Título de un relato de Jenofonte que narra cómo un numeroso ejército de mercenarios griegos se ve solo y extraviado en un país hostil tras la muerte de su jefe persa en la batalla de Cunaxa, cerca de Babilonia (401, a. C.). Este ejército solo cuenta, entonces, con su voluntad y disciplina para inventar su propio destino, que resulta ser un retorno inédito a su patria. Anábasis es la denominación para esta Coleccion dedicada a las tesis doctorales en Filosofía de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana. Anábasis sintetiza el ascenso hacia lo originario del filosofar, el embarcarse en la dura construcción de un pensamiento propio y los interrogantes que acompañan este tipo de investigaciones en Filosofía: ¿constituyen el final o el comienzo de un exilio?, ¿un logro de la voluntad o un extravío?, ¿realización de un Yo o de un Nosotros? Analogía que nombra, igualmente, el movimiento del cambio de siglo para Alain Badiou.
Luis Fernando Cardona Suárez Mal y sufrimiento humano • Luis Fernando Cardona Suárez
[αναβασειν]
El dolor es, ante todo, una posibilidad de develar lo íntimo, pero también lo externo. A través del sufrimiento es posible acceder a información sobre el mundo que nosotros mismos no descubriríamos de otro modo. No darle la cara al sufrimiento, buscar justificarlo, manipularlo o, en el peor de los casos, ignorarlo es un trabajo vano que nos aísla de lo que somos, y desfigura las posibilidades sinceras de nuestra existencia. No afrontar el sufrimiento es no aceptar el mundo. Este libro busca, ante todo, mostrar la pertinencia filosófica de la problemática general del Mal, con preguntas sobre su origen, naturaleza y responsabilidad. Examina además el camino de la consolación; reflexiona la posibilidad real del Mal de un modo dialéctico, y analiza la necesidad de pensar de un modo ontológico nuestro presente histórico. Para abordar esta problemática general del Mal, se debe esclarecer el rol fundamental del sufrimiento humano y orientar las consideraciones filosóficas de este en la evolución del despliegue histórico del nihilismo occidental.
Mal y sufrimiento humano Un acercamiento filosófico a un problema clásico
Luis Fernando Cardona Suárez es Doctor en Filosofía. Es profesor titular y director de Posgrados de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana. Fue becario de la Konrad-Ademnauer Schtiftung. Ha sido profesor invitado de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y de la Facultad de Filosofía de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (México). Entre sus publicaciones se encuentran: Inversión de los principios. La relación entre libertad y mal en Schelling (Granada, 2002), Heidegger, el testimonio del pensar (editor académico) (Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2007), además de artículos internacionales sobre el idealismo alemán y Heidegger. Sus campos de trabajo son: metafísica, filosofía de la religión e idealismo alemán.
MAL Y SUFRIMIENTO HUMANO
Luis Fernando Cardona Suárez
MAL Y SUFRIMIENTO HUMANO
Facultad de Filosofía
C O L E C C I Ó N
Facultad de Filosofía
Reservados todos los derechos © Pontificia Universidad Javeriana © Luis Fernando Cardona Suárez Primera edición: febrero de 2013 Bogotá, D. C. isbn: 978-958-716-585-2 Número de ejemplares: 300 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia
Corrección de estilo Francisco Díaz Granados Montaje de cubierta Fredy Espitia Diagramación Fredy Espitia Impresión
Javegraf
Editorial Pontificia Universidad Javeriana Carrera 7, n.º 37-25, oficina 1301 Edificio Lutaima Teléfono: 320 8320 ext. 4752 www.javeriana.edu.co/editorial Bogotá, D. C.
Mal y sufrimiento humano / Luis Fernando Cardona Suárez. -- 1a ed. -- Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2012. -- (Anábasis colección). 565p.; 24 cm. Incluye referencias bibliográficas ([549]-565). ISBN: 978-958-716-585-2 1. BIEN Y MAL. 2. SUFRIMIENTO. 3. DOLOR. 4. VIOLENCIA. 5. FILOSOFÍA. I. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Filosofía. CDD 111.84 ed. 21 Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J. ech.
Octubre 01 / 2012
Prohibida la reproducción total o parcial de este material sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.
CONTENIDO
INTRODUCCIÓN
9 C A PÍ T U L O 1
LA NATUR ALEZA DE LA FILOSOFÍA Y LA PREGUNTA
29
POR EL MAL EN GENER AL
La filosofía y la pregunta por la justificación del mal El desarrollo histórico de la filosofía y el problema del mal Hacia una comprensión dialéctica de la relación del principio primero con su diferencia Las raíces históricas del problema de la teodicea ¿En qué pensamos cuando hablamos del mal?
