Editorial Presentación: “El Gobierno de los Jueces” Introducing “Governing with Judges” En el camino Reflexiones sobre “La Necesidad de una Constitución para Europa”, por Vassilios Skouris Entrevista a Paolo Mengozzi Entrevista a José Antonio Moreno Ruffinelli Entrevista a Gil Carlos Rodríguez Iglesias Instrumentos de análisis “ ‘El Gobierno de los Jueces’ en Europa”, por Carlo Guarnieri “Derechos Humanos, Constitucionalismo e Integración: Iconografía y Fetichismo”, por Joseph H. H. Weiler The Bridge (Puente @ Europa in English) On the Road Insights on “The Need for a European Constitution”, by Vassilios Skouris Interview with Paolo Mengozzi Interview with José Antonio Moreno Ruffinelli Interview with Gil Carlos Rodríguez Iglesias Instruments of Analysis “ ‘Governing with Judges’ in Europe”, by Carlo Guarnieri “Human Rights, Constitutionalism and Integration: Iconography and Fetishism”, by Joseph H. H. Weiler Novedades OBREAL/EULARO OBREAL/EULARO News Quiénes / Who’s Who Nota / Note En cada sección los autores están ordenados alfabéticamente / Authors are organised by alphabetical order within each section.
Año III - Número 1 (nueva serie) Vol. III, Issue 1 (new series) Marzo de 2005 / March 2005 ISSN 1668-2823 Redacción / Edited at: Rodríguez Peña 1464 (C1021ABF) Ciudad de Buenos Aires Argentina Tel: (+54-11) 4878-2900 Fax: (+54-11) 4878-8628 puntoeuropa@unibo.edu.ar www.unibo.edu.ar Propietario / Ownership: Università degli Studi di Bologna, Representación en Buenos Aires University of Bologna, campus of Buenos Aires Director / Director: Giorgio Alberti
Comisión Europea
European Commission
Esta publicación se ha realizado con la ayuda financiera de la Comunidad Europea. Su contenido es responsabilidad exclusiva de la Universidad de Bologna, Representación en Buenos Aires, y en modo alguno debe considerarse que refleja la posición de la Unión Europea. This review has been made with the financial support of the European Community. Its contents are the sole responsibility of the University of Bologna, campus of Buenos Aires, and do not reflect the views of the European Union.
Comité Directivo / Executive Board Giorgio Alberti Susana Czar de Zalduendo Arturo O’Connell José Paradiso Gianfranco Pasquino Lorenza Sebesta Ramón Torrent
Comité Científico / Scientific Board Roberto Bouzas (Universidad de San Andrés, Argentina) Alvaro Camacho Guizado (Universidad de los Andes, Colombia) Julio Cotler (Instituto de Estudios Peruanos, Perú) Alexandra Barahona (Instituto de Estudos Estratégicos e Internacionais, Portugal) Isabel Yepez (Université Catholique de Louvain, Bélgique)
Comité Editorial / Editorial Board Luciana Gil (Asistente Editorial / Editorial Assistant) Emiliano Montenegro (Diseño Gráfico / Graphic Design) Martín Obaya (Coordinador Editorial / Editorial Coordinator) Dirección Ejecutiva / Executive Direction Lorenza Sebesta (Punto Europa - Buenos Aires, Universidad de Bologna, Representación en Buenos Aires).
Han colaborado con este número / Contributors and collaborators to this issue: Susana Czar de Zalduendo (editora / editor), Carlo Guarnieri, Paolo Mengozzi, José Antonio Moreno Ruffinelli, Sandra Negro, Beth Newhall (traducciones / English translations), Gil Carlos Rodríguez Iglesias, Carlos Darío Ruffinelli, Vassilios Skouris, Ramón Torrent, Joseph Weiler, Esteban Weyrauch (traducciones / English translations). Se agradece a la Delegación de la Comisión Europea en la República Argentina, en la persona del Embajador Angelos Pagkratis y del Dr. Adolfo Barberá del Rosal, por el apoyo prestado, así como también a la Dra. Maria Carrer, del Tribunal de Primera Instancia de las Comunidades Europeas. We wish to express our gratitude to the Delegation of the European Commission in Argentina, especially to Ambassador Angelos Pagkratis and Dr. Adolfo Barberá del Rosal, and to Dr. Maria Carrer, from the Court of First Instance of the European Communities for their invaluable support.
Every introduction is a promise. The following pages try to fulfill those we made in the previous number of Puente @ Europa. Staff and guests of the present issue have traveled along the forking paths (senderos que bifurcan) in the “entangled space” which unfolds between the “existent” and the “imaginary” (as described in Puente @ Europa number zero), in search of ideas, realities and the terms to express them to enrich our thoughts on the topic “Governing with Judges”. Susana Czar de Zalduendo, as Editor of this issue, identifies in her introduction (see Governing with Judges) some common threads in the contributions. The authors hosted in the first section provide us with their day-to-day experience as jurists in Europe and Latin America. They are: José Antonio Moreno Ruffinelli, President of the Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur (Permanent Court of Review), Vassilios Skouris and Gil Carlos Rodríguez Iglesias, President and former President of the Court of Justice of the European Communities, respectively, and lastly, Paolo Mengozzi, Judge of the Court of First Instance of the European Communities. Each one shares his thoughts about the practice of law, bringing light to the spaces which enable the judge to share the exercise of government with other State powers, both at the national level and in their respective integration processes. In the following section, Carlo Guarnieri and Joseph Weiler take the European experience as a point of reference, using it to project useful ideas and concepts in order to interpret the different national and macro-regional realities. The first one takes a politological approach in describing how and why there has been a progressive displacement of power towards judges in Europe. The second author ponders over the “nuanced” relationship between Europe and human rights and touches upon questions which are central to the present issues. New promises (and the fulfilment of some old ones) are announced in the section devoted to the progress of the European Union- Latin American Relations Observatory. The Inaugural Conference was held in Barcelona in February and the next meeting will take place at FLACSO–Ecuador, in April, to celebrate its 20th anniversary. The network offers the OBREAL/EULARO website as a virtual meeting space. It will be a work in progress, aimed at facilitating interaction among those interested in the networks’ activities and projects (visit www.obreal.org or www.eularo.org). Although Spanish and Spanish-speaking countries seem to be the privileged destiny and destination of our review, we inaugurated a new section of Puente @ Europa, which is intended as an imposible espacio de reflejos (as used by Borges to defined mirrors) where ideas will be re-written in English: “The Bridge”. Here we will try to make once undecipherable concepts accessible to our readers (or reinterpret them?). The most vivid expression of the “entangled space” we are trying to re-create is the graphic design of Puente @ Europa, where “imaginary” combinations of “existent” figures invite us to explore the pages they illustrate. The next promise was made to us by José Paradiso and Lorenza Sebesta who, as joint Editors of Puente @ Europa number two, suggested that we devote our June issue to “Interpreting the World. Disorder of the International Society and Order of the States: the Communitarian Alternative”. Martín Obaya, Editorial Coordinator
Toda presentación es una zona de promesas. Las páginas que siguen dan cumplimiento a las comprometidas en el capítulo inicial de Puente @ Europa. Quienes participamos de este número (los de siempre y los invitados) recorrimos los senderos que se bifurcan en el espacio complejo que se despliega entre lo “existente” y lo “imaginario” (aquel que describíamos en nuestra presentación), en búsqueda de ideas, términos y realidades que refinen nuestras propias reflexiones sobre el Gobierno de los Jueces. Susana Czar de Zalduendo, como editora del número, contribuye en su presentación a dar unidad a los aportes de quienes han enriquecido las páginas de este número, ofreciendo posibles claves de lectura. La primera sección hospeda a quienes desde el Camino nos ofrecen su experiencia como juristas en Europa y América Latina: José Antonio Moreno Ruffinelli, Presidente del Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur, Vassilios Skouris y Gil Carlos Rodríguez Iglesias, Presidente y ex Presidente del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas respectivamente y, finalmente, Paolo Mengozzi, Juez del Tribunal de Primera Instancia de las Comunidades Europeas. Todos ellos reflexionan sobre (y desde) la práctica del Derecho descubriendo los espacios que permiten al juez compartir el ejercicio del gobierno con los otros poderes del Estado, tanto en el ámbito nacional, como en los respectivos procesos de integración. El segundo capítulo cuenta con dos contribuciones que comparten la experiencia europea como punto de referencia, pero que, al mismo tiempo, proyectan ideas y conceptos útiles para interpretar las distintas realidades nacionales y regionales. Carlo Guarnieri nos ofrece, a través de un enfoque politológico, sus ideas sobre el gobierno de los jueces en Europa, mientras que Joseph Weiler, tomando como objeto de reflexión la relación “matizada” entre Europa y los derechos humanos, dispara preguntas y ensaya respuestas sobre temas que considera centrales para las inquietudes que motivan este número. Anuncios de nuevas promesas (y el cumplimiento de algunas viejas) se enumeran en el espacio dedicado a dar noticia sobre la marcha del Observatorio de las Relaciones Unión Europea-América Latina, que se ha iniciado con la Conferencia Inaugural realizada en Barcelona durante el mes de febrero y continúa con el encuentro que organiza durante el mes de abril la sede FLACSO-Ecuador con motivo de su vigésimo aniversario. La red propone como rendez-vous virtual el sitio web OBREAL/EULARO, un espacio en desarrollo permanente que se ofrece como punto de interacción con quienes estén interesados en sus actividades y proyectos (disponible en www.obreal.org o www.eularo.org). Si bien es el destino de nuestra revista la lengua castellana, inauguramos con este número una nueva sección que se nos presenta como un imposible espacio de reflejos en el que las ideas se reescriben en inglés: The Bridge. Se nos ofrece aquí la posibilidad de acceder a conceptos antes indescifrables o a reinterpretar algunos ya visitados en las páginas precedentes. La expresión más viva del espacio que proponemos se refleja en la gráfica de Puente @ Europa: combinaciones “imaginarias” de figuras “existentes” que nos invitan a explorar las páginas que ilustran. La siguiente promesa de Puente @ Europa nos fue hecha por José Paradiso y Lorenza Sebesta, quienes han puesto título al nuevo capítulo que se nos presentará hacia finales de junio: Interpretando el Mundo. Desorden de la Sociedad Internacional y Orden de los Estados: la Alternativa Comunitaria. Martín Obaya, Coordinador Editorial
By Susana Czar de Zalduendo, Editor
From the pages of Puente @ Europa number zero1 we asked ourselves what exactly “Governing with Judges” meant. These questions originated from several trends. On the one hand, the gap between the tradition of Common Law and Civil Law, with respect to the creation of law seems to be progressively narrowing. On the other hand, greater judicial “activism” at work nowadays appears to be related to the ever increasing need to resolve conflicts by taking into account extra-judicial elements such as historical, economic, social, etc. -to name just a few. For the same reasons, we established some guidelines for the interviews and articles centered on two core issues: first, what are the criteria for interpreting laws and, second, what is the nature and scope of the judicial task. Within the former, we ponder the extent to which teleological interpretation allows judges to distance themselves from the text of law; we later address the issue of “activism” vs. judicial restraint.
A third issue emerges from the contributions themselves: that is the judicial control of constitutionality, as it has been defined by constitutionalism. We have included this issue which originated in the United States in the 20th century and was later transferred to Europe- because the exercise of this control would confer quasi-legislative powers upon judges. In this introduction, we will attempt to retrieve from the contributions we received some ideas which touch upon the core issues in order to focus on the meaning of “Governing with Judges”. With respect to teleological interpretation, which takes into consideration the object and end of norms, and especially those of treaties, both the European judge Paolo Mengozzi and Mercosur arbitrator José Antonio Moreno Rufinelli agree on the importance of using this type of interpretative criteria to further develop integration processes. The two judges also point out that the teleological method is a tradition shared by both Common Law and Civil Law.
En el número inaugural de la nueva versión de Puente @ Europa1 nos preguntábamos qué era “El Gobierno de los Jueces”. Las razones que justifican la elección de este tema obedecen a la constatación de algunas tendencias. Una de ellas es el acortamiento de la brecha entre la tradición del Common Law y la del Civil Law que conduce a la creación de derecho por parte de los jueces. Otra se relaciona con un mayor activismo judicial ante la necesidad de resolver conflictos tomando en consideración elementos extrajurídicos (históricos, económicos, sociales, etc). Esas mismas razones nos llevaron a orientar las entrevistas y las colaboraciones solicitadas a los autores con algunas reflexiones centradas en dos ejes principales: los criterios de interpretación de las leyes, y la naturaleza y alcance de la función judicial. En el primero se plantea la medida en que las interpretaciones finalistas o teleológicas permiten a los jueces alejarse del texto de la ley; mientras que, en el segundo eje, se aborda la cuestión del activismo o la autorestricción judiciales.
