Sobre la utopía

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ISSN 1669-7146



SUMARIO Sobre la Utopía

En el camino

Instrumentos de análisis

Archivos

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La Unión Europea como utopía

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Presentación

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Entrevista a Martin Schulz

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Entrevista a Jan Sokol

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Entrevista a Cristovam Buarque

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Entrevista a Alberto Couriel

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Importar utopías. Bentham, Bolívar, Rivadavia y la difusión del utilitarismo en Sudamérica Klaus Gallo

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Utopía, sustento económico y libertad Christian Cao

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Europa como utopía y proyecto individual. El gentleman polaco José María Faraldo

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Desde los márgenes: construyendo una epistemología de las múltiples Europas Manuela Boatcă

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Desafíos de la modernidad y la posmodernidad en Europa Oriental Stefano Bianchini

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¿La construcción de Europa desde abajo? El activismo de base y la esfera pública transeuropea en los años ochenta Bent Boel

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El estado de derecho post-comunista en una Unión Europea post-democrática. Reflexiones escépticas de un jurista sobre la unidad europea Adam Czarnota

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Últimos mensajes, 11 de septiembre de 1973 Salvador Allende

66

Conferencia ofrecida en ocasión del otorgamiento del premio Nobel de Literatura en 1971 Pablo Neruda

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Discurso realizado en el Lincoln Memorial, en Washington D.C. en 1963 Martin Luther King Jr.

70

Conferencia ofrecida en ocasión del otorgamiento del premio Nobel de la Paz en 1993 Nelson Mandela

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Discurso realizado en ocasión del otorgamiento del premio Nobel de Literatura en 1957 Albert Camus

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Quiénes


Año XI - Número 2 Diciembre de 2013 ISSN 1669-7146 Redacción Centro de Excelencia Jean Monnet - Punto Europa Universidad de Bologna, Representación en Argentina Marcelo T. de Alvear 1149 (C1058AAQ) Ciudad de Buenos Aires Argentina Tel: (+54-11) 4570-3000 Fax: (+54-11) 4570-3059 puntoeuropa@unibo.edu.ar www.unibo.edu.ar Propietario Universidad de Bologna, Representación en la República Argentina (UniBo-AR) Comité Directivo Giorgio Alberti Susana Czar de Zalduendo Arturo O’Connell José Paradiso Gianfranco Pasquino Lorenza Sebesta Ramón Torrent Comité Editorial Lorenza Sebesta (Directora) Luciana Gil (Asistente editorial) Emiliano Montenegro (Diseño gráfico e ilustración) Martín Obaya (Coordinador editorial) Yael Poggi (Gestión de la revista en AlmaDL Journal) Desde 2013, Puente@Europa adhiere al repositorio institucional de revistas cientificas de la Università di Bologna, AlmaDL Journal, basado en el movimiento open access, accesible en http://journals.unibo.it/riviste. Un especial agradecimiento a Verónica Barzola y Carlos Catroppi por su colaboración con la traducción de artículos y entrevistas.

El presente proyecto ha sido financiado con el apoyo de la Comisión Europea. Esta publicación es responsabilidad exclusiva de la Universidad de Bologna, Representación en Argentina. La Comisión no es responsable del uso que pueda hacerse de la información aquí difundida.

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La Unión Europea como utopía

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os días 18, 19 y 20 de noviembre de 2013 se llevó a cabo el seminario internacional Utopía, historia y epistemología en la construcción de Europa y América Latina, organizado por el Centro de Excelencia Jean Monnet con la colaboración de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. En sus palabras de apertura del evento, que reunió a algunos de los autores de los artículos que participan del presente número, César García Álvarez compartió sus reflexiones sobre la utopía desde el lugar privilegiado de ministro consejero de la Delegación de la Unión Europea en la República Argentina. En relación con el título del evento y, en particular, con el concepto que ocupa el centro de atención de este número, rescató la definición de la Real Academia Española1, que define el término “utopía” como “plan, proyecto, doctrina o sistema deseable que parece de muy difícil realización”. Esta definición fue la base de sus reflexiones introductorias, algunas de las cuales nos complace sintetizar aquí, por estar alineadas con las convicciones e inquietudes del Comité de Editorial de Puente@Europa al momento de darle forma a este número. Al presentar la integración europea como ejemplo de lo que la Real Academia Española define como utopía, García Álvarez quiso subrayar la expresión “que parece de muy difícil realización”, ya que en el caso de la construcción europea la muy difícil realización se materializó con hitos casi impensables hace dos generaciones, como: − La superación de los antagonismos atávicos que produjeron en el pasado decenas de millones de muertos; − La abolición concreta de las fronteras, realidad palpable en todo el Espacio Schengen, por el cual es posible desplazarse, por ejemplo, entre Lisboa y Helsinki, sin necesidad de presentarse ante aduana alguna (¡y eso entre 26 países!); − El establecimiento de un mercado único efectivo con las libertades de circulación de personas, bienes, servicios y capitales; − La moneda única y la solidaridad de facto que esa misma implica, tal y como quedó demostrado con la acción decisiva del Banco Central Europeo. César García Álvarez continuó su exposición señalando que la mejor faceta de Europa se concibe entonces como una utopía realizable y en fase de realización, cuyos contenidos se vinculan no tanto y no solo con el hecho mismo de integrar países distintos en un sistema político novedoso, sino con la expresión y defensa de valores y prácticas socio-económicas comunes que sostienen las democracias europeas en un mundo difícil y convulsionado. Al esclarecer sus significados, hizo mención a tres contratos básicos: − Un contrato inter-generacional: las pensiones no se pagan con el ahorro generado por los jubilados mientras trabajaban, sino con las contribuciones de quienes están trabajando;

− Un contrato inter-clasista: la aceptación de transferencias significativas de renta desde las clases sociales más favorecidas a las menos pudientes; − Un contrato inter-territorial: existe consenso sobre la necesidad de corregir las diferencias entre regiones mediante transferencias de renta desde las áreas más prósperas hacia aquellas más desfavorecidas; y sobre la idea de que sin cohesión territorial es imposible mantener la estabilidad y unidad de un Estado-nación moderno, inclusivo y democrático. Siguiendo con las tríadas, García Álvarez destacó tres cifras sin las cuales los europeos no podrían comprender su presente ni pensar su futuro. Se trata de cifras que, a su entender, “definen a los europeos del presente”: 7, 25 y 50. La Unión Europea, con sus 500 millones de habitantes repartidos en veintiocho Estados miembros y todas sus diversidades culturales, institucionales y socio-económicas, representa actualmente: − 7% de la población mundial: hoy, en términos demográficos, Europa pesa poco, y pesará aún menos en el futuro. En 1960, el continente-península incorporaba un 20% de la población mundial. La proyección indica que, en 2050, dicha cifra se ubicará en un 5%; − 25% de la riqueza mundial: a pesar de soportar en la actualidad 26 millones de desempleados, la UE sigue constituyendo una isla de prosperidad en el mundo. Aunque tenga que importar más de la mitad de la energía que consume sigue siendo, de lejos, la primera potencia comercial global (sin considerar el comercio intraeuropeo, alcanza el 16% de las exportaciones mundiales); − 50% es el porcentaje que supone el gasto social en Europa sobre el total del gasto social mundial: cerca del 30% del PBI europeo está destinado al gasto social. Son estas las cifras que definen los límites de la utopía europea, pero que de ningún modo menguan su necesidad histórica; por el contrario, la hacen indispensable. César García Álvarez dedicó el resto de su intervención a examinar los motivos principales de las crisis actuales, finalizando con un llamado al “optimismo de la voluntad” para superarlas, aquel optimismo que, desde el primer número de Puente@Europa, ha animado la revista y a sus autores, y que es aún más necesario en tiempos de crisis. Nota Según el avance de la vigésima tercera edición del Diccionario de la lengua española prevista para finales de 2014.

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PRESENTACIÓN

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os más adultos entre los miembros del Centro de Excelencia Jean Monnet, referencia infaltable de esta revista, nos criamos en tiempos de Guerra Fría, cuando había dos utopías fundamentales: la del comunismo y la de la democracia liberal. Sin lugar a dudas, había una paleta de variaciones que aspiraban a superar esta dicotomía –es preciso mencionar, por ejemplo, la experiencia chilena de Allende, cuya abrupta caída recordamos en la sección Archivos, en ocasión de su 40º aniversario. Sin embargo, tal como demuestra claramente el dramático final de aquella experiencia, las condiciones internacionales de polarización dificultaban en gran medida aquellos intentos. Con el final de la Guerra Fría se abrió entonces un momento de gran expectativa: se daban las condiciones internacionales para la elaboración de utopías realizables, y, especialmente, de una utopía que juntara los valores cruciales del socialismo y del liberalismo: igualdad y libertad. En particular, las miradas se posaban sobre la Unión Europea, que lograba “robarle” a los estados una de sus funciones históricas, la de acuñar moneda, proyectando así la ilusión de querer asumir aquel papel político que, desde siempre, acompañó tal actividad. Con el fin de dar ímpetu y expandir el alcance del euro –tal como se había hecho con la unión aduanera en los inicios de la integración– se acordaron un cronograma y pautas formales para su adopción. Los parámetros de Maastricht fueron dispuestos, sobre todo, para que no existieran, básicamente, diferencias fiscales significativas entre los estados que adoptaban la nueva moneda. No estaban pensados para habérselas con crisis originadas en el sector privado (particularmente, el sector financiero), como es el caso de la crisis actual1. Ni tampoco para ayudar a los estados en caso que, una vez creada la unión monetaria, sufrieran alguna dificultad macroeconómica (recesión, desempleo u otro). El hecho era comprensible ya que las instituciones comunitarias existen, supuestamente, para adoptar políticas en los ámbitos que son de competencia de la Unión. Ahora bien, hace veinte años que los ciudadanos europeos están esperando políticas con P mayúscula, aquella capacidad de diálogo y negociación permanentes entre distintas posiciones que, sobre la base de una utopía común, permitieron a la integración avanzar du-

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rante sus primeros treinta años de vida, entre conflictos y crisis que no eran menos importantes que aquellas que debemos confrontar en la actualidad. Sin embargo, esta vez, la política de la Unión Económica y Monetaria parece haberse reducido a una supina traducción de ciertas recetas económicas muy marcadas ideológicamente. Dicho de otro modo, lo que hoy persigue la UE ya no es una utopía, sino más bien una ideología “para legitimar el orden establecido” y transformar el presente en algo “inevitable”2. ¿Será ésta una de las pruebas de la afirmación a nivel global de una ideología económica liberal? ¿O del viraje de la mayoría de las sociedades europeas hacia distopías individualistas y “darwinianas” nacidas de la prevalencia del mercado sobre otro tipo de organización social? O, más bien, ¿de la rotunda renuncia al concepto mismo de utopía en las arenas políticas contemporáneas? No sería la primera vez que Europa renuncia a este aspecto fundamental de su vida política. Escribía el gran sociólogo Mannheim en 1929: Must not the gradual reduction of politics to economics towards which there is at least a discernible tendency, the conscious rejection of the past and of the notion of historical time, the brushing away of every ‘cultural idea’, be interpreted as a disappearance of every form of utopism from the political arena as well?3. Ya sabemos cuáles fueron los partidos políticos que aprovecharon este vacío ideal para reintroducir la política, bajo la semblanza de deplorables dictaduras. A la espera de que surja otra vez el anhelo de cambio, por la voluntad de algunos o, tal vez, a causa de las consecuencias nefastas del rigor mortis4 impuesto a la economía europea y mundial por los predicadores de la estabilidad, pedimos a cuatro personalidades de Europa y América Latina –sección En el camino– que compartan su postura sobre la relación entre utopía y política, con particular énfasis en el tema que, desde siempre, convoca especialmente nuestra


atención: el de la integración. En lo que se refiere al corpus de la revista, decidimos acercarnos por caminos laterales a las utopías que más incidencia tuvieron sobre América Latina y Europa en diferentes momentos históricos. Hicimos particular hincapié en lo que se suele denominar época moderna, ya que estamos convencidos de que la idea de progreso histórico, que es la base de todas las utopías, está profundamente consustanciada con esta extensa época, en la que todavía nos ubicamos. La sección Instrumentos de análisis se abre con el relato de Klaus Gallo sobre una relación poco conocida entre Simón Bolívar (prócer de la independencia latinoamericana), Bernardino Rivadavia (primer presidente de Argentina) y Jeremy Bentham, quien, con su doctrina del utilitarismo, intentó dar fundamentos materiales a la moral y, con sus ideas republicanas, ofreció un articulado inventario de preceptos filosóficos y jurídicos anti-monárquicos. Los países latinoamericanos de reciente independencia proporcionaron a Bentham un lugar “ideal” donde proyectar su utopía utilitarista. Recíprocamente, la visión de Bentham proporcionó a Rivadavia, en los años ’20 del siglo XIX, una inspiración para la construcción de su flamante gobierno de Buenos Aires –incluso en su sentido más material, como demuestra el proyecto arquitectónico de la asamblea legislativa benthamiana (la Sala de Representantes) que reemplazaría, en 1822, al antiguo Cabildo de la ciudad. La huella de Bentham se puede también rastrear, según Gallo, en las tempranas políticas educativas, así como en la postura del gobierno en la esfera eclesiástica y cultural. Sin embargo, Argentina no era una tabula rasa y tenía sus propias dinámicas políticas, sociales y culturales. Así, el proyecto modernizador utilitarista se fue diluyendo, en el intento de contener, por medio de ejecutivos más fuertes, los incipientes conflictos internos. Esta necesidad, así como un cierto desasosiego hacia los filósofos y sus “republicas aéreas”5, fue lo que empujó también a Bolívar a rechazar finalmente el republicanismo a favor de un cierto cesarismo, bien visible en su proyecto de Constitución para la Gran Colombia de 1827. Sigue al artículo de Gallo una reflexión de Christian Cao sobre

la relación entre modelos utópicos y modelos reales de sociedad en la evolución de los estados nacionales modernos, con una referencia especial al caso de Argentina y al papel de la ley. En particular, Cao se detiene a mirar cómo las constituciones han podido (y querido) mediar entre los objetivos de libertad (económica) e igualdad (social) a la hora de asentar en un texto claro y conciso los afanes utópicos de una cierta sociedad. El tercer artículo nos lleva a Europa y a sus divisiones internas entre centro y periferia. José María Faraldo nos ofrece una descripción aparentemente clásica de la relación entre uno y otra a partir de la construcción de la identidad de las élites polacas a comienzos del siglo XX. En su artículo, la utopía es parte de un proceso de mejora individual, es un modelo civilizatorio que las élites periféricas europeas, contrariamente a lo que sucede en aquellas colonizadas, absorbían sin necesidad de armas o castigos. En el caso polaco, este aprendizaje se produjo a destiempo respecto a los rápidos cambios experimentados por la idea misma de europeidad: en el momento en el cual cambiaban los fundamentos ontológicos de la Europa moderna, donde se premiaba la técnica, el dinero y el afán de ganancia, los gentlemen polacos ilustrados y occidentalizados, con su afán de cultura y desprecio por el comercio, fueron vistos como pre-modernos y “exóticos”. Esto explica lo inexplicable, o sea, por qué no fue difícil para la Unión Soviética comunista, después de la Segunda Guerra Mundial, convertirse en “guardiana de las mejores tradiciones de la civilización europea y del humanismo” en contra de un Occidente presentado por la propaganda soviética como deshumanizado y barbarizado por la “incultura americana”. Manuela Boatcă encuadra la descripción de Faraldo en un amplio marco epistemológico, al analizar las dinámicas que hicieron, históricamente, “de la aspiración a la europeidad –definida como modernidad occidental –la actitud dominante” de los países periféricos de Europa. La autora introduce el concepto de mapas mentales, dentro de los cuales cada país asume un papel que deriva de sus experiencias históricas así como de su relación de poder con el “centro”. Lo que hace el centro, en la visión de Boatcă, es jerarquizar los

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países según su propia relación con cada uno de ellos y según la función reservada a cada uno al interior de un sistema global (o regional en el caso de Europa) que se construye, en la visión de la autora, mediante los medios clásicos de la dominación política y económica, y que se auto-reproduce a través de distintos tipos de epistemologías. Es así que la Polonia de Faraldo quedaría enmarcada en lo que en Boatcă es una Europa epígona, que se define y autodefine como “reproductora de las etapas recorridas por la Europa heroica”. Stefano Bianchini focaliza su atención sobre el otro concepto cardinal del artículo de Faraldo, el de la modernidad. La atención de los lectores se desplaza con este artículo desde la “poderosa influencia” de “las ideas iluministas difundidas por los despotismos imperiales de Austria, Rusia y Prusia”, así como aquellas de la Revolución Francesa, hacia el poliformismo de los reformadores locales. En particular, el autor destaca cómo estos movimientos no se ordenaron bajo las coordenadas clásicas que caracterizaron, en Europa Occidental, la división entre izquierda y derecha, ya que “la transversalidad de las orientaciones adoptadas en cuanto a las formas en que debía realizarse la modernidad llevó a redimensionar las distinciones ideológico-religiosas y de clase”. Más allá de las diferentes visiones emancipadoras contenidas en las distintas utopías, lo que unificó estas visiones fue una generosa confianza en el papel del estado, lo que facilitó a los bolcheviques la tarea de legitimar su socialismo de estado. Es interesante ver cómo el papel del agro fue, a lo largo de la historia de la Unión Soviética, el de apoyar la transformación industrial del país, transformándose las áreas rurales en una especie de “colonia interior” –o sea, de periferia–, en el nuevo mapa de la modernidad elaborado por los comunistas. Bent Boel nos ofrece una visión tangencial del epílogo del socialismo “real”, a través del análisis de las relaciones entre los disidentes y quienes los apoyaron en Europa Occidental. Se trata de una relación compleja que muestra, por un lado, la importante función de la utopía unificadora de la defensa de los derechos humanos como mínimo común denominador de los disidentes, por el otro, los elementos tácticos de carácter interno e internacional que incidieron en el apoyo ofrecido por parte de los europeos del otro lado de la cortina de hierro. Finalmente, Adam Czarnota cierra el número con una nota de desencanto en lo que se refiere a los efectos del añorado ingreso de los países de Europa Central y Oriental en la Unión Europea. Fueron muchos los que pensaron, en Occidente, que los valores reivindicados por los disidentes y la densidad de las reflexiones sobre Europa de muchos intelectuales de Europa Central y Oriental podrían “infundir” a Europa un necesario “suplemento de alma” (supplement d’âme)6. Del otro lado de la cortina de hierro, fueron muchos también los que vieron la adhesión a la Unión Europea como una ocasión no solo para mejorar sus condiciones materiales, sino para consolidar el estado de derecho en sus países. Retomando la tipología de Boactă, estos parecían ser los elementos que la “Europa epígona” esperaba poder replicar en el afán de convertirse en “Europa heroica”. Sin embargo, ninguna de las dos dinámicas tuvo bastante fuerza para prosperar. Czarnota se concentra sobre las razones del fracaso de la segunda. A pesar de las declaraciones de principios, después del frustado intento de aprobar la Constitución europea (y, aun más, luego del ingreso de los nuevos miembros en 2004), la Unión Europea empezó a enfatizar su carácter economicista a costa de su proceso de constitucionalización. Los valores democráticos y liberales que se leen hoy en día en el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea6 no se reflejan, según el autor, en las tendencias contemporáneas del desarrollo de la arquitectura institucional y del orden legal de la Unión Europea. Una de las explicaciones de esta preocupante situación podría tener que ver justamente con la ampliación y la convergencia de dos fenómenos distintos pero de igual signo, o sea la paradójica sintonía de la actitud ante la ley de los países de Europa Central y Oriental y de la

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Unión Europea. En la Unión Europea se volvería cada vez más frecuente el recurso a una tipología de creación de normas por fuera de las reglas de los tratados (que Joseph Weiler ha denominado “infra-nacionalismo”) y que se hizo particularmente visible en la reciente crisis. Por otro lado, en los países de Europa Central y Oriental, tendríamos radicado un modus operandi informal, una “ley intuitiva” o “ley viviente” que erosiona el estado de derecho. ¿Sería la de Czarnota una confirmación de los miedos expuestos al inicio de esta presentación? ¿Se trataría, quizás, de un cambio ontológico del contenido mismo de progreso en la “Europa heroica” al cual contribuiría, aun inconscientemente, la “Europa epígona”? Invitamos a los lectores a recorrer los textos parar arriesgar una respuesta. Para que la desilusión no los atrape, el número concluye con la reproducción de algunos textos de políticos o literatos comprometidos (“hombres de utopías”, como llamaba Victor Hugo a los poetas), elegidos con motivo de conmemoraciones, aniversarios o simples homenajes a hombres que creyeron en utopías nobles y obraron para realizarlas. Comité Editorial Puente@Europa Notas 1

Arturo O’Connell, “La crisis europea: una visión desde la experiencia latinoamericana”, en Puente@Europa, a. XI, n- 1, junio de 2013, pp. 67-85, esp. 82. Para una síntesis de las argumentaciones favorables a esta tesis, ver Paul De Grauwe, “Fighting the wrong enemy”, Voxeu, 19 de mayo de 2010 [disponible en http://www. voxeu.org/article/europe-s-private-versus-public-debt-problemfighting-wrong-enemy]. 2 Éric Dacheux, “L’économie solidaires: avenir de l’utopie européenne”, en Éric Letonturier (ed.), Les utopies, Paris, CNRS Éditions, 2013, p.. 172. 3 Karl Mannheim, Ideology and Utopia. An introduction to the Sociology of Knowledge, New York, Harcourt, Brace and Co., 1954 (ed. orig. 1929). 4 La utilización de este aforismo, atribuido al economista Kenneth E. Boulding (“Mathematics brought rigor to Economics. Unfortunately, it also brought mortis”), ha entrado en auge después de su utilización en el texto de Jesse Norman, Compassionate economics. The social foundations of economic prosperity. A personal view, London, The University of Buckingham Press, 2008. El libro, publicado con el auspicio de uno de los mayores think tanks conservadores de Gran Bretaña, contiene una ácida crítica, desde la derecha, a la “rigor mortis economics”, o sea, al pensamiento económico de moda en Occidente, basado sobre los postulados neo-clásicos del hombre racional, utilitarista (siempre en búsqueda de la maximización individual de la utilidad), perfectamente informado y autónomo. 5 “Héroes y repúblicas de aire”, entrevista a Rafael Rojas, en Puente@Europa, a. VIII, n. 2, diciembre 2010, pp. 78- 79. 6 Alexandra Laignel-Lavastine, Esprits d’Europe. Autour de Czeslaw Milosz, Jan Patočka, István Bibó, Paris, Gallimard, 2005, p. 15. 7 “La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres”, artículo 2, Tratado de la Unión Europea (versión consolidada), Diario Oficial nº 326/17 de 26/10/2012 [disponible en http://eur-lex.europa.eu/LexUriServ/LexUriServ. do?uri=OJ:C:2012:326:FULL:ES:PDF].



Entrevistas H

emos solicitado a cuatro personalidades de Europa y América Latina que han desempeñado –en algunos casos, desempeñan todavía– importantes funciones políticas y, por así decirlo, paradigmáticas, que compartan con los lectores de Puente@Europa algunas reflexiones sobre la vinculación entre sus experiencias personales y la utopía. Esta sección contiene las respuestas a las preguntas formuladas por escrito por el Comité Editorial de la revista.


Entrevista a Martin Schulz Martin Schulz, hombre de frontera (nació en la República Federal Alemana, cerca de las fronteras con Bélgica y Holanda), tuvo una precoz vocación política. Desempeñó su larga militancia en el partito socialdemócrata y actuó como alcalde, entre 1987 a 1998, de la ciudad de Würselen donde fue por muchos años dueño de una librería. La afición literaria ha dejado huellas en su estilo retórico. Diputado europeo desde hace veinte años, luchador político incansable, hizo sentir la voz del Parlamento en debates con las otras instituciones comunitarias así como también con los gobiernos nacionales. Ante ellos siempre reclamó un mayor papel para la Eurocámara y para los ciudadanos europeos. Condujo batallas progresistas desde su nominación como presidente del Parlamento en enero 2012 –como, por ejemplo, aquella a favor de una reforma de las normas sobre migración y del impuesto europeo sobre las transacciones financieras. Es el candidato in pectore de las fuerzas progresistas para el cargo de presidente de la Comisión Europea.

P@E: ¿Qué importancia tuvieron los libros en la construcción de su propia cosmovisión (Weltanschauung)? Los libros han sido un elemento clave en la construcción de mi cosmovisión. Nuestro conocimiento y comprensión sobre el mundo son acumulativos. Heredamos ideas de quienes nos precedieron. Los libros son el principal vehículo de transmisión que garantiza la continuidad y permanencia de este diálogo. Esto es especialmente válido en el caso de las ideas socialdemócratas y de las figuras relevantes en el campo del desarrollo del pensamiento socialdemócrata, como por ejemplo Léon Blum, Paul Faure, Ferdinand Lassalle, Giuseppe Mazzini, Rosa Luxemburg. Quería hacer también una mención especial a Eric Hosbawm. A pesar de que nacen a partir de la historiografía marxista, sus libros, y especialmente La Era del Imperio1 e Historia del Siglo XX2, marcaron profundamente mi pensamiento político y visión de la historia. Él ha sido una referencia intelectual de nuestro tiempo. P@E: ¿Hubo un momento concreto en su vida política cuando la utopía haya sido un elemento crucial de su elección? Pienso que “utopía” es una linda palabra, pero prefiero el término teleología, entendida como una forma de tensión hacia un objetivo, antes que una lucha por una meta absoluta. La utopía no es una meta, sino más bien una fuerza propulsora, una fuente constante de inspiración. No podemos interpretar la utopía como una meta porque las utopías nunca son coherentes. La comunidad ideal que una sociedad intenta alcanzar es siempre distinta de la utopía que otra sociedad pueda tener. En este sentido, la idea de una sociedad más justa, donde exista una real igualdad de oportunidades, ha sido siempre el hilo conductor de mi carrera política. P@E: ¿Piensa que la falta de utopías que reina actualmente en el discurso y en la práctica de muchos líderes europeos está relacionada con la incapacidad que las utopías liberal y socialista tienen de renovar el contenido de sus mensajes o de alcanzar sus metas principales? Pienso que, en parte a causa del fin de la Guerra Fría, diferentes culturas políticas han convergido hacia el centro. Uno de los leitmotiv ha sido el fin de las ideologías, porque las ideologías parecían haber sido un instrumento demasiado partidario en el proceso adaptativo de la política. No creo que las utopías hayan desaparecido, sino que se han multiplicado. Esto se debe a una democratización de los intelectuales que ha hecho que las utopías provengan de distintos lugares. No existe ahora un único canon que defina de dónde, y de la mano de quiénes, deberían provenir las utopías.

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Estamos atravesando muchas crisis: financiera, ambiental y cultural. Esto a veces crea la impresión de que la utopía es inalcanzable, pero debemos tener presente que fue durante las peores guerras que surgieron las ideas acerca del proyecto europeo. Sería un error equiparar “crisis” con “falta de utopías” o de innovación, en términos generales, ya que es precisamente en esos momentos cuando prospera la renovación. Algunas personas sostienen que estamos atravesando un período de agotamiento en el que hay muy poca innovación o creatividad. Dentro de unos años, un tercio de la población que nació después de la Segunda Guerra llegará a la vejez, y las nuevas generaciones no estarán familiarizadas con el pasado y carecerán de fuerza política para defenderse de la economía salvaje imperante hoy. Pero esto no es necesariamente malo. El agotamiento posiblemente abra el camino a una nueva revolución cultural que enfrente los obstáculos que existen en la sociedad actual.

No creo que las utopías hayan desaparecido, sino que se han multiplicado. Esto se debe a una democratización de los intelectuales que ha hecho que las utopías provengan de distintos lugares. No existe ahora un único canon que defina de dónde, y de la mano de quiénes, deberían provenir las utopías. P@E: ¿Se puede vincular el “economicismo” del discurso europeo actual al poder relativo de las fuerzas políticas conservadoras? ¿O se debe vincular al fracaso de la idea de que la política precisa utopías? Más que al “economicismo” del discurso político europeo, le temo al surgimiento de la tecnocracia como antídoto contra todos los males. Una cosa es tener un buen albañil para construir tu casa, y otra cosa es definir cómo deseas construirla, cómo piensas utilizarla, cómo piensas organizarla. Lo primero es tarea de la tecnocracia, lo demás es responsabilidad de la política. Si la política abandona su papel, terminaremos viviendo en casas que no nos pertenecen. No creo que haya habido “un fracaso de las utopías en la política” porque algunas de las ideas que apuntalan el orden político actual están basadas en la utopía. De hecho, la democracia moderna no puede existir sin la utopía. La promesa de democracia, de igualdad universal, es una lucha constante que no puede agotarse jamás. Tocqueville sostuvo que la democracia lleva a “subir la apuesta” constantemente, es decir, a medida que progresa la igualdad entre seres humanos, aumenta también el sentimiento o resentimiento asociado con la desigualdad. En otros términos, la democracia moderna es inseparable de la lucha por el igualitarismo y de una visión utópica.

Eric Hobsbawm, La era del imperio (1875-1914), Buenos Aires, Crítica, 1998 (ed. orig. 1987). E. Hobsbawm, Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica, 2007 (ed. orig. 1994).

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Entrevista a Jan Sokol Jan Sokol, uno de los primeros firmantes de la Carta 771, integró el grupo redactor de la constitución nacional al regreso a la democracia en su país, la actual República Checa. Fue vicepresidente de la asamblea nacional entre 1990 y 1992, y portavoz del Foro Cívico, su fuerza mayoritaria en aquel momento. En 1998 se desempeñó como ministro de Educación y, entre 2000 y 2007, fue el primer decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Carolina de Praga. Siguiendo una tradición y restricción propia de los intelectuales de Europa Central y Oriental bajo el socialismo de estado, tuvo que desempeñar varios oficios manuales antes de poder dar voz a su vocación: la filosofía. Influenciado por el gran filósofo Jan Patočka, uno de los últimos discípulos de Edmund Husserl, ha escrito extensamente sobre temas de ética. Ha participado del segundo número de 2012 de Puente@Europa, Sobre el bien común, con un artículo titulado “¿Son naturales los derechos humanos?”

P@E: ¿Podría presentar de manera breve su opinión acerca de la relación entre la filosofía griega y la utopía, y especialmente lo que se ha presentado como una dicotomía entre Platón y Aristóteles sobre este punto? A pesar de que la palabra “utopía” fue utilizada inicialmente por Tomás Moro, ésta surge de manera detallada y profunda en El diálogo de las leyes de Platón. Se trata de la obra de un hombre anciano que se siente decepcionado y horrorizado por la reciente desventura de la democracia ateniense. Esto puede explicar sus opiniones conservadoras y algo cargadas de zozobra, ya mucho más escépticas acerca de la libertad humana con respecto a sus escritos anteriores. Aristóteles, con la visión de extranjero (metoikos), veía estos acontecimientos con mayor serenidad y se oponía a los excesos colectivistas de su maestro, defendiendo los méritos de la propiedad privada y la educación pública. P@E: ¿Considera que las razones del fracaso del sistema soviético puedan atribuirse al tozudo empeño en adherir a una utopía total, que no dejaran espacio para la posibilidad de flexibilizar su contenido? En sus orígenes, el movimiento socialista ruso posiblemente haya tenido una dosis considerable de pensamiento utópico. Pero, muy pronto, a más tardar en 1905, la rama bolchevique del movimiento, conducida por Lenin, concentró todos sus esfuerzos en acaparar un poder ilimitado en el país. Más adelante, desde el momento en que Stalin obtuvo la supremacía del poder, el objetivo real fue una “utopía” de características diferentes, específicamente, la construcción del poder extremo de Rusia por todos los medios posibles. El colapso de la Unión Soviética corresponde a la reflexión cada vez más difundida de que esta suerte de “utopía” no es realizable ni deseable. Los intentos de Putin para restablecer estos objetivos vienen a demostrar cuan instalado está en la población rusa el anhelo de poder supremo. P@E: ¿Qué rol ha cumplido la utopía en su vida política? Empecé a comprender el rol positivo de las utopías gracias a un libro acerca de las utopías del autor y filósofo francés Raymond Ruyer2, que se publicó a principio de los años cincuenta. Ahí, él demostró la utilidad del pensamiento utópico como una suerte de matriz de ideas.

A pesar de la simplificación, estas ideas son necesarias para el progreso social y político. El error que cometen las personas impacientes es el de tomar estas ideas al pie de la letra. P@E: ¿Considera que la presencia de un elemento utópico, de un fin último a priori, es un componente necesario de la buena política? No creo que sea así. Lo que sí es necesario es una determinada orientación de conjunto que permita cambiar las cosas, pero bajo una fuerte supervisión crítica de todas las consecuencias. Ningún fin puede legitimar los medios, cuando los medios utilizados discrecionalmente terminan modificando el fin mismo.

Tengo la impresión de que la creciente cobardía que ha invadido la política hoy, la estrechez de miras del economicismo y el egoísmo nacional que ha resurgido es consecuencia –muy triste, por cierto– del prolongado período de paz y bienestar en Europa.

P@E: ¿Qué opina acerca del economicismo actual de muchas de las políticas de la Unión Europea? ¿Considera que está relacionado con la prevalencia de un liderazgo político de características conservadoras o con un cambio más profundo en la naturaleza misma de la política? Tengo la impresión de que la creciente cobardía que ha invadido la política hoy, la estrechez de miras del economicissmo y el egoísmo nacional que ha resurgido es consecuencia –muy triste, por cierto– del prolongado período de paz y bienestar en Europa. Sin ser partidario de Carl Schmitt, uno se da cuenta de cuán difícil es mantener la vigencia de la democracia sin el surgimiento de un claro enemigo. Debemos mantener la esperanza de que los pueblos y las naciones sean capaces de descubrir temas de mayor profundidad y perspectiva sin que sucedan catástrofes reales.

Carta 77 se definió como “una asociación libre, informal y abierta”, nacida en Checoslovaquia para revindicar las libertades y derechos humanos reconocidos por sendos tratados y declaraciones internacionales suscriptos por el país, a partir de la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Su texto fundacional, con fecha 1 de enero de 1977, fue escrito por un grupo de reconocidos intelectuales, entre los que se encontraba Vaclav Havel, futuro presidente del país, y Jan Patočka. La reproducción anastática de la versión inglés del texto se encuentra en: http://libpro.cts.cuni.cz/charta/docs/declaration_of_charter_77.pdf. 2 Raymond Ruyer, L’utopie et les utopies, Paris, Presses universitaires de France, 1950. 1

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Entrevista a Cristovam Buarque Originario de Recife, en el nordeste de Brasil, Cristovam Buarque fue la primera persona de su familia en ingresar a la universidad. En tiempos de la dictadura militar se involucró tempranamente en la actuación política como militante de Acción Popular, un movimiento católico de izquierda. Al terminar sus estudios de ingeniería y recrudecer la tensión política interna, Buarque se trasladó a París para seguir estudios de doctorado en Economía en la Sorbonne. Al regresar de Francia, comenzó a trabajar como profesor en la Universidad de Brasilia donde, aun en tiempos del proceso militar, protagonizó el histórico evento de ser el primer rector elegido democráticamente. Desde allí, consolidó su trabajo académico sobre los problemas de desarrollo económico e inclusión social en Brasil. Desde 1989, ocupó distintos cargos como funcionario público, entre los que se destaca el de gobernador del Distrito Federal, donde trabajó intensamente en el área de la política social y educativa. Gran impacto tuvo, en particular, el programa Bolsa-Escola, que inspiró políticas similares en países latinoamericanos y africanos. En 2003 fue nombrado como ministro de Educación del presidente Lula da Silva, cargo que ejerció por un año para luego desempeñarse como senador.

P@E: En la visión de los sociólogos tempranos, Mannheim por ejemplo, parece que las ideologías se superarían (y llegarían a ser inútiles) gracias a una clarificación de los mecanismos que reglan lo social, mientras que la utopía serviría siempre como base para toda actividad humana digna de este nombre, o sea, con anhelo de cambiar el mundo. ¿Comparte esta visión? Por el contrario. Creo que nunca han sido tan necesarias una o muchas ideologías. No aquellas que miraban a la civilización industrial en sus diferentes formas, pero que eran prisioneras de los mismos principios civilizadores. Necesitamos ideologías que definan nuevos propósitos de progreso, planos de utopía, una base filosófica para la evolución de la civilización –capaz de vincular el bienestar de los seres humanos con la libertad y el equilibrio con la naturaleza.

[...] se necesita relegar a la economía a un papel de base, pero secundario: no puede ser un fin en sí misma. La economía puede ser creadora de nuevas realidades, pero es necesario que esta nueva realidad se dibuje fuera de ella, no sea ella misma.

P@E: Max Weber, a su vez, escribió que “jamás puede ser tarea de una ciencia empírica proporcionar normas e ideales obligatorios, de los cuales puedan derivarse preceptos para la práctica”1. Seguramente, Weber estaba pensando en Marx y sus seguidores, pero, a la luz del actual dominio general de la economía en el pensamiento académico, político e inclusive de la sociedad, se podría leer su caveat como una reivindicación de la importancia de las ideas, o más bien, de los ideales, en la política. ¿Cómo vivió usted el equilibrio entre economía y política en su cargo politico?

Veo la acción política como un trabajo para facilitar el camino seguido por la gente en búsqueda de la felicidad personal. Por omisión o acción, los políticos han puesto más dificultades en el camino –la inflación, el desempleo, la falta de servicios públicos– que facilidades –la garantía de la estabilidad, el bienestar. Veo la economía como la base para proporcionar apoyo social a la marcha hacia la felicidad; la economía como un medio para fines sociales y ecológicos. P@E: Según su experiencia, ¿puede la política de un país en desarrollo, dentro de un mundo globalizado, ser creadora de nuevas realidades? Ciertamente que sí. Pero para eso se necesita relegar a la economía a un papel de base, pero secundario: no puede ser un fin en sí misma. La economía puede ser creadora de nuevas realidades, pero es necesario que esta nueva realidad se dibuje fuera de ella, no sea ella misma. P@E: ¿Cuál es el espacio de la utopía integradora en la América Latina de hoy? ¿Piensa que el vaivén de la integración regional depende de factores estructurales a nivel global o de cambios culturales y políticos a nivel regional, nacional y local? En primer lugar, es necesario rediseñar ese espacio utópico. Abandonar la visión del desarrollismo capitalista y del socialismo en la industria. Establecer una utopía basada en el espacio de cada ser humano y de su posición en la ecología. Creo que la base social de esta utopía eco-humanista sería una sociedad que defina, en primer lugar, un piso social por debajo del cual nadie debe sufrir la falta de bienes y servicios esenciales, aunque se trate de una persona de bajos ingresos. En segundo lugar, un techo ecológico, por encima del cual el consumo no esté permitido, independientemente del nivel de ingreso del individuo. Por último, una escala social, la educación libertaria y con la misma calidad para todos. Entre el piso y el techo debe haber un espacio donde se tolera alguna desigualdad, lograda por el talento, la vocación, la persistencia de cada persona.

Max Weber, “La ‘objetividad’ cognoscitiva de la ciencia social y de la política social” [1904], en Max Weber, Ensayos sobre metodología sociológica, Buenos Aires, Amorrortu, 2001, p. 41. 1

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Entrevista a Alberto Couriel En una entrevista concedida durante un viaje a Israel en 20061, a la pregunta “¿quién es Alberto Couriel?”, él mismo respondió: “Yo soy un sefaradita. Inicié mi carrera como economista, pero siempre fui político, ya antes de ser parlamentario. Eso es algo que va en el alma. Cuando iba a la escuela primaria en Juan Lacaze [ciudad uruguaya sobre las costas del Río de la Plata] quería ir al liceo, porque en el liceo había huelgas”. Durante los años de la dictadura (1974-1985), Couriel vivió en distintos países latinoamericanos, colaborando con organizaciones internacionales (entre otras, la Comisión Económica para América Latina, la Organización Internacional del Trabajo y la UNCTAD) y dando clases en universidades de Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador, México, Nicaragua y Perú, entre otras. De regreso en su país, fue elegido representante nacional en la cámara de diputados por el Frente Amplio. Desde 1995 ha sido senador. Gran comunicador, es conocido en Uruguay por sus apariciones televisivas sobre temas de actualidad.

P@E: ¿Qué rol ha cumplido la utopía en su vida política? ¿En qué momento de su larga carrera se sintió más cerca de haber cumplido, al menos en parte, un objetivo ideal? Llegué a la vida política proveniente de la investigación y docencia universitaria, con muchos ideales, con muchas convicciones, con utopías que me marcaron el camino, la ruta para avanzar hacia los objetivos deseados. En la vida política, máxime cuando se tiene el poder político, hay que buscar ciertos equilibrios entre la ética de la responsabilidad y la ética de las convicciones. La ética de la responsabilidad, generalmente, mantiene las relaciones de poder. La ética de las convicciones, que yo hago esfuerzos de privilegiar, es la que intenta las transformaciones y los cambios necesarios para alcanzar sociedades más justas y solidarias. He tenido muchas alegrías en la vida política, pero vivimos en sociedades con tantas contradicciones que es muy difícil alcanzar momentos ideales. P@E: ¿Por qué la integración latinoamericana sigue siendo crucial para la región? ¿Cuáles son las principales causas que limitan su plena realización? La integración es una dimensión posible e indispensable en la etapa actual para ganar poder de negociación frente al mundo desarrollado y para la construcción del desarrollo económico y social de nuestros países. En un mundo dominado por lo financiero, donde no existe libertad de comercio por las acciones de los países desarrollados, con mucha fuerza de las ideologías que atienden los intereses de los países dominantes, es imprescindible avanzar en la integración latinoamericana y en la unidad de propuestas para futuras negociaciones. Este mayor poder de negociación es fundamental para negociaciones con Estados Unidos, Europa y China. La integración ha tenido avances significativos en las últimas décadas pero tiene dificultades para seguir avanzando, derivadas de las relaciones de poder en el plano internacional y nacional de cada país. Acceden a la presidencia personalidades con sólidas convicciones de integración, cuyas ideas muchas veces no prosperan porque otros países no priorizan la integración, por problemas internos vinculados a las relaciones de poder, por la

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falta de conciencia regional y la débil identidad integracionista y latinoamericanista. Expongo dos ejemplos. Los grandes medios de comunicación, con mucho peso en las relaciones de poder, por su ideología y los intereses que representan están en contra de la integración, prefieren aperturas unilaterales o acuerdos bilaterales con los países dominantes. El otro ejemplo es que para la integración económica es fundamental la integración y complementariedad productiva, la participación de empresas de distintos países en las cadenas de valor. En el Mercosur, las cadenas de valor que funcionan son las vinculadas a la industria automotriz, basadas en acuerdos y decisiones entre las grandes empresas transnacionales del ramo. Es indispensable que los empresarios nacionales y regionales tomen conciencia de los beneficios de la integración productiva.

