto, 2 metros de largo, 40 centímetros de fondo y con entrepaños colocados a distancia de 25 centímetros. En algunas oportunidades, la biblioteca viajaba con el mueble.
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Otra función que tuvieron a su cargo las misiones ambulantes fue la distribución de una serie de libros, diferentes a los recogidos en las bibliotecas aldeanas, en los llamados territorios nacionales. necesidades que la biblioteca podía suplir. Se contabilizaba el número de pobladores, escuelas, bibliotecas, volúmenes, imprentas, librerías, junto con datos geográficos. Recabar gran parte de todas estas estadísticas fue una de las labores más importantes de las llamadas misiones ambulantes. Los profesores tenían la misión de hacer los censos y organizar la información, además de verificar que las bibliotecas aldeanas estuvieran al servicio de la comunidad y se les estuviera dando el uso para el que fueron creadas. Otra función que tuvieron a su cargo las misiones ambulantes fue la distribución de una serie de libros, diferentes a los recogidos en las bibliotecas aldeanas, en los llamados territorios nacionales. Hacia 1934, los profesores ambulantes llevaban valijas viajeras, prestaban los libros y luego tomaban camino hacia otro corregimiento. Estas valijas sirvieron,
a su vez, para fortalecer las bibliotecas municipales que no eran muy comunes ni numerosas, pero que empezaron a formar parte del presupuesto de los departamentos y municipios gracias al Decreto 537 de 1932, el cual ordenó una partida para la creación de bibliotecas al tiempo que el país entraba a formar parte de la Oficina Internacional de Educación de Ginebra16. Si bien las bibliotecas aldeanas gozaron, en la mayoría de los casos, del aprecio comunal, también tuvieron detractores entre los sacerdotes y una parte del sector gubernamental conservador. De acuerdo con Renán Silva (2005) y Jorge Orlando Melo (2000), el fin del proyecto de las bibliotecas aldeanas tuvo que ver con el fin de la República Liberal y el inicio de los Gobiernos conservadores; para los entrantes, esta iniciativa reflejaba el espíritu del Partido Liberal que debía socavarse con el nuevo Estado. A pesar del 16 Las misiones culturales y las mismas
bibliotecas aldeanas se nutrieron del modelo español de lectura popular liderado por María Moliner durante la Segunda República en España (1931-1936). Como parte de la modernización estatal, la educación tenía un lugar preponderante y el libro se convirtió en una herramienta básica para el proceso de culturización popular propio del régimen democrático. Durante el proyecto republicano se cambió el concepto de «biblioteca popular» por el de «biblioteca pública», con acceso a todos los ciudadanos. Las pequeñas bibliotecas populares fueron reemplazadas por las públicas que contaban con el apoyo del Estado (Martínez, 2005, p. 181).
éxito de las bibliotecas, documentado por Daniel Samper Ortega en los informes entregados al Ministerio de Educación (Samper Ortega cuenta 114 lectores mensuales en las 238 bibliotecas), la valía del proyecto se sometió al escrutinio de una comisión nombrada por el Gobierno en 1937, encabezada por el reconocido escritor Max Grillo y coordinada por el entonces ministro de Educación, Jorge Zalamea. A la Selección Samper Ortega se le acusaba de configurar un espíritu partidista que no le correspondía, lo cual el mismo Samper Ortega negó alegando que dicha selección solo pretendía hacer llegar a los rincones más remotos la cultura nacional y el amor por la lectura. De hecho, la cobertura de las bibliotecas alcanzó el 75 % del país y se convirtió en una base estructural para lo que serían las bibliotecas públicas. Gracias a la excelente recepción de las bibliotecas aldeanas, el Gobierno inició la configuración de una ley para reglamentar la creación y el apoyo de las bibliotecas públicas; el Decreto 1965
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de 1938 abrió la puerta para que se fundara una sección en el Ministerio de Educación destinada a la orientación y cuidado de dichos espacios.
La lectura en red: agendas públicas (1950-2015) Después de la Segunda Guerra Mundial, la idea de un progreso intelectual que debía apoyar y propiciar el progreso económico caracterizaba las políticas mundiales sobre acceso a la educación y a la lectura. En Colombia, comenzaron a leerse los principios pedagógicos de John Dewey, quien materializó la idea de progreso a través de avances concretos en materia de educación y didáctica. Ya no se trataba solo de formar seres capaces de manejar máquinas, sino individuos conscientes de su lugar en el desarrollo de la nación17. Es decir, resultaba necesario 17 Si bien los principios de Dewey entran a
Colombia hacia 1940 con la Biblioteca del Maestro, editada por Losada y traída al país por Agustín Nieto Caballero, su distribución se robustece con la reorganización del presupuesto educativo en 1945, mediante el Decreto 306, con el cual se crea el Fondo para la Educación y en donde se propone que un 10 % del ingreso bruto de las empresas nacionales y extranjeras se destine a la educación, incluyendo la creación de bibliotecas escolares y municipales. Esta distribución fortaleció los liceos pedagógicos e instauró la obligatoriedad del uso de la Biblioteca del Maestro.
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nutrir con mano de obra medianamente instruida las empresas y fábricas que llegarían con la inversión extranjera. Este discurso desarrollista marchaba paralelo a uno que parecía conservar los principios de la Ilustración en cuanto a la formación de individuos educados gracias a una práctica lectora casada con la idea de acceso y democratización del conocimiento. Es así como en 1949 aparece el Manifiesto de la Unesco sobre la biblioteca pública. El cambio que suscita dicho manifiesto puede evidenciarse en una transformación del concepto de lectura popular en cuanto instrucción, al de lectura pública en cuanto acción participativa. La lectura pública, relacionada con un espacio de libre acceso, conforma una dupla indisoluble según el Manifiesto: biblioteca y democracia. De dicho binomio resultaría la idea de una biblioteca pública que beneficia la libre difusión de ideas y, por consiguiente, una circulación garantizada de las mismas. En este punto vale la pena detenerse y hacer una comparación que resulta necesaria: las bibliotecas aldeanas estarían al servicio de una lectura popular para
instruir a los individuos del territorio nacional; la biblioteca pública, se supone, trascendía la instrucción y se volcaba a la producción, circulación y acceso de información. En el Manifiesto aparece un elemento inédito en la concepción de los espacios lectores: la biblioteca debe salvaguardar la libertad de expresión y mantener un espíritu crítico y constructivo en cuanto a los asuntos públicos. En este sentido, las bibliotecas de artesanos, las obreras, las populares y las aldeanas estaban abonando el camino para que la biblioteca, en cuanto espacio de lo público, promulgara el desarrollo de la opinión pública. Es así como de forma paulatina, la biblioteca deja de ser un espacio de lo público y se convierte en un espacio público, en donde, siguiendo a Habermas, «las discusiones públicas tienen que ver con objetos que dependen de la praxis del Estado» (1994, p. 105). Si volvemos al Manifiesto, en él se insiste sobre la biblioteca pública como formadora de opiniones acerca del quehacer del Estado. La aparición del Manifiesto de la Unesco trajo consigo varios cambios en la normatividad educativa y cultural del país, que luego resultaría en la reorganización de la legislación alrededor
Las bibliotecas de artesanos, las obreras, las populares y las aldeanas estaban abonando el camino para que la biblioteca, en cuanto espacio de lo público, promulgara el desarrollo de la opinión pública.