Las enriquecedoras contribuciones recibidas agregan, al menos, un tercer eje que, en el constitucionalismo, ha sido identificado como control judicial de constitucionalidad. La inclusión del debate sobre este aspecto que se inició en los Estados Unidos durante siglo XX y se trasladó, más tarde, al ámbito europeo, se justifica en la medida en que el ejercicio de ese control daría a los jueces un poder cuasilegislativo. En esta presentación intentaremos rescatar, de los aportes recibidos, algunos de los enfoques sobre los ejes planteados con la intención de contar con instrumentos más refinados, que permitan acercarnos a una noción más ajustada sobre el significado de “El Gobierno de los Jueces”. Acerca de la interpretación teleológica que enfatiza la toma en consideración del objeto y fin de las normas, y en especial de los tratados, han coincidido el juez europeo Paolo Mengozzi y el árbitro del MERCOSUR José Antonio Moreno Ruffinelli, en la importancia de este criterio inter-
An interesting point is made by Moreno Rufinelli who argues that the gap between the two judicial systems is not only becoming smaller, but that it is actually fictitious. He believes that, in reality, the application of teleological criteria does not conform to characteristics specific to each system, rather, it conforms to the complexity or difficulty of the cases under analysis -circumstances which, according to Gil Carlos Rodriguez, also influence the nature and scope of the judicial function. The aforementioned question encompasses two complementary ideas –first, the choice between judicial restraint and “activism”, whereby the judge decides whether to stick directly to the law or the possibility of going beyond it. Second, there is the question of democratic legitimacy which is related to a preference for decisions taken by elective bodies -and judicial bodies do not fall into this category. Carlo Guarnieri and Moreno Ruffinelli have these questions in mind when they contextualize Montesquieu’s definition, according to which the judge is “no more than the mouth that pronounces the words of the law”. The Latin American jurist also makes a historical reference explaining that as a result of ideas promoted during the period of the French Revolution, the Parliament was prized as a sovereign and legitimate body, while judges were considered unreliable, deprived as they were of popular legitimacy. Both judicial restraint and “activism” are founded on similar theoretical concepts.2 In fact, the division of powers justifies judicial restraint because courts can only apply norms which are produced by elective bodies. Yet, a different interpretation of the same principle also supports “activism”, by sustaining that courts must monitor the behavior of other government branches, protect minorities, etc. In the same vein, judge Mengozzi asserts that the Court has respected the division of powers in the Community and has helped to keep the balance between institutional competences. Former President of the Court of Justice Rodríguez Iglesias maintains that judicial restraint and judicial “activism” are not mutually exclusive and that the Court has enabled the development of principles aimed at protecting the rights of individuals and guaranteeing fundamental economic freedoms. As for the case of the “activism” of the Court of Justice of the European Communities, Joseph Weiler points out that what generates criticism on the behavior of the Court issues from nationalist attitudes arising from States’ fears of losing sovereignty in favor of the Community. Indeed, if the Court were activist in limiting European Union competences (instead of those of the States), the same critics would celebrate the Court’s behavior. In other words, most of the critique does not focus on judicial empowerment as such, but on its content. If we return to the theoretical concepts which support both judicial restraint as well as “activism”, it is appropriate to point out the principle of “interpretive stability”, which requires judges to stick to case-law, thus emphasizing the value of predictability. Those who oppose this line of thought highlight the need to modify the interpretation of previous doctrine according to changes in historical and political circumstances. As Moreno Ruffinelli explains, this is a divisive issue. On one side, there are those who argue that judges must adapt laws in order to prevent their anachronism, whereas opponents of this argument claim that these changes would confer a quasilegislative role upon the judge. Constitutional judicial control is another concept analysed in this number. According to Carlo Guarnieri, the sphere of influence of judges has widened at the expense of other powers. He asserts that in Europe the acceptance of judicial control over the constitutionality of laws has conferred legislative powers upon judges. At the same time, he indicates that nowadays individuals are increasingly turning to the judicial system whenever solutions cannot be obtained in other branches of government. This notion contrasts with the attitude of public disdain for judges held during the times immediately following the French Revolution. As to the control of legality in the European Union, the current President of the Court of Justice of the European Communities, Vassilios Skouris, aptly points out that, in
pretativo para hacer avanzar los respectivos procesos de integración. Ambos señalan también que el criterio de interpretación teleológica es aplicado tanto en la tradición del Common Law, como en la del Civil Law. Resulta interesante señalar el matiz que aporta Moreno Ruffinelli al sostener que la brecha entre ambos sistemas jurídicos no solo no se está acortando sino que es ficticia. Sostiene que, en realidad, la necesidad de aplicar el criterio finalista no responde a características propias de los sistemas, sino más bien, a la complejidad o dificultad de los casos bajo análisis, circunstancias que, según Gil Carlos Rodríguez Iglesias, influyen también sobre la cuestión de la naturaleza y el alcance de la función judicial. Este último tema encierra dos aspectos complementarios: por un lado, la alternativa entre autorestricción y activismo, que se refiere al deber del juez de limitarse a reflejar la ley o a la posibilidad de avanzar más allá de la misma; por el otro, la cuestión de la legitimidad, relacionada con la preferencia democrática respecto de las decisiones tomadas por los órganos representativos de la voluntad popular, de la que carecen los jueces. Estos aspectos son tenidos en cuenta por Carlo Guarnieri y Moreno Ruffinelli cuando ponen en contexto el rol del juez como mero aplicador del derecho que, conforme a la fórmula de Montesquieu, es “la boca que pronuncia las palabras de la ley”. El jurista latinoamericano hace, además, una alusión histórica al señalar que como resultado de las ideas que impulsaron la Revolución Francesa, se enfatiza el valor del Parlamento como órgano soberano y legítimo, mientras que se desconfía del poder de los jueces, cuya legitimidad no deriva de la soberanía popular. Tanto la alternativa de la autorrestricción (judicial restraint) como la del activismo pueden encontrar fundamento en conceptos teóricos similares1. En efecto, la división de poderes justifica la autorrestricción porque a los tribunales solo les cabe aplicar las normas que generan los órganos electivos de gobierno; pero una lectura distinta del mismo principio apoya el activismo sosteniendo que los tribunales deben vigilar el accionar de las otras ramas de gobierno, proteger las minorías, etc. Refiriéndose al caso del mentado activismo del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, Joseph Weiler señala que lo que genera las críticas al comportamiento de ese Tribunal surge de sentimientos nacionalistas preocupados por la pérdida de soberanía de los Estados Nacionales en favor de la Comunidad; y que, si dicho Tribunal fuese activista para limitar las competencias comunitarias, los mismos críticos celebrarían esa conducta. Es decir, que las resistencias no responden al creciente poder de esta magistratura sino, más bien, al contenido de sus decisiones. También, con relación al ámbito europeo, el juez Mengozzi afirma que el Tribunal ha respetado la división de poderes en la Comunidad y ha ayudado al equilibrio en la competencia de las instituciones. Por su parte, el ex Presidente del Tribunal de Justicia, Rodríguez Iglesias, afirma que la autorrestricción y el activismo judicial no se excluyen, y que la actividad del Tribunal ha permitido desarrollar principios que tutelan los derechos de los particulares y garantizan las libertades económicas fundamentales. Volviendo a los conceptos teóricos que dan fundamento tanto a la autorrestricción como al activismo, corresponde señalar el principio de estabilidad interpretativa que impone a los jueces observar los precedentes, enfatizando el valor de la previsibilidad; la contracara de la estabilidad interpretativa radica en la necesidad de modificar los precedentes con fundamento en los cambios de las circunstancias históricas y políticas. Como bien señala Moreno Ruffinelli, este es un tema que genera opiniones encontradas. Por un lado, hay quienes sostienen que para evitar el anacronismo del derecho, los jueces deben realizar las adaptaciones necesarias; por otro lado, hay quienes señalan que estas adecuaciones darían al juez un rol cuasi-legislativo. El eje con el control judicial de constitucionalidad es analizado por algunos de los autores convocados. Guarnieri afirma que se ha expandido el radio de acción de los jueces a expensas de los otros poderes y se ha concretado la aceptación en Europa del control judicial de constitucionalidad de las leyes que ha atribuido poderes legislati-
the 1980’s, the Court upheld that the European Community is a community based on the rule of law. Therefore, neither Member States nor institutions can avoid a Court review of their acts in order to preserve the integrity of fundamental Treaties. Joseph Weiler also discusses the differences between constitutionalisms in European Union Member States. He explains that while in Germany and Italy the Constitution has always been considered Supreme law and the constitutionality of laws is controlled in special courts, in others such as Denmark, Belgium and France –constitutionalism and the constitutional control of laws is softer. Some believe that the project for a European Constitution will be another instance of the harder version of constitutionalism. The purpose of this introduction is not to exhaust the richness of the specific contents of each article, but to highlight some of the key points addressed by the authors which, in our judgment, are most directly related to the central ideas outlined in the Puente @ Europa number zero. Last but not least, the difficulties encountered when focusing on the meaning of “Governing with Judges” appear to be linked to the multifaceted nature of the question itself. Despite this complexity, it can be asserted that the expansion of the sphere of influence of judges to extra-judicial areas is a reality that can be verified in all judicial systems –national, as well as regional and international. However, this reality does not imply a risk to the quality of democracy –as some may fear due to the counter-majoritarian nature of judicial courts– provided that there are mechanisms which limit judicial “activism” so that it reflects the true values and interests of society rather than those of judges. Notes Cfr. Susana Czar de Zalduendo, “Governing with Judges”, Puente @ Europa, Vol 3, n. 0, 2005 (http://www.obreal.unibo.it/Review.aspx?IdReview=8). 1
Cfr. Christian Courtis, “Reyes Desnudos: Algunos ejes de Caracterización de la Actividad Política de los Tribunales”, in Roberto Bergalli and Claudio Martyniuk (comp.), Filosofía política y Derecho. Homenaje a Enrique Marí, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2003. 2
vos a los jueces. A su vez, señala que los individuos recurren cada vez más a los tribunales en busca soluciones que no encuentran respuestas en los otros poderes, lo que contrasta con las ideas ya señaladas respecto a la actitud popular en los tiempos inmediatamente posteriores a la Revolución Francesa. Respecto al control de legalidad en el ámbito de la Unión Europea, el actual Presidente del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, Vassilios Skouris, señala muy acertadamente que, ya en la década del ’80, el Tribunal sostuvo que, al ser la Comunidad Europea una comunidad de derecho, los actos, tanto de los Estados miembros como de las instituciones comunes, no podrían sustraerse del control que ejerce el Tribunal para preservar la integridad de los Tratados fundamentales. Joseph Weiler, por su parte, señala las diferencias entre el constitucionalismo de los Estados miembros de la Unión Europea; mientras en Alemania e Italia la Constitución fue considerada Ley Suprema y se controla la constitucionalidad de las leyes en tribunales especiales, en otros países –Dinamarca, Bélgica o Francia– el constitucionalismo y el control constitucional de las leyes es más suave. Algunos señalan que el proyecto de Constitución Europea se enmarcará en el primero de los sistemas mencionados. No se ha pretendido en esta presentación agotar la riqueza del contenido específico de cada una de las contribuciones, sino simplemente, rescatar algunos de los aspectos abordados por los autores que, según nuestro criterio, se relacionarían más directamente con los ejes planteados en el número inaugural. Por último, la intención de lograr una noción más precisa sobre el significado de El Gobierno de los Jueces encuentra dificultades que tienen origen en las varias aristas que este tema presenta, así como en los múltiples argumentos que pueden desarrollarse alrededor del mismo. Sin embargo, podemos señalar, en primer lugar, que la expansión del accionar de los jueces hacia ámbitos extra-jurídicos es una realidad que se verifica en todos los sistemas judiciales, tanto nacionales, como regionales e internacionales. En segundo lugar, esa realidad no implicaría un riesgo para la calidad democrática –temor fundado en la naturaleza contra-mayoritaria de las magistraturas– en la medida en que existan mecanismos que permitan limitar el activismo judicial para que el mismo refleje verdaderos intereses y valores de la sociedad y no intereses y valores de los jueces. Notas Cfr. Susana Czar de Zalduendo, “El gobierno de los Jueces”, Puente @ Europa, Año 3, n. 0, 2005 (http://www.obreal.unibo.it/Review.aspx?IdReview=8) 1
Cfr. Christian Courtis, “Reyes Desnudos: Algunos ejes de Caracterización de la Actividad Política de los Tribunales”, en Roberto Bergalli y Claudio Martyniuk (comp.), Filosofía política y Derecho. Homenaje a Enrique Marí, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2003. 2
En esta sección se recogen testimonios de quienes, tanto en América Latina como en Europa, participan como actores de los procesos políticos, económicos, sociales y culturales que son objeto de interés de la revista. Es en carácter de actores de la arena política (en el sentido etimológico de polis) que pediremos la intervención de nuestros invitados, aun sabiendo que muchos de ellos practican, al mismo tiempo, la actividad académica.
En pleno proceso de ratificación del Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa, el Presidente del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, Vassilios Skouris, nos ofrece algunas reflexiones sobre la importancia de la Constitución para el proceso de integración1.