29 39 52 74 93
C A PÍ T U L O 2
109 Temática de la Consolatio 111 Surgimiento de la pregunta por el mal a partir del sufrimiento humano 121 Un problema en la afirmación de la unidad de Dios 129 Dificultad de afirmar la providencia divina y la libertad de elección 139 Camino del consuelo como reconocimiento de la unidad y simplicidad de Dios 148
LA CONSOLACIÓN ANTE EL SUFRIMIENTO HUMANO
C A PÍ T U L O 3
LA JUSTIFICACIÓN R ACIONAL DEL MAL EN GENER AL
177 Estrategia racional de la teodicea 183 Obrar de Dios según principios 199 Malum metaphysicum 217 Lugar del malum physicum 229 C A PÍ T U L O 4
EL RECONOCIMIENTO DIALÓGICO DE LA PERVERSIDAD HUMANA
Figura de la perversio negativa Doctrina kantiana del mal radical Figura de la perversio positiva Banalización del mal y del sufrimiento
251 253 259 284 312
C A PÍ T U L O 5
LA IMPIEDAD DEL OPTIMISMO FRENTE AL SUFRIMIENTO HUMANO
Atender a las víctimas Lo que revela la guerra Un mundo ensombrecido Culpa y salvación del hombre El hombre compasivo es el hombre mejor
333 335 350 368 385 396
C A PÍ T U L O 6
ESCUCHAR EL DOLOR DE LA FEROCIDAD EXTREMA
Pensar nuestro presente histórico a la luz del sufrimiento Divinización moderna del hombre Efecto extremo de la divinización del hombre La devastación de la tierra El incremento del desierto
BIBLIOGR AFÍA
Fuentes primarias Fuentes secundarias
425 428 447 465 500 520 549 549 555
“El dolor es una de esas llaves con que abrimos las puertas no sólo de lo más íntimo, sino a la vez del mundo. Cuando nos acercamos a los puntos en los que el ser humano se muestra a la altura del dolor o superior a él logramos acceder a las fuentes de que mana su poder y al secreto que se esconde tras su dominio. ¡Dime cuál es tu relación con el dolor y te diré quién eres!” Jünger
“Parece casi como si bajo el dominio de la voluntad, al hombre le estuviera vedada la esencia del dolor, del mismo modo como la esencia de la alegría. ¿Podrá tal vez la sobremedida de dolor traer todavía un cambio?” Heidegger
INTRODUCCIÓN
La relación entre mal y sufrimiento humano ha sido una constante temática en el campo de la discusión teológica, la teodicea, la moral, las ciencias sociales, las expresiones artísticas y las diversas consideraciones terapéuticas de enfoque filosófico existencial o psicológico. Pero no ha ocupado un lugar decisivo, o por lo menos no con relativa frecuencia, en la discusión ontológica y metafísica; a menudo esta discusión ha estado más preocupada por los problemas relativos a la posibilidad de la determinación conceptual de lo que sería lo que es en cuanto tal, su naturaleza, sus relaciones con las diversas manifestaciones ónticas y en torno a la supuesta legitimidad del lenguaje para abordar el ser en general. Con frecuencia, se suele indicar que esta relación es algo tan obvio que no amerita una reflexión atenta a su articulación y que, por tanto, el análisis ontológico no se debe enredar en este asunto. Y en el caso de que se quiera acoger la relevancia metodológica y conceptual de este problema, se considera necesario tener presente, ante todo, que se trata de un tema más de los que normalmente aborda con frecuencia la filosofía en su largo recorrido histórico en Occidente. Por esta razón, parece que simplemente basta con realizar una historia general del problema del mal, tal como se presenta el asunto, por ejemplo, en el famoso trabajo de Billicsich1, articulándola con los problemas 1 F. Billicsich, Das Problem des Übels in der Philosophie des Abendlandes, Viena, Notring der Wissenschaftlicheen, 1959, tres tomos.
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Mal y sufrimiento humano
más específicos asumidos por la tradición filosófica clásica, a saber, el conocimiento, la acción, la expresión, la decisión, la volición, la valoración, etc. Además, se considera que se debe tener como telón de fondo, al asumir la naturaleza de esta relación, la pregunta guía por el origen del mal, su causa y naturaleza, pues, una vez abordado este asunto, parece que puede quedar plenamente justificado el dolor en el mundo y la desmesura del sufrimiento humano. Igualmente, se afirma que, si dicha reflexión ha sido realizada de manera exhaustiva, se puede con ello contribuir a ofrecer al individuo y a la comunidad doliente una serie de estrategias más o menos adecuadas para contrarrestar su crudeza, mitigar sus consecuencias o, por lo menos, compensar su inevitable presencia. Si bien solemos vincular de manera más o menos inmediata mal y sufrimiento, lo cierto es que dicha vinculación no está exenta de dificultades. Es un lugar bastante común relacionar mal y sufrimiento de modo causal. Desde esta perspectiva, el sufrimiento sería entonces una mera consecuencia o efecto directo o indirecto de un cierto mal previamente dado o configurado. Por ejemplo, en algunas concepciones teológicas morales que buscan comprender los acontecimientos y sucesos humanos el dolor y el sufrimiento son asumidos aquí como el efecto inmediato de una condición originaria de mal, pecado o desobediencia de un mandato divino. Igualmente sucede en aquellas perspectivas teóricas, más o menos secularizadas y muy frecuentes en los debates contemporáneos sobre la salud y la justicia social, que consideran que nuestros padecimientos psicosomáticos, dolores en general o sufrimientos sociales, vitales o existenciales son realmente efectos de un desorden más hondo y esencial, esto es, de una ruptura consciente o inconsciente, individual o colectiva, terrenal o simplemente cósmica, de un cierto equilibrio en sí mismo retenedor. En este contexto, parece ser que esta ruptura se ancla en nuestra propia existencia en sí misma efímera, en cuanto expresión directa o indirecta de nuestra inevitable miseria 2.
2 Baas, H., Der elende Mensch. Das Wesen menschlichen Leidens oder Warum der Mensch leiden muss, Würzburg, Königshausen & Neumann, 2008, p. 131.
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Así, cuando asistimos a una valoración médica a causa de una dolencia determinada, después de múltiples exámenes detallados tras la búsqueda de las causas más inmediatas e incluso remotas, se suele señalar que, en última instancia, todos nuestros males se deben a un supuesto desorden o desequilibrio en nuestro régimen de vida, expresado en malas prácticas nutricionales, de postura corporal o ambiente social o del entorno, que lesionan de manera significativa nuestra precaria calidad de vida. Y en los análisis de coyuntura social y política, tan frecuentes en nuestro mundo académico, publicitario y mediático, después del diagnóstico pormenorizado de las posibles causas económicas, sociales y políticas que han dado origen a las situaciones de deterioro de nuestra actual forma de vida, se suele también señalar que todos estos males que hoy nos aquejan tienen realmente su causa en un desorden más estructural, de tipo cultural, social o antropológico, que enmarca el surgimiento histórico de lo que hoy nos aflige. Como podemos ver, en todos estos ejemplos la estrategia de comprensión es sencillamente la misma: lo que se nos presenta hoy como dolor y sufrimiento se asume, en última instancia, como expresión de un efecto directo de un mal más profundo que lo explica, legitima, justifica, engloba o, simplemente, enmarca. Es decir, el sufrimiento humano es aquí subsumido y comprendido discursivamente en el contexto más amplio de la problemática general del mal: su justificación. Debemos tener aquí presente que la pregunta por la justificación del mal se encuentra, en este contexto, emparentada originariamente con la pregunta ontoteológica por el origen del mal, unde malum?3 Este es el problema que se ha asumido normalmente bajo el título genérico de teodicea. Si bien parece ser que, a primera vista, un rasgo distintivo de nuestra época contemporánea es el abandono expreso de la temática general de la teodicea, que ya antes en la modernidad clásica había alcanzado su máximo esplendor, podemos, empero,
3 Schulte, Ch., “Unde malum? Notizen zu Herkunftsbestimmungen des Bösen im okzidentalen Menschenbild”, en: A. Schuller y W. von Rahden (eds.). Die andere Kraft. Zur Renaissance des Bösen, Berlín, Akademie Verlag, 1993, p. 3.