de las bibliotecas, reflejada en el Decreto 2381 de 1951, a través del cual se concretó la fundación del Departamento de Bibliotecas, que luego propiciaría la fundación de la Biblioteca Piloto de Medellín en 195218. Si bien las bibliotecas viajeras subieron los ríos y las montañas en busca 18 De acuerdo con Didier Álvarez Zapata y
Juan Guillermo Gómez, otro evento que se formula como parte fundamental de la promoción de la lectura y de su vinculación a los planes estatales es la celebración del Seminario Interamericano sobre Analfabetismo y Educación de Adultos, realizado en Río de Janeiro en 1949 (2002, p. 30). Siguiendo las actas de este encuentro, un punto central dentro de la erradicación del analfabetismo, que superaba el 40 % de la población en América Latina, fue la construcción de bibliotecas públicas que sirvieran como escenarios educativos. Este punto lo retomaría el Manifiesto, al proclamar que la «biblioteca pública es el aliado principal de la educación popular».
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de los lectores, la biblioteca pública se estableció como un lugar abierto para que el lector lo visitara. Además, el Manifiesto caracteriza a la biblioteca pública como un espacio descentralizado, con estantes abiertos, programas de estímulos a la lectura y planes de extensión cultural para vincular a la comunidad de manera activa. La fundación de la biblioteca pública se consolidó gracias a una relación sustancial entre desarrollo (por medio del acceso al conocimiento y la información) y la creación de un sistema que permitiera el buen funcionamiento de estos escenarios. De hecho, la biblioteca pública devino en una suerte de centro cultural en donde convergía gran parte de la actividad intelectual de las ciudades y municipios. Estos espacios ya habían sido perfilados por el Gobierno en 1944, con la Ley 56, la cual reglamentaba la creación de bibliotecas departamentales con las siguientes condiciones:
• Contar con un acervo de más
de diez mil volúmenes.
•
Tener un edificio adecuado, con las instalaciones requeridas para el ejercicio de la biblioteca.
• Tener clasificado el acervo
bibliográfico según el sistema decimal de Melvil Dewey.
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La fundación de la biblioteca pública se consolidó gracias a una relación sustancial entre desarrollo (por medio del acceso al conocimiento y la información) y la creación de un sistema que permitiera el buen funcionamiento de estos escenarios. El año 1951 fue muy importante para la formulación de las bibliotecas públicas. Por un lado, aparecieron los decretos 1776 y 2504 que ordenaron su creación en ciudades no capitales. Por otro, el control de las bibliotecas se concentró en el Ministerio de Educación, que reglamentó los sueldos y funciones de los empleados. La base legal y normativa que empezó a fortalecerse en nuestro país configuró de manera cada vez más definitiva la creación de la biblioteca pública y comenzó a vislumbrarla como «una institución social que promueve y facilita el acceso libre y gratuito a la información, la cultura y al conocimiento» (Jaramillo, 2006, p. 32). En ese mismo año se llevó a cabo en São Paulo la Conferencia sobre el Desarrollo de los Servicios de Bibliotecas Públicas en América Latina. Este evento se concentró en tecnificar y optimizar los servicios básicos de estas instituciones.
Revisando las actas de este encuentro, es evidente que tener bibliotecas públicas era signo de madurez social y que, además, estas debían adaptarse a las necesidades del lugar en donde se ubicaban. Así, la biblioteca pública como espacio en donde se accede al conocimiento y la información también beneficia la práctica de la crítica y la libertad de expresión. Regresando a Habermas, este lugar de lo público que se transforma en un lugar público debe beneficiar el desarrollo de la opinión pública y su función ha de relacionarse con «tareas de crítica y de control, que el público de los ciudadanos de un Estado ejercen de manera informal y que requiere de lugares para su generación y circulación» (1994, p, 54). En este sentido, el Manifiesto de la Unesco caracteriza la biblioteca pública como una hija de la democracia moderna, que traduce la lucha contra el analfabetismo en una lucha por el acceso y la libre circulación de las ideas. La fundación de la Biblioteca Piloto de Medellín, acordada en París en 1952 y abierta en 1954, significó la aceptación definitiva del Manifiesto de la Unesco por parte no solo del Estado colombiano, sino de los empresarios que decidieron colaborar, de manera muy tímida, en la pavimentación de la calle que conducía a la Biblioteca.
Paralelamente a la implementación de las bibliotecas públicas, en la década de 1950 se fundó una de las bibliotecas públicas más importantes de la historia nacional. El Gobierno dictatorial del General Rojas Pinilla (1953-1957) dejó al país en un aparente progreso rampante, pero con unos problemas económicos que se evidenciaron con la crisis del café y de la industria fabril. La fundación definitiva de la Biblioteca Luis Ángel Arango en 1958, patrocinada por el Banco de la República, significó un retorno a la democracia, con la cual, además, se buscó generar un clima de confianza para la inversión extranjera19. La idea de una biblioteca al servicio de todos, y patrocinada por el Banco de la República, tuvo su antecedente inmediato en 1923 con la apertura de un acervo bibliográfico sobre economía en el segundo piso de la sede principal del 19 En 1956 se fundó la Escuela Interamericana
de Bibliotecología en la Universidad de Antioquia. El Dr. Ignacio Vélez Escobar fue el gestor principal de esta iniciativa que buscaba formar profesionales capaces de sacar adelante los retos culturales y educativos a los que se enfrentaba el continente con las nuevas bibliotecas y centros culturales.