El pasado 29 de octubre, en Roma, la Unión Europea dio uno de los pasos más decisivos de su historia. Me refiero, evidentemente, a la firma del Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa. Se ha dicho mucho sobre el posible valor añadido que la Constitución podría aportar a la construcción europea y varios autores se han interrogado sobre la necesidad de una Constitución para la Unión Europea. Esta cuestión tiene una actualidad evidente dado que el procedimiento de ratificación está en curso en la mayor parte de los Estados miembros. Para esta contribución a la nueva edición de la revista Puente @ Europa, he decidido por consiguiente someter a ustedes algunas reflexiones personales sobre este tema. Me parece apropiado recordar en este contexto una frase tomada de la jurisprudencia del Tribunal: «la Comunidad Económica Europea es una comunidad de Derecho, en la medida que ni sus Estados miembros ni sus instituciones pueden sustraerse al control de la conformidad de sus actos con la carta constitucional fundamental que constituye el Tratado»2. Este considerando de la célebre sentencia Los Verdes, que data de los años 80, es considerado por varios autores como la primera ocasión en que el Tribunal ha reconocido el carácter constitucional del ordenamiento jurídico comunitario. Es verdad que el término Carta constitucional fundamental podía parecer chocante en aquella época. Sin embargo, desde 1986, por intermedio de las modificaciones sucesivas de los Tratados y del desarrollo de la jurisprudencia del Tribunal, la integración europea ha progresado enormemente de manera que muy pocos podrían poner en duda el carácter cuasi-constitucional de la Unión Europea. Por ello es justificado plantear la siguiente pregunta: ¿Es verdaderamente necesaria una Constitución para Europa? A este respecto, me vienen a la mente tres palabrasclave: simbolismo, seguridad jurídica y funcionamiento eficaz. Simbolismo, porque, independientemente de las novedades que va a introducir, la función esencial de la Constitución Europea sería la de describir y definir la Unión Europea ante los ojos de los ciudadanos. El verdadero gran desafío para Europa en el futuro será permitir que sus ciudadanos se identifiquen con ella, poniendo en evidencia los valores que les son comunes. Ahora bien, una función de estas características
sólo puede ser efectivamente realizada por un documento titulado Constitución. Por tanto, el simbolismo de la Constitución para Europa no está desprovisto de sustancia y no debería subestimarse en ningún caso. Seguridad jurídica, ya que en el estado actual de la evolución comunitaria, no es aceptable que los principios que constituyen el fundamento del ordenamiento jurídico comunitario tales como la primacía y el efecto directo del derecho comunitario no figuren en ningún texto legislativo. Y yendo aún más lejos, en campos tan sensibles como la protección de los derechos fundamentales el nivel de protección acordada a los justiciables debe ser visible y transparente, y no podría sólo resultar de una serie de precedentes jurisprudenciales o estar referida a otros instrumentos de derecho internacional. Y, en fin, funcionalmente eficaz, por la simple razón que la Europa de los 25 debe ciertamente introducir los ajustes necesarios en su arquitectura política, administrativa y judicial, arquitectura que fue concebida inicialmente para la Europa de los 6. Además, para que la Unión Europea de los 25 pueda funcionar eficazmente me parece indispensable que un texto constitucional delimite lo más claramente posible sus competencias en relación con las de los Estados miembros y exponga de manera transparente las competencias y misiones de sus propias instituciones. Por último, me permito añadir una ulterior observación puntual. Es cierto que todos los efectos posiblemente positivos que resulten de la adopción de una Constitución para Europa corren el riesgo de quedar limitados debido a que el texto propuesto, en su versión actual, es particularmente pesado. Uno se podría preguntar si una Constitución de 300 páginas y de más de 400 artículos está en condiciones de realizar plenamente la misión para la que está destinada3. Pero no se debe perder de vista que el gran desafío para Europa en el futuro será el de crear, junto a las naciones que la componen, un verdadero pueblo europeo, un demos; dicho de otra forma, un conjunto de ciudadanos que, a pesar de sus diferentes nacionalidades, culturas y tradiciones, tiene el sentimiento de pertenecer al mismo grupo y se identifica con la Unión y con los valores puestos en evidencia en su carta constitucional. La Constitución Europea es, a mi juicio, susceptible de asumir y superar este gran desafío. Notas Agradecemos el trabajo de traducción del texto original en francés a la Delegación de la Comisión Europea en la República Argentina (Nota del coordinador editorial, N.C.E.). 2 Sentencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas del 23 de abril de 1986, Partido Ecologista “Los Verdes” / Parlamento Europeo (causa 294/83) (N.C.E.). 3 El texto completo se puede descargar del sitio http://europa.eu.int/eur-lex/lex/ (N.C.E.). 1
Las entrevistas realizadas a Paolo Mengozzi, juez del Tribunal de Primera Instancia de las Comunidades Europeas, y a José Antonio Moreno Ruffinelli, Presidente del Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur, están dirigidas a conocer la opinión de los juristas sobre las tareas de interpretación y función de los jueces al interior del sistema democrático y, especialmente, en los respectivos procesos de integración regional. Las preguntas, formuladas por la editora del presente número, Susana Czar de Zalduendo, fueron: 1) La interpretación teleológica de los tratados ¿lleva a exceder la tradicional función judicial de aplicación del derecho, acercando al juez al sistema anglosajón de creación de derecho? 2) Considerando que la tarea del juez, a diferencia de la del político, implica una mayor imparcialidad y neutralidad ¿estima usted que cuando en las sentencias se reflejan los valores de la sociedad y se adapta la letra de la ley a las circunstancias del caso, la actuación de los jueces se aproxima a la de los legisladores? 3) Dado que en los procesos de integración no existe la clásica división de poderes que hay en los gobiernos nacionales y parecen aproximarse las responsabilidades políticas y jurisdiccionales, ¿cuál es su opinión acerca de las actividades de control sobre la actuación u omisión de otros órganos reservadas a los tribunales? 4) La función de control jurisdiccional que ejercen los tribunales ¿condiciona la gobernabilidad en los sistemas de integración o, por el contrario, la fortalece? y ¿esa función coloca a los tribunales en la cima de la estructura?
1) La interpretación teleológica a la que ampliamente recurren el Tribunal de Justicia y el Tribunal de Primera Instancia de las Comunidades Europeas está en gran medida ligada a dos factores: a) los Tratados y los actos comunitarios están redactados en las diversas lenguas oficiales de la Comunidad. Todas ellas tienen validez. Esto tiene como consecuencia que, frente a diversas interpretaciones que podrían deducirse de la terminología usada en los distintos idiomas, el juez comunitario esté obligado a recurrir a instrumentos interpretativos distintos de la interpretación literal; muchas veces, la interpretación sistemática no resulta suficiente para superar las discrepancias lingüísticas, por lo tanto, se debe recurrir a la interpretación teleológica, la que, por otra parte, es practicada no solo por los jueces del Common Law, sino también por aquellos del Civil Law. b) El art. 253 del Tratado constitutivo de la Comunidad Europea (TCE)1 impone a las instituciones fundamentar cada acto que adopten, incluso los actos normativos; es en el marco de la aplicación de esta disposición que cada reglamento, directiva o decisión comunitaria incluye, antes de la parte dispositiva, “considerandos” que ilustran los motivos y los objetivos perseguidos por el legislador2. Interpretando teleológicamente el derecho comunitario, el Tribunal de Justicia y el Tribunal de Primera Instancia se refieren ampliamente a dichos “considerandos” y, en consecuencia, más que dar un significado propio sobre aquello que es justo y ecuánime y sobre los valores de la sociedad, reconstruyen la voluntad del legislador, más allá de las discrepancias que puedan resultar a partir de las distintas versiones idiomáticas de los textos comunitarios.
2) Un caso concreto demuestra la preocupación de los jueces comunitarios por no avanzar sobre el área de competencia de los legisladores: la sentencia emitida por el Tribunal de Justicia el 25 de julio de 2002 en el caso Unión de Pequeños Agricultores/Consejo3. En el caso se trataba de decidir si una organización instituida para tutelar los intereses de pequeñas empresas tenía legitimidad para impugnar un reglamento, sin dudas, de alcance general, que conllevaba la abolición de un régimen de intervención financiera en favor de pequeños productores. La cuestión debía ser resuelta según el párrafo IV del art. 230 del TCE, conforme al cual “Toda persona física o jurídica podrá interponer” un recurso “contra las decisiones de las que sea destinataria y contra las decisiones que, aunque revistan la forma de un reglamento o de una decisión dirigida o otra persona, le afecten directa e individualmente”. Según una jurisprudencia consolidada se debe considerar que un acto de alcance general afecta individualmente a una persona física o jurídica cuando la concierne en razón de determinadas peculiaridades propias o de una circunstancia de hecho que la distingue de cualquier otra y la identifica de manera análoga al destinatario. En la doctrina se ha sostenido largamente, entre otras cosas, que un respeto rígido de tales condiciones puede dar lugar a una denegación de justicia en los casos en los que sea difícil o imposible para un individuo impugnar indirectamente un acto de alcance general (por ejemplo, cuando no hayan medidas de ejecución impugnables frente a los jueces nacionales o cuando el individuo debiera violar la ley para poder impugnar las consecuentes sanciones). De estas observaciones se hizo eco el abogado general Jacobs en las conclusiones que ha emitido en el procedimiento en cuestión, sosteniendo que el Tribunal, decidiendo sobre el caso concreto, debía reconocer a un recurrente como individualmente afectado por un acto comunitario, aun más allá de las situaciones en las que tradicionalmente lo ha considerado, en el caso en que tal acto perjudique, o pueda perjudicar, de
modo sustancial sus intereses. El Tribunal de Justicia no ha seguido ese dictamen: ha afirmado que, si es cierto que tal requisito debe ser interpretado a la luz del principio de una tutela jurisdiccional efectiva teniendo en cuenta las distintas circunstancias que permiten identificar un recurrente, su interpretación no puede llevar a excluir dicho requisito, expresamente previsto en el Tratado, sin exceder las competencias atribuidas por este último a los jueces comunitarios. Y -aquello que interesa particularmente destacar- ha agregado: “Si bien es cierto que puede concebirse un sistema de control de la legalidad de los actos comunitarios de alcance general distinto del establecido por el Tratado originario, cuyos principios nunca han sido modificados, corresponde a los Estados miembros, de conformidad con el artículo 48 [del Tratado de la Unión Europea], reformar, en su caso, el sistema actualmente vigente”4. 3) Cuando fue instituida la Comunidad Europea, los Estados miembros, dado que atribuían a la Comisión y al Consejo nuevos tipos de poderes destinados a incidir de manera relevante sobre el ejercicio de su soberanía, han sentido la necesidad de asegurarse respecto al modo en que tales poderes serían ejercidos. Se debe a la fuerte advertencia de tal necesidad que los Estados miembros han equilibrado los poderes atribuidos a tales instituciones abandonando su tradicional renuencia a instituir órganos judiciales supranacionales e instituyendo un Tribunal de Justicia también abierto a recursos por parte de individuos y han llegado a afirmar en el TCE, con expresión particularmente enfática, que el “Tribunal de Justicia y el Tribunal de Primera Instancia garantizarán, en el marco de sus respectivas competencias, el respeto del Derecho en la interpretación y aplicación del presente Tratado”5. Es a la luz de la función que de este modo le fue atribuida, la de asegurar el respeto del rule of law que, en alguna medida, el Tribunal de Justicia parece superpuesto a la otras instituciones; el Tribunal está llamado a perfeccionar, sobre la base de principios comunes a los Estados miembros y de principios generales del derecho, las lagunas que pueda presentar la disciplina de las actividades de las instituciones, así como también la de las empresas y la de todos los otros sujetos que participan de la vida comunitaria. Sin embargo, esta superposición es más aparente que real, en tanto que, en primer lugar, en la Comunidad opera un law making process, centrado en un poder de iniciativa de la Comisión y un poder de decisión final del Consejo y, en gran medida, del Parlamento Europeo, que consiente a estas instituciones incidir, superándolas, sobre las tomas de posición constituidas por las sentencias del Tribunal de Justicia; en segundo lugar, con la elaboración de las posiciones adoptadas por este Tribunal pueden contribuir, y a menudo lo hacen mediante sus intervenciones, las otras instituciones de la Comunidad y cada uno de los Estados miembros; y, en tercer lugar, el Tribunal de Justicia, y con él, el Tribunal de Primera Instancia, cuando son llamados a pronunciarse sobre la legitimidad de los actos de las otras instituciones que impliquen decisiones particularmente complejas, delicadas o políticas, reconocen (a las instituciones) un amplio margen de discrecionalidad y se limitan a controlar que no hayan incurrido en errores de hecho o de derecho, no hayan violado reglas de procedimiento, no hayan cometido excesos de poder y no hayan efectuado manifiestos errores de apreciación. 4) El desarrollo que ha llevado a la sustancial aceptación por parte de los Estados miembros del principio de primacía del derecho comunitario y el sentimiento de mutua confianza que ha impulsado la construcción del mercado único y la continua ampliación de la Comunidad están fuertemente ligados a las garantías que el funcionamiento del sistema judicial ha dado a todos. Lo precisado en el punto 3) es suficiente para descartar que el sistema jurisdiccional comunitario pueda considerarse en la cumbre de la estructura de gobierno.
Algunas ideas sobre la Unión Europea S.C. de Z.: Tomando en consideración los recursos previstos en los Tratados, ¿cuál es la importancia que otorga a cada uno de ellos para la tarea de interpretación del derecho comunitario desarrollada por el Tribunal de Justicia? Ciertamente la competencia de los jueces comunitarios que parece más relevante para el ejercicio de su función de interpretación del derecho comunitario es la que ejercitan conforme al art. 234 TCE6 en el marco de los procedimientos prejudiciales iniciados por los jueces de los Estados miembros. Por otra parte, no debemos olvidar que el Tribunal ha considerado que sus distintas competencias dan lugar a un sistema unitario de soluciones jurisdiccionales, en el marco de cuyo funcionamiento las contribuciones a la interpretación del derecho comunitario, provenientes del ejercicio de cada una de sus competencias, son tenidas en cuenta también en el ejercicio de las otras. También a la luz de dicho dato, no es correcto considerar como secundarias las contribuciones a las explicaciones del derecho comunitario que puedan provenir de competencias que pueden ser consideradas marginales, como aquella prevista por el párrafo 6 del art. 300 TCE7 (que prevé una competencia del Tribunal de Justicia para emitir dictámenes acerca de la compatibilidad de cualquier acuerdo que deba cerrar la Comunidad con las disposiciones del TCE) y por el art. 236 TCE (que prevé la competencia del Tribunal de Primera Instancia y del Tribunal de Justicia para pronunciarse sobre cualquier controversia entre la Comunidad y sus funcionarios). En el marco del ejercicio de la primera se han reconocido principios fundamentales del sistema comunitario que son considerados como un límite constitucional inflexible al ejercicio de las competencias de las instituciones comunitarias; en el marco del ejercicio de la segunda se han elaborado y precisado importantes principios generales que han encontrado aplicación también en la determinación del orden de distintas materias. S.C. de Z.: Dado que el Tribunal de Justicia entiende en litigios entre instituciones comunitarias, o entre Estados miembros y una institución comunitaria; y teniendo en cuenta que la clásica división de poderes no es aplicable a la estructura institucional de la Comunidad, ¿considera Ud. que las sentencias son herramientas adecuadas para garantizar el equilibrio en las competencias asignadas a las instituciones? Las sentencias comunitarias han sido hasta aquí adecuadas para garantizar el equilibrio entre las competencias asignadas a las instituciones y, con el pasar del tiempo (si bien sobre la base de un proceso más lento), han resultado también adecuadas para garantizar el equilibrio entre éstas y los Estados miembros. Lo serán también en el futuro en la medida en que los valores expresados en la Carta de los Derechos Fundamentales continúen siendo compartidos por todos los protagonistas del proceso de integración europea y se siga subordinando a su respeto la adhesión de nuevos países a la Unión, así como también la permanencia de los Estados miembros.