El camino sería avanzar hacia la libertad e igualdad como lo proclama Norberto Bobbio. Garantizar los principios democráticos y avanzar hacia la igualdad étnica, de género, generacional y entre los distintos sectores sociales. P@E: ¿Tiene y puede ejercer América Latina un papel especial en reavivar una suerte de utopía progresista? ¿Cuáles serían sus posibles contenidos? Sería muy importante que América Latina tuviera la capacidad de avanzar hacia ideales progresistas, aunque en el plano mundial es muy difícil influir dado el muy bajo poder militar, comunicacional, tecnológico, comercial y financiero de los países de la región. El camino sería avanzar hacia la libertad e igualdad como lo proclama Norberto Bobbio. Garantizar los principios democráticos y avanzar hacia la igualdad étnica, de género, generacional y entre los distintos sectores sociales. Sería avanzar hacia una sociedad más libre, más igualitaria, más solidaria donde una de las grandes interrogantes sería encontrar formas innovadoras de propiedad de los medios de producción que permitieran avanzar hacia los objetivos deseados.

Entrevista disponible en http://letras-uruguay.espaciolatino.com/jerozolimski/no_puedo_ser_neutro.htm

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Importar utopías. Bentham, Bolívar, Rivadavia y la difusión del utilitarismo en Sudamérica Klaus Gallo

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l filósofo inglés Jeremy Bentham (1748-1832) es bien conocido por sus ideas utilitaristas, su inconclusa reforma judicial para promover una transformación del sistema jurídico de su país, y su controvertido proyecto conocido como Panóptico, el cual proponía una drástica reformulación de las pautas arquitectónicas de las cárceles. Menos conocida es su estrecha vinculación con la lenta y traumática evolución de los procesos emancipatorios en Sudamérica, a pesar de que existen algunas publicaciones que dan cuenta de esta relación1. Como sostiene Miriam Williford, Bentham veía en las emergentes naciones de Latinoamérica un escenario propicio para que se fuera plasmando su New World Utopia, o sea la inserción de las máximas del utilitarismo para establecer sociedades políticas más justas2. Ese ideal fue tomando fuerza en Bentham a partir de la fulminante irrupción de reivindicaciones republicanas surgidas de las guerras de independencia norteamericana y la Revolución Francesa. Fue así que, al poco tiempo de producirse las primeras revoluciones de independencia en Hispanoamérica, decidió escribir un par de ensayos en favor de los derechos de los nuevos estados sudamericanos. En estos escritos, el filósofo inglés juzgaba en términos muy críticos a Fernando VII por no respetar los principios de la Constitución liberal española de 1812, y por sus intentos de recapturar esas colonias por la vía militar. Los artículos mencionados se titulaban “Emancipation Spanish” y “Rid yourself of Ultramaría”, y fueron publicados durante el transcurso del año 18203. Con el correr del tiempo, Bentham fue entrando en contacto con representantes de los nuevos gobiernos criollos quienes, en la mayoría de los casos, habían sido enviados a Londres como agentes diplomáticos para lograr el reconocimiento de Gran Bretaña. Algunos de ellos se consustanciaron con las principales pautas políticas y filosóficas del utilitarismo y no dudaron en sostener su vínculo con Bentham por la vía epistolar una vez que regresaron a sus países. A su vez, Bentham se iría entusiasmando al ver cómo algunos de estos agentes sudamericanos se iban transformando en los principales referentes políticos de las nuevas naciones, especialmente Simón Bolívar, en Gran Colombia, y Bernardino Rivadavia, en Argentina, y se esperanzaba con que pudieran aplicar las principales pautas de su doctrina desde sus lugares de poder. La impronta radical de Bentham y el utilitarismo en el contexto político inglés El radicalismo político de Bentham se fue afianzando en los años 1809-1810, período en el cual comenzó a elaborar una serie de escritos en favor de una reforma parlamentaria en Gran Bretaña que, entre otras cosas, reclamaba una extensión del sufragio4. Con respecto a esta cuestión, parece importante destacar que en la cultura política inglesa de aquel entonces, el ideario de Bentham se encuadraba con el

de los reformistas radicales ingleses, siendo Thomas Paine uno de los más emblemáticos, cuyas propuestas democratizadoras habían adquirido apreciables niveles de apoyo durante los años de la revolución en Francia. Esta adhesión se apreciaba sobre todo entre algunos trabajadores y artesanos localizados en las incipientes urbes industriales, que en muchos casos provenían de ciudades aún carentes de representación en el parlamento. La vigencia de estas restricciones en el sistema legislativo inglés hacía que algunos miembros de estos sectores vieran a la política de su país como cada vez más anacrónica y plagada de notorias inconsistencias5. Tras las guerras napoleónicas, sin embargo, este clima de entusiasmo reformista se fue aplacando en Gran Bretaña donde, en sintonía con el resto de Europa, se irían afianzando en el gobierno tendencias conservadoras proclives a resistir reformas políticas. Más allá de esto, Bentham abogó cada vez con más insistencia en favor del sistema republicano de gobierno que debía consistir en una estructura unicameral democráticamente elegida, en detrimento de sistemas monárquicos o aristocráticos, los cuales, según su opinión, atentaban contra los intereses de las mayorías6. Este afianzamiento de su postura republicana lo alejaba cada vez más de las pautas reformistas moderadas sostenidas por los Whigs y del conservadorismo de los Tories, facciones compuestas todavía por un gran número de aristócratas y las dos únicas que se alternaban en el control del poder político. Lo que ambas facciones tenían en común era su adheresión a un sistema de monarquía parlamentaria, con lo cual las pautas democráticas que pregonaban Bentham y los Radicals, aparecían como cada vez más anti-establishment y ligadas a su vez a grupos políticos con pocas posibilidades de acceder al parlamento. En lo que refiere a las características esenciales de la doctrina con la cual Bentham estaba tan estrechamente vinculado, es necesario señalar que el término utilitarismo se vincula con la tradición de teoría ética que establece, directa o indirectamente, la validez del conjunto de nuestras acciones y decisiones según el grado de bienestar que proporcionen a los individuos afectados por ellas. La filosofía de Bentham se apoyaba en dos postulados básicos: uno de carácter fáctico y otro normativo. El primero establece que los individuos persiguen su propio bienestar; el segundo, usualmente relacionado con el principio de utilidad, determina que las acciones humanas deben ser juzgadas según el grado de daño o placer que proporcionan a la comunidad. Bentham definía daño como “toda sensación que un hombre preferiría no sentir” y placer como “toda sensación que un hombre preferiría sentir”. El principio utilitario, o del mayor bienestar para la mayoría, estaba específicamente dirigido a los legisladores, a quienes Bentham consideraba responsables de la administración del bienestar de la sociedad. La gente debía perseguir su propia felicidad, siempre y cuando esta búsqueda no afectara a otras personas y al bien común. Para posibilitar la concreción de ese objetivo, sostenía Bentham, los medios más idóneos que tenía a su alcance el legislador eran los premios y castigos7

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La conexión sudamericana El apoyo de Bentham a las causas emancipadoras en Sudamérica comenzó a gestarse concretamente cuando entró en contacto en Londres con el llamado “Precursor de la Independencia sudamericana”, el legendario Francisco Miranda. Curiosamente, ciertos testimonios dan cuenta de que el revolucionario venezolano fue a su vez el responsable de presentarle a Bentham a quien se convertiría en su futuro “socio” intelectual, James Mill, el padre de John Stuart Mill. Miranda publicó un par de artículos en 1809 a favor de la independencia de ese continente en el afamado journal escocés The Edinburgh Review, justamente en colaboración con Mill. Puede afirmarse, entonces, que Miranda fue el primer nexo entre la causa de independencia sudamericana y el círculo utilitarista compuesto por los mencionados filósofos ingleses8. Una vez que se desencadenaron los acontecimientos ligados al proceso emancipatorio en Latinoamérica, comenzaron de a poco a difundirse algunos de los escritos de Bentham por aquellas latitudes. Textos como Traités de Législation Civile et Pénale, publicado en 1802, versión francesa que fue editada y traducida del inglés por el publicista ginebrino Etienne Dumont, y Political Tactics, de 1816, que al poco tiempo fue traducido al español como Tácticas de las Asambleas Legislativas, ya circulaban en diversos círculos políticos y literarios de Sudamérica para comienzos de la década de 1820. Asimismo, era frecuente encontrar extractos de la obra del filósofo inglés en las páginas de algunos periódicos latinoamericanos, como así también grandes elogios y referencias al “sublime Bentham” en diarios como El Argos y El Centinela de Buenos Aires9. Era evidente que en esos años Bentham comenzaba a disfrutar de un creciente nivel de prestigio en aquel continente, a tal punto que en 1824 el afamado escritor inglés Willam Hazlitt sostenía irónico que Bentham era más conocido en las minas de México y Chile que en la propia Gran Bretaña10. Además del ya citado caso de Miranda, otros destacados políticos hispanoamericanos que mantuvieron relación epistolar con Bentham fueron Bernardino Rivadavia, Simón Bolívar y el hondureño José Del Valle a los cuales, junto al neo-granadino José de Paula Santander, el filósofo inglés no dudaba en catalogar como “discípulos” suyos. Sin embargo, no todos ellos llegaron a frecuentar la casa de Bentham en Londres, ubicada en Queen’s Square Place. Hasta donde es sabido, sólo Miranda, Bolívar y Rivadavia lograron esto. Bolívar y Rivadavia, ¿“discípulos” de Bentham? Es bien sabido que tanto Rivadavia y, aún más, Bolívar, tuvieron una fuerte injerencia en los asuntos políticos de sus respectivas regiones a tal punto que, a partir de 1820, ambos hombres irían ocupando los más altos cargos de gobierno. Bolívar, en su carácter de “libertador”, estuvo al frente del poder ejecutivo de la Gran Colombia, estructura político-administrativa que incluía a las actuales Colombia, Ecuador y Venezuela, durante más de una década. Por su parte, Rivadavia fue ministro de gobierno de Buenos Aires y posteriormente, en 1826, fue nombrado como primer presidente argentino. Durante la primera mitad de la década de 1820, Bentham mantuvo fluido contacto con estos dos estadistas quienes, a su vez, no dudaban en confesar su admiración por el filósofo y, una vez instalados en el poder, sus intenciones de aplicar sus doctrinas11. A través de la intermediación de Miranda, Bolívar visitó la casa de Bentham en 1810, cuando integraba una misión diplomática

junto con Luis López Méndez y Andrés Bello, enviada por el nuevo gobierno venezolano a Londres con el fin de que el gobierno inglés reconociera la independencia de ese país en nombre de Fernando VII, lo cual no fue posible dada la alianza existente entre Gran Bretaña y España. En aquella ocasión Bolívar conoció a James Mill pero curiosamente no a Bentham, ya que por algún motivo éste prefirió no entrar en contacto con el futuro prócer venezolano. Sí lo haría, por la vía epistolar, a partir de la década de 1820 en momentos en que Bolívar propiciaba por la vía militar la liberación de buena parte del norte del continente sudamericano y se hacía a su vez cargo de la conducción política de la región12. Al tiempo que Bolívar liberaba a los actuales territorios de Colombia, Venezuela y Ecuador, Bentham le brindaba consejos acerca de la necesidad de elaborar códigos de legislación en el ámbito de la llamada Gran Colombia. En su primera carta enviada a Bentham en septiembre de 1822, Bolívar le agradecía al filósofo inglés por sus consejos y clamaba por ser aceptado como uno de sus discípulos: I have paid my tribute of enthusiasm to Mr Bentham and I hope Mr Bentham will adopt me as one of his disciples, as, in consequence of being initiated in his doctrines, I have defended liberty till it has been made the sovereign rule of Colombia13. Seguramente entusiasmado por semejante manifestación de admiración, en agosto de 1825 Bentham le enviaba al Libertador su Codification Proposal tanto en su versión inglesa como española. Sin embargo, Bolívar recién acusaría recibo de esa carta hacia fines de 1826. Más allá de las esperanzas de Bentham de que Bolívar aplicara las máximas del utilitarismo a sus gobiernos, promoviendo de tal forma el mayor bienestar para la mayoría de los habitantes, para aquel entonces Bolívar se apartaba cada vez más de la idea de sentar las bases de una república democrática. En 1827 iría elaborando un proyecto de constitución para la Gran Colombia en la cual asumiría la presidencia vitalicia dotando, en consecuencia, de cada vez mayores atribuciones al poder ejecutivo, lo cual iba claramente en contra del modelo de gobierno pregonado por su mentor inglés. Los contactos entre Bentham y Rivadavia se dieron a través de algunos encuentros personales y de un epistolario, escrito generalmente en francés, los cuales fueron una poderosa fuente de influencia en el ideario político que Rivadavia proyectaba para el Río de la Plata14. Durante su primera estadía en Londres, presumiblemente durante el transcurso del año 1815, Rivadavia fue presentado a Jeremy Bentham. El encuentro fue organizado por Antonio Álvarez Jonte, diplomático chileno que en aquel entonces residía en esa ciudad. En ese momento, Rivadavia se hallaba en Europa actuando como agente diplomático del gobierno de Juan Martín de Pueyrredón para llevar a cabo una controvertida misión, cuyo objetivo era buscar un príncipe europeo para colocar al frente de una monarquía en el Río de la Plata. Cuando, en 1820, Bentham se enteró de este proyecto, no tuvo reparo en escribirle en tono enfático a Rivadavia alertándolo sobre los males que provocaría ese modelo de gobierno, más allá de que para ese entonces este objetivo ya había sido desechado por los rioplatenses15. A pesar del entusiasmo que le generó a Bentham la noticia de la declaración de independencia definitiva de España por parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en julio de 1816, no dejaba de advertirle a Rivadavia que el modelo republicano surgido de este nuevo gobierno distaba de tener las características esenciales que él favorecía. Bentham había tenido acceso a una copia de un decreto

Bentham abogó cada vez con más insistencia en favor del sistema republicano de gobierno que debía consistir en una estructura unicameral democráticamente elegida, en detrimento de sistemas monárquicos o aristocráticos, los cuales, según su opinión, atentaban contra los intereses de las mayorías. 16 Puente@Europa


Legislators! Annexed is a present which I take the liberty to offer you. It is not merely what a work of my making would have been –a simple project and nothing more; it is a regulation, which already, during three years, has directed all the proceedings of a legislative assembly. This assembly is that of the Republic of Buenos Aires, in South America. promulgado por el gobierno donde quedaba para él claro la impronta autoritaria de las facultades otorgadas al Director Supremo, Pueyrredón, y, por consiguiente, el endeble lugar que se le asignaba al nuevo cuerpo legislativo16. Bentham también le sugería a Rivadavia que tuviera en cuenta su renombrado panóptico, el controvertido modelo de cárcel que había ideado unos años antes, para su adopción en Buenos Aires. Esta prisión debía ser construida en forma circular con una torre central de observación para que el carcelero o superintendente pudiera mantener todo el establecimiento en continuo estado de vigilancia17. Además, le aclaraba a Rivadavia que su proyecto había sido inicialmente aprobado por el gobierno de William Pitt en 1794 para luego ser desechado, según su opinión por venganza personal del rey Jorge III: My Panopticon was to have contained 2.000 prisoners, all of them visible at all times by one man at one view. With the help of machinery from England think of the profit extractible from that number of hands, not one of which need have a morsel of bread till his task were done! For a Commercial Agent for such a purpose as well as for everything else that afford a promise of usefulness to mankind. Bowring would be your man, of all men I ever knew, or can hope to know18. Al poco tiempo de regresar a su tierra natal, a mediados de 1821, Rivadavia fue elegido ministro de gobierno en el recién creado gobierno bonaerense al mando del general Martín Rodríguez. Tras una crisis política ocurrida durante 1820, el Río de la Plata adoptaba una estructura confederada, con lo cual tanto en Buenos Aires como en las demás provincias se crearon gobiernos autónomos. Una de las primeras disposiciones del gobierno de Buenos Aires fue la abolición del Cabildo de la ciudad, que sería reemplazado por una asamblea legislativa, a la cual se denominaría Sala de Representantes. Tanto el reglamento de la Sala como las pautas arquitectónicas del nuevo edificio que la contenía se inspiraron en la Táctica de las Asambleas Legislativas de Bentham19. Casi dos años después de haberse inaugurado la Sala, Rivadavia le enviaba a Bentham una copia del reglamento de la misma. Al recibirla, Bentham procedió, a su vez, a mandársela a los revolucionarios griegos como modelo legislativo a seguir: Legislators! Annexed is a present which I take the liberty to offer you. It is not merely what a work of my making would have been –a simple project and nothing more; it is a regulation, which already, during three years, has directed all the proceedings of a legislative assembly. This assembly is that of the Republic of Buenos Aires, in South America. The copy, for which I beg the honour of your acceptance, is probably the only one that now exists. The date, as you see, is wanting. It was sent to me by its author, Bernardino Rivadavia, in a letter dated 26 of August 1822, and which, by some means, did not reach my hands until the 5th April 1824. Más adelante agregaba, con cierto desparpajo, con relación al “inestimable” documento: Legislators! I send you these regulations [Reglamento de la Asamblea de Buenos Aires], and I have not even read them. This is the reason: There was no immediate motive for my doing so, and I

have contended myself with causing an English translation to be made which I retain20. Por lo visto, Bentham creía ciegamente en el reglamento legislativo porteño que le envió Rivadavia. Luego de transcribir la citada carta en las obras completas de Bentham, Bowring concluía que, de todos los representantes sudamericanos que había contactado Bentham, Rivadavia era el que mayor consideración le merecía21. Hubo otras reformas dispuestas por el gobierno de Buenos Aires, promovidas muchas de ellas por Rivadavia, que podrían sugerir la presencia de una impronta utilitarista, como ser las que se llevaron a cabo en la esfera eclesiástica y en la educación. También se ve esta influencia en los visibles esfuerzos realizados por miembros del gobierno y algunos publicistas ligados al mismo, por promover un mayor espacio para la difusión de las ideas y de la cultura en general. En este sentido, la introducción de la Ley de Prensa, dictada por el gobierno de Buenos Aires en 1822, dio lugar a la aparición de un mayor número de diarios y publicaciones, que reflejaba un afán por ampliar el espectro de la opinión pública22. De la ilusión al desencanto Hacia el año 1827 debían quedarle pocas esperanzas a Bentham de que tanto Bolívar como Rivadavia pudieran hacer perdurar los principios utilitaristas en sus países. Como ya se ha mencionado, Bolívar, asediado por las dificultades políticas y las disputas internas, reafirmaba sus poderes a costa de un notorio debilitamiento del poder legislativo y, a su vez, restringía cada vez más la libertad de prensa. Para rematar su cada vez más apreciable rechazo a pautas benthamianas básicas, Bolívar procedió por decreto de marzo de 1828 a ordenar la prohibición de la enseñanza de los tratados sobre legislación de Bentham en las universidades de Colombia. Estas actitudes de Bolívar, llevaron a Bentham a sostener que: His [Bolivar] despotism cannot tolerate the greatest-happiness principle. He must put the judge out of the way before whose tribunal he trembles –and unhappily he has power to do so. Bonaparte was in the same state of mind23. Las relaciones con el político argentino también se irían resquebrajando. Al poco tiempo de enterarse que Rivadavia había visitado Londres en 1825 sin ponerse en contacto con él, Bentham le escribía justamente a Bolívar para referirse a Rivadavia en términos críticos, especialmente referidos a su personalidad. De todas maneras aconsejaba al libertador venezolano que se mantuviera informado sobre los acontecimientos políticos que estaban ocurriendo en Argentina: As to Rivadavia, though there is something in his disposition that does not chime with the sociableness of mine, yet from what I have seen of him, added to what everybody knows of him, I cannot but believe that if your agents, whoever they are, are qualified to make the observation, your commonwealths might derive considerable information by their noting and reporting to you what is going forward there [in Buenos Aires]24.

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Es probable que el filósofo inglés no estuviera al tanto del fuerte desprecio mutuo que existía entre Rivadavia y Bolívar. Tales sentimientos habían alarmado al cónsul inglés en Buenos Aires, Woodbine Parish, a tal punto que éste le comunicó al ministro de relaciones exteriores de su país, George Canning, el enorme disgusto que le produjeron ciertas insinuaciones hechas por Rivadavia acerca de la tendencia despótica de las políticas adoptadas por Bolívar25. Por otro lado, durante su efímera y traumática gestión como presidente argentino, Rivadavia no reestablecería su contacto con Bentham. Asimismo, ante el advenimiento del romanticismo en América Latina, las ideas ligadas a Bentham y al utilitarismo se irían diluyendo de manera cada vez más visible. Notas El más conocido trabajo sobre este tema es el de Miriam Williford, Jeremy Bentham on Spanish America: an account of his letters and proposals to the New World, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1980. 2 Ibidem, p.14 3 Sobre este tema, véase Philip Schofield (ed.), Colonies, Commerce and Constitutional Law: Rid Yourselves of Ultramaria and other writings for Spain and Spanish America, Oxford, Clarendon Press, 1995. También vale la pena mencionar con respecto a este tema los trabajos de M. Williford, op. cit.; Jonathan Harris, “An English Utilitarian looks at Spanish-American Independence: Jeremy Bentham’s Rid Yourselves of Ultramaria”, en The Americas, vol. 52, n. 3, octubre de 1996; Carlos Rodríguez Braun, La Cuestión Colonial y la Economía Clásica. De Adam Smith y Jeremy Bentham a Karl Marx, Madrid, Alianza Editorial, 1989. 4 John Dinwiddy, Bentham, Oxford, Oxford University Press, 1989, p. 12. 5 Arthur Burns and Joanna Innes (eds.), Rethinking the age of reform. Britain 1780-1850, Cambridge, Cambridge University Press, 2003. 6 J. Dinwiddy, op. cit., p. 81. 7 David Miller (ed.), The Blackwell Encyclopaedia of Political Thought, Oxford, Basil Blackwell, pp. 37-40. 8 Los mencionados artículos aparecieron con los títulos de “Emancipation of Spanish America”, publicado en enero de 1809, y “Molina’s account of Chile”, publicado en julio de 1809; véase John Alberich, “English attitudes towards the Hispanic World in the time of Bello as reflected by the Edinburgh and Quarterly Review”, en John Lynch (ed.), Andrés Bello. The London Years, Richmond, The Richmond Publishing Co., 1982, pp. 67-81. James Mill había escrito anteriormente un texto crítico, bajo el seudónimo “William Burke”, sobre el rol del gobierno británico durante las fracasadas invasiones al Río de la Plata en 1806-1807 titulado “Additional Reasons for our Immediately Emancipating Spanish America”. Acerca de este tema, véase Mario Rodríguez, “William Burke” and Francisco Miranda: The Word and the Deed in Spanish America’s Emancipation, Lanham, University Press of America, 1994. 9 Para este tema, véase el artículo de Beatríz Dávilo, “De los derechos a la utilidad. El discurso político en el Río de la Plata durante la década revolucionaria”, en Prismas, Revista de historia intelectual, n. 7, 2003, pp.73-98. 10 J. Dinwiddy, “Bentham and the Early Nineteenth Century”, en Id., Radicalism and Reform in Britain 1780-1850, London, The Hambledon Press, 1992, p. 294. 11 La correspondencia de Bentham con Rivadavia y Bolívar se llevó a cabo entre los años 1818 y 1827. La misma puede encontrarse en Londres, en los archivos del University College y de la British Library. 12 M. Williford, op. cit., pp. 23-24. 13 “He dado tributo de mi entusiasmo al Sr Bentham y espero que el Sr Bentham me adopte como uno de sus discípulos ya que al haber1

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me iniciado en sus doctrinas, he defendido la libertad hasta que se ha transformado en la regla soberana de Colombia”, Ibidem, p.117. 14 Un diverso grupo de historiadores parecen estar de acuerdo con esta aseveración, tales los casos de: Elie Halévy, quien ha mencionado la influencia de las ideas de Bentham sobre Rivadavia en su obra célebre The Growth of Philosophic Radicalism, London, Faber and Faber, 1928, p. 297. También Ricardo Piccirilli, Rivadavia y su Tiempo, Buenos Aires, Peuser, 1993, vol. 2, pp. 319-322. Más recientemente aparecen los ya citados trabajos de M. Williford, op. cit, p.20; J. Dinwiddy, op. cit.; y Klaus Gallo, “Jeremy Bentham y la Feliz Experiencia. Presencia del utilitarismo en Buenos Aires 1821-1824”, en Prismas. Revista de Historia Intelectual, n. 6, 2002, pp. 79-96. Una visión más escéptica acerca de esta supuesta influencia puede hallarse en el artículo de Jonathan Harris, “Bernardino Rivadavia and Benthamite discipleship”, en Latin American Research Review, vol.33, n.1, 1998, pp. 129-149. 15 J. Bentham a B. Rivadavia, 9 de marzo y 30 de abril de 1820. Carta reproducida en J. Bowring, The Works of Jeremy Bentham, vol. X, pp. 513-514; y en Pedro Schwartz, The Foreign Correspondence of Jeremy Bentham, Madrid, edición personal del autor, 1979, pp. 137-138. 16 J. Bentham a B. Rivadavia, 3 de octubre de 1818, citado y traducido al español en R. Piccirilli, op. cit., vol. 2, pp. 431-436. 17 J. Dinwiddy, op. cit., p. 7. 18 “Mi panóptico hubiera contenido a 2000 prisioneros, todos ellos a la vista de un hombre en todo momento. ¡Con la ayuda de maquinaria proveniente de Inglaterra piense en los beneficios que podría extraer de aquella cantidad de manos, ninguno de las cuales debiera necesitar ni un bocado de pan hasta que la empresa fuera completada! Un Agente Comercial para ese propósito como para cualquier otro que pueda permitirse una promesa de utilidad para el género humano. Bowring sería el hombre, de todos los hombres que conocí, o que podría desear conocer”; J. Bentham a B. Rivadavia, 9 de marzo y 30 de abril de 1820. Carta reproducida en J. Bowring, op. cit, vol. X, pp. 513-514; y en P. Schwartz, op. cit., pp. 137-138. 19 Acerca de este tema, véase Fernando Aliata, La ciudad regular. Arquitectura, programas e instituciones en el Buenos Aires posrevolucionario, 1821-1835, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2006. 20 J. Bentham a la Asamblea Legislativa de Grecia, 21 de setiembre de 1824; publicado en J. Bowring, op. cit., vol. IV, pp. 584-585. 21 Ibidem, p. 500. 22 Acerca de esta cuestión puntual, son muy sugerentes los trabajos de Jorge Myers, “La Cultura Literaria del Período Rivadaviano: Saber Ilustrado y Discurso Republicano”, publicado en F. Aliata y María Lía Munillla Lacasa (eds.), Carlo Zucchi y el neoclacisicismo en el Río de la Plata, Buenos Aires, EUDEBA-Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires, 1998, pp. 131-148; y J. Myers, “Las paradojas de la Opinión. El discurso político rivadaviano y sus dos polos: el ‘gobierno de las luces’ y ‘la opinión pública, reina del mundo’”, en Hilda Sábato y Alberto Lettieri (comp.), La Vida Política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003, pp.75-96. 23 “Su [Bolívar] despotismo no puede tolerar el principio del mayor bienestar. Debe sacar del medio al juez que tiembla ante su tribunal –y por desgracia tiene el poder de lograrlo. Bonaparte era de la misma idea”, en M. Williford, op. cit, p. 133. 24 “En lo que concierne a Rivadavia, aunque hay algo en su disposición que no concuerda con mi sociabilidad, por lo que he visto de él, sumado a lo que todos saben de él, no puedo más que creer que si sus agentes, quienes quiera que sean, están calificados para su tarea, sus dominios podrán obtener valiosa información a través de las notas y reportes que éstos le hagan llegar sobre lo que ocurre allí”. Carta de J. Bentham a S. Bolívar, 13 de agosto de 1825, University College London, Box XII. 25 Klaus Gallo, Bernardino Rivadavia. El primer presidente argentino, Buenos Aires, Edhasa, 2012, p. 143.


Utopía, sustento económico y libertad Christian Cao

Sociedad, necesidades económicas y conflicto La noción de sociedad posee un tamiz polisémico. En su acepción política se la asimila a la comunidad política, relacionada en la convivencia de las personas y su acción recíproca para su subsistencia y reproducción colectiva. Sucede que la persona individual vive en sociedad, de ahí su carácter gregario. Por lo tanto, no hay individuos sin sociedad, ni sociedad sin individuos. Hay vivencia del hombre y convivencia social, existencia del sujeto y coexistencia social. Lo individual se interrelaciona con lo colectivo. A lo largo de su desarrollo histórico, esa sociedad en términos po-

líticos ha buscado alguna forma de organización entre sus miembros. Para este trabajo, no reviste gran importancia identificar el punto de partida de las formas organizativas sociales complejas. Sí, en cambio, interesa señalar sus diferentes manifestaciones consolidadas en un modelo actual: el estado nación. Las relaciones de convivencia y solidaridad recíproca han orientado al colectivo hacia la subsistencia y reproducción, expresadas de múltiples maneras: horda, clan, tribu, familia, aldea, ciudad-estado y, en la actualidad, el estado nación como forma organizativa. Sobre esto, cabe identificar a los procesos de integración regional como formas complejas que proyectan –hacia el futuro– una nue-


Los tratados de paz de Osnabrück y Münster del año 1648 (Paz de Westfalia) dieron lugar a un nuevo orden basado en la integridad territorial y la soberanía de los estados (por sobre la cosmovisión feudal). Así, con la formación de los estados centralizados -o estados nación-, los poderes dispersos quedaron unificados bajo su preeminencia, caracterizando así su nueva cualidad: la soberanía del estado va forma de sociedad políticamente organizada, la cual –al menos por el momento y en el corto plazo– no pone en crisis la existencia del estado. En todas aquellas tipologías organizativas, y en especial en el estado nación, las necesidades individuales y las necesidades sociales fueron y son disputadas en la arena de la política. Allí el poder y la decisión pública tienen la última palabra, en su expresión monopólica de aquella entidad, como lo expresó Max Weber1. Por supuesto que no va transcurrir mucho tiempo para que en el seno de la sociedad organizada surja la idea de conflicto. Obviamente, el estado nación no es excepción a esta afirmación. El conflicto es, en la idea de Gianfranco Pasquino, “una forma de interacción entre individuos, grupos, organizaciones y colectividades que implica enfrentamientos por el acceso a recursos escasos y su distribución”2. Nótese que el control y administración de los recursos escasos, cualquiera sean ellos, es el elemento central del término. Estos conflictos muchas veces derivan en antagonismo políticos, elemento base de la política, según Maurice Duverger3. De todas las posibles variantes de conflictos me detendré en aquel que reviste característica económica. Prescindiré de aquellos de naturaleza étnica, cultural, histórica, entre otros. Dentro de él, prescindiré también de la dimensión colectiva, ligada a la lucha de clases, la estructura de la producción y la propiedad de sus factores, materializada en el pensamiento de Karl Marx4. En principio, abordaré así la dimensión individual de los conflictos económicos que pugnan en el seno de una sociedad políticamente organizada que posee el control monopólico de la autoridad en un territorio determinado. Luego, articularé ese concepto con la visión y representación ideal y real de un escenario concreto, para ofrecer, finalmente, una respuesta desde el derecho, como herramienta –útil o inútil, según el usuario- para la solución de tales conflictos.

vez incorpóreo. Es una rara paradoja, pero que se diferencia de una visión ideal o utópica de un modelo de organización social. Retomaré esta línea de razonamiento más adelante. Luego, las nociones de “poder” y “relaciones de autoridad” que necesariamente rodean esa figura participan o influyen en aquella conceptualización que, a la luz de la justicia como valor orientador del derecho, está llamada a restringir los antagonismos ya mencionados por Maurice Duverger: opresión –o conflicto– e integración social5. De hecho, simultáneamente con el desarrollo y agotamiento de las teorías sistémicas que buscaban explicar la política –y consecuentemente el estado–, se produjo el surgimiento de las teorías económicas de la política6. Aún así, la interrelación de algunos de estos factores colabora en aproximar algunas definiciones. Por ejemplo, desde la literatura clásica española, Adolfo Posada explicaba que:

Sociedad y estado. La canalización del conflicto

Todas estas transformaciones se adecuaron a las necesidades sociales, pero en modo alguno consolidaron soluciones definitivas a las hipótesis de conflicto que en párrafos anteriores apunté. En relación a la dimensión jurídica, el estado es –o crea– un orden jurídico y por ende se convierte –y legitima, como lo expresó Hans Kelsen– así en un “estado de derecho”9. El autor proponía que:

El concepto de “estado” ha sido definido a partir de distintos presupuestos, o considerando algunos de sus elementos caracterizadores. También se ha definido a partir de la evaluación de sus manifestaciones, recursos y finalidades. En esta senda, a la organización estatal se la ha conceptualizado como una creación natural –ius naturalis–, artificial o voluntaria de las personas –contrato social. También como una relación de hechos o de dominación, un concepto jurídico, una unidad de acción, una organización o entidad que reclama ciertos atributos, principalmente el monopolio de la coerción en un territorio limitado. En concreto, no se observa una tesis unívoca para explicar al estado como institución, y se afirma que difícilmente el término encuentre tal consenso debido a su íntima –y no menos problemática– relación con la sociedad agrupada. En todos los casos, busca explicar algo real y concreto, pero a la

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En efecto, el Estado en el concepto se revela implicando el fin; para determinar su origen, el fin que cumple se ofrece como su justificación, y en cuanto a la determinación de sus elementos componentes, ya se ha visto que es necesario atender a la acción que ejerce el Estado para ver de qué suerte comprende, en su esfera propia, la tierra y el hombre7. Se debe señalar que el estado ha experimentado múltiples transformaciones a lo largo del tiempo. Su historicidad –sin importar cuantías– implica, siguiendo a Germán Bidart Campos, que: […] las distintas formas con que la estructura política se ha realizado singularmente en el tiempo y en el espacio son expresiones positivas, diferentes y variables, de los valores que en cada situación particular, hacen ingresar los hombres en la comunidad8.

En tanto que no haya orden jurídico superior al Estado, éste representa el orden o la comunidad jurídica suprema y soberana. Su validez territorial y material es, sin duda, limitada, puesto que no se extiende sino a un territorio determinado y a ciertas relaciones humanas, pero no hay un orden superior a él que le impida extender su validez a otros territorios o a otras relaciones humanas10. Concretamente, el estado es una ordenación de la conducta humana y puede ser pensado como una autoridad que se halla por encima de


los hombres sólo en tanto que sea un orden u ordenación que obliga a los hombres a un comportamiento determinado; sólo en tanto que sea un sistema de normas reguladoras de la conducta humana11. Norberto Bobbio formula una observación al monopolio del derecho por parte del estado y sus consecuencias, ya que ello […] no es sino un episodio histórico de aplastamiento por parte de la sociedad política territorial (nacional) de las otras infinitas sociedades, sean funcionales (como las sociedades profesionales, con fines económicos, religiosos, etc.), sean suprafuncionales (como la sociedad internacional); o mejor, es el proceso a través del cual se ha realizado gradualmente en la época moderna la subordinación de la religión, de la economía, de la cultura, a la política (subordinación que encuentra su punto límite en el Estado totalitario que representa, por expresarlo con una fórmula, la reducción radical de la vida humana a política)12. Gustavo Gozzi, en la línea del autor citado, de Nicola Matteucci y de Gianfranco Pasquino, sistematiza la estructura del estado de derecho a partir de, a su vez, cuatro subestructuras del sistema jurídico: a) una estructura formal, o la garantía de los derechos fundamentales de la ley aplicada por jueces independientes; b) una estructura material del sistema jurídico, o el derecho de propiedad privada y la libre competencia en el mercado; c) una estructura social, o la cuestión social y los derechos de la clase trabajadora; d) una estructura política, o la separación y distribución del poder13. Para esa posición, el estado de derecho implicaría entonces –y principalmente– la eliminación de la arbitrariedad en el ámbito de la actividad estatal, y dentro de ello el manejo de la intervención en los conflictos sociales, sean individuales o colectivos, dentro de su organización política. A partir de su consolidación, la ley –como expresión de la voluntad popular–, será el instrumento de gobierno por excelencia que redefine las instituciones públicas avanzando sostenidamente sobre los límites del absolutismo, principalmente encarnado en las monarquías europeas14. La eliminación de toda arbitrariedad estatal implica la renuncia a todo modelo idealizado, por más perfecto que pueda ser imaginado. Es el precio a pagar a cambio de las libertades a disfrutar y que ha sido materia de estudio por los críticos de los modelos opresivos desde todo género literario. George Orwell, en su sátira, lo ha graficado con gran lucidez15. Esa interdicción a la arbitrariedad del estado resulta de vital importancia para la canalización de los conflictos sociales en el seno de la sociedad políticamente organizada, ya que su resolución –o al menos su intento– se dará en el marco de la norma jurídica y no de la mera potestad de la autoridad. La relación entre estado y derecho fue recogida también por Hermann Heller quien afirmó que la relación entre los conceptos no consiste en una unidad indiferenciada ni en una irreductible oposición. Por el contrario, esa relación debe ser estimada como dialéctica, es decir como relación necesaria de las esferas separadas y admisión de cada polo en su opuesto16.