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corroborar, tal como lo sugiere Odo Marquard4, que antes de haberse agotado esta estrategia discursiva de justificación y legitimación de la presencia del mal en el mundo y de la desproporción desmesura del sufrimiento humano, lo cierto es que dicha temática se ha renovado más bien a lo largo del siglo XX y de lo llevado del XXI, en diferentes y variadas formas encubiertas, más o menos secularizadas. En esta renovación, la pregunta apremiante por las posibilidades de justificación del dolor y del sufrimiento permanece aún abierta, aunque su formulación sea variopinta. La temática de la teodicea, antes que acabarse, se ha encubierto hoy bajo diferentes ropajes. Por ejemplo, los aportados por la filosofía de la historia, tanto de origen idealista como materialista; los provenientes de las diversas formas de antropología filosófica, ya sea de procedencia fenomenológica, hermenéutica o existencial; los derivadas de la filosofía de la cultura que buscan asumir la llamada decadencia de Occidente o sus formas menos agonistas de crisis de la cultura capitalista, del modelo neoliberal de desarrollo, de los valores del humanismo, de las formas deseables de la vida buena compartida en comunidad, del espíritu de la democracia y de sus posibilidades de ampliación a las diversas esferas de la convivencia, etc.; o los originados en cosmovisiones mítico-religiosas, ya sean originariamente heredadas por la tradición o simplemente asumidas de un modo acrítico y artificial gracias a la globalización de la información y de los sentidos de vida compartidos históricamente, que pregonan por doquier la inevitable proyección de una cierta consumación apocalíptica, de un desorden cósmico o de una extinción epocal. En estas diversas estrategias discursivas el dolor del mundo y el sufrimiento humano se convierten en un pseudofenómeno de algo más desolador y fundamental. Es decir, antes de plantarle cara al sufrimiento, le damos la espalda. Aunque busquemos esquivarlo, por medio de múltiples posibilidades de su funcionalización, instrumentalización o simple justificación, el sufrimiento nos acecha, arremete o confunde, con más frecuencia 4 Marquard, O., Schwierigkeiten mit der Geschichtsphilosophie, Frankfurt, Suhrkamp, 1973, p. 88.
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de lo que creemos. Su inevitable presencia es asumida de múltiples modos, que van desde el aislamiento, la desesperación individual y colectiva hasta la protesta y denuncia por su inequidad e injustica. En este sentido, la presencia del sufrimiento en nuestro mundo se ha vuelto tan impopular como provocadora, pues nos revela una condición estructural de este mundo que ya no podemos pasar por alto por más tiempo, aunque asumirla implique, en efecto, caer en la desconfianza, en el desconsuelo y en la tentación de la blasfemia. Es decir, el sufrimiento nos dice del mundo algo que nosotros mismos no descubriríamos de otro modo. Por esta razón, podemos decir, siguiendo en este punto a Jünger: El dolor es una de esas llaves con que abrimos las puertas no solo de lo más íntimo, sino a la vez del mundo. Cuando nos acercamos a los puntos en el que el ser humano se muestra a la altura del dolor o superior a él logramos acceder a las fuentes de que mana su poder y al secreto que se esconde tras su dominio. ¡Dime cuál es tu relación con el dolor y te diré quién eres!5
Pero aunque esta posibilidad de apertura nos esté dada, lo cierto es que hoy pasamos de largo no solo ante nuestro propio sufrimiento, sino sobre todo ante el de los demás. Parece ser que la llave se nos ha refundido en medio de las seguridades habitualmente ofrecidas en la sociedad del control, la técnica y el confort; vivimos como si no contáramos ya con el acceso adecuado a lo más íntimo y al propio mundo. En este sentido, podemos decir que, al darle la espalda al sufrimiento, tratando de justificarlo, de manipularlo o, simplemente, de no escucharlo, no solo emprendemos un esfuerzo inane, sino ante todo nos aislamos de lo que nosotros mismos somos, y falseamos con ello las verdaderas posibilidades de nuestra existencia y mundo social. Darle la espalda al sufrimiento es sencillamente darle la espalda al mundo y, pese a esto, querer salir victorioso. Bajo ninguna circunstancia esto puede ser considerado como una tarea digna para nuestra condición humana. 5 Jünger, E., “Sobre el dolor”, en: Sobre el dolor. Seguido de La movilización total y Fuego y movimiento, Barcelona, Tusquets, 1995, p. 13.
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Plantarle cara al sufrimiento no implica, empero, hundirnos en el espectáculo de las catástrofes que hoy abunda con desproporción como noticia e información. Aunque no podemos desconocer el papel que han jugado la prensa, la fotografía, la televisión y el cine en la configuración de nuestra actual conciencia de lo que sucede en el mundo, esto no quiere decir que nos encontremos hoy más abiertos al mundo mismo. Sin duda, la forma como asumimos hoy el dolor se encuentra labrada por los logros científico-técnicos desplegados en la modernidad. Por esta razón, la presencia del sufrimiento y el dolor revelan la ambigüedad estructural de nuestros tiempos modernos: todo es presencia, pero distancia asegurada. Es más, la presencia se ha convertido hoy en espectáculo y el lugar de la miseria humana, un atractivo para empresas de turismo: Ser espectador de calamidades que tienen lugar en otro país es una experiencia intrínseca de la modernidad, la ofrenda acumulativa de más de siglo y medio de actividad de esos turistas especializados y profesionales llamados periodistas. Las guerras son ahora también las vistas y sonidos de las salas de estar. La información de lo que está sucediendo en otra parte, llamada “noticias”, destaca los conflictos y la violencia –“si hay sangre, va en cabeza”, reza la vetusta directriz de la prensa sensacionalista y de los programas de noticias que emiten titulares las veinticuatro horas– a los que se responde con indignación, compasión, excitación o aprobación, mientras cada miseria se exhibe ante la vista6.
Pero, más allá del espectáculo, “el dolor es el único criterio que promete informaciones ciertas”7, pues delata la impronta de una negatividad que asola al mundo y nos deja sin respuestas. En momentos de dolor inmenso o de sufrimiento desgarrador, tan solo atinamos a balbucir un simple “¿por qué?” Como anota Remedios Ávila, el sufrimiento humano es el verdadero límite de la comprensión8. Recordemos que el movimiento exigido en la comprensión, más allá de la 6 Sontag, S., Ante el dolor de los demás, Buenos Aires, Alfaguara, 2003, p. 27. 7 Jünger, “Sobre el dolor”, op. cit., p. 85. 8 Ávila, R., El desafío del nihilismo. La reflexión metafísica como piedad del pensar, Madrid, Trotta, 2005, p. 103.