Notas Estas notas fueron redactadas por el Coordinador Editorial. El artículo dispone: “Los reglamentos, las directivas y las decisiones adoptadas conjuntamente por el Parlamento Europeo y el Consejo, así como los reglamentos, las directivas y las decisiones adoptados por el Consejo o la Comisión deberán ser motivados y se referirán a las propuestas o dictámenes preceptivamente recabados en aplicación del presente Tratado”. 2 Ver sentencia del Tribunal de Justicia del 9 de enero de 2003, Petrotub / Consejo, (causa C-76/00). 3 Sentencia del Tribunal de Justicia de 25 de julio de 2002, Unión de Pequeños Agricultores / Consejo (Causa C-50/00 P). 4 El texto corresponde al apartado 45 de la Sentencia correspondiente a la Causa C50/00 P. 5 Art. 220 TCE. 6 El artículo dispone: “El Tribunal de Justicia será competente para pronunciarse, con carácter prejudicial: a) sobre la interpretación del presente Tratado; b) sobre la validez e interpretación de los actos adoptados por las instituciones de la Comunidad y por el BCE; c) sobre la interpretación de los estatutos de los organismos creados por un acto del Consejo, cuando dichos estatutos así lo prevean. Cuando se plantee una cuestión de esta naturaleza ante un órgano jurisdiccional de uno de los Estados miembros, dicho órgano podrá pedir al Tribunal de Justicia que se pronuncie sobre la misma, si estima necesaria una decisión al respecto para poder emitir su fallo. Cuando se plantee una cuestión de este tipo en un asunto pendiente ante un órgano jurisdiccional nacional, cuyas decisiones no sean susceptibles de ulterior recurso judicial de Derecho interno, dicho órgano estará obligado a someter la cuestión al Tribunal de Justicia.” 7 El párrafo dispone: “El Parlamento Europeo, el Consejo, la Comisión o un Estado miembro podrán solicitar el dictamen del Tribunal de Justicia sobre la compatibilidad de cualquier acuerdo previsto con las disposiciones del presente Tratado. Cuando el dictamen del Tribunal de Justicia sea negativo, el acuerdo sólo podrá entrar en vigor en las condiciones establecidas en el artículo 48 del Tratado de la Unión Europea”. 1
1) La interpretación es, sin lugar a dudas, uno de los grandes temas del derecho. Y es que a partir del abandono de esa imagen ingenua que significaba concebir al juez como un mero aplicador autómata de la ley –la “jurisprudencia mecánica” de la que hablaba Roscoe Pound1– debe reconocerse consecuentemente el papel fundamental que tiene el juez a la hora de interpretar la ley (papel que es mucho más intenso en, por ejemplo, un Juez de un Tribunal Superior como una Corte Constitucional). Por algo cuando ese gran jurista de nuestra región, Eduardo Couture, decía que “el derecho se realiza cada día en la jurisprudencia”, quería significar precisamente el papel clave, renovador, dinámico, que juega la interpretación en el desarrollo del derecho. Pues: ¿qué es la jurisprudencia, sino la interpretación de la ley aplicada al caso concreto? Por estas razones, el tema de la interpretación ha sido una preocupación constante de los iusfilósofos y juristas en general, que han ido buscando los métodos más adecuados para llegar a la correcta interpretación de las normas jurídicas. Todos ellos, sin embargo, deben ser adecuados a la tarea fundamental del juez, del árbitro, que es hacer y decir justicia (iuris dictio)2.. Dicho esto, debemos centrarnos en materia del derecho in-
ternacional, y principalmente, en el llamado Derecho de los Tratados. Aquí, la cuestión es aún más compleja; específicamente, la falta de su regulación, a pesar de la Convención de Viena, su falta de regulación precisa diría mejor, es lo que dificulta la especie. Y si a esto le sumamos la nueva corriente del Derecho de Integración, que pretende buscar su autonomía dentro del Derecho Internacional, la cuestión exige aún más cuidado. Me desprenderé de los antecedentes, casos ocurridos en el MERCOSUR o en la OMC, para centrar mi breve exposición en cuestiones de carácter general en los que debemos concentrar nuestra atención. Si por interpretación teleológica entendemos aquella que se basa en el fin, el telos de los tratados, me parece bastante claro que estamos ante una alternativa natural. La pregunta es si esta respuesta –que los jueces deben interpretar teleológicamente a los tratados– excede la tradicional función de aplicación del derecho, acercando al juez al sistema anglosajón. Para responder esta pregunta, quizás debamos decir primero que la imagen del juez no-creador del derecho que en algún momento se endilgó en el Civil Law al proceso judicial es un mito. En efecto: la visión del juez como mero aplicador autómata del derecho (criticada por Pound en el Common Law) estuvo muy en boga en el Civil Law, especialmente durante la época de oro de la escuela exegética
francesa, la que quería reducir la interpretación de la ley a una cuestión absolutamente literal y automática. La motivación de fondo de los juristas que la seguían, por supuesto, era uno de los legados de la Revolución Francesa republicana: la valorización de la ley como fuente de derecho, emanada del órgano soberano y legítimo (el Parlamento), y la desconfianza hacia el poder de los jueces, carentes de soberanía popular. Pero muy pronto quedó en claro que este ideal era obviamente insostenible en la práctica –el derecho necesariamente posee un grado de incertidumbre, y por ello debe ser interpretado e integrado. Ya con la obra del gran Geny, aparecida por primera vez en 1889, se hizo claro que dicho ideal era insostenible, y que por ello debían buscarse parámetros razonables de interpretación.3 Y estas ideas, a su vez, fueron luego reafirmadas por Kelsen4, cuya solidez y prestigio hicieron imposible admitir –ni siquiera en los países del Civil Law con derecho codificado– la existencia del juez autómata que solo deba limitarse a pronunciar “las palabras de la ley”.5 Siempre hay, como decía Hart, una “zona de penumbra” en la formulación de las normas jurídicas, lo cual hace imposible desconocer que en los casos más difíciles, el juez tiene una cierta discrecionalidad y se vuelve un “legislador intersticio”6. Por supuesto, esta discreción no debe ser entendida como sinónimo de arbitrariedad, por lo que es atendible la postura de Dworkin, quien argumenta que el derecho está compuesto además por un conjunto de principios conectado con el razonamiento moral, de modo que el juez no “crea” el derecho a su medida, sino busca aplicar principios que ayuden a resolver los casos difíciles, donde no aparecen normas claras para resolverlos 7. En consecuencia, nos parece bastante obvio que si el mito del juez no-integrador del derecho es abandonado a nivel del derecho interno, también debe ser abandonado en el Derecho Internacional de los Tratados. Por otra parte, nos parece también quizás exagerado decir que en el Common Law los jueces crean derecho mientras que en el Civil Law son meros aplicadores autómatas; la realidad es más bien otra: tanto en el Civil Law como en el Common Law existen casos en los que los jueces deben crear nuevo derecho (casos difíciles-hard cases), mientras que hay otros en los cuales el proceso es menos extenuante y puede hablarse de una mera aplicación de la norma al caso (casos fáciles-easy cases). Y para concluir esta pregunta repetimos: el hecho de que se interprete teleológicamente un tratado, y que existan casos en los que el juez tenga un grado de discreción para crear nuevo derecho, no puede ser equiparado a una licencia que hace el ordenamiento al juez para que haga lo que le plazca8. Muy por el contrario, su fallo debe ser siempre apetecible al paladar moral y ético, a los principios fundamentales del derecho, y como ya hemos dicho, debe centrarse siempre en la tarea fundamental del derecho: hacer justicia. 2) La tarea del juez es efectivamente imparcial, o debería serlo por lo menos. Esto parece bastante claro. Ahora bien: la cuestión del rol que juega el juez –si el mismo es jurídico o político– es harto complicada. El debate no es nuevo; en los Estados Unidos, por ejemplo, en materia constitucional se debate hace muchísimos años si deben o no adaptar su añeja constitución a las necesidades actuales de la sociedad, impregnando a los fallos los valores actuales de la sociedad. Y esto a su vez plantea cuestiones de fidelidad de los jueces a los constituyentes (o legisladores) o a los valores de la sociedad de hoy día; obviamente, a mayor grado de libertad para adaptar la constitución (o el tratado, o la ley, etc.), más lejos estará el juez del legislador. Como es sabido, hay criterios encontrados en esta difícil cuestión y un importante grupo de juristas opina no solo que es legítima, sino necesaria esta tarea de adaptación para evitar que el derecho se vuelva anacrónico y por tanto inservible para las necesidades de la sociedad9, mientras que otro sector señala que esto es un arrebatamiento de la función legislativa, lo que convierte al juez en un político antes que jurista, razón por la cual la capacidad del juez de adaptar el texto a los valores actuales es altamente cuestionable10. Para nosotros, idealmente, la tarea del juez debe ser jurídica antes que política. Por tanto, el juez debe agotar las herramientas que le provee la hermenéutica y la técnica jurídica para evitar un fallo basado en sus preferencias personales, lo cual lo convierte en un mini-legislador. Las técnicas jurídicas como el formalismo, la analogía, las pautas de interpretación, etc. están justamente previstas para aminorar el grado de discreción y hacer lo más imparcial posible la tarea del juez. Ceñirse a éstas técnicas evitará, entonces, que el juez se convierta en un legislador que imponga sus ideas y valores por sobre la sociedad.
3) En materia de derecho comunitario del MERCOSUR, cuya característica es la inter-estatalidad y no la supranacionalidad, la función del Tribunal Permanente de Revisión está limitada a las controversias que puedan surgir entre los Estados Parte y a las opiniones consultivas que reciba. En consecuencia, su función no es la típica que tienen los Tribunales en los Estados, donde sí pueden y deben actuar como órganos de control, sobre todo de la constitucionalidad de las leyes y su aplicación. Diferente es el sistema de la supranacionalidad, en el cual sí los tribunales tienen función de control sobre los otros órganos de gobierno de la comunidad. Así lo ha entendido la Unión Europea al atribuirle esa función de control al Tribunal de Luxemburgo, de manera de uniformar el proceso de integración y evitar la dispersión de interpretaciones sobre temas que le son comunes. 4) En vista a lo respondido en la pregunta anterior, parece bastante claro que en el sistema del MERCOSUR, al menos, el Tribunal Permanente de Revisión no condiciona la gobernabilidad del bloque. En un futuro, con otras funciones parecidas a las del Tribunal de Luxemburgo, quizás la respuesta sea distinta. Ahora bien: un Tribunal Permanente de Revisión, que haga su trabajo en forma correcta, nos parece puede ser fundamental para el fortalecimiento del proceso de integración. En este sentido, el éxito del Tribunal Permanente puede ser considerado una condición necesaria, aunque no suficiente, del éxito de la empresa integracionista.
Algunas ideas sobre el Mercosur S.C. de Z.: Considerando que es esencial para el proceso de integración que haya una interpretación uniforme de la normativa Mercosur, ¿cree Ud. que las “opiniones consultivas” pueden ser un instrumento para acercar las interpretaciones de los jueces nacionales con las del Tribunal Permanente de Revisión? Indudablemente que las opiniones consultivas son fundamentales en todo proceso de integración. Me referiré especialmente al Protocolo de Olivos a este respecto. El Protocolo de Olivos incorpora, además de su sistema de solución de controversias, una regulación sobre opiniones consultivas. El Protocolo contiene una sola disposición relativa a las opiniones consultivas, regulación que resulta incompleta. El art. 3 del capítulo III prevé: “El Consejo del Mercado Común podrá establecer mecanismos relativos a la solicitud de opiniones consultivas al Tribunal Permanente de Revisión definiendo su alcance y sus procedimientos”.
El Reglamento del Protocolo de Olivos se ocupó de manera mucho más cuidadosa sobre este tema, que es central dentro del derecho comunitario. Es así como nueve artículos del Reglamento se ocupan de la opinión consultiva, aunque se nota en algunos casos dificultades para una interpretación clara y que han dado lugar a opiniones, aunque informales, sobre el alcance de las mismas. Dispone el Reglamento que podrán solicitar opiniones consultivas “todos los Estados Parte, actuando conjuntamente, los órganos con capacidad decisoria del MERCOSUR y los Tribunales Superiores de los Estados Parte con jurisdicción nacional en las condiciones que se establecen para cada caso”. Aquí pueden surgir distintas hipótesis. Una, que el requerimiento provenga de todos los Estados Parte, conjuntamente. Cuando hubiese dudas sobre la aplicación de una norma comunitaria, se la plantea al Tribunal Permanente de Revisión pidiéndole una interpretación tendiente a evitar que se produzca una controversia. Lo hace como una cuestión previa, en la que no hay juicio alguno en ninguno de los Tribunales de los Estados Parte11. Otra situación es que los Estados Parte, el CMC, el GMC o la Comisión de Comercio del MERCOSUR podrán solicitar opiniones consultivas sobre cualquier cuestión jurídica comprendida en el tratado o en los protocolos, acuerdos, decisiones y resoluciones del GMC y de la Comisión de Comercio. De modo que es amplísimo el espectro de cuestiones que pueden ser sometidas al Tribunal en forma de opiniones consultivas. De ahí su importancia y la gravitación que pueda tener para el futuro de la integración. Y sobre todo la importancia que puede tener como acción preventiva tendiente a evitar una futura controversia con otro Estado Parte. Si bien he sostenido que las controversias son naturales a todo proceso de integración, también debe admitirse que ellas desgastan, a veces innecesariamente, las relaciones de los países envueltos en ella. La cuestión se trata con detenimiento cuando en el art. 4 del Reglamento se habla de que el Tribunal Permanente de Revisión podrá emitir opiniones consultivas solicitadas por los Tribunales Superiores de Justicia de los Estados Parte, y aclara, con jurisdicción nacional. Esta aclaración es pertinente, pues dentro del bloque hay dos países que tienen gobierno federal, Argentina y Brasil, en tanto que los otros dos, Paraguay y Uruguay, tienen gobierno unitario. En este caso el Reglamento ya se refiere a cuestiones que son litigiosas y que están pendientes de decisión en los Tribunales. Pero quiero recalcar la importancia de la opinión consultiva para el proceso de integración. Citando el Profesor Ricardo Alonso García que dice: “La cuestión prejudicial (opinión consultiva en el Protocolo de Olivos), no tiene más finalidad en la UE que la de colocar al Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas como órgano encargado de marcar las pautas comunes a tener en cuenta por los jueces y Tribunales y de velar por la correcta aplicación del Derecho comunitario.”12 S.C. de Z.: ¿Estima Ud. que la posibilidad de acceder directamente al Tribunal Permanente de Revisión (art. 23 del Protocolo de Olivos) será utilizada como regla y no como excepción? He sostenido repetidamente en diversos foros que mi opinión es que habiéndose establecido el procedimiento per saltum en el Protocolo de Olivos, las partes, por razones de economía procesal y de costos, evitarán los tribunales ad hoc para recurrir directamente al Tribunal Permanente de Revisión. Si bien se arguye en contrario que el sistema de doble instancia da mayor seguridad, mi opinión sigue siendo la expresada precedentemente, y que éste, el sistema de la doble instancia, fue consecuencia más de un acuerdo político, que una solución jurídica. Sin embargo, aún no se ha planteado caso alguno. Veremos en el futuro cuál será la tendencia predominante.
