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Antonio Rivero Taravillo – Trabajos y días

Ignacio Peyró

Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas (2006-2011) Libros del Asteroide, Barcelona, 2020 576 páginas, 24,95 € (ebook 11,99 €)

Trabajos y días

Por ANTONIO RIVERO TARAVILLO

Muchas personas toman lápiz y papel, bolígrafo y cuaderno, dedos y teclado, y se ponen a dejar constancia de su intimidades. Suelen ser esos escritos el cedazo con el que atrapan el siempre huidizo tiempo y entre sus anotaciones dejan una fecha, una cita, la impresión causada por tal acontecimiento, una opinión, una idea para ser desarrollada. Muy pocos de estos dietarios poseen la voluntad de traspasar la esfera de lo privado y ser leídos por el público. Aún cuando está presente esa intención, raro es que esta case con un interés igualmente marcado por parte del posible lector. Y en tiempos como los actuales, en los que la sobreabundancia editorial ha roto las costuras de la contención que regula el mercado cuando este está boyante y no necesita comprar muchos números del sorteo, como hace el pobre que quiere ser agraciado, todavía menos. Para que alguien se ponga a leer los entresijos de la vida de otro, persona de carne y hueso y no personaje de ficción, es preciso que aquella adquiera características de esta: que sea tan atractiva como un ente literario.

Sólo de esta manera, mediante la construcción de un personaje, por más que este haya sido moldeado a imagen y semejanza del autor, un diario adquiere sentido para quien lo lea. Cierto es que las revelaciones de secretos, los atisbos en la vida de ilustres y los asomos a los salones donde la historia se juega son factores que tienen peso a la hora de que un diario sea atractivo. Pero una cámara de circuito cerrado de televisión que narre lo que pasa bajo su ángulo no basta. Hace falta adicionalmente un trabajo

de edición de las imágenes, con selección y ampliación de lo más valioso y eliminación de los ratos muertos, que suelen ser casi todos. Además de esto, se precisa el factor humano: una inteligencia cuyos juicios nos seduzcan, presteza a la hora de conectar ideas y tirar de la cita oportuna, distancia para ver las cosas con perspectiva y capacidad de relación. Por otra parte, la captatio benevolentiae, que en este caso no es tanto un recurso retórico como traslucir, mediante los flancos débiles del protagonista, sus flaquezas, elementos que actúen como contrapeso de ese riesgo que siempre planea sobre el diario: el engolamiento, la solemnidad surgida del complejo de superioridad, las quejas contra el mundo, la falta de humor, que acaso sea lo que más se echa de menos en un mal diario y que hace que, bajo su luz jovial, el hecho más nimio pueda convertirse en memorable.

Hasta la aparición de Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa (Fórcola, 2014, y entrevisto cuando sólo era proyecto en la página 517 de este nuevo libro), el madrileño Ignacio Peyró era poco o nada conocido como autor. Había sido, sí, traductor de Louis Auchincloss, Historias de Manhattan y El rector de Justin y de Jerusalén. Viaje a los Santos Lugares, entre otros, corresponsal parlamentario, colaborador en un suplemento y redactor jefe de Cultura en un periódico de poca circulación. Había dejado artículos aquí y allá y montado alguna revista, pero no, no era un escritor conocido. Aquel diccionario lo situó como lo que es: un exquisito prosista que no sólo maneja la lengua de modo portentoso, con una exhausta información y una capacidad divulgativa envidiable. Hace dos años, publicó, en Libros del Asteroide, Comimos y bebimos, una deliciosa colección de escritos sobre los placeres de la buena mesa, donde revalidó esa posición de autor de culto. Ahora se revela como un magnífico diarista en el volumen publicado en la misma editorial Ya sentarás cabeza, que cubre los años 2006-2011 y que ostenta el subtítulo Cuando fuimos periodistas.

