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El Padre Pío, Sandy Hook y yo

Este humilde fraile me ayudó a entregarle mi dolor al Señor

Hahabido momentos en los últimos diez años en los que un pasaje de la Escritura atrae mi atención o el relato de un santo me habla profundamente. Entonces, parezco encontrar referencias a ese pasaje o santo una y otra vez, ya sea en un devocional que leo, durante la Misa o en mi vida cotidiana. He aprendido que esta es la forma de Dios de enseñarme lecciones importantes para mi corazón y de reafirmarme su amor por mí. Moisés restauró mi confianza, el rey David me enseñó a confiar y Pedro me mostró el

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Así que cuando La Palabra Entre Nosotros me pidió que escribiera sobre el Padre Pío, no me sorprendió ver su nombre en el plan de estudios de la clase de religión de la secundaria de mi hijo. Y parece más que una coincidencia que esa misma noche encontrara una película sobre él en la televisión. Encendí el televisor justo a tiempo para verlo en intensa oración. Su cabeza estaba reclinada hacia abajo, pero sus ojos y manos estaban levantados hacia el cielo en un gesto de entrega. La intensidad de su mirada me cautivó.

¡Oh, qué bien conozco esa postura! Una y otra vez me encuentro exactamente en esa misma situación: Mi cabeza descansando pesadamente sobre mis brazos doblados, mis manos levantadas hacia el cielo mientras mis rodillas se adormecen por presionarlas contra un reclinatorio de madera. Fue en esa posición que supliqué sanar el dolor de haber perdido a mi bebé, Catherine, cuando un tirador abrió fuego en la Escuela Primaria de Sandy

Hook el 14 de diciembre de 2012. Presioné el botón de pausa en el control remoto en esa imagen por un largo tiempo mientras preguntaba:

“¿Qué fue lo que te llevó a estar de rodillas?”

Una fe profunda y como la de un niño. Francesco Forgione nació en mayo de 1887, era el segundo de los cinco hijos vivos de una familia campesina del sur de Italia. Francesco era tan devoto desde niño que se consagró él mismo al Señor con tan solo cinco años de edad. A los diez años, el joven Francesco quiso unirse a los frailes capuchinos, pero fue rechazado por no tener la educación apropiada. ¿Se sentiría desilusionado?, me pregunté, ¿o se había rendido fácilmente a la voluntad de Dios?

Independientemente de lo que Francesco pensara de este revés, su padre no se dio por vencido. Más bien, se mudó a los Estados Unidos para encontrar trabajo y ganar el dinero necesario para pagarle un tutor a su hijo. Cinco años más tarde, Francesco fue aceptado en la orden como novicio. Adoptó el nombre de Pío en honor al Papa San Pío I y profesó sus votos en 1904. Se sentía especialmente atraído por el voto de pobreza, el cual vivió plenamente, hasta el punto de ayunar tanto que a menudo debía ser cargado hasta su habitación por alguno de sus hermanos capuchinos.

Un siervo sufriente. Pío nunca gozó de buena salud y su ayuno solo lo hacía más frágil. Pero aunque su vida estaba llena de enfermedad, él dedicaba toda la energía que pudiera a sus labores sacerdotales, especialmente a escuchar confesiones. Se corrió la voz de su santidad y como resultado, las personas acudían a él masivamente, deseosas de exponer su alma a este gentil fraile.

Fue alrededor del tiempo de su ordenación en 1910 que el Padre Pío exhibió los primeros signos de los estigmas que llevaría por el resto de su vida. Heridas profundas aparecieron en sus manos y pies, junto con una laceración en su costado.

Pío trató de ocultarlas, pero se volvieron bastante notorias. En 1918, las heridas comenzaron a sangrar y dejaron marcas duraderas. También estaban acompañadas de un tremendo dolor físico y emocional. Y como si sus aflicciones terrenales no fueran suficientes, a menudo luchaba con demonios, que lo atormentaban y dejaban su cuerpo golpeado y con moretones.

Sin embargo, a pesar de los estigmas, el agotamiento provocado por la enfermedad y el tormento de los espíritus malignos, el Padre Pío se mantenía fiel en sus obligaciones sacerdotales. Y esa fidelidad produjo fruto. Miles acudían a él, esperando por horas para unirse a la Misa, confesar sus pecados y buscar la curación del cuerpo y el alma. Él nunca le dio la espalda a nadie.