Notas 1
Roscoe Pound, “Mechanical Jurisprudence”, Columbia Law Review, Vol. 8, 1908, pp. 605-623. 2 Una muy buena explicación de qué significa esto –es decir, dejar a la justicia como controladora de la tarea del operador jurídico– en la obra de Javier Hervada, Introducción Crítica al Derecho Natural, Pamplona, EUNSA, 1994 (8va. Edición). 3 Ver en general la excelente exposición de James Gordley, “Myths of the French Civil Code”, American Society of Comparative Law, Vol. 42, 1994, p. 459, y la obra de Giovanni Tarello, Storia della cultura giuridica moderna, Bologna, Il Mulino, 1976. 4 Hans Kelsen, Teoría General del Derecho y del Estado, México, UNAM-Porrúa, 1995, p. 177. 5 Un interesantísimo debate en el ámbito del Civil Law se dio entre los juristas argentinos Genaro Carrió y Sebastián Soler en los años 60, defendiendo el primero el rol creador de los jueces, y el segundo, la interpretación estricta de las palabras de la ley. Ver en general: Genaro Carrió, Notas sobre Derecho y Lenguaje, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1998 (4ta. Edición). 6 Herbert Hart, El Concepto de Derecho, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, (2da. Edición), 1968, pag. 169. 7 Ronald Dworkin, El imperio de la Justicia, Barcelona, GEDISA, 1988, p. 52. 8 Éste es justamente el error en el que caen los juristas de la escuela del legal realism en los Estados Unidos. 9 Ejemplos: R. Dworkin, Freedom’s Law. The Moral Reading of the American Constitution, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 1996 y Laurence Tribe, Constitutional Choices, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 1985, entre otros. 10 Ver Jeremy Waldron, Law and Disagreement, Oxford, Oxford University Press, 2001; o Antonin Scalia, A Matter of Interpretation: Federal Courts and the Law, Princeton, Princeton University Press, 1998. 11 Es interesante acotar lo que dice Pimentel a este respecto: “Parece que no es posible establecer una interpretación restrictiva del Reglamento del Protocolo de Olivos (art. 3.2) sobre la consulta a ser promovida por un Estado Parte y canalizada por la Presidencia Pro Témpore, porque el prerrequisito del consenso sobre su objeto y contenido puede desvirtuar su solicitud” (Luiz Otavio Pimentel, MERCOSUR, en la obra Tribunales Internacionais, Ed. Fundaçao José Arthur Boiteux, p. 182). 12 Ricardo Alonso García, El juez español y el derecho comunitario. Jurisdicciones constitucionales y ordinarias frente a su primacía y eficacia, Valencia, Tirant Lo Blanch, 2003.
Uno de los pilares sobre los que se asienta el proceso de integración europeo es el desarrollo de un sistema judicial comunitario que, cada vez más, debe tener en cuenta la diversidad de las tradiciones nacionales. Puente @ Europa invitó al ex Presidente del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, Gil Carlos Rodríguez Iglesias para que, a partir de las siguientes reflexiones y preguntas de Susana Czar de Zalduendo, nos ofrezca, desde su experiencia, una reflexión sobre este aspecto del proceso de integración.
Aquella fórmula de Montesquieu que identifica a los jueces como “la boca que pronuncia las palabras de la ley”, ha sido cuestionada al interior de los sistemas judiciales, sosteniendo que quien resuelve un conflicto tiene que tomar en cuenta algunos elementos extra-legislativos (históricos, sociales, etc.) que influyen en el caso bajo análisis. Si es cierto que un juez debe tener en cuenta este tipo de elementos para interpretar las leyes, ¿cómo han hecho los jueces del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas para tomar en consideración la riqueza de las tradiciones nacionales? Si bien era posible constatar una cierta homogeneidad entre los seis miembros originales, con el tiempo cada vez más, (y mucho más aún en el tiempo en el que Ud. ha ocupado el rol de Presidente del Tribunal) asistimos a una riqueza de historias nacionales difícilmente asimilables. Al mismo tiempo, asistimos, a partir de los años ochenta y con más énfasis en los años noventa, a una “valorización de la diversidad” (hasta la introducción en el Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa de la expresión “unida en la diversidad”). ¿Este doble proceso ha llevado, según su opinión, a un cambio en las funciones de los jueces?
En la sociedad contemporánea la función del juez se ha modificado de modo sensible, alejándose cada vez más del modelo de “la boca que pronuncia la palabra de la ley”. Como consecuencia de diversos factores el ámbito de acción judicial se extiende, se diversifica, en cierta medida se politiza, al mismo tiempo que los problemas sometidos a la decisión del juez presentan una creciente complejidad técnica y económica. En este contexto “activismo judicial” y “judicial restraint” constituyen dos modelos de actitudes que, desde mi punto de vista, no se excluyen necesariamente. Naturalmente estoy condicionado por mi experiencia en el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, una jurisdicción considerada por muchos como activista, a la que se le reprocha o se le aplaude la (supuesta) tendencia a considerarse a sí misma más como un “motor de la integración” que como guardián del Derecho, lo que le llevaría a interpretar sistemáticamente el Derecho en función del objetivo de hacer avanzar la integración europea y de ampliar las competencias de la Comunidad. Por mi parte considero erróneo este análisis. Pienso que, al favorecer el objetivo de la integración, inscrito en los Tratados, mediante una interpretación teleológica de éstos y del conjunto del Derecho comunitario, el Tribunal de Justicia no hace activismo, sino que se limita a cumplir su función de asegurar el respeto del Derecho, que es un Derecho de integración. Tratando de sintetizar los elementos más significativos de la aportación de la jurisprudencia del Tribunal de Justicia a la construcción del ordenamiento jurídico comunitario, destacaré tres aspectos: en primer lugar, la garantía de la efectividad de las libertades económicas fundamentales, interpretadas como derechos subjetivos reconocidos a los particulares por el Tratado que no pueden ser limitados por los Estados miembros mediante una interpretación restrictiva. De este modo, la jurisprudencia ha contribuido a la efectiva realización del mercado común y del mercado interior. En segundo lugar, la jurisprudencia del Tribunal de Justicia ha desarrollado los principios fundamentales característicos del ordenamiento comunitario –efecto directo, primacía y responsabilidad del Estado por daños causados a los particulares en razón de la violación del Derecho comunitario–, principios esenciales para garantizar la tutela judicial efectiva de los derechos reconocidos a los particulares por el ordenamiento comunitario. En tercer lugar, en ausencia de un catálogo comunitario de derechos fundamentales, el Tribunal desarrolló la protección de estos derechos sobre la base de los principios generales comunes a los sistemas jurídicos de los Estados miembros, de las tradiciones constitucionales de éstos y de los instrumentos internacionales que les vinculan, especialmente el Convenio Europeo de Derechos Humanos. El Tribunal de Justicia ha podido desempeñar esta importante función gracias a su
posición institucional y a las competencias que se le han atribuido, así como a su cooperación con los jueces y tribunales nacionales, encargados de asegurar el Derecho comunitario en su ámbito de competencia territorial y funcional y de tutelar los derechos reconocidos a los particulares por las normas de dicho ordenamiento. En lo que a la toma en consideración de las tradiciones nacionales se refiere, me parece que los factores decisivos son la composición plurinacional del Tribunal de Justicia, las aportaciones de las partes en los procesos ante el Tribunal, incluidos naturalmente los Estados miembros y las instituciones, y el diálogo con los jueces nacionales a través de las cuestiones prejudiciales. En cuanto a la tensión entre homogeneidad y heterogeneidad de los Estados miembros y de las tradiciones jurídicas nacionales, puedo afirmar, sobre la base de mi experiencia, que siempre ha habido una gran cohesión del Tribunal de Justicia resultante del compromiso colectivo de sus miembros, de la lealtad a la jurisprudencia y de su consciencia de participar en un proceso eminentemente colegiado de elaboración de esta jurisprudencia. Al mismo tiempo, ha habido siempre una diversidad, muy enriquecedora para la institución, como consecuencia no sólo de las distintas nacionalidades de los jueces, sino además de sus diversos perfiles profesionales previos: profesores, abogados, jueces profesionales, altos funcionarios con responsabilidades en el ámbito del Derecho, incluso algunos –pocos– políticos. Me gustaría subrayar que, contrariamente a lo que suele creerse, las diferencias entre los sistemas jurídicos de los que los jueces proceden no suelen dar lugar a dificultades importantes. Recuerdo pocas ocasiones en las que tales diferencias hayan estado en la base de importantes diferencias de criterios sobre cuestiones substantivas. Con frecuencia he podido comprobar que, bajo distintas fórmulas técnicas, suelen encontrarse subyacentes soluciones substancialmente comunes para problemas substantivos que se plantean los distintos sistemas jurídicos. En cambio, las diferencias entre los distintos sistemas jurídicos suelen dar lugar a grandes discusiones cuando se trata de resolver cuestiones de orden procesal. Mi experiencia no se extiende al período posterior a la última ampliación, que al integrar simultáneamente a diez nuevos Estados miembros y, por consiguiente a diez nuevos jueces en el Tribunal de Justicia procedentes de los nuevos Estados, plantea un reto importante. Sin embargo no creo que el aumento de la diversidad suponga un cambio en las funciones de los jueces y confío en que subsista el espíritu de colegialidad y de responsabilidad colectiva por la coherencia de la jurisprudencia que tradicionalmente ha permitido al Tribunal de Justicia desempeñar una función generalmente apreciada como garante del imperio del Derecho.
Esta sección incluirá reflexiones teóricas y análisis empíricos originales que nutran el diálogo entre América Latina y Europa y que ofrezcan una base enriquecedora común para la elaboración de políticas eficaces.