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Banco, ubicada en la Avenida Jiménez. Este espacio solo era usado por los empleados de la institución, pero diez años después se abrió al público en general. En 1945, el Banco de la República compró la biblioteca privada de Laureano García Ortiz y con ella dio inicio a un largo proceso liderado por el gerente de la entidad, el Dr. Luis Ángel Arango. La oposición del Gobierno de Rojas Pinilla no entorpeció la apertura de las instalaciones de la Biblioteca en 1956 ni la organización de la Casa de la Moneda un año después. Incluso, cuando en 1954, el General Rojas Pinilla dio la orden de instalar en el edificio de la Biblioteca Nacional los equipos de la naciente televisión colombiana, lo que dispersó el acervo hemerográfico que había guardado la Biblioteca Nacional, Arango ofreció las instalaciones del Banco de la República y de la futura biblioteca para resguardar este archivo. Arango murió viendo su sueño realizado en 1957. Durante la década de 1960, la idea de una red de bibliotecas públicas que estuvieran reguladas e interconectadas entre sí comenzó a gestarse. De acuerdo con Jorge Orlando Melo (2010), la fundación del Instituto Colombiano de Cultura, mediante el Decreto 3154 de 1968, fue uno de los elementos que sirvió como punto de partida para esta organización. Una de las funciones
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conferidas por el entonces presidente Carlos Lleras a dicho instituto fue la de estimular y apoyar las bibliotecas existentes en el país; pero las intenciones requerían de un mayor esfuerzo y aún no se lograba la consolidación de la red. Un año después, en 1969, se realizó en Bogotá la Reunión de Expertos sobre el Fomento del Libro en América Latina, antecedente inmediato de la fundación del cerlalc. Dicha reunión trajo consigo la exposición del Sistema Mundial de Información de las Naciones Unidas (unisist), que intentaba sistematizar el acceso y la circulación en todos los centros culturales y bibliotecas del mundo. El discurso sobre la promoción de la lectura y las preocupaciones acerca del analfabetismo dieron la entrada a la década de 1970. Países como Francia, Inglaterra y Estados Unidos cambiaron la idea de una lectura instruccionista por una concepción de lectura más ligada al placer y a la libre elección. Una de las preocupaciones que acompañaba dicha iniciativa era generar «hábitos de lectura» que convirtieran esta práctica en una actividad cotidiana y permanente. Sin embargo, en América Latina estos principios se combinaban con las necesidades primarias de alfabetización,
que requerían de una combinación entre la lectura como actividad lúdica y la lectura como parte de la instrucción básica20. De este modo, las bibliotecas públicas combinaban ambas funciones, enseñar a leer y disfrutar la lectura. Como lo enuncia Melo, la década de 1970 también fue el escenario para que las cajas de compensación familiar crearan redes de bibliotecas en las ciudades y municipios. Confama, Colsubsidio y Cafam iniciaron una red que se consolidó en 1993 y que nació con la primera biblioteca de Confama en 197421. Las bibliotecas públicas pertenecientes a estas cajas se estructuraron sobre la base de la educación popular que llegó a América Latina en la década de 1970 a través de Brasil y la llamada pedagogía de la liberación. La red de bibliotecas de estas entidades alcanzó los rincones más alejados del 20 De hecho, en 1968, se inaugura el Canal 11,
enfocado exclusivamente en la educación y culturalización del pueblo colombiano. La primera emisión del canal fue una conferencia dictada por el presidente Carlos Lleras Restrepo sobre civismo e historia patria. 21 En 1954, el Gobierno legisló el subsidio familiar
y con esta reforma surgió la necesidad de crear cajas de compensación familiar.
Durante la década de 1970, las bibliotecas públicas fueron configurándose como espacios de instrucción, pero también vincularon diferentes acciones culturales que las convirtieron en centros visibles para la comunidad.
país y sirvió de apoyo a campañas de alfabetización como la denominada Simón Bolívar, que se inició en 1980 con el Decreto 2646 y bajo el gobierno de Julio César Turbay Ayala. Esta campaña, concebida en el encuentro de ministros de educación que se llevó a cabo en México en 1979, se caracterizó por el trabajo de alfabetización en el campo y trajo consigo la fundación de veintisiete bibliotecas en las comisarías e intendencias más alejadas de la geografía nacional. Estas bibliotecas se denominaron Bancos de Libros para el Campo y contaron con el apoyo de la Caja Agraria y de las cajas de compensación familiar, que en alianza con el Gobierno ampliaron la cobertura de la campaña. Durante la década de 1970, las bibliotecas públicas fueron configurándose como espacios de instrucción, pero también vincularon diferentes acciones culturales que las convirtieron en centros visibles para la comunidad. No obstante,
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el presupuesto estatal y la falta de estructuración de una red efectiva mermó el trabajo de estas instituciones. Si bien en esta década se creó el Sistema de Información Nacional (sin), coordinado por el Instituto de Cultura, aún faltaba normalizar muchos procesos para crear una red consolidada. Colombia no era el único país que enfrentaba dos procesos tan importantes de manera paralela: la erradicación del analfabetismo y la creación de bibliotecas públicas. Así, en 1982, surgió el Manifiesto de Caracas, a partir de la Reunión Regional sobre la Situación Actual y Estrategias de Desarrollo de la Biblioteca Pública en América Latina y el Caribe, convocada por la Unesco. Luego de hacer un diagnóstico del papel de la biblioteca pública en treinta países, el Manifiesto expresó su apoyo definitivo a la creación de una red de bibliotecas que beneficiara la circulación y el acceso al conocimiento. Por esta razón, se creó, en el mismo año, el Sistema Metropolitano de Bibliotecas Publico-Escolares del Distrito (simbid), coordinado por la Secretaría de Educación. Esta iniciativa se consolidó con el Decreto 1721 de 1982, con el cual, además, se sumaron a esta red metropolitana centros juveniles comunitarios apoyados por las
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El fin de la década de 1970 abrió la puerta para que la Red de Bibliotecas Públicas, y con ella la garantía del acceso al conocimiento para todos, deviniera en un espacio público en todo el sentido de la palabra.
bibliotecas públicas. Con una inversión de ochenta millones de pesos se restauró el antiguo edificio del Colegio de La Merced para que fuera la sede central del Sistema Metropolitano de Bibliotecas. Este sistema dio importancia a la relación entre biblioteca y desarrollo comunitario, vinculando los procesos propios de los espacios de lectura. El Decreto 1721 hace hincapié en la organización de los sistemas de información y catálogos, aduciendo que deben estar dispuestos y abiertos al uso de la comunidad; además, siguiendo el Manifiesto de Caracas, la biblioteca pública se concibe como un espacio de apoyo para la educación, pero también para «la formación de ciudadanos capaces de opinar, conocer y trasmitir conocimiento, las Bibliotecas Públicas deben ser espacios de creación, pero también de libre expresión» (2016).
La organización de las bibliotecas en este sistema, que funcionó hasta entrada la década de 1990, agrupaba 160 bibliotecas de diferente naturaleza y contaba con una serie de procesos de extensión cultural que vinculaba de manera directa la biblioteca pública con la consolidación del tejido social. El fin de la década de 1970 abrió la puerta para que la Red de Bibliotecas Públicas, y con ella la garantía del acceso al conocimiento para todos, deviniera en un espacio público en todo el sentido de la palabra. Hacia 1985 se conformó el Comité Nacional de Bibliotecas Públicas y cuatro años después se implementó el Plan Nacional de Bibliotecas Públicas, impulsado por Colcultura y denominado «Lineamientos para un plan nacional de cultura: plan temático de bibliotecas públicas». A estos planes nacionales, junto con los distritales y departamentales, les siguieron otros como Es Rico Leer, en 1992, durante el cual se reforzó el volumen de ejemplares (alrededor de trescientos títulos nuevos fueron sumados a las colecciones) y se entregaron las llamadas «cajas viajeras». En 1997, y con el artículo 24 de la Ley Nacional de Cultura, se decretó que el Ministerio de Cultura, por medio de la Biblioteca Nacional, dirigiría la
Red Nacional de Bibliotecas Públicas22. En 2003, el documento conpes 3222, estableció los lineamientos del Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas, basado en la Ley 98 de 1993 sobre democratización y fomento del libro. El diagnóstico que arrojó la implementación de la Ley sirvió para subrayar las necesidades de incrementar el número de bibliotecas en el territorio nacional y de consolidar una serie de elementos para garantizar la supervivencia de las bibliotecas. Actualmente, el Ministerio de Cultura, en cabeza de la Biblioteca Nacional, sigue coordinando la Red Nacional de Bibliotecas Públicas promulgada con la Ley 1379 de 2010, en donde se reafirma dicha estructura. Una condición importante que comienza a plantear 22 En ese mismo año se crea el Ministerio de
Cultura, que inicia el proceso de coordinación de la Red; pero es en 2010, a través de la Ley 1379, a la que haremos referencia más adelante, con la cual esta función termina por consolidarse.