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explicación lineal, determinista y causal, es de doble dirección: de aproximación y de distancia. La pretensión científica de querer comprenderlo todo encuentra aquí su verdadero límite, pues parece que ese todo siempre nos está vedado cuando intentamos abordar el dolor y el sufrimiento. Teniendo como telón de fondo los acontecimientos desgarradores de los campos de concentración, Primo Levi llama la atención sobre la posible inmoralidad de querer comprenderlo todo, pues “quizás no se pueda comprender todo lo que sucedió, o no se deba comprender, porque comprender casi es justificar”9. Pero esto no quiere decir que frente al dolor el único espacio que nos quede sea el silencio o hundirnos en un relativismo valorativo, donde se diluye la diferencia ontológica entre bien y mal, justicia e injustica, sano y enfermo. Pero no solo no podemos comprenderlo todo, sino que el mismo dolor fractura nuestras posibilidades abiertas de comprender el mundo, pues, como señala Hannah Arendt: “El dolor es el único sentido interno encontrado por la introspección que puede rivalizar independientemente de los objetos experimentados con la evidente certeza del razonamiento lógico y matemático”10. Atendiendo, entonces, al sentido de este desafío, en la presente investigación sostendremos que, antes de quedar englobados o enmarcados en cualquier estrategia de la razón teórica para dar cuenta de su presencia en el mundo, el dolor y el sufrimiento humano son realmente el resto pendiente de todo intento de justificación o de teodicea. Esto sucede así no simplemente porque aún no hayamos encontrado las repuestas a todo o porque nuestra comprensión no se haya podido elevar a este todo, sino porque son, principal y realmente, el límite definitivo de toda comprensión. Esto implica, además, modificar la forma habitual de proceder discursivamente para pensar la relación entre mal y sufrimiento, pues parece claramente improcedente la forma habitual de enfrentar dicha relación, según la cual la presencia del dolor en el mundo y, en particular, la desproporción del sufrimiento humano son temas derivados o secundarios de una 9 Levi, P., Si esto es un hombre, Barcelona, Muchnik, 1987, p. 208. 10 ������������ Arendt, H., La condición humana, Barcelona, Paidós, 1993, p. 334.
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problemática más amplia, a saber: la pregunta por el origen del mal en general y de su posible justificación. Al contrario, en el presente trabajo queremos señalar que el sufrimiento humano es el horizonte desde el cual debe plantearse la pregunta filosófica por el mal. Este viraje en la forma de abordar este asunto trae consigo, obviamente, una toma de distancia frente a la metafísica tradicional, que ve en la pregunta por la negatividad del mal un falso problema que solo ofrece confusión teórica y práctica, pues el mal no sería otra cosa, para esta tradición, que una mera negación del bien o privación de bien, lo que implica que su consideración únicamente puede estar enmarcada en el horizonte más general de la identificación estructural de ser y bien, que ha determinado el rumbo histórico de la metafísica occidental. De acuerdo con esta identificación, el mal realmente no es y, por tanto, el sufrimiento no sería entonces otra cosa más que mera apariencia. El marco general que circunscribe el viraje que aquí queremos emprender lo hemos encontrado en las posibilidades abiertas por la deconstrucción heideggeriana de la metafísica occidental, pues nos permiten asumir con la piedad del pensar la negatividad presente en el mal y en toda experiencia general de dolor, sin caer, empero, en la trampa teórico-metodológica de su justificación moral u ontológica. Como lo señala Jünger, en el movimiento hacia el dolor se anida realmente un signo asombroso, pues allí “se delata la impronta negativa de una estructura metafísica”11. Esta impronta nos revela la verdadera cara de nuestro problema: la pregunta por el sufrimiento humano no es realmente una más de las tantas preguntas que solemos hoy formular a modo de exigencia, teniendo en cuenta los adelantos científicos, tecnológicos y culturales, que enmarcan el rumbo histórico de nuestro presente. Pese a este desarrollo, lo verdaderamente alarmante consiste, más bien, en que –en medio de todo este desenfreno de conservación, producción y reproducción de la vida, sobre todo de la supuesta dignidad de la vida humana– parece que al hombre de hoy “le estuviera vedada la esencia del dolor, del mismo modo como la esencia de la alegría. 11 Jünger, “Sobre el dolor”, op. cit., p. 85.
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¿Podrá tal vez la sobremedida de dolor traer todavía un cambio?”12 Este cambio, a menudo tan deseado, no se provoca simplemente porque queramos o lo necesitemos; en efecto, todo cambio implica siempre darle la cara a lo que se nos presenta realmente como problemático, sin enredarnos en sus máscaras y apariencias. Ponerle la cara a lo realmente problemático parece ser hoy una tarea intrépida, sobre todo si tenemos en cuenta las enormes comodidades no solo teóricas, sino ante todo prácticas, que se encuentran disponibles con relativa facilidad en nuestro medio dominado por la ciencia y la técnica. Pero en verdad se trata de una empresa muy simple a la que estamos llamados: preguntar por aquello digno de ser pensado. Atendiendo en este punto a nuestra lectura detenida de la obra de Heidegger, consideramos que aquello que se debe asumir hoy con la devoción del pensar, a saber, el preguntar, es precisamente el sufrimiento humano. Por esta razón, consideramos que esta pregunta es ante todo una cuestión de enorme relevancia filosófica, más allá de los prejuicios biomédicos y naturalistas que suelen enmarcar actualmente nuestras consideraciones sobre estos verdaderos asuntos humanos. No debemos pasar por alto que la reacción metafísico-técnica frente al dolor encierra una problemática ontológica que a menudo escapa a la mirada más aguda de la investigación científica, pues la ciencia moderna se caracteriza por ser realmente ciega ante sí misma. Esta reacción y ceguera ha determinado precisamente la dilucidación de la esencia del dolor y del sufrimiento. En este sentido, podemos decir que la ciencia y la técnica no solo sobrevaloran sus verdaderas posibilidades frente al dolor, sino que ante todo nos hunden en una penuria abismal, pues nos llevan a darle la espalda a aquello que nos es más íntimo, pues está más adentro de nuestra propia carne o de nosotros mismos. Es decir, lo específicamente más humano consiste en estar atravesado por un dolor que no tiene medida alguna o proporción conocida. Esta penuria que nos envuelve de una manera casi incomprensible es realmente lo más doloroso 12 �������������������������������������������������� Heidegger, M., “Superación de la metafísica”, en: Conferencias y artículos, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1994, p. 89.
