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Ofrecernos a Dios

2, 7. 8). El Señor le dijo a sus seguidores: “Porque yo no he bajado del cielo para hacer mi propia voluntad, sino para hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado” (Juan 6, 38).

Aun así, Jesús luchó. En la noche antes de morir, rezó así: “Padre, si quieres, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22, 42). Esto debe ser un gran consuelo para nosotros. Incluso para Jesús mismo, que es Dios, fue difícil como ser humano rendirse a la voluntad del Padre. Pero soportó voluntariamente el arresto, la burla, la tortura y la crucifixión, porque eso era lo que el Padre le estaba pidiendo: Ser el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

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Todos los grandes santos se rindieron a la voluntad de Dios de una manera u otra, y todos descubrieron una gran alegría y paz al hacerlo, incluso cuando les resultara difícil. Piensa en San Pablo, que soportó golpes, naufragios y persecuciones mientras proclamó el evangelio. O en Santa Teresa de Ávila, que soportó la enfermedad y un camino escabroso en España mientras establecía conventos reformados de carmelitas. Hicieron estas cosas porque amaban a Dios y confiaban en él. Las hicieron porque se habían rendido a su amor y misericordia. Y las hicieron porque sabían que su voluntad para ellos era lograr un propósito mayor: Acercar a las personas a Cristo y edificar la Iglesia.

A continuación se encuentra el relato de un hombre que encontró paz al entregarse a la voluntad de Dios.

“Una donación total de sí mismo.” El padre Walter Ciszek, SJ (1904–1984), era un misionero polaco-estadounidense que se fue a Rusia en 1940 a apoyar a un grupo de personas que estaban sufriendo persecución bajo el régimen comunista. Unos pocos meses después de su llegada, Ciszek fue arrestado, acusado de espionaje y enviado a la terrible prisión de Lubianka donde soportó horas de interrogatorios y golpes. Desgastado, firmó una confesión falsa y fue sentenciado a quince años de trabajos forzados.

Ciszek estaba devastado. Esto no era lo que él tenía planeado cuando se fue a Rusia. Pero en medio de la depresión, tuvo una epifanía, tal como lo escribió en su libro Caminado por valles oscuros:

Comprendí que la voluntad de Dios no estaba escondida en un lugar “por ahí” sino que las situaciones en las que me encontraba eran su voluntad para mí. El Señor quería que yo aceptara esas situaciones como si vinieran de sus manos, para que soltara las riendas y me pusiera a su entera disposición. Dios me estaba pidiendo un acto de confianza total, … una donación

Pero en medio de los interrogatorios y los golpes en la prisión de Lubyanka, el padre Ciszek tuvo una epifanía: Dios le estaba pidiendo un acto de confianza total.

total de mí mismo, que no me dejara nada para mí.

Esa decisión de entregarse a Dios liberó a Ciszek de la ansiedad y la preocupación. Más adelante él encontró oportunidades para celebrar los sacramentos en secreto con los prisioneros, algo que le produjo alegría. Después de su liberación, ayudó a la gente de un pueblo ruso cercano. Finalmente en 1963, los oficiales rusos lo enviaron de regreso a los Estados Unidos. Aunque posiblemente nosotros nunca tengamos que vivir en condiciones tan duras como las que enfrentó el padre Ciszek, todos tenemos que hacer frente a distintas dificultades.

Prisión Lubyanka, en el centro de Moscú

Quizá las estemos teniendo que soportar en este preciso momento.

Pero si hacemos nuestro mayor esfuerzo por rendirnos a la voluntad de Dios como lo hizo el padre Ciszek, encontraremos su gracia. Recuerda, rendirse no significa darse por vencido. Significa permitir que Dios actúe llevando a cabo sus propósitos y planes para nosotros y confiando en que él sacará algo bueno de ello, aun cuando no podamos verlo. Y ese es el secreto para la paz.