Que la función judicial tenga una naturaleza intrínsecamente política no es algo que nos debiera asombrar. El juez, de hecho, resuelve controversias sobre la base de normas establecidas, directa o indirectamente, por el sistema político. Por lo tanto, utilizando una expresión bien conocida en la ciencia política, sus decisiones “asignan valores autoritariamente”1. Hasta aquí, considerándolo bien, la observación podría parecer banal, una simple ejemplificación del bien conocido nexo entre justicia y política. El hecho es que una norma no tiene significado por sí sola, sino que asume un significado a través de la intervención del intérprete y solo al juez corresponde la tarea de dar una interpretación vinculante. Además, ningún sistema de reglas humanas es capaz de dar siempre respuestas unívocas a las innumerables controversias que surgen entre los individuos y los grupos. Siempre habrá situaciones que no queden cubiertas por las reglas del sistema jurídico. Se deriva de estas consideraciones que una intervención en cierta medida discrecional, creativa de derecho, por parte del juez, es inevitable. Además, hace más de veinte años, Mauro Cappelletti lo recordaba en un brillante ensayo dedicado justamente a la creatividad judicial2. Naturalmente, que el juez cree derecho no significa que esta actividad pueda realizarse sin reconocer ninguna sujeción,
pero las sujeciones establecidas por las normas del sistema jurídico no siempre son capaces de determinar de modo unívoco la decisión del juez. Considerando la cuestión desde un punto de vista empírico, se puede afirmar que la creatividad judicial está influenciada, principalmente, por dos factores. Ante todo, por las características del sistema jurídico: su complejidad, la coherencia de sus disposiciones y la claridad de sus enunciados. Es evidente que cuanto más simple, más coherentes y claras son las normas del sistema jurídico, más reducidos son los márgenes de intervención del juez. En segundo lugar, la creatividad depende de la cohesión del cuerpo judicial: una magistratura muy compacta, homogénea en sus valores de referencia, tenderá a interpretar las normas en modo relativamente acorde. En este caso, mucho depende de los controles que puedan ser ejercidos sobre el juez y, por lo tanto, de la eficiencia de sus instrumentos de impugnación, así como también de sus garantías de independencia interna y externa. Es evidente que una magistratura organizada en un modo jerárquico, en la que los magistrados de grado superior son capaces de influir sobre las decisiones de los otros jueces –como era el caso, hasta hace algún tiempo, de muchos países de Europa continental– tenderá a aplicar las normas jurídicas de manera más consistente, reduciendo la visibilidad –y también el impacto– de la creatividad judicial. Más
aún, en el caso en que sean las garantías externas las que sean reducidas, es probable que esta creatividad sea ejercitada según orientaciones congruentes con aquellas que prevalecen al interior de los otros poderes, el ejecutivo y el legislativo. La novedad de la segunda mitad del siglo XX fue que la creatividad judicial se presentó de un modo cada vez más evidente, favoreciendo un proceso de expansión del poder judicial que fue bautizado como “la judicialización de la política”. En realidad, con esta expresión, se ha pretendido indicar “la expansión del radio de acción de las cortes o de los jueces a expensas de los políticos y/o de los administradores, en otras palabras, el desplazamiento de las competencias decisionales desde el legislativo, el ejecutivo o la administración pública, a las cortes”3. Desde luego, es cierto que en la base de este proceso de expansión del poder judicial están las decisiones políticas, como por ejemplo, la introducción del control judicial de constitucionalidad de las leyes que, analizándolo bien, ha atribuido (en sentido amplio) poderes legislativos a los jueces. El mismo fortalecimiento de las garantías de independencia de la magistratura –también ésta una tendencia de la segunda mitad del siglo XX– es fruto de decisiones políticas. Pero en la base del nuevo rol de la magistratura hay también cambios de largo plazo en el ambiente en el que actúa. Ante todo, han habido transformaciones profundas en la actitud del público hacia la justicia: se ha difundido aquella que se dio en llamar la “sed de derechos”, que indica que los ciudadanos recurren con mayor frecuencia al sistema judicial para hacer valer exigencias que no obtienen respuestas en otros lugares4. Sobre todo, se ha producido la masiva expansión del estado de bienestar. La intervención cada vez más penetrante del Estado en sectores que antes eran abandonados al control privado ha llevado a una expansión sin precedente del sistema jurídico y, por lo tanto, de la esfera de decisión de los jueces. Al mismo tiempo, esta expansión del sistema jurídico ha implicado un fuerte aumento de su complejidad, factor que, como hemos visto, está positivamente relacionado con la expansión de la creatividad judicial. Está claro que el relajamiento del vínculo con la norma jurídica, y en particular con la ley, debilita una de las bases de sustentación de la legitimidad del juez en una sociedad democrática. Tradicionalmente, sobre todo en Europa continental –siguiendo una cierta interpretación del pensamiento de Montesquieu– la presencia de jueces independientes en sistemas políticos fundados en el principio de la soberanía popular, se justificaba haciendo referencia a la naturaleza aplicativa, meramente ejecutiva de las decisiones de los jueces: un juez –como por ejemplo, se afirma en la Constitución italiana– “sometido solo a la ley” y que en este sometimiento encuentra el límite y el fundamento de su propio poder. En realidad, la legitimidad democrática de los jueces independientes no deriva necesariamente solo de su subordinación a la ley o a normas jurídicas preexistentes. Son también importantes las modalidades con las que el juez opera. También en este caso resultan convincentes los argumentos de Cappelletti, que subrayaba la importancia que tiene para los jueces respetar los principios fundamentales de la justicia natural: “nemo judex in causa propria” y “audiatur et altera pars”5, es decir, imparcialidad del juez y principio contradictorio6. Asimismo, si observamos una vez más la cuestión desde un punto de vista empírico, podemos advertir que la capacidad de los jueces independientes y creativos de desempeñar sus funciones sin generar reacciones negativas en el ambiente político –peligrosas para su independencia– está influenciada por las modalidades de su accionar. Como subraya Martin Shapiro7, la legitimidad judicial depende en buena medida del mito de la neutralidad e independencia de la magistratura. Que la realidad sea siempre de algún modo distinta no debe inducirnos a desestimar el peso de estas representaciones ideológicas. Gran parte de los argumentos a favor de alguna forma de autolimitación por parte de los jueces se basa en el hecho que, de otro modo, es probable que el mito de su neutralidad se viera seriamente comprometido. Otro aspecto importante se encuentra en la naturaleza incremental, paso a paso, de las decisiones judiciales. Para evitar reacciones que lleven a una reducción de su poder, los jueces deben moverse lentamente, con pequeñas decisiones, muchas veces poco visibles, que tal vez tengan considerables implicancias en el largo plazo. Finalmente, las decisiones judiciales no son solo incrementales, sino que tienen también un contenido técnico, especializado, aunque con fortísimas implicaciones políticas, hecho que, si bien administrado, activa el apoyo de una poderosa “comunidad epistémica” –la de los juristas. En general, una magistratura puede operar de un modo políticamente significativo solo cuando es capaz de satisfacer intereses política o económicamente fuertes. O cuando, habiendo acumulado una buena dosis de legitimidad a través de la conexión con intereses de
este tipo, decide emplear este capital para defender grupos desfavorecidos. En cualquier caso, una magistratura muy difícilmente podrá obrar con eficacia, si no dispone de algún sustento en la sociedad o en el sistema político8. Sentadas estas premisas, ¿cuál puede ser la influencia del proceso de unificación europea sobre el rol y el poder de la magistratura? En principio, este proceso no puede no favorecer una expansión del poder judicial. De hecho, el poder de las instituciones políticas electivas resulta redimensionado. Los gobiernos y los parlamentos nacionales, porque ceden porciones de soberanía a la Unión Europea. En cuanto a la Unión, como es bien sabido, su orden institucional se presenta como fuertemente policéntrico, con el poder político distribuido entre el Parlamento, la Comisión, el Consejo, el Banco Central, el Tribunal de Justicia, etc. A todo esto se añaden los inevitables conflictos de competencias entre la Unión y los gobiernos nacionales que tienden a poner en movimiento una dinámica que está presente en los sistemas federales, que implica un órgano arbitral, generalmente de tipo judicial. Desde este punto de vista, el rol creciente del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas no hace más que confirmar la experiencia de otros tribunales: desde la Corte Suprema de los Estados Unidos hasta la de Canadá, desde la Corte Constitucional alemana hasta la española9. En cuanto al sistema jurídico, su complejidad tiende a aumentar, puesto que a las normas nacionales se agregan aquellas comunitarias (por no mencionar aquellas que derivan de los numerosos tratados y convenciones internacionales). Se trata de un fenómeno que funciona desde hace tiempo y que tenderá a acentuarse si el Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa es finalmente ratificado. Por otra parte, el poder de la magistratura –sería más correcto decir de “las magistraturas”– se ve reforzado también por el hecho de que debe siempre enfrentar a antagonistas cada vez más débiles. La capacidad de los partidos políticos de representar las demandas de los ciudadanos está desde hace tiempo en baja. También la legitimidad global de las clases políticas nacionales se manifiesta frágil, como testimonian los datos suministrados por el Eurobarómetro10. En consecuencia, en Europa el proceso de expansión del poder judicial, que ya opera desde hace tiempo, no parece estar destinado a detenerse. Es más, por lo que ya hemos dicho, es probable que se intensifique a medida que el proceso de unificación europea avance. ¿Se puede entonces hablar de “gobierno de los jueces”?, ¿en qué términos? y ¿qué se entiende realmente con esta expresión? “Gobierno de los jueces” es una expresión utilizada al inicio del siglo XX por estudiosos de orientación progresista para criticar la jurisprudencia de la magistratura americana, de tipo federal. Se trataba de una jurisprudencia que, aplicando de manera expansiva el principio del “justo proceso” en materia contractual, tendía a asegurar de una manera rigurosa los derechos de propiedad de las intervenciones públicas11, especialmente de aquellas de naturaleza social. La expresión, utilizada ya por estudiosos americanos12, debe mucho de su notoriedad al libro de un estudioso francés de derecho comparado, Eduard Lambert13 que, luego de la primera guerra mundial, atacó vigorosamente las propuestas para introducir formas de control judicial de constitucionalidad en los ordenamientos de Europa continental. Según Lambert, esta innovación significaría dar a la magistratura un verdadero poder legislativo, aún superior al de los parlamentos, un poder fuertemente influenciado por los dueños del poder económico. Lambert ciertamente exageraba el poder ejercitado por los jueces americanos –consideraba que podrían revisar también la constitucionalidad de las enmiendas a la Constitución– y la historia demostró que no siempre los intereses del big business saldrían favorecidos por las decisiones de los jueces de la Corte Suprema14. Sin embargo, si bien el cuadro de intereses que acosan al sistema judicial hoy en día es más complejo y la magistratura debe de todos modos tener en cuenta la presión de la política democrática, el rol de la institución judicial no debe ser subestimado. El cuadro que se presenta en Europa tiene varios matices. Por un lado, conviene no olvidar que el policentrismo institucional típico de la Unión Europea se refiere también a la magistratura. Como señalábamos más arriba, nos encontramos frente a muchas magistraturas profundamente distintas entre sí. Si bien fuertemente minoritaria, dado que en la Unión Europea solo Gran Bretaña, Irlanda y Malta pertenecen a ella, la tradición del Common Law presenta aún hoy radicales diferencias con la del Civil Law en temas de contratación, formación y carrera de los jueces, por no hablar de la es-
tructura del sistema judicial y del sistema jurídico: todos elementos que no pueden no reflejarse sobre la orientación de la jurisprudencia. Es sobre todo la concepción del derecho la que es profundamente distinta: comúnmente, en los países del Common Law prevalece un consenso de fondo que hace que el derecho, o alguno de sus principios, preceda y limite “naturalmente” el poder político15. Por lo tanto, se puede sostener que la obediencia al derecho precede a la obligación frente a la comunidad política. Los países del Civil Law, en realidad, presentan entre ellos profundas diferencias. Por ejemplo, parece diferir la relación de la magistratura con las otras instituciones políticas: de hecho, es decididamente más conflictiva en los países de la Europa latina, que son aquellos que en los últimos años más han reforzado las garantías de independencia. Por el contrario, en los países del área germano-escandinava influye aún en las relaciones entre magistratura y otros poderes del estado el tradicional origen común de la magistratura y la administración, que hace que tiendan a evitar contraponerse a las instituciones políticas electivas16. Respecto a los países recientemente ingresados a la Unión, muchos han salido hace muy poco de un largo período no democrático. Si bien en su interior no faltan casos de importante activismo judicial17, no siempre los jueces gozan de un fuerte consenso en la sociedad18. Entonces, para ellos, puede ser difícil enfrentarse demasiado con el poder político. Por lo tanto, es poco probable que en la futura Europa la magistratura pueda trabajar como un actor unitario capaz de desarrollar fuertes relaciones con los grupos políticos o sociales. En cambio, es más probable que en su interior se reflejen las diferencias que hemos delineado anteriormente que, a su vez, podrán abrir el camino a orientaciones jurisprudenciales diversificadas. Sin embargo, operan fuerzas que aspiran a garantizar una mayor homogeneidad a las orientaciones político-culturales de los jueces europeos. Por ejemplo, muchas de las magistraturas europeas están, de algún modo, sindicalizadas. Sobre todo en las magistraturas de los países de Civil Law, en parte gracias al orden organizativo de tipo burocrático, gran parte de los jueces adhieren a asociaciones de tipo sindical. Estas asociaciones generalmente tienen como primera tarea la de defender los intereses inmediatos de los propios adherentes –por ejemplo, temas de carácter económico, jubilaciones u otros– pero tienden a ampliar su accionar hasta elaborar verdaderas orientaciones jurisprudenciales. En este campo, en la actualidad se asiste a una tendencia hacia la coordinación de las varias asociaciones. Desde hace tiempo funciona una asociación europea de magistrados, que tiene, sobre todo, la tarea de defender y reforzar las garantías de independencia de los jueces19. También es muy activo el grupo MEDEL, que coordina a nivel europeo las asociaciones de jueces de orientación progresista20. Por lo tanto, es difícil estimar en qué medida las magistraturas europeas serán capaces de coordinarse y que tipo de orientación prevalecerá. Lo cierto es que Europa deberá prepararse para ver cada vez más a sus jueces como protagonistas del proceso de policy making. Por esto, si no se quiere descuidar un aspecto crucial de la vida de nuestras democracias, el interés de los estudiosos –y de la opinión pública– debe tomarlo cuidadosamente en cuenta.