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del dolor, lo más negativo de cualquier negación posible y lo más maligno de cualquier mal: El dolor, del que primero hay que hacer la experiencia y cuyo desgarro hay que sostener hasta el final, es la comprensión y el saber de que la ausencia de penuria es la suprema y la más oculta de las penurias, que empieza a apremiar desde la más lejana de las lejanías13.
Teniendo presente ahora el proceso de racionalización occidental y, por tanto, de desolación del mundo, parece que la consecuencia más inmediata de dicho proceso ha sido precisamente el desgaste de las teodiceas, pues a “la muerte de Dios” que caracteriza al desenfreno nihilista le sigue necesariamente el despliegue de la “reacción metafísico-técnica al dolor”14. En este contexto, cuando se pregunta “por qué me pasa lo que me sucede”, se quiere encontrar inmediatamente la razón que explique una condición tan precaria; y en la medida en que dar razones significa también justificar, lo que se busca aquí es realmente ofrecer una cierta justificatio acorde con la iustitia. Pero dado que un dolor justificado es siempre un dolor justo, se arremete de manera descomunal contra la víctima y el doliente. Sin duda, son múltiples las formas con las que solemos asumir hoy esta arremetida. Sloterdijk ha demostrado, de manera magistral, cómo gracias a la racionalización científico-técnica característica de la modernidad han surgido en nuestro ámbito vital nuevas formas de teodicea, basadas ahora en aquellas prácticas médico-espirituales que buscan dar sentido al sufrimiento. A esta estrategia discursiva la llama algodicea (algos: dolor y diké: justicia). En este contexto, la pregunta ahora no es si Dios puede ser justificado frente al mal en el mundo, sobre todo frente al sufrimiento del más inocente, sino que el problema ahora es, dado que ya no hay un Dios que pueda ofrecernos consuelo, pues antes se podía apelar a un cierto referente trascendente o trascendental que pudiese ofrecer sentido a lo que ocurre en este mundo, ¿cómo se puede entonces soportar el dolor? Como podemos ver, el problema 13 Ibídem, p. 81. 14 Ibídem, p. 70.
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se desplaza ahora del campo teológico-metafísico al terreno de la técnica y la política15. Este desplazamiento es lo que con Heidegger denominamos “reacción metafísico-técnica al dolor”. No en vano la problemática del dolor y del sufrimiento humano se ha convertido hoy en asunto y agenda de los planes políticos de desarrollo y de salud pública. El dolor se ha vuelto, entonces, un asunto político. Pero con todo esto lo único que realmente ha ocurrido ha sido el agudizamiento de un nuevo encubrimiento profundo y una evasión de nuestra tarea irrevocable de plantarle cara al sufrimiento. Es decir, bajo la máscara de la algodicea se encubre, empero, el viejo fantasma del nihilismo. El viraje en la comprensión de la relación habitual entre mal y sufrimiento lleva implícito también el distanciamiento de estos intentos de algodicea, tan promovidos en la sociedad contemporánea. En efecto, el dolor y el sufrimiento son del orden de lo injustificable. Es decir, carecen sencillamente de un porqué último que los pueda englobar y justificar.
*** El recorrido seguido en el presente libro se realiza en seis momentos, que configuran igualmente sus seis capítulos. En el primer momento se quiere mostrar la pertinencia filosófica de la problemática general del mal, la pregunta por su origen, naturaleza y responsabilidad. Teniendo presente la historia de la metafísica occidental, se examina aquí cómo el pensamiento filosófico ha intentado, desde sus orígenes más remotos, asimilar la diferencia, la contradicción y las diversas figuras de la negación, buscando relativizar con la fuerza propia del pensamiento su avasalladora presencia. Si bien no había surgido aún en este contexto inicial del pensamiento filosófico la necesidad de justificar el sufrimiento, en cuanto estrategia explícita de teodicea, el problema del mal sí estuvo presente en la Antigüedad clásica como un desafío a los presupuestos ontológico-morales que buscaban guiar la experiencia cotidiana del hombre. Se suponía así que el hombre podía englobar con la fuerza del pensamiento el conjunto de sus 15 ���������������� Sloterdijk, P., Crítica de la razón cínica, 2 vols., Madrid, Taurus, 1989, t. II, p. 291.
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experiencias, por desconcertantes que fueran. Para emprender dicha tarea se contó inicialmente con el presupuesto metafísico de la identidad estructural de ser, bien y pensar. Pero este esfuerzo se vio confrontado a menudo con la experiencia más simple del dolor, el sufrimiento, la inevitable descomposición de lo real y, finalmente, la muerte. Es decir, la unidad que el pensamiento pretendía descubrir fue desafiada por la propia experiencia de los asuntos de este mundo. En este punto, debemos tener presente que en el mundo griego, al lado del esplendor de su filosofía, cohabitaba también la observación atenta de los asuntos de este mundo, la épica y, ante todo, la tragedia16. En medio de esta interacción activa de las diversas posibilidades de comprensión de lo real se fue abriendo paso la necesidad de una mirada dialéctica para asumir el desafío del mal. Este desafío fue asimilado, posteriormente, en las figuras clásicas de la consolación y la teodicea propiamente dichas. En el segundo momento se examinan de manera detenida las posibilidades del camino de la consolación. Teniendo presente el contexto existencial y vital que dio origen a La consolación de la filosofía de Boecio, se quiere señalar ahora la peculiar experiencia de aislamiento que sufre aquel que ha sido abatido por un sufrimiento inmerecido y realmente desproporcionado. En esta experiencia inicial de asilamiento se asume, de una manera ante todo vivencial, el desafío del mal indicado ya con anterioridad en el primer momento de nuestra reflexión, señalando ahora sus verdaderas consecuencias teórico-prácticas. El aislamiento provocado por el dolor, en un primer momento, conduce al hombre sufriente a buscar consuelo, pero este camino pasa necesariamente por una revisión cuidadosa de los presupuestos fundamentales de la mirada clásica del mundo, que se encuentra anclada en la filosofía griega y en el presupuesto de la unidad estructural de ser, bien y pensar. El eje de la problemática del mal se asume ahora desde la perspectiva desgarradora de la experiencia del sufrimiento humano, ante todo del sufrimiento personal. Desde esta perspectiva parece ser que no es posible, a primera vista, alcanzar 16 ���������������������������������������������������������������������������������� Morera, J., “En torno al sufrimiento de Edipo (tragedia y psicoanálisis)”, en: M. González (ed.), Filosofía y dolor, Madrid, Tecnos, 2006, p. 91.
