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Juan Ramón
Por Vanessa Rozo
@historiasdepenny
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El día que Juan Ramón llevó a su casa la pistola jamás se imaginó que quedaría grabada como una impronta permanente en el imaginario de los Molina. Estaba pues, sellada su suerte dentro del cañón de la Beretta 92 CF que en mala hora tuvo el infortunio de ganarse. Perdedor legendario pero jugador empedernido, Juan Ramón era en el barrio el blanco favorito de muchos apostadores y estafadores de oficio, que lo esperaban cada viernes en La Esquina, cuando culminaba su faena como obrero en el Lactuario Maracay y salía a derrocharse el sueldo de la semana en aquel bar de mala muerte. Su fortuna de ese viernes particular comenzó a trazarse mucho antes, cuando, algunas semanas atrás, Rengifo había puesto el ojo en él. Se había tropezado con La Esquina en un operativo realizado por su escuadrón, “para limpiar la escoria de las calles” en el que lo único que tuvieron a bien de limpiar fue el bolsillo del Portu, dueño del desvaído bar. Desde entonces, Rengifo se había vuelto asiduo del establecimiento y sus perdiciones, ostentando su chapa de policía con todas las libertades que eso le permitía darse.
Aquella mañana de viernes, Rengifo se levantó como cualquier otro día y salió al encuentro de su mujer, que había decidido dejarlo. Desconsolado, Rengifo salió de su casa con sed de sangre y venganza.
Estaba fuera de sí, enloquecido por el dolor y hambriento por recuperar a la fuerza la dignidad perdida. La cereza sobre el pastel de su humillación, la pondría Carolina, su ex mujer, cuando pasara por el comando a bordo de una camioneta verde acompañada y sonriente con un hombre que no era él. La camioneta, dicho sea de paso, la había visto muchas veces antes, en sus excursiones clandestinas a La Esquina, conociendo de sobra quién era el dueño.
– ¡Maldito sean los dos! – Terminó su turno con el diablo en la mirada, decido a acabar con todo aquel que se le atravesara. –Yo le voy a enseñar a ese malviviente quién es el Teniente Rengifo.
Llegó a la Esquina y ordenó un tercio bien frío, ocupando un asiento en una de las esquinas más retiradas del local, ojos fijos sobre la puerta y todos los que entraban. Sabía que solo era cuestión de tiempo para que Juan Ramón llegara, y estaría más que preparado para entonces. El Portu, versado lector de rufianes y borrachos, decidió vigilar de cerca al policía, cuya actitud le pareció más áspera de lo normal. Para cuando Juan Ramón apareció, el teniente Rengifo llevaba seis tercios y medio corriendo por su torrente sanguíneo, atontándole los reflejos pero reforzándole el afán de reafirmar su mallugada dignidad. Se levantó dando tumbos en cuanto lo vio, azuzado por el recuerdo de Carolina sonriendo junto a él, ajena e indiferente al dolor que se lo carcomía. – ¡A ti te quería ver, pajarito! – la voz de Rengifo retumbó en el bar, poniendo un alto al barullo de voces y juegos de azar.
Continúa…