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Separa la verdad de la mentira

En la batalla, Ignacio fue herido en su pierna por una bala de cañón. Pero fue su vanidad —no una bala de cañón— la que lo postró en cama en su castillo en Loyola. Acostado ahí, puede haber recordado las palabras que su tía, Doña Marina de Guevara, una vez le dijo: “Íñigo, no aprenderás ni te harás más sabio hasta que alguien te rompa una pierna.” Los médicos fijaron su pierna, la cual sanó, pero una “antiestética” protuberancia del hueso siguió siendo visible en uno de sus muslos. Íñigo no podía soportar esto. Así que, mártir de su propia vanidad, soportó la “carnicería” de que le aserraran el hueso, ¡sin anestesia! Fue esta segunda cirugía la que transformó su cama de convalecencia en una cama de conversión.

Este es un ejemplo gráfico de la forma en que el “defecto principal” de Íñigo —su necesidad desesperada de atención y afirmación por parte de los hombres y las mujeres— dominó su vida en la juventud. Él necesitaba que los hombres lo amaran y lo respetaran. Necesitaba que las mujeres lo vieran atractivo. Y necesitaba estas cosas, como lo explicó más adelante, en una forma “desordenada”. Íñigo tuvo que soportar la tortura antes de poder aprender que Dios es suficiente, “Dame tu amor y gracia, que esto me basta”, como escribió en su Acto de entrega de sí (Suscipe).

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Vivir de su imaginación. Mientras convalecía en el castillo de su familia en Loyola, Íñigo pasó mucho tiempo viviendo dentro de su imaginación. Como relata en su autobiografía (la cual escribió en tercera persona), a veces se imaginaba a sí mismo en las historias de Amadís de Gaul, el ficticio caballero errante, y otras veces, en las historias que leía sobre San Francisco y Santo Domingo.

Cuando fantaseaba sobre Amadís de Gaul, podía pasar “dos, tres e incluso cuatro horas sin sentirlo, imaginando lo que habría de hacer en servicio de una señora... Estaba tan enamorado con todo esto que no veía cuán imposible era poderlo alcanzar, porque la señora no era de vulgar nobleza.” (No sabemos quién era esta “señora”). Pero luego pasaba horas fantaseando con vivir la vida de los santos: “¿Qué pasaría si yo hiciese esto que hizo San Francisco, esto que hizo Santo Domingo?”

Un día, comenzó a observar que su fantasías sobre las mujeres y las batallas lo dejaban “seco y descontento”, mientras que imaginar vivir como los santos lo dejaba alegre y en paz. Este fue el inicio del Íñigo reflexivo, el San Ignacio que eventualmente nos ofrecería un método para rezar con nuestra imaginación.

Una nueva vida “examinada”. Sin embargo, al ver hacia atrás, San Ignacio se describía a sí mismo en

El impulsivo Íñigo comenzaría una vida "examinada".

Ignacio convalece en Loyola Albert Chevallier-Tayler (1862-1925) © 2011 Instituto jesuita de Londres

ese tiempo como “todavía ciego”. Ciertamente, mientras se alejaba del castillo en Loyola y se dirigía hacia el santuario de Nuestra Señora de Montserrat donde iniciaría su nueva vida, seguía soñando despierto con Amadís de Gaul y las grandes cosas que iba a realizar por Dios en vez de realizarlas por una mujer. Sus sueños se estaban moviendo en la dirección correcta, pero aún seguían llenos de egoísmo y voluntad propia.

Desde Montserrat, Íñigo viajó veintiocho kilómetros río abajo al pequeño pueblo de Manresa. Fue ahí, recuerda San Ignacio en su autobiografía, que “Dios lo trató como un maestro trata a un niño pequeño.” Fue ahí que ocurrirían las experiencias clave que capacitarían al impulsivo Íñigo a comenzar una vida “examinada”. Fue en ese lugar donde Ignacio comenzaría a aprender todo lo que se convertiría en el centro de sus enseñanzas: Perspectivas llenas del Espíritu de las cuales seguimos beneficiándonos hoy en día. Ahora, continuemos con el siguiente capítulo de la vida de Ignacio para ver cómo se desarrolló todo esto. n

La oración del Examen puede ser liberadora

Todos conocemos el valor de los retiros, de alejarse del mundo por un tiempo corto para centrar nuestra vida en Cristo. Íñigo llegó a Manresa y se retiró a una cueva, ¡durante once meses! Fue un tiempo difícil pero crucial en el cual aprendió mucho sobre sí mismo. Aprendió a distinguir entre las inspiraciones del “buen espíritu” —el Espíritu Santo— y las tentaciones del “espíritu maligno”, o Satanás. También aprendió a reconocer cómo el espíritu maligno estaba tratando de descarrilar su determinación de acercarse más a Dios.

Mientras vivía en Manresa, Íñigo experimentó dos grandes tentaciones. La primera atacaba su futuro y la segunda su pasado.