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un consuelo en y desde una visión de mundo que no afirme en el interior del corazón la unidad indivisible de la simplicidad, bondad y justicia divina. Si bien la estrategia de la teodicea clásica aún no se ha desplegado a cabalidad y bajo su forma racional más plena, este deseo de consolación es realmente la antesala a todo intento de justificación racional del dolor y del sufrimiento. En este sentido, podemos ver cómo el aislamiento original provocado por el desgarro del sufrimiento personal se desvanece paso a paso, en la medida en que se acepta el camino de la fe. Disolver la vivencia inicial provocada por un desafío no implica empero acogerlo de manera frontal. El deseo de consuelo abre también el espacio de la búsqueda de justificación. En el tercer momento se aborda el camino clásico de todo intento de teodicea, la justificación. Asumiendo ahora la necesidad de ofrecer una justificación plausible del dolor, la injusticia y al sufrimiento experimentados por doquier, no solo personalmente sino ante todo a partir de los acontecimientos de este mundo, el pensamiento metafísico asumió de manera racional la pregunta más acuciante de nuestra existencia abatida por el dolor: unde malum? En el proyecto leibniziano de teodicea este problema fue asumido de manera explícita. Para ello, el filósofo de Leipzig desarrolló un sistema plenamente racional que buscaba incorporar la existencia del mal, el dolor y el sufrimiento como disonancias necesarias en la unidad armónica del todo de la creación. Pero la presencia de estas disonancias no pone en entredicho la unidad, bondad, justicia y perfección de la creación, pues todo lo que sucede en este mundo tiene realmente una razón de ser que lo justifica plenamente, aunque ello no sea fácilmente comprensible a primera vista. Para descubrir la verdadera perfección de la creación divina, se propuso entonces examinar todo lo que nos sucede con la debida atención de los principios supremos del entendimiento, sobre todo, a la luz del principio de razón suficiente. En este sentido, si hay una razón de ser de que esto sea así y no de otra manera, por ejemplo, de que yo sufra o padezca injusticia en este mundo perfectamente concebido y ejecutado por la bondad divina, todo lo que sucede o acontece en él está plenamente justificado, pues dar una razón
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implica necesariamente ofrecer una iustificatio acorde con la iustitia divina. Pero, ¿qué ocurre aquí con el exceso del sufrimiento humano? Si bien Leibniz buscaba establecer una diferencia plenamente racional, que desde este momento se hizo ya clásica, entre la imperfección originaria de la criatura (malum metaphysicum), el pecado (malum morale) y el dolor (malum physicum), determinó también una cierta relación de implicación causal entre estas diversas formas de concebir el mal. Según esta relación de justificación, ya no hay que buscar el origen del mal en el mundo ni en la materia misma, tal como lo señalaban las escuelas del platonismo clásico, ni en la propia voluntad divina, pues su raíz radica realmente en la propia constitución metafísica del mundo y, en particular, en la constitución más originaria de la criatura, que es la verdadera condición de posibilidad del pecado y, con ello, del dolor. Como podemos ver, en esta estrategia de justificación el desgarro del sufrimiento humano quedó realmente silenciado: ofrecer una razón suficiente significa también acallar la queja y la protesta, para resaltar así la armonía y justicia última del todo de la creación. Pese a este esfuerzo descomunal de justificación, el dolor y el sufrimiento humano no son aquí atendidos ni escuchados en su inefable desgarro. En el cuarto momento se asume la indicación schellingniana de pensar la positividad real del mal de un modo esencialmente dialéctico, en cuanto se trata de un camino que permite abrirnos a la propuesta de la inversión metodológica y conceptual que queremos construir a lo largo de la presente investigación. Revisando ahora la doctrina clásica de la perversio negativa y asumiendo su transformación inicial en la doctrina kantiana del mal radical, queremos señalar el significado del nuevo reto de asumir la perversidad del corazón humano, perversio positiva. En efecto, este desafío implica el reconocimiento dialógico de nuestras posibilidades más extremas. Es decir, nuestra libertad no solo trae consigo la posibilidad de la autonomía y de la autodeterminación de nuestro presente histórico, sino también la del mal. La doctrina schellingniana de la libertad nos pone así ante la crudeza de nuestra propia condición de seres libres. La afirmación de nuestra libertad se paga a un precio muy alto.
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En medio del entusiasmo idealista por los resultados morales y políticos de la Revolución Francesa, la llamada por Heidegger metafísica del mal, desarrollada por Schelling en 1809, intentó mostrar la necesidad de que la propia filosofía, en cuanto sistema de la razón, asuma a cabalidad, por primera vez, la problemática del mal, es decir, que se ocupe de ella de un modo realmente concernido y sincero. Para dar dicho paso, se requiere entonces adentrarse en la ambigüedad que se encierra en la propia posibilidad de la libertad humana. En este punto, es necesario resaltar que en el desarrollo de dicha tarea tiene un lugar preponderante el sufrimiento y la enfermedad, como no había ocurrido antes en la teodicea racionalista inspirada en Leibniz, pues para Schelling, siguiendo aquí a Franz von Baader, el verdadero modelo concreto del mal es la enfermedad. Esta indicación nos parece, en efecto, sugerente para comprender el verdadero alcance metodológico y conceptual de nuestra propia posición frente al problema general del mal. Tal viraje en la historia de la problemática general del mal, su justificación, nos permite denunciar también los verdaderos peligros que se esconden tras las estrategias de banalización del mal y del sufrimiento humano. El reconocimiento dialógico de la posibilidad más extrema de nuestra propia libertad implica, entonces, no ser indiferentes al sufrimiento de los demás y del propio mundo en que habitamos. En el quinto momento se acoge la sospecha radical de todo intento justificatorio no solo del mal, sino ante todo del dolor del mundo y del sufrimiento humano. Retomando aquí el desconcierto provocado por el famoso terremoto de Lisboa de 1 de noviembre de 1755, que señaló de manera clara la imposibilidad de ser indiferentes al sufrimiento del otro, cuando se afirma que “todo está bien”, pues realmente vemos por todos lados desolación, dolor, muerte y destrucción. En este punto, queremos recordar que este desconcierto condujo a los hombres modernos a una radical sospecha de su visión de mundo, que los había llevado a una supuesta confianza incuestionable en la perfección y ordenamiento racional del mundo, previamente configurado por la armonía del entendimiento y la voluntad divina. Ese día no solo tembló, suceso que desde siempre ha estado presente en el propio mundo, sino que se inició el desmoronamiento de la moderna
