Afrodescendientes y la matriz de la desigualdad social en América Latina: retos para la inclusión

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Afrodescendientes y la matriz de la desigualdad social

en AmĂŠrica Latina Retos para la inclusiĂłn


Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)

B. Desigualdades étnico-raciales y la matriz de la desigualdad social en América Latina La desigualdad es una característica histórica y estructural de las sociedades latinoamericanas y caribeñas, que se ha mantenido y reproducido incluso en períodos de crecimiento y prosperidad económica. Es un obstáculo para la erradicación de la pobreza, el desarrollo sostenible, la ampliación de la ciudadanía y el ejercicio de los derechos de las personas, así como para la gobernabilidad democrática. Está asentada en una matriz productiva muy heterogénea y poco diversificada y en una cultura del privilegio, que es un rasgo histórico constitutivo de las sociedades latinoamericanas. Para reducir considerablemente la desigualdad social en la región, es necesario identificar los ejes que la estructuran y la reproducen, así como sus efectos en los diversos ámbitos de los derechos y del desarrollo. Eso supone contar con diagnósticos basados en datos estadísticos confiables y sistemáticos, que permitan conocer la desigualdad en todas sus dimensiones y diseñar políticas públicas de calidad basadas en una agenda de derechos y en un enfoque de universalismo sensible a las diferencias (CEPAL, 2016a, 2018a y 2019a); es decir, políticas orientadas a hacer realidad el principio de universalidad en el acceso a los servicios sociales fundamentales para la garantía de los derechos y, al mismo tiempo, emprender acciones decididas para eliminar las barreras de acceso, la discriminación y la exclusión social que enfrentan de manera más grave algunas poblaciones (CEPAL, 2020). La estructura productiva de los países de la región, como ha analizado ampliamente la CEPAL, es muy heterogénea y poco diversificada. Se caracteriza por presentar una limitada capacidad de innovación y un alto grado de precariedad e informalidad; de hecho, aproximadamente la mitad del empleo se genera en sectores de baja productividad y sin acceso a la seguridad social. Esa heterogeneidad estructural tiene también como contrapartida una elevada concentración de la propiedad y de la riqueza en un número reducido de empresas y personas. El mercado laboral es el eslabón que vincula esa estructura productiva heterogénea (y la desigualdad que le es inherente en términos de productividad, acceso y calidad en materia de empleo) con una acentuada desigualdad de ingreso en los hogares y una inserción muy desigual en el mercado de trabajo y en los sistemas de protección social (CEPAL, 2014, 2016b, 2017a y 2017c). Por otra parte, la matriz de la desigualdad social está asentada también en una cultura del privilegio. La cultura del privilegio es una herencia del pasado colonial y esclavista, que se caracteriza por la negación del “otro”, históricamente caracterizado como la población indígena (habitantes originarios de los países de América Latina), la población afrodescendiente que llegó al continente a través de la trata transatlántica de esclavos, las mujeres, las personas pobres, y los trabajadores y trabajadoras. En ella se entremezclan y se refuerzan mutuamente, por lo tanto, el racismo, el sexismo, la misoginia y el clasismo.

Capítulo I

La cultura del privilegio es parte constitutiva de la configuración histórica y social de las sociedades y economías latinoamericanas y se sigue reproduciendo hasta nuestros días a través de una variedad de actores, instituciones, reglas y prácticas (CEPAL, 2018c). En ella, las diferencias pasan a ser concebidas como desigualdades y a ser naturalizadas en la percepción de las personas, tanto de las que están en una posición de privilegio como de las subordinadas. Es una cultura que naturaliza la discriminación, las jerarquías sociales y las enormes asimetrías de acceso a los derechos, al poder, a los frutos del progreso, a la deliberación política y a los activos productivos y financieros. Asimismo, refuerza el acceso asimétrico a las capacidades y oportunidades. Las jerarquías naturalizadas por la cultura del privilegio según criterios de clase, de condición étnico-racial, de género o una combinación de todos esos factores contribuyen a reforzar la inercia del poder y la desigualdad (CEPAL, 2018c). La cultura del privilegio persiste y se reproduce a través de actores e instituciones, reglas y prácticas, lo que genera asimetrías en múltiples ámbitos de la vida social y afecta el diseño de la política pública y sus formas de implementación: se crean distorsiones e ineficacias en diversos ámbitos, como el sistema tributario, la seguridad pública, la educación, la salud o la infraestructura (CEPAL, 2018c).