Respecto a su futuro, Íñigo comenzó a escuchar una voz en su cabeza que le preguntaba: “¿Cómo puedes soportar una vida como esta en los setenta años que te quedan por vivir?”, una vida de sacrificio y autonegación. Él sabía que esta voz de miedo y duda no provenía de Dios; después de todo, él había ido a Manresa para comenzar una nueva vida con el Señor. Esa misma voz es una que a menudo hemos reconocido, invitándonos a pensar lo peor y a salirnos del presente y entrar en el futuro desconocido y lleno de preocupaciones.

Pero con la gracia de Dios, Íñigo no solo reconoció que esta tentación venía del maligno, sino que respondió a ella en una forma que muestra el crecimiento que estaba experimentando. Él le contestó al espíritu maligno: “¿Puedes tú prometerme una hora de vida?” Ignacio comprendió que el maligno no podía predecir el futuro ni prometerle a él ni siquiera una hora. Y por lo tanto, respondiendo de esta forma, se “mantuvo en paz”. Aprendió a permanecer en el presente y a no quedarse en el futuro, un territorio lleno de minas para muchos de nosotros.

Despertarse del sueño. La segunda tentación —relacionada con su pasado— fue más siniestra. Fue tan

terrible que Íñigo consideró quitarse la vida para escapar. Fue bombardeado con pensamientos de sus pecados pasados, y ninguna confesión escrupulosa de ellos le daría algo de alivio. Un día cuando los escrúpulos eran particularmente intensos, tomó la determinación de ir a confesarse una vez más. Pero, como lo explicó en su autobiografía, observó que después de haber tomado la decisión de acudir a la Confesión, “como una secuela” fue invadido por el disgusto. “Fue la forma en que nuestro Señor lo despertó del sueño”, escribió.

Ese sentimiento inesperado de disgusto, que parecía fuera de contexto respecto a la situación en la que se encontraba, lo motivó a tomar acción sobre el espíritu maligno que lo acosaba.

Ignacio escribió que “ya tenía alguna experiencia de la diversidad de espíritus por las lecciones que Dios le había dado.” A partir de ese momento, fue liberado de los escrúpulos. ¡Observa lo astuto que es este espíritu maligno! Normalmente, ¡pensaríamos que el disgusto provocado por la idea de asistir a la Confesión es un signo de que probablemente necesitamos confesarnos! Pero en este caso, sucedió lo contrario: Íñigo vio que el disgusto que sentía fluía “como una secuela” de su decisión y que la idea de confesarse en realidad provenía del maligno para poder seguirlo atando a los escrúpulos. La libertad de Íñigo surgió al comprender por sí mismo la forma en que este espíritu maligno lo estaba atrapando. Cuando reconoció lo que sucedía, fue liberado.

Quiero resaltar la importancia de este punto. Lo que Ignacio mismo reconoció, nosotros podemos descubrirlo por medio de la oración del Examen. A través de esta plegaria, aprendemos a reconocer por nosotros mismos la forma en que el espíritu maligno nos ataca a cada uno particularmente.

Esto fue lo que me sucedió a mí. Hace algunos años, me encontraba en medio de una lucha espiritual propia. Intenté distintas soluciones, y no podía encontrar nada que funcionara. Mi nuevo y sabio director espiritual me preguntó en nuestra primera reunión si estaba rezando con el Examen. Mi respuesta fue la usual, “sí”, y luego, al ser presionado dije “a veces” hasta que finalmente confesé la verdad: “No”. Realmente, había abandonado la oración del Examen desde los días del noviciado, cuando una campana sonaba dos veces al día para llamarnos a la oración.

Así que mi nuevo director me dijo que empezara a rezar nuevamente el Examen dos veces al día, al mediodía y en la noche. Yo me preguntaba si eso era todo lo que necesitaba hacer. ¡Estaba atravesando un momento muy difícil! Al igual que Naamán cuando Eliseo le dio la instrucción de bañarse en el río Jordán para curarse

Lo que Ignacio mismo reconoció, nosotros podemos descubrirlo por medio de la oración del

Examen.

Ignacio en Manresa, Albert Chevallier-Tayler (1862-1925) © 2011 Instituto jesuita de Londres

de la lepra (2 Reyes 5), ¡pensé que debía ser necesario hacer algo más radical! Pero no, lo que yo debía hacer era empezar a corregir mi vida “no examinada”.

Los cinco pasos del Examen. Este es el método que comencé a usar:

Paso 1: “Doy gracias por los favores recibidos.” Para mí la clave no es cuánta gratitud tenemos sino identificar cuáles son exactamente esos favores que yo he recibido personalmente de parte del Señor. No puedo examinar mis pecados hasta que primero haya descubierto y aceptado las muchas formas en las que el Señor me ha mostrado su amor durante el día. Al principio, me costaba bastante tiempo hacer el Paso 1, pero ahora comprendo que es la base del Examen.

Paso 2. “Pido la gracia para reconocer mis pecados.” Aquí la clave es la gracia. Descubrir los pecados que he cometido durante el día es principalmente acción de Dios, no mía. Ignacio puede haber aprendido esto de su lucha contra los escrúpulos. Dios sabe cuáles son los defectos que necesito identificar durante el día mejor de lo que yo mismo los conozco. Si examino mis defectos sin él y fuera del contexto de su amor, puedo quedarme atrapado en la autocompasión o la desesperación. Pero si su gracia se está haciendo cargo, veré

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