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visión optimista del mundo, que ofrecía una cierta seguridad ontológica ante cualquier experiencia posible de desolación y penuria. A menudo este desconcierto nos pone inevitablemente frente a nuestra más profunda miseria, y aquí fracasa todo intento de justificación trascendente o trascendental del propio mundo. Con todo, ya no podemos darle la espalda al propio mundo por más tiempo; lo que sucede en este mundo es realmente nuestro asunto y no otra cosa, por divina que parezca. Retomando a Schopenhauer, podemos afirmar, sin ilusión alguna, que a la misma vida se le adhiere de un modo originario el dolor y el sufrimiento, pues “en esencia toda vida es sufrimiento”17. El reconocimiento, sin escamoteos, de esta profunda perplejidad existencial trae consigo la inversión de la metafísica que está en la base de toda intención de legitimación y justificación del mal y del sufrimiento, a saber, el presupuesto ontoteológico de la identidad estructural de ser, bien y pensar. Siguiendo aquí la reflexión kantiana sobre la antropología, podemos decir también que en nuestra propia vivencia de los asuntos de este mundo descubrimos que partimos de un mal presente y la corriente temporal nos lanza hacia un porvenir incierto, pues “la realidad positiva del mal físico y la naturaleza negativa del bien placentero arraigan ya en la estructura temporal de la vida humana y en su carácter irreversible”18. Pero antes de orientarnos hacia un bien previamente asegurado, tal como lo pregonan por todos los medios las visiones optimistas del mundo y, en particular, de la filosofía de la historia, que ven en los acontecimientos dolorosos del presente proyecciones compensatorias en el porvenir, pues presuponen que al final de los tiempos prevalecerá la justicia divina o, en su defecto, el equilibrio estático del bien, lo cierto es que realmente nos dirigimos hacia un incierto y descomunal porvenir. En este sentido, el viraje que aquí se está indicando debe, en efecto, deconstruir toda visión optimista del mundo. Pero esta deconstrucción, antes de hundirnos en un pesimismo paralizante, nos debe abrir la puerta a la más genuina compasión 17 ����������������� A. Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, Madrid, Trotta, 2004, §56, p. 368. 18 ����������� Ocaña, E., Sobre el dolor, Valencia, Pre-Textos, 1997, pp. 72-73.
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y solidaridad con cualquier hombre sufriente, pues, como lo señala el mismo Schopenhauer, “el hombre compasivo es el mejor hombre”. En efecto, la compasión no solo es el enigma de la ética, sino ante todo la verdadera piedad del pensar, cuando nos disponemos a asumir los retos de nuestro presente de desolación, miseria y penuria. Y, finalmente, en el sexto momento queremos señalar la necesidad expresa de pensar de un modo ontológico nuestro presente histórico a la luz del sufrimiento humano. Para esto se requiere ante todo de una escucha atenta a la forma como el dolor y el sufrimiento se corporeizan en nuestro mundo, mediado por la técnica y la ciencia en cuanto expresiones claras de la voluntad de poder y control sobre todo lo existente. Para adelantar nuestra reflexión, seguiremos ahora las indicaciones de Heidegger sobre la tarea del pensar en nuestro tiempo de penuria y desolación. Si bien la problemática del mal y del sufrimiento no parece ser, prima facie, un elemento central en las consideraciones heideggerianas sobre la historia de la metafísica, como historia del olvido de la pregunta por el sentido del ser y como afianzamiento de la ontoteología, que se encuentra en la base de dicho olvido, encontramos en sus análisis sobre los acontecimientos históricos de nuestro mundo, en particular de la guerra, una serie de pasajes fundamentales en los que el pensador de Meßkirch buscó alcanzar una auténtica toma de posición sobre la problemática filosófica del mal en general y, específicamente, frente al desgarro del sufrimiento humano. En estos pasajes Heidegger señala una y otra vez la necesidad de despertar una mirada ontológica genuina y originaria sobre estos asuntos. En efecto, dichos pasajes nos muestran que Heidegger no solo se ocupó de pensar el mal, el dolor y el sufrimiento, como ciertamente se esperaría de un gran pensador que asumió el reto que su presente histórico le demandaba, y ante todo señalan su pertinencia en la consideración ontológica de los efectos del despliegue histórico de Occidente. De estos textos, el diálogo “Abendgespräch” escrito el 8 de mayo de 1945, fecha de la abdicación alemana, tiene un significado particularmente revelador del camino que podemos seguir cuando nos disponemos a plantarle cara a la crudeza y desmesura del sufrimiento humano, pues articula de modo magistral la evaluación ontológica
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de los acontecimientos presentes con la escucha atenta del sufrimiento y la desolación ocasionados por la guerra. Aquí no simplemente se atiende a lo vivido de modo particular, sino que se escucha al mismo tiempo y al unísono el dolor de una devastación más profunda, que se enmascara incluso en los gritos y silencios del presente. En esta articulación vemos con claridad que la consideración filosófica sobre el mal y el sufrimiento humano no puede dejar de lado la evaluación ontológica del rumbo histórico de Occidente, en cuanto consumación descarnada del nihilismo. A partir del contexto general y el alcance de esta evaluación, queremos finalmente enmarcar el viraje metodológico y conceptual que hemos propuesto desarrollar en el presente libro. Esto implica, en primer lugar, señalar la primacía de la perspectiva del sufrimiento humano al momento de considerar la problemática general del mal, tal como hoy se nos presenta en nuestro momento histórico; y en segundo lugar, orientar la consideración filosófica del sufrimiento en el contexto de la evaluación del despliegue histórico del nihilismo en Occidente. Separándonos, por tanto, de las consideraciones habituales de la psicología, la sociología, la teología y la ética sobre la experiencia del sufrimiento, queremos indicar la tarea ineludible de plantarle cara a lo desmedido del dolor y del sufrimiento humano. La tarea de comprensión de esta desproporción se puede asumir, si se tiene en cuenta la evaluación ontológica del despliegue del nihilismo a partir de la modernidad. En su evaluación del nihilismo, Heidegger no solo sigue la indicación de Nietzsche sobre la necesidad de asumir al más inquietante de los huéspedes en el mundo moderno, sino también la comprensión de esta invitación nietzscheana en clave de Jünger. En este contexto, resulta muy sugestivo el uso por parte de Heidegger de términos provenientes del lenguaje médico, por ejemplo, diagnóstico, pronóstico, largo período de incubación y tratamiento; al igual que su comprensión del mal como lo no sano o no salvo (Unheil), en contraste directo con lo íntegro, incólume o, más familiarmente, sano y salvo (Heil). Este uso del término “mal” tiene su anclaje también en la indicación schellingniana del problema del mal asumido como inversión de los principios, según la cual la enfermedad sería el verdadero mo-
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delo concreto e histórico del mal19, tomando con ello distancia de su habitual comprensión como mera negatio boni o privatio boni. Retomando el grito de Nietzsche “el desierto crece”, se busca asumir ahora el dispositivo ontoantropológico que se encuentra oculto en la génesis histórica de la devastación moderna del mundo. Este proceso de desertización y devastación tiene sus verdaderas raíces en la divinización moderna del hombre, que tuvo su largo período de incubación precisamente en el origen mismo de Occidente, la metafísica. Por esta razón, la comprensión de los efectos devastadores de este proceso histórico de infección resulta determinante al momento de asumir nuestro propio presente y sus verdaderas consecuencias destinales. En este contexto, todo suceso histórico particular debe ser examinado de cara a su real enraizamiento histórico ontológico, pues siempre lo más cercano se teje y entrelaza en lo más lejano. Lo que implica que, para escuchar la ferocidad más extrema que ha determinado nuestro decurso destinal se requiere de un “verdadero arte de la distancia”20. Solo en la afirmación diáfana de este arte podremos encontrar lo verdaderamente curativo, en medio de tanto desenfreno y dolor, pues en el peligro florece siempre lo salvador, tal como lo canta el propio poeta Hölderlin.