Su reputación de santidad se difundió rápidamente. Las historias sobre su capacidad de leer el alma de las personas, la bilocación y sus muchas curaciones milagrosas abundaban. Algunos días pasaba más de doce horas escuchando confesiones. Otros días recibía a lo que parecía un flujo interminable de visitantes, incluyendo campesinos de la localidad, peregrinos de toda Europa y sacerdotes y obispos de todo el mundo. Quizá por su propia experiencia, a menudo les dejaba consejos que se convertían en una clase de lema para él: “Reza, espera y no te preocupes. Las preocupaciones son inútiles. Dios es misericordioso y escuchará tu oración.”

Pero debido a todo su trabajo sirviendo a las personas, Pío comprendió que todo el cuerpo de Cristo debía estar involucrado en aliviar el sufrimiento humano. Él tenía una función que desempeñar, pero también los médicos, los consejeros y los investigadores. Así que se abocó a construir un hospital para cuidar de los heridos y los que sufrían que acudían a él. Inaugurado en 1956, el

Dos imágenes. Después de estudiar la vida del Padre Pío, ahora sé qué fue lo que cautivó mi atención cuando vi por primera vez esa imagen de él en la televisión. Ahí estaba un hombre que había sufrido tremendamente y hospital Casa Alivio del Sufrimiento se ha convertido en uno de los hospitales líderes en investigación en Europa mientras aún mantiene su distintiva identidad católica. que aun así nunca abandonó el llamado que Dios le había hecho. Ya fuera que estuviera soportando el dolor de los estigmas, los rigores de sus ayunos, las horas en el confesionario o incluso las acusaciones de fraude que se levantaron en su contra, él mantenía una entrega gentil —casi como la de un niño— al Señor.

Tal como sucedió antes, de nuevo aprendí que estoy llamada a entregarme y confiar en que mi Padre celestial sabe lo que necesito.

El Padre Pío murió el 23 de septiembre de 1969, casi cincuenta años después de aquel día en que por primera vez recibió los estigmas. Fue beatificado el 2 de mayo de 1999 y canonizado el 16 de junio de 2002.

Veo fotografías mías que me tomaron justo después de que Catherine fue asesinada, y veo algo diferente. Mis ojos están hinchados y rojos por la falta de sueño. Tengo una sonrisa forzada y mi postura está enfrentada con el mundo. Veo a una persona tratando de mostrar a las personas lo que pensaba que los demás querían ver. Estaba tratando de vivir mi duelo como yo creía que tenía que hacerlo: Heroicamente, estoicamente y en privado.

Pero mi luto estoico no produjo en mí el alivio que yo esperaba. Me dejó vacía y yo me erizaba y me quejaba en vez de confiar en Dios. Mi postura en la oración no reflejaba la del Padre Pío, de entrega. Fue solamente a través del tiempo y la perseverancia —y especialmente de un poco de gracia del Señor— que fui capaz de soltarme en sus manos.

Una promesa de descanso. Todavía enfrento tiempos en los que el dolor, la frustración y la impaciencia están a flor de piel; el camino puede volverse muy difícil. Me debato si alejarme del Señor y decidir llevar una vida más fácil. Yo sé que si lo hago, me arriesgo a endurecer mi corazón, pero hay tiempos en que la carga y la tristeza son casi insoportables.

En esa situación me encontraba cuando me pidieron que escribiera sobre el Padre Pío. A pesar de toda la gracia que Dios ha derramado en mi vida —un hijo cuyas risa y determinación me dejan sin aliento, un refugio de animales que honra la inocencia de Catherine y las oportunidades de hablar de las formas en que Dios me ha mostrado su amor— me he cansado de esperar el día en que Dios alejará de mí el dolor. Pero tal como sucedió antes de que me encontrara con Moisés y el rey David, sucedió también cuando me encontré con este humilde fraile de Pietrelcina: De nuevo aprendí que estoy llamada a entregarme y confiar en que mi Padre celestial sabe lo que necesito. Dios me ama y me dará la belleza de su presencia a cambio de las cenizas de mi dolor. El Padre ofrece descanso para mi alma abatida y el perdón de mis pecados. Al asumir una vez más la postura de entrega, la confianza en él reemplaza mi esfuerzo por hacer lo que se “espera”, y yo finalmente encontraré descanso. n

Jennifer Hubbard vive en Newtown, Connecticut, con su hijo. Su libro, Finding Sanctuary, está disponible en Ave Maria Press.

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