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esta ley es la necesidad de capacitar de manera permanente a los funcionarios que están a cargo de las bibliotecas y su vinculación determinante a la vida cotidiana de la comunidad. Este largo camino que recorre la biblioteca pública, como concepto y como realidad, se encarna hoy en las más de 1.400 bibliotecas de la Red Nacional, que se extienden a lo largo del país, más aquellas de iniciativa privada y comunitaria, que son escenarios del sentido de lo público para formar sujetos con razón pública y para respetar, en el diálogo concertado, la opinión pública.
La biblioteca pública como sujeto-red En octubre de 1953, Ray Bradbury publicó Fahrenheit 451. La historia tiene como protagonista a un «bombero» que debe quemar todos los libros que pueden generar trastorno en una sociedad aparentemente feliz. Un
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grupo de rebeldes, muchos de ellos antiguos bibliotecarios, deciden aislarse y convertirse en libros vivos que respiran en su memoria; ya no tienen sus nombres propios, ahora se llaman Odisea o Quijote o Las uvas de la ira. Ellos son los libros y los libros son ellos: la humanidad puede ser salvada. Este manifiesto de confianza y amor a los libros que escribe Bradbury representa el mismo recorrido que hemos hecho en este texto: la biblioteca pública no es otra cosa que el lugar donde pueden convivir distintas memorias, distintas terquedades y caminar sin empujarse ni agredirse, como lo hacían los nostálgicos bibliotecarios de Bradbury. Sin embargo, el lugar de la biblioteca pública también es una red multisistémica que reconoce y necesita diferentes tipos de relación, los cuales trascienden a los propios lectores y a los propios libros. El filósofo Bruno Latour afirma que uno de los grandes problemas del vínculo entre conocimiento y sociedad es limitar la cultura, en todas sus expresiones, a la instrucción o al mero divertimento. Un aspecto que Latour considera fundamental para que la cultura y sus agendas sean parte sustancial de la vida colectiva y que no esté limitada a las élites intelectuales
es desarmar el modelo hegemónico y concebir la construcción de conocimiento como una construcción colectiva en donde cada agente es primordial (2007, p. 38). En esta constelación de posibilidades, la biblioteca es un organismo que funciona como lo que Latour denominó actor-red; es decir, un ensamblaje entre sujetos, tecnología, políticas y cotidianidades que se conjugan en un solo escenario. La biblioteca pública, como lo hemos enunciado en este capítulo, tiene en su historia el devenir de lo público y de la participación de los sujetos en su construcción y pervivencia. Por esta razón, la biblioteca pública es un agente-red que, de manera rizomática, puede unir contrarios sin que dejen de ser contrarios, puede generar diálogos y polifonías y, lo más importante, permite que por sus venas circulen las opiniones, las razones y los sentidos de lo público.
Este largo camino que recorre la biblioteca pública, como concepto y como realidad, se encarna hoy en las más de 1.400 bibliotecas de la Red Nacional, que se extienden a lo largo del país, más aquellas de iniciativa privada y comunitaria, que son escenarios del sentido de lo público para formar sujetos con razón pública y para respetar, en el diálogo concertado, la opinión pública.
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Una casa para la armonía
luis eduardo álvarez marín
Licenciado en Educación Básica con Énfasis en Educación Artística de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas y máster en Creación Literaria de la Universidad de Texas, en El Paso, Estados Unidos. En el año 2002 inició su experiencia profesional en proyectos educativos dirigidos a niños de zonas vulnerables en Bogotá. Realizó la
coordinación pedagógica de la estrategia Fiesta de la Lectura, en los departamentos de Cauca, Nariño y Valle del Cauca. Hizo parte del equipo de promotores de lectura del proyecto «Bibliotecas como escenarios de paz», dentro del convenio entre la oei y la Biblioteca Nacional de Colombia. Actualmente es el coordinador de proyectos de lectura del área de Formación de la Biblioteca Nacional.
preámbulo Este capítulo cierra el libro Bibliotecas como escenarios de paz con la intención de dejar abierta la conversación con todos los bibliotecarios sobre el papel de los libros y la palabra literaria en la construcción de espacios de diálogo en las bibliotecas. Además es una muestra de lo que significa para el equipo de la Red el trabajo constante y presencial en las bibliotecas y la experiencia de recorrer el país conociendo diversos relatos y vivencias de bibliotecarios y usuarios. Es también una evidencia de la manera como el estudio y el análisis de las cuestiones tratadas en los capítulos anteriores permeó el discurso y la estructura conceptual del equipo de Formación de la Biblioteca Nacional y de la Estrategia de Promotores de Lectura Regionales. Sin duda, después de este proyecto y de la intervención realizada durante estos dos años de coyuntura política, el trabajo de promoción de lectura y la gestión bibliotecaria en Colombia se enriqueció. Este texto pretende ser una muestra de ello.
E
l presente acercamiento a la intervención realizada dentro del proyecto «Bibliotecas como escenarios de paz» no busca crear una radiografía de la experiencia en cuanto panorama e impactos estadísticos sobre las regiones visitadas, sino que propone ahondar en algunos casos específicos para alimentar la reflexión alrededor de las posibilidades de este tipo de proyectos y su pertinencia en las comunidades participantes. Desde el principio del proyecto se creó un vínculo especial con las teorías para la solución de conflictos aportadas por John Paul Lederach, en su libro La imaginación moral. Parte de los hallazgos del proyecto se estructuraron, en principio, desde las ideas y experiencias que expone el autor. Se retoman aquí las cuatro «disciplinas» de la imaginación moral para configurar el marco general de esta reflexión. La aproximación a estas disciplinas pretende poner en diálogo la experiencia en el territorio con otras lecturas e ideas que contribuyen a la comprensión de las dinámicas humanas, culturales y sociales que encontramos en nuestras bibliotecas públicas. Adicionalmente, las disciplinas se combinan con otros elementos (lengua,
ficción, cuerpo y mirada) que aportaron al entendimiento de la experiencia y cuyo papel es fundamental en todo el proceso de observación y reflexión.
La lengua que nos hace El lenguaje es un invento humano y el humano es inventado a su vez por este. Sin lenguaje no existimos, dicen, necesitamos nombrar y ser nombrados. Jorge Larrosa lo menciona de la siguiente manera: […] el lenguaje no es solo algo que tenemos sino que es casi todo lo que somos, que determina la forma y la sustancia no solo del mundo sino también de nosotros mismos, de nuestro pensamiento y de nuestra experiencia, que no pensamos desde nuestra genialidad sino desde nuestras palabras, que vivimos según la lengua que nos hace, de la que estamos hechos (2012, p. 60).