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Afrodescendientes y la matriz de la desigualdad social en América Latina: retos para la inclusión

El avance de la democracia y de la agenda de derechos que tuvo lugar en América Latina y el Caribe en las últimas décadas sin duda cuestiona la cultura del privilegio y le impone límites; sin embargo, dicha cultura se caracteriza por presentar una gran capacidad de resistencia e incluso de reacción para proteger sus intereses. Entender esta dinámica es fundamental para poder analizar lo que está sucediendo en América Latina en la actualidad.

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Desigualdades étnico-raciales: un eje estructurante de la matriz de la desigualdad social en América Latina

Como se ha señalado, para avanzar hacia la igualdad, es necesario profundizar la comprensión de los ejes que estructuran y reproducen la desigualdad social en América Latina. De acuerdo con estudios anteriores realizados por la CEPAL (2016a, 2016b, 2017a, 2017c, 2018a y 2019a), el primer eje estructurante de la matriz de la desigualdad social —el más básico— es el estrato socioeconómico (o la clase social). Los elementos centrales de este eje son la estructura de la propiedad y la distribución de los recursos y activos productivos y financieros, y una de sus manifestaciones más claras es la desigualdad de ingresos, que constituye, a la vez, la causa y el efecto de otras disparidades en ámbitos como la salud, la educación, el trabajo decente y la protección social. No obstante, además del estrato socioeconómico, las desigualdades existentes y persistentes en América Latina también están marcadas por otros ejes estructurantes: el género, la condición étnica y racial, el territorio y la edad. Además de estos cinco ejes básicos, existen también otros que confluyen para constituir ese complejo entramado que conforma la matriz de la desigualdad social en la región, como la orientación sexual y la identidad de género, la discapacidad y el estatus migratorio. Hacer visibles las brechas en estos ámbitos es fundamental para profundizar el entendimiento de la desigualdad social en la región, así como para elaborar e implementar políticas públicas capaces de incidir de manera concreta en la superación de los mecanismos de reproducción de la pobreza, la exclusión y la discriminación, y, de esta manera, avanzar hacia la igualdad. Los ejes estructurantes de la desigualdad social en América Latina se manifiestan en los diversos ámbitos de los derechos y del desarrollo: los ingresos, el trabajo y el empleo, la protección social y los cuidados, la educación, la salud y nutrición, los servicios básicos (como agua, saneamiento, electricidad, vivienda, transporte o acceso a las tecnologías de la información y las comunicaciones), la seguridad ciudadana y la posibilidad de vivir una vida libre de violencia, así como de participar en la toma de decisiones (véase el cuadro I.1). Cuadro I.1 La matriz de la desigualdad social en América Latina Planteamientos teóricos • Heterogeneidad estructural (matriz productiva) • Cultura del privilegio • Concepto de igualdad: – Igualdad de medios (ingresos y recursos productivos y financieros) – Igualdad de derechos – Igualdad de capacidades – Autonomía y reconocimiento recíproco

Matriz de la desigualdad social Ámbitos de derechos en que inciden Ejes estructurantes las desigualdades • Ingresos • Nivel socioeconómico • Trabajo y empleo • Género • Protección social y cuidados • Raza y etnia • Educación • Edad • Salud y nutrición • Territorio • Servicios básicos (agua, saneamiento, electricidad, Otros: vivienda, transporte y tecnologías de la información • Discapacidad y las comunicaciones) • Estatus migratorio • Seguridad ciudadana y vida libre de violencia • Orientación sexual e identidad • Participación y toma de decisiones de género

Capítulo I

Fuente: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Hacia una agenda regional de desarrollo social inclusivo: bases y propuesta inicial (LC/MDS.2/2), Santiago, septiembre, 2018; La ineficiencia de la desigualdad (LC/SES.37/3-P), Santiago, 2018; Horizontes 2030: la igualdad en el centro del desarrollo sostenible (LC/G.2660/Rev.1), Santiago, 2016; La matriz de la desigualdad social en América Latina (LC/G.2690(MDS.1/2)), Santiago, 2016; Pactos para la igualdad: hacia un futuro sostenible (LC/G.2639), Santiago, 2014; Cambio estructural para la igualdad: una visión integrada del desarrollo (LC/G.2604), Santiago, 2014 y La hora de la igualdad: brechas por cerrar, caminos por abrir (LC/G.2432(SES.33/3)), Santiago, 2010.