Viajó mucho en su juventud, y luego ya menos: las tareas lo amarraron al banco de la escritura, junto a cierto hastío que no llega a sofocar el entusiasmo. Son estupendas, sobre esto, las páginas 36 y 37, donde contraviniendo lo que se suele predicar, Peyró declara preferir al turista sin pretensiones antes que a quien se las da de viajero. Pero eso de ver mundo le ayuda, porque siempre abre los ojos. Y saber mirar es fundamental en el escritor de raza.

Metaforiza y compara con brillantez Peyró. Es decir, aunque no haya versos, cultiva lo que es eje de la poesía, el lenguaje figurado: «La primavera, breve y poderosa como un sonrojo». O: «allá por la esquina de los setenta y los ochenta». Y exhibe también una gran capacidad para el aforismo: «Edad adulta: ese momento de la vida en que ser imbécil ya no es gratis». Igualmente: «Dicen: “Pareces de otra época”, como si en esta eso no fuese un gran elogio». Alguno es redondo endecasílabo: «La niebla envuelve al mundo: así lo cuida». En general, y por simplificar, las entradas de Ya sentarás cabeza corresponden a tres tipos: los apuntes de diario, con sus impresiones volanderas de un suceso, una lectura, una copa, que no suelen pasar de un párrafo; los episodios, desarrollados a lo largo de varias páginas, de un viaje, una excursión, los dimes y diretes del periodismo en el grupo Intereconomía, con retratos certeros y sumamente divertidos (como el de la excursión gallega y la visita a la casa del banquero Mario Conde); y los citados aforismos,

siempre brillantes en el chisporroteo de su inteligencia. La ventaja de estos, administrados con sabiduría, es que nunca resultan tediosos, como puede suceder en un volumen íntegramente dedicado a ellos, donde falte la alternancia con textos más largos. Algunos más: «Lo más honesto que puede hacer un escritor no es reflejar su época, sino ir en contra de ella». «La tasa de participación en actividades culturales debe de ser –imagino– inversamente proporcional al tiempo dedicado a la lectura sosegada». «Pero lo sano con los políticos es el polvo rápido y no la relación sentimental».

Ya cuente la historia de un amigo del colegio, ya refleje el ambiente de una selecta coctelería o un restaurante de postín (a veces ambas cosas juntas), Peyró atrapa la atención del lector con sus buenos modales y mejor escritura si cabe, que puede ser melancólica, corrosiva, siempre a la contra incluso de la mayor parte de la derecha de la que procede sociológicamente y a la que tiende por elección profesional, al escribir en sus cabeceras.

Las entradas carecen de datación, salvo por algún detalle que lógicamente indica el día (por ejemplo, la consignación de que es Nochevieja). Los escenarios son mayormente madrileños, aunque también hay escapadas a la finca familiar en Extremadura (en esto, como en otras cosas, se acerca a Andrés Trapiello, aunque este habría cuadruplicado o quintuplicado el número de páginas asignadas a este periodo de seis años que cubre el libro). Hay pasajes también muy a lo Trapiello, como la desopilante visita a un plató de televisión, donde se acreditan muy aguzadas dotes para la sátira. Ante algunas viejas glorias del periodismo, observa: «Los demás, ay, metimos poca baza: estábamos ahí convocados como las patatas ante el chuletón».

Peyró muestra amor por el conjunto de España, y ¿cómo no iba a hacerlo, aunque sólo fuera por tantas denominaciones de origen y tantas especialidades de una cocina riquísima (en su doble acepción)? Chapado a la antigua, tiene hasta un recuerdo para Cuba, actualizado en algunos discos comprados en la isla y en algunos cigarros habanos que se fuma a lo largo de libro. No ahorra las ironías cuando algo se presta a ello, como en la ocasión en la que se da un garbeo por Pamplona. De su lugar de escapadas escribe: «Extremadura, un lugar tan agradable que ni siquiera es nación». Lo que observa en muchos sitios no suele gustarle: «Hubo un tiempo en que los Atilas de este mundo se conformaban con destruir; mucho más listos, los Atilas contemporáneos saben que construir causa un daño mucho más irreparable».