La literatura (posible por el lenguaje) es una de las vías de comunicación entre seres humanos, incluso de diferentes épocas. En ese sentido, la literatura
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posibilita las relaciones entre la humanidad, entre seres del presente (nosotros), del pasado (nuestros antepasados) y del futuro (los hijos de nuestra humanidad). Según lo describe Roland Barthes en La muerte del autor, la literatura tiene su origen en lo ritual, en una voz emergente, chamánica, espiritual, que oficia como vehículo de un mensaje que está más allá de todo conocimiento: quien habla no es, no existe mientras habla. La aparición de la escritura desritualizaría toda esa construcción cultural, como dice Barthes : «la escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen» (1984, p. 65). Aun así, la voz y la escritura configuran nuestros ejes en el oficio de la promoción de la lectura. Sin el lector la obra escrita solo sería una pila de papeles impresos y dispuestos en cierto orden, sin ningún sentido más allá de su existencia física. Al leer creamos todo el mundo de sentidos que pretende brindarnos la obra, y de este modo la literatura dialoga con nuestra humanidad y nuestra historia, posibilitando también la existencia de otras relaciones entre lectores, entre humanos que aun sin ser conscientes de ello caminan hacia el cuestionamiento o entendimiento de su propia humanidad. Esa voz primigenia de la que hablamos revive en la experiencia de la lectura porque encuentra un recipiente, un cuerpo donde habitar.
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Esta conexión entre lenguaje, seres humanos, voz y texto escrito, se manifiesta de manera particular en el territorio colombiano, un territorio gigante y habitado por la diversidad de etnias, de lenguas, de hábitos y hábitats, de culturas.
Esta conexión entre lenguaje, seres humanos, voz y texto escrito, se manifiesta de manera particular en el territorio colombiano, un territorio gigante y habitado por la diversidad de etnias, de lenguas, de hábitos y hábitats, de culturas. Nuestra palabra originaria pervive y resiste en muchos lugares del país. En la mayoría de las bibliotecas públicas visitadas encontré usuarios cuya primera lengua no es el español. Aun así, y a pesar de los esfuerzos que realizan los bibliotecarios para prestar un servicio incluyente, es evidente que esta «diferencia» afecta la comunicación y, por ende, las relaciones entre personas y libros. En la Biblioteca Municipal de Unguía, en Chocó, en medio de una sesión de clubes de lectores, Sindy Díaz, una de las participantes perteneciente a la etnia
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kuna, luego de la lectura del álbum Eloisa y los bichos de Jairo Buitrago y Rafael Yockteng, manifestó que le gustaría leerlo en su casa y en el resguardo. El problema era que la mayoría de ellos no hablaban español. Le pregunté a Sindy por qué le llamaba la atención ese libro para ellos. Me respondió: «Porque habla de ser diferente en el mundo», así como le sucedió a ella cuando era pequeña y llegó a la cabecera del municipio con su familia, sin saber hablar español. Más adelante le sugerí que ella podía traducir la historia y leerla con su comunidad, que se animara a oficiar como promotora de lectura. La palabra es el material etéreo con el que se hace la escritura y ella, al ser bilingüe, tiene un doble poder sobre la palabra, ya que puede crear puentes entre el espectador-lector y la obra misma. Con Sindy es posible ese mensaje de la escritura. Yo continué con la programación de lecturas, y al finalizar la sesión, vi que ella había escrito en mi agenda: Eloisa y Imal Tulgan / An Weguinechuli / An imal tulgan yo pan wisi (Eloisa y los bichos / No soy de aquí / Soy un bicho raro, lo reconozco). Sindy apela a su curiosidad paradójica, parte de verdades que la conducen a dar respuestas a sus inquietudes. La primera verdad es que hay un libro con una historia que la refleja a ella y a los
suyos. La segunda verdad es que quisiera compartirlo con su familia, pero reconoce que hay una escritura y además en un idioma que para ellos poco significa. La curiosidad paradójica está en indagar hasta encontrar una tercera opción, una vía de escape que mantenga en armonía los deseos y las imposibilidades. Guardando las proporciones, el dilema de Sindy fue similar a la anécdota que cuenta Federico García Lorca sobre Dostoievski: «Tenía frío, y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua, pedía libros, es decir horizontes, es decir escaleras para subir a la cumbre del espíritu y el corazón» (2005, p. 29). La tercera opción de Sindy fue aprovechar su conocimiento y usarlo para desplegar unas escaleras que la regresaran al origen, a la oralidad, para compartir de una nueva manera con los suyos. Ella encontró un método para revertir esa voz originaria a partir de la escritura. Una experiencia similar se presentó con la bibliotecaria de Mitú, indígena de la etnia desana (hijos del viento). Durante la primera parte de la visita, en medio de la presentación de la propuesta de formación, le pregunté a Luz Marina Galvis cómo podríamos traducir el nombre de nuestro proyecto, esperando que fuera un ejercicio sencillo e inclusivo para los demás usuarios de la biblioteca. Luego de darle vueltas a la frase, Luz Marina llamó a dos compañeras, también
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desanas, para pedir su opinión y ayuda. Tras una larga deliberación en lengua propia, llegaron al siguiente consenso: en la lengua desana de los indígenas del río Vaupés, «Bibliotecas como escenarios de paz» se traduciría como Marí mucûviri ãririví, es decir, «casa de la alegría». Para el grupo de traductoras las palabras biblioteca, escenarios y paz resultaban muy occidentales y sin equivalente directo en su cultura. La traducción, según me explicaron, fue por aproximación: bibliotecas/escenario como casa, que sintetiza ambos conceptos; luego, el debate entre las traductoras se dio porque la palabra paz no existe en lengua desana, según dice la bibliotecaria, porque los indígenas del gran río Vaupés no practican la guerra (aunque han sido víctimas de ella). La palabra paz se tradujo, al fin, como armonía o alegría, que es, a la manera de ver del equipo de traductoras, lo que significa e implica estar en paz con los otros. Sin ser lingüistas ni proponer esta traducción como un ejercicio riguroso o académico, fue maravilloso encontrar cómo el lenguaje crea y posibilita las relaciones. Aunque en esta conexión entre lenguaje, libros y bibliotecas volvemos a la idea de que la escritura es esa
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destrucción de la voz y del origen, es importante reivindicar voz y origen desde nuestras lenguas, nuestra tradición, nuestra manera de compartir en comunidad a partir de la oralidad. Por ejemplo, los cubeo, en Inírida, no son una etnia originaria de la región que habitan. Como en muchos casos, el desplazamiento forzado los llevó a esos parajes donde comparten espacio dentro de un resguardo indígena de otra comunidad. Es decir, viven como inquilinos, en un lugar donde ellos son los otros, son minoría. Los cubeo resisten en su maloca con la fuerza de su cultura a través de la tradición y la oralidad. Perviven dentro de esa casa para la armonía, en la cual le demuestran al mundo que también pueden ser una nación, aunque no tengan territorio. Colombia necesita muchas casas de la alegría. Si cualquier escenario de convivencia y de aprendizaje es una casa, la paz parece algo posible, si la paz puede contener la armonía (lo perfecto en el arte), la paz parece algo posible, si la alegría pervive como el más genuino gesto en el lenguaje que ofrecemos a los otros, la paz parece algo posible.