Notas Esta es la definición de David Easton, A Systems Analysis of Political Life, New York, Wiley, 1965, p.21. 2 Mauro Cappelletti, Giudici legislatori?, Milano, Giuffrè, 1984. 3 Torbjörn Vallinder, “When the Courts Go Marching”, en Neal Tate y Torbjörn Vallinder (eds), The Global Expansion of Judicial Power, New York, New York University Press, 1995, p. 13. 4 Cfr. Lawrence M. Friedman, La società orizzontale, Bologna, Il Mulino, 2002. 5 Nemo judex in causa propria: nadie puede ser juez en su propia causa. Audiatur et altera pars: escuchar a ambas partes (Nota del Coordinador Editorial). 6 M. Cappelletti, op. cit., pp. 65 ss. 7 Martin Shapiro y Alec Stone Sweet, On Law, Politics, and Judicialization, Oxford, Oxford University Press, 2002, pp. 145 ss. 8 Éste es un punto que se desprende del análisis de Tom Ginsburg, Judicial Review in New Democracies. Constitucional Courts in Asian Cases, Cambridge, Cambridge University Press, 2003. 9 Cfr. Alec Stone Sweet, Governing with Judges, Oxford, Oxford University Press, 2002. 10 Según los datos más recientes del Eurobarómetro (n. 61 de 2004) referidos a la Europa de los 25, solo el 14% de los entrevistados declara tener confianza en los partidos políticos, porcentaje que aumenta al 28% para el gobierno y al 32% para el Parlamento Nacional. Al contrario, el índice de confianza en el sistema judicial nacional es del 45% y, para el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, alcanza el 71%. 11 Cfr. M. Shapiro, “The United States”, in N. Tate y T. Vallinder (eds.), op. cit, pp. 43-66. 12 Louis Boudin, “Government by Judiciary”, en Political Science Quarterly, Vol. 26, 1912, pp. 238-70. 13 Edouard Lambert, Il governo dei giudici e la lotta contro la legislazione sociale negli Stati Uniti, Milano, Giuffrè, 1996, (1ra. edición 1922). Sobre la postura de la doctrina francesa sobre el tema ver Michael H. Davis, “A Government of Judges: an Historical View”, en The American Journal of Comparative Law, Vol. 35, 1987, pp. 559-80. Un crítica áspera del rol asumido por el poder judicial ha sido recientemente realizada por Ran Hirschl, Towards Juristocracy: The Origins And Consequences Of The New Constitutionalism, Cambridge, Harvard University Press, 2004. 14 M. Shapiro, “The United States”, in N. Tate y T. Vallinder (eds.), op. cit. 15 Cfr. Angelo Panebianco, Il potere, lo stato, la libertà, Bologna, Il Mulino, 2004, especialmente pp. 133 y ss. 16 Cfr. para Alemania, Erhard Blankenburg, “Changes in Political Regimes and Continuity of the Rule of Law in Germany”, en Jacob Herbert et al., Courts, Law & Politics in Comparative Perspectives, New Haven y Londres, Yale University Press, 1996, pp. 249314; para Suecia, Kjell A. Modéer, Europeiska vykor, Lund, Corpus Iuris Forlag, 1994. 17 Como en Hungría, cfr. László Solynom y Georg Brunner, Constitucional Judiciary in a New Democracy: The Hungarian Constitutional Court, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 2000. 18 Siempre según los datos del último Eurobarómetro, la confianza respecto del sistema judicial nacional en los nuevos Estados Miembro de la Unión es de sólo el 27%. 19 La Asociación Europea de Magistrados agrupa 36 países y es parte de la Unión internacional de los magistrados que tiene status consultivo en las Naciones Unidas y el Consejo de Europa. 20 MEDEL (Magistrats Européens pour la démocratie et les libertés), fue fundado en 1985, “con el objeto de desarrollar un cultura europea común fundada en el respeto de los valores propios del Estado de Derecho, del respeto de las libertades fundamentales, de la defensa de la independencia de la magistratura. […] Actualmente forman parte de MEDEL catorce asociaciones de jueces y de ministerios públicos de diez países de Europa. MEDEL es una organización con status consultivo en el Consejo de Europa, participa activamente en el debate cultural en materia de cooperación judicial, defensa del Estado Social, afirmación de los derechos de los sujetos débiles”. (http://www.magistraturademocratica.it/rnd.php/8, sitio visitado el 10/02/2005). 1
I. Introducción: Espejito, espejito: ¿quién es la más bella de todas? La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea ha logrado formar parte del Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa. Para muchos se trata de su pieza central, en realidad, la única justificación para llamar a este tratado Constitución. Es correcto que los derechos fundamentales (como prefieren los alemanes) o los derechos humanos (como prefieren los franceses) estén en el centro de dicho debate constitucional. Pero también es apropiado no dejar que la complejidad normativa conformada por la trinidad de derechos humanos, constitucionalismo e integración sea oscurecida a causa del entusiasmo que por ellos tenemos. Este ensayo intenta, en consecuencia, echar luz sobre algunos de los aspectos más oscuros del debate actual. Un innegable tono festivo envuelve nuestro discurso sobre los derechos humanos. Reconocemos los derechos huma-
nos -de manera justificada- como uno de los logros más importantes de nuestra civilización. Aclamamos nuestro compromiso hacia los derechos humanos y su inclusión en nuestros sistemas legales como una señal y una prueba madura de la respuesta (y la superación) de Europa a su poco glorioso y reciente pasado en la Segunda Guerra Mundial. Consideramos los derechos humanos, junto con la democracia, como un valor fundacional de nuestro orden político, por el cual aun vale la pena luchar. La reciente “adopción” de la Carta de la Unión Europea es la apoteosis final de este discurso. Sin duda, los derechos humanos han alcanzado una posición iconográfica en la cultura europea. Aunque nos distanciemos con desdén de las más vulgares expresiones del triunfalismo americano sobre el fin de la historia que estallaron con la caída del Imperio Soviético, ese mismo desdén no puede sino esconder el sentimiento europeo de su superioridad cultural y, en consecuencia, su propia versión de autosatisfacción y triunfalismo. Alzamos el espejo de derechos humanos
–según demuestran nuestros instrumentos nacionales y transnacionales– hacia nuestro rostro colectivo y sonreímos con satisfacción: sí, nosotros somos los más bellos. Pero, como bien sabemos, si miramos con cuidado, el espejo no esconde nuestras verrugas, defectos y –en ocasiones– nuestra propia fealdad. Cuanto menos devuelve una visión más matizada de nuestra mirada de auto-admiración. Las siguientes son tres características centrales del debate sobre los derechos humanos, el constitucionalismo y la integración: 1. En primer lugar, los derechos humanos son parte de un discurso y de un compromiso más amplios hacia las constituciones y el constitucionalismo. Frecuentemente, son parte de un compromiso hacia la dura versión de las constituciones y del constitucionalismo que encontramos, por ejemplo, en los ordenamientos legales alemán e italiano, que encarnan la noción de Constitución como una ley superior. Tales desarrollos son evidentes aun en países como Dinamarca, Bélgica, Francia y otros, que tienen una versión más suave de constitucionalismo y una larga tradición de escepticismo hacia el estilo americano de judicial empowerment (otorgamiento de poder a los jueces). Por su parte, la Unión Europea ya cuenta con una versión muy robusta de constitucionalismo y la Constitución es, como se ha explicado, percibida por muchos como el primer elemento de una potencial formalización por parte de la Unión Europea de este tipo de constitucionalismo. Simultáneamente, los derechos humanos ilustran la creciente aceptación del (y la resignación al) rol central de los jueces y tribunales en el discurso público. Los tribunales son muy audaces en asegurar su poder cuando se cobijan bajo el manto de guardianes de los derechos humanos garantizados por documentos constitucionales. Son asimismo muy exitosos al momento de obtener apoyo y legitimar su poder en el contexto de los derechos humanos. Europa agrega un matiz interesante a este fenómeno. En primer lugar, conviene no pasar por alto cierta cuota de “interés egoísta” en el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas cuando se apresura a adoptar la Carta dentro de su jurisprudencia, una Carta que no fue puntualmente incorporada al ordenamiento jurídico europeo por quienes cuentan con una legitimidad política y democrática mucho más alta que la del Tribunal de Justicia. En segundo lugar, mientras que siempre ha habido (y quizás hoy día exista) una creciente crítica al llamado “activismo” del Tribunal de Justicia –que se esconde detrás de la expresión Gouvernance des Juges– una mirada más cuidadosa usualmente termina por revelar que dicha crítica surge de un sentimiento nacionalista más preocupado por la pérdida de soberanía nacional hacia Europa que por la pérdida del poder popular o parlamentario a favor de los jueces. Si el Tribunal de Justicia fuese “activista” en un sentido opuesto, como por ejemplo cercenando el poder de la Unión Europea (y a no confundirse, también se trataría de una forma de activismo judicial), uno encontraría a los mismo críticos celebrando al Tribunal de Justicia. En otras palabras, la mayor parte de las críticas no son sobre el judicial empowerment en sí, sino sobre su contenido. Es significativo que cuando los tribunales nacionales, en un hecho de national judicial empowerment, se lanzan contra el Tribunal de Justicia (han habido varias expresiones en este sentido durante los últimos años), son aclamados por proteger valores nacionales, identidad y soberanía. Son pocos quienes protestan, argumentando que es el poder judicial -con frecuencia constitucionalmente resguardado de cualquier impugnación parlamentaria- el que está decidiendo sobre cuestiones fundamentales que definen la relación del Estado miembro con la Unión. 2. En segundo lugar, más allá del constitucionalismo y su compromiso con (o la aceptación de) los tribunales y los jueces como tales, en la discusión sobre los derechos humanos existe una gran fe en la protección judicial de los mismos. Podríamos llamar a esto síndrome del Habeas Corpus. El punto que deseo señalar es bastante simple: de manera creciente, la evaluación de la eficiencia de estos documentos y de su propia realidad como instrumentos legales dotados de sentido, reside en la posibilidad de ser invocados por parte de los individuos y ejecutados por parte de los tribunales contra las autoridades públicas a instancia de tales individuos. Fue el Auto de Habeas Corpus el que consolidó su posición en la historia jurídica. En el mundo actual, los documentos y declaraciones que no cuentan con tal status son frecuentemente ridiculizados por su carácter “exhortatorio”, aspirante, embrionario, todos ellos esperando hacer efectivo su potencial, cuando lleguen a la tierra prometida donde puedan ser invocados y ejecutados judicialmente.
3. Finalmente, los derechos humanos se han transformado en una parte importante del discurso sobre la integración y la identidad europeas. Dicho debate tiene lugar en dos niveles. El primero de ellos consiste en la afirmación de los derechos humanos como parte de un patrimonio común etcétera, etcétera, etcétera, buen material para los discursos de los políticos, algo semejante a la Quinta Sinfonía de Beethoven o a la bandera azul con las estrellas doradas. Pero existe una dimensión más seria de este debate. Mientras crece la entidad política, mientras la capacidad de los mecanismos e instrumentos nacionales para dotar de legitimidad democrática a las normas europeas es crecientemente entendida como parcial y, con frecuencia, más formal que real, la necesidad de democratizar los procesos de toma de decisión a nivel europeo se ha vuelto cada vez más acuciante. Tal democratización requiere, a su vez, el surgimiento de una entidad política con compromisos sociales, lealtades y vínculos, lo que constituye una conditio sine qua non para la disciplina de la toma de decisiones mayoritaria. Sin demos, no hay democracia. Europa se aleja de una identidad étnica o religiosa o cualquier otro tipo de auto-referimiento orgánico. La única construcción normativa aceptable es concebir la comunidad política como una comunidad de valores, tal como fue el espíritu original (aunque no la práctica) de la Francia post-revolucionaria y de los Estados Unidos. Cuando se busca el contenido para tal comunidad de valores, el compromiso hacia los derechos humanos se convierte en el instrumento que está más “al alcance de la mano”. Aquí yacen valores en torno de los cuales, seguramente, los europeos pueden reunirse y celebrar. Hay mucha verdad y valor en nuestro compromiso hacia los órdenes constitucionales que promueven la democracia, los derechos humanos y el Estado de Derecho; en la seriedad con la que asumimos tal compromiso como una evidencia de nuestra voluntad de que los derechos humanos sean una verdadera herramienta legal, con frecuencia de una valor normativo superior, invocables por los individuos ante las autoridades públicas, juzgadas y ejecutadas por los tribunales; y en la ubicación de los derechos humanos junto con los mercados y la prosperidad económica definiendo los valores de nuestra emergente comunidad política europea. Sin embargo, existen también sombras, matices, verrugas y aspectos desagradables de esta imagen que también debemos tener en cuenta. II. Patriotismo Constitucional: ¿el último refugio de los bribones? ¿Por qué le damos tanta importancia a la integridad constitucional de nuestros ordenamientos jurídicos? ¿Por qué, a pesar del hecho de que la Unión Europea posee un ordenamiento jurídico funcional, se perciben fuertes voces que quisieran enraizarlo en un documento constitucional formal? ¿Por qué hablamos de crisis cuando los constitucionalismos nacionales y europeo entran en conflicto, sobre todo en el área de derechos humanos? No existe, por supuesto, una única respuesta a esta pregunta. Sin embargo, en mi opinión, cualquier repuesta debería incluir por lo menos un matiz de los siguientes argumentos: Consideramos la integridad de nuestros ordenamientos constitucionales nacionales no simplemente como una materia de importancia para el buen funcionamiento del gobierno y de una distribución ordenada del poder político, sino también del compromiso moral y de la identidad. Percibimos que nuestras constituciones nacionales no solo estructuran los respectivos poderes del gobierno y las relaciones entre el poder público y los individuos, o entre el Estado y otros agentes. Se dice que nuestras constituciones resumen valores fundamentales de la comunidad política y, a su vez, se sostiene que esto es un reflejo de nuestra identidad colectiva como pueblo, como nación, como Estado, como Comunidad, como Unión. Cuando nos sentimos orgullosos y apegados a nuestras constituciones, es en virtud de tales razones. Tratan de la limitación del poder, no de su ampliación; protegen los derechos fundamentales del individuo y definen una identidad colectiva que no nos hace sentir tan incómodos como lo harían ciertas formas de identidad étnica. En consecuencia, en los agotadores debates sin término acerca del ordenamiento constitucional de la Unión Europea, durante la última década, los tribunales nacionales se han vuelto más agresivos en su auto-reconocimiento constitucional. La jurisprudencia consolidada es bien conocida. Los tribunales nacionales ya no se sitúan en la vanguardia del “nuevo ordenamiento jurídico europeo”, trayendo el imperio de la ley a las relaciones transnacionales y dando poder a los individuos vis-à-vis los Estados miembros a través del derecho comunitario. Por el
