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Arequipa, ciudad blanca

Cuando los españoles fundan la ciudad de Arequipa en 1540, ya existían en el lugar los yarabayas, descendientes de lupacas, collaguas, puquinas e incas, y gracias a su localización adquiere un rol geopolítico muy importante, pues está a medio camino entre Cusco, el altiplano andino y el mar. De este modo, asumió un rol de centro logístico del virreinato, rol que mantiene hasta la actualidad, como segunda ciudad del Perú, con una población que supera al millón de habitantes.

Por sus condiciones geológicas, no había en Arequipa, buena greda, ni madera para hacer adobes y techumbres, lo único que había en cantidad era el sillar, una piedra blanca, perlada o rosada, producto del desastre eruptivo de millones de años; material que sirvió para construir iglesias, edificios cívicos y casonas, con anchos muros a cajón, y bóvedas, lo que permitió una resiliencia de siglos a los espasmos sísmicos, y cuya facilidad de labranza dotó a su arquitectura de una riqueza ornamental mestiza. Todo ello sirvió para lograr un centro histórico excepcional que ha sido reconocido como patrimonio universal por Unesco en el año 2000.

En las últimas dos décadas del siglo XX, Arequipa estaba sumida en una crisis económica y social, pues la desidia política, la globalización y el centralismo le habían restado competividad productiva y de servicios. Ha sido la revitalización de su patrimonio cultural, con el apoyo de la Cooperación Española, lo que permitió un fuerte impulso a la ciudad, hasta convertirse en el tercer destino turístico del Perú.

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