En fin, la vinculación entre la sociedad civil, el estado y la canalización de los conflictos reales repercute en el despliegue de los factores de poder. Y es en esas circunstancias en donde el derecho participa, como se explicará más adelante, a los fines de garantizar el valor que persigue: la justicia. Estado de derecho y estado constitucional de derecho. Dos modelos reales de convivencia social y de solución de los conflictos17 La consolidación de la soberanía. Del absolutismo al estado legislativo de derecho Reflexionar sobre la soberanía implica indagar necesariamente acerca del concepto de poder. La soberanía absoluta es una cualidad del poder, y debe tener, para ser así, la característica de ser supremo, máximo, irresistible, sin que pueda reconocer otro poder igual o superior. A los efectos expositivos resulta útil efectuar una comparación: entre dos o más poderes con pretensiones o vocaciones concurrentes y que confrontan en un mismo territorio o sobre cierto grupo de personas, ¿cuál es el que finalmente prevalece? La superioridad de un poder por sobre el resto da cuenta de la noción de soberanía del estado por sobre otros poderes que pueden subyacer. A lo largo de la segunda parte de la Edad Media (Baja Edad Media: siglos XI a XV), con su pluralismo de poderes, se sentaron las bases para el desarrollo de concepto de soberanía. En el período histórico dominado por el absolutismo, el poder público organizado en unidades nacionales era caracterizado como soberano. En el Ancien Régime la idea de estado estaba en forma inescindible ligada al gobernante o soberano (en el sentido de la persona que ejerce el poder supremo). Al menos en Occidente, el poder de la Iglesia (ideológico-religioso) y el surgimiento y crecimiento de la burguesía (poder económico) fueron factores que por momentos disputaron el monopolio del poder del soberano o señor feudal, según el caso. Ellos fueron acompañados por un dinamismo económico y tecnológico (el comercio de larga distancia y el desarrollo de las herramientas productivas), la creación de universidades18, y la expansión geográfica en razón del conocimiento cartular. Así, “las largas disputas entre el poder político del Estado y el poder religioso del Papa acusan la rivalidad entre reyes y emperadores frente al Pontífice: cada parte reivindica y defiende ante la otra las competencias que cree le son propias”19. De esta manera se observa una rivalidad, ofensiva o defensiva, para desligarse, mutuamente, de toda subordinación. De las pugnas entre los diferentes poderes de la estructura política medieval –la Iglesia20, las entidades imperiales, los reyes, los señores feudales-, surgió el estado moderno y la idea de soberanía interna y externa21. Los tratados de paz de Osnabrück y Münster del año 1648 (Paz de Westfalia) dieron lugar a un nuevo orden basado en la integridad territorial y la soberanía de los estados (por sobre la cosmovisión feudal). Así, con la formación de los estados centralizados –o estados nación–, los poderes dispersos quedaron unificados bajo su

La eliminación de toda arbitrariedad estatal implica la renuncia a todo modelo idealizado, por más perfecto que pueda ser imaginado. Es el precio a pagar a cambio de las libertades a disfrutar y que ha sido materia de estudio por los críticos de los modelos opresivos desde todo género literario. Puente@Europa 21


preeminencia, caracterizando su nueva cualidad: la soberanía del estado. De esta manera, el poder soberano de los estados se erigió por sobre los otros poderes coyunturales y no reconoció a otro factor por encima suyo22. Es así que algunos autores definen la soberanía desde su faz negativa: el poder estatal (ya que sin estado, no es posible referir a su poder soberano) y su no-dependencia respecto a ningún otro poder. Que el poder –el actuar del estado– se encuentre limitado o acotado legal o constitucionalmente no afecta al concepto de soberanía. Esto es así ya que el poder estatal continúa, en las concepciones negativas, no-reconociendo otro que lo supere, sin perjuicio de los mayores o menores límites o marcos legales/constitucionales que aquél encuentre. Germán Bidart Campos clarifica la cuestión afirmando: Tenemos pues, un Estado con un poder que no admite a otro poder por encima de él, ni siquiera en concurrencia o paralelismo con él. No tiene dependencia ni sujeción. Está supra-ordenado respecto de los demás poderes en lo interno, es el poder más alto en un ámbito de competencias y en un espacio territorial. En lo externo, ese poder tampoco se somete al poder de otros Estado: es igual al de ellos. A ese poder le asignamos la cualidad de soberanía, porque la organización político-jurídica de tal Estado afirma su validez positiva por sí misma, y no deriva esa validez de otro orden positivo que esté por encima de él23. Desde el plano de las ideas políticas, Nicolás Maquiavelo alegaba en 1513, asociando íntimamente los conceptos soberanía-soberano que: Los Estados que se gobiernan mediante un príncipe y sus servidores ven en aquél una mayor autoridad; porque en toda la provincia nadie exista que sea superior a él; y si obedecen en algún momento a otra persona, lo hacen por ser su ministro u oficial y no le guardan particular estima24. El autor florentino, junto a Jean Bodin25 y Thomas Hobbes26 ofrecieron las bases teóricas del absolutismo político. No sólo el soberano absoluto de Hobbes –en este caso personalizado en un titular–, sino también el Parlamento, dotado de un poder despótico, en la visión de William Blackstone, y finalmente el poder inalienable del pueblo en Jean-Jacques Rousseau, conducen a un similar orden de pensamientos. John Locke introdujo las prerrogativas de la propiedad aunque desde la visión del derecho natural (iusnaturalismo), rígido, a-histórico, distinto del “estado civil”27. Para Rousseau la soberanía es el ejercicio de la voluntad general, inalienable, inajenable e indivisible. Entendía que: […] el Soberano, que no es sino un mero ser colectivo, solo puede ser representado por el mismo. [El poder soberano encuentra límites ya que] el Soberano por su parte no puede imponer a los súbditos ningún yugo inútil a la comunidad, ni puede tampoco quererlo hacer, porque bajo la ley de la razón, como bajo la de naturaleza, nada se hace sin causa28. El poder absoluto estaba ligado a la búsqueda del gobernante de la

felicidad del pueblo, aunque solo en pocos casos eso pareció ocurrir. En lo referido a la dimensión interna de los estados, la demanda de garantías jurídicas por parte de sectores de la sociedad civil determinó el establecimiento de un conjunto de reglas jurídicas que transformaron el poder absoluto en un poder reglado. Naturalmente una de las primeras reivindicaciones refirió al resguardo de valores económicos, en concreto a la tutela de la propiedad privada, en razón de la participación política de la burguesía en la imposición de tributos y sus consecuentes garantías impositivas. No taxation without representation –es decir, prohibición de imposición tributaria sin la correspondiente representación política– ha sido una garantía otorgada embrionariamente a los nobles en Inglaterra de 1215 (Carta Magna) y posteriormente recogida en la Declaración de Derechos de 1689 (Bill of Rights) en resguardo justamente de la propiedad privada. El derecho de propiedad privada fue dando así sus primeros pasos como reconocimiento de un bien jurídicamente protegido, con sus características de individualidad, exclusividad, perpetuidad y cosmovisión absoluto. Debe señalarse que la propiedad privada implica, en la mayoría de las conceptualizaciones, la exclusividad individual para el uso y disfrute de su objeto por parte de su propietario, amén de la función social que tal propiedad pudiera cumplir. Estas garantías junto a las que fueron siendo reconocidas y plasmadas en normas –diferentes de las reglas naturales, morales o incluso religiosas– fundamentan la legitimidad estatal, en cuanto garante de los contratos por medio de los cuales los propietarios se apoderan de los bienes (tierra u otro) y los mantienen es su posesión, y poseen la obligatoriedad, a decir de Georg Jellinek, como nota necesaria y característica del derecho29. Cierra así el vínculo entre poder, derecho y estado, asociándolos –como lo hace Maurice Duverger– ya que el segundo influencia al primero por cuanto lo instrumenta (lo organiza, la institucionaliza y lo expresa) y a su vez lo limita (principios estables frente a la arbitrariedad)30. En este sentido, Santi Romano, incluso desde sus posiciones, afirma que “se puede llegar perfectamente al concepto de derecho sin recurrir al de Estado. No es posible, por el contrario, definir el Estado sin recurrir al concepto de derecho”31. De esta manera, la tenencia y apropiación de valores económicos (bienes patrimoniales) comenzaron a buscar resguardo jurídico frente a la soberanía del poder del estado, y encontraron en la norma jurídica su consagración y garantía de intangibilidad. Esta misma apropiación y legitimación jurídica de valores económicos será uno de los principales desencadenantes de los conflictos sociales –insisto, colectivos e individuales– que se dieron en el marco de las sociedades políticamente organizadas, como más adelante será expuesto. El surgimiento del derecho y la garantía de la norma en relación a los intercambios económicos. El imperio de la ley y la interdicción de la arbitrariedad Como lo he expuesto anteriormente, la consolidación del estado de derecho –o estado liberal de derecho– implica fundamentalmente la

Particularmente su carácter constitucional [del estado de derecho] determina que el ejercicio del poder se encuentra ordenado por una norma jurídica que se ubica alejada de las mayorías políticas circunstanciales de los poderes constituidos, de los cuales emanan el resto de las normas que componen dicho ordenamiento. 22 Puente@Europa


La utopía prescinde del conflicto, ya que despliega el pensamiento alrededor de una sociedad justa y equitativa preconstituida. Sin embargo, el conflicto es inherente a la sociedad, por lo cual ningún análisis político-sociológico para la proyección de una sociedad justa debe prescindir de él. interdicción de la arbitrariedad en el ámbito de la actividad estatal a partir del principio de reserva de ley. Proyectado en la dimensión tiempo, esa fuente de derecho –entendida como un sistema de leyes– emanada por los órganos deliberantes (por excelencia, el Parlamento o Congreso) es susceptible de mecanizar o evidenciar modificaciones, transformaciones e incluso contradicciones intrínsecas. En ese esquema, y más allá de las reglas y criterios interpretativos, toda norma jurídica –ley– es susceptible de ser modificada por otra posterior emanada por el mismo órgano legislativo (paralelismo de las competencias) ya que en principio, ninguna puede enfrentar a la voluntad popular. En esa soberanía del pueblo se apoya, para quienes así lo sostienen, el criterio democrático más estricto garantizando decisiones justas. Sin embargo, la dinámica del estado legislativo de derecho ha dado muestras de despotismo colegiado. Bertrand de Jouvenel lo destaca con aguda perspicacia: En el Siglo XIX es cierto en general que la separación, necesariamente provisional, entre el ejecutivo y el legislativo, y sobre todo las concepciones individualistas reinantes por doquier, preservaban contra las posibles consecuencias de una concepción monstruosa del poder legislativo. Lo cierto es que las declaraciones de derechos han representado el papel de un derecho colocado por encima de la ley. Por eso, el autor entiende que: […] para asegurar de manera efectiva la supremacía del derecho, lo primero que hay que hacer es formular expresamente las reglas supremas, instituir luego una autoridad concreta y confrontar las leyes con el derecho, rechazando las que no encajen en él. Citando el caso Marshall de 1803, explica que mediante el sistema de constitucionalidad (constitutional review), los americanos han encontrado el baluarte de su libertad o el dique contra las intromisiones del poder. Prosigue afirmando que “ella (la Constitución) ha sido la que ha impedido que las pasiones, a cuyo juego la constitución democrática entregaba el poder legislativo, usaran este poder contra tal o cual categoría de ciudadanos”32. Pero no en todas las latitudes el avance hacia un estado constitucional ha sido pacífico o poco traumático, ni mucho menos similar. Eduardo García de Enterría explica que la idea de supremacía constitucional sobre las leyes fue arrumbada en Francia por la potenciación del principio “voluntad general” en el legislador (lo que se ha llamado el jacobinismo), de modo que, hasta 1958 –o mejor dicho 1971, conforme a la jurisprudencia del Conseil Constitutionnel– no llegó a admitirse el control de constitucionalidad de las leyes, que encontró en Estados Unidos un cauce normal desde el origen33. Independientemente de los tiempos tomados por cada proceso constitucional histórico, se debe afirmar que el estado constitucional es, primeramente, un estado de derecho. En este último, el mandato

de la norma impera por sobre la voluntad o el poder de los gobernantes diferenciándolo de las múltiples variantes absolutistas. Particularmente su carácter constitucional determina que el ejercicio del poder se encuentra ordenado por una norma jurídica que se ubica alejada de las mayorías políticas circunstanciales de los poderes constituidos, de los cuales emanan el resto de las normas que componen dicho ordenamiento. En el plano del derecho, ese ordenamiento supremo se encuentra conformado originariamente y generalmente plasmado en una norma jurídica denominada Constitución. Es decir, su validez positiva no deriva de ningún otro ordenamiento anterior, aunque en las posturas neo-constitucionalistas éticas o ideológicas pueda (o deba) estar conectado de alguna manera por el paradigma ético o moral (o relación entre el derecho que “es” y el que “debería ser”)34. Por todo esto la organización del estado y del gobierno es, en la conceptualización de Germán Bidart Campos, un derecho constitucional del poder35. Esa norma constitucional se erige plenamente operativa, pero a su vez como un ideal, una carta de consagración de valores en aras de construir una sociedad justa. En este sentido, los preámbulos constitucionales son la inspiración de ideales a alcanzar, como pauta de interpretación al momento de aplicar la norma jurídica en cada conflicto social. Utopía y sociedades ideales. La utopía económica Lo arriba expuesto grafica una forma de organizar políticamente la sociedad. Lo hace considerando también normas jurídicas cuya manipulación exceden el poder de los gobernantes coyunturales. También intenta explicar las pautas rectoras establecidas para solucionar –o al menos intentar solucionar– los conflictos intersubjetivos, en especial aquellos que revisten un aspecto económico. Como dejé entrever en párrafos anteriores, tales conflictos redundan en la apropiación de valores económicos, legitimados por el sistema jurídico que impone la misma organización jurídico-política. Este círculo –virtuoso o vicioso, según quien lo evalúe– constituye el modelo de estado de derecho contemporáneo. Este modelo vigente en la mayoría de las latitudes occidentales es criticado desde el estudio ideal de un modelo de sociedad organizada, en donde se busca alcanzar una entelequia indeterminada o tendencia real: la felicidad individual y colectiva, la justicia y la solidaridad. Sucede que utopía –o modelo utópico– se distingue de la realidad –o modelo real–, de la misma forma que David Hume o Hans Kelsen diferenciaban, con sus variantes, el “ser” del “deber ser”36. Ello es aplicable también en la metodología que el derecho intenta resolver en cuanto la distribución equitativa de los bienes y recursos escasos. La utopía jurídico-económica parte de la distribución equitativa de los bienes escasos, que se distingue de la realidad o status quo de cada sociedad, el cual puede ser más o menos justo o equitativo.

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Suele asignársele a Platón la primera idea de sociedad jurídicamente organizada utópica. Para el autor, el buen gobierno dependería de que cada grupo social cumpla con sus funciones, según el rumbo trazado por los más sabios, en aras del bien común37. Otros pensadores posteriores a la república platónica también plantearon sus diversas cosmovisiones de sociedades utópicas. Es que de alguna manera, la historia de las ideas políticas demuestra numerosos ejemplos de pensamientos direccionados –consciente o inconscientemente– a alcanzar el o los objetivos planteados, mediante transiciones paulatinas o revoluciones sociales. Resulta interesante, sin embargo, detenerse en el aporte que Tomás Moro efectuó a la visión utópica de la sociedad. Ello debido a que orienta su descripción a la cuestión económica, en la cual “no hay tal cosa llamada propiedad privada”38. La Utopía, un lugar, o mejor dicho un no-lugar (en razón de u-topos) es, en síntesis, un lugar feliz. De la misma forma que en la gran mayoría de los pensadores utópicos que orientaron su relato a la descripción política, la utopía económica pretende encontrar la felicidad referida a la asignación de recursos escasos como valor a perseguir. Nótese que felicidad no es igual al valor justicia. Evidentemente el desarrollo de esta diferencia ameritaría otro trabajo que excede el objetivo que oportunamente he planteado. Sin embargo, formulo aquí alguna observación alrededor de esta diferencia. Tomás Moro afirma que en la isla de Utopía la ambición por la extensión territorial está ausente, ya que no se toma a la tierra como propiedad. Allí, el tiempo de labor es rotativo, la jornada de trabajo es limitada por igual y las autoridades llevan el control del consumo. En fin: […] el objetivo principal de su economía es otorgar a cada persona tanto tiempo libre del trabajo físico fatigoso como lo permitan las necesidades de la comunidad; podrá así cultivar su mente, lo cual es considerado como el secreto de una vida feliz39. Algunos problemas para Tomás Moro, desde el constitucionalismo social, serían fácilmente formulados a la luz de ciertos interrogantes. Por ejemplo: ¿Debería trabajar la tierra “por igual” una persona joven y vigorosa que una mujer en período de lactancia, o un niño o niña? ¿Podría permitírsele trabajar un ciudadano de Utopía más que al resto, a los fines de “compensar” posteriormente su tiempo libre en otro período? ¿Qué sucedería en los tiempos de escasez imputados a factores externos, por ejemplo, climatológicos y de malas cosechas? ¿Estaría un ciudadano habilitado para desarrollar innovación tecnológica para sustituir su trabajo manual por el desplegado por una máquina? ¿Luego de dicho invento, quedaría la persona eximida de trabajar de por vida? De lo contrario, ¿cuál sería el incentivo que el sujeto tendría para dedicar un largo período de esfuerzos para la investigación aplicada? Dudo que la respuesta sea diferente a un modelo de economía dirigido por el estado en el cual no existan las libertades económicas. Esa ausencia de libertades económicas repercute en el menoscabo de derechos sociales, sin perjuicio de que su pauperización pueda llegar a manifestarse en condiciones de igualdad (o pseudo igualdad). Ello debido a que la ausencia de incentivos a las personas para la generación de recursos individuales tutelados por el derecho de la propiedad privada impedirá el financiamiento –por la vía de la imposición tributaria– de aquellos bienes jurídicos sociales o colectivos que deben ser garantizados por el estado, sea por imperio constitucional o por ideal utópico, según el caso. El sometimiento de la actividad económica a la Constitución ¿Cómo transformar la utopía en realidad? ¿Cómo proyectar la transición poética de un no-lugar a un lugar real y concreto? ¿Cómo orien-

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tar una sociedad hacia la justicia y el bienestar y a la vez garantizar libertades fundamentales? Es aquí en donde interviene el derecho como ordenamiento jurídico de las conductas sociales, o bien como conjunto de normas, principios, valores y conductas orientados hacia la búsqueda de la justicia. La utopía prescinde del conflicto, ya que despliega el pensamiento alrededor de una sociedad justa y equitativa preconstituida. Sin embargo, el conflicto es inherente a la sociedad, por lo cual ningún análisis político-sociológico para la proyección de una sociedad justa debe prescindir de él. Todo lo contrario. Ese diseño social debe brindar las herramientas necesarias para abordarlo, en base a reglas de conductas claras y estables a las cuales la sociedad en su conjunto debe ajustarse. En síntesis, la utopía describe una sociedad justa y equitativa. La realidad proyecta la búsqueda de esos mismos valores. Ninguna de las actividades y funciones de índole económicos pueden quedar al margen de su adecuación, si se pretende garantizar la supremacía de la Constitución y de los valores que prescribe, para la búsqueda del bienestar general. Notas 1

Max Weber, Economía y Sociedad, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1984 (ed. orig. 1922). 2 Gianfranco Pasquino, “Conflicto”, en Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y G. Pasquino, Diccionario de política, Madrid, Siglo XXI, 1998, tomo I, p. 298. 3 Maurice Duverger, Sociología política, Barcelona, Ediciones Ariel, 1970, p. 144. 4 Karl Marx, El Capital, México, Fondo de Cultura Económica, 1946 (ed. orig. 1867), en especial tomo I. Ver también, Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Madrid, Editorial Zero, 1971 (ed. orig. 1884). 5 M. Duverger, op. cit., p. 35. 6 Klause Offe, Contradicciones en el Estado de bienestar, México D.F., Alianza, 1988; y Jürgen Habermas, La lógica de las ciencias sociales, Madrid, Editorial Tecnos, 1990; e Id., Conocimiento e interés, Madrid, Editorial Taurus, 1982, por ejemplo. También, desde otras posiciones: Ludwing Von Mises, Crítica del intervencionismo, Madrid, Unión Editorial, 2001 (ed. orig. 1929); Fredrich Hayek, La fatal arrogancia. Los errores del socialismo, Madrid, Unión Editorial, 1990; y Robert Nozick, Anarquía, Estado y utopía, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1988, entre otros. 7 Adolfo Posada; Tratado de Derecho Político, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1915, tomo I, p. 9. 8 Germán Bidart Campos, La historicidad del hombre, del Derecho y del Estado, Buenos Aires, Editorial Manes, 1965, p. 122. 9 Hans Kelsen, Teoría pura del Derecho, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1987 (ed. orig. 1934), p. 188. 10 Ibidem, p. 190. 11 H. Kelsen, Compendio esquemático de una teoría general del Estado, Barcelona, Nuñez y Comp.,1926, pp. 27 y 29. 12 N. Bobbio, El tiempo de los derechos, Madrid, Editorial Sistema, 1991, p. 30. 13 Gustavo Gozzi, “Estado contemporáneo”, en N. Bobbio, N. Matteucci y G. Pasquino, op. cit., pp. 541 y 542. 14 Ampliar en Hipólito Orlandi (comp.), Las instituciones políticas de gobierno, Buenos Aires, Eudeba, 1998, volumen 1, pp. 61-88. 15 George Orwell, Rebelión en la granja, Madrid, Unión Editorial, 1999 (ed. orig. 1945). 16 Hermann Heller, Teoría del Estado, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1942, p. 209. 17 Ampliar en Christian Cao, Constitución socioeconómica y derechos fundamentales. Estudio comparado entre los casos de España y Argentina, Tesis doctoral – Servicio de Registro, Universidad Com-


plutense de Madrid, Madrid, 2013. En formato digital: http://cisne. sim.ucm.es/ 18 Las universidades de Bologna (1088), Oxford (1096), Cambridge (1209), Paris – La Sorbonne (1275), Salamanca (1218), Padova (1222), Napoli (1224), Coimbra (1308) y Alcalá de Henares (1293, refundada en 1499, actualmente Complutense de Madrid) suelen ser consideradas las primeras de la era cristiana en Occidente. 19 G. Bidart Campos, Lecciones elementales de política, Lima, Editorial Grijley, 2002, p. 234. 20 Los Estados Pontificios o Stati della Chiesa fueron un conjunto de territorios sometidos a la autoridad de la Iglesia Católica Romana que se mantuvieron, con variantes, hasta la unificación de Italia. Hoy el Estado del Vaticano es la unidad territorial soberana que se conserva vigente. 21 Segundo Linares Quintana, Derecho constitucional e instituciones políticas, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1981, Tomo I, p. 122. 22 Se debe destacar que esta afirmación aplica tanto en los estados absolutos como en los estados de derecho. 23 G. Bidart Campos, Lecciones elementales de política, cit., p. 240. 24 Nicolás Maquiavelo, El príncipe, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1984 (ed. orig. 1532), p. 52. 25 Jean Bodin; Seis libros sobre la república, Madrid, Editorial Tecnos, 1986 (ed. orig. 1576). 26 Thomas Hobbes, Leviatán, México D.F., Editorial Alianza, 2006 (ed. orig. 1651). 27 John Locke, Ensayo sobre el Gobierno Civil, Buenos Aires, Editorial Gradifco, 2005 (ed. orig. 1690); e Id., Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, Buenos Aires, Editorial Altaya, 1994 (ed. orig. 1690). 28 Jean-Jacques Rousseau, Del contrato social, Buenos Aires, Editorial La Ley, 2003 (ed. orig. 1762), pp. 21 y 23; Id., El origen de la

desigualdad entre los hombres, Buenos Aires, Ediciones Libertador, 2006 (ed. orig. 1755). 29 Georg Jellinek, Teoría general del Estado, Buenos Aires, Editorial Albatros, 1954 (ed. orig. 1905), p. 430. 30 M. Duverger, Instituciones políticas y derecho constitucional, Barcelona, Editorial Ariel, 1963, pp. 43-45. 31 Santi Romano, El ordenamiento jurídico, Madrid, Instituto de estudios políticos, 1963 (ed. orig. 1918), p. 233. 32 Bertrand De Jouvenel, Sobre el poder. Historia natural de su crecimiento, Madrid, Unión editorial, 1998 (ed. orig. 1945), pp. 402 y 407. Lo consignado entre corchetes es agregado. 33 Eduardo García de Enterría, La lengua de los derechos. La formación del derecho público europeo tras la Revolución Francesa, Madrid, Editorial Thomson Reuters, 2001, p. 94. 34 Ver, por ejemplo, la distinción de variantes del neo-constitucionalismo (teórico, ideológico y metodológico) que realiza Paolo Comanducci en “Formas de (neo) constitucionalismo: un análisis metateórico”, en Miguel Carbonell (ed.), Neoconstitucionalismo(s), Madrid, Editorial Trotta, 2003; y en Isonomía. Revista de Teoría y Filosofía del Derecho, n. 16, abril de 2002, pp. 90-112. 35 G. Bidart Campos, op. cit., tomo II, p. 8. Ver también, Id., El derecho constitucional del poder, Buenos Aires, Editorial Ediar, 1967. 36 H. Kelsen, op. cit.; y David Hume, Tratado de la naturaleza humana: Ensayo para introducir el método del razonamiento experimental en los asuntos morales, Alicante, Editorial Cervantes y Universidad de Alicante, 2007 (ed. orig. 1740). 37 Platón, La República, Buenos Aires, Eudeba, 2008 (orig. 380 a.c.). 38 Tomás Moro, Utopía, Buenos Aires, Editorial Losada, 2007 (ed. orig. 1515 y 1516, libros II y I de la obra, respectivamente), p. 110. 39 T. Moro; op. cit., p. 119.

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Europa como utopía y proyecto individual. El gentleman polaco José María Faraldo

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u tía le exigía siempre a Kazimierz Brandys que se comportara “como un europeo”: “Sé un europeo”, le decía constantemente. Eran los años treinta del siglo XX, en Varsovia, la tía visitaba regularmente a la familia del joven y se iba siempre tarde a casa. “Un europeo” era para la anciana dama judeopolaca, proveniente del oeste del imperio ruso, un hombre educado, un gentleman, alguien que la acompañaba a casa sin decir ni pío. Dado que el joven Kazimierz no siempre estaba de acuerdo en hacerle más agradable a la dama el camino a través de la ciudad vieja de Varsovia, ella se veía obligada a recordarle lo que él debía alcanzar a ser: “¡un europeo!”. Por eso –como contaba el escritor polaco a mitad de los años 1950–, la palabra “europeo” siempre tuvo para él un sabor de deber familiar: “Yo yacía bajo el peso de aquella tarea como un bárbaro bautizado a la fuerza y, creo que, al menos en ese aspecto, entonces era yo un europeo”1. Brandys cumplió con su deber y se convirtió en “europeo”. Mientras acompañaba a la anciana tía, podía hablar con ella de literatura. A la dama le gustaba contar cómo había descubierto el moderno teatro europeo en su ciudad provincial de Kalisz, las obras de Ibsen que allí había visto. Con estas conversaciones literarias había vencido el joven Brandys en sí mismo “a lo primitivo y salvaje, a favor de una Europa de la forma y el deber”. Según Brandys “la palabra ‘europeo’ era para nuestros padres sinónimo de humanidad”. Si alguien era altruista, era tachado con admiración de “un verdadero europeo”. “Pero si alguien te empujaba y olvidaba disculparse”, podía oír por el contrario: “Se comporta usted como un asiático”. Tras los duros años de la ocupación, de la guerra, tras los años del estalinismo y el comienzo de una nueva esperanza encontraba Brandys que “algo de la provincialidad de esos antiguos señores nos ha quedado, de esa gente que en su juventud habían descubierto a Ibsen en Kalisz y para las que Europa era la patria de los gentlemen”2. Tiempos de cambio Durante el llamado “deshielo” –el período de liberalización que siguió a la muerte de Stalin–, el semanario varsoviano Nowa Kultura (Nueva Cultura) comenzó a publicar las “Cartas a la señora Z.”, del entonces joven literato Kazimierz Brandys3. Estas cartas, que surgieron a partir de 1957 y que en parte se emitían, leídas por el propio autor, a través de la radio, significaban una ventana abierta a Europa para sus lectores. Brandys, escritor y comunista, y que con el tiempo se convirtió en disidente, describía en muchas de aquellas “Cartas”, en una forma humorística y algo escéptica, sus experiencias en Europa Occidental. Con el deshielo se había acabado la demonización de Occidente típica para el estalinismo o, al menos, se había relativizado lo su-

ficiente como para que fuera posible contemplar positivamente el concepto de “Europa”. De este modo se pudo desarrollar de nuevo la ligazón con la cultura europea que sentían muchos polacos. Modelos y formas culturales occidentales cruzaron las fronteras, fueron mostradas libremente y asimiladas, los modos de vida –sobre todo de la juventud– se acercaron a los de Occidente. El jazz primero y luego la música beat y rock, el cine y la moda de Occidente se convirtieron en experiencias cotidianas para los jóvenes ciudadanos polacos bien informados4. Sobre todo la canción italiana y francesa así como el cine del neorrealismo italiano ejercieron una importante influencia sobre las formas culturales de una Polonia todavía apenas salida del estalinismo. Las fotografías y los reportajes de las revistas ilustradas de política, cultura y cine así como los noticieros cinematográficos sembraban visualmente de nuevas imaginaciones de Europa las mentes de sus lectores5. Al mismo tiempo conseguían las producciones culturales polacas una cierta atención y primeros éxitos en Europa Occidental. En especial la llamada “escuela polaca de cine” recibía múltiples premios en muchos festivales. En 1957 se le concedía a “El canal” de Andrzej Wajda la Palma de Oro en Cannes, mientras que “El hombre en las vías” de Andrzej Munk ganaba el primer premio en Karlsbad6. Los carteles para tales películas se convirtieron muy pronto en muestras celebradas del mejor arte vanguardista y sus autores aceptados en Europa como grandes creadores gráficos7. Estos éxitos internacionales traían consigo un cierto orgullo colectivo que estaba en fuerte contraste con la triste realidad de la relativa pobreza polaca. Jerzy Stefan Stawiński, escritor y guionista (entre otros de los mencionados filmes “El canal” y “El hombre en las vías”) revela en sus recuerdos del momento cómo se sentía durante el primer viaje al extranjero que pudo hacer gracias al triunfo de la película de Wajda8. Comenzaba contando los edificios que hacían el orgullo de los varsovianos y describía los aislados rascacielos de la ciudad: “Lámparas de neón había como una docena y los autos privados se podían contar con los dedos”. Varsovia era “silenciosa, gris y vacía, por la noche oscura como una aldea”. En 1957 voló hacia París, “en el mundo del ruido, de los colores chillones, de los relampagueantes anuncios de neón, del desacostumbrado olor a café y viandas, de las masas multicolor en los bulevares, de la inagotable oferta de mercancías, de cascadas de autos que corrían rugiendo y rodeados de gases pestilentes. Una peste que para mí entonces me parecía el maravilloso perfume del progreso”. Este encuentro con Europa dejaría incluso huellas físicas: “Me zumbaba la cabeza, dolían los ojos, estaba completamente excitado y llevado de acá para allá”. Y como balance, una frase: “Me sentía como un bárbaro”9. También Kazimierz Brandys se quejaba: “Somos europeos sin inventario”. Es decir, los polacos eran “europeos” pero unos europeos que no tomaban parte en la riqueza ni en el diluvio de mercancías de Occidente. Europa era para Brandys como un libro, una

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“novela de muchos tomos” y en esa “novela-río europea” les correspondía a los polacos “la amarga corriente de la pobreza”10.

Estas irónicas reflexiones de dos escritores que vivían en un país comunista nos muestran una imagen de Europa como un mundo civilizatoriamente superior, que funcionaba como modelo. Se era europeo en tanto y cuando uno se comportara como un europeo. Se trataba de maneras, de formas de comportamiento, de “buena educación”, que se identificaban con un concepto geográfico-cultural. Las normas de urbanidad tienen por supuesto una larga historia11. La ligazón entre representaciones mentales de “ser europeo” y la forma en la que hay que comportarse en la “buena sociedad” es, sin embargo, más bien un producto del siglo XIX12. “Europa” había sido confundida durante mucho tiempo con “cristiandad” y “europeo” era un concepto más bien geográfico unido a la idea del continente como una comunidad de cristianos que luego, a través de la Ilustración y sobre todo con el imperialismo decimonónico, se transformó en la imagen de una parte del mundo mejor, más avanzada, superior. El desarrollo del imperialismo durante esa época así como las consecuencias demográficas y económicas de la revolución industrial fueron en parte motores del cambio, pero también lo fueron la lenta nacionalización de las sociedades y el crecimiento del sistema internacional de estados. De este modo se convirtió “el europeo” en lo contrario de “el bárbaro”. Y fue de este modo cómo para los europeos orientales un gentleman dejó de ser alguien de origen nobiliario que debía combinar un muy aristocrático “love of learning and the arts” con la concepción griega del gobierno “by cultured gentlemen”13. Ahora podía convertirse en gentleman también un plebeyo, si era capaz de tomar parte y aceptar los logros de la moderna civilización. El gentleman plebeyo mostraba a través de su comportamiento y sus formas que formaba parte de la larga tradición de los europeos blancos14. Era la imagen de una gran civilización que –implícita o explícitamente– se veía como superior frente a otros continentes y culturas. Curiosamente, el propio Kazimierz Brandys se preguntaba por qué el europeo no podía ser una lady. “Nunca nos aclaró la tía porqué de nosotros dos sólo yo debía ser el gentleman”. Tampoco la mayoría de los intelectuales polacos se hizo esa pregunta. Europa era una mujer, pero el europeo un hombre. De esta forma se fue construyendo en el sur y el este de Europa, a partir de la Ilustración, el concepto de “Europa” como un modelo de modernización. El sentimiento de estar “alejados” de Europa era en todos estos países la conciencia de un atraso económico y social.

estado polaco al menos desde el Renacimiento, de importancia capital. Un concepto de “Polonia” capaz de crear conciencia nacional surgió como combinación de la conciencia de la situación geopolítica con un sentimiento cargado de emoción de sentirse víctimas de la injusticia histórica. “Polonia” había sido tradicionalmente la “fortaleza de la cristiandad” contra los atacantes musulmanes15. Generaciones de cronistas y poetas habían alabado la disposición de los polacos para defender los márgenes orientales del Occidente polaco. Es incluso en este mismo contexto que, según Janusz Tazbir, se usó por primera vez la palabra “europeo” en un idioma vulgar –o sea, no en latín–: “la primera mención de los pueblos de Europa como ‘europianie’ [habitantes de Europa] apareció en un poema de Sebastian Klonowic del año 1597 en el que se acentuaba el peligro turco”16. A este estereotipo del polaco como defensor de la cristiandad y por ello europeo antes que nadie, se unió el de los polacos como amantes de la libertad, propensos a la rebelión y a ser víctimas heroicas de señores foráneos más poderosos, que surgió durante las luchas por la independencia en el siglo XIX17. Tomaba así forma la imagen del polaco como un distinguido y noble gentleman que quizá no fuera muy adecuado para el comercio, la economía o la vida burguesa, pero que sabía luchar con estilo y pasión18. Este estereotipo tenía dos características. En primer lugar, era una descripción tanto propia como ajena, es decir, la aceptaban los propios polacos además de los demás pueblos. Por otro lado, era parte de la “exotización” y “orientalización” de los polacos en una forma que recordaba a la de otros discursos orientalizantes como el de los españoles o los pueblos balcánicos19. De ahí que para los europeos se convirtiera ese aprecio por las buenas formas, que en Polonia tenían que ver con la modernización y con Europa, en una característica un poco cómica, pero simpática, del atraso. Esta ambivalencia supuso un problema para la auto-identificación de las élites polacas hasta nuestros tiempos. Según ello, el polaco era un gentleman que lo único que podía hacer contra los panzers de la Wehrmacht (fuerza de defensa alemana) era lanzar un ataque de caballería completamente suicida, lo que podía ser muy heroico, pero desde luego no era demasiado efectivo ni deseable20. También podía suceder que el espíritu rebelde de los polacos condujera repetidamente a la anarquía. Las discusiones de la intelligentsia polaca sobre la supuesta tendencia de los polacos hacia la anarquía han sido duraderas y profundas durante los últimos dos siglos21. Ese auto-estereotipo era aceptado también por los vecinos, lo que se convirtió en el lugar común alemán “economía polaca”, que se aplica a toda economía ruinosa, mal gestionada, pero que tiene su origen en los viajes de alemanes ilustrados por la Polonia-Lituania en decadencia22.

El polaco como gentleman

El eterno retorno a Europa

La construcción polaca del europeo como gentleman transcurrió en paralelo a la construcción del estereotipo del polaco como europeo en contraposición a los vecinos orientales. “Europa” es para la autoimagen de las élites polacas y para la construcción discursiva del

Kazimierz Brandys realizaba los ejercicios de memoria de sus cartas a la señora Z. en el contexto de uno de los periódicos regresos a Europa desde su país natal. Después de la muerte de Stalin, el “podrido” mundo occidental era accesible de nuevo y se lo podía utilizar

El europeo como modelo

Es incluso en este mismo contexto que, según Janusz Tazbir, se usó por primera vez la palabra “europeo” en un idioma vulgar –o sea, no en latín–: “la primera mención de los pueblos de Europa como ‘europianie’ [habitantes de Europa] apareció en un poema de Sebastian Klonowic del año 1597 en el que se acentuaba el peligro turco”. 28 Puente@Europa


En cualquier caso, la propaganda comunista convirtió a la Unión Soviética en la “guardiana de las mejores tradiciones de la civilización europea y del humanismo”, mientras que los comunistas intentaban “proteger a los europeos de la ola de estupidización que les llegaba desde el llamado Nuevo Mundo”. otra vez como medida para contrastar características autóctonas. Así, para Brandys fue un viaje a Italia lo que impulsó sus reflexiones sobre Europa. Para el ya citado Jerzy Stefan Stawiński son el ruido, los automóviles, las luces de neón e incluso los pechos de una stripperin en un cabaret de París quienes le llevan a reflexionar sobre Europa23. También para Paweł Hertz, otro escritor de la generación de Brandys, Europa se mostraba interesante. En noviembre de 1957, abría Hertz en un club literario de Varsovia, con una corta ponencia, una discusión acerca de la europeidad de la literatura polaca24. En su ponencia intentaba Hertz encontrar, gracias a la literatura, la respuesta a la pregunta de “si somos europeos o no”25. Él mismo contaba luego que entonces nadie entendió qué es lo que de verdad quería expresar. Se lo acusó de banalidad y en ello podemos ver también cómo su concepción de Europa tenía rasgos que no eran deseables por aquél entonces: uno de los críticos atacó “su tendencia a hablar siquiera de una cultura europea específica”. Para los comunistas, la cultura era universal y querer ver algo específicamente europeo en ella olía a “idealismo” –grave crimen político– o, aún peor, a buscar diferencias con respecto a la Unión Soviética… Estas acusaciones eran típicas para una concepción de Europa marcadamente estalinista como las que se habían formado en los primeros años de posguerra26. El sociólogo polaco Józef Chalasinski afirmaba ya en 1946, que los comunistas no tenían ningún interés en Europa porque “piensan en dimensiones técnicas y económicas y no contemplan a Europa como a un objeto autónomo”27. De alguna manera, sin embargo, las imaginaciones de Europa como un continente civilizatoriamente superior tenían también un peso para los comunistas. El posicionamiento anti-americano de las democracias populares iba unido a menudo con un análisis crítico cultural y ácidos ataques contra la “incultura americana”. Porque los americanos no eran sólo enemigos políticos, también en lo cultural resultaban unos bárbaros, que leían cómics y escuchaban jazz. Los cómics y el jazz, como luego el rocanrol se convirtieron en tiempos de Stalin en la encarnación de la incultura americana y fueron perseguidos y discriminados. Lo cual no impide que fuera justo con “el deshielo” cuando comenzaran los años dorados de la pop-cultura socialista polaca28. En cualquier caso, la propaganda comunista convirtió a la Unión Soviética en la “guardiana de las mejores tradiciones de la civilización europea y del humanismo”, mientras que los comunistas intentaban “proteger a los europeos de la ola de estupidización que les llegaba desde el llamado Nuevo Mundo”29. Y aunque existía una cierta simpatía por América entre la población polaca, la visión de los norteamericanos como un pueblo no precisamente muy civilizado, se convirtió –no sólo para los comunistas– en un estereotipo. Esto cambió parcialmente con el “deshielo”. Las relaciones culturales se acentuaron algo. Por ejemplo, el citado sociólogo de la cultura, Józef Chałasiński, viajó a los Estados Unidos en el año 1958 y regresó con un libro sobre “la formación de la cultura nacional en los Estados Unidos”. Chałasiński, que estaba cerca del Partido Agrario (uno de los partidos legales), investigaba en el libro las principales características de la cultura americana y analizaba cómo la nación americana había surgido “de la herencia europea”30. El libro –cuyas tesis fueron popularizadas en la época en sus clases en la

Universidad de Łódź– era una fundada investigación sobre el auge de Estados Unidos en diálogo con la decadencia de Europa. De hecho, el autor advertía sobre la “ideología del eurocentrismo”31. No es que estuviera en contra de la unidad europea, el tema le llevaba años interesando. Pero la posición eurocéntrica de muchos representantes del federalismo europeo la consideraba –precisamente después de la terrible guerra– como inconsecuente. Ya en un ensayo de 1949 sobre “los conceptos históricos de Europa” había advertido él –usando ladinamente una cita de Lenin– contra el exagerado orgullo de “Europa”32. Y además, para él, “tanto el pueblo ruso como el norteamericano son de origen europeo”33. Rusofobia y modernización También Maria Dąbrowska, la famosa dama de la literatura polaca que, como la tía de Kazimierz Brandys, procedía de Kalisz, regresó en aquellos tiempos física y espiritualmente a Europa. Sin embargo, para la anciana, que vivía en oposición interna a los comunistas, la entrada a Europa era a través de la confiada referencia al pasado de la monarquía dual de Austro-Hungría, el único estado que, en su opinión, “contenía las semillas de unos futuros Estados Unidos de Europa”34. Algo que, años después, muchos otros desde Milan Kundera hasta Yuri Andrujovich habrían de repetir. En las discusiones de los años ochenta en las que Mitteleuropa se oponía intelectualmente a Osteuropa, se dejaban traslucir los sentimientos de superioridad y de nostalgia, de redefinición de los conceptos de “civilización” y “barbarie” que se volvían geográficos. Las estaciones de tren de Europa Central, que eran todas similares, funcionaban como metáfora del paraíso perdido. El Apfelstrudel, un dulce que se podía encontrar desde Galitzia hasta Istria, tenía el sabor de un mundo intacto y lejano35. Por supuesto que esta tardía referencia a Europa Central significaba un viaje nostálgico que estaba también preñado de resentimientos anti-rusos36. Los “rusos” eran los culpables de la expulsión del paraíso. Y esto era así porque los rusos eran civilizatoriamente inferiores, habían destruido el espacio centroeuropeo, habían separado a las naciones “centroeuropeas” (¡jamás esteuropeas!) de la moderna y rica parte occidental del continente. Por citar a Gregor Thum cuando habla sobre la revisión de la historia en los estados post-socialistas: “Esto permitía sobre todo hacer responsable a Rusia por el fracasado experimento socialista y la sovietización de Europa Centro-oriental. El ‘regreso a Europa’ era a su vez el alejamiento de Rusia, a la que simplemente se le negaba la europeidad”37. Pero a la vez, más allá de la nostalgia, el retorno a Europa se dirigía a una superación de la pobreza propia –a la que se asociaba la producida por el “comunismo ruso”– y un acercamiento a la modernización que lo europeo suponía. Y es que “Europa” en Europa Central y Oriental –pero también en Europa del Sur– no era solo, o principalmente, parte de un discurso ideológico o político, sino un concepto que tenía que ver con una modernización económica y técnica muy concreta. Como escribía Józef Chałasiński en 1948: “en las controversias acerca de la europeicidad se olvida por lo general que el proceso de europeización no se reduce a la aceptación de la

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cristiandad y a la creencia en un sistema de valores europeos como respeto de los derechos humanos, tolerancia, etc. Se olvida que Europa también es un gigantesco y expansivo desarrollo de técnica y pensamiento”38. La percepción del bienestar económico en Europa Occidental era también un incentivo para que los intelectuales polacos se ocupasen de Europa39. Esto se repitió en todos los momentos de transformación de la vida social de Polonia, como, por ejemplo, durante la época del deshielo. Los momentos de auto-reflexión nacional impulsaban a cuestionar la nación y su europeidad. Final El concepto de “Europa” ha constituido en Polonia un modelo para una modernización que se anhelaba como tal al menos desde la Ilustración. A lo largo del siglo XIX y sobre todo del XX, Europa iba deviniendo territorio mágico en el que se desarrollaba un progreso técnico y social específico, producto de una civilización superior a la que, parecía, se tenía derecho a pertenecer pero no se podía aún. Había primero que crearse a uno mismo en lo europeo, “pulirse” hasta convertirse en un tipo especial de ser humano. El europeo que debía habitar esa mítica y desarrollada Europa fue concebido sobre todo a partir del siglo XIX, como un ser mejor, civilizado, moderno, un gentleman. El polaco europeo como carácter, modelo y tipo que se debía imitar, se construyó a través de la lucha entre tradición y modernidad, entre autoctonismo y occidentalización, tal y como había sido imaginado por las élites polacas. Tras cada transformación política, la idea de una pertenencia a Europa asumía por lo general la función de superar un atraso asumido y percibido y de construir un modelo de sociedad que se podía llamar “europeo”. La necesidad de una modernización significaba una europeización que, como arriba hemos contado, en algunos aspectos significaba comportamientos civilizados y buenas costumbres, pero que al tiempo iba ligada a un rechazo hacia el Este, a la incultura, la barbarie y el atraso. Esta lucha por la modernidad podía tener muy diferentes aspectos. A menudo, como muestran las memorias de Kazimierz Brandys, tenían estos discursos consecuencias prácticas para la vida cotidiana. Brandys tuvo que comportarse como un europeo, quería hacerlo, porque era necesario para un correcto proceso de socialización. Que este no era un proceso abstracto, místico, lo prueban los deseos de la tía de Kazimierz Brandys de europeizar a su sobrino haciéndolo convertirse en un gentleman. Notas Kazimierz Brandys, Briefe an Frau Z. Erinnerungen aus der Gegenwart, 1957-1961, Berlin, Verlag Volk und Welt, 1971 (ed. orig. 1965), p. 60. 2 Todas las citas en Ibidem, pp. 61–62. 3 Sobre el “deshielo” en Polonia, ver Marci Shore, Caviar and Ashes. A Warsaw Generation’s Life and Death in Marxism, 1918-1968, New Haven-London, Yale University Press, 2006, pp. 305–329. 4 Przemysław Zieliński, Scena rockowa w PRL. Historia, organizacja, znaczenie, Warszawa, Trio, 2005 [disponible en http://fonosfera.pl/ historia/1957pl.html]. Sobre el cine, ver Anna Misiak, Kinematograf kontrolowany, Kraków, Towarzystwo Autorów i Wydawców Prac Naukowych Universitas, 2006, pp. 169-176. Sobre la moda, ver Anna Pelka, Teksas-land. Moda młodzieżowa w PRL, Warszawa, Trio, 2007. 5 Wiesław Władyka, Polityka i jej ludzie, Warszawa, Polityka, 2007; Adam Leszczyński, Sprawy do załatwienia. Listy do “Po Prostu”, 1955-1957, Warszawa, Trio, 2000. 6 Ewelina Nurczynska-Fidelska y Stolarska Bronislawa (eds.), “Szkoła Polska”– Powroty, Łódź, Wydawnictwo Uniwersytetu Łódźkiego, 1998; Małgorzata Hendrykowska, Kronika kinematografii Polskiej 1895-1997, Poznan, Ars Nova, 1999, pp. 213-221. 1