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Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)

¿Por qué decimos que se trata de ejes estructurantes de la desigualdad social en América Latina? Porque tanto la estratificación socioeconómica (o clase social) como el orden de género, el orden étnico-racial, la edad y el territorio tienen un peso constitutivo determinante en el proceso de producción y reproducción de las relaciones sociales, de las relaciones de poder y de la experiencia de las personas, así como en la magnitud y la reproducción de las brechas que se observan en los distintos ámbitos de la vida económica, social y política (CEPAL, 2016a). En lo que se refiere al tema central de este documento, que son las desigualdades étnico-raciales, es fundamental considerar el peso del racismo en su constitución, persistencia y reproducción. El racismo, según Theodoro (2019), es una ideología que clasifica, ordena y jerarquiza individuos en función de su fenotipo, en una escala de valores que tiene el modelo blanco europeo ario como el polo positivo superior y el modelo negro africano como el polo negativo inferior. El racismo está presente en las relaciones sociales cotidianas, legitimando jerarquías sociales en las que se vuelve aceptable y justificable que determinadas personas, consideradas superiores por el color de su piel y otros rasgos fenotípicos, se sitúen en posiciones sociales privilegiadas, mientras que a los demás, naturalizados en su condición de inferioridad, les quedarían las posiciones y los espacios subalternos. En ese sentido, el racismo transforma la diversidad en desigualdad y moldea una sociedad que se asienta en la existencia, naturalización y reproducción de la desigualdad (Theodoro, 2019). Para Almeida (2019), el racismo constituye un proceso sistemático de discriminación que tiene la raza como fundamento y se manifiesta a través de prácticas conscientes o inconscientes que culminan en la existencia de desventajas o privilegios para los individuos según su condición racial. Para este autor, el racismo es siempre estructural, en el sentido de que es un elemento que integra la organización económica y política de la sociedad. Además de reconocer la existencia de los múltiples ejes estructurantes de la desigualdad, entre los cuales están las desigualdades étnico-raciales, también es necesario considerar que estos no solamente se suman o coexisten. Dichos ejes se entrecruzan, se potencian y se encadenan a lo largo del ciclo de vida, configurando diversos grupos de población que viven simultáneamente múltiples formas de discriminación y desigualdad y que pasan a representar los “núcleos duros” de la pobreza, la vulnerabilidad y la exclusión (CEPAL, 2016a). La noción de matriz de la desigualdad social permite, por lo tanto, identificar, reconocer y considerar a las personas o los distintos grupos de población que sufren esas diversas formas de exclusión y discriminación de forma holística, interrelacionada y no compartimentada. Eso posibilita la mejora de los diagnósticos, del diseño y de las estrategias de implementación y monitoreo de las políticas públicas más adecuadas y capaces de desarmar los vectores y procesos que siguen reproduciendo la desigualdad en nuestra región. Sin embargo, también supone contar con estadísticas sistemáticas desagregadas, entre otras dimensiones, por condición socioeconómica, sexo, raza y etnia, edad y territorio, como se establece en la meta 17.18 del Objetivo de Desarrollo Sostenible 17 de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible4. Este es un requisito fundamental para poder identificar a las personas o los grupos que se están quedando atrás y que, por lo tanto, merecen una atención especial por parte del Estado y de las políticas públicas. En este documento, el objetivo es analizar las desigualdades étnico-raciales y, a partir de ese análisis, establecer sus interconexiones con los otros ejes de la desigualdad social, aportando información sobre las brechas existentes en la medida en que los datos disponibles lo permitan5.

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La meta 17.18 del Objetivo de Desarrollo Sostenible 17 establece el siguiente compromiso: “de aquí a 2020, mejorar el apoyo a la creación de capacidad prestado a los países en desarrollo, incluidos los países menos adelantados y los pequeños Estados insulares en desarrollo, para aumentar significativamente la disponibilidad de datos oportunos, fiables y de gran calidad desglosados por ingresos, sexo, edad, raza, origen étnico, estatus migratorio, discapacidad, ubicación geográfica y otras características pertinentes en los contextos nacionales”. En el capítulo IV, se analizará en detalle el tema de la visibilidad estadística de las poblaciones afrodescendientes en América Latina y las potencialidades y limitaciones de la información disponible actualmente.


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