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Al pensar en espacios de goce estético en nuestros municipios, los primeros e indiscutibles referentes que aparecen son la biblioteca y la casa de la cultura: únicos escenarios públicos donde aún convergen esfuerzos para difundir la cultura y el patrimonio en general. La biblioteca y la casa de la cultura fomentan el conocimiento y la creación artística, en oposición a lo que se impone en nuestros tiempos, caracterizados por buscar que los grupos humanos sean atomizados para perderse en el individualismo. Sobre esta idea, Federico García Lorca, en su Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros, nos dice:
Es claro: las bibliotecas no se tratan solo de nosotros, de los que estamos, sino de quienes vienen en camino y aún no existen, los del porvenir y la posibilidad.
existen, los del porvenir y la posibilidad. Esa idea siempre ha estado presente también en nuestras sesiones de clubes de lectores, cuando los asistentes adultos reflexionan sobre la importancia de fortalecer las bibliotecas en espacios de diálogo y paz, para que las generaciones venideras puedan conocer la historia de Y si esta generación que hoy me oye reconciliación que se está escribiendo no aprovecha por falta de preparación ahora mismo en el país, para que exista todo lo que pueden dar los libros, ya lo algo, unos libros, testimonios que nos aprovecharán vuestros hijos. Porque puedan sobrevivir para llegar a ellos. es necesario que sepáis todos que los La literatura nos permite encontrar una hombres no trabajamos para nosotros voz, una identidad, una postura. Hay mismos sino para los que vienen detrás, que creer en que esos testimonios y el y este es el sentido moral de todas legado servirán a futuras generaciones las revoluciones, y en último caso, el para salvarse de lo efímero, del vacío de verdadero sentido de la vida (2005, p. 46). significado en la historia. Cruz Mery Mosquera, la bibliotecaria Es claro: las bibliotecas no se tratan de Andagoya, una zona donde solo de nosotros, de los que estamos, sino históricamente siempre se ha practicado de quienes vienen en camino y aún no la explotación de minerales en los ríos San Juan y Condoto, me dijo un día: 1 Verso del poema «El soñado», de Piedad «La biblioteca es una mina de oro, toda Bonnett. la verdadera riqueza del mundo está aquí». La seño Mery, como le dicen todos, mientras sostenía su libro favorito,
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Las estrellas son negras, de Arnoldo Palacios, concluyó: «Quien no aprecia la biblioteca y la naturaleza, no está en nada. En mi casa yo les hablo a las matas y aquí les hablo a los libros. La biblioteca es mi compañía». Aunque las bibliotecas no son templos, sí son escenarios donde la ética y la estética están de la mano todo el tiempo, ya que el arte y el conocimiento que albergan y transmiten contienen las formas del espíritu humano:
Aunque las bibliotecas no son templos, sí son escenarios donde la ética y la estética están de la mano todo el tiempo, ya que el arte y el conocimiento que albergan y transmiten contienen las formas del espíritu humano.
apuesta. ¿Qué buscamos con esto? Nada preciso, solo que como lectores también creemos que el ejercicio de la lectura adquiere mayor sentido en la medida Ética y estética todo uno, porque lo en que nos refleja como espejo y nos estético en el arte subsume a lo ético proyecta como sombra, y en la medida y nos permite expresar una verdad sin en que todo eso lo podemos compartir y dogmas. Por eso la literatura no es el construir con los otros. lugar de las certezas, sino el territorio Rosa Mosquera, la bibliotecaria de las dudas. Nada hay más libertario del Medio Baudó, describe a Pie de y revulsivo que la posibilidad que tiene Pepé como «un pueblo largo como la el hombre de dudar, de ponerse en esperanza». Rosa atiende una biblioteca cuestión (Andruetto, 2009, p. 55). pequeña que presta un servicio ejemplar a pesar de todas las adversidades María Teresa Andruetto, en consonancia administrativas del municipio. Dentro con el método de los clubes de lectores, de la sesión de formación, al terminar de afirma que dudar, preguntarnos, es el leer los últimos versos del «Poema de los camino del entendimiento. Por medio dones» de Borges: «miro este querido del diálogo —un ejercicio generalmente mundo / que se deforma y que se apaga / opuesto a la mayoría de las actividades en una pálida ceniza vaga / que se parece realizadas en la biblioteca— los clubes de lectores proponen que el acto de leer sirve para preguntarnos, es casi una consigna metodológica o, más bien, es una
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al sueño y al olvido», Rosa concluye con algo de pesimismo: «Así están nuestras bibliotecas, apagándose como esa ceniza porque los jóvenes y los adultos no vienen. Si ellos no vuelven se van a acabar». La preocupación de Rosa se debe a que las bibliotecas las consultan sobre todo los niños. La bibliotecaria también me contó su historia en este oficio: «Me encantan los libros desde el 2008, cuando me vine a trabajar a la biblioteca, y además soy feliz porque tengo facilidad para trabajar con los niños». Un grupo de tres niños pequeños se acercaron para pedirnos prestado el ajedrez. Yo los miré y le pregunté a Rosa si esos niños tan chiquitos sabían jugar ajedrez. Ella sacudió la cabeza y con un gesto me hizo entender que eso no importaba, se dio media vuelta, caminó hacia los estantes, buscó la caja del tablero con las piezas y la puso sobre la mesa donde ellos se acomodaron. Durante casi toda la mañana de los talleres de formación vi a los niños concentradísimos jugando su nuevo estilo de ajedrez. Esta escena representa una poderosa lección sobre la noción y función de las bibliotecas. Ese día Rosa me enseñó que no solo es importante saber, lo significativo es el deleite, el goce de
ese instante cuando, mediante el acto creativo, tres niños se inventaron una manera de jugar al ajedrez. Es precisamente esa la relación que se da con la ficción y la literatura cuando los niños que «no» saben leer toman los libros e imitan el gesto de la lectura que aprendieron de los otros. La razón de ser de las bibliotecas, en esta escena, no es otra que la de facilitar ese momento en el cual surge el acto creativo, a través del cual conjuramos y consagramos aquello que aún no existe. Quisiera cerrar este apartado con un fragmento del ensayo Hacia una literatura sin adjetivos de María Teresa Andruetto: La ficción, cuya virtualidad es la vida, es un artificio cuya lectura o escucha interrumpe nuestras vidas y nos obliga a percibir otras vidas que ya han sido, que son pasado, puesto que se narran. Palabra que llega por lo que dice, pero también por lo que no dice, por lo que nos dice y por lo que dice de nosotros, todo lo cual facilita el camino hacia el asombro, la conmoción, el descubrimiento de lo humano particular (2009, p. 39).