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Krzysztof Dydo, 100 lat polskiej sztuki plakatu. Wystawa plakatów. 100th Anniversary of Polish Poster Art, Kraków, BWA, 1993; Id., Polski plakat filmowy: 100-lecie kina w Polsce, 1896-1996, Kraków, Galeria Plakatu, 1996. 8 Sobre Stawiński y los dilemas del deshielo polaco, véase José M. Faraldo, “Die unerwarteten Früchte des Tauwetters; Munk, Stawiński, Wajda und die filmische Erinnerung an den Varsoviaer Aufstand”, en Lars Karl (ed.), Leinwand zwischen Tauwetter und Frost, Berlin, Metropol Verlag, 2007, pp.113-130. Sobre la vida y obra de Stawiński, ver Barbara Giza, Do filmu trafiłem przypadkiem. Z Jerzym Stefanem Stawińskim rozmawia Barbara Giza, Warszawa, Trio, 2007; Id., Stawiński i Wojna. Reprezentacje doświadczenia jako podróż autobiograficzna, Warszawa, Trio, 2012. 9 Jerzy Stefan Stawiński, Notatki scenarzysty, Warszawa, Czytelnik, 1988, p. 66. 10 K. Brandys, op. cit., p. 65. 11 Norbert Elias, Über den Prozess der Zivilisation. Soziogenetische und psychogenetische Untersuchungen, Frankfurt, Suhrkamp, 1979, 2 vols. (ed. orig. 1939). 12 Ver Wolfgang Reinhard, Lebensformen Europas. Eine historische Kulturanthropologie, München, C. H. Beck, 2004, p. 255 y ss. Para construcciones racistas de lo europeo, ver Lorraine Bluche, Veronika Lipphardt y Kiran Klaus Patel (eds.): Der Europäer - ein Konstrukt. Wissensbestände, Diskurse, Praktiken, Göttingen, Wallstein, 2009. 13 Bertrand Russell, History of Western Philosophy, London, Routledge, 2004 (ed. orig. 1946), p. 187. 14 Ejemplos en Harmut Kaelble, Europäer über Europa. Die Entstehung des europäischen Selbstverständnisses im 19. und 20. Jahrhundert, Frankfurt - New York, Campus, 2001, pp. 27–31. 15 Ver Janusz Tazbir, Polska przedmurzem Europy, Warszawa, Twój Styl, 2004; Małgorzata Morawiec, “Antemurale christianitatis. Polen als Vormauer des christlichen Europa”, en Jahrbuch für Europäische Geschichte, vol. 2, 2001, pp. 249-260. 16 La palabra “europei” –“europeos”– en latín parece haber sido inventada por el humanista Enea Silvio Piccolomini, Papa Pio II (1458-1464). Véase Klaus Oschema, “Der Europa-Begriff im Hoch- und Spätmittelalter, zwischen geographischem Weltbild und kultureller Konnotation”, en Jahrbuch für Europäische Geschichte, vol. 2, 2001, p. 226. Las citas de Tazbir en Janusz Tazbir, “Wir, die Bewohner Europas”, en Claudia Craft y Katrin Steffen (eds.) Europas Platz in Polen. Polnische Europa-Konzeptionen vom Mittelalter bis zum EU-Beitritt, Osnabrück, Fibre, 2007, p. 90. Véase también J. Tazbir, “Historia Europy. Czy możliwy jest wspólny podręcznik”, en Gazeta Wyborcza, 10 y 11 de marzo de 2007. 17 Hubert Orłowski, Z modernizacją w tle: wokół rodowodu nowoczesnych niemieckich wyobrażeń o Polsce i o Polakach, Poznań, PTPN, 2002; Id., Die Lesbarkeit von Stereotypen: der deutsche Polendiskurs im Blick historischer Stereotypenforschung und historischer Semantik, Wrocław, Görlitz, 2005. 18 Tomasz Szarota, Niemcy i Polacy. Wzajemne postrzeganie i stereotypy, Warszawa, Wydawnictwo Naukowe PWN, 1996; Wojciecha Wrzesińskiego (ed.), Wokół stereotypów Polaków i Niemców, Wrocław, Uniwersytetu Wrocławskiego, 1991. 19 Andrzej Walicki, Poland between East and West: The Controversies over Self-Definition and Modernization in Partitioned Poland, Cambridge, Harvard University Press, 1994. 20 Aunque esta imagen es un mito, se ha convertido hoy día en un poderoso lugar de memoria polaco. Véase su uso en tono autocrítico en la película de Andrzej Wajda “Lotna” (1959). Sobre este tema, ver Tadeusz Lubelski, Wajda, Wrocław, Dolnośląskie, 2006, pp. 76–80. 21 Pawel Jasienica, Polska anarchia, Kraków, Literackie, 1988. 22 Hubert Orłowski, “Polnische Wirtschaft”: zum deutschen Polendiskurs der Neuzeit, Wiesbaden, Harrassowitz, 1996; Bernhard Struck, Nicht West – nicht Ost. Frankreich und Polen in der Wahrnehmung deutscher Reisender zwischen 1750 und 1850, Göttingen, Wallstein, 2006. 23 J. S. Stawiński, Notatki scenarzysty, cit., p. 66–74. 7


Paweł Hertz, “Europäizität der polnischen Literatur”, en Peter Oliver Loew (ed.), Polen denkt Europa, Frankfurt/Main, Suhrkamp, 2004, p. 231. 25 Ivi. 26 Véase el apartado “Stalinismen” en José M. Faraldo, Paulina Gulińska-Jurgiel y Christian Domnitz, Europa im Ostblock. Vorstellungen und Diskurse, Vienna – Köln, Böhlau, 2008, con artículos de José M. Faraldo, Jan C. Behrends y Tetjana Dzjadevyč. 27 Józef Chałasiński, “Polska leży w Europie”, en Odrodzenie, 1 de febrero de 1946, 112, pp. 4–5. 28 Adam Rusek, Leksykon Polskich bohaterów i serii komiksowych, Warszawa , Biblioteka Narodowa, 2007; Michał Słomka (ed.), 45-89: Comics behind the Iron Curtain, Poznan, Centrala Central Europe Comics Art, 2009; AAVV (eds.), Komiks w PRL/PRL w komiksie, Rzeszow, Instytut Pamięci Narodowej, Oddział w Rzeszowie, 2011 29 Así hablaba Jerzy Tepicht, miembro del Comité Central del Partido Obrero Polaco (Partido Comunista) en una sesión de 1947. Véase Archivo de las Nuevas Actas, AAN (Warszawa), PPR KC, Sign. 295/II-2, Protokół Plenarnego Posiedzenia KC PPR (11/10/1947), pp. 7–18. 30 Józef Chałasiński, Kultura amerykańska. Formowanie się kultury narodowej w Stanach Zjednoczonych Ameryki, Warszawa, Ludowa 24

Spółdzielnia Wydawnicza, 1970 (ed. orig. 1962), p. 9. 31 Ibidem, p. 602. 32 J. Chałasiński, “Historyczne pojęcie Europy”, en Id., Kultura i naród. Studia i szkice, Warszawa, Ksiązk̇ a i Wiedza, 1968, pp. 152168. 33 J. Chałasiński, “Polen liegt in Europa”, en P. O. Loew, Polen denkt Europa..., cit., p. 214. El texto procede del año 1946. 34 Maria Dąbrowska, Dzienniki powojenne. 1945-1965, vol. 4, Warszawa , Czytelnik, 1996, pp. 336–337. 35 Rainer Schmidt, Die Wiedergeburt der Mitte Europas, Berlin, Akademie Verlag, 2001. 36 Beata Mącior-Majka, “‘Mitteleuropa’, czyli ucieczka w mit”, en Studia historyczne, vol. 45, 2002, pp. 147-162. 37 Gregor Thum, “‘Europa’ im Ostblock. Weiße Flecken in der Geschichte der europäischen Integration”, en Zeithistorische Forschungen/Studies in Contemporary History, vol. 1, n. 3, 2004, pp. 379–395. 38 J. Chałasiński, “Polen liegt in Europa”, cit., pp. 199–214. 39 Christian Domnitz, “Europäische Vorstellungswelten im Ostblock. Eine Topologie von Europanarrationen im Staatssozialismus”, en J. M. Faraldo, P. Gulińska-Jurgiel y C. Domnitz, op. cit., pp. 68–71.

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Desde los márgenes: construyendo una epistemología de las múltiples Europas Manuela Boatcă

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e la crítica al eurocentrismo que las ciencias sociales han desarrollado durante las últimas décadas han surgido varios modelos teóricos concebidos como soluciones para superar la condición eurocéntrica de la teoría social dominante, todavía bajo el control del paradigma de la modernización y de sus avatares actuales1. La mayoría de los nuevos modelos ha concentrado su crítica en el concepto occidental de modernidad –que a la vez corresponde a una concepción de moder­ni­dad como algo occidental– y lo ha reemplazado por el de modernidades múltiples, enredadas, frag­men­tadas, alternativas o simplemente “otras”. Independientemente del marco teórico dentro del que han sido elaborados, los distintos conceptos de modernidades plurales comparten la idea de que la modernidad original, aquella que sirvió como modelo y referencia para las demás, ha sido –y sigue siendo– la modernidad europea2. Desde tal perspectiva, tanto el este como el sur de Europa, al igual que América Latina, representan sólo extensiones de la modernidad occidental inicial, copias del programa cultural de la modernidad desarrollado en Occidente. Sin embargo, hablar de la múltiple modernidad europea parece, según Shmuel Eisenstadt, sugerir una simultaneidad, inclusive una paridad, de los desarrollos al interior del continente:

It is a commonplace to observe that the distinct varieties of modern democracy in India or Japan, for example, may be attributed to the encounter between Western modernity and the cultural traditions and historical experiences of these societies. This, of course, was also true of the different communist regimes. What is less well understood is that the same happened in the first instance of modernity –the European– deeply rooted in specific European civilizational premises and historical experience3. La misma retórica de una Europa coherente en sus principales rasgos se encuentra de nuevo en el proyecto económico y político de la Unión Europea, que ha ido monopolizando el término “Europa” de forma tal que solo son incluidos en dicha referencia sus estados miembros. Aunque el concepto de Europa nunca ha tenido un significado exclusivamente geográfico –sino que siempre ha reflejado la geopolítica así como también la epistemología de los distintos momentos históricos–, con el discurso de la unidad europea se fue construyendo lo que podríamos llamar una “geografía moral” del continente –con profundas implicaciones para la política identitaria de los países excluidos (Mapa 1). Tal geografía supone una escala ontológica y moral que parte desde el área occidental, incuestionable en su carácter moderno, democráti-

Mapa 1 Mapa de la “geografía moral” de la Unión Europea 2005 2005 ENLARGEMENT PACKAGE 9 November 2005 status Acceding Countries Bulgaria Romania Candidate Countries Croatia Turkey Country applying for membership The former Yugoslav Republic of Macedonia Countries negociating Stabilisation and Association Agreement Albania Bosnia & Herzegovina Serbia & Montenegro

Fuente: elaboración propia en base al mapa oficial de la situación de la ampliación de la Unión Europea en 2005 [disponible en http:// ec.europa.eu/enlargement/images/map/ELA50102_CARTE.gif].

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co y pacífico, así como en su superioridad, hasta una parte rezagada, violenta e inferior –y, como tal, de dudosa europeidad – casi siempre ubicada en los países balcánicos. Para entender mejor la lógica detrás de las nuevas teorías así como también aquella detrás del modelo “pan-europeo”, pro­pongo sustituir la noción de una sola Europa que produce múltiples modernidades, por la de múltiples Europas con distintos y desiguales papeles en el proceso de definición hegemónica de modernidad y de su difusión. No se trata aquí de enumerar los orígenes semitas y árabes de la Europa premoderna, que no se encuentran en la supuesta secuencia unilineal que rastrea Europa en un conjunto greco-romano y cristiano, y que ya muy detalladamente han analizado Enrique Dussel4 y Anthony Pagden5, entre otros. Más bien cabe centrar la atención en las relaciones de poder y en las diferentes jerarquías que se han formado dentro de la misma Europa durante la época moderna.

De mapas mentales a mapas imperiales Entre las explicaciones sociológicas de los patrones de conflicto entre minorías étnicas, religiosas o entre civilizaciones, las que utilizan representaciones gráficas generalmente llegan a jugar el papel más destacado en la discusión –tanto dentro como fuera de los círculos académicos. Uno de los mejores ejemplos de este fenómeno es el debate sobre el mapa que utilizó el científico político Samuel Huntington en 1993 para ilustrar su teoría del choque de civilizaciones como modelo para el futuro de los conflictos mundiales (Mapa 2)6. En la visión de Samuel Huntington, al menos desde 1500 siempre hubo dos Europas totalmente diferentes: la Occidental y la Oriental. La frontera que las divide se modificó brevemente durante la Guerra Fría, cuando se correspondió con la frontera marcada por la cortina de hierro.

Mapa 2 Transformación de Europa Occidental

Fuente: Samuel Huntington, “The Clash of Civilizations?”, en Foreign Affairs, vol. 72, n. 3, verano 1993.

Sin embargo, en esencia, las diferencias en el nivel económico, en la cultura política y, especialmente, en la religión quedaron inalteradas durante el dominio comunista en la región oriental. Según Huntington, el rol de cada una de las dos Europas en la construcción de la modernidad –es decir, sus respectivos aportes a la Reforma, la Ilustración, la Revolución Francesa y la industrialización– había sido determinante para la permanencia del contraste entre ambas. El conflicto que de allí resulta justifica, en su opinión, hablar de las dos partes del continente como si pertenecieran a civilizaciones distintas –por un lado, la cristiandad occidental, por el otro, la cristiandad ortodoxa y el islam. Sus respectivas lógicas culturales dictarán también la estabilidad de los sistemas políticos democráticos después de la caída del muro de Berlín, de manera que el Oeste se caracterizará por democracias estables, mientras que en el Este la permanencia de democracias será cuestionable7. Como se puede ver en el Cuadro 1, las diferencias entre las dos Europas podrían resumirse según su pertenencia a uno de estos dos lados. Aunque de formas diferentes, tanto el modelo de guerra de civili-

34 Puente@Europa

zaciones como el proyecto de la Unión Europea proponen mapas mentales particulares del continente europeo, o más bien lo que Lewis y Wigen han llamado una meta-geografía, “el sistema de las estructuras espaciales a través de las cuales la gente ordena su conocimiento del mundo”8. Mientras que la mayoría de los mapas mentales individuales o referidos a ciertos grupos conceptualizan las diferencias mediante la ayuda de sistemas similares de oposiciones binarias, la pretensión de verdad (truth claim) que hacen a través de ellos es inmanente a su grupo de origen. En cambio, los mapas mentales que aquí se discuten combinan, por un lado, la pretensión de verdad objetiva con un proyecto territorial de naturaleza colonial o imperial que presta legitimidad a la representación particular del mundo; por el otro, el poder de definición necesario para imponer esa representación como válida tanto al grupo de origen (in-group) como a los grupos ajenos (out-groups). Por lo tanto, los mapas así propuestos están basados sobre todo en una práctica discursiva dentro de una estructura de poder –es decir, ellos son, en las palabras de Fernando Coronil, mapas imperiales (Gráfico 1)9.


Cuadro 1 La cortina cultural de terciopelo de Huntington Divisoria

Norte/Oeste

Sur/Este

Progreso económico

alto

bajo

Sistema politico

democracia estable

¿? (democracia poco probable)

Religión

protestante/católica

ortodoxa/musulmana

Papel en la historia de la modernidad europea

central

periférico

Fuente: elaboración propia en base a S. Huntington, op. cit.

Gráfico 1 De mapas mentales a mapas imperiales

Mapas mentales Yo (self) vs el Otro Pretensión de verdad truth claim

Proyecto de expansión territorial

Mapas imperiales Occidente vs. Resto

Occidentalismo Fuente: elaboración propia

La cuestión de los orígenes históricos de la división este-oeste dentro de Europa sigue siendo objeto de debate en las ciencias sociales. Según se tomen en cuenta sus dimensiones económicas, políticas o religiosas hay probablemente más de una respuesta. Sin embargo, en cuanto a la cuestión de la distancia de Europa Oriental respecto del núcleo de la identidad occidental del continente, puede afirmarse que ha sido el discurso orientalista del siglo XIX –en el sentido que le dio Edward Said10– el que ha influido de manera decisiva en las actuales categorías de Europa Occidental y Oriental y que ha convertido las estrategias de delimitación del “Oriente” en un componente importante de la identificación geopolítica y cultural con Europa. Para el período de la post-Ilustración, Edward Said ha identificado el orientalismo como discurso dominante de las representacio-

nes occidentales del “otro”, lo que permitía que la cultura de Europa Occidental ganase “en fuerza e identidad separandóse del Oriente como de un sí suplente y hasta subterráneo”11. Las representaciones de Occidente como progresista, racional, civilizado y biológicamente superior se fundaban en descripciones académicas, literarias y científicas del Oriente como región atrasada, irracional, necesitada de la civilización y racialmente inferior, lo que justificaba la colonización y el control europeo. Siguiendo a Said, Fernando Coronil y Walter Mignolo afirmaron, sin embargo, que el orientalismo de los siglos XVIII y XIX no se habría podido concebir sin una idea anterior de occidentalismo, cuya aparición coincidió con el inicio de la extensión colonial de Europa Occidental a lo largo del siglo XVI. Como “la expresión

La misma retórica de una Europa coherente en sus principales rasgos se encuentra de nuevo en el proyecto económico y político de la Unión Europea, que ha ido monopolizando el término “Europa” de forma tal que solo son incluidos en dicha referencia sus estados miembros. Puente@Europa 35


Más que una locación física en el mapa, el concepto geopolítico de Occidente que emergió en el siglo XVI fue una locación epistémica para la producción de mapas mentales hegemónicos, es decir, de mapas imperiales cargados con un componente discursivo de poder. de una relación constitutiva entre las representaciones occidentales de la diferencia cultural y la dominación occidental mundial”12, el occidentalismo no representa la contrapartida del orientalismo, sino su condición previa, un discurso desde y sobre Occidente que crea el marco para las narraciones con respecto al “otro” – es decir, para el orientalismo, pero también para anti-semitismo, el racismo y el sexismo13. Más que una locación física en el mapa, el concepto geopolítico de Occidente que emergió en el siglo XVI fue una locación epistémica para la producción de mapas mentales hegemónicos, es decir, de mapas imperiales cargados con un componente discursivo de poder. Lo que demasiado frecuentemente se deja de lado en este contexto es el hecho de que el occidentalismo, como perspectiva del conocimiento que emergió con el establecimiento de la hegemonía occidental en tanto que modelo global de poder, no es un mero sinónimo de “eurocentrismo”. Mientras que el eurocentrismo es un componente esencial del occidentalismo como lo defino aquí, y los dos, hasta un cierto punto, pueden ser tratados como intercambiables en cuanto a su impacto en el mundo no europeo, es imperativo diferenciarlos con respecto a sus alcances dentro de Europa.

Por otro lado, el dualismo –es decir, la idea de que las diferencias entre europeos y no-europeos se pueden explicar en términos de categorías naturales infranqueables tales como primitivo-civilizado, irracional-racional, tradicional-moderno16– permitía tanto una división espacial como ontológica dentro de Europa. Siendo geográficamente inseparable de Europa, y a la vez cristiano y blanco, el sudeste del continente y, especialmente, los Balcanes no pudieron ser construidos como “un otro incompleto” de Europa, como en el caso del Extremo Oriente, pero sí como “un yo incompleto” (incomplete self)17 del Occidente moderno. Además, su proximidad a Asia y su herencia cultural otomana lo ubicaban a mitad de camino entre el Oriente y el Occidente, confiriéndole así una condición intermedia de región semi-oriental, semi-civilizada, semi-desarrollada y semi-colonial, siempre en un proceso para alcanzar al Occidente.

De múltiples orientalismos a múltiples Europas

Según Maria Todorova, mientras el orientalismo como discurso se encarga de las diferencias entre dos tipos (asignadas), el europeo (self) y el oriental (el otro), el balcanismo trata las diferencias de grado dentro de un tipo –el europeo. A partir de este momento, tenemos por lo menos dos tipos de modelos europeos subalternos al modelo hegemónico de poder y, al mismo tiempo, el primer mapa imperial de múltiples Europas. Se trata de lo que, en consecuencia, denominaría la Europa decadente (aquella que había perdido tanto la hegemonía como el poder para definir un poder hegemónico –self– y su subalternos –otros–), la Europa heroica (autodefinida como productora de los logros de la modernidad) y la Europa epígona (definida, a falta de esos logros, como reproductora de las etapas recorridas por la Europa heroica). Si bien la Europa decadente y la Europa epígona tenían en común su posición de semi-periferias, el hecho de haber alcanzado esta posición a través de diferentes caminos contribuyó a desunirlas en sus intereses. En España y Portugal, la memoria del poder y la posesión de idiomas imperiales forjaron la conciencia de un descenso desde el centro, es decir, una nostalgia imperial. En cambio, en la región del continente que solo emergió como europea con el progresivo declive del Imperio Otomano, el ascenso al estado de semiperiferia dentro del sistema-mundo y la permanencia del estado de

Durante la primera modernidad, cuando la Europa periférica y secundaria del siglo XV se convirtió en la Europa conquistadora en el Atlántico y, a la vez, en el primer centro del sistema-mundo capitalista14, tanto la dominación territorial europea como el alcance de su pretensión de verdad (truth claim) eran aún parciales. En cambio, desde la segunda modernidad del siglo XVIII empezaron a tomar forma las jerarquías que estructurarán a Europa según principios similares a aquellos aplicados al mundo colonial. Si para Aníbal Quijano la propagación del eurocentrismo en el mundo no-europeo tuvo lugar con la ayuda de sus dos mitos fundadores, el evolucionismo y el dualismo15, cabe destacar que ellos también sirvieron para propagar el occidentalismo dentro de Europa una vez efectuado el cambio de hegemonía que sustituyó al centro hispano-lusitano por el noroccidental. Por un lado, la noción evolucionista de que la civilización humana había procedido de una manera lineal y unidireccional desde un estado inicial de naturaleza a través de las etapas sucesivas que condujeron a la civilización occidental justificó la diversificación temporal del continente europeo: mientras al Este se lo consideraba todavía feudal, el Sur vivía el fin de la Edad Media, y el Noroccidente representaba la modernidad.

The fact that the undeniably Christian adherents of Greek Orthodoxy had for long been under Ottoman rule, and thus fully absorbed into Asia, remained an additional reminder of the alien origin of Christianity. Greek and Russian Christianity […] would always be a threat to any sustained attempt to fabricate a single European identity with a single origin18.

Cuadro 2 Múltiples Europas

Europa

Prototipo

Papel en logros modernos

Posición en el sistema-mundo

Actitud

Papel en el colonialismo

Decadente

España, Portugal

participante

semi-periferia

nostalgia

fundador

Heroica

Francia, Inglaterra

productora

centro

hegemonía

central

Epígona

Balcanes

reproductora

semi-periferia

aspiración

cómplice

Fuente: elaboración propia

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periferia dentro de Europa hicieron de la aspiración a la europeidad –definida como modernidad occidental– la actitud dominante. De tal forma, la imposición del mapa imperial de las múltiples Europas sirvió para sancionar positivamente la hegemonía de la Europa heroica, la cual se convirtió así en la única instancia capaz de imponer una definición universal de modernidad y, a la vez, de desplegar sus proyectos imperiales en las otras Europas o a través de ellas. Por un lado, la segunda modernidad, bajo el control de Holanda primero, y de Francia e Inglaterra más tarde, utilizará las conquistas territoriales de la primera modernidad hispano-lusitana como recursos humanos, económicos y culturales constitutivos de sus propios logros –es decir, de la así llamada “Revolución Industrial”. Sin embargo, eso sucederá sin integrar la contribución de la Europa decadente ni la de las Américas conquistadas en el relato de la modernidad –definida, a la vez, como de origen nor-occidental e intra-europeo. Por otro lado, y especialmente a partir de mediados del siglo XIX, la segunda fase del sistema-mundo capitalista aprovechará el fin de la dominación otomana en el este del continente para establecer neo-colonias en las sociedades rurales y agrícolas de la región y controlar el acceso a las vías comerciales estratégicas del Mar Negro y del Danubio. La siguiente modernización de los países balcánicos y del sudeste de Europa a través de la introducción de instituciones y medidas liberal-burguesas tendrá el objetivo de volverlos reconocibles en términos institucionales para Occidente y económicamente dependientes de él. Asimismo, esta fase irá acompañada por la determinación de sus identidades políticas y culturales en relación con el discurso occidental de poder. En consecuencia, no sólo Austria, sino también Polonia, Rumania y Croacia definirán su contribución a la historia europea como “baluartes de la cristiandad” frente al peligro musulmán, en tanto que cada país del este europeo se autodefinirá como “frontera entre barbarie y civilización” o “puente entre el Oeste y el Este”, legitimando así la superioridad occidental y fomentando un orientalismo que los afectaba a ellos mismos en cuanto balcánicos, no suficientemente cristianos o blancos. Desde tal perspectiva –la de instrumentalización del lugar geopolítico de “las demás Europas” para los fines de la Europa heroica en la larga duración (longue durée)– resulta más fácil entender que el occidentalismo dirigido hacia los subalternos europeos nunca ha representado un obstáculo para el euro-centrismo que ellos manifiestan hacia el mundo no-europeo; más bien lo contrario es cierto. Por un lado, Huntington acusaba a las partes ortodoxas y musulmanas de Europa por su marginalidad y pasividad con respecto a los logros de la modernidad, situándolos al “otro” lado de la frontera en los futuros choques de civilizaciones. Por el otro, sin embargo, la redefinición del mapa del Europa Oriental y los Balcanes en el contexto de un modelo jerárquico de múltiples Europas revela que la ceguera respecto a la lógica (neo)colonialista que prevalece en los discursos políticos sobre la identidad en aquellas áreas los hace más bien cómplices del proyecto colonial de poder imbricado en el surgimiento de la modernidad.

La europeización como proyecto, proceso y problema Más allá de la atracción que genera el discurso de la guerra de civilizaciones, el modelo de las múltiples Europas se está reproduciendo en la mayoría de los mapas mentales actuales del continente. Que la teoría y la práctica de la “expansión hacia el Este” de la Unión Europea actúan, en las palabras de Jozsef Böröcz, como “instrumentos de orientalismo”19, llega a ser evidente en el hecho de que, por ahora, los últimos países que consiguieron la admisión a la Unión Europea hayan sido Rumania, Bulgaria y Croacia; los últimos en negociarla, Macedonia, Serbia, Islandia y Montenegro. Mientras, hasta ahora, las negociaciones de adhesión con Turquía han quedado “congeladas” después de un largo proceso de solicitud que lleva más de veinte años. La secuencia así como también el orden de la incorporación en lo que ha llegado a ser un equivalente de “Europa” –es decir, la Unión Europea– representan una réplica casi exacta del grado de conexión de esos países con una herencia otomana, y por lo tanto oriental. Mientras tanto, las negociaciones de las identidades culturales y raciales enmarcadas en términos de la negación de un pasado oriental, del énfasis en su propia contribución a la civilización europea, y en trazar el mapa de su integración en la Unión Europea como una “vuelta a Europa” –y, por lo tanto, como acto de la reparación histórica– dominan de nuevo la retórica de la identidad a través de Europa Oriental, como lo muestran los discursos políticos y especialmente electorales en la región desde los años noventa. Por un lado, las élites nacionales en los casos de Croacia y Eslovenia denominaron la transición política y económica de sus países en aquella década como una liberación de la “oscuridad balcánica”20. Al mismo tiempo, tanto en Croacia como en Polonia, las promesas electorales de volver a adherir institucional y económicamente a Europa estuvieron basadas en el énfasis del papel que los dos países han desempeñado en la lucha histórica contra de la amenaza otomana21, mientras que en todos los estados sucesores de Yugoslavia, los argumentos relacionados con la histórica asociación con Europa Central –en lugar de Europa Oriental o de los Balcanes– han dominado las campañas electorales22. Aunque nunca abordado explícitamente como tal, uno de los principales objetivos de estas negociaciones es la “blancura” de los candidatos a la europeidad23, condición cuyo cumplimiento se considera en función de una profunda ruptura con el respectivo legado islámico, oriental u otomano. En consecuencia, las estrategias individuales de delimitación de este pasado están condicionadas por la posibilidad de traspasar el carácter oriental y, en última instancia, la “no-blancura” a nuevos “otros” dentro de la región, así reproduciendo el orientalismo internamente y de manera caleidoscópica: […] while Europe as a whole has disparaged not only the orient “proper”, but also the parts of Europe that were under oriental Ottoman rule, Yugoslavs who reside in areas that were formerly the Habsburg monarchy distinguish themselves from those in areas formerly ruled by the Ottoman Empire and hence ‘improper’. Within the latter area, eastern Orthodox peoples perceive themselves as more European than those who assumed

[...] especialmente a partir de mediados del siglo XIX, la segunda fase del sistema-mundo capitalista aprovechará el fin de la dominación otomana en el este del continente para establecer neo-colonias en las sociedades rurales y agrícolas de la región y controlar el acceso a las vías comerciales estratégicas del Mar Negro y del Danubio. Puente@Europa 37


identity of European Muslims and who further distinguish themselves from the ultimate orientals, non-Europeans24. Especialmente después del 11 de septiembre y de la construcción discursiva de la amenaza terrorista como “desafío islámico” en todo el mundo occidental, la occidentalización se está convirtiendo rápidamente en una cuestión de tomar partido en el choque de civilizaciones que Huntington veía como una de las características de futuros conflictos. En este contexto, el hecho de que la ampliación actual de la Unión Europea tenga lugar bajo el nombre de “expansión oriental”, y que la inclusión de los países europeos del centro y sureste en la UE se conciba como un “proceso de europeización” denota nuevamente el carácter de “puente” que la Europa del Este asume en el imaginario occidental. El discurso de la “europeización” instrumenta el simbolismo orientalista para establecer la distancia del Oriente como punto de referencia al patrón de modernidad y civilización, al mismo tiempo que moviliza los complejos de inferioridad que de ahí resultan con la ayuda de una lógica de inferiorización cuantitativa. Cuando lo que el Occidente percibe como “amenaza islámica” ha tomado el lugar del “peligro comunista”, Europa Oriental ha cambiado su estatuto de “segundo mundo” político y económico por el de “segundo mundo” cultural y racial. Como mundo blanco, cristiano y europeo, pero, al mismo tiempo, “atrasado”, “tradicional” y predominantemente agrario, la Europa epigonal retoma así la identidad de un “yo incompleto” (incomplete self) de la Europa hegemónica. Lo que Immanuel Wallerstein ha denominado la “tonalidad de disputas familiares” en los procesos de alterización racial en espacios culturales afines, permite incluir la Europa Oriental en la identidad de la Unión Europea en ampliación al mismo tiempo que excluirla. Key elements of this moral geopolitics –the centrifugal radiation of goodness, the centripetal flow of appreciation, and the repudiation of the non-west-European local as insufficiently good or outright evil – are strikingly familiar in the east-central European context25. There is no safe place: cuestiones abiertas de la descolonización ¿Desde qué Europa se podría, entonces, descolonizar la modernidad euro-céntrica? Tomando en cuenta que cada una de ellas ha producido, durante varios momentos en la história de la modernidad/ colonialidad, ideologias imperialistas, nacionalistas, racistas o totalitarias, no hay un lugar geopolítico y epistemológicamente seguro (“there is no safe place”)26 para fomentar el proceso de descolonización –pero sí hay potenciales distintos hacia tal objetivo. Se ha sugerido más de una vez que las posiciones intermedias en el sistema-mundo –es decir, las semi-periferias– abarcan más que el potencial innovador institucional, político y económico que les atribuyen los teóricos del sistema-mundo27. Con respecto al potencial cultural y epistemológico, las semi-periferias han estado sujetas a las mismas tendencias contradictorias y estimulantes que caracterizan su

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desarollo social y económico. Históricamente, esto les ha permitido beneficiarse de dos condiciones: primero, el hecho no formar parte del centro implicó experimentar situaciones de dominación política y económica relacionadas con aquellas sufridas por las áreas periféricas y enfrentar la necesidad de desarollar soluciones teóricas y prácticas frente a ellas. En segundo lugar, el hecho de no ser parte de la periferia les permitió un cierto grado de visibilidad en la producción de conocimiento, lo que no fue posible para los proyectos intelectuales surgidos en “sociedades acalladas” de áreas periféricas28. En consecuencia, Boaventura de Sousa Santos se refirió a la semi-periferia como mucho más que un eslabón en la jerarquia económica del sistema-mundo capitalista –y, en el caso de Portugal, más bien como “una forma de ser dentro de Europa y en el ultramar”29. En el contexto del proyecto de civilización auto-proclamado de la Unión Europea, esto, sin embargo, equivale a una renovada carrera por la identidad entre aquellos países del Este situados en el “dobladillo” de la “cortina de terciopelo” que supuestamente separa al cristianismo “verdadero” del islam. Para ellos, el punto de llegada de la carrera –tener acceso a los mercados occidentales, a las posibilidades de empleo y a la ayuda financiera– representa un ejercicio en la “geopolítica moral” que implica deshacerse de su orientalidad –o por lo menos minimizarla– profesando al mismo tiempo su voluntad de occidentalidad. Es decir, para ellos es más urgente asegurarse la posibilidad de participar de los privilegios occidentales que señalar las asimetrías de poder dentro del espacio político paneuropeo e invertir esfuerzos en superarlas. La mística de la unidad sólo puede funcionar mientras nadie se oponga a su lógica. Se ha sugerido, por lo tanto, que a diferencia de la epistemología de la frontera generada por el claro contraste colonial entre Europa y el resto del mundo, el marco epistemológico del antiguo “segundo mundo”, situado en los márgenes de las potencias imperiales y coloniales europeas, es vago y fragmentado. Parafraseando a Enrique Dussel, si la inteligencia filosófica surgida en la periferia implica no tener ningún privilegio por defender30, se podría agregar que vivir en la frontera implica participar de esos privilegios y, al mismo tiempo, experimentar la opresión. Por otro lado, si el este de Europa tenía más acceso a ese potencial epistemológico en el siglo XIX por pensar a la vez desde los bordes del Imperio Otomano y del imperio occidental emergente31, los proyectos intelectuales de Europa del Sur que toman en cuenta –y, a la vez, toman en serio– su frontera con el sur global podrían ser la base de un pensamiento fronterizo desde dos “otras formas de ser”. Discutiblemente, cuantos más privilegios hay que defender, menos se explora el potencial transformador que reside en el aspecto subalterno de la posición fronteriza. Esta es la razón por la cual, aunque toda la región marcada por la diferencia imperial se podría ver como un lugar propicio para la elaboración de una epistemología fronteriza, la probabilidad del desarrollo de un pensamiento descolonizador es más alta entre los anteriores súbditos del poder imperial/colonial que en los sitios donde las nostalgias imperiales actúan como accesorios a una epistemología eurocéntrica. Diferenciar entre sus contribuciones a la colonialidad en la larga duración (longue durée) es sólo el primer paso en la exploración del futuro del proyecto descolonizador.


