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Misión País Colombia: el ciclo de dar y recibir amor fraterno
Karem Priscila Díaz Díaz* MISIÓN PAÍS COLOMBIA: EL CICLO DE DAR Y RECIBIR AMOR FRATERNO
Javerianos acompañaron y compartieron la época de final de año con cerca de 250 niños, jóvenes y adultos en zonas apartadas de Cartagena y La Macarena. Mutuamente recibieron el regalo más preciado: tiempo juntos.
El grupo de misioneros javerianos acompañados por el rector P. Jorge Humberto Peláez, S.J. y el padre Ricardo Delgado, S.J., director del Centro Pastoral en la eucaristía antes de salir a Misión.
Desde 2007, cuando se creó el programa Misión País Colombia, más de mil javerianos, entre estudiantes, profesores, egresados y empleados administrativos, han sido parte de esta experiencia transformadora que permite conocer, vivir y amar la otra Colombia, la que, como se dice en diferentes escenarios, no tiene voz, pero si rostros y sueños.
Durante doce años Misión País se fortaleció y llegó a varios rincones de Colombia (19 territorios en 2015) siempre con un grupo de misioneros de 90 que creció a 200 personas, cada uno de ellos con el objetivo de servir en las comunidades con grandes desafíos sociales, políticos y ambientales, y de transformarse a sí mismos. Hasta que llegó el covid-19 y, como la gran mayoría de los escenarios en el mundo, se detuvo en el 2020.
Luego de superar los momentos más difíciles de la pandemia, el programa se ha reactivado gradualmente y entre el 14 y 26 de diciembre de 2021 estuvo en tres territorios: Pontezuela y Arroyo de Piedra, en Cartagena; y La Macarena, en el Meta, con un total de 17 misioneros: once estudiantes, una profesora, dos egresados y tres profesionales del Centro Pastoral San Francisco Javier. En dos grupos de seis personas y uno de cinco, estaban listos para vivir una de las experiencias más reveladoras de sus vidas.
“La forma como nos recibieron, con esa alegría y disposición. Como nos decían “los estábamos esperando”, sin decirlo fue algo muy especial. Además, yo no llevaba un colchón dónde dormir y fue muy bonito cuando vimos a las personas de la comunidad cargando colchones para ofrecernos un lugar donde dormir”, expresó Fidson Juarismy, profesora del Departamento de Biología, quien hizo su primera Misión en Arroyo de Piedra. Con ella coincide Valentina Carrizosa, estudiante de segundo semestre de Nutrición y Dietética, también por primera vez en Misión País Colombia: “el momento más significativo fue el recibimiento. Ver cómo las personas estaban súper dispuestas a darnos lo que necesitáramos. Nosotros no teníamos ollas y ellos sacaban las suyas, así como los platos, para que pudiéramos comer ahí. Eso para mí fue muy significativo, porque no lo tienen todo, pero dan todo lo que tienen. Ese momento me tocó mucho el corazón”.
Para vivir esta experiencia los javerianos se prepararon durante un semestre, motivados por un sentimiento de entregar, de compartir, de ser más para los demás. “Lo que comenzó con una inquietud espiritual, luego fue una inquietud social y en esta misión se concretó en una inquietud existencial, de ver que el servicio puede ser un modo de vivir. Uno en Misión va a dar la vida y a recibir mucha vida durante el proceso”, explica Carlos Palacios, estudiante de último semestre de Literatura, quien ha hecho Misión desde 2016 y en esta ocasión participó como acompañante. Así mismo, lo expresa Geraldine
Sarmiento, estudiante de séptimo semestre de la Licenciatura en Lenguas Modernas, quien en esta ocasión estuvo como acompañante en Pontezuela: “siempre tuve la inquietud de lo que me mueve en la vida. Quería encontrar respuestas sobre cómo puedo poner mi vida al servicio de los demás”.
En ese tiempo de preparación, los misioneros realizaron el proceso Sendero Magdalena, una formación en apostolado socioambiental que los capacitó en tres grandes ejes: Espiritualidad ignaciana y acompañamiento, Herramientas de trabajo comunitario, y Liderazgo ignaciano y herramientas de facilitación. De acuerdo con Ángela Bolívar, coordinadora del programa Misión País Colombia,
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Los niños de Arroyo de Piedra dibujaron diferentes carteles con los sueños para su comunidad. Foto: Silvia Chaparro.
en Sendero aprendieron sobre la oración, examen y discernimiento; introducción a los Ejercicios Espirituales; la figura de Jesús: misión y acompañamiento; ser misionero, inspirado en el camino de otros misioneros; apostolado socioambiental: fe y servicio; el Proyecto Pedagógico Ignaciano; ecología integral, educación popular, y culturas de paz. Posteriormente inició la etapa de planeación para los campamentos: contextualización del equipo de misioneros y de las zonas a las que irían, diseño metodológico de la experiencia y el plan de acción.
No es un laboratorio
“Por mi formación profesional, durante la preparación yo necesitaba un plan de trabajo, un objetivo, una metodología y todos me decían: oye no es un laboratorio, ni una investigación. Y cuando llegué y vi todo eso entendí que tenían razón, que todo lo que teníamos planeado podía cambiar perfectamente de un momento a otro”, comenta la profesora Fidson, pues el objetivo es acompañar a las comunidades, reviviendo los espacios de unión y encuentro a través de un mensaje de amor y esperanza en el marco de las novenas de Navidad y cómo se le da sentido a la realidad que acontece en esos espacios.
Durante la Misión, los javerianos se reúnen con los niños, los jóvenes y los adultos de las comunidades con el propósito de apoyar y acompañar a vivir el apostolado en comunidad que hacen los padres jesuitas. En este sentido, se hacen visitas a las casas de los adultos mayores y familias que por varias razones no pueden ir a la parroquia; se tienen espacios de conversación con los adultos y los jóvenes, y con los niños se crean espacios más lúdicos, pero “todo con un enfoque de creación de comunidad desde el servicio y el amor y cómo se hace vida esa palabra en lo cotidiano”, explica Silvia Chaparro, profesional del Centro Pastoral.
Con este acompañamiento los javerianos destacan que lo más importante que les dejan a las comunidades es que “para ellos sentirse valiosos, amados e importantes vale más que cualquier otro regalo. Eso es lo que ellos esperan de estos espacios. Sentir que son tenidos en cuenta”, dice Silvia. “La comunidad Arroyo de Piedra agradece mucho que vayamos a estar con ellos, que compartamos estas fechas, independientemente de lo que hagamos. Conversando con ellos dicen que valoran mucho que vengamos desde Bogotá, dejemos a nuestras familias, la comodidad y vayamos a dormir al piso, lejos de lo heroico que esto puede sonar, porque es un heroísmo muy falso, lejos de eso agradecen mucho el interés por ir, compartir y estar. Y es un agradecimiento, porque es mostrarles a ellos que en sí mismos valen como seres humanos, como personas, y vale que hay otras personas interesadas en compartir con ellos”, comenta Carlos.
Para quienes hicieron esta Misión fue entender cuán enriquecedor puede ser un abrazo, cambiar la perspectiva de la vida, sentirse instrumento de amor y comprender cómo la espiritualidad y las pausas ignacianas ayudan a sanar heridas. “Es un ciclo del amor muy bello, porque ese amor que das gratuito también lo recibes gratuito. Y esa experiencia de sentirse amado y acogido en una amistad honesta, sincera, sencilla es el gran aprendizaje y sentido de las misiones”, concluye Carlos Palacios Sentirse valiosos, amados e importantes vale más que cualquier otro regalo.