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Precarias en pandemia

Otro aspecto de la crisis sociosanitaria de los últimos años, abordado por algunas de las obras incluidas en la exposición, refiere el agravamiento de la precarización de la vida y las condiciones de trabajo de los sectores profesionales de la cultura con el cierre de museos, bibliotecas, cines, salas de conciertos, teatros, y la cancelación de festivales, bienales, ferias de arte, etc. Desde perspectivas intimistas y con sus propias voces, enfatizando el relato en primera persona, actores y actrices, bailarines y bailarinas, cineastas e intérpretes de diversas disciplinas se preguntan por el futuro de sus profesiones, de sus trabajos. Indagan en las implicaciones que en sus cuerpos y subjetividades tiene este impás que los ha obligado a dejar de ensayar, de entrenar, de trabajar en equipo. Los videos de Violeta Mora (Honduras), Miguel Oniel Díaz (República Dominicana) y Silvia Jácome y Adriana Jácome (Cuba), ahondan en esas problemáticas y sus consecuencias para el proletariado cultural y lo que significa para los públicos esa parada de la producción simbólica en términos de restricciones del derecho de acceso a la cultura.

En otro sentido, la pandemia ha conllevado la necesidad de repensar las propias estructuras capitalistas y de consumo sobre las que están soportadas las arquitecturas sociales y económicas de las industrias culturales y sus sistemas de circulación, directamente dependientes del turismo global. La administración de las instituciones y eventos que diagraman el mapa de la cultura contemporánea ha sufrido un colapso que ha hecho tambalear peligrosamente el concepto de lo público en su interior, imponiéndose dinámicas de privatización que lastran la accesibilidad de la ciudadanía a un derecho fundamental.

En [ Espacio ] (2020), Violeta Mora realiza un interesante ejercicio metacinematográfico donde el encierro detona una serie de interrogantes sobre la dimensión del cine en tanto lenguaje susceptible de traducir la experiencia límite del cuerpo en pandemia. La idea del cine como un espacio de libertad contrasta con la alienación provocada por el aislamiento en la autora, que se cuestiona dónde ha quedado esa “libertad”. Cuándo po- drá salir a filmar en el exterior. ¿Es el cine capaz de documentar la realidad a partir de su registro diario? ¿Es suficiente archivar esas imágenes para dar cuenta de la complejidad de este presente? Si el cine es un espacio de libertad, y esa libertad se ve acotada inexorablemente, cómo comprender ese intervalo de espera, cuando y donde el cine no es.

Semejantes dudas asaltan al protagonista de El Camino (2020), interpretado por el mismo Miguel Oniel, en relación con su trabajo teatral. El cierre de todas las salas de teatro y la cancelación o posposición de las funciones le obligó a retornar a su provincia para pasar el confinamiento en la casa paterna. Había viajado años atrás a Santo Domingo para estudiar artes escénicas y justo en el momento en que su carrera comenzaba a despuntar, la pandemia lo interrumpe todo. Volver al hogar significa entonces que todas las incertidumbres por el futuro se materializan dentro de las cuatro paredes del enclaustramiento. Desde allí continúa haciendo representaciones teatrales a través de Internet. Pero la necesidad de contacto directo con el espectador en un espacio físico común le aguijonea. Este corto de ficción con matices biográficos explora el momento de reflexión que conlleva el aislamiento para repensar el trabajo propio, articulándose también en un metacomentario sobre la relación de un actor con su profesión.

La última función (2020), de Adriana y Silvia Jácome, se basa en el texto manifiesto homónimo de Roland Schimmelpfennig. Figuras emblemáticas de la escena cubana, actores y actrices, dramaturgos y directores de teatro de diferentes generaciones y tendencias estéticas se suceden en la pantalla poniendo rostro a la angustia existencial que ha supuesto la paralización total del campo de las artes escénicas. El texto va encarnándose en sus cuerpos, en las palabras leídas o declamadas que brotan como un alarido de desesperación: “Con eso hasta hace poco me ganaba la vida, con la presentación de mis obras de teatro”. “Sobre las tablas de este escenario todo era posible”. El imponente actor Alexis Díaz de Villegas aparece en primer plano, su cara es el retrato de la tribulación y exclama: “No tengo más ingresos. Todo colapsa. Sin ayuda puedo aguantar esta situación, más o menos, 90 días. Y qué viene después, qué sigue, qué será de nosotros y de qué se supone que vamos a vivir” 1

El texto pone énfasis en la descripción de los problemas estructurales del campo cultural contemporáneo, agravados en aquellos contextos sociales donde el Estado opta por enfoques neoliberales que cada vez acortan más la protección del patrimonio cultural y las condiciones de trabajo de los múltiples agentes, técnicos, artistas e intelectuales que lo sostienen; o en otras sociedades donde nunca se han destinado recursos suficientes a la acción de las artes y la cultura. “Vivimos de actuar. Ninguno de nosotros puede darse el lujo de hacer una pausa. Los artistas no somos personas que tenemos reservas, simplemente porque los ingresos no son suficientes”.

La cultura, en cualquiera de sus manifestaciones, como reclama el manifiesto de La última función para el teatro, necesita a sus públicos, sin estos no tiene razón de ser. De hecho, la lección de coraje que han dado músicos, intérpretes, poetas, etc. durante la pandemia, buscando a sus espectadores y participantes a través de conexiones en directo en plataformas de Internet, debería bastar para hacer un giro radical en las políticas culturales. Muchas de las ayudas concebidas por los gobiernos nacionales y locales para paliar la situación de los profesionales independientes, no se aplicaban a las condiciones de los artífices de la cultura, que una vez más quedaron al margen de los marcos de garantía del Estado. Sin embargo, fueron esos conciertos en directo a través de las redes sociales, la poesía leída en los días de encierro, las películas vistas en las madrugadas de insomnio, los que nos salvaron a muchxs en la pandemia.

Cito unas frases finales de La última función que contienen toda la potencia movilizadora de la cultura: “El teatro es un lugar donde se celebra la vida misma”. “El teatro es lo opuesto al aislamiento”. “Gracias, dice el hombre bajo la luz del único foco. Gracias por todo. Ha sido un honor estar con ustedes aquí esta noche. Nos volveremos a ver pronto. Cuídense mucho”. “Y entonces se levanta un gran aplauso, furioso, desafiante. Un aplauso que celebra la vida. Pero ese aplauso no es para el hombre en el escenario, sino para el teatro y su público como tal”.

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