Notas Este artículo es una versión actualizada de un texto publicado originalmente bajo el título: “Múltiples modernidades y la mística de la unidad”, en Heriberto Cairo y Ramón Grosfoguel (comp.), Descolonizar la modernidad, descolonizar Europa. Un diálogo EuropaAmérica Latina, Madrid, Iepala Ed., 2011. 2 Willfried Spohn, “Multiple, Entangled, Fragmented and Other Modernities. Reflections on Comparative Sociological Research on Europe, North and Latin America”, en Sergio Costa et al. (eds.), The Plurality of Modernity: Decentring Sociology, München, Mering, 2006, pp. 11-22; Arturo Escobar, “Worlds and Knowledges Otherwise: The Latin American Modernity/Coloniality Research Program”, en Cultural Studies, vol. 21, n. 2-3, marzo-mayo 2007, pp. 179-210. 3 Shmuel N. Eisenstadt, Comparative civilizations and multiple modernities, Amsterdam, Brill, 2003, p. 558. 4 Enrique Dussel, “Europa, Modernidad y eurocentrismo”, en Edgardo Lander (ed.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas, Buenos Aires, CLACSO, 2000, pp. 41-52. 5 Para Enrique Dussel, la diacronía unilineal Grecia-Roma-Europa es un invento ideológico de finales del siglo XVIII romántico alemán que oculta tanto la mitología fenicia del nacimiento de Europa como la influencia del mundo árabe musulmán en lo que se definía como “el griego clásico” y constituye por ello “un manejo posterior conceptual del ‘modelo ario’, racista”. Ibidem, p. 41 Pagden reconstruye el mismo trayecto de una idea de Europa basada en la amnesia de sus orígenes asiáticos: “Thus an abducted Asian woman gave Europe her name; a vagrant Asian exile gave Europe its political and finally its cultural identity; and an Asian prophet gave Europe its religion. As Hegel was later to observe, Europe was ‘the centre and end’ of History, but History had begun in Asia”. Anthony Pagden, “Europe: Conceptualizing a Continent”, en A. Pagden (ed.), The Idea of Europe. From Antiquity to the European Union, Cambridge, Cambridge University Press, p. 35. 6 Samuel Huntington, “The Clash of Civilizations?”, en Foreign Affairs, vol. 72, n. 3, verano de 1993. 7 Ibidem, p. 31. 8 Martin W. Lewis y Kären E. Wigen, The Myth of Continents. A Critique of Metageography, Berkeley, University of California Press, 1997, p. IX. 9 Fernando Coronil, “Beyond Occidentalism: Toward Nonimperial Geohistorical Categories”, en Cultural Anthropology, vol. 11, n. 1, febrero de 1996, pp. 51-87. 10 Edward Said, Orientalism, New York, Vintage Books, 1979. 11 Ibidem, p. 3. 12 Fernando Coronil, art. cit., p. 57. 13 Manuela Boatcă, “Lange Wellen des Okzidentalismus. VerFremden von Geschlecht, ‘Rasse’ und Ethnizität im modernen Weltsystem”, en Gabriele Dietze, Claudia Brunner y Edith Wenzel (eds.), Kritik des Okzidentalismus. Transdisziplinäre Beiträge zu (Neo-)Orientalismus und Geschlecht, Bielefeld, Transcript, 2009. 1

Immanuel Wallerstein, The Capitalist World-Economy, Cambridge, Cambridge University Press,1979. 15 Anibal Quijano, “Colonialidad del Poder y Clasificación Social”, en Journal of World-Systems Research, vol. VI, n. 2, verano/otoño de 2000, pp. 342-386 (número especial conmemorativo para Immanuel Wallerstein, Part I: http://jwsr.ucr.edu). 16 Ibidem, p. 543. 17 Maria Todorova, Imagining the Balkans, New York, Oxford, Oxford University Press, 1997. 18 A. Pagden, op. cit., p. 35. 19 József Böröcz, “Introduction: Empire and Coloniality in the ‘Eastern Enlargement’ of the European Union”, en J. Böröcz y Melinda Kovács (eds.), Empire’s New Clothes. Unveiling EU Enlargement, Central European Review, Holly Cottage, 2001, p. 6 [disponible en http://www.ce-review.org/ebookstore/rutgers1.html]. 20 Nicole Lindstrom, “Between Europe and the Balkans: Mapping Slovenia and Croatia’s ‘Return to Europe’ in the 1990’s”, en Dialectical Anthropology, vol. 27, 2003, p. 319. 21 Milica Bakić-Hayden, “Nesting Orientalisms: The Case of Former Yugoslavia”, en Slavic Review 54, n. 4, invierno de 1995, p. 922. 22 Ibidem, p. 924; N. Lindstrom, op. cit., p. 324. 23 J. Böröcz, op. cit., p. 32. 24 M. Bakić-Hayden, op. cit., p. 922. 25 J. Böröcz, “Goodness Is Elsewhere: The Rule of European Difference”, en Comparative Studies in Society and History, vol. 48, n. 1, 2005, pp. 115. 26 Walter Mignolo, “Prophets Facing Sidewise: The Geopolitics of Knowledge and the Colonial Difference”, en Social Epistemology, vol. 19, n. 1, enero de 2005, p. 125. 27 Christopher Chase-Dunn y Thomas Hall, Rise and Demise: Comparing World-Systems, Boulder, Westview Press, 1997, pp. 78 y ss. 28 M. Boatcă, “Semiperipheries in the World-System. Reflecting Eastern European and Latin American Experiences”, en Journal of World-Systems Research, vol. XII, n. 2, diciembre de 2006, pp. 321346. 29 Boaventura de Sousa Santos, “Between Prospero and Caliban. Colonialism, Postcolonialism and Interidentity”, en Review, vol. XXIX, n. 2, 2006, pp. 143-166. 30 E. Dussel, Filosofia de la liberación, Bogotá, Ed. Nueva América,1976, p. 16. 31 M. Boatcă, From Neoevolutionism to World-Systems Analysis. The Romanian Theory of ‘Forms without Substance’ in Light of Modern Debates on Social Change, Opladen, Leske + Budrich, 2003. 14

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Desafíos de la modernidad y la posmodernidad en Europa Oriental Stefano Bianchini Los caminos de Europa Oriental hacia la modernidad1 ¿Puede el 4 de junio de 1989 ser revalorizado como una fecha emblemática de la historia europea e internacional de nuestra época? La caída del muro de Berlín, algunos meses posterior, ha adquirido sin duda un valor simbólico innegable. Pero su rico significado es de alcance europeo antes que mundial, y en todo caso había sido preanunciada por los acontecimientos del 4 de junio. Ese fue el día en que los ciudadanos de Polonia participaron en las primeras −aunque semi-libres− elecciones de la segunda posguerra, y en el que Deng Xiaoping llevó a efecto en China la matanza de Tien An Men. ¿No representa esto la gráfica imagen de un decidido quiebre entre Europa y Asia, en términos de concepción de la modernización y de los valores en que debería fundarse? En el marco del “socialismo real”, ese acto electoral polaco no habría podido verificarse sin el consentimiento soviético. Tampoco hay que olvidar que Gorbachov acababa de volver de un viaje a China que había hecho surgir grandes esperanzas respecto de la democratización de ese país. El hecho, pues, de que un estado socialista de Europa y otro de Asia dieran en forma simultánea dos soluciones opuestas a la relación entre modernización y democracia puso en evidencia la existencia de un claro quiebre en el frente interno del mismo movimiento comunista, por más que persistieran las mitologías occidentales sustentadas en la identificación del orientalismo europeo (y ruso) con la “no Europa”, si no directamente con el “despotismo asiático”. En realidad, los sucesos que hicieron posible el 4 de junio en Polonia (y también los que tuvieron lugar después en toda Europa Oriental, incluida la Unión Soviética/Rusia) surgían de una experiencia modernizadora de larga data, firmemente anclada en un contexto paneuropeo más amplio. En el transcurso de esa experiencia habían venido sucediéndose una serie de visiones y políticas muy diferentes entre sí en numerosos aspectos, y que aún continuaban siendo diferentes, junto con una progresiva coincidencia, al menos en el plano de los principios, respecto de ciertos valores de fondo como la democracia, la economía de mercado, el abandono del uso de las armas para reprimir libertades fundamentales y el respeto por los derechos humanos. Más allá de las disparidades que las distinguen, Rusia, la Europa Centro-Oriental y báltica y la Europa balcánica o danubiano-balcánica constituyen realidades que han edificado un vínculo propio con la modernidad, en interacción con las dinámicas continentales más amplias. En otras palabras, el impulso a la “occidentalización” no ha sido mera imitación de modelos, ni mera atracción del Este por el Oeste (por más que la presencia de esas tendencias sea innegable). En su devenir, dicho impulso ha producido una variedad de relaciones, de reelaboraciones conceptuales y de comportamientos mestizos que es preciso situar (o “reinterpretar”) en un marco de referencia europeo de conjunto. Y si bien es cierto que las clases dirigentes y los intelectuales polacos, checoslovacos o húngaros han reivindicado con frecuencia en el curso de los siglos XIX y XX su pertenencia a “Occidente”, remitiéndose a “tradicionales vínculos de civilización”, no se puede por eso menospreciar el papel que ejerció

la cultura judía cosmopolita y supraeuropea, ni el peso que la política oriental tuvo en la Polonia jagelónica, durante siglos orientada en dirección a Lituania, Bielorrusia, Ucrania y el mar Negro, ni tampoco la penetración sueca en Rusia o la atracción que impulsaba a Hungría hacia los Balcanes. Tales circunstancias se entrelazaban tanto con la “occidentalización” de los zares rusos, desde Pedro el Grande a Catalina II, como con el “orientalismo” de las repúblicas italianas de Venecia y Génova, o incluso con una secular y sangrienta conflictividad entre católicos y protestantes que jamás se atuvo a la línea divisoria entre Este y Oeste. Todo eso confirma la presencia en el Viejo Continente de esa división conceptual que Larry Wolff2 y otros estudiosos han puesto en evidencia a partir de la Ilustración. Por lo demás, su concreción en forma política a mediados del siglo XX no ha suprimido la gran variedad de formas de las relaciones europeas. Al contrario, tras el fin del estalinismo tales relaciones han seguido siendo intensas y hasta se han reforzado, pese a la subsistencia, en verdad cada vez más débil, de la llamada “cortina de hierro”. Si no se parte de este dato de hecho sobre la estrecha correlación entre modernización y mestizaje europeos será imposible comprender por qué los comunistas del Este de Europa decidieron firmar el Acta Final de Helsinki, impulsando la colaboración económica entre los dos bandos y dando acogida al llamado “tercer cesto” (third basket, tercera sección del tratado), sobre derechos humanos. Por más que la puesta en práctica de esos principios haya sido luego contradictoria (y todavía no ha dejado de serlo en la Rusia de Putin), tanto la citada Acta como los principales acuerdos internacionales emanados del Consejo de Europa, de las Naciones Unidas, de la Unión Europea y la OSCE sobre democracia, derechos humanos, libertad de movimientos de personas y capitales, han sido adoptados como propios por los países de Europa Oriental en su conjunto, incluida Rusia3. Existe un vínculo cultural de atracción por la modernidad y de diferenciación respecto de ella, ambivalente y transversal, y del que por cierto no está libre Europa Oriental. Para convencernos de que ello es así bastará un rápido repaso de las etapas modernizadoras y los proyectos de modernización que han madurado en los últimos dos siglos. Ya Jürgen Habermas había dado en su momento una célebre e incisiva definición de la modernidad. La describía como un proyecto impulsado por el pensamiento iluminista del siglo XVIII, cuyo objetivo principal es la emancipación humana y cuyos desarrollos se fundan en los aportes de tres instrumentos principales, dotados de racionalidad propia: a) una ciencia objetiva, para poder controlar la naturaleza en provecho del desarrollo humano; b) un derecho universal, para oponerse al uso arbitrario del poder; c) un arte autónomo, capaz de representar la lógica específica de la sociedad4. Piénsese, pues, en la ideas iluministas difundidas por los despotismos imperiales de Austria, Rusia y Prusia, y en cómo las ideas de la Revolución francesa penetraron en Rusia y los Balcanes a la zaga de las ejércitos napoleónicos. Tales ideas constituyeron una poderosa influencia estimulante para los espíritus reformadores locales, e hicieron posible también que la aspiración a la emancipación humana se difundiera a través de las redes culturales (diásporas, religiones), educativas (universidades, academias, escuelas de enseñanza preuni-

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versitaria), por la difusión de invenciones como la imprenta y por la proliferación de las comunicaciones, para encontrarse al fin con el igualitarismo de los pequeños propietarios rurales o de los campesinos sin tierra, que durante siglos habían elaborado sus relaciones sociales sobre la base de instituciones solidarias reguladas en el interior de la comunidad familiar y de la comunidad aldeana. De esa mezcla de impulsos surgió la crítica de los narodniki al capitalismo. Este movimiento vio en la liberación de la servidumbre el primer paso hacia la emancipación humana, concebida −como sostenía Chernishevsky− tanto en términos de revalorización crítica del patrimonio institucional, que hallaba su expresión en el mundo campesino, como en el sentido de ofrecer iguales oportunidades a ambos géneros. Al mismo tiempo, los narodniki elaboraron un complejo de ideas y (a través del trabajo de las academias) una praxis política cuyo objetivo era plasmar el “socialismo rural” y superar las discriminaciones patriarcales contra el mundo femenino. Es más, durante muchos años esos aportes de pensamiento fueron presentados en términos mucho más avanzados que las propias modificaciones que entonces se hallaban en curso en Occidente, reflejando una particular sensibilidad por los valores de la cooperación, la solidaridad, la educación pública y la igualdad de oportunidades. De hecho, en esos aspectos se apoyaba la visión narodnik de los derechos universales. Era una visión que tenía concreción en la lucha simultánea contra la autocracia zarista y contra el capitalismo, una y otro considerados manifestaciones de un uso arbitrario del poder en perjuicio de la comunidad rural, a la que se consideraba todavía “inconsciente” de su propia fuerza moral y política, y necesitada en consecuencia de la intervención de intelectuales “concientizadores”5. Desde este punto de vista constituye un simple detalle que el sistema comunitario campesino fuera capaz de dar vida a una sociedad anárquica, como soñaba Bakunin, o bien a una forma de estado basada en las autonomías, según propiciaban, por su parte, los naródniki. En todo caso, el movimiento narodnik en su conjunto concebía a la estructura comunitaria como una forma de organización social sobre la cual era posible edificar un sistema productivo eficiente, respetuoso del ambiente natural circundante y capaz de ponerse de manera equilibrada al servicio de la innovación científica. En esa época la innovación científica era generalmente percibida como el instrumento fundamental para garantizar tanto una equitativa atribución de niveles de vida en la población como una “continuidad identitaria” con un pasado que se consideraba la fuente esencial de la identidad nacional. Por lo demás, es cierto que en esta concepción no había sitio para una sociedad industrializada. De hecho los narodniki deseaban evitarla, por más que percibieran sus ecos y algunos tal vez hubieran acumulado experiencia directa de ella en Occidente, aunque más no fuera corta o superficial. Así es que su apelación a los ideales sociales y políticos modernos quedaba explicitada ante todo en una revaloración de las actividades agrarias y de la cultura campesina (en sí mismas “premodernas”). Era una actitud que respondía a necesidades de realismo político, es decir, a la convicción de que tal era la característica predominante en Rusia, o en el sudeste europeo en el caso de los epígonos balcánicos de los narodniki. A la vez, su sensibilidad respecto del cambio que se estaba verificando los indujo a anticipar la “modernización de las instituciones rurales”, sin negar por ello la colaboración con la clase obrera pero en virtud más bien de una visión ética de la vida, fundada en el respeto por la naturaleza. Al menos en ese aspecto parece cuanto menos parcial la visión −ampliamente difundida en la literatura anglosajona− de que los narodniki deben ser considerados un movimiento antimoderno6. Por otra parte, el planteo de los narodniki fue rechazado en la época por los eslavófilos, que en todo caso eran los abanderados de una visión tradicional, teocrática y conservadora de la sociedad. El mundo del campo constituía, sí, para ellos un punto de referencia esencial, pero en el marco de una visión política y cultural que se oponía abiertamente a la modernidad por considerarla el vehículo de

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cambios capaces de arrancar de cuajo el poder (como en efecto sucedió) de manos de la aristocracia terrateniente y de la autocracia. Las visiones y estrategias de narodniki y eslavófilos frente al proyecto de la modernidad eran entre sí incompatibles, por más que compartieran la común convicción de que la supremacía social debía corresponder al mundo rural. Muy diferente fue, en cambio, el vínculo ideal que se estableció entre narodnichestvo y agrarismo respecto de las implicaciones que podían extraerse del avance de la modernidad y de la conflictiva relación entre agricultura e industria. En este caso, contribuyó a marcar las diferencias la decisión de los narodniki (que ejercería profunda influencia sobre los espíritus también en los Balcanes) de optar por orientarse directamente a Karl Marx e interpelarlo sobre la validez de las hipótesis institucionales y económico-sociales que ellos sostenían, convencidos de que un moderno comunismo rural era posible. Por el contrario, medio siglo después los movimientos agraristas de la Europa Centro-Oriental y balcánica prefirieron adoptar otra línea diferente, no de colaboración sino alternativa, en búsqueda de una “tercera vía” entre capitalismo y bolcheviquismo. Más allá de sus discrepancias teórico-políticas, agraristas y narodniki compartieron el objetivo de alcanzar la emancipación humana por medio del otorgamiento de una dignidad política al mundo rural. También compartieron la idea de una ciencia “objetiva”, vinculada a la revalorización del mundo campesino mediante el desarrollo de estudios agrarios y el incremento cualitativo de la producción agrícola, a lo cual contribuyó la aceptación de las tesis de Darwin sobre la selección de las especies, pues su aplicación a la agricultura abría la posibilidad de alcanzar decisivas mejoras en los cultivos. Muy alejada de los narodniki se hallaba la exaltación agrarista de la vida agreste, mitológica en parte y en parte idilíaca y mistificadora, y que tenía como fondo una visión del ambiente natural que concebía a éste como fuente de bienestar y de una vida sana, íntegra y próspera. Tal visión se iría transformando gradualmente en una concepción bucólico-nacionalista de la sociedad. Por el contrario, la sensibilidad de los narodniki ante los rasgos solidarios de la comunidad rural fue recuperada por el movimiento campesino agrarista, que atribuyó una ética universal a la racionalidad cooperativa, si bien dando por descontado que en la realidad de los hechos la adhesión campesina sería limitada y en ciertos casos plena de desconfianza, como consecuencia de los escasos conocimientos, del analfabetismo generalizado y de prejuicios de origen cultural y social. Más aun, precisamente por ser consciente de tales límites, el agrarismo hizo de la defensa de los derechos de los campesinos un instrumento formal indispensable para redimensionar la arbitrariedad del poder, el cual aparecía identificado con los centros urbanos, con la actividad de los profesionales liberales y con una industrialización desvinculada de las necesidades del mundo campesino. Es muy cierto que parte del contenido teórico del agrarismo no llegó a identificarse en absoluto con el proyecto de modernidad, en especial por su renuencia a aceptar la urbanización y la industrialización, como no fuera dentro de ciertos límites. Sin embargo, esa experiencia política, tan ambiciosa en el plano internacional y en el local, como tardía desde el punto de vista de la factibilidad (pese a los desesperados –y a su vez extemporáneos– intentos teórico-ideológicos de Mitrany7), procuró también ofrecer una respuesta a los desafíos de la modernidad que le permitiera interactuar con ésta. En otras palabras, el agrarismo representó una forma político-cultural de adhesión crítica a la modernidad, en la que coexistían tendencias no siempre coherentes con el proceso mismo de modernización; tal es el caso de la sensibilidad manifestada por la identidad nacional (aspecto en sí mismo moderno) pero en clave anti-urbana y anti-industrial (y por consiguiente pre-moderna). Por otra parte, si se hace excepción del coetáneo bolchevismo y de la industrialización occidental, no existían por entonces en Europa Central y Oriental otros modelos autóctonos capaces de enfrentarse al proyecto del agrarismo, como no fueran las vigorosas resistencias políticas que intentaban preservar el poder de la aristocracia


[...] la visión narodnik [...] tenía concreción en la lucha simultánea contra la autocracia zarista y contra el capitalismo, una y otro considerados manifestaciones de un uso arbitrario del poder en perjuicio de la comunidad rural, a la que se consideraba todavía “inconsciente” de su propia fuerza moral y política, y necesitada en consecuencia de la intervención de intelectuales “concientizadores”. latifundista, o las manifestaciones de exaltación nacionalista, racista, homofóbica y antisemita que teñían los movimientos políticos culturalmente orientados a rechazar cualquier forma de fusión o mestizaje con “el otro”, ya fuera guiada por el desarrollo urbano-industrial, por el liberalismo o por el bolchevismo. Ningún reparo suscita, en cambio, la tesis ampliamente difundida en la literatura internacional, según la cual la experiencia bolchevique y del movimiento comunista de Europa Oriental constituyó una respuesta a los desafíos que provenían de la industrialización occidental, una respuesta mucho más coherente que el agrarismo con las lógicas de la modernidad. De igual modo, tampoco resulta difícil identificar en la celebrada emancipación de la clase obrera, y desde la perspectiva teórica de una sociedad sin explotación (en la que el estado se extingue paulatinamente), el objetivo de “emancipación humana” de los comunistas. A su vez, la organización de la sociedad y los instrumentos utilizados durante la compleja experiencia de las sociedades socialistas eran constantemente legitimados mediante la remisión a una ciencia “objetiva”, identificada en el marxismo-leninismo. La férrea confianza en el carácter científico de éste era acompañada por el énfasis que la cultura y la iconografía de estado ponían en las máquinas, en la innovación técnica, en el racionalismo ateo, en la racionalidad de la creación de grandes empresas, de la planificación territorial y urbanística en la que la construcción de barrios suburbanos siguió modelos apenas diferentes (más que nada, se diría, en la precariedad de los materiales utilizados y de las tecnologías aplicadas) de los que se aplicaron en lo años treinta en Estados Unidos mismo, que por ejemplo pueden ser observados en una visita a los suburbios al norte de Manhattan, en Nueva York, o a determinados distritos de Boston8. Por lo demás, los valores de la igualdad (vinculados a una sociedad a la que, una vez que fuera superada la división entre las clases, se imaginaba libre de conflictos) constituyeron el cuerpo principal de una ética universal, que quedaría cabalmente realizada con la anhelada victoria de la revolución en las sociedades capitalistas avanzadas. A su vez la emancipación de la clase obrera –y, más adelante, la de las mujeres–, el acceso a la instrucción, la garantía de una vida digna y bien protegida (en lo relativo al trabajo y a la jubilación, a la vivienda y a la salud) en una sociedad solidaria y libre de despilfarros, en ciertos aspectos austera, constituían los aspectos principales de un cuerpo doctrinario de derechos universales, en el que la idea de democracia no aparecía asociada tanto con la concreción de las libertades fundamentales –que, de todos modos, eran formalmente proclamadas–, sino con el público ofrecimiento de garantías que permitieran hacer respetar los derechos reconocidos en los textos constitucionales, es decir los derechos sociales, los económicos y los de manejo de la producción. Tal orientación, que no justifica la actitud de subestimación de la democracia política, pero es uno de los elementos que contribuyen a explicar las causas de tal subestimación, se origina en una idea de la libertad (que puede advertirse ya en el narodnichestvo) estrictamente condicionada por la combinación de igualitarismo e impulso a la emancipación de las clases inferiores, considerada esencial para superar los desequilibrios sociales y económicos que, en las regiones más atrasadas, eran más profundos y, al mismo tiempo, inaceptables desde el punto de vista moral. Una ulterior confirmación de que dentro de la experiencia del “socialismo real” eran innatos los contenidos modernistas provino asimismo del papel atribuido a la burocracia en el proceso de crea-

ción y puesta en marcha del estado, y de la insistencia ideológica −por lo demás, incorporada con convicción a la práctica cotidiana− de que los valores vinculados con el trabajo y el crecimiento de la industria tenían carácter prioritario9. Y ello a tal punto que, por ejemplo, en relación con el trabajo el art. 18, título II, de la Constitución de la República Soviética de Rusia (RSFSR), postulaba con todas las letras el principio de que “quien no trabaja no come”. Por lo demás, a propósito de estos temas versó ya el primer y vehemente debate entre Bujarin y Preobrazhensky. Y a las mismas cuestiones hicieron continua referencia la política de Stalin a partir del vuelco de 1929 y durante la “guerra contra los campesinos” y las posteriores controversias sobre reformas en la época de la desestalinización. En resumidas cuentas, en aquellos lugares de Europa Oriental en los que durante el curso de los dos últimos siglos habían sido elaborados proyectos específicos que aspiraban a alcanzar el desarrollo, y se habían ideado modalidades e instrumentos dirigidos a alcanzarlo, la referencia a los principales contenidos de la modernidad ha sido constante, aun cuando más de una vez se emitieran diferentes formas de definiciones anticapitalistas. Por otra parte, esas definiciones anticapitalistas eran recibidas como manifestaciones de la identidad del estado-nación (a menudo, incluso, habían sido presentadas como tales). Ello permitía que ganaran reconocimiento, evitando el riesgo de que se equiparara a las sociedades orientales de Europa con el modelo occidental, y daba pie también a la posibilidad de competir con Occidente, algo que parecía posible en los años a caballo entre los cincuenta y los sesenta. Dentro de este marco de referencia, a la vez complejo y ambivalente, fueron sucesivamente situándose tanto los impulsos proteccionistas y aislacionistas que brotaban en el campo soviético así como las tímidas teorías de “democracia popular”, desde la experiencia yugoslava de la autogestión a los proyectos de reforma varias veces intentados en Polonia, o la “Primavera de Praga”, o las orientaciones programáticas de Imre Nagy o, mucho más cautamente, de János Kádar. En el sucederse de políticas modernizadoras que aspiraban a entrelazar socialismo e identidad nacional, modelos de desarrollo y singularidades locales, anticapitalismo y diversidades en el campo socialista, también llegaron a verse involucrados países como Albania y Rumanía en los que −sin dejar de remitirse a esas políticas− lo que prevaleció fue la voluntad de defender, en primer lugar, el poder absoluto del líder. Construcción de la modernidad, entre autarquía e independencia Vale la pena detenerse en la relación existente entre las aspiraciones a la modernidad y la salvaguarda de las singularidades locales, pues las tensiones culturales que esa relación desencadenó condicionarían intensamente el derrotero histórico-político de las regiones de Europa oriental durante los siglos XIX y XX. Si, por ejemplo, se piensa en narodniki y agraristas, podrá verse que unos y otros se preguntaban si el capitalismo podía convertirse en un modo de producción de alcance nacional, y hasta qué punto sería capaz de lograrlo. Unos y otros llegaron también a la conclusión de que dicho objetivo solo sería alcanzable a costa de que el capitalismo ruso o el de Europa Central y Oriental conservaran un carácter meramente periférico. Se convencieron, pues, de que las condiciones de desarrollo del modo capitalista de producción, una vez que se las introdujera desde Occidente, no serían o no podrían

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llegar a ser nunca equivalentes a las que se habían desarrollado en el llamado “centro”. Porque, en efecto, y más allá de algunos cambios radicales que ya se estaban produciendo en determinadas áreas, las condiciones de atraso existentes en términos de disponibilidad de capitales, de clases empresariales dispuestas a invertir y arriesgarse, de mano de obra disponible y de instituciones políticas y económicas capaces de sostener empresas de esa índole no permitirían alcanzar resultados equiparables a los que habían sido obtenidos en Occidente –a pesar de que algunos cambios radicales se hubieran producido ya en el ámbito local. Y precisamente los cambios que se producían parecían estar demasiado aislados en el aspecto cultural y en el geopolítico como para que pudieran, en un lapso razonable, transformarse en cadena de tracción de todo un país. En otras palabras, las zonas productivas que constituían la vanguardia no podían ejercer una influencia generalizada en favor de la adecuación estructural de la economía y de las instituciones de un país entero. De esas consideraciones extrajeron narodniki y agraristas la convicción de que si se mezclaba lo nuevo con una protección parcial de lo antiguo sería posible hacer que la modernización del agro constituyera una respuesta adecuada a los desafíos de la industrialización10. Los eslavófilos, por el contrario, sostuvieron que la ya iniciada alteración de los tradicionales equilibrios entre ciudad y campo, y entre agricultura e industria debía ser frenada lo más pronto posible, adoptando para ello un modelo social alternativo de la modernización, capaz de salvaguardar la identidad rural característica del Imperio ruso, tradicionalista-patriarcal y autocrática, aunque eso implicara acentuar el aislamiento social y cultural del país. Por cierto, una argumentación no demasiado diferente al fin y al cabo de la que se encuentra en el Discurso a la nación alemana, de Fichte11. Para los bolcheviques, en cambio, la opción anticapitalista siguió estando ideológicamente anclada en la modernidad, por lo que la búsqueda de un modelo alternativo de desarrollo se ubicó dentro de ese marco de referencia. Vincular a la modernidad con la identidad soviética entonces en construcción llegó a ser muy pronto una necesidad apremiante. Por otra parte, la Rusia soviética quedó internacionalmente aislada al término de la guerra civil, a pesar de los esfuerzos de Lenin, con la puesta en marcha de la Nueva Política Económica12 y la decisión de concurrir a la conferencia de Génova, de iniciar una apertura al empresariado occidental. Ello planteaba la necesidad inevitable de hacer frente desde lo interno al problema de la obtención de recursos para desarrollar la industria. Toda la controversia que siguió entre la Krestintern13 y la Internacional Verde14, entre Bujarin y Preobrazhenski, reflejó las vacilaciones del bolchevismo entre la “política de alianzas” y su misión industrial-revolucionaria. La trayectoria misma de Radić15 es emblemática de hasta qué punto habían llegado a mezclarse las pulsiones identitarias croatas con las perspectivas del “estado rural” y las tendencias revolucionarias presentes en ciertas regiones de la Europa Central y Oriental, entrecruzándose con las esperanzas y hasta con las ilusiones bolcheviques. Mientras tanto, del lado soviético habían venido cristalizándose dos tendencias contrapuestas. Por un lado, hubo una clara búsqueda de una relación estrecha con el campo, a través de la asunción de ideas y estrategias en más de un aspecto cercanas al agrarismo de la Europa Central y Oriental16. Por otro lado, el hecho de apelar a las leyes “del valor” y de la “acumulación originaria socialista” dejaba entrever la construcción de una “vía soviética a la industrialización”. En ella se confiaría al estado la doble función de recaudador de los recursos necesarios y de inversor, mientras el uso diferenciado de los bienes disponibles y la imposición de una relación no equilibrada entre los precios agrícolas y los industriales iba transformando a las áreas rurales en una especie de “colonias interiores”, o sea, en víctimas predestinadas en el camino de la realización de los principios de modernidad elaborados por el comunismo. Por otra parte, no debe sorprender la confianza depositada en

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la eficacia del estado. No fue una característica cultural exclusiva de los bolcheviques. También el agrarismo, sobre todo en Bulgaria, Croacia y Checoslovaquia, adjudicó a la administración pública esa clase de tareas, que debían cumplirse a través de la recaudación fiscal, con el fin de orientar al menos una parte de la inversión a la electrificación y a los servicios de apoyo a la agricultura, y a la vez librar al campo del peso de la usura que, sobre todo en los Balcanes, estaba convirtiendo el endeudamiento de sus habitantes en una verdadera emergencia social, con lo que se obstaculizaba en notable grado la actualización de las técnicas de cultivo y la modernización de herramientas y máquinas. Por lo demás, pronto se produjo al otro lado del océano el derrumbe de Wall Street, que marcó el fin del liberalismo económico. Con el New Deal los mismos Estados Unidos, a instancias de Keynes, empeñaron a su administración en una intervención activa en la economía. Pero lo que hizo realmente singular al modelo soviético fue la interpretación “omnipotente” de la función del estado por Stalin, y la manera terminante en que la puso en práctica después del giro político de 1929, combinando centralización, nuevas jerarquías patriarcales, formas de control invasivas y apelación a la violencia. En esa coyuntura, autarquía y aislamiento se hicieron particularmente intensos. Pero aquellos no eran años en los que la aplicación de esas políticas produjera inevitablemente atraso. Por el contrario, y como lo sugerían numerosas teorías surgidas en el siglo XIX, en la etapa de inversiones y de crecimiento de la industria nacional el proteccionismo podía constituir todavía un presupuesto esencial de la consolidación de la producción antes de salir a competir en los mercados internacionales, siempre y cuando el estado tuviera un “tamaño mínimo”17. Y la URSS de Stalin, pese a la violencia ejercida, se benefició de una situación en muchos aspectos semejante, en la que el aislamiento vino a cumplir la misma función que el proteccionismo capitalista, mientras la acumulación en perjuicio del campo permitía invertir en la industria estatal, aunque desordenadamente y a costa de mil despilfarros. Al mismo tiempo, tal como ya había sucedido en otras regiones de Europa, el crecimiento económico en condiciones de autarquía coincidió con el resurgimiento del nacionalismo (y lo favoreció). Al concluir la Segunda Guerra Mundial, y gracias sobre todo al triunfo militar, ese modelo pareció a ojos de los comunistas europeos el más eficaz para dar curso a una solución de “modernidad anticapitalista” en la cual desarrollar industrialización, urbanización, escolarización masiva y estado social, dentro de un clima de racionalismo ateo. Además, tal modelo parecía ser algo así como una garantía de éxito, capaz de imponer una diferenciación neta con el pasado agrario (ampliamente considerado premoderno por la militancia comunista) y de sentar las bases para la construcción del socialismo. Al mismo tiempo, ya al comienzo de la posguerra, la importancia de lo identitario sugería considerar críticamente aquel modelo. Se bosquejaron hipótesis alternativas o intermedias, muy presentes en las primeras reflexiones respecto de la democracia popular pero que pronto fueron barridas por los vientos de la Guerra Fría y de la estalinización de la Europa oriental. Sin embargo, luego de la muerte de Stalin la cuestión volvió a ser planteada a propósito de las “vías nacionales al socialismo”. En un panorama internacional que se había vuelto mucho más flexible se inició entonces una nueva etapa, orientada a romper los estereotipos del pasado y a detectar políticas que permitieran anclar el welfare socialista –basado en la asistencia social, el pleno empleo y el igualitarismo– en un sistema económico eficiente, capaz de favorecer la flexibilización de la producción y la innovación, el incremento del consumo y la autonomía de las empresas, y de brindar también eficaz estímulo a la agricultura, de modo de aprovechar la gran oportunidad que ofrecían el proceso de descolonización y los nuevos mercados que se estaban formando. La Yugoslavia de la autogestión y la no alineación fue en la época el país más avanzado en cuanto a radicalidad de las reformas y la apertura internacional al comercio. Combinando con audacia la dictadura del proletariado con una permeabilidad incluso política y


[...] el agrarismo representó una forma político-cultural de adhesión crítica a la modernidad, en la que coexistían tendencias no siempre coherentes con el proceso mismo de modernización; tal es el caso de la sensibilidad manifestada por la identidad nacional (aspecto en sí mismo moderno) pero en clave anti-urbana y anti-industrial (y por consiguiente pre-moderna). cultural a los estímulos provenientes de diferentes partes del mundo el país pasó a constituir, por el mero hecho de su existencia, un punto de referencia esencial para los ajustes estructurales que estaban en proceso de maduración dentro del campo socialista. La discusión fue ardua y dio origen a numerosas reformas, cuyos variados resultados se vieron de todos modos condicionados por los procesos de apertura internacional que llevaron al espacio socialista europeo entero a una gradual interdependencia en materia financiera, ambiental y técnico-cultural, tanto con el “tercer mundo” como con el mismo Occidente. En determinado momento el breznevismo intuyó el peligro de las potenciales repercusiones de esa situación y, coherente con su conservadurismo ideológico, ya durante su etapa de decadencia intentó detener el proceso. En tanto, la dirigencia yugoslava se mostraba insegura del futuro que le esperaba, apremiada entre la crisis económica, la desaparición de Tito y los temores que despertó la invasión soviética de Afganistán (1979). A mediados de los años ochenta, la estrecha relación entre la identidad (soviética o “socialista popular”) del estado y el modelo de desarrollo impulsado por el comunismo se había debilitado mucho. Habría que buscar la principal causa de esto en la acción concurrente de la creciente ineficacia del sistema productivo (sobre todo frente a la difusión en Occidente de la tecnología avanzada) y la gradual pero intensa penetración del mundo exterior en las sociedades socialistas de Europa, en las que subsistía aun −aunque petrificada por la ideología− una firme predisposición cultural positiva hacia el Occidente industrializado. Ciertamente, ya no se vivía en los años treinta ni en los cincuenta: ahora, aislamiento y proteccionismo eran generadores de atraso, mientras que el desarrollo social, económico y cultural imponía hacer frente a la incipiente globalización. El proteccionismo socialista, propagado culturalmente a través de ideas europeas occidentales surgidas en el siglo XIX y de una praxis política muy utilizada en Gran Bretaña y Alemania (al menos mientras la industria nacional de esos países debía todavía luchar por competir con éxito en el campo internacional), fue causado en gran medida por la política anglofrancesa del cordón sanitario y por el triunfo de su contrapartida, la política bolchevique de la “fortaleza sitiada”18. Después de la Segunda Guerra Mundial, esa actitud se vio prolongada en la bipolaridad de la Guerra Fría y en la estructuración del campo soviético, expresamente deseada por Stalin en continuidad con la lógica del “socialismo en un solo país”, por él mismo promovida en diciembre de 1924. Por lo demás, es cierto que esa orientación pudo ganarse el consentimiento activo de una parte importante de la población, en la que a lo largo del tiempo había arraigado una cultura política de índole tradicional, heredada del campo y de las comunidades aldeanas autosuficientes, y derivada también de comportamientos que estaban muy difundidos, incluso antes del siglo XVIII, entre los nobles de Europa Oriental. Pero también es cierto que el aislamiento soviético fue adoptado en gran medida por la propia postura ideológica sustentada por el bolchevismo. En efecto, su objetivo originario de promover la revolución mundial a través del Comintern, aun después de fracasados todos los movimientos revolucionarios europeos de la primera posguerra, había contribuido no poco a reforzar el “miedo al comunis-

mo”, e inducido a los demás países a reaccionar.19 La cultura “internacionalista revolucionaria” subsistió aun después de 1945, por más que en la realidad hubiera sido ya abandonada por Stalin. Su política exterior había refluido a objetivos más tradicionales de preservación del poder territorial y de conservación de los equilibrios, como lo demuestran su comportamiento, desde el tratado de no agresión suscripto con Joachim von Ribbentrop en 1939 hasta los “acuerdos de repartición” celebrados en Moscú con Winston Churchill en 1944. A estos últimos el dictador georgiano permaneció fiel hasta el día de su muerte. Pero el cambio de rumbo de Stalin no fue compartido ni comprendido por otros líderes comunistas de gran prestigio internacional, que siguieron siendo “cominternistas” a su manera: Mao, Fidel Castro, el Che Guevara y Ho Chi Minh20. En conclusión, la expectativa de una victoria definitiva de la revolución socialista, o del ideal socialista, pervivió en el esquema teórico comunista, si bien bajo otras formas, identificables en la idea de la “expansión del socialismo”, y en la misma noción kruscheviana de “competencia con Occidente”. De ahí que, en tanto el comunismo aprovechaba nuevas oportunidades de difusión en Extremo Oriente, América Central y el África Subsahariana, su ideología (aunque petrificada) sostuvo con firmeza la esperanza de un cambio social radical en el Oeste, lo cual en realidad venía a reforzar –sobre todo en la Europa Central y Oriental así como también en Rusia– el sentido de pertenencia al Viejo Continente. Mientras tanto, Occidente permaneció militar y psicológicamente preso de la “amenaza comunista” y aplicó los más variados medios para impedir ese “contagio”. Todo ello contribuyó a mantener en pie las lógicas de oposición frontal de la Guerra Fría, y a sostener durante décadas en los países socialistas una cultura y una práctica político-económica de tipo aislacionista, incapaz de sacar ventajas de su encuentro con las transformaciones técnicas y tecnológicas internacionales a las que de todos modos se aspiraba. En tanto, la brecha respecto a Occidente se había agudizado, al extremo de presagiar para el espacio socialista europeo la condición de “periferia”, dependiente una vez más de la penetración de las ideas, los capitales y las innovaciones del “centro”. Dicho espacio había quedado excluido de tal centro, pese a haber alentado la esperanza y la convicción de poder demostrar que su propio modelo de desarrollo era realmente eficaz, y en perspectiva también competitivo y capaz de preservar un nivel aceptable de diferenciación identitaria. Llegó a tener incluso la posibilidad de demostrar tal eficacia, sobre todo en la etapa de madurez del socialismo, cuando los impulsos reformadores, en consonancia con los éxitos alcanzados en la “carrera espacial”, habían logrado ya afirmarse. En cambio, en el momento mismo en que el libre mercado se afirmaba en Occidente, el denominado “estancamiento brezneviano” desembocaba en una situación en que la reformulación ideológica de la autarquía socialista venía a coincidir con un proceso contradictorio pero constante de penetración del mundo exterior en las economías socialistas, a través de mecanismos no muy diferentes de los transitados en su momento por narodniki y agraristas al advertir (claro que en muy diverso contexto) en la confluencia de desarrollo y atraso la existencia de un problema grave sin resolver. De modo que la creciente obsolescencia del modelo de desa-

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[...] en un marco de continua transformación, el ejercicio de la “política” en el espacio europeo oriental debió enfrentarse fundamentalmente con la exigencia de asegurar eficiencia productiva y, a la vez, solidaridad social e igualitarismo; apoyándose en valores heredados más de la cultura rural premoderna (reformulados luego ideológicamente por el comunismo en la modernidad) que de la democracia. rrollo socialista y su inadecuación a los requerimientos de la época pudieron ser apreciados entonces, en una etapa marcada por una contradicción similar, en una sociedad que entretanto se había vuelto mucho más compleja, rica en inquietudes y socialmente más flexible que la de los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Mientras tanto, en los países del bloque que habían experimentado, en distintas medidas, relaciones autónomas con Occidente, con el tercer mundo o con China, o que habían debido tomar en cuenta la existencia de un mundo tendencialmente cada vez más polifónico, la subsistencia de la autarquía ideológica y económica discordaba cada vez más con las aspiraciones al desarrollo. En el marco de esas dinámicas potencialmente explosivas, la decisión gorbachoviana de aceptar el desafío de la interdependencia significó abandonar el proteccionismo autárquico soviético y, por consiguiente, superar una cultura socialista que en su política económica era de carácter decimonónico, reflejada por igual en todo el bloque socialista. En buena medida, todos los países que integraban ese campo, y en especial Polonia y Hungría, estaban mejor preparados que la propia URSS a actuar en un marco de interdependencia. Las políticas económicas de las dos décadas anteriores habían apostado en gran medida a eso, aunque después de 1969 hubiera habido que posponer para tiempos mejores la adopción de reformas radicales. Mientras tanto Yugoslavia –aquel viejo álter ego soviético– se enfrentaba a problemas similares, acorralada por una pesada deuda externa, por la reformulación de anteriores aperturas que en parte habían quedado frenadas y por la búsqueda, incierta y muy discutida, por el alto costo social que implicarían, de reformas mucho más osadas. En particular, el gobierno de Belgrado se vio atrapado en una red de actitudes inflexibles, que por un lado provenían de la voluntad de salvaguardar un estado social costoso y no siempre (ni en todas partes) eficiente, y por otro de una gobernanza federal lenta y farragosa. En tales condiciones, la ausencia de un sistema institucional dinámico y maleable, que contara con ámbitos públicos adecuados para la mediación política, en tiempos que hacían imprescindible acentuar la ductilidad y la elasticidad, llevó al colapso de toda la experiencia socialista europea. En otras palabras, la voluntad demostrada por Gorbachov y por algunos otros líderes del comunismo de Europa Oriental por efectuar cambios, incluso radicales, que pudieran dar flexibilidad a las instituciones existentes llegó claramente con retraso respecto al impacto combinado provocado por: a) la profundidad de las transformaciones que habían experimentado todas las sociedades socialistas; b) los intereses conservadores de un aparato administrativo que no estaba dispuesto a perder el poder obtenido dentro de las instituciones del “socialismo real”; y c) la grave obsolescencia técnica y científica de estructuras y aparatos, en momentos en los que se debía empezar a hacer frente a la globalización. Además, aunque en general los países de Europa Oriental habían adoptado el sufragio universal antes de que lo hicieran los países occidentales, la democratización de la sociedad había seguido sufriendo fuertes limitaciones, sobre todo en perjuicio de las libertades individuales, y a causa de la ausencia fáctica del estado de derecho. En tal marco, el centralismo administrativo, lejos de convertirse en un factor de eficiencia en el acceso a los servicios y en garantía de los derechos del ciudadano, había pasado a ser una modalidad buro-