Abandonarse en Dios no siempre es fácil, pero cuanto más lo hagamos un hábito, más preparados estaremos la próxima vez que Dios nos pida algo. En el siguiente artículo, veremos cómo podemos rendirnos como una práctica diaria que producirá mucho fruto en nuestra vida. n

El examen prenatal no arrojó una conclusión definitiva. La bebé que crecía en el vientre de Susana podía estar bien, o podría sufrir de discapacidades de por vida. Los médicos instaron a Susana a realizarse más exámenes, pero ella y su esposo se negaron. Ambos sabían que recibirían a esta bebé en su vida sin importar lo que mostraran los exámenes. Al mismo tiempo, vivían enfrentando la posibilidad de tener que criar a una niña con necesidades especiales. “Señor”, rezó Susana, “pongo esta situación en tus manos. Sea lo que sea que suceda, confío en ti.”

Susana rezó la misma plegaria todos los días durante el resto del embarazo. Rezó así cuando el

Convirtamos nuestra entrega en una práctica diaria

miedo parecía abrumarla y también cuando parecía que todo iba a estar bien. Especialmente en esos días en que tenía miedo, se sorprendía de la paz que sentía cuando entregaba su vida y la de su hija al Señor. Finalmente, la bebé nació sana; Susana y su esposo estaban agradecidos. Sabían lo que podría haber sucedido, y nunca olvidaron lo mucho que los ayudó la oración de entrega durante ese tiempo de incertidumbre.

Cuando nos entregamos al Señor como lo hicieron Susana y su esposo, casi siempre sentiremos una gran paz. Incluso puede producirnos una alegría inesperada porque nos acerca al Señor. En este artículo, queremos hablar sobre los obstáculos que enfrentamos cuando intentamos

entregarnos a Dios así como los frutos que podemos experimentar al convertirnos nosotros y nuestra vida en una ofrenda diaria a Dios.

Crecer en confianza. Como dijimos en el primer artículo, podemos sentir que si nos rendimos a Dios nos estamos dando por vencidos. Pero en realidad eso no es cierto, estamos entregándole nuestra vida a nuestro Padre celestial, ¡al Dios del universo!, al Señor que es todopoderoso y todo amor. ¿Quién mejor que él para confiarle nuestra vida?

Sin embargo, nuestro orgullo puede significar un obstáculo serio, especialmente si sentimos que rendirnos al Señor nos hará vernos débiles. Hay ciertas situaciones en las que quizá no queremos admitir nuestra indefensión, así que nos resistimos a volvernos al Señor con humildad y pedirle su ayuda. “Yo sé lo que estoy haciendo”, podemos pensar. Es irónico, entonces, que cuanto más nos rindamos, más gracia y paz nos concede Dios. Y esa gracia y paz siempre pueden aliviar nuestras cargas y concedernos más confianza.

Otro obstáculo que a menudo enfrentamos es el temor. “¿Qué sucede si le entrego esta situación al Señor, y luego me pide que haga algo que no quiero hacer?” Es normal sentir miedo frente a una situación nueva, especialmente si sentimos que no la podemos manejar. Pero esa es la forma en que crecemos en confianza. Al rendirnos a la voluntad de Dios, descubriremos que él está con nosotros en todas las dificultades que enfrentamos.

El sentimiento de perder el control está muy relacionado con el miedo. Nos gusta sentir que tenemos nuestras manos sobre el timón de nuestra vida. Así que cuando le pedimos a Dios que nos guíe, podemos sentir pánico de vez en cuando y desear tomar el timón de nuevo. Pero entregar el control también nos ayuda a crecer en confianza, especialmente conforme vemos cómo Dios nos ayuda a navegar a través de las agitadas aguas de una difícil situación mejor de lo que lo hubiéramos hecho nosotros mismos.

Finalmente, instintivamente queremos mantener nuestras cargas cerca de nosotros. Entregárselas al Señor puede ser inquietante, después de todo, ¡son nuestras cargas! Si se las entregamos, entonces tenemos que confiar en que Dios nos ayudará a resolverlas. Esto también implica dar un salto de fe y entregar el control que podríamos estar considerando tomar. Pero, qué alivio podemos sentir y qué paz, ¡cuando damos ese salto! No tenemos que cargar con todo este peso sobre nuestros hombros. Dios está con nosotros, y promete aliviarnos de aquello que pesa sobre nosotros.

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