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Que tu cuerpo sea siempre un amado espacio de revelaciones 2 En la guerra, uno de los escenarios simbólicos preferidos para exponer el triunfo ha sido el cuerpo, allí se imprime y efectúa toda la descarga del poder del victorioso, del que somete. En la guerra, militares o civiles del bando opuesto, incluso aquellos que no profesan bando, se convierten en el lienzo para la humillación que desea imponer el enemigo. Cientos de excesos se han perpetrado en toda la historia del país en nombre de la victoria. Lo terrible es que el territorio geográfico de Colombia se extiende también hasta el territorio simbólico de nuestro cuerpo. Roberto Calasso nos recuerda que la «Necesidad es un vínculo muy curvado, es una soga anudada (peírar) que mantiene todo dentro del límite (péiras)» (2012, p. 94). Ananque es el círculo perfecto que dibujaron los griegos para nombrar qué es lo que nos hace mortales, humanos: «Fueron muchos en Grecia los que dudaron de los dioses, pero nadie expresó una duda sobre esa 2 Versos del poema «Revelaciones», de
Alejandra Pizarnik.
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red invisible, y más poderosa aún que los dioses» (Calasso, 2012, p. 95). Necesidad del cuerpo: comer, defecar, dormir, copular, ¿agredir? La necesidad física que no da concesiones. Todo se resume en saciar, ejecutar lo que debe suceder. En las dinámicas de la guerra, la necesidad se transforma también en método para torturar y someter a los derrotados. Ananque convertida en arma para reinar sobre todas las cosas. Son tantas historias de guerra las que nos hablan de los excesos contra el cuerpo que, sin duda, han marcado generaciones enteras de colombianos y han afectado la manera como nos relacionamos. Historias que nos han marcado la piel, nuestra primera y última frontera. Un inspector de policía, participante del club de adultos lectores en el Chocó, mientras hablábamos de paz, decía que él podía identificar a los guerrilleros por el caminado. Los conocía por su forma de andar, su postura, su ritmo, su cuerpo delator. Le pregunté cómo era eso. Me dijo que había cosas que cambiaban el cuerpo, como el fusil que les desnivela un hombro más que el otro o las botas de caucho que les transforman la seguridad del paso.
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Cuerpo incompleto, cuerpo inconcluso, cuerpo castigado, cuerpo sin cuerpo. Un día una extranjera me hizo volver la mirada sobre un tipo de cuerpo que se nos ha convertido en paisaje cotidiano. Me dijo: «¿Por qué hay tanta gente sin manos?». Nunca me había detenido a pensar en esto. Es cierto, es una tragedia que en el país tengamos tantos amputados. ¿Qué responder? ¿Fue el trapiche, fue la guerra, fue el ajusticiamiento colectivo a un ladrón, fue una disputa a machete, fue la pólvora? En cualquiera de los casos, la explicación encerraba los modos y las maneras de la violencia. En Puerto Carreño, Vladimir, el auxiliar de la biblioteca departamental, nos compartió su historia con la violencia. Él se autorreconoce como desplazado. Es oriundo de Buenaventura y desplazado dos veces por la pugna entre guerrilla y paramilitares. Primero de Buenaventura a Sevilla, Valle, y luego de allí hacia Puerto Carreño, Vichada. Vladimir afirma que el problema para identificar de dónde proviene la violencia es que los métodos se van pareciendo hasta que es difícil distinguir las acciones guerrilleras de las paramilitares. Como dice Ernesto Sábato:
Son tantas historias de guerra las que nos hablan de los excesos contra el cuerpo que, sin duda, han marcado generaciones enteras de colombianos y han afectado la manera como nos relacionamos.
«No se puede luchar durante años con un enemigo poderoso sin terminar por parecerse algo a él» (2001, p. 72). Vladimir nos cuenta sobre todos los años que vivió en Buenaventura, al lado de una casa de pique, sin saber ni imaginarse lo que sucedía allí, hasta que un día la verdad se develó, precisamente porque los cuerpos también hablan, así sea desde su ausencia. Posteriormente, la violencia en el Valle del Cauca se coló en su vida cotidiana. Un primo de Vladimir, de 27 años, fue desaparecido por la guerrilla de las farc sin que se supieran los motivos. Desde ese momento, afirma él, la vida se volvió pura incertidumbre para toda su familia: «Mientras yo vivía en el Valle, soñaba todas las noches con mi primo, me soñaba que lo encontraba». En este caso,
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es la ausencia del cuerpo lo que deja las marcas atroces en los otros, en la red de relaciones del desaparecido. Sin embargo, Vladimir se mostró entusiasmado al hablar del actual proceso de paz: «Lo único que esperamos con mi familia es saber la verdad, que venga alguien y nos diga dónde está él o qué hicieron con su cuerpo, por qué lo mataron. Estamos jodidos si no acabamos de una vez con este conflicto». Ernesto Sábato dice que «un hombre inteligente no se caracteriza porque no comete errores sino que está dispuesto a rectificar los cometidos; los hombres que no cometen errores y que tienen todo definitivamente resuelto son los dogmáticos» (2001, p. 93). Sobre este aspecto, dentro de la imaginación moral, la capacidad de arriesgar es una de las disciplinas que debería estar en todos, en quienes creemos en el proceso de paz o no, en quienes apostamos por una posible sanidad del espíritu de nuestra sociedad. En la red de relaciones que nombró Vladimir también cabían los verdugos de su primo: La seguridad humana no está vinculada principalmente a la cantidad o al tamaño de las armas, la altura o el grosor de los muros que separan, ni al poder de la imposición o el control. El misterio de la paz se encuentra en la naturaleza y calidad de las relaciones desarrolladas con aquellos a quienes más se teme (Lederach, 2016, p. 133).
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Ser promotor de lectura es ser oficiante, significa estar en medio, acompañamos a develar un mensaje entre un flujo de personas, palabras y gestos. Somos actores, somos oficiantes, somos testigos. Pero somos, indiscutiblemente, del tamaño de lo que vemos, de lo que permitimos que salga a nuestro encuentro. Aceptar a quien comete errores es parte de un proceso de purga para la sociedad. Es necesario que tanto los opresores, los que recibían órdenes, como los que castigaron, una vez desmovilizados y en proceso de inserción a la sociedad, puedan tener la oportunidad de habitar y convivir en espacios que les devuelvan cierta humanidad, como es el caso de la biblioteca pública. Esta capacidad de arriesgar solo será posible si superamos colectivamente nuestros dogmas y prejuicios, si nos permitimos ser inteligentes en el sentido que nos sugiere Ernesto Sábato.
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Donde hay guerra no hay armonía, todo es confusión, represión, dolor. Por eso invoco el verso de Alejandra Pizarnik, que conjura el mejor de los deseos para el cuerpo del otro, para tu cuerpo. Al final de esta reflexión, el deseo más genuino es tener cuerpos bien amados que transiten por un territorio nacional poblado de casas para la armonía, que son en últimas, las casas que hemos habitado desde siempre como oficiantes de la lectura.