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crático-despótica de gestión del poder, si es que no era considerado una mera forma de opresión de las minorías. En la población, el creciente descontento se derivaba de considerar insatisfactorias (con variantes según cada época y contexto) las premisas, sus reales posibilidades y los logros obtenidos por los distintos modelos. Tal descontento encontró de qué alimentarse en los mitos sobre la exclusión de esas sociedades de los procesos de desarrollo que tenían curso en Europa Occidental. Algunos de esos mitos eran transmitidos junto a los recuerdos históricos de estrepitosas derrotas sufridas en época moderna. Basta pensar en el triángulo polaco-bohemio-húngaro y en los mitos de su repartición: el de la Montaña Blanca, el del Trianon, el de Múnich. Otros mentaban el plurisecular oscurantismo otomano, concepto que la reciente historiografía internacional ha cuestionado en más de un aspecto con eficaces argumentos. Otros hablaban de un supuesto “abandono” occidental de regiones europeas −polacas y griegas, principalmente−, dejadas a merced de imperios a los que se consideraba “asiáticos”, entendiendo por lo general como tales a Rusia y Turquía. Otros veían una actitud occidental que en lo cultural y político era esencialmente de ambigüedad y rechazo del “europeísmo” ruso. Con esas convicciones habían venido a entrelazarse también, a lo largo del tiempo, las de todos aquellos que atribuían a Occidente, al cosmopolitismo y al internacionalismo la pérdida de las singularidades nacionales. Sucesivamente se había acusado a Occidente de exportar a Europa Oriental no solamente la revolución industrial sino también el comunismo, el judaísmo y la masonería, y de facilitar contaminaciones y mestizajes que habían “desfigurado” y privado de sus “tradiciones” y “pureza” a cada país. En conclusión, la desilusión debida a los conocidos límites de la modernización europea oriental ha consolidado sentimientos contrapuestos de pertenencia a Europa, de exclusión del bienestar occidental pero, a la vez, de rechazo de aquellos esquemas de desarrollo considerados “importados” y ajustados a modelos dominantes. Moderno y posmoderno: el ejercicio de la política en la Europa Oriental de la globalización En un marco de continua transformación, el ejercicio de la “política” en el espacio europeo oriental debió enfrentarse fundamentalmente con la exigencia de asegurar eficiencia productiva y, a la vez, solidaridad social e igualitarismo; apoyándose en valores heredados más de la cultura rural premoderna (reformulados luego ideológicamente por el comunismo en la modernidad) que de la democracia21. Pero también la política se debatía entre el estímulo (a veces limitado, otras veces más decidido) a la iniciativa individual y a la defensa de las prerrogativas del poder central contra las autonomías, con la única excepción de la Yugoslavia de Tito después de 1965. Ello sucedía tanto por razones que acaso derivaran de la necesidad de afirmar/consolidar el estado-nación como a consecuencia de la resistencia opuesta por los aparatos administrativos. En el caso específico ruso jugaba también la necesidad de asegurarse el control de un territorio inmenso y poco poblado que se extiende a lo largo de once husos horarios y en el que todavía hoy el centralismo es perci-


bido, tanto por dichos aparatos como por buena parte de la opinión pública, como un instrumento esencial de seguridad22. La fecundidad de estas temáticas y su constante replanteo a lo largo del tiempo explica por qué las tendencias políticas en Europa Oriental siguieron trayectorias sustancialmente diferentes de las recorridas en su momento por las familias políticas occidentales, por más que los nombres de los partidos hubieran sido en cierta instancia copiados por éstas. En efecto, por un lado, la antinomia desarrollo/atraso dio origen a algunos movimientos originales como el narodnichestvo, el agrarismo (con la excepción danesa entre las dos guerras) y el variopinto mundo de la disidencia anticomunista. Por otro lado, más allá de las coincidencias de nombres que puedan haberse producido (como en el caso de los partidos nacionales o populares, el de los socialistas/socialdemócratas y los comunistas, el de los partidos fascistas y, en parte, el de los liberales), el principal elemento de diferenciación dentro de un país dado radicaba en la controversia social acerca de las etapas del desarrollo, a tal extremo que el tema pasó a ser trans-partidario. Vale decir que, más allá de que los partidos se remitieran siempre, en busca de inspiración, a las familias de partidos de Europa Occidental, es esa controversia la que representó el verdadero aspecto diferenciador, capaz de cruzar transversalmente grupos y movimientos, mezclando en forma desordenada orientaciones y lealtades políticas, y revelándose también capaz de ir más allá del parecido meramente formal con las principales ideologías de origen occidental, con lo que muy frecuentemente se terminaba por volver a proponer o elaborar (o una y otra cosa) visiones teórico-políticas originales e inéditas. Así, en las organizaciones políticas de Europa oriental, la transversalidad de las orientaciones adoptadas en cuanto a las formas en que debía realizarse la modernidad llevó a redimensionar las distinciones ideológico-religiosas y de clase que, en cambio, tan características habían sido de la experiencia de los partidos de Europa Occidental. En consecuencia, los orígenes sociales de la práctica política en la región que nos interesa contribuyeron no solo a forjar sus conductas en los siglos siguientes sino además (y paradójicamente) a debilitar los vínculos entre los partidos y las clases sociales a las que esos partidos representaban. Así, el narodnichestvo dejó su destino en manos de los intelectuales “concientizadores”23; los partidos campesinos no lograron colmar jamás las diferencias sociales que existían en el ámbito rural, y entre los mismos comunistas la función de la clase obrera sufrió con el tiempo una mutación y un drástico redimensionamiento. Se dio aliento a una cultura de la “mutabilidad”, que hizo que la política apareciera inestable y mutable. Alguna vez, incluso, esa cultura estuvo signada por la ausencia de escrúpulos para establecer alianzas osadas, aunque, de todos modos, temporarias. Ello contribuyó a relativizar, si no a invertir, hasta el mismo significado parlamentario, generalizado en Occidente, de “derecha” e “izquierda”. En resumidas cuentas, la transversalidad de la praxis política en Europa Oriental terminó por dar vida a una multiformidad política, a una indeterminación o mutabilidad de los vínculos de lealtad y a una especial sensibilidad por las diferencias sociales, culturales y étnicas. Esto llega al extremo de que se tropieza con rasgos típicos de la posmodernidad en un contexto en el que todavía no ha podido afianzarse el proceso, típicamente moderno, de construcción del estado-nación, mientras siguen vivas las tentaciones autárquico-proteccionistas y las culturas políticas de origen premoderno24. En conjunto, todo lo indicado contribuyó a determinar un ma-

lestar cultural generalizado que terminó por verse reflejado en la complejidad del encuentro de las sociedades de Europa Oriental con la modernidad. Por un lado, y sobre todo hasta comienzos los años cincuenta, el proceso de edificación del estado tuvo que vérselas con las controvertidas relaciones ciudad-campo e industria-agricultura. Más tarde, debió centrarse en las formas de modernización que cabía adoptar, que tanto podían inspirarse en la premisa de la “vía nacional al socialismo” como en los modelos que constituían las sucesivas experiencias de los Estados Unidos, la Unión Soviética, Yugoslavia, China. Por fin, con el colapso del sistema socialista europeo y el avance de la globalización, todos los países del ex “socialismo real” debieron afrontar el problema de su inserción plena en el sistema económico internacional, que por su parte constituía una amenaza directa a la tríada “estado-nación, estado social, democracia nacional” en que estaba basada la modernidad. Por otro lado, la necesidad de enfrentar los cambios desencadenados por la incorporación al sistema económico internacional favoreció el resurgimiento de ciertas tendencias autárquico-proteccionistas. Consideradas compatibles con el estado-nación, sus defensores convencidos podían ser hallados −una vez más, transversalmente− en un amplio espectro de corrientes político-culturales que en otros sentidos eran muy distantes entre sí. Basta pensar, por ejemplo, en los movimientos nacionalistas, xenófobos y fascistas, cuya preocupación era salvaguardar la unicidad identitaria de la nación; o en los herederos del comunismo, decididos a proteger lo más que se pudiera del estado social; o en los Verdes, proclives a identificar en el estado-nación un baluarte de la protección ambiental, que podía esgrimirse contra la devastación de los recursos naturales provocada por incontrolables y salvajes mercados internacionales. Así las cosas, un nuevo estado de tensión hizo aparición en la Europa Oriental a fines del siglo XX. Las chispas brotaron ante todo entre el atractivo que ejercía la modernidad y la presencia simultánea de determinados comportamientos posmodernos; entre la afirmación de la diversidad (étnica, religiosa, cultural) y la estabilidad uniformante y homogeneizadora del estado-nación; entre la preservación de las peculiaridades locales y la inclusión en el modelo de desarrollo euro-atlántico (erróneamente percibido en el Este como un sistema único, a pesar de las profundas diferencias existentes entre las estructuras anglo-estadounidenses y las del sistema continental europeo); entre la reivindicación de “soberanía plena” de los estados y la necesidad de insertarse en una globalidad capaz de volver ficticia la constitución de espacios cerrados. Nuevas situaciones de incertidumbre vinieron así a insinuarse en el horizonte, en un proceso histórico continuo de conflicto entre atraso y desarrollo, entre esperanzas de cambio y condiciones dadas, entre autarquía y apertura al mundo exterior, entre reivindicaciones de europeísmo y sensación de exclusión, entre modernidad y posmodernidad25. En esa permanencia de una dinámica relacional compleja, en la que de forma transversal confluían (y aún siguen confluyendo) actitudes, valores y políticas caracterizados por una mezcla de atracción y rechazo, nos queda por observar en qué medida han revelado ser estrechas en Europa Oriental las relaciones entre modernidad y occidentalización. En sí, tal resultado parecía inevitable por la existencia conjunta de dos elementos esenciales. Por un lado, la angustia de quedar entrampados en el “orientalismo”, que ha ejercido una influencia cultural decisiva sobre el imaginario europeo oriental. Por otro, esa obsesión ha sido alimentada por el propio esquema ideológico bolchevique, de origen leninista, según el cual el desarrollo del so-

[...] en las organizaciones políticas de Europa Oriental, la transversalidad de las orientaciones adoptadas en cuanto a las formas en que debía realizarse la modernidad llevó a redimensionar las distinciones ideológico-religiosas y de clase. Puente@Europa 47


cialismo seguía dependiendo en cualquier caso de la superación del capitalismo en Occidente: una convicción que estaba todavía muy presente en todo el aparato de partido soviético en tiempos de Brezhnev y Suslov. Por lo demás, la noción de “orientalismo” −dejando aparte la elaboración desarrollada por Edward Said en época reciente26− estaba notoriamente arraigada en el pensamiento de Marx, y es fácil detectarla en una visión “euro-céntrica” (que más bien habría que denominar “euro-occidental-céntrica”) de la realidad mundial, ampliamente difundida, precisamente, en el siglo XIX, y que sería retomada después por Max Weber. Sin entrar ahora en los detalles de una controversia tan rica y compleja, cuyos orígenes se remontan al siglo XVIII y que se vincula con diferentes vetas político-culturales, bastará recordar aquí que Karl Marx manifestó en muchas ocasiones su actitud crítica respecto de Asia y, en particular, de China, tanto en el Manifiesto del partido comunista27 como en el propio El Capital28, en el que dedicó algunos pasajes críticos fundamentales al “modo de producción asiático”. Así también, por otra parte, el propio Marx planteó buen número de dudas sobre el futuro de Rusia, país al que consideraba, tras la derrota de Napoleón, como el bastión de la reacción en Europa y la columna vertebral de la Santa Alianza. Por consiguiente, y teniendo en cuenta el peso político que el pensamiento marxista tuvo en Europa Oriental durante todo el siglo XX, se hace más fácil entender en qué medida esa filosofía y su representación ideológica constituyeron un poderoso vehículo teórico y cultural, gracias al cual se difundió una visión positiva del futuro de la civilización, en relación con los desarrollos esperados precisamente en Occidente. Por todos estos motivos, tan cargados de simbolismo, el 4 de junio de 1989 aparece como un momento emblemático en el proceso de identificación de un destino común en el Viejo Continente. De manera opuesta, la construcción de los mitos occidentales, desde el del laissez-faire británico al de la superioridad de la raza blanca, desde el del Occidente “cristiano, progresista y desarrollado” al de la misión civilizadora de un estado racional y “minimalista”, tan en boga en el siglo XIX, contribuyó en grado decisivo a establecer una dicotomía imaginaria entre las virtudes occidentales y las limitaciones orientales, en la que el “otro sí mismo” del Oeste era identificado con un Este de límites extremadamente lábiles y por consiguiente capaz de incorporarse (según cada diferente punto de vista) buena parte de la propia Europa29. Semejante antítesis, de evidente inspiración patriarcal, muestra un Occidente caracterizado como la identidad “fuerte” atribuible al género masculino, y un Oriente presentado como fragilidad femenina. En la visión de su propia superioridad, cultivada por el mismo Occidente, las experiencias de los europeos orientales han sido relegadas con frecuencia a representaciones estereotipadas, exóticas o denigratorias. En respuesta a ello se desarrolló en Europa Oriental una verdadera fobia hacia el orientalismo, motivada en el impulso de reafirmar la plena pertenencia a un proyecto de modernidad que los mitos occidentalistas y la herencia marxista habían atribuido como cosa indiscutible al espacio euroatlántico; y ello, a pesar de que Europa oriental había sabido formular modelos de desarrollo de inspiración igualmente moderna, en cuyo contexto pudieron encontrar espacio tendencias anticapitalistas y de preservación de la propia identidad. Mirando bien, muchos de los defectos que se atribuyen a la noción de “Este” son imposibles de hallar en las culturas y las experiencias europeo-orientales. Cabe pensar, por ejemplo, en la imagen de pasividad, dependencia e inmovilismo atribuida justamente a esa categoría del “orientalismo”. ¿Cuándo, en qué momento desde el siglo XIX hasta nuestros días, se registraron situaciones de ese tipo en Rusia, en la Europa Centro-Oriental o en los Balcanes? Basta echar un vistazo a la cronología de las polémicas y al gran soplo reformador de los últimos dos siglos para comprobar que en todo caso la verdad ha sido la opuesta. En efecto, todo el espacio europeo oriental ha generado continuamente proyectos y cambios, reformas y nuevos sistemas

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políticos, volcados a internarse por un camino propio de construcción de la modernidad y que han determinado la evolución de la historia y la construcción de la política de esta región, anticipando incluso en más de un aspecto temas, problemas e inquietudes que solo después se abrirían paso en las sociedades occidentales30. Y por otra parte, el imaginario occidental de racionalidad, cientificidad, disciplina, orden, independencia y funcionalidad, libertad y tolerancia, basado en la “civilización cristiana”, ¿no choca contra una herencia histórica y cultural en la que han tenido lugar la Inquisición, la caza de brujas, el genocidio de los pueblos americanos, el antisemitismo, el nazismo y la shoah, la imposición de dogmas religiosos a otras culturas, el esclavismo llevado al extremo de situar a los Estados Unidos entre los últimos países que garantizaron por ley (en 1965, con la Voting Rights Act) el sufragio universal, seguidos solo por Portugal en 1970 y por Suiza en 1971? Ciertamente las percepciones son un factor que se distingue de la realidad y no tienen por qué ser confundidas con ella. Pero es indudable también que las percepciones pueden condicionar los hechos, hasta llegar al extremo de alterarlos. Notas 1

Este artículo es una traducción reelaborada de las conclusiones del libro del autor, Le sfide della modernità. Idee, politiche e percorsi dell’Europa Orientale nel XIX e XX secolo, Rubbettino, Soveria Mannelli, 2009. 2 Larry Wolff, Inventing Eastern Europe: The Map of Civilization on the Mind of the Enlightenment, Stanford CA, Stanford University Press, 1994. 3 China, en cambio, ha tendido a diferenciarse precisamente en este aspecto, planteándose a sí misma y planteando a los demás en los años noventa una alternativa, aparte de la búsqueda del éxito económico: la de la reafirmación de “valores asiáticos” tales como el respeto por la autoridad y la prioridad de la familia y de la comunidad social por sobre los derechos individuales. Todo ello la aparta en gran medida del sistema de valores laico, racionalista y democrático de la Europa moderna. Ver Amartya Sen, “Human Rights and Asian Values: What Lee Kuan Yew and Le Peng don’t understand about Asia”, en The New Republic, n. 2-3, 1997; y Xiaorong Li “‘Asian Values’ and the Universality of Human Rights”, en Report form the Institute for Philosophy and Public Policy, vol. 16, n. 2, primavera de 1996. 4 Jürgen Habermas, “Modernity: an Incomplete Project”, en Hal Forster (comp.), The Anti-Aesthetic: Essays on Postmodern Culture, Port Townsend, Bay Press, 1983. 5 Nota del traductor (N.T): En el original italiano, “risvegliatori” (“… que despiertan”, en sentido real o figurado). 6 Boris B. Gorshkov, “Debating ‘Backwardness’ in Russian History”, en AAASS Newsnet, vol. 47, n. 2, 2007, p. 3. 7 David Mitrany (1888-1975) fue un intelectual rumano (que obtuvo luego la ciudadanía británica), quien en el curso de la Segunda Guerra Mundial elaboró, entre otras cosas, las primeras teorías funcionalistas que buscaban asegurar la paz a nivel mundial a través de una red de agencias internacionales. También fue responsable de uno de los pocos y sólidos estudios sobre los movimientos campesinos en Europa Oriental (titulado Marx against the peasants). El mismo, sin embargo, como sugiere el título, aspiraba a convertirse también en una referencia teórico-ideológica de un movimiento que él representaba, aunque tardíamente y de manera un tanto idealista, para una alternativa plausible al comunismo después de la segunda posguerra. 8 Respecto de la formación y el desarrollo de las políticas territoriales soviéticas, ver el análisis crítico de Glauco D’Agostino, Governo del territorio in Unione Sovietica. Politiche territoriali e sviluppo regionale 1917-1991, Roma, Gangemi, 1993, en especial pp. 4663; también Richard Cartwright Austin, Building Utopia. Erecting Russia’s First Modern City, 1930, Kent, Kent State University Press,


2004; y Alan M. Ball, Imagining America. Influence and Images in Twentieth-Century Russia, Lanham, Rowman & Littlefield, 2003. 9 Michel Mouskhély (coord.), L’URSS. Diritto, economia, sociologia, politica, cultura, Milano, Il Saggiatore, 1965, vol. II, p. 792. 10 Alexander Gerschenkron, Atraso económico e industrialización, Barcelona, Ariel, 1968. 11 Johann Gottlieb Fichte, Discursos a la nación alemana, Buenos Aires, Pleamar, 1964, en especial los capítulos VI, VIII y XII. 12 La Nueva Política Económica fue el conjunto de reformas económicas adoptadas por Lenin en 1921 con las cuales se relajó el régimen de requisición forzada que estaba en vigor en el país desde 1917. Esta política implementó medidas de liberalización y privatización en la agricultura, en el artesanado y en la industria. Fue abandonada en 1928 a favor de una economía socialista planificada. 13 Acrónimo de Krest’janskij Internacional. Fue constituida en Moscú en octubre de 1923, luego del golpe de estado que había decapitado al movimiento campesino en Bulgaria. El objetivo de esta internacional “roja y verde” fue el de favorecer una alianza entre campesinos e industriales (bajo la hegemonía comunista), sobre todo en algunos países de Europa Central, en particular, Yugoslavia, Rumania y Polonia. Coherente con los principios de la Nueva Política Económica puesta en marcha al finalizar la guerra civil, la acción del Krestintern fue especialmente promovida por Buharin, pero luego fue abandonada por Stalin hacia finales del decenio. 14 La “Internacional verde” –o “Internacional agraria”–, con sede en Praga, fue constituida bajo el impulso del líder campesino búlgaro Aleksandar Stamboliyski, en 1922. Estuvo orientada a favorecer un camino hacia la modernización basada en la dependencia de la producción industrial del agro y sobre una cultura pacifista. Sufrió un duro golpe el año siguiente como consecuencia del golpe de estado en Bulgaria, en el curso del cual fue asesinado Stamboliyski. Fue retomada durante la segunda mitad de los años veinte y desarrolló un rol catalizador de los movimientos campesinos en Europa Central y Septentrional, al menos hasta la llegada de Hitler al poder. 15 Stjepan Radić (1871-1928) fue el líder indiscutido del Partido Campesino Croata. Sanguíneo y muy popular, luego del fin de la Primera Guerra Mundial se opuso al centralismo dinástico del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, propugnando una reforma agraria que favoreciera a los pequeños campesinos. Asimismo, asumió un comportamiento republicano, hasta buscar el apoyo bolchevique para su agenda nacional croata, y adhirió al Krestintern. Por este motivo fue arrestado a su regreso de Moscú. Luego fue liberado y llamado a formar parte del gobierno en Belgrado. Murió en 1928 como consecuencia de un atentado perpetrado por un nacionalista pan-serbio de origen montenegrino. 16 Y en efecto Andrea Graziosi, citando a Michael Confino, muestra que en considerable medida la Nueva Política Económica fue interpretada por los campesinos –sobre todo en Ucrania– como una confirmación de la plausibilidad y la funcionalidad de la “utopía agrarista”, que no solo era difundida por los partidos agrarios de la Europa Central y Oriental sino que además, en 1918 y 1919, estaba muy presente también en el programa de los campesinos rebeldes de las regiones ucranianas y cosacas. Ver Andrea Graziosi, The Great Soviet Peasant War. Bolsheviks and Peasants 1917-1933, Cambridge, Harvard Papers in Ukrainian Studies, 1996, pp. 24-25 y 41. 17 Al ocuparse Lenin de la cuestión de la autodeterminación de los pueblos considerada como secesión, en sus escritos de 1916 y años siguientes, viene a coincidir con Mazzini al expresar francamente la convicción de que “el tamaño mínimo de un estado” era indispensable para asegurar un nivel aceptable de nutrición y una posibilidad de bienestar para la población, hasta el extremo de supeditar la actitud de la clase obrera en favor de la secesión a que se diera precisamente la existencia de un “tamaño mínimo”. 18 Sobre la política soviética de los años veinte, ver, con más amplitud, Anna di Biagio, Le origini dell’isolazionismo sovietico. L’Unione Sovietica e l’Europa dal 1918 al 1928, Milano, Angeli, 1990. 19 El miedo a la revolución mundial perturbaba el sueño de los con-

servadores europeos desde la época de De Maistre. Él fue el primero que pronosticó la posibilidad de que una revolución mundial partiera precisamente de Rusia, y al expandirse por toda Europa señalara el ocaso de este continente. Aunque la voz “comunismo” aun no se había difundido en tiempos del Congreso de Viena, data de esa época la fobia que acompañaría a todo el siglo XIX, mientras las revoluciones se sucedían con intensidad creciente. Ver Dieter Groh, La Russia e l’autocoscienza d’Europa, Torino Einaudi, 1980, pp. 130-131. 20 Piénsese, por ejemplo, a ese respecto, en la repercusión que tuvieron en Occidente la guerra civil griega, la guerra de Corea, la de Vietnam, la frustrada invasión de Bahía de Cochinos y la revolución sandinista, seguidas en tiempos de la paridad nuclear brezneviana por la penetración soviética en el Cuerno de África y por la rivalidad chino-soviética en Angola y Mozambique. 21 Se alude aquí a las reivindicaciones políticas democráticas que en el siglo XIX jugaron un papel esencial en el redimensionamiento del liberalismo de principios de siglo y su desconfianza hacia el estado. Eso no significa que tales ideas no hayan sido atractivas e influyentes también en Europa Oriental; lo que se desea subrayar es que algunos valores típicamente democráticos como la solidaridad y la igualdad (esta última percibida más como igualitarismo) se afirmaron según una trayectoria interna propia. 22 Sobre la concepción del espacio territorial en la URSS y en Rusia, ver Silvio Fagiolo, La Russia di Gorbaciov, Milano, Angeli, 1988, pp. 122-129; y George Kennan, Possiamo coesistere?, Roma, Editori Riuniti, 1982. 23 Ver nota 5. 24 Pocas son las reflexiones existentes acerca de la compleja relación entre premodernidad, modernidad y posmodernidad en Europa Oriental. De todos modos, se recomienda ver, especialmente, Raivo Vetik: “Estonian Nationalism: Premodern, Modern and Postmodern”, ponencia presentada en el encuentro organizado por la Universidad Estatal de Tallinn Contested Modernities: an Interdisciplinary Approach, Käsmu, 14 y 15 de agosto de 2006, con la réplica de George Schöpflin; asimismo, también de R. Vetik, The Cultural and Social Makeup of Estonia, en Pål Kolstø (compilador), National Integration and Violent Conflict in Post-Soviet Societies, Lanham, Rowman & Littlefield, 2002. 25 Mutatis mutandis, tal comportamiento no era tan distinto, a fin de cuentas, de las resistencias que despertaba el neoliberalismo en Occidente, y sobre todo en Francia, Alemania, Italia y Austria, entre los siglos XX y XXI. En esos países, la opinión prevaleciente fue que la extensión de la propiedad pública y la difusión del estado social, de origen socialdemócrata y socialcristiano (según lógicas que, justamente, no estaban tan apartadas de la cultura solidarista rural o de la comunista propias de Europa Oriental), se hallaban en clara oposición a las tendencias de la globalización económica, basadas en las privatizaciones, la deslocalización, el traslado de los centros fiscales y de toma de decisiones, en una óptica justamente “global” que implicaba la desnacionalización del estado. 26 Edward Said, Orientalism, London, Penguin, 1991 (ed. orig. 1978). 27 Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto del partido comunista, Buenos Aires, CS ediciones, 2001 (ed. orig. 1848). 28 K. Marx, El capital, México D.F. – Madrid, Siglo Veintiuno, 1998 (ed. orig. 1867). 29 Ver sobre este tema Martin Bernal, Black Athena. The Afroasiatic Roots of Classical Civilization, London, Vintage, 1991; también Linda Weiss y John M. Hobson, States and Economic Development, Cambridge, Polity Press, 1995; Clive Trebilcock, The Industrialization of the Continental Powers 1870-1914, London, Longman, 1981. 30 Ver los interesantes esquemas comparativos Occidente-Oriente en John M. Hobson, The Eastern Origins of the Western Civilisation, Cambridge, Cambridge University Press, 2004, pp. 8 y 16.

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¿La construcción de Europa desde abajo? El activismo de base y la esfera pública trans-europea en los años ochenta Bent Boel

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a caída del comunismo en 1989 fue un quiebre en la historia de Europa. Pero lo que fue tomando forma desde 1989 no se construyó sobre una tabula rasa. Europa no comenzó de cero con la caída del muro de Berlín. Esto es cierto en muchos aspectos, incluso en lo que concierne a los intercambios entre el Este y el Oeste de Europa. Hubo numerosos contactos antes del fin de la Guerra Fría, lo que muy posiblemente haya tenido que ver con lo ocurrido en 1989. Con seguridad, la “cortina de hierro” dificultó y, en algunos casos, hizo imposible la comunicación entre ambas mitades de Europa. Esto ha sido así en lo que respecta al comercio, la política y la cultura. Los regímenes políticos orientales procuraron especialmente impedir el libre movimiento de personas y el flujo de ideas, además de intentar mantener el control sobre cualquier tipo de comunicación social a través de las fronteras. Sin embargo, la cortina de hierro no fue completamente impermeable. La historiografía reciente ha aportado algunos descubrimientos interesantes acerca de las múltiples formas en las que se logró perforarla antes de 19891. La Distensión de los años sesenta y setenta fue un antecedente importante para el desarrollo de estos acontecimientos, al que contribuyeron también el turismo, los programas radiales, la televisión y el consumismo. Los servicios de inteligencia occidentales, y en particular la CIA, también cumplieron un papel clave. Muchas fueron las personas y grupos que intentaron traspasar las fronteras y establecer contactos en el Este, involucrándose en actividades turísticas de tipo “subversivo”. Algunos de estos contactos se establecieron en los años setenta o incluso con anterioridad. Pero el gran avance se logró en los años ochenta. En este artículo abordaré dos cuestiones. En primer lugar, intentaré responder la pregunta “¿quién ayudó a los disidentes?”. Es decir, ¿quiénes intentaron establecer contacto con los disidentes? En segundo lugar, discutiré en qué medida dicho apoyo se tradujo en un diálogo entre los activistas de base en Occidente y los disidentes del bloque soviético. ¿Quiénes ayudaron a los disidentes? Iniciaremos la discusión con el asunto de los disidentes2. El término “disidente” se hizo popular en Occidente en los años setenta para hacer referencia a aquellas personas en el Este que criticaban los regímenes comunistas. Sin embargo, la actividad opositora en aquellos

países se inició mucho antes. La muerte de Stalin en 1953 condujo a un período de “des-estalinización” en la Unión Soviética durante el cual quienes pensaban diferente intentaron expresarse, en principio, a través de la literatura. El régimen respondió con represión, lo que desencadenó nuevas iniciativas que condujeron a lo que en los años setenta se conoció como “disidencia”. La “desestalinización” en los años cincuenta también desencadenó la crítica al orden imperante en otros países del Este, de manera más ostensible en Polonia y Hungría, en 1956. Hasta la Primavera de Praga de 1968, muchos críticos esperaban que algunas reformas introducidas por el régimen pudieran crear una suerte de socialismo con “rostro humano”. Sin embargo, luego de la invasión de Checoslovaquia por parte de los aliados del Pacto de Varsovia en agosto de 1968, los disidentes mayormente abandonaron la fe en una reforma del comunismo. Le dieron la espalda al sistema en la búsqueda de una “sociedad paralela” donde fuese posible “vivir en la verdad”. Se debe dejar en claro que la situación en el Este variaba radicalmente. El régimen totalitario de Albania difería significativamente del “cuartel más feliz”, tal como se conocía a Hungría. La característica que aunaba a todos los disidentes era la defensa de los derechos humanos. Con frecuencia, los disidentes intentaban atraer atención internacional con la esperanza de que ello pudiera otorgarles cierto grado de “protección” de la opresión del régimen. Los contactos internacionales servían para la difusión de los productos de los disidentes tras la cortina de hierro o para la importación de productos como maquinaria para el copiado, plantillas, libros, películas, conferencistas, etc. ¿Quién asistió en Occidente a los disidentes del bloque soviético? En su acepción más amplia, esta pregunta podría responderse de manera muy diferente dependiendo del diagnóstico que cada uno haga sobre el final de la Guerra Fría. Hay quienes sostienen que los partidarios de la política de confrontación política e ideológica hacia la Unión Soviética son quienes deben recibir el crédito por la caída del comunismo y, por ello mismo, merecen ser considerados los mejores amigos de los disidentes. Por otra parte, hay quienes sostienen que fue la política de distensión la que permitió y apresuró la caída del bloque soviético. Una manera diferente de ver la cuestión es examinar con más detenimiento a aquellas personas que ayudaron a la oposición de manera concreta, especialmente quienes cruzaron la cortina de hierro para encontrarse con los disidentes. Este último enfoque no está exento de problemas. Quizá nunca se conozca el ver-

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dadero alcance de estos contactos de base ya que fueron a menudo sigilosas acciones de pequeños grupos o individuos que no dejaron ningún rastro escrito, y consiguientemente nunca podrán ser conocidos. Sin embargo, intentaré trazar un boceto de su naturaleza a partir de diez generalizaciones acerca del apoyo que Occidente brindó a los opositores en el bloque soviético durante la Guerra Fría. En primer lugar, el apoyo a los disidentes fue principalmente de carácter no gubernamental. Durante la Guerra Fría, los gobiernos occidentales no querían dar la impresión de estar interfiriendo en los asuntos internos de los países del bloque soviético. Su política oficial se enfocó en la diplomacia silenciosa para resguardar la política de distensión. La cautela y la moderación prevalecieron en los gobiernos de todo el arco político. Cuando las tropas del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia, la reacción gubernamental de los países occidentales fue más bien débil. Los líderes políticos en Occidente desestimaron la invasión al considerarla un hecho menor en el camino hacia una política de distensión o directamente desaconsejaron “reacciones exageradas e histéricas”. No hay dudas sobre el hecho de que durante la crisis polaca en los años 1980 y 1981, los gobiernos occidentales vieron con buenos ojos el accionar de Solidarność, pero su mayor temor fue una invasión soviética que hubiera tenido consecuencias devastadoras para las relaciones Este-Oeste y, consiguientemente, consideraron el golpe de estado de Jaruzelski como el menor de los males. Sólo a fines de los años ochenta se volvió común, y casi obligatorio, para los líderes occidentales mantener encuentros con disidentes cuando visitaban países del bloque soviético. Esta no es, sin embargo, la historia completa. No se debe dejar de mencionar, por ejemplo, el apoyo que los Estados Unidos brindaron a Solidarność en Polonia. Ciertas embajadas de países occidentales tomaron la iniciativa y mantuvieron contactos frecuentes con algunas de las voces más críticas en el bloque soviético. Sin embargo, fueron los actores no gubernamentales quienes tuvieron un mayor contacto directo con los disidentes. En segundo lugar, aquellas personas que se mantuvieron activas en brindar apoyo a los disidentes en Europa Oriental fueron una pequeña minoría. Una de las razones de ello –ampliamente aceptada por todo el espectro político– es que en el mapa mental de la mayoría de los occidentales, Europa del Este era un universo remoto. Por supuesto que esto fue, en gran medida, consecuencia de la cortina de hierro, que obstaculizó el libre movimiento de personas y todo cuanto pudiese ser considerado “subversivo” entre los bloques. También influyó la opinión bastante difundida de que la cortina de hierro había llegado para quedarse, al menos hasta donde se podía prever. El grado de interés y atención que pudo haber existido por los disidentes de los países del Este fue mayormente barrido de la mesa por la creencia de que: 1) el contacto con los disidentes no era posible (dado que los estados del bloque soviético eran totalitarios); 2) ello no cambiaría nada (dado que la cortina de hierro dependía de la “alta política”, la cual no podía verse influida por los contactos con activistas de base occidentales); o 3) en el peor de los casos, podría llegar a ser contraproducente (ya que corría el riesgo de derivar en sanciones contra los disidentes y en el fortalecimiento de los promotores de una línea dura en el Este). A estas consideraciones generales se pueden añadir algunas más específicas. En lo que respecta a los partidos de centro-derecha,

en términos generales, éstos no tenían una arraigada tradición de acciones solidarias internacionales a nivel de militancia básica. En algunos sectores de la izquierda no comunista que no profesaban gran simpatía por los dictadores del Este, diferentes factores (ideas anti-capitalistas, anti-imperialistas, oposición al anti-comunismo y elementos compartidos en la historia ideológica, referencias, retórica y simbolismos) creaban, sin embargo, una sensación de cierta ambivalencia en sus vínculos con los países del Este. Un factor clave en esta ambivalencia fue la percepción del rol progresista de la Unión Soviética a nivel internacional (como contrapeso de los Estados Unidos y, en especial, como apoyo a movimientos de liberación nacional tales como el Congreso Nacional Africano en Sudáfrica). Finalmente, es posible que haya tenido una fuerte influencia la percepción de que su deber moral fuese, ante todo, criticar los crímenes cometidos por la “propia familia” (i.e., Occidente) –y que, además, posiblemente hubiera mejores perspectivas de ser escuchados allí que en el Este. Desde ese punto de vista, la realidad en Vietnam, en la España de Franco, en Turquía (país miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte) y en numerosas dictaduras en América Latina que gozaban del apoyo de los Estados Unidos se percibía más cercana a Europa Occidental que, por ejemplo, Polonia. En tercer lugar, el apoyo que Occidente brindó a los disidentes fue muy variado. Tanto en lo que se refiere a la orientación política como al tipo de organización que constituyeron los grupos occidentales, estamos frente a un universo pluralista. Dentro de la mayoría de los partidos políticos existían individuos que establecieron algún tipo de contacto con disidentes (¡lo que pudo ser utilizado luego de la Guerra Fría como argumento para demostrar que habían apoyado a los disidentes!). En cuarto lugar, las motivaciones que impulsaron a los distintos grupos e individuos a establecer contactos con disidentes fueron muy diversas. Estas motivaciones pueden ser fácilmente malinterpretadas. Desde la perspectiva actual, puede ser tentador identificar motivaciones comunes entre estos diferentes grupos y personas, tales como, por ejemplo, la promoción del sistema democrático y de los derechos humanos. Sin embargo, esto dista de la realidad. Los disidentes fueron impulsados por motivaciones diversas –a veces superpuestas– tales como: el anti-comunismo, el anti-sovietismo (maoístas), el anti-estalinismo (trotskistas), la lucha por un socialismo “verdadero”, el fomento del sistema democrático y de los derechos humanos, la libertad religiosa y de proselitismo o la instrumentalización política interna. En quinto lugar, el apoyo brindado a los disidentes tuvo múltiples dimensiones. Por ejemplo, la diplomacia silenciosa con los distintos gobiernos; periodistas que se volcaron al activismo; los activistas que se volvieron periodistas; la literatura producida por disidentes o acerca de sus actividades; los petitorios y campañas políticas; las manifestaciones y mítines políticos en Occidente; la asistencia mediante el envío de material prohibido bajo la forma, por ejemplo, de servicios de correo; las reuniones con disidentes en sus propios países; actividades conjuntas de activistas occidentales y disidentes del bloque del Este; la búsqueda de vías de escape; la asistencia moral y práctica a los prisioneros políticos; y la organización de conferencias en el marco de unidades educativas clandestinas…

[...] los intercambios entre los pacifistas y los disidentes dieron vida a un diálogo a nivel de las bases que se volvió un proceso de aprendizaje, ante todo para un número considerable de activistas occidentales (que empezaron gradualmente a ver con mayor claridad el vínculo entre la paz y la libertad). 52 Puente@Europa


Tres eventos cruciales contribuyeron a promover una mayor cooperación: la Declaración de Helsinki que alentó a los disidentes en el Este; la crisis política polaca que reveló la vulnerabilidad de los regímenes orientales y estimuló el apoyo de activistas a favor de los disidentes en Occidente; y, finalmente, la segunda Guerra Fría y el surgimiento de un movimiento pacifista de países no alineados que intensificó los contactos entre los activistas y los disidentes. En sexto lugar y como era de esperar, Polonia fue el país que mayor asistencia recibió por parte de Occidente. La excepción a la indiferencia generalizada que Occidente manifestó respecto al triste destino de los pueblos del bloque oriental fueron las reacciones que suscitaron las grandes crisis en el Este: Hungría en 1956 o Praga en 1968. Polonia fue el país que más se destacó por los levantamientos contra el régimen comunista que, a veces con cierto éxito, llevó a cabo su población. La crisis de Polonia en 1980-81 tuvo gran preponderancia (posiblemente más que cualquier otro evento aislado) en provocar el interés en Occidente por la oposición a los regímenes en el Este. Sin dudas, esto reflejaba el hecho de que Solidarność fuera la principal fuerza opositora al dominio comunista durante la Guerra Fría. En otros países, la presencia de una comunidad considerable de polacos (constituida por inmigrantes recientes y otros de larga data) tuvo un rol adicional de importancia. Las actividades solidarias para con el pueblo polaco comenzaron a partir de mediados de los años setenta, pero fue realmente Solidarność y, especialmente, la declaración de la ley marcial en diciembre de 1981 lo que condujo a las movilizaciones. Para muchos occidentales, estas movilizaciones se cristalizaron en asistencia humanitaria, pero hubo ciertamente un impulso guiado por un sentimiento de solidaridad hacia Solidarność que atravesó todo el arco político. Esto se manifestó por medio de grandes movilizaciones ciudadanas, el pronunciamiento de numerosas organizaciones e iniciativas personales. En séptimo lugar, desde un punto de vista temporal, es durante la década del ochenta cuando se asistió a una verdadera intensificación de los contactos con los disidentes. Tres eventos cruciales contribuyeron a promover una mayor cooperación: la Declaración de Helsinki que alentó a los disidentes en el Este; la crisis política polaca que reveló la vulnerabilidad de los regímenes orientales y estimuló el apoyo de activistas a favor de los disidentes en Occidente; y, finalmente, la segunda Guerra Fría y el surgimiento de un movimiento pacifista de países no alineados que intensificó los contactos entre los activistas y los disidentes. El llamado “proceso de Helsinki” comenzó con la Declaración de Helsinki firmada en agosto de 1975 por todos los estados europeos –excepto Albania– los Estados Unidos de América y Canadá. El elemento clave de la Declaración fue que todos los signatarios se comprometieron a respetar los derechos humanos y promover la libertad de movimiento de las personas e ideas entre las dos mitades de Europa. Consiguientemente, en el bloque soviético se crearon algunas organizaciones con el propósito de monitorear la implementación de este acuerdo e informar cualquier violación de los derechos humanos en sus países. Esto contribuyó a involucrar a actores no estatales, disidentes y activistas occidentales en el proceso de revisión de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE), en el curso del cual los signatarios se encontraron (en Belgrado, Madrid y Viena) para tratar el proceso de puesta en marcha y seguimiento de la Declaración de Helsinki. Todo este proceso se transformó en un factor clave en los intercambios entre Occidente y Oriente durante los años ochenta3.