No sigue siempre el mismo criterio a la hora de nombrar a los personajes reales que integran el libro: los hay a quienes cita con el nombre completo (José Carlos Llop) y a otros los saca solamente con sus iniciales: VP (Valentí Puig, con quien publicó la conversación La vista desde aquí). Precisamente, las páginas dedicadas a un salto a Mallorca que dio en 2009 están entre lo mejor del libro. Más escritores que aparecen mentados aquí y allá son A. E. Housman, Carlos Pujol, Eugenio d’Ors, T. S. Eliot, Francisco Umbral, Patrick Modiano o Paul Morand. Sobre el oficio de la palabra emite una atinada sentencia como esta: «Queremos escribir para dar forma a algo y al final es la propia escritura la que nos da forma a nosotros». O esta otra: «Creo que el único deber del escritor es no explicarse –no hacer metaliteratura».

Hesíodo, a quien esta recensión ha tomado prestado el título, situó el estadio actual de la humanidad en una estirpe de hierro, último estadio de la decadencia. Conservador y anglófilo (¡pero licenciado en Filología Románica!), Peyró añora y siempre parece mayor de lo que es, mas no se las da de dandi o esnob. En estas páginas hay mucha humanidad que atempera las copiosas dosis de política nacional: sindicalistas, diputados, presidentes de comunidades autónomas, ministros Católico y conservador, no tiene empaño en ser crítico cuando cree que debe serlo con personas de la Iglesia o de esa organización, el Opus Dei. Menos aún cuando se trata de figuras con las que cierta izquierda ha sido benévola si no cómplice: «Contra lo que suele pensarse, el cáncer ataca también a las malas personas. Véase Hugo Chávez, que iba a ser el sucesor espiritual de Fidel Castro y ahora verá, ya cadáver, cómo Fidel Castro acude a su sepelio con su mejor chándal de Adidas».

Los enredos, las maquinaciones y las trapisondas inyectan vigor al diario. «La vida del periodista es divertida, lo que me hace pensar que, cuando se cobraba debía de ser maravillosa», anota. Se advierte que cada vez se siente más a gusto como diarista: si los años 2006 y 2007 se despachan en cuarenta y tantas páginas cada uno, las de 2008 ya son sesenta, y noventa alcanza 2009, 2010 supera las ciento sesenta y un número ligeramente inferior el último periodo, 2011, que nos deja con la miel en la boca de su entrada como autor de discursos en Presidencia del Gobierno. Ojalá sigan los diarios.

Es interesante lo que Peyró escribía sobre el género en la entrada dedicada a Samuel Pepys en su Pompa y circunstancia. Hablando de memorialistas y dietaristas, «todos los que han repasado su alma y reescrito su vida para fijar en un papel el día que pasa». Reescribir es aquí la palabra clave. Hoy no vive lejos de donde vivió el primer diarista moderno, pues es, desde hace unos años, director del Instituto Cervantes en Londres.

Ezra Pound escribió una vez que dentro de cien años nadie recordaría a los políticos contra los que peleó. Menos revolucionario –conservador al cabo–, Peyró traza aquí perfiles de muchos personajes de la vida política española de unos años (el paso de los presidentes Zapatero a Rajoy) que resultarán ajenos al lector de otro país, y sin embargo también para este es recomendable Ya sentarás cabeza, porque no se trata de una crónica efímera, sino de excelente literatura. Vuelvo a Pound. Hoy (me pongo yo también diarista) es 30 de octubre, aniversario del nacimiento del poeta. Una frase suya no puede ser más oportuna para cerrar estas líneas sobre el libro que acaba de publicar el gran periodista o escritor en periódicos que es Ignacio Peyró: «Literatura es la noticia que continúa siendo noticia». Aunque sean, paralelas a las que se disputan los titulares de prensa, nuevas de ese ámbito reducidísimo: la vida interior.

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