Yo soy del tamaño de lo que veo 3 Esta última parte es una breve reflexión (además compartida4) sobre la mirada y el oficio. Parte de la mirada de lo que hallamos con otros promotores de lectura a partir de la estrategia implementada en las regiones del país y de valiosos ejercicios de escritura sobre la experiencia. Para empezar, Darlyn Guerrero, también desde el enfoque de paz y su encuentro con el sur de 3 Verso del poema vii del Guardador de rebaños,
de Fernando Pessoa.
Colombia, nos cuestiona sobre el mismo acto de mirar y ver: ¿Cómo nos vemos entre nosotros? En el campo de la fotografía «ver» se refiere a una vista general, mientras que «mirar» implica observar, detallar, reflexionar sobre aquello que se ve. Mirar es un proceso que se construye a partir de la reflexión constante de lo observado, «ver» se refiere al primer instante, a la espontaneidad. «Ver» al otro es una pauta inicial, pero mirarlo es reconocerlo, darse tiempo para descubrir aquello que no se ve a primera vista. Ser promotor de lectura es ser oficiante, significa estar en medio, acompañamos a develar un mensaje entre un flujo de personas, palabras y gestos. Somos actores, somos oficiantes, somos testigos. Pero somos, indiscutiblemente, del tamaño de lo que vemos, de lo que permitimos que salga a nuestro encuentro. La mirada consciente debe servir para guiar nuestro horizonte y cómo nos pensamos en nuestro oficio como bibliotecarios y promotores de lectura. Mirarnos nos ha llevado a la reflexión y posteriormente al gesto de la escritura. Nos definimos como mediadores de lectura, leemos con la gente para poblar las miradas, pero también para hallarnos en ese reflejo de la pupila de quien
4 Los textos seleccionados son resultado del
ejercicio de lectura de ponencias, presentadas por compañeros en el marco del 3er Encuentro de Promotores de Lectura Regionales, de 2016.
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miramos. Roberto Calasso nos ayuda a concluir: La pupila, como dijo Sócrates a Alcibíades, es «la parte más excelente del ojo», no solo porque es «la que ve», sino porque es aquella donde el que mira encuentra, en el ojo del otro, «el simulacro del que mira» […] «Mírate a ti mismo», la pupila se convierte en el trámite único del conocimiento de sí mismo (2012, p. 192).
En nuestro tránsito por el país, encontramos a menudo que la realidad no es como la imaginamos y que el mundo excede la capacidad de nuestros ojos. Tristemente, nuestra mirada no puede abarcarlo todo. Partiendo de esta limitante y teniendo en cuenta la reflexión de Darlyn, sabemos que ese encuentro con bibliotecas, bibliotecarios y usuarios se da en varias fases, en las cuales ver significa dar el primer paso. Luego de transcurridos los encuentros, se establece una mirada más profunda, una que permite relaciones y desarrollos que nos involucran en la creación de tejidos sociales, redes humanas que fortalecen los procesos de las comunidades. Aprendemos por el camino que en verdad hacemos parte de una familia, una comunidad, unos otros que nos
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significan. Una lección que ya nos había enseñado el Pacífico afro, donde casi no se usa la palabra «gente», sino «familia». En este gesto de mirar para reconocer al otro como pariente, como igual, se pueden condensar todos los objetivos de las cuatro disciplinas de la imaginación moral. Siempre que hablo de paz en los municipios, sobre todo en el primer encuentro, pregunto cuáles actores armados están en la zona. Digamos que lo hago por seguridad, pero también para tener certezas. Si me voy a meter en la boca de un monstruo, me gustaría saber al menos el nombre de ese monstruo. Algunas personas son muy reservadas, responden en tono bajo, casi que solo gesticulando. En algunos casos recibo sorpresas, como la respuesta de una exbibliotecaria que me soltó este consejo para alimentar mi desesperanza: «Entre uno menos pregunta, más vive», así, seco, cortante, casi como una amenaza. La época de la violencia, como un periodo del país, sigue vigente, como nos recuerda Lederach: «Colombia tiene guerras, no una guerra» (2016, p. 118). La violencia —como si tal cosa se pudiera nombrar en singular— se traduce en que hemos sufrido miles de violencias que aún marcan nuestra memoria y nuestras palabras.
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Las bibliotecas públicas son escenarios de paz, siempre lo han sido. No hay que demostrar nada en cuanto a eso, ellas tienen todo el potencial para contribuir en las siguientes etapas del proceso de paz en Colombia. Tenemos más de mil cuatrocientas opciones de cambio, casas para la armonía que, como dice Karina Celis: Más que un refugio, se convierten en lugar habitado porque en ocasiones pueden brindar a sus usuarios mejores condiciones que las ofrecidas en sus hogares, se convierten en el lugar para combatir: el aburrimiento, el maltrato, la pobreza y la soledad.
Toda esta experiencia del proyecto nos dibuja un escenario donde las disciplinas de la imaginación ya hacían parte de los habitantes de la casa. Ahora la tarea es que exista una consciencia sobre ello y se potencien las posibilidades que ofrecen las bibliotecas públicas. Todo está a su favor para aportar a la construcción de paz en las regiones, siempre y cuando se continúe aportando con determinación al proyecto de paz, porque de lo contrario, como reseña el compañero Willinton Albornoz sobre las bibliotecas del Chocó, «lo que no se
Las bibliotecas públicas son escenarios de paz, siempre lo han sido. No hay que demostrar nada en cuanto a eso, ellas tienen todo el potencial para contribuir en las siguientes etapas del proceso de paz en Colombia. fortalece y acompaña suficientemente, desaparece con rapidez devorado por la humedad, por la lluvia y por la tendencia a la renovación de esa tierra, o por el olvido, debido a que allí siempre está recomenzando». Si queremos una opción duradera, no podemos alejar la mirada de ese comienzo, de los ciclos, las contingencias, pero sobre todo de los procesos ya iniciados con la comunidad. ¿Cuál es el balance para nosotros como promotores de lectura?… ¿qué nos queda? Nos queda nuestra mirada y lo que ella hospeda en la memoria, nos queda la experiencia, en mayúsculas, porque nos pensamos seriamente el oficio de promotores de lectura. Un verso de William Ospina nos recuerda que: «Sólo es nuestro lo que no podemos perder». Esa mirada, esa manera de mirar, es lo que, a pesar de la tiranía de los tiempos, nadie podrá quitarnos jamás.
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REFERENC IAS Andruetto, M. (2009). Los valores y el valor se muerden la cola. Bogotá: Asolectura. Barthes, R. (1984). La muerte del autor. Barcelona: Paidós. Calasso, R. (2012). Las bodas de Cadmo y Harmonía. Barcelona: Anagrama. García Lorca, F. (2005). Mi pueblo. Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros. Madrid: H. Kliczkowski. Larrosa, J. (2008). Agamenón y su porquero. Una lengua para la conversación. Bogotá: Asolectura. Lederach, J. (2016). La imaginación moral. Bogotá: Semana Libros. Sábato, E. (2001). Uno y el universo. Bogotá: Seix Barral.
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