*** Para terminar, quiero agradecer de manera especial a todas las personas que han acompañado este largo proceso de reflexión y han hecho posible, finalmente, la publicación de este libro. En primer lugar, a los miembros (profesores, estudiantes de los programas de pregrado, maestría y doctorado de la Facultad de Filosofía) del grupo de investigación de “Filosofía del dolor” de la Pontificia Universidad Javeriana, que gracias a su activa participación en el seminario permanente del Grupo me han acompañado en la construcción de esta consideración filosófica de la relación entre mal y sufrimiento 19 ���������������� Cardona, F. L., Inversión de los principios. La relación entre libertad y mal en Schelling, Granada, Comares, 2002, p. 231. 20 �������������������������������������������������������������������������� Cardona, F. L., “Pensar lo que no debe ser o el arte de la distancia”, en: Universitas Philosophica, vol. 47 (2006), p. 210.
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humano: Juan Manuel González, Rosa Daza de Caballero, Denys María Castro Martínez, Betty Martínez Ojeda, Ana Mercedes Abreo, Jorge Enrique Figueroa, Vollmar Augusto Padilla, María Clara Saavedra, Neftalí David Suárez, Mauricio Lombana, Birgit Alexandra Scharfenort, Lida Esperanza Villa, Álvaro Stivel Toloza, Catalina Calderón, Carolina Andrea Montoya, Alexánder Aldana, María Consuelo Hernández, Patricia Bernal, José Edwin Cuéllar, Énver Torregroza y Manuel Ávila. Igualmente quiero agradecer a mis entrañables amigos y colegas de la Facultad de Filosofía, Alfonso Flórez y Roberto Solarte, cuyos oportunos comentarios me han respaldo y acompañado siempre en la delimitación de mis temas de investigación filosófica. A Fredy Santamaría, de la Universidad Santo Tomás en Bogotá, que me animó a publicar finalmente esta investigación. Y a Mónica por su amorosa compañía. Luis Fernando Cardona Suárez 17 de junio de 2011
Título de un relato de Jenofonte que narra cómo un numeroso ejército de mercenarios griegos se ve solo y extraviado en un país hostil tras la muerte de su jefe persa en la batalla de Cunaxa, cerca de Babilonia (401, a. C.). Este ejército solo cuenta, entonces, con su voluntad y disciplina para inventar su propio destino, que resulta ser un retorno inédito a su patria. Anábasis es la denominación para esta Coleccion dedicada a las tesis doctorales en Filosofía de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana. Anábasis sintetiza el ascenso hacia lo originario del filosofar, el embarcarse en la dura construcción de un pensamiento propio y los interrogantes que acompañan este tipo de investigaciones en Filosofía: ¿constituyen el final o el comienzo de un exilio?, ¿un logro de la voluntad o un extravío?, ¿realización de un Yo o de un Nosotros? Analogía que nombra, igualmente, el movimiento del cambio de siglo para Alain Badiou.
Luis Fernando Cardona Suárez Mal y sufrimiento humano • Luis Fernando Cardona Suárez
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El dolor es, ante todo, una posibilidad de develar lo íntimo, pero también lo externo. A través del sufrimiento es posible acceder a información sobre el mundo que nosotros mismos no descubriríamos de otro modo. No darle la cara al sufrimiento, buscar justificarlo, manipularlo o, en el peor de los casos, ignorarlo es un trabajo vano que nos aísla de lo que somos, y desfigura las posibilidades sinceras de nuestra existencia. No afrontar el sufrimiento es no aceptar el mundo. Este libro busca, ante todo, mostrar la pertinencia filosófica de la problemática general del Mal, con preguntas sobre su origen, naturaleza y responsabilidad. Examina además el camino de la consolación; reflexiona la posibilidad real del Mal de un modo dialéctico, y analiza la necesidad de pensar de un modo ontológico nuestro presente histórico. Para abordar esta problemática general del Mal, se debe esclarecer el rol fundamental del sufrimiento humano y orientar las consideraciones filosóficas de este en la evolución del despliegue histórico del nihilismo occidental.
Mal y sufrimiento humano Un acercamiento filosófico a un problema clásico
Luis Fernando Cardona Suárez es Doctor en Filosofía. Es profesor titular y director de Posgrados de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana. Fue becario de la Konrad-Ademnauer Schtiftung. Ha sido profesor invitado de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y de la Facultad de Filosofía de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (México). Entre sus publicaciones se encuentran: Inversión de los principios. La relación entre libertad y mal en Schelling (Granada, 2002), Heidegger, el testimonio del pensar (editor académico) (Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2007), además de artículos internacionales sobre el idealismo alemán y Heidegger. Sus campos de trabajo son: metafísica, filosofía de la religión e idealismo alemán.