contrario, se sitúan en la entrada y defienden las constituciones nacionales contra los abusos de Bruselas y Luxemburgo. Han sido acogidos comprensivamente, ya que se los percibe como protectores tanto de los derechos humanos fundamentales como de la identidad nacional. Proteger la identidad nacional está passé; proteger la identidad nacional insistiendo en nuestra especificidad constitucional está à la mode. En esta lectura, las modernas constituciones liberales limitan el poder de los gobiernos vis-à-vis los individuos; a su vez, articulan derechos humanos fundamentales dentro de la mejor tradición neo-kantiana; y reflejan una noción de identidad colectiva como comunidad de valores que es mucho menos amenazante que las definiciones más orgánicas de identidad colectiva. Son un reflejo de nuestro mejor perfil. Pero al igual que la luna, al igual que las cosas buenas en la vida, también hay un lado oscuro. En primer lugar, vale la pena escuchar atentamente la retórica del discurso constitucional. Hasta cuando es pronunciado por los grandes humanistas, los tonos militares se dejan sentir. Hemos sido invitados a desarrollar un patriotismo en torno a nuestras modernas y liberales constituciones. El patriota constitucional es invitado a defender la constitución. En ciertos Estados encontramos agencias designadas para proteger la constitución, bautizadas con nombres similares a las de nuestras defensas de frontera. En otros países somos invitados a jurar lealtad a la constitución. En una democracia constitucional, tenemos una doctrina de “democracia militante”, en virtud de la cual la hospitalidad democrática no se extiende a aquellos que destruirían la democracia constitucional. Desde esta óptica parece que ser un buen liberal constitucional implica ser un nacionalista constitucional y, como resultado, que los intereses constitucionales no sólo traten sobre valores y limitaciones al poder sino también sobre su opuesto: el poder que subyace debajo de tales valores. Muy pocos constitucionalistas y prácticamente ningún moderno tribunal constitucional acudirían de manera abierta a la ley natural. En consecuencia, desde un punto de vista legal, la autoridad normativa formal de las constituciones –alrededor de las cuales debe formarse el patriotismo que debemos defender– es mayormente positivista. Esto significa que es tan profundo o tan superficial como la última reforma constitucional: en ciertos países, como Suiza o Alemania, no se trata de un proceso político particularmente oneroso. Por ello, descansar tanto en la integridad constitucional de un Estado miembro es un llamativo rasgo de “auto-alabanza” y “auto-reforzamiento”, de concedernos a nosotros mismos, en nuestra capacidad de poder constituyente, una impresionante autoridad normativa. Tan sólo hace falta pensar en la naturaleza sagrada que le otorgamos a las constituciones adoptadas por diversas sociedades de la generación de la Segunda Guerra Mundial en Alemania, Italia y otros lugares, muchas de las cuales estaban moralmente corrompidas. Una duda similar debería atenuar cualquier entusiasmo hacia la nueva postura constitucional de los tribunales nacionales que se presentan como defensores de los valores constitucionales centrales de su comunidad política, en efecto, su propia identidad. La limitación al poder impuesta sobre las ramas políticas del gobierno está acompañada -como se ha ampliamente señalado– por una gran dosis de judicial self-empowerment y no poco de moralización “auto-celebrante”. Los derechos humanos frecuentemente
provocan las más estridentes retóricas por parte de los tribunales. Sin embargo, los textos constitucionales de nuestras diferentes comunidades políticas –especialmente cuando se trata de derechos humanos– son notablemente similares. En muchos casos, la defensa de la identidad constitucional del Estado y de sus valores centrales termina siendo una defensa de algunas objeciones hermenéuticas de poco peso adoptadas por cinco jueces votando contra otros cuatro. La guerra de las bananas, que ha involucrado al Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, la Corte Constitucional alemana, el Órgano de Apelación de la Organización Mundial de Comercio y un sinnúmero de abogados y académicos, constituye el símbolo perfecto de esta farsa. Finalmente, existe una exquisita ironía en un carácter constitucional que, por un lado (con justa razón), sospecha de viejas nociones de identidad orgánica y étnica, mientras que por otro, reivindica una supuesta única identidad moral, sabiduría y superioridad de los autores de la constitución, del pueblo, del demos constitucional –al momento de ejercer el poder constituyente– y, naturalmente, de aquellos que lo interpretan. Fue Samuel Johnson quien sugirió que el patriotismo era el último refugio de los bribones. El dr. Johnson estaba, por supuesto, sólo en parte en lo correcto. El patriotismo también puede ser noble. Pero se trata de un aforismo que vale la pena tener presente cuando ponderamos el patriotismo constitucional, mayormente encarnado tanto a nivel nacional como transnacional en los derechos humanos. III. La Carta y la Protección Judicial de los Derechos Humanos Fundamentales La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea está entre nosotros y deberíamos sacar lo mejor de ella. Sin embargo, aún vale la pena preguntarse si Europa efectivamente la precisaba: ¿mejorará realmente la protección de los derechos humanos fundamentales en la Unión? Los ciudadanos y residentes europeos no sufren, al final de cuentas, de ningún déficit en la protección judicial de sus derechos humanos. En la mayor parte de los Estados miembros los derechos humanos se encuentran protegidos por la constitución y por el tribunal constitucional u otros tribunales. Como una red de seguridad adicional, también los protege el Convenio Europeo de Derechos Humanos (CEDH) y los órganos de Estrasburgo. Dentro de la Comunidad, cuentan con la protección judicial de Tribunal de Justicia que toma como fuentes esta misma Convención y las tradiciones constitucionales comunes a los Estados miembros. Entonces, ¿por qué una nueva Carta? Para los promotores de la Carta, lo más importante era el tema de la percepción y de la identidad. Desde Maastricht, la legitimidad de la construcción europea ha sido un tema candente; el advenimiento de la Unión Monetaria Europea con un Banco Central Europeo poco obligado a rendir cuentas, ha profundizado la percepción de una Europa preocupada más por los mercados que por la gente. Puede ser cierto que el Tribunal Europeo garantiza protección legal contra los abusos de los derechos humanos pero, ¿quién es consciente de esto? De acuerdo a sus partidarios, una Carta haría visible y prominente aquello que hasta ahora sólo era conocido por ciertos abogados de antaño. Asimismo, la Carta –como un símbolo importante– podría contrabalancear al euro y convertirse en parte de la
iconografía de la integración europea contribuyendo tanto con la identidad como con la identificación con Europa. ¿Ha ocurrido esto? Sólo el tiempo lo dirá. Hasta el momento la evidencia es que se ha perdido en las decenas de miles de palabras que constituyen la nueva “Constitución”. En el debate sobre la Constitución no escucho voces que sugieran que votar “No” en los referéndum pendientes debilitará la protección de los derechos humanos que gozan los ciudadanos europeos. En verdad –y esto es un punto crítico– la Carta dentro de la Constitución es vista como gran parte de un proyecto liberal que tiene poco de un real espíritu socioeconómico. Como un protector de libertad –“a la americana”– en lugar de un protector de bienestar. La claridad era una segunda razón frecuentemente invocada para justificar el ejercicio. El sistema habitual de mirar a las tradiciones constitucionales comunes y al CEDH como origen de los derechos protegidos en la Unión es, según se argumenta, insatisfactorio y debería ser reemplazado por un documento formal que enumere tales derechos. Sin embargo, ¿realmente se agregaría claridad? Examinando el texto, notamos que está apropiadamente redactado en el lenguaje magisterial característico de nuestras tradiciones constitucionales: “la dignidad humana es inviolable”, etc. Hay muchas cosas para decir en favor de esta tradición pero la claridad no es una de ellas. Cuando se trata de los límites de los derechos incluidos en la Carta, no creo que agreguen demasiada claridad acerca de qué se encuentra protegido y qué no. Sin embargo, debe notarse que al redactar una enumeración –y quizás algún día incorporándola plenamente al ordenamiento jurídico– habremos eliminado, por lo menos en parte, una de las características realmente originales de la arquitectura constitucional previa a la Carta en el campo de los derechos humanos: la capacidad de utilizar el sistema legal de cada Estado miembro como un laboratorio orgánico y viviente de protección de los derechos humanos que luego, caso por caso, puede ser adaptado según las necesidades de la Unión por parte del Tribunal de Justicia en su
diálogo con las contrapartes nacionales. Puede que la Carta no afecte dicho proceso pero corre el riesgo de inducir una jurisprudencia más introspectiva y enfriar el diálogo constitucional. La redacción de una nueva Carta, según se afirmó, brindaría la oportunidad de introducir innovaciones necesarias a nuestras normas constitucionales que fueron moldeadas por viejas constituciones y tratados internacionales. Temas tales como biotecnología, ingeniería genética, privacidad en la era de Internet, identidad sexual y, sobre todo, derechos políticos que dan poder al individuo, podrían ser tratados con aires renovados, colocando a la Carta en la vanguardia del constitucionalismo europeo. Dejaré que el lector juzgue si la Carta ha introducido dicha innovación. En ciertas instancias, el lenguaje utilizado por la Carta corre el riesgo de “desconstitucionalizar” ciertos derechos. La fórmula frecuentemente utilizada según la cual los derechos son “garantizados de acuerdo con las leyes nacionales que regulen su ejercicio”, podría terminar causando un daño considerable a la protección constitucional de los derechos humanos. A pesar de que se trata de una fórmula que encontramos en los ordenamientos constitucionales de los Estados miembros y en tratados internacionales y de que es posible el desarrollo de una jurisprudencia que separe la existencia del derecho de su ejercicio, será muy difícil –en las circunstancias particulares de la Comunidad– poner en tela de juicio la constitucionalidad de una medida de la Comunidad (sin mencionar la de un Estado miembro) que replique la ley existente en un determinado Estado miembro. Esto puede acabar siendo un desarrollo sumamente regresivo para la protección de los derechos humanos. Otro escenario regresivo es uno en el que haya gran presión para que el Tribunal rechace cualquier interpretación progresista de las varias fórmulas encontradas en la Carta, si esto resulta rechazado por la Convención que la redactó. Por ejemplo, durante el proceso de redacción de la Carta, se rechazó la propuesta de incluir el “derecho de toda persona a tener una nacionalidad”. Para el Tribunal será complicado articular tal derecho. Del mismo modo, la “integridad genética” fue quitada del art. 3 sobre la “integridad de la persona”. Esto también podría tener subsecuentes consecuencias interpretativas. Podrían encontrarse muchos más ejemplos. En general, será mucho más difícil para el Tribunal cristalizar un derecho comunitario cuando el mismo haya sido considerado y rechazado por una asamblea política constituyente. De hecho, en ciertas áreas, la Carta reduce la protección actualmente brindada en el ordenamiento jurídico de la Comunidad. El art. 51(1) reduce las categorías de los actos de los Estados miembros que pueden ser sujeto de escrutinio europeo y el art. 53, por lo menos, plantea puntos problemáticos respecto de la supremacía del derecho comunitario en esta área. Pero lo más preocupante de todo es el hecho de que el ejercicio de la Carta sirvió como evasiva, como coartada, para no hacer aquello que era verdaderamente necesario si el propósito hubiese sido, en efecto, la protección de los derechos fundamentales en la Unión, en lugar de hablar sobre el aumento de dicha protección. El verdadero problema de la Comunidad es la ausencia de una política de derechos humanos, con todo lo que esto implica: un Comisario, un Director General, un presupuesto y un plan de acción horizontal para hacer efectivos aquellos derechos ya garantizados por los Tratados y judicialmente protegidos en varios niveles por los tribunales europeos. Gran parte de la historia de los derechos humanos, y de sus abusos, tiene lugar en los majestuosos salones de los tribunales. La mayoría de quienes ven violados sus derechos carecen del conocimiento o de los medios para solicitar vindicación judicial. La Unión no precisa de más derechos en sus listados, ni de más listados de derechos. Lo que más se necesita son programas y agencias que hagan reales los derechos, no simplemente interdictos negativos que puedan ser ejecutados por los tribunales. La mejor manera de comprender la cuestión es pensar en la política de competencia. Imaginen a nuestra Comunidad con los artículos 81 y 82 prohibiendo las prácticas restrictivas y el abuso de la posición dominante, pero sin tener un Comisario y la Dirección General 4 (DG4) para monitorear, investigar, regular y castigar violaciones. Los interdictos contra las violaciones a la competencia se verían verdaderamente comprometidos. Pero es ésta precisamente la situación con los derechos humanos. En su mayor parte, las normas apropiadas están en su lugar. Si las violaciones llegasen al Tribunal, la reacción judicial sería igualmente apropiada. Sin embargo, ¿habría alguna
posibilidad de combatir efectivamente las violaciones de las reglas sobre competencia sin un DG4? ¿Contamos con alguna posibilidad en el campo de los derechos humanos sin una construcción institucional semejante? Una razón por la cual no contamos con una política es porque la Corte, en su sabiduría, y equivocadamente en mi opinión, determinó en la Opinión 2/94 que la protección de los derechos humanos no es uno de los objetivos de la política de la Comunidad y que, en consecuencia, no puede ser sujeto de una política proactiva. Mucho más importante que una Carta, para la efectiva vindicación de los derechos humanos, hubiese sido una simple reforma al Tratado que transformase la protección activa de los derechos humanos –dentro de la esfera de aplicación del derecho comunitario– en una política de la Comunidad, junto con otras políticas y objetivos incluidos en el art. 3 y el compromiso de tomar todas las medidas necesarias para dar consistencia a dicha política en forma expeditiva1 . No sólo no se dio dicho paso, sino que el art. 51(2) hizo aún más difícil que se pueda dar en el futuro. IV. Derechos Humanos e Integración Como se mencionó anteriormente, la visión clásica contempla el compromiso por los derechos humanos fundamentales como un ideal “universal” unificador, uno de los valores centrales alrededor del cual los pueblos de Europa se reúnen en un patrimonio compartido. Cuando el Tribunal Europeo se situó como garante de los derechos humanos fundamentales en el campo del derecho comunitario, ¿no estaba meramente dando una expresión judicial (¡y consistencia!) a una herencia común, antes que enfrentando la diversidad cultural? La respuesta a esta pregunta es “Sí, pero...”. Más allá de cierto núcleo, reflejado en Europa por el CEDH, la definición específica de derechos humanos fundamentales frecuentemente difiere de una comunidad política a otra. Aun dentro de una zona cultural relativamente homogénea como Europa Occidental, tales diferencias pueden reflejar elecciones fundamentales de la sociedad y formar parte importante de las diferentes identidades de las comunidades políticas y las sociedades. Con frecuencia son aquella parte de la identidad social que realmente importa a la gente. Con frecuencia las personas pueden considerar que dichos valores -como una expresión de su identidad específica- deberían ser respetados contra toda invasión unificadora. Dado que tales derechos son fundamentales, también lo serían las diferencias entre ellos. Cuando la Corte debe escoger entre tal o cual variante de un derecho “para Europa”, está implícitamente realizando una elección acerca de la identidad cultural para Europa. Lo que está en juego, por lo tanto, es crucial. Son aún más importantes si tenemos en cuenta que muchos considerarían que, para efectuar tales decisiones de identidad, la autonomía de las diferentes sociedades (ciertamente Estados Nación) es tan importante como la elección efectivamente realizada y que esta autonomía debería estar protegida por fronteras tan fundamentales como los derechos mismos. En esencia, el ejercicio europeo de la protección judicial de los derechos humanos manifiesta inevitablemente el dilema inherente de una entidad política multinacional y multicultural: la reconciliación de la vindicación de los derechos humanos fundamentales con la vindicