Ideario San Agustín Primera parte El saber agustiniano Dimensiones de un genio Es naturalmente exacto afirmar que el genio tiene sus dimensiones. Cuando nos preocupamos de él, no hacemos más que calcular la latitud de sus proyecciones creadoras, averiguando en el contenido de sus recursos eficientes. Estos recursos suelen revestir diversas formas y, en último término, constituyen las disposiciones previas del rendimiento genial. Que Agustín fue un genio, es una afirmación aceptada universalmente. Es ya una afirmación vulgar, a fuerza de ser casi puro recurso panegirista: porque hasta en muchos escritos se siente la sensación, al tratarse de Agustín, del genio desconocido. Hay en esto ausencia de estudio, de comprensión. Se diría que es pura redundancia en torno a una afirmación simplista, demasiado simplista para ser de valor. Pero cuáles fueron las disposiciones previas de ese genio, cómo se traducía en su actuar creador, por lo general se ignora. Deseamos aquí -aunque sea con un éxito muy medido- dar a conocer la fisonomía interior de este genio. Son sugerencias al contacto tranquilo con sus obras. Y que se avienen con los resultados obtenidos por los estudiosos. De ahí que no sea pretensión si decimos que esta fisonomía es objetiva. Atendiendo a su actitud de convertido, lo primero que nos ocurre decir es que fue un apasionado razonable. Y que siempre prefirió una posición interiormente sólida ante cualquier investigación. Amó ardientemente [12] lo que su razón juzgó ser razonable amar. Antes, no: amaba en la obscuridad de la pasión descontrolada. Sin duda que lo amado revistió siempre para él una fuerte tonalidad afectiva. Como también es honroso reconocer que su afectuosidad impulsiva le proporcionó valiosos conocimientos. Mas, para que no se crea en una especie de voluntarismo sin sentido, o en una emotividad obcecante, hemos de recordar el grande esfuerzo racional aplicado por Agustín en la conducción de sus experiencias. La trayectoria de su vida toda nos confirma en esta conclusión: era impetuoso su amor, integral su entregamiento a la verdad amada y escondida en el secreto íntimo de los seres. Es de un hondo significado la actitud frente a la vida que asume nuestro convertido. Sin necesidad de fingirse sordo para llegar a la verdad, como el millonario de Raimu, desafió abiertamente la tragedia de la mentira; y cuando logró poseer plenamente la Verdad, de inmediato piensa en una condición de vida que le afiance sólidamente en esa posesión. Desea eliminar todo aquello que lo distraiga de su amor encontrado, permanecer incontaminado, soberanamente libre frente a él. Y por sobre la santidad del matrimonio, prefiere la santidad cenobítica. Agustín es el hombre que busca la ecuación del hombre. En el fondo de su estructura como genio, aparece el psicólogo de la persona humana. Convencido de un destino supremo para el hombre, ahonda en su compleja estructura psíquica. Y, ante todo, son sus propios movimientos internos, su personal experiencia lo que le introduce en el mundo psíquico. Cualquier fenómeno observado en su incesante corriente interior, tiene para él ricas sugerencias. El método introspectivo aplicado a la investigación de esa corriente interna, adquiere en la psicología agustiniana un alto valor. El homo interior es el laboratorio de Agustín. Los sentidos nos amonestan para que busquemos la verdad, pero es en nuestro interior donde sólo alcanzamos a comprenderla. De modo que todo lo acontecido en la [13] interioridad del yo, debe tener especial destino frente a la constatación de lo verdadero. Mucho, antes que Freud, por ejemplo, Agustín ve en su naturaleza la acción y reacción de carne y espíritu en el dominio de las pasiones. Y mucho antes, que Bergson, sabe discurrir en el dinamismo interno, sobre tiempo y memoria.