En octavo lugar, la izquierda (definida en términos amplios) cumplió un rol principal tanto en lo que respecta a la asistencia material como a los contactos personales con europeos occidentales. Una posible explicación (¡existen muchas!) para esta sobre-representación está dada por el hecho de que una parte de la izquierda no comunista consideraba esencial actuar en ese momento ya que, debido a su aparente afiliación ideológica con el comunismo del Este, era pertinente mostrar que luchaba por un socialismo de características muy distintas. Los contactos directos con disidentes fueron realizados predominantemente por personas con pensamiento fundamentalmente de izquierda. Esto fue evidente durante los años setenta y aún durante los años ochenta. Aunque la crisis política polaca tuvo una influencia importante en ampliar el apoyo político del Oeste a la oposición dentro del bloque soviético. La mayoría de los comités de solidaridad con Solidarność pertenecían a la izquierda. Entre los grupos que más se involucraron en establecer contactos con el Este durante los años ochenta se encontraban los grupos pacifistas no alineados con tendencias de izquierda. Los servicios de correo también parecen haber sido llevados a cabo predominantemente por personas con ideología de izquierda. Entre los pocos partidos políticos que se involucraron en contactos con disidentes también encontramos a los partidos de izquierda. Ejemplos clave en este sentido fueron los trotskistas, en la extrema izquierda, o Die Grünen en Alemania Occidental. La izquierda no tuvo el monopolio, pero sin duda preponderó entre aquellos que desde Occidente pudieron establecer contacto con los disidentes del Este. Sin embargo, hubo diversidad política entre sus defensores. Por ejemplo, la Fundación Educativa Jan Hus que operó en Checoslovaquia, tuvo entre sus conferencistas occidentales a Roger Scruton, con ideas conservadoras, y Jacques Derrida, desde una ideología más cercana a la izquierda4. En noveno lugar, se debe hacer hincapié en el rol que cumplieron los disidentes exiliados. Los exiliados orientales tuvieron un rol crucial en Occidente como transmisores del mensaje de los disidentes y, en ocasiones, como organizadores de la asistencia que desde allí se brindó a los disidentes. París suele señalarse como la capital occidental de la actividad disidente del este europeo. Pero también hubieron exiliados del bloque soviético de relevancia y muy activos en otras partes, como, por ejemplo, Roma, Londres, Alemania Occidental, Suecia y Austria. En décimo lugar, el apoyo que se brindó a los disidentes sólo puede comprenderse plenamente cuando se lo ubica en su correcto contexto transnacional. El “transnacionalismo” se ha convertido en un término de moda, objeto de numerosas conferencias y publicaciones. El uso de este concepto es particularmente apropiado para referirse al apoyo que se brindó desde Occidente a los disidentes orientales. Esto es así no sólo porque involucró a activistas que establecieron contacto con activistas en el Este sino porque actores no estatales en Occidente cooperaron, intercambiaron información, direcciones, ideas, etc. y en ocasiones también coordinaron sus actividades. Algunos ejemplos de cooperación transnacional incluyen el

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apoyo de sindicatos occidentales a Solidarność (por ejemplo, a través de la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres), las actividades de los trotskistas (por ejemplo, dentro de la Cuarta Internacional), los grupos pacifistas no alineados, los contrabandistas de biblias5, los exiliados orientales que vivían en distintos países occidentales y se conocían entre ellos, se encontraban y trabajaban juntos. En síntesis, los sentimientos solidarios por los disidentes del este europeo se difundieron en Occidente. Sin embargo, el contacto directo y el apoyo activo a los disidentes se limitó a pocas personas, mayoritariamente anónimas, y a pequeños grupos marginales. En su mayoría, estos pertenecían a la izquierda, lo que no puede dejar de mencionarse ya que se corresponde con lo que muchos hubieran esperado. Sin embargo, la característica más sobresaliente es que se trataba de grupos pequeños y marginales. El apoyo a los disidentes no era una actividad normal en aquellos años. Sin embargo, en 1989, estos pequeños grupos estuvieron –por un brevísimo momento– del lado de los ganadores en la historia. ¿Hubo diálogo con los disidentes? Durante los años de la Guerra Fría hubo intercambios de naturaleza muy diversa entre activistas de ambos lados de la cortina de hierro6. No obstante, ningún tipo de asistencia supuso un diálogo profundo y prolongado. A continuación, nos limitaremos a abordar dos debates: uno que fracasó y otro que, en cierta medida, resultó exitoso. El debate que fracasó fue el que tuvo lugar entre la izquierda occidental y los disidentes. En los años sesenta y setenta (y en alguna medida después), muchos disidentes se orientaron hacia la izquierda europea occidental. En los años sesenta, dos importantes disidentes, Adam Michnik y Petr Uhl, visitaron Europa Occidental y se pusieron en contacto con la izquierda –para ser más precisos, con los trotskistas7. En los años setenta hubo algunos pedidos de ayuda por parte de disidentes a organizaciones de izquierda occidentales. ¿Por qué se volcaron a la izquierda? Al menos por dos razones: afinidad ideológica y táctica. En lo que respecta a la afinidad ideológica está claro que, durante los primeros años, muchos disidentes tenían inclinaciones izquierdistas. Se estima que, aún en 1977, aproximadamente la mitad de los signatarios de Carta 77 provenían de una línea independiente de Moscú. Cuestiones relativas a la táctica también desempeñaron un papel importante. En principio, Moscú tendría mayor disposición a mantener un vínculo con los partidos de izquierda (con obvia exclusión de los trotskistas y otros partidos de extrema izquierda) antes que con partidos de derecha y anti-comunistas. Este llamado público a la izquierda estaba dirigido a los partidos eurocomunistas y a los partidos socialdemócratas. En lo que respecta a los comunistas occidentales, había dos destinatarios principales, es decir, los más grandes partidos comunistas de Occidente: el Partido Comunista Francés (PCF) y el Partido Comunista Italiano (PCI). A mediados de los años setenta, ambos se reconocían como euro-comunistas. Entonces, el PCF había manifestado interés por los disidentes del bloque soviético. No obstante, el partido pronto retornó a una postura ortodoxa de fuerte alineamiento con Moscú, por lo que ya no se mostró abierto al contacto con disidentes. Así es como, en realidad, nunca hubo diálogo entre el PCF y los disidentes. Un número considerable de disidentes o, más bien, de comunistas reformistas habían centrado su atención en el PCI, que era, en rigor, el partido más genuinamente “eurocomunista”. El PCI tenía una larga y fuerte tradición por el debate intelectual y por haberse distanciado de Moscú. Más aún, era un partido que había servido de inspiración para los reformistas del Partido Comunista de Checoslovaquia, que luego se convertirían en disidentes. La solicitud que Alexander Dubček8 le hizo a Jiří Pelikán9 de que fuera a Roma en 1969 estuvo motivada, en gran medida, por el vínculo con el PCI (Pelikán debía actuar como embajador de los comunistas checoslo-

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vacos reformistas ante el PCI). Sin embargo, el PCI mantuvo la cautela en su vínculo con los disidentes, sin abandonar la esperanza de que el renovado empeño por la reforma se desarrollase en el interior del sistema oriental. Esto decepcionó a los disidentes, lo que quedó claramente marcado en la trayectoria personal de Pelikán. En un principio, Pelikán buscó un vínculo de privilegio con el PCI; incluso, en 1976 solicitó afiliarse al partido, pero fue ignorado por sus líderes. Algunos miembros del PCI mantuvieron contacto con Pelikán (como también con otros disidentes del bloque soviético), pero no hubo un vínculo oficial entre ellos. Esto dio lugar a que Pelikán buscara apoyo en otra parte, más precisamente, en el Partido Socialista Italiano. Así, se puede afirmar que, en general, los pedidos de ayuda de los disidentes nunca encontraron respuesta entre los partidos comunistas de Europa occidental, aunque, en algunas ocasiones, el PCI y el PCF hayan intentado presentarse como los “mejores amigos” de los disidentes del Este. ¿Qué sucedió entonces con los socialistas?10 La cuestión del vínculo con los disidentes del este europeo durante la Guerra Fría nunca fue fácil para los socialdemócratas en Occidente. Los socialistas naturalmente mantuvieron un interés por los disidentes, pero también se manifestaron abiertamente a favor de una política de distensión, que se expresaba con claridad a través de la Ostpolitik de Willy Brandt. Así es como los socialistas debieron enfrentarse con el siguiente dilema: ¿cómo demostrar su solidaridad hacia los oprimidos en el Este a la vez que impulsaban una política de distensión? Algunos observadores han puesto en evidencia esta renuencia de los socialdemócratas, y algunos adversarios políticos han llegado a acusarlos de haber desarrollado el papel de una “quinta columna” a favor del bloque soviético. Por otro lado, se ha sostenido –en particular en el caso del Partido Socialdemócrata de Alemania Federal (PSD)– que sería más apropiado hablar de una estrategia dual: los líderes políticos se focalizaban en los regímenes comunistas mientras que a nivel de las bases el partido se ocupó de mantener contacto con los disidentes. Yo sostendría que en lo que respecta al vínculo entre los socialdemócratas y los disidentes, se podrían identificar, cuanto menos, tres paradojas. La primera paradoja podría considerarse banal pero, sin embargo, debe ser mencionada. Los socialistas de Europa Occidental, cuya historia e ideales habían estado íntimamente asociados con la democratización de las sociedades europeas (y que por mucho tiempo fueron el modelo que los disidentes utilizaron al referirse a Occidente) hicieron, en la mayoría de los casos, muy poco por ayudar a los opositores orientales. En el seno de muchos partidos es posible identificar personas que se dirigieron al Este para encontrarse con disidentes, pero muy a menudo lo hicieron con carácter personal más que como representantes oficiales de su partido. Así y todo se trató sólo de una pequeña minoría. Incluso Egon Bahr, el principal arquitecto de la Ostpolitik, admitió que los socialdemócratas no tomaron seriamente la cuestión de los disidentes y que subestimaron el aspecto simbólico del apoyo y la importancia de mostrarse de su lado. En segundo lugar, se encuentra la “paradoja del PSD”. Este partido político, que más que cualquier otro ha sido blanco de acusaciones que señalan su abandono a los disidentes, parece haber sido el que tuvo el mayor contacto con ellos, al menos desde 1985. Es posible sostener que esos contactos se realizaron tarde y que fueron muy discretos en comparación con la importancia que se le dio al intercambio oficial con los regímenes comunistas. No obstante, no contamos aún con evidencia clara que demuestre que otros partidos socialistas –el PSF y el PSI, por ejemplo– hayan mantenido un contacto personal más estrecho con los disidentes durante este período. Se podría también señalar que el PSD pareciera haber sido el único partido occidental que inició un examen crítico de su pasado y haber admitido los errores cometidos. En tercer lugar, se puede señalar la “paradoja Craxi”. Como primer ministro italiano entre 1983 y 1987, Bettino Craxi presidió lo que se ha dado en llamar el “divorcio radical”11 entre la política y la moral en Italia. Sin embargo, en lo que respecta a los países del


Gracias a la labor de los disidentes hubo una alternativa: existieron élites opositoras que estuvieron preparadas para tomar el mando cuando cayeron los regímenes (cualquiera haya sido la causa de su caída). bloque soviético, adoptó lo que podría considerarse una posición moral. Entre los socialistas occidentales, y de un modo más general, entre los líderes de Occidente, Craxi estuvo sin duda entre los que de manera más manifiesta expresaron su apoyo a los disidentes. Tanto Havel como Walesa le manifestaron su gratitud por ello. Sin duda alguna, su política estuvo influenciada fuertemente por consideraciones políticas internas, así como sucedió en Francia con la “izquierda antitotalitaria”. Sin embargo, la solidaridad que manifestó hacia los disidentes también pareciera tener origen en una firme convicción personal que mantuvo a lo largo de los años y que se fortaleció mediante la amistad con algunas personas. En fin, es difícil llegar a una conclusión inequívoca acerca del vínculo entre los socialistas y los disidentes. Las posturas de los socialistas fueron muy diversas. Algunos socialistas prominentes apoyaron muy activamente a los disidentes, pero la posición dominante fue darle prioridad a la política de distensión en las esferas más altas, por encima de los contactos personales. Desde una perspectiva realista, los socialistas compartieron con la mayoría de los gobiernos occidentales cierto desdén por los disidentes, ya que estos no detentaban poder y la posibilidad de que pudieran acceder a él en un futuro inmediato era muy remota. Lo que resulta poderosamente llamativo es la ausencia de diálogo real y significativo entre la izquierda “oficial” occidental y los disidentes de Europa Oriental. Sin embargo, el diálogo que sí se desarrolló en los años ochenta fue el que mantuvieron los activistas pacifistas occidentales con los disidentes del bloque soviético. El movimiento pacifista a principios de los años ochenta fue de considerable importancia. No obstante, los gobiernos occidentales hicieron caso omiso de este movimiento por considerar que, al oponerse al rearme de Occidente y no considerar seriamente la amenaza que encarnaba el bloque soviético, estaban haciendo el juego a la Unión Soviética. Uno de los golpes más fuertes que recibió el movimiento pacifista fue asestado por el presidente de Francia, François Mitterrand, en 1983, cuando afirmó que mientras Occidente tenía pacifistas Oriente tenía misiles. No obstante, una parte significativa de este movimiento se autodefinió como no alineado y protestó contra las armas nucleares tanto en el Este como en el Oeste. El documento fundacional fue la Campaña por el Desarme Nuclear en Europa (CDN) que se firmó en abril de 1980. Esta campaña abogaba por el desarme nuclear pero por un diálogo entre activistas de ambas regiones sugiriendo que todos se comportaran como si la Cortina de Hierro no existiese. La reacción inicial de los disidentes al CDN fue negativa. Por un tiempo considerable se mantuvo un velo de escepticismo hacia un movimiento más interesado en la paz que en la libertad. Este escepticismo fue claramente expresado por Vaclav Havel en su ensayo “Anatomía de una reticencia”. Sin embargo, los intercambios entre los pacifistas y los disidentes dieron vida a un diálogo a nivel de las bases que se volvió un proceso de aprendizaje, ante todo para un número considerable de activistas occidentales (que empezaron gradualmente a ver con mayor claridad el vínculo entre la paz y la libertad)12. Mientras que algunas actividades en apoyo de los disidentes tuvieron una dimensión práctica, una preocupación central para los grupos pacifistas era establecer un diálogo a través del intercambio de cartas, declaraciones, artículos y discusiones personales. El Plan CDN fue un intento por desarrollar el diálogo en Occidente a través de invitaciones frecuentes a disidentes a participar en estos encuentros. Sin embargo, por lo general, a los disidentes no se les permitía

participar de ellos. Por lo tanto, fueron los activistas occidentales quienes se dirigieron al Este en la búsqueda del encuentro con los disidentes. A veces, estos encuentros resultaron en un proceso de cooperación real y de carácter público, como ser la elaboración de ciertas declaraciones públicas conjuntas o la organización de sucesivos eventos o reuniones. El diálogo fue de naturaleza bastante discreta, aunque a veces se hizo público mediante la publicación de documentos publicados por ambas partes o de manera conjunta. Entre los actores occidentales fundamentales que participaron de esos intercambios, podemos nombrar a los siguientes: IKV Pax Christi en Holanda, END en el Reino Unido, Die Grünen en Alemania Federal y el Comité por la Desnuclearización de Europa (CODENE) en Francia. Del lado oriental podemos nombrar a Carta 77, que fue un participante muy importante, además de otros disidentes provenientes de Hungría, Polonia y la República Democrática Alemana. En 1986, luego de un largo debate a través de la Cortina de Hierro, viajes de ida y vuelta de los activistas occidentales con borradores revisados una y otra vez, se acordó un texto suscrito de manera conjunta con el título Giving Real Life to the Helsinki Accords: A Memorandum to Citizens, Groups and Governments of all CSCE Countries. Este texto fue presentado en noviembre de 1986 al comienzo de la tercera Conferencia de la CSCE, que tuvo lugar en Viena y que abogaba en favor de la intensificación del cumplimiento de los Acuerdos de Helsinki tanto desde “arriba” como desde “abajo”. A medida que se intensificaron los contactos, se alcanzó un acuerdo fundamental en lo que respecta a la perspectiva de los disidentes de que la paz era indivisible, es decir, que no sería posible una paz verdadera entre Este y Oeste si no se consolidaba la paz al interior de cada uno de estos países. En pocas palabras, esto se tradujo en la expresión “no es posible la paz sin libertad”. En junio de 1988, Carta 77 invitó a los signatarios de este memorando a Praga, lo que resultó en la propuesta de crear una Asamblea de Ciudadanos de Helsinki (ACH), una suerte de Parlamento Europeo de las bases que se fundó formalmente en 1989. El primer encuentro tuvo lugar en octubre de 1990 bajo los auspicios de Vaclav Havel, quien se había convertido en Presidente de la entonces Checoslovaquia. Conclusión El apoyo a los disidentes de Europa del Este y el diálogo entre activistas de base de ambos lados de la cortina de hierro –una suerte de esfera pública trans-europea– que resultó de tal apoyo tiene importancia por motivos relacionados con el impacto histórico, la herencia y las lecciones aprendidas. Impacto: un cuerpo bastante voluminoso de literatura se ha ocupado de la pregunta “¿por qué terminó la Guerra Fría?”. Mientras que algunos han puesto de relieve el rol que jugaron los disidentes, otros, en cambio, sostienen que no tuvieron relevancia en el proceso de caída del comunismo. En al menos un aspecto parece difícil sostener que no tuvieron relevancia. Gracias a la labor de los disidentes hubo una alternativa: existieron élites opositoras que estuvieron preparadas para tomar el mando cuando cayeron los regímenes (cualquiera haya sido la causa de su caída). Si los disidentes fueron relevantes, entonces también lo deben haber sido quienes en Occidente brindaron su apoyo a los disidentes. Una y otra vez, los mismos disidentes

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destacaron el rol positivo que cumplieron quienes en el Oeste se solidarizaron con ellos. No solo fueron una fuente importante de apoyo moral, sino también de apoyo práctico, tanto de manera directa (especialmente en el caso de Polonia) como indirecta, ya que el apoyo brindado por Occidente puso presión sobre los regímenes comunistas y presumiblemente también limitó el grado de represión a la que se sometió a los disidentes. Herencia: la cuestión de la continuidad y discontinuidad después de 1989. Una respuesta a esta cuestión fue provista por el impacto al que se hizo referencia previamente ya que puede sostenerse que el “proceso de curación” se inició antes de 1989. Una señal clara de este proceso fue la Asamblea de los Ciudadanos de Helsinki. Pero aún deben determinarse cuáles son las repercusiones, el legado. Más allá de sus logros, queda bastante claro que la Asamblea no satisfizo las expectativas que un número significativo de sus fundadores habían depositado en ella. Uno podría atreverse a ir un poco más allá y señalar la paradoja entre la intensidad del diálogo que tenía lugar entre Oriente y Occidente antes de 1989 y la falta de diálogo que caracterizó el período posterior13. Entre las razones clave de este fenómeno se puede señalar que el factor unificador entre los países de ambos bloques, es decir, las dictaduras soviéticas, ya no existía. Lecciones: la importancia de las redes transnacionales de base. Los libros de historia y los artículos periodísticos discurren muy a menudo sobre asuntos vinculados a los estados y a los grandes estadistas. No obstante, la sucesión de los intercambios entre activistas de ambas lados de la cortina de hierro durante la Guerra Fría pone de manifiesto la importancia de los actores no estatales en el curso de la historia. Como se mencionó anteriormente, quienes desde Europa Occidental viajaron al Este para brindar apoyo a los disidentes eran en general grupos pequeños que tenían posiciones muy diversas: grupos de extrema izquierda (principalmente trotskistas), exiliados del este europeo, “contrabandistas de biblias”, algunos librepensadores y, después de 1980, los grupos no alineados de pacifistas (si bien se ha excluido la crisis política polaca de este análisis, puede que sea válido en ese caso también). Una característica compartida fue que, en la mayoría de los casos, se trató de individuos y grupos marginales. Pero estos pocos fueron los que estuvieron allí dispuestos a ayudar a los disidentes, cosa que los disidentes ciertamente valoraron en aquel momento. Todo eso puede servir como recordatorio de que a pesar de que pueda ser tentador subestimar las voces marginadas y disidentes por considerarlas irrisorias e irrelevantes, la desestimación es a veces un error. Notas Ver, por ejemplo, Poul Villaume y Odd Arne Westad (eds.), Perforating the Iron Curtain. European Détente, Transatlantic Relations, and the Cold War, 1965-1985, Copenhagen, Museum Tusculanum Press, 2010; Sari Autio-Sarasmo y Brendam Humphreys (eds.), Winter Kept Us Warm: Cold War Interactions Reconsidered, Helsinki, Kikimora Publications, 2010; Friederike 1

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Kind-Kovács y Jessie Labov (eds.), Samizdat, Tamizdat, and Beyond: Transnational Media During and After Socialism, New York – Oxford, Berghahn Books, 2012; Alfred A. Reisch, Hot Books in the Cold War. The CIA-Funded Secret Western Book Distribution Program Behind the Iron Curtain, Budapest, Central European University Press, 2013; Idesbald Goddeeris (ed.), Solidarity with Solidarity: Western European Trade Unions and the Polish Crisis, 1980-1982, Lanham, Lexington Books, 2010. 2 Esta sección es una reelaboración de Bent Boel, “Dissidenterne i Øst”, en John T. Lauridsen, Rasmus Mariager, Thorsten Borring Olesen y Poul Villaume (eds.), Den Kolde Krig og Danmark, Copenhagen, Gads Forlag, 2011, pp. 188-191. 3 Sarah B. Snyder, Human Rights Activism and the End of the Cold War: A Transnational History of the Helsinki Network, New York, Cambridge University Press, 2011. 4 Barbara Day, The Velvet Philosophers, London, Claridge Press, 1999. 5 Bent Boel, “Bible Smuggling and Human Rights in the Cold War”, en Luc van Dongen, Stéphanie Roulin and Giles Scott-Smith (eds.), Transnational Anti-Communism and the Cold War: Agents, Activities, and Networks, New York, Palgrave Macmillan, pp. 263275 (a publicarse en 2014). 6 Ver como ejemplo: B. Boel, “French Support for Eastern European Dissidence, 1968-1989: Approaches and Controversies”, en P. Villaume y O. A. Westad (eds.), op. cit., pp. 215-241; B. Boel, “Bible Smuggling and Human Rights in the Cold War”, cit. 7 B. Boel, ”Mai 68, la France et ’les porteurs de valise’ de la guerre froide”, en Matériaux pour l’histoire de notre temps, n. 94, abriljunio de 2009, pp. 66-75. 8 Fue uno de los principales intérpretes del socialismo con “rostro humano” que se intentó poner práctica a través de la Primavera de Praga de 1968, la cual Dubček protagonizó como Secretario General del Partido Comunista Checoslovaco. 9 Uno de los promotores de la Primavera de Praga de 1968. Se exilió, luego, en Italia, donde fue elegido parlamentario europeo como miembro del partido socialista italiano en 1979. 10 Los párrafos sobre el rol de los socialdemócratas y socialistas occidentales fueron tomados de Bent Boel, ”Transnationalisme social-démocrate et dissidents de l’Est pendant la guerre froide”, en Vingtième Siècle, n. 109, enero de 2011, pp. 169-181; Bent Boel, ”Western European Social Democrats and Dissidence in the Soviet Bloc During the Cold War”, en Robert Brier (ed.), Entangled Protest: Transnational Perspectives on the History of Dissent in Eastern Europe and the Soviet Union, Osnabrück, FibreVerlag, pp. 153-171. 11 Paul Ginsborg, Italy and its Discontents 1980-2001, London, Penguin, 2003, p. 150. 12 Patrick Burke, “A Transcontinental Movement of Citizens? Strategic Debates in the 1980s Western Peace Movement”, en GerdRainer Horn y Padraic Kenney (eds.), Transnational Moments of Change: Europe 1945, 1968, 1989, Lanham, Rowman & Littlefield, 2004, pp. 189-206. 13 Jacques Rupnik, “The Legacies of Dissent. Charter 77, the Helsinki Effect, and the Emergence of a European Public Space”, en F. Kind-Kovács y J. Labov (eds.), op. cit., pp. 316-332.


El estado de derecho post-comunista en una Unión Europea post-democrática. Reflexiones escépticas de un jurista sobre la unidad europea Adam Czarnota

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scribir acerca de la unidad política de Europa es tarea ardua. Ya se discute sobre eso hace tiempo; sin embargo Europa aún continúa soñando con tal posibilidad. Algunos estados han manifestado su postura al respecto, aunque sus opiniones han variado dependiendo de la coyuntura política y económica. Desde el punto de vista jurídico, el problema de la unidad política está encapsulado en la idea de la “constitucionalización” de Europa. Como bien sabemos, la redacción de un Tratado Constitucional ha sido desbaratada y, en la

actualidad, la Unión Europea está dotada de un marco institucional denominado Tratado de Lisboa. Por otro lado, tampoco es fácil escribir acerca de lo que suele denominarse el “este” de Europa luego de la doble ampliación –es decir, la mayor de ellas, en 2004 y, luego, otra menor con la incorporación de Rumania y Bulgaria. Para empezar, es difícil decidir qué perspectiva debería adoptarse: una posibilidad es optar por la visión de un europeo del Este, tal como es mi caso. La segunda opción es la


[...] la legitimidad política que se basa en un relato histórico se concentra en valores superiores que, a menudo, resulta muy difícil, si no imposible, hacer operativos mediante instituciones legales específicas. de optar por la perspectiva de un europeo occidental. Existe la posibilidad de una tercera opción: la de un observador externo. Finalmente, he decidido adoptar un enfoque diferente: ni la visión de un juez imparcial, ni tampoco la de fiscal o abogado defensor, sino más bien la de un abogado escéptico. Es decir, lo que en un procedimiento legal suele denominarse como “perito”. Los argumentos a favor de este enfoque resultan algo obvios. Soy un jurista académico con interés en la estructura constitucional de la Unión Europea. También soy un europeo del Este con algún conocimiento de los problemas que aquejan a los ciudadanos de los estados que se han incorporado en los últimos años a la Unión. La estructura de este artículo es muy simple. En primer lugar, argumentaré que los ciudadanos del Este europeo siempre quisieron incorporarse a Europa, pero a la Europa del pasado, no a la actual Unión Europea. Luego trataré aspectos vinculados a los procesos de ampliación y constitucionalización de la Unión Europea. Finalizaré con algunos comentarios de carácter escéptico en cuanto a la perspectiva del estado de derecho en Europa. Dos visiones sobre Europa: ampliación y constitucionalización Hay cierta tendencia a discutir el proceso de ampliación de la Unión Europea desde una perspectiva de corto plazo. Esto es bastante normal, ya que, en última instancia, de esto se trata la política: no ha de enfocarse demasiado en el pasado al menos que pueda ser utilizado políticamente, ni tampoco en el futuro dado que no interesa demasiado al electorado. Lo que queda es el presente. Sin dudas, se ha hablado más del proceso de ampliación que de la constitucionalización de Europa. Sin embargo, este último proceso es el que reviste mayor importancia desde una perspectiva de largo plazo, dado que determinará la dirección de la integración europea. Por lo tanto, se puede justificar el análisis de la ampliación desde el punto de vista constitucional. Otra justificación posible es de carácter histórico: la caída del comunismo fue un evento mundial y, desde un principio, el objetivo de la política exterior de los estados de Europa Central y Oriental era adherirse a la OTAN y a la Unión Europea. Los estados post-comunistas deseaban seguridad y prosperidad económica. Desde el principio, la aproximación de estos estados a la Unión Europea estuvo orientada, en parte, por motivaciones de carácter utilitario (recibir dinero de Bruselas), y, en parte, por motivaciones de estatus (reunirse con Occidente). Dicho de otro modo, los estados de la Europa Central y Oriental post-comunistas tenían una visión propia de la Unión Europea y deseaban incorporarse a esa versión de la Unión, focalizando más bien su mirada en la Comunidad Económica Europea y no tanto en la Unión Europea. La diferencia yace en la percepción sobre la estructura constitucional de la Unión y el alcance de la soberanía de los estados. Los ciudadanos del Este europeo consideraban (y creo que aún hoy lo hacen) a Europa como una infraestructura volcada al beneficio económico. Sin duda que lo era, aunque hace mucho tiempo ya, en la época de las Comunidades Económicas Europeas. Aún antes del Tratado de Maastricht, que estableció la Unión Europea con los pilares II y III, y el Tratado de Ámsterdam, que profundizó la unión política, existía algo más que las Comunidades Económicas Europeas. Había una estructura constitucional basada en la supremacía de la legislación europea e instituciones compartidas, especialmente el Tribunal de Justicia. La liberación de los países de Europa Central y Oriental del

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yugo moscovita, junto con la disolución del Acuerdo de Yalta luego del “otoño de las naciones”, en 1989, han tenido una profunda influencia sobre las Comunidades Europeas tal como se las conocía por entonces. Era obvio que el proceso de integración acabaría extendiéndose a los países al otro lado del río Elba. El primer integrante del ex bloque soviético en integrarse fue la ex República Democrática Alemana. Apenas lograron su soberanía, tanto Polonia como Hungría manifestaron rápidamente su deseo de “unirse a Europa”. Otros países, como Checoslovaquia (luego del “divorcio de terciopelo”, la República Checa y la República Eslovaca), los estados bálticos, Eslovenia, Bulgaria y Rumania, Croacia, Serbia y Moldavia siguieron el mismo camino. Muy pronto, todos los estados ex comunistas de Europa Central y Oriental, desde el mar Báltico al Adriático y desde el río Elba hasta la cordillera del Cáucaso empezaron a golpear a las puertas de la Unión Europea. Las únicas excepciones fueron Bielorrusia y Armenia. Resulta muy interesante la situación en Ucrania, donde el gobierno optó por Moscú y la ciudadanía por la Unión Europea. Esto no sólo requirió un cambio institucional para facilitar la gestión relativamente ordenada de un número mayor de estados miembros. Era claro que la profundización de la integración por fuera del área económica sería necesaria para mantener el proceso en marcha. El resultado de ello fue una aceleración de la integración durante los años noventa. El Tratado de Maastricht preparó el terreno político para una verdadera profundización del proceso de integración mediante la introducción del euro como moneda común. Mientras tanto, la violenta desintegración de la ex República Federal de Yugoslavia mostró la impotencia de los europeos en lo que se refiere a la coordinación de política exterior. Este tema fue abordado parcialmente en el Tratado de Ámsterdam, con la creación de la figura del Alto Representante de la Política Exterior y de Seguridad Común. La aceleración de la integración política luego de Maastricht fue clara. También lo fue la creación de un núcleo duro para la integración: algunos países optaron por no incorporarse a la zona euro o al acquis de Schengen La respuesta a esto fue una aceleración institucional, especialmente después del Tratado de Niza. Dicho Tratado representó una respuesta a la ampliación según la lógica de las viejas pautas de integración. Esto es evidente en sus procedimientos de toma de decisiones y en la distribución de votos entre los estados miembros existentes y futuros en el ámbito del Consejo. Se hizo hincapié en el fortalecimiento de los pequeños estados a expensas de los más grandes. Este acuerdo institucional no satisfizo al centro de poder de la Unión Europea, especialmente a Alemania, y prolongó la vida de una estructura institucional no apta para una Unión Europea conformada por 25 o 30 estados miembros. Ya en la Conferencia Intergubernamental de Niza se comenzó a trabajar sobre cambios más radicales de las estructuras institucionales de la Unión Europea. Como es habitual, los seis miembros fundadores desempeñaron un papel crucial, especialmente Francia y Alemania. Como siempre, el resultado de la sucesiva Convención Europea fue un compromiso en el que, sin embargo, algunos objetivos fueron alcanzados. En particular, se logró simplificar las estructuras institucionales y el proceso de toma de decisiones. Esto hizo que la gestión de la Unión Europea resultara más sencilla. Hubo también algunos cambios en el campo de la integración política en asuntos exteriores y de defensa. El significado más importante de la propuesta que salió de los trabajos de la Convención Constitucional fue el reemplazo del proceso de toma de decisiones intergubernamental por el de la regla de la mayoría. Esto fortaleció a los estados de mayor tamaño ya que el voto sería ponderado y se basaría


también en el tamaño de la población. Este no fue un cambio meramente simbólico, como sugirieron algunos. Si el Tratado Constitucional presentado por Valéry Giscard d’Estaing en Tesalónica hubiera sido aceptado, se hubiera producido un cambio radical en las pautas de integración europea. Luego de la introducción de las cláusulas del Tratado Constitucional, se habría desarrollado una estructura institucional para una nueva forma de gobierno que no tenía precedente en la historia: no se habaría tratado de una organización internacional ni de un estado federal, sino de un sistema de gobierno que, para poder ser entendido, requería un nuevo enfoque sobre la cuestión de la soberanía, la democracia y la responsabilidad pública (accountability). Como es sabido, el Tratado Constitucional no fue aceptado, pero sus cláusulas han sido salvaguardadas por el Tratado de Lisboa. Lo que quiero destacar es que los cambios en el proceso de integración de la Unión Europea y, especialmente, el proceso de constitucionalización de la Unión Europea son efectos secundarios del colapso del comunismo y el resultado directo de la ampliación. ¿Estaban preparados los países post-comunistas de Europa Central y Oriental para convertirse en miembros plenos de este nuevo sistema de gobierno? ¿Estaban preparados para aceptar las limitaciones a su recién lograda soberanía? Estos países estaban preparados en algunas áreas y no en otras. Es, quizá, más conveniente tratar las áreas problemáticas que tienen que ver con el proceso de ampliación. Sin embargo, la Unión a la que se integraron ya no era aquella que imaginaban. Los países de Europa Central y Oriental solicitaron su adhesión a una comunidad económica y se encontraron, en cambio, en un nuevo sistema de gobierno. La ampliación de la Unión Europea hacia el Este: problemas y prospectivas Para comprender las características propias de la ampliación hacia el Este debemos analizar con mayor detenimiento a los países que se han incorporado a la Unión Europea desde 2004. Antes, quisiera hacer una observación “historiosófica”. La adhesión a la Unión Europea fue un evento de gran importancia para toda la región. Abrió la puerta a que la periferia oriental de Europa se reconectara a las pautas centrales de desarrollo histórico, pero sin automatismo alguno. La ampliación tuvo algunos rasgos llamativos. En primer lugar, con la excepción de Polonia y Rumania (que son países intermedios), se trataba de países pequeños. En segundo lugar, incluyó países que no tenían una extensa tradición democrática y liberal. Distinto había sido el caso de anteriores ampliaciones, incluyendo a España, Portugal y Grecia, países que, aun autoritarios, no sufrieron el problema de la así llamada “simultaneidad” que caracterizó a las transformaciones post-comunistas. Mientras que los cambios de los países mediterráneos se centraron esencialmente en la esfera de la política, a los países post-comunistas les tocó la tarea de transformar la política, la economía y la sociedad de manera simultánea. En tercer lugar, sus economías e infraestructura estaban muy atrasadas con respecto al promedio de la Unión Europea. Es decir, existían enormes discrepancias en la eficiencia de las economías entre los viejos estados comunistas y los estados miembros de la Unión Europea del otro lado del río Óder. Por último, y no menos importante, no todos estos países tenían una larga historia de estados nacionales soberanos. En consecuencia, eran extremadamente sensibles a cualquier intento por limitar su soberanía nacional. No resulta difícil percibir que todas estas cuestiones tienen que ver con instituciones políticas y sociales así como con la conciencia colectiva de cada pueblo. Una manera de analizarlas es hacer una distinción entre tres tipos de legitimidad constitucional: legitimidad política, legitimidad del régimen y legitimidad del desempeño (performance legitimacy)1.

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Legitimidad política:

Por legitimidad política podemos entender el apoyo general al sistema político en cuestión. Dos elementos están presentes en esa noción: un elemento político –i.e. el grado de autonomía de la autoridad política– y un elemento comunitario –i.e. el sentimiento de adhesión e identificación colectivo al sistema de gobierno. Desde los años noventa, sos países de la Europa Central y Oriental post-comunistas no han tenido ningún problema de escasez, sino, por el contrario, de sobre-abundancia de legitimidad política. Todos están muy orgullosos de haber recobrado o logrado la independencia nacional tanto que algunos sociólogos sostienen que no estaban preparados para unirse a la Unión Europea porque no habían gozado su recientemente recobrada soberanía durante tiempo suficiente. Por ende, hubiera sido difícil para ellos ceder soberanía a favor de la Unión Europea cuando apenas habían empezado a disfrutar de ella. La lucha política contra el comunismo había sido alimentada principalmente por la ideología nacionalista. El apoyo a la independencia nacional fue compartido por un amplio espectro de opiniones políticas en estas sociedades. Esto se refleja todavía en la invención de tradiciones del glorioso pasado de cada nación y en la creencia de que una nación sólo puede florecer bajo la forma de un estado-nación independiente. Existen numerosos ejemplos de creciente nacionalismo. Los textos de las constituciones de estos países expresan el espíritu romántico de ese nacionalismo, que considera como fundamentos de la nación los lazos de sangre, la cultura y el idioma. La nación es vista como una entidad pre-política y pre-constitucional. El estado pertenece a la nación y la nación es más que una mera comunidad política de ciudadanos. Los ciudadanos son portadores de derechos, pero esos mismos derechos son subsidiarios de los intereses de la nación2. Los textos constitucionales no son expresiones exclusivas de nacionalismo constitucional, pero se encuentran más cerca del nacionalismo constitucional que del liberalismo constitucional3. La legitimidad política se expresa, por lo general, en el preámbulo de la constitución de cada estado miembro, bajo la forma de un gran relato histórico. La misma cumple un papel importante en el sistema legal del estado y en el funcionamiento (o no funcionamiento) del estado de derecho. Además, el relato histórico dota de coherencia normativa al sistema legal. Sin embargo, la legitimidad política que se basa en un relato histórico se concentra en valores superiores que, a menudo, resulta muy difícil, si no imposible, hacer operativos mediante instituciones legales específicas. La legitimidad política brinda a los ciudadanos de una nación una hoja de ruta para responder a las preguntas: ¿de dónde venimos? y ¿hacia dónde vamos? Este tipo de legitimidad es usualmente subestimada por los abogados constitucionalistas y los teóricos del derecho. Sin embargo, el hecho de que sea subestimado por los juristas no significa que no exista. La legitimidad política no es estática y se encuentra en permanente estado de cambio; pero los procesos de su transformación son algo lentos. Sin embargo, necesita siempre de un elemento: el demos. No existe a nivel de la UE ningún tipo de demos, ya sea bajo la forma de ciudadanía o nación, comunidad política o bajo la noción romántica de nación. Estas naciones existen dentro de los estados miembros o futuros estado-nación, pero esto no significa que la suma de todos los demoi tendrá como resultado el demos de la Unión Europea. La Unión Europea como nuevo tipo de sistema político no posee su propio demos. Esta es la razón por la cual no ha habido hasta el momento una discusión europea acerca del futuro de la Unión Europea. Tampoco existe un mito fundacional compartido. Como mencioné antes, sólo los estados-nación necesitan y dependen de la legitimidad política. La Unión Europea es un nuevo tipo de sistema político y no requiere ese tipo de legitimidad. Esto no excluye la posibilidad de que la Unión Europea logre crear una en un futuro lejano. En el ruido del debate acerca de constitucionalización de la

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A pesar de que la Unión Europea no está organizada según los principios del constitucionalismo democrático y liberal, se ha presentado como la guardiana de esos principios entre los estados miembros. Unión Europea se escucharon algunas tímidas voces que expresaron la esperanza de que los países del Este pudieran dar nueva vida al proceso de integración e incluso contribuir a sentar las bases para la legitimidad política. Esto fue solo una ilusión (wishful thinking). -

Legitimidad del régimen

Este tipo de legitimidad se refiere al tipo de organización de un estado, o sea al arreglo institucional y los principios básicos de su funcionamiento, su estructura constitucional y su organización socio-política. La legitimidad del régimen es un área de disputa política y, a diferencia de la legitimidad política, no se refiere sólo a altos valores sino a los valores y su implementación puntual en las prácticas institucionales. Es interesante comparar la Unión Europea y los estados de Europa Central y Oriental desde esta perspectiva. Si bien la Unión Europea tenía algunos problemas con la legitimidad del régimen, estos no fueron percibidos como graves hasta que apareció la perspectiva de la ampliación. En todo caso la Convención Europea fue pensada para mejorar estos tipos de problemas. En el contexto de la ampliación hacia el Este, se profundizaron los problemas en lo que respecta a la legitimidad del régimen, además de las críticas habituales referidas a la cuestión del déficit democrático. Hasta ahora, las críticas principales se han focalizado sobre este último punto. Según el criterio dominante del liberalismo democrático-constitucional, la estructura institucional de la Unión Europea no cuadra en esta matriz. La misma no expresa los principios básicos de la legitimidad política democrática –un voto por persona o la regla de la mayoría–, ni tampoco los principios básicos del constitucionalismo, tales como la clara división entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Aun la independencia del poder judicial se podría poner en duda, dado que algunos jueces del Tribunal de Justicia y el Tribunal de Primera Instancia de la Unión Europea se limitan a la interpretación teleológica de la legislación europea. Si bien todo esto es cierto, considero que la crítica es errónea, ya que la Unión Europea no es un estado en un sentido tradicional. No es un estado con plena autoridad, sino un nuevo tipo de sistema político que no ha terminado de conceptualizarse aun. Este nuevo tipo de sistema se asemeja a las organizaciones en red (network organisations). Desde el punto de vista constitucional, vale la pena tratar de aplicar el llamado nuevo constitucionalismo a los análisis del funcionamiento del régimen institucional de la Unión Europea4. Este enfoque tiene mayor poder explicativo que el constitucionalismo tradicional, centrado en la soberanía. Un distinguido teórico y ex parlamentario europeo ya fallecido (también miembro de la Convención Europea) lo llamó “suigenericidad”5. A pesar de que la Unión Europea no está organizada según los principios del constitucionalismo democrático y liberal, se ha presentado como la guardiana de esos principios entre los estados miembros. La ampliación hacia el Este ha cumplido un rol importante en este sentido. Por mucho tiempo, la Unión Europea ha tenido una constitución funcional, basada en la distribución funcional del poder al interior de la UE y entre ésta y los estados miembros, pero no una formal. Se podría decir que, en lo que se refiere a la gobernanza, en el proceso de constitucionalización de la Unión Europea, ha habido dos tendencias principales. En primer lugar, un enfoque populista que se centra en la elección de representantes para cargos europeos por parte de la “mítica”

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población europea. Este enfoque se basa en la presunción de que los estados mantienen su soberanía y que cada uno de ellos posee plena autonomía, la cual intercambia por otros bienes mediante acuerdos. Supone que es posible salir de la Unión en cualquier momento y retornar al status quo ante de plena soberanía. Este enfoque destaca la igualdad de los actores en la Unión Europea. Sin embargo, los límites de la soberanía son imprecisos. En la práctica, los actores más fuertes pueden manipular a los miembros más débiles en la Unión. El segundo enfoque es de carácter legal y plantea que el soberano es la propia ley. La política no es percibida como una arena para la lucha por el poder sino como un arte para conseguir ciertos objetivos. El punto crucial en este enfoque es la autonomía de las instituciones de la Unión, que tienen poder de decisión sobre las reglas del juego a través de la ley. En esta visión, los miembros fuertes deberían controlar las instituciones legislativas para garantizar su poder. Antes de la ampliación hacia el Este, la cuestión del régimen político no estaba articulada.. El problema surgió cuando los ex estados comunistas comenzaron a golpear las puertas de la Unión Europea. Los criterios para la adhesión fueron codificados con la adopción del acquis communautaire, detallado en la reunión del Consejo Europeo de Copenhague, en 1993. En lo que se refiere a los criterios políticos, el Consejo adoptó lo que Wojciech Sadurski llamó el “criterio canónico” (canonical yardstick). Según éste, para poder aspirar a ser miembro pleno de la UE, el estado solicitante debe demostrar que goza de “una estabilidad institucional que garantice la democracia, el estado de derecho, los derechos humanos y el respeto y protección de las minorías”. Así, la membresía queda condicionada al cumplimiento de algunos criterios mínimos de régimen referidos a las democracias constitucionales liberales. Es interesante observar que todos los estados de la Europa Central y Oriental eran ya, en ese momento, miembros del Consejo Europeo. Esto significa que ya habían ratificado y cumplían con la Convención Europea de Derechos Humanos y estaban siendo monitoreados por el sistema establecido por el Consejo de Europa. A partir de 1990, este Consejo estableció la Comisión Europea para la Democracia por el Derecho, también conocida como la Comisión Venecia, con el objetivo de colaborar en la elaboración de las constituciones de los estados de Europa del Este. A pesar de las promesas realizadas por estos estados en las áreas de la democracia, del estado de derecho y de los derechos humanos, la Unión Europea no dejó de tener sospechas. Se elaboraron informes anuales que evaluaban el cumplimiento con los criterios políticos de condicionalidad de cada país solicitante, aunque dudo de que hayan tenido un peso significativo en el proceso de desarrollo de una cultura respetuosa de los derechos humanos y de una cultura constitucional en Europa Central y Oriental. Es verdad que la República Eslovaca, suspendida del proceso de asociación por su condición política interna, fue nuevamente admitida en dicho proceso luego de la derrota electoral del gobierno de Vladimír Mečiar. Pero en el conjunto de los ocho estados, este criterio fue poco significativo. Sí, en cambio, cumplió un rol más importante en la adhesión y pos-adhesión de Rumania y Bulgaria. Como arma simbólica, permitió hacer la distinción entre “vieja” y “nueva” Europa, parafraseando los dichos del secretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Rumsfeld, aún si en una situación totalmente diferente. Esto pone en evidencia el trato ambivalente hacia los países pobres y pequeños del Este europeo viciados por un pasado comunista. Según la interpretación más indulgente (desde el punto de vista de la Unión Europea) se estaba ayudando a los países de Europa


Central y Oriental para que desarrollaran instituciones semejantes a las de Europa Occidental. Una postura más cínica sostiene que los criterios políticos fueron diseñados para mantener un control discrecional sobre el proceso por parte de los viejos estados miembros. Los criterios políticos empleados para los europeos de “clase B” comenzaron a ser mencionados, como un efecto búmeran, en relación a los países de la vieja Europa. En el artículo 6.1 del Tratado de Ámsterdam (en su versión consolidada) se puede leer: “La Unión se basa en los principios de libertad, democracia, respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, así como del Estado de Derecho, principios que son comunes a los estados miembros”6. De esta manera, los criterios políticos de Copenhague se convirtieron con el Tratado de Ámsterdam en precondiciones explícitas para ser miembro de la Unión Europea7. Por parte de los nuevos estados miembros hubo importantes expectativas sobre la mejora de la eficiencia del gobierno y la administración, y la también sobre la cuestión estructural de la organización de las instituciones. Esas expectativas resultaron no ser realistas. De hecho, los países recibieron presiones por parte de la Unión Europea y otros países dirigidas a modificar la estructura de sus instituciones. Por ejemplo, las instituciones aduaneras y de control fronterizo en el marco del acquis de Schengen o el sistema judicial de los nuevos estados miembros. Sin embargo, debemos tener presente que dentro de la Unión Europea las instituciones de los estados miembros cumplen un rol fundamental en la implementación del derecho comunitario europeo y sus políticas. La relación entre la Unión Europea y sus estados miembros no se basa en la clásica distribución de competencias sino, más bien, en la dependencia y la cooperación. Esto me lleva a una de las cuestiones clave, la del estado de derecho en los países post-comunistas y su relación con la ampliación. ¿Hasta qué punto el hecho de que la Unión Europea se basa sobre el estado de derecho podrá influenciar la actitud hacia la ley por parte de los nuevos miembros? Uno de los problemas clave que limitan la legitimidad de los regímenes en Europa Central y Oriental está vinculado con dificultades de orden público y retrasos en la aplicación de justicia. El primer problema está en parte relacionado con un estado casi permanente de crisis de las finanzas públicas, el segundo con decisiones de índole constitucional e institucional. La mayoría de las causas judiciales de países de Europa Central y Oriental ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo se originan en retrasos en los plazos de la justicia. Uno de los problemas es que la ineficiencia en los sistemas y procedimientos de los tribunales tiene un impacto negativo en la operación de los mercados. La implementación del derecho comunitario en los estados miembros se ha realizado principalmente, durante años, a través de la aplicación directa de las leyes por parte de los tribunales estatales, empezando por el escalafón más bajo en la magistratura. Dos principios básicos del derecho comunitario –la primacía del derecho comunitario por sobre el derecho de los estados miembros y la aplicabilidad directa– fueron garantizados por el apoyo provisto por los tribunales nacionales. El principal dispositivo jurídico que opera en la implementación del derecho comunitario es la vía prejudicial que permite a los jueces locales formular las preguntas legales a los jueces en el Tribunal de Justicia y en el Tribunal de Primera Instancia de la Unión Europea. Esto requiere jueces competentes en derecho comunitario, no sólo en el propio sistema judicial. Tengo dudas sobre que los jueces en los países de Europa Central y Oriental estén preparados para utilizar estos dispositivos jurídicos. No confío en que estén lo suficientemente familiarizados con el derecho comunitario. Uno de los indicios en el caso de Polonia podría ser la utilización directa de la Constitución polaca por parte de los tribunales ordinarios. En los últimos años, los jueces han sido capaces de hacerlo, pero temen aplicar esa cláusula. Muchos años de formación en la interpretación jurídica positivista y un pensamiento “jurídico dependiente” dejaron a los tribunales mal preparados para embarcarse en el proceso de integración al espacio jurídico europeo.

La extrema centralización del sistema de tribunales no promueve una armonización eficiente del derecho interno con el acquis communautaire. La armonización no es sólo responsabilidad de las legislaturas nacionales sino que puede, y debería, ser llevada a cabo por la actividad de los tribunales. Durante el período de candidatura esto no ocurrió, puesto que el método de armonización por medio de los tribunales fue controlado por los órganos judiciales superiores de carácter nacional8. -

Legitimidad de desempeño

Este tipo de legitimidad –a veces también denominado “legitimidad por los resultados” (output legitimacy)– concierne a la capacidad del estado para desempeñarse de manera efectiva y eficiente a partir de ciertos criterios que cada comunidad política considera importante. Se centra en la “provisión de bienes”, entendida no solo en un sentido económico. Este tipo de legitimidad está vinculado estrechamente a la legitimidad del régimen y, a veces, es difícil analizarlos por separado. La misma se refiere entonces a la capacidad de ofrecer resultados, de entregar aquello que se ha prometido durante las campañas electorales –y las expectativas en Europa Central y Oriental son el problema principal. En los ocho países existe un problema de eficiencia del gobierno, de administración ineficiente, de corrupción y de todos los males vinculados al “capitalismo político” en el que un cargo en la administración pública es utilizado para obtener una renta económica. El límite borroso entre la esfera pública y la privada, ligado al desvío de fondos públicos hacia manos privadas, es otro obstáculo para obtener una economía eficiente desde el punto de vista de los ciudadanos. El fenómeno fue descrito por un sociólogo como un “sistema de propiedad recombinada” o “propiedad de tipo híbrida”9. También existen mercados organizados con ingreso restringido dependiendo de las decisiones políticas. Los ciudadanos de los países de Europa Central y Oriental tenían la expectativa de que, con su ingreso a la Unión Europea, los problemas de administración ineficiente y corrupta serían resueltos por Bruselas o la Comisión. La sorprendentemente alta participación en los referéndums acerca de la adhesión mostró que las expectativas eran bastante altas. La elección de los votantes a favor del tratado tuvo un marcado carácter civilizatorio. Ellos votaron por la eficiencia y el bienestar económico y creyeron que la Unión Europea les proveería la infraestructura necesaria para una “vida digna”. Por supuesto, esto no podía ser provisto exclusivamente por la Unión Europea. Luego de la crisis financiera en Europa se ha nublado el panorama para los nuevos estados miembros. Parece que no podrán utilizar el total del presupuesto comprometido, debido a la ineficiencia de la administración pública nacional. El alto nivel de corrupción, como muestra el caso de Bulgaria, también juega un rol importante. Al mismo tiempo, la estrategia de Lisboa no favorecía a los países subdesarrollados que se integraron a la Unión Europea, sino que beneficiaba a los países desarrollados del núcleo duro de la Unión Europea, que deseaban estimular sus propias economías estancadas. Los elevados estándares tecnológicos, ecológicos y sociales no se correspondían con los intereses económicos de los nuevos estados miembros. Tampoco en aquel momento estaba entre sus intereses prioritarios intentar competir con Estados Unidos en la así llamada frontera tecnológica. En otras palabras, las economías de los nuevos estados miembros antes de la plena convergencia –lo que llevaría por lo menos una generación– requerían normas más suaves para la regulación del mercado. El ejemplo de la ex República Democrática Alemana, que está estancada desde 1996 a pesar de los generosos subsidios del presupuesto federal de Alemania, muestra cómo no deben ser integrados los mercados de la Europa Central y Oriental. El ajuste a esta dura realidad económica por medio de regulaciones más suaves de carácter excepcional podría, sin embargo, chocar con las expectativas en lo que respecta a la eficiencia de la legis-

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Dentro de la Unión Europea coexisten dos tendencias [...] en lo que respecta a la visión sobre su gobernanza. La decisión sobre la dirección a seguir (más orientada hacia el estado de derecho o de naturaleza populista) tendrá un profundo efecto sobre las perspectivas del estado de derecho en los nuevos estados miembros. lación, ya que el estado de derecho requiere un marco legal claro, estable y predecible. Por el contrario, una regulación suave (soft law) en campo económico se basa en la discrecionalidad, y eso favorece la corrupción u otros tipos de abuso del sistema. Una de las especialidades de Europa Central y Oriental son las operaciones informales debido a la histórica suspicacia de las autoridades10. Este fenómeno fue descubierto a principios del siglo veinte de manera independiente, en dos partes distintas de la región, por León Petrazycki, quien lo denominó la “ley intuitiva”, y por Eugen Ehrkich, quien lo llamó la “ley viviente”. La informalidad presente en los estados de Europa Central y Oriental se convirtió en un fenómeno llamativo al interior de la Unión Europea. Según los sociólogos del derecho, estas prácticas informales tienden a corromper el estado de derecho. ¿Podrá la integración a la Unión Europea ser una solución para las prácticas informales? ¿Podrá ésta proveer un estímulo adicional para fortalecer la extrema fragilidad del estado de derecho en la Europa Central y Oriental post-comunista? No existe una respuesta clara al respecto. Una manera de abordar la cuestión es mostrar las tendencias presentes en la Unión Europea y luego especular sobre sobre su impacto sobre el estado de derecho en estos países. Dentro de la Unión Europea coexisten dos tendencias, descriptas arriba en el contexto del debate constitucional, en lo que respecta a la visión sobre su gobernanza. La decisión sobre la dirección a seguir (más orientada hacia el estado de derecho o de naturaleza populista) tendrá un profundo efecto sobre las perspectivas del estado de derecho en los nuevos estados miembros. Cualquiera sea el caso, la estructura institucional existente en la Unión Europea favorece al poder ejecutivo. Considerando la debilidad del sistema jurídico, el futuro no se presenta muy prometedor para el estado de derecho. En lugar de un resumen: infra-nacionalismo y el estado de derecho post-comunista Existe un fenómeno adicional que muestra algunas similitudes entre la Unión Europea y los estados de Europa Central y Oriental. Algunos brillantes juristas y politólogos han observado una novedad en lo que respecta a la gobernanza de la Unión Europea. Joseph J.H. Weiler la denominó infra-nacionalismo. El mismo consiste en que: [...] porciones cada vez más amplias de normas comunitarias se realizan a nivel intermedio de gobierno (meso-level of governance). Los actores involucrados son funcionarios públicos de nivel medio de la Comunidad y de los estados miembros en conjunción con distintos actores privados y semi-públicos. Desde el punto de vista constitucional, […] el infra-nacionalismo no es constitucional ni inconstitucional. Está fuera de la Constitución. El vocabulario constitucional se constituye en torno a “ramas” del gobierno, en torno a las funciones constitucionales, en torno al concepto de delegación, de separación, de los sistemas de control y equilibrio de los poderes del Estado, etc. El infra-nacionalismo es semejante a la aparición de un nuevo virus para el cual los antibióticos, destinados al control de microbios y gérmenes, no tienen efectividad alguna. El infranacionalismo deja vacíos a la nación y al estado, y sus

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instituciones carentes de propósito como vehículo para comprender y controlar al gobierno […]11. Si Weiler tuviese razón, y personalmente pienso que sí, entonces los países de Europa Central y Oriental post-comunistas, con sus propias redes y su estado de derecho de fachada estarían bien preparados para integrarse a una Unión Europea infra-nacional12. En este sentido, el estado de derecho post-comunista se uniría a una Unión Europea posdemocrática; pero entonces, ese “matrimonio” sería a expensas del ciudadano común a ambos lados del río Elba. Notas 1

Neil Walker, “The Idea of Constitutional Pluralism”, en Modern Law Review, vol. 65, n. 3, 2002, pp. 317-359; Id., “EU Constitutionalism in Transition: The Influence of Eastern Enlargement”, en European Law Journal, vol. 9, n. 3, 2003, pp. 365–385. 2 Adam Czarnota, “Constitutionalism, Nationalism, and the Law. Reflections on Law and Collective Identities in Central European Transformation”, en Teoria prawa, filozofia prawa, wspolczesne prawo i prawoznawstwo, Toruń, Uniwersytetu Mikołaja Kopernika, 1998, pp. 29-48. 3 Véase János Kis, Constitutional Democracy, Budapest, Central European University Press, 2003. 4 Joseph H. H. Weiler, The Constitution of Europe. ‘Do the new clothes have an emperor?’ and other essays on European integration, Cambridge, Cambridge University Press, 1999, pp. 221-86. 5 Neil MacCormick, The New European Constitution. Legal and Philosophical Perspective, Warszawa, Leon Petrazycki Lecture, 2003. 6 El texto consolidado del Tratado de Ámsterdam se encuentra en: http://eur-lex.europa.eu/es/treaties/dat/12002M/pdf/12002M_ES.pdf. 7 Manfred Novak, “Human Rights ‘Conditionality’ in Relation to Entry to, and Full EU membership in, the EU”, en Philip Alston (ed.), The EU and Human Rights, Oxford-New York, Oxford University Press, pp. 689-90. 8 Zdenek Kuhn, “Application of European law in Central European candidate countries”, en European Law Review, vol. 9, n. 5, 2003, pp. 551- 560. Para un resumen acerca del problema del sistema de administración de la justicia en los estados post-comunistas, véase Jiří Přibáň, Pauline Roberts, James Young (eds.), System of Justice in Transition. Central European Experiences since 1989, AldreshotBurlington, Ashgate, 2003. 9 Jadwiga Staniszkis, Postkomunizm.Proba opisu, Gdansk, Słowo/ obraz terytoria, 2001, pp. 190-227; and David Stark and Laszlo Bruszt, Postsocialist Pathways. Transforming Politics and Property in East Central Europe, Cambridge, Cambridge University Press 1998. 10 Véase por ejemplo Denis James Galligan and Marina Kurkchiyan (eds.), Law and Informal Practices. The Post-Communist Experience, Oxford, Oxford University Press 2003. 11 J. H. H. Weiler, op. cit., pp. 98-99 (traducción propia). 12 Véase Maria Łoś y Andrzej Zybertowicz, Privatizing the PoliceState. The Case of Poland, Basingstoke, Macmillan Press Ltd. 2000.



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a sección Archivos celebra el tema de la utopía reproduciendo algunos textos clásicos, bajo la forma de discursos públicos. Nos referimos, en primer lugar, a las últimas palabras de Salvador Allende (1908- 1973), entonces presidente de Chile, durante el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, y al discurso ofrecido por Pablo Neruda (1904-1973) en la ceremonia de otorgamiento del premio Nobel de Literatura. Con ellos celebramos algunos de los ideales que sustentaron aquel frágil ejemplo de utopía realizable chileno, cuyo abrupto final tuvo lugar hace 40 años. También escogimos al discurso de Martin Luther King Jr. (1929-1968), Yo tengo un sueño, para recordar el 50º aniversario de su pronunciamiento. El mismo constituye un prototipo bellísimo de discurso utópico universalista, aun cuando estuviese dirigido a un país específico, Estados Unidos, que Luther King invitaba a sacar “de las arenas movedizas de la injusticia racial hacía la roca sólida de la hermandad”. No debería resultar extraño que Nelson Mandela (1918-2013), cuyo fallecimiento lamentamos, se refiriera en 1993, al recibir el premio Nobel de la Paz, al reverendo asesinado como su ilustre predecesor a la hora de promover la causa de “una sociedad que reconoce que todos los hombres hemos nacidos iguales, con derecho a la misma calidad de vida, libertad, prosperidad, derechos humanos y buen gobierno”. Uno de los elementos más llamativos del discurso de Mandela, que lo hace más utópico todavía (en el sentido etimológico de no-lugar) es su esperanza de que la batalla de Sudáfrica por “reinventarse” se convirtiera en un “microcosmo del nuevo mundo que está luchando por nacer”. Mandela sigue enumerando los requisitos de este nuevo mundo, “un mundo de democracia y respeto por los derechos humanos, un mundo libre de los horrores de la pobreza, el hambre, la privación y la ignorancia; sin la amenaza y la escoria de las guerra civiles, las agresiones externas y sin la carga que implica la tragedia de millones de personas obligadas a convertirse en refugiados”. Difícil no coincidir con él, aun con el desencanto causado por el abuso retórico de estas palabras. Sin embargo, según Albert Camus (1913-1960), de cuyo nacimiento celebramos el centenario, la verdad, por “misteriosa” y “huidiza”, siempre vale la pena “tratar de conquistarla”, así como la búsqueda de libertad , aunque “peligrosa” y “dura de vivir”, permanece una tarea “exaltante”. Es así que esta sección termina con una de sus célebres reflexiones, pronunciada durante el banquete que se ofreció al ser galardonado como Nobel de Literatura en 1957. “Indudablemente”, reflexionaba Camus con su insuperable agudeza, “cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en hacer que el mundo no se deshaga”. Sigue un pasaje memorable, de esos que merecen una lectura concentrada y atenta, y que nos ofrecen una clave de lectura universal, no solo de los tiempos duros en que vivió Camus, sino también de la confusa época actual.

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Salvador Allende*

7:55 A.M. Radio Corporación Habla el presidente de la República desde el Palacio de La Moneda. Informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería habría aislado Valparaíso y que la ciudad estaría ocupada, lo que significa un levantamiento contra el Gobierno, del Gobierno legítimamente constituido, del Gobierno que está amparado por la ley y la voluntad del ciudadano. En estas circunstancias, llamo a todos los trabajadores. Que ocupen sus puestos de trabajo, que concurran a sus fábricas, que mantengan la calma y serenidad. Hasta este momento, en Santiago no se ha producido ningún movimiento extraordinario de tropas y, según me ha informado el jefe de la Guarnición, Santiago estaría acuartelado y normal. En todo caso yo estoy aquí, en el Palacio de Gobierno, y me quedaré aquí defendiendo al Gobierno que represento por voluntad del pueblo. Lo que deseo, esencialmente, es que los trabajadores estén atentos, vigilantes y que eviten provocaciones. Como primera etapa tenemos que ver la respuesta, que espero sea positiva, de los soldados de la Patria, que han jurado defender el régimen establecido que es la expresión de la voluntad ciudadana, y que cumplirán con la doctrina que prestigió a Chile y le prestigia el profesionalismo de las Fuerzas Armadas. En estas circunstancias, tengo la certeza de que los soldados sabrán cumplir con su obligación. De todas maneras, el pueblo y los trabajadores, fundamentalmente, deben estar movilizados activamente, pero en sus sitios de trabajo, escuchando el llamado que pueda hacerle y las instrucciones que les dé el compañero presidente de la República. 8:15 A.M. Trabajadores de Chile: Les habla el presidente de la República. Las noticias que tenemos hasta estos instantes nos revelan la existencia de una insurrección de la Marina en la Provincia de Valparaíso. He ordenado que las tropas del Ejército se dirijan a Valparaíso para sofocar este intento golpista. Deben esperar las instrucciones que emanan de la Presidencia. Tengan la seguridad de que el presidente permanecerá en el Palacio de La Moneda defendiendo el Gobierno de los Trabajadores. Tengan la certeza que haré respetar la voluntad del pueblo que me entregara el mando de la nación hasta el 4 de noviembre de 1976. Deben permanecer atentos en sus sitios de trabajo a la espera de mis informaciones. Las fuerzas leales respetando el juramento hecho a las autoridades, junto a los trabajadores organizados, aplastarán el golpe fascista que amenaza a la Patria. 8:45 A.M. Compañeros que me escuchan: La situación es crítica, hacemos frente a un golpe de Estado en que participan la mayoría de las Fuerzas Armadas. En esta hora aciaga quiero recordarles algunas de mis palabras dichas el año 1971, se las digo con calma, con absoluta tranquilidad, yo no tengo pasta de

apóstol ni de mesías. No tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile; sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena y defenderé el Gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado. No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo. Si me asesinan, el pueblo seguirá su ruta, seguirá el camino con la diferencia quizás de que las cosas serán mucho más duras, mucho más violentas, porque será una lección objetiva muy clara para las masas de que esta gente no se detiene ante nada. Yo tenía contabilizada esta posibilidad, no la ofrezco ni la facilito. El proceso social no va a desaparecer porque desaparece un dirigente. Podrá demorarse, podrá prolongarse, pero a la postre no podrá detenerse. Compañeros, permanezcan atentos a las informaciones en sus sitios de trabajo, que el compañero Presidente no abandonará a su pueblo ni su sitio de trabajo. Permaneceré aquí en La Moneda inclusive a costa de mi propia vida.

ARCHIVOS

Santiago de Chile, 11 de septiembre de 1973

9:03 A.M. Radio Magallanes En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con la obligación que tienen. Yo lo haré por mandato del pueblo y por mandato consciente de un Presidente que tiene la dignidad del cargo entregado por su pueblo en elecciones libres y democráticas. En nombre de los más sagrados intereses del pueblo, en nombre de la Patria, los llamo a ustedes para decirles que tengan fe. La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen. Esta es una etapa que será superada. Este es un momento duro y difícil: es posible que nos aplasten. Pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor. Pagaré con mi vida la defensa de los principios que son caros a esta Patria. Caerá un baldón sobre aquellos que han vulnerado sus compromisos, faltando a su palabra… rota la doctrina de las Fuerzas Armadas. El pueblo debe estar alerta y vigilante. No debe dejarse provocar, ni debe dejarse masacrar, pero también debe defender sus conquistas. Debe defender el derecho a construir con su esfuerzo una vida digna y mejor. 9:10 A.M. Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Postales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha auto-designado comandante de la Armada, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno, y que también se ha autodenominado Director General de carabineros. Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad

Últimas palabras emitidas ante el levantamiento militar desde Radio Corporación y Radio Magallanes, 11 de septiembre de 1973. Fuente: Mario Amorós, Compañero Presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2008. *

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del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios. Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la abuela que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la Patria, a los profesionales patriotas que siguieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clases para defender también las ventajas de una sociedad capitalista de unos pocos.

Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará. Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.

Pablo Neruda: “Hacia la ciudad espléndida”* Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros límites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta. Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata –eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, requerios inmensos, desoladas nieves, adivinando más bien– el derrotero de mi propia libertad. Los que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse más seguros, montados en sus caballos, marcaban de un machetazo aquí y allá, las cortezas de los grandes árboles, dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me dejaran solo con mi destino. Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de años, los troncos semiderribados que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión. A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por

contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tremendas tormentas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura. A cada lado de la huella contemplé, en aquella salvaje desolación, algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos túmulos de madera para recordar a los caídos, para hacer pensar en los que no pudieron seguir y quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con sus machetes las ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades del invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos. Teníamos que cruzar un río. Esas pequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas, rompen tierras y rocas con la energía y la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis pies se afanaban al garete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los baqueanos, los campesinos que me acompañaban me preguntaron con cierta sonrisa:

Conferencia ofrecida en ocasión del otorgamiento del premio Nobel de Literatura, el 12 de diciembre de 1971 en Estocolmo, Suecia. El texto se encuentra disponible en http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1971/neruda-lecture-sp.html. *

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Seguimos hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las herraduras; más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido sobre las rocas. Mi cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, el espléndido, el difícil camino Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como una singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de ríos y el cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningún follaje. Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición de sagrada tuvo aún la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto. Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aún en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo. Más lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio cierto de habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al parecer vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al claror de la lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de día y de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo un humo que vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los cuajaron en aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que, naciendo de las brasas y de la oscuridad, nos traía la primera voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, hacia la infinita extensión de la vida. Ellos ignoraban quienes éramos, ellos nada sabían del fugitivo, ellos no conocían mi poesía ni mi nombre. ¿O lo conocían? El hecho real fue que junto a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba una corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno. Chapoteamos gozosos, cavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer emprendimos los últimos kilómetros de jornada que me separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un aire nuevo, de un

aliento que nos empujaba hacia el gran camino del mundo que me estaba esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los montañeses algunas monedas de recompensa por las canciones, por los alimentos, por las aguas termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que nos salió al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en ese “nada más”, en ese silencioso nada más había muchas cosas subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos sueños. Señoras y Señores:

ARCHIVOS

- Tuvo mucho miedo? - Mucho. Creí que había llegado mi última hora –dije. - Ibamos detrás de usted con el lazo en la mano –me respondieron. - Ahí mismo –agregó uno de ellos– cayó mi padre y lo arrastró la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted.

Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo. En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo está sostenido –el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesía– en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera la poesía los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un río vertiginoso, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad, los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde. De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía: mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y creer en un destino común. En verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos se detuvo en acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podía gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos: y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras. El poeta no es un “pequeño dios”. No, no es un “pequeño dios”. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero

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más próximo, que no se cree dios. El cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, como una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de su mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte, los poetas tomaremos parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos. Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me recondujeron al error, unos y otras no me permitieron –ni yo lo pretendí nunca– orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificación. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de nubes, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva. En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado de llenar ese espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra obligación de pobladores y –al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación crítica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores– sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como truenos. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar. Tal vez ésa sea la razón determinante de mi humilde caso individual: y en esa circumstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos los más simples del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signo de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera en que alguien, otros, los que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos. Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error,

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hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara y levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales. Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe. Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanzas solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, ¿qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquier forma al pasado feudal del gran continente americano? ¿Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar al mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se nieguen a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos. Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes que reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza, cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía. Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: “A l’aurore, armes d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes”. “Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades”. Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el Vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera. En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano.


Martin Luther King Jr: “Yo tengo un sueño”* evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de todos los blancos, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos y, a medida que caminamos, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás. Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, “¿Cuándo quedarán satisfechos?” Nunca estaremos satisfechos en tanto el negro sea víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial. Nunca estaremos satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. Nunca estaremos satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca estaremos satisfechos en tanto a nuestros hijos les sea arrancado su ser y robada su dignidad por carteles que rezan: “Solamente para blancos”. Nunca estaremos satisfechos, mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no estaremos satisfechos hasta que “la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente”. Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la persecución y sacudidos por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento sin recompensa es emancipador. Regresen a Misisipí, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperanza. Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el “sueño americano”. Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: “Creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales”. Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad. Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.

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Estoy feliz de reunirme con ustedes hoy, en la que quedará ante la historia como la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país. Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aun tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria de pobreza en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra. Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos de color. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de “fondos insuficientes”. Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia. También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el tiempo de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el tiempo de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es el tiempo de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el tiempo de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad. Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad. 1963 no es un fin, sino un principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirán contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia. Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos

Discurso realizado el 28 de agosto de 1963, en el Lincoln Memorial, en Washington D.C. Estados Unidos. Una traducción al castellano, en que se basa la presente, puede encontrarse en http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/international/newsid_3188000/3188123.stm. *

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Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad. ¡Hoy tengo un sueño! Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas. ¡Hoy tengo un sueño! Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano. Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres. Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar

el himno con un nuevo significado, “Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a tí te canto. Tierra de libertad donde mis antecesores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad”. Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad. Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso... ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Misisipí! “De cada costado de la montaña, que repique la libertad”. Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: “¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!”

Nelson Mandela* Su majestad, el rey Su alteza real Estimados miembros del Comité noruego del Nobel Honorable primer ministro, señora Gro Harlem Brundtland, ministros, miembros del Parlamento y embajadores, compañeros galardonados, señor F. W. De Klerk, distinguidos invitados, amigos, damas y caballeros. Quiero extender un agradecimiento de corazón al Comité Noruego del Nobel por acogerme como ganador del Premio Nobel de la Paz. Quisiera aprovechar esta oportunidad para felicitar a mi compatriota y también galardonado, presidente F. W de Klerk, quien recibe conmigo este alto honor. Juntos nos hemos unido a dos sudafricanos distinguidos; el fallecido Albert Lutuli, y su santidad, el arzobispo Desmond Tutu, cuyas fundamentales contribuciones a la lucha pacífica contra el maligno sistema del apartheid fueron justamente premiados por ustedes al concederles el Premio Nobel de la Paz. No sería presuntuoso de nuestra parte si también añadimos, entre nuestros predecesores, el nombre de otro notable ganador del Premio Nobel de la Paz, el asesinado reverendo Martin Luther King Jr. Él también luchó y murió sin cejar en el empeño de hacer una contribución para encontrar una solución justa a algunas de las grandes interrogantes que hoy enfrentamos los sudafricanos. Hablamos aquí del reto de las dicotomías de la guerra y la paz, la violencia y la no violencia, del racismo y la dignidad humana, la opresión y la represión, la libertad y los derechos humanos, la pobreza y liberación de los que padecen carencias. Nos encontramos hoy aquí nada menos que como representantes de millones de los nuestros que se han atrevido a levantarse contra un sistema social cuya esencia misma es la guerra, la violencia, el racismo, la opresión, la represión y el empobrecimiento de un pueblo entero. También me encuentro aquí como representante de millones de

personas en todo el mundo: el movimiento antiapartheid, los gobiernos y organizaciones que se han unido con nosotros, no para combatir a Sudáfrica como país ni a ninguno de sus habitantes; sino para oponerse a un sistema inhumano y exigir el fin inmediato del crimen contra la humanidad que es el apartheid. Esos incontables seres humanos, tanto dentro como fuera de nuestro país, tuvieron la nobleza de espíritu de impedirle el paso a la tiranía y la injusticia sin buscar una ganancia egoísta. Reconocieron que el daño contra uno es un daño contra todos, y por lo tanto, actuaron unidos para defender la justicia y la decencia humana fundamental. Gracias a su valor y persistencia de muchos años, hoy podemos, incluso, prever la fecha en que toda la humanidad se reunirá para celebrar una de las más notables victorias humanas de nuestro siglo. Cuando llegue ese momento, nos regocijaremos juntos por la victoria común sobre el racismo, el apartheid y el mandato de la minoría blanca. Ese triunfo finalmente cerrará una historia de 500 años de colonización en África que comenzó con el establecimiento del imperio portugués. De la misma forma, quedará marcado como un gran paso en la historia que servirá como consigna común a los pueblos del mundo para luchar contra el racismo, donde quiera que ocurra y bajo cualquier disfraz que se presente. En el extremo sur del continente africano, se prepara una hermosa recompensa, un regalo invaluable que llegará a aquellos que sufrieron en nombre de la humanidad y que sacrificaron todo por la libertad, la paz, la dignidad humana y la justicia entre los hombres. Esta recompensa no se medirá en dinero, ni podrá calcularse con el precio de los metales raros y piedras preciosas que reposan en las entrañas de la tierra africana en la que permanecen las huellas de nuestros ancestros. Se medirá con la felicidad y el bienestar de los niños que son, al mismo tiempo, los ciudadanos más vulnerables de cualquier sociedad y uno de nuestros mayores tesoros.

Conferencia ofrecida en ocasión del otorgamiento del premio Nobel de la Paz, el 10 de diciembre de 1993 en Oslo, Noruega. La traducción al castellano se encuentra disponible en http://www.jornada.unam.mx/2013/12/06/opinion/004a1pol *

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dos los miembros del Frente Patriótico, quienes jugaron un papel central en llevar a nuestro país a la transformación democrática que hoy vivimos. Nos hace felices que muchos representantes de estas formaciones, incluyendo personas que están o estuvieron al servicio de estructuras nacionales vinieron con nosotros a Oslo. Ellos también deben recibir el aplauso del Nobel de la Paz. Vivimos con la esperanza de que al tiempo que Sudáfrica batalla por reinventarse, se convierta también en un microcosmos del nuevo mundo que está luchando por nacer. Este debe ser un mundo de democracia y respeto por los derechos humanos, un mundo libre de los horrores de la pobreza, el hambre, la privación y la ignorancia; sin la amenaza y la escoria de las guerras civiles, las agresiones externas y sin la carga que implica la tragedia de millones de personas obligadas a convertirse en refugiados. Este proceso en el que Sudáfrica y el sur del continente africano como un todo están involucrados, nos piden y nos urgen a fluir con la corriente y convertir a la región en un ejemplo viviente de lo que toda la gente con conciencia desea para el mundo. No creemos que este Premio Nobel de la Paz tenga la intención de reconocer hechos que ocurrieron y quedan en el pasado. Escuchamos las voces que nos dicen que este premio es un llamado a todos aquellos, a lo largo del universo, que buscaron poner fin al sistema del apartheid. Comprendemos su llamado, y dedicaremos el resto de nuestras vidas para utilizar la experiencia única y dolorosa de nuestro país para demostrar, en la práctica, que la condición normal de la existencia humana es la democracia, la justicia, la paz; sin racismo, sin sexismo; con prosperidad para todos, con un ambiente saludable, con igualdad y solidaridad entre los pueblos. Movidos por ese llamado e inspirados por el honor que nos han conferido, haremos todo lo posible para contribuir a la renovación de nuestro mundo para que nadie, en un futuro, sea llamado como un “miserable de esta tierra”4. Que jamás las futuras generaciones digan que la indiferencia, el cinismo y el egoísmo nos hicieron fracasar en el intento por lograr los ideales humanistas representados por el Premio Nobel de la Paz. Que la lucha de todos nosotros sirva para constatar que Martin Luther King Jr. tuvo razón cuando afirmó que la humanidad ya no debe estar trágicamente ligada a la noche sin estrellas que son el racismo y la guerra. Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era un soñador que sólo habló de la belleza de la hermandad y la paz genuinas; que son más preciosos que los diamantes, la plata y el oro. ¡Que comience esta nueva era! Gracias. Notas del Coordinador Editorial La Declaración Mundial sobre la Supervivencia, la Protección y el Desarrollo del Niño fue aprobada de manera unánime por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1959. La misma proclamó diez derechos fundamentales entre los que se encuentran aquellos mencionados por Mandela. 2 Desde 2010, República de la Unión de Myanmar. 3 Aung San Suu Kyi recibió el premio Nobel de la Paz en 1991. 4 La expresión “Miserable de esta tierra” corresponde a una adaptación al castellano de la versión La Internacional –“Debout, les damnés de la terre”–, el himno revolucionario socialista escrito en París en 1871, cantado desde entonces por socialistas y comunistas. En su discurso, Mandela utiliza la expresión en inglés “wretched of the earth”. 1

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Estos niños podrán, al fin, jugar en el campo ya sin sufrir la tortura del hambre y la enfermedad, sin verse amenazados por la escoria de la ignorancia y el abuso, ni tendrán ya que involucrarse en actividades cuya gravedad excede las demandas que corresponden a su corta edad. Ante esta distinguida audiencia nos comprometemos a que la nueva Sudáfrica luchará sin tregua en lograr los propósitos definidos en la Declaración Mundial sobre la Supervivencia, la Protección y el Desarrollo del Niño1. La recompensa de la que hablamos también se medirá con la felicidad y bienestar de las madres y padres de estos niños, quienes vivirán sin el temor de ser robados, asesinados por motivos políticos o materiales, o humillados porque son mendigos. Ellos serán liberados de la pesada carga de la desesperación que llevan en el corazón, surgida de la pobreza, el hambre y el desempleo. El valor de ese regalo para todos aquellos que han sufrido deberá y será medido con la felicidad y bienestar de los ciudadanos de nuestro país que derribará los muros inhumanos que los dividen. Estas grandes masas darán la espalda al grave insulto contra la dignidad humana que definió a algunos como amos y a otros como sirvientes, y transformó en depredadores a aquellos cuya sobrevivencia dependía de la destrucción del otro. El valor de nuestra recompensa compartida deberá y será medido con la paz gozosa que triunfará porque la humanidad común que une a negros y blancos en una sola raza humana habrá dicho a cada uno de nosotros que viviremos como hijos del paraíso. Así viviremos, porque crearemos una sociedad que reconoce que todos los hombres hemos nacido iguales, con derecho a la misma calidad de vida, libertad, prosperidad, derechos humanos y buen gobierno. Una sociedad así jamás permitirá que vuelva a haber prisioneros de conciencia ni que se violen los derechos humanos de persona alguna. Tampoco debe permitirse que otra vez las vías hacia el cambio pacífico sean bloqueadas por usurpadores que robarán el poder del pueblo con el fin de satisfacer sus propósitos indignos. En relación a estas materias, llamamos al gobierno de Birmania2 para que deje en libertad a nuestra compañera Nobel de la Paz, Aun San Suu Kyi, y la involucren junto a quienes ella representa en un diálogo serio que beneficie a la población del país3. Oramos porque aquellos que tienen el poder cedan cuanto antes y permitan que ella use su talento y energía en beneficio de su nación y de la humanidad como un todo. Y alejándome de las asperezas y tribulaciones políticas de nuestro propio país, quiero aprovechar esta oportunidad para unirme al Comité Noruego del Nobel para rendir homenaje a mi compañero de galardón, el señor F. W de Klerk. Él tuvo el valor de admitir la terrible injusticia que se cometía en nuestro país y nuestro pueblo con la imposición del sistema del apartheid. Él tuvo la visión para comprender y aceptar que todo el pueblo sudafricano debía negociar como participante igualitario en el proceso con el que se determinaría qué futuro deseamos. Aún hay algunos en nuestra nación que equivocadamente creen que pueden hacer una contribución a la causa de la justicia y la paz aferrándose a arcaísmos que, se ha constatado, sólo llevan al desastre. Conservamos la esperanza de que ellos también sean bendecidos con la razón suficiente para darse cuenta de que la historia no puede negarse y que una nueva sociedad no puede ser creada reproduciendo un pasado repugnante que sólo ha sido retocado y escondido bajo una nueva fachada. También quisiéramos aprovechar la ocasión para homenajear a los numerosos movimientos democráticos de nuestro país, inclui-


Albert Camus* Al recibir la distinción con que ha querido honrarme su libre Academia, mi gratitud es más profunda cuando evalúo hasta qué punto esa recompensa sobrepasa mis méritos personales. Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer su decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo por sus dudas, con una obra apenas desarrollada, habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin una especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, a plena luz? ¿Con qué ánimo podía recibir ese honor al tiempo que, en tantos sitios, otros escritores, algunos de los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conoce una desdicha incesante? He sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme de acuerdo con un destino demasiado generoso. Y como era imposible igualarme a él con el único apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permítanme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que les diga, lo más sencillamente posible, cuál es esa idea. Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de cualquier cosa. Por el contrario, si me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, a la par de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos. El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo hacia los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdadero artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar partido en este mundo, sólo puede ser por una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual. Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones, en el otro extremo del mundo, basta para sacar al escritor de su soledad, por lo menos, cada vez que logre, entre los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trate de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte. Nadie es lo bastante grande para semejante vocación. Sin embargo, en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre para poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una

comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio a la verdad, y el servicio a la libertad. Y puesto que su vocación consiste en reunir al mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira ni a la servidumbre porque, donde reinan, crece el aislamiento. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión. Durante más de veinte años de historia demencial, perdido sin remedio, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años en la época de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, y que para completar su educación se vieron enfrentados a la guerra de España, a la segunda guerra mundial, al universo de los campos de concentración, a la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar a sus hijos y a sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad. Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia. Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida –en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión–, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que se corre el riesgo de que nuestros grandes inquisidores establezcan para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la Alianza. No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra

Discurso realizado el 10 de diciembre de 1957, en el banquete ofrecido en ocasión del otorgamiento del premio Nobel de Literatura, en Estocolmo, Suecia. La traducción al castellano se encuentra disponible en http://leereluniverso.blogspot.com.ar/2013/11/albert-camus-discurso-de-recepcion-del.html. *

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¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha

de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir. Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos límites, a mis dudas y también a mi difícil fe, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para decir que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando en el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y sí, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me falta dar las gracias, desde el fondo de mi corazón, y hacer públicamente, en señal personal de gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días.

ARCHIVOS

profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme. Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

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Quiénes Stefano Bianchini Licenciado en Ciencias Políticas (Universidad de Milán, Italia). Actualmente es profesor de la Universidad de Bologna, donde dirige el Instituto para Estudios sobre Europa Central, Oriental y los Balcanes, coordina una maestría internacional en investigación y estudios interdisciplinarios sobre Europa Oriental y es co-director científico de una maestría europea sobre Democracia y Derechos Humanos de las universidades de Sarajevo (Bosnia-Herzegovina) y Bologna. Se ha desempeñado como profesor visitante en numerosas universidades, entre las que se encuentran la Universidad de Harvard, Yale y Pittsburgh (Estados Unidos), la Universidad de Montreal (Canadá) y el Instituto Universitario Europeo (Italia). Fue asesor del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia. Es especialista en Europa Central, Oriental y los Balcanes, en particular sobre Yugoslavia y los estados que la sucedieron. Manuela Boatcă Licenciada en Filología inglesa y alemana (Universidad de Bucarest, Rumania) con doctorado en Sociología (Universidad Católica de Eichstätt-Ingolstadt, Alemania). Es profesora en la Universidad Libre de Berlín (Alemania) donde también se ha desempeñado como investigadora. Fue profesora y/o investigadora visitante en la Universidad Cándido Mendes (Brasil), en la Universidad Católica de Eichstätt-Ingolstadt, en la Universidad Rheinische Friedrich-Wilhelms (ambas en Alemania), y en el Boston College (Estados Unidos). Es editora de la revista científica Zeitschrift für Weltgeschichte. Es especialista en teoría social, análisis del sistema-mundo y sociología del desarrollo. Bent Boel Licenciado en Ciencias Políticas (Institut d’Études Politiques de París, Francia), con maestría y doctorado en Historia (Universidad de Copenhague, Dinamarca). Ha sido docente visitante en la Universidad Católica de Lovaina y actualmente se desempeña como profesor en la Universidad de Aalborg (Dinamarca). Es especialista en historia del siglo XX, con particular atención al período de la segunda posguerra, historia de Francia y relaciones entre Europa Occidental y Oriental.

Christian Cao Licenciado en Derecho, con maestrías en Administración Pública (ambos en la Universidad de Buenos Aires, Argentina) y en Derecho Constitucional (Universidad Complutense de Madrid, España). En esta última universidad obtuvo su título de doctor en Derecho Constitucional. Actualmente es profesor en la Universidad de Buenos Aires. Se ha desempeñado como profesor invitado e investigador de la Universidad Complutense de Madrid. Es especialista en derecho de la integración regional y derecho público constitucional y administrativo.

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Adam Czarnota Licenciado y doctor en Derecho (Universidad Nicolás Copérnico, Polonia). Actualmente se desempeña como director científico del Instituto Internacional de Sociología Jurídica de Oñati (España). Asimismo es profesor y co-director de la Red de Estudios Interdisciplinarios de Derecho en la Universidad de New South Wales (Australia), y profesor en la Universidad de Bialystok (Polonia). Entre otras instituciones, se ha desempeñado como investigador y profesor visitante en la Universidad de Europa Central, en el Collegium Budapest (ambas en Hungría), en el Royal Flemish Academy of Belgium for Science and the Arts y la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), en las universidades de Oxford y Edimburgo (Reino Unido) y en el Instituto Universitario Europeo (Italia). Es especialista en sociología del derecho, teoría legal, filosofía del derecho e historia de las ideas. José María Faraldo Licenciado en Geografía e Historia (Universidad Complutense de Madrid, España), con doctorado en la misma universidad, donde actualmente se desempeña como profesor investigador. Ha sido investigador visitante en el Centro para la Investigación en Historia Contemporánea, en la Viadrina European University, en la Universidad Humboldt (todas ellas en Alemania), y en la Universidad de Bucarest (Rumania). Es secretario de redacción de la revista Cuadernos de Historia Contemporánea. Es especialista en historia social y cultural, con particular referencia a los países de Europa Oriental. Klaus Gallo Obtuvo el título de profesor de Historia en la Universidad de Belgrano (Argentina) y tiene un doctorado en Historia Moderna (Universidad de Oxford, Reino Unido). Actualmente, se desempeña como profesor de la Universidad Torcuato Di Tella (Argentina), donde fue director del Departamento de Historia. Ha sido investigador honorario del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Londres (Reino Unido). Entre 1997 y 2004, fue coordinador del programa de intercambio entre este Instituto y la Universidad Torcuato Di Tella. Es especialista en historia moderna de Europa y Argentina.

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