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Toma consciencia del agua
Una luz que empieza a brillar, Nathaniel 7 años
Programa Contigo de Amigos de La Palabra
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Una de las experiencias más gratificantes en la vida sin lugar a dudas es el servicio, la ayuda al prójimo; pero qué sensación tan diferente se tiene, cuando ves que ese “apoyo brindado” va más allá de hacerte sentir bien, sino, que puedes palpar la felicidad que refleja la persona que está recibiendo la ayuda.
Nosotros conocimos a Nathaniel el año pasado, ella es una tierna niña de siete años que asistía a la Biblioteca Mi Angelito en Lomo de Corvina de Villa El Salvador, donde participaba conjuntamente con otros niños de las clases de Comprensión Lectora que estaba dando la Asociación Amigos de la Palabra.
Nathaniel llamó mucho nuestra atención, porque ella a pesar de estar en segundo grado de primaria no sabía leer; y aquí quiero hacer un paréntesis porque es importante precisar que esta pequeña hizo primer y segundo grado en Pandemia, con todas las dificultades y limitaciones inimaginables para quienes tenemos el privilegio de contar con internet y un dispositivo como mínimo. Nathy es el reflejo de lo que ha dejado esta pandemia en temas de educación en nuestro país, pero también es el reflejo de una niña con ganas de esforzarse para salir adelante.
La carita de Nathy en las primeras clases de comprensión lectora es imborrable de nuestra mente, la recuerdo asustada, avergonzada porque a pesar de su edad no sabía leer, tenía mucha inseguridad a pesar que le dábamos todo el soporte que estuviera a nuestro alcance, sin embargo, el verse desnivelada con los demás niños la llenada de tristeza y ansiedad
- ¿Qué hacemos en estos casos? - ¿Acaso lo más conveniente para el resto del grupo, era retirarla? - ¿Podemos ayudarla de alguna forma? ¿Pero cómo?
Vinieron muchas preguntas a nuestra mente, definitivamente nuestra intención primaria era ayudarla, pero qué difícil se nos hacía concretar esa ayuda porque Nathy necesitaba ser instruida por una profesional, ella necesitaba de una docente que tuviera el tiempo, la vocación de servicio, la disposición y además que sepa ganarse la confianza de Nathaniel… Es allí donde el Señor comienza a obrar, cuando se nos acabaron las posibilidades, todos los escenarios, cuando hicimos todo nuestro esfuerzo y humanamente no veíamos salida, allí es donde nuestro Dios bondadoso se hizo presente y conocimos a través de una buena amiga de la Asociación Amigos de la Palabra a Danna, una profesora muy especial, de gran corazón que no dudó en brindarle sus talentos a Nathaniel.
Han transcurrido algunos meses y ya vemos grandes cambios en Nathy, ella empieza a brillar con luz propia, no sólo aprendió a leer y escribir sino que mejoró mucho en temas de seguridad, confianza y sociabilización. Hace poco tuvimos la oportunidad de verla bailar Caporales en la Clausura del Programa de Verano Contigo 2022, donde se mostró risueña, feliz, segura y con una gran sonrisa en su rostro, además de sus grandes dotes como bailarina. También conocimos personalmente a su mami, quien nos entregó una carta de agradecimiento que compartimos con mucho cariño con ustedes, pueden leerla en la contra carátula de la revista.
Por nuestra parte nos quedamos con la sensación de gozo y agradecimiento con Dios por esta oportunidad que nos da de ayudar, y a ustedes porque con su aporte hacen posible que podamos ayudar a más niños como Nathaniel.
Fabiola Fernández Maldonado
Toma consciencia del agua
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Un día, mientras dos peces jóvenes nadaban juntos por el océano se encontraron a un pez más viejo que les dijo: “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?” Los dos jóvenes siguieron nadando, y eventualmente uno de ellos le preguntó al otro: “¿Qué es el agua?”
¿Cuál es el sentido de esta historia? Que las realidades más importantes a menudo son las que nos resultan más difíciles de ver y de las que más nos cuesta hablar. Para los cristianos, eso significa que podemos “nadar” por la vida sin reconocer la presencia de Dios, y vivir una vida que no examinamos con frecuencia. Pero como dijo Sócrates, el famoso filósofo griego: “Una vida que no ha sido examinada, no merece ser vivida”.
Afortunadamente, el santo del siglo XVI, Ignacio de Loyola, nos ofreció una herramienta que nos permite descubrir el agua, es decir, ser conscientes de la presencia de Dios en nuestra vida cotidiana. Este método de oración ha sido utilizado por incontables cristianos en los últimos quinientos años para ayudarlos a vivir una vida examinada, y puede ayudarte a ti también.
En los artículos de la edición de este mes, quiero guiarte a través de dos plegarias ignacianas: El Examen y el Acto de entrega de sí (Suscipe). A pesar de que estas son oraciones separadas, en realidad conforman un solo método porque ambas son parte de una sola forma de rezar. Quiero desarrollar estas dos oraciones a través del lente de la vida de San Ignacio, debido a que he encontrado que usar su vida como ejemplo puede ser una forma particularmente fructífera de
Los artículos de este mes fueron escritos por el Padre Nathan O’Halloran, SJ. El Padre Nathan es profesor asistente de estudios religiosos y director del programa de Estudios católicos en la Universidad de Loyola, Nueva Orleans, además es consejero teológico de La Palabra Entre Nosotros.
ver los efectos positivos y concretos que estas plegarias pueden tener en la vida de una persona.
El Examen general. Comencemos con el Examen general. Es un examen de consciencia sencillo y directo, que consiste en cinco pasos: (1) Doy gracias a Dios por los favores recibidos; (2) pido la gracia para reconocer mis pecados; (3) examino mis pensamientos, palabras y obras desde que me despierto hasta la hora en que estoy realizando el Examen; (4) pido perdón; y (5) resuelvo reparar mis faltas con la gracia de Dios. Finalmente, termino rezando un Padre Nuestro. Es un método muy sencillo.
Pero la sencillez de esta herramienta oculta su poder. Para San Ignacio, el Examen era la forma de vivir una vida consciente de la presencia de Dios. Al escribir a los miembros más jóvenes de la orden que fundó —los jesuitas— Ignacio dijo que especialmente deberíamos:
Practicar la búsqueda de la presencia de nuestro Señor en todas las cosas: en el trato con otras personas, en el caminar, en el ver, en el gustar, en el oír, en el entender y en todas nuestras actividades. Porque su Divina Majestad está verdaderamente en todo por su presencia, poder y esencia. Este tipo de meditación —encontrar a Dios nuestro Señor en todo— es más fácil que elevarnos y hacernos presentes laboriosamente a realidades divinas más abstractas.
El Examen enseña la práctica de “buscar la presencia del Señor en todas las cosas.” Esa es la razón por la cual uno de los mayores discípulos de Ignacio, San Francisco Javier, enseñó a sus compañeros misioneros jesuitas a “cuidar de nunca faltar a hacerlo [el Examen] dos veces al día, o al menos una, según nuestro método común, sea lo que sea que estemos haciendo.” ¡Ni siquiera un misionero tan ocupado como Francisco Javier podía omitir el Examen! Después de todo, ¿qué podría ser más fructífero para un misionero que apartar un momento del día para identificar la presencia de Dios y el movimiento del Espíritu para seguir mejor su guía?
Antes de analizar más de cerca el Examen, veamos cómo fue la vida de Ignacio para entender cómo fue que él mismo lentamente tomó consciencia del “agua” de la presencia de Dios.
La vanidad de la atención. Íñigo (el nombre de pila de San Ignacio) nos dice al comienzo de su autobiografía que hasta la edad de veintiséis años, él era un “hombre dado a las vanidades del mundo.” Él persiguió estas vanidades incansablemente, era
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Pero fue su vanidad —no una bala de cañón— la que lo postró en cama en su castillo en Loyola.
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Ignacio es herido en la Batalla de Pamplona Albert Chevallier-Tayler (1862-1925) © 2011 Instituto jesuita de Londres
un hombre que esperaba recibir alabanza y afirmación. Su madre, Doña Marina, murió cuando él era muy joven, y su padre, Beltrán de Ónaz, murió cuando Ignacio tenía dieciséis años. Ignacio era un joven de un metro y medio de estatura, bajo entre los españoles vascos, pero también muy orgulloso de su largo cabello rubio y sus piernas bien formadas. También era el más joven de trece hermanos. Quizá fue la pérdida de ambos padres, siendo él muy joven, junto con el hecho de haber tenido muchos hermanos con los cuales competir, que provocó que él buscara tanta atención.
Es más, era esta búsqueda de atención la que provocó que él, de forma insensata, convenciera a sus compañeros soldados a defender la fortaleza de Pamplona durante el levantamiento de 1521. Todos los demás vieron “claramente” —en palabras de San Ignacio— que no podía ser defendida. Pero su honor estaba en juego, lo que se tradujo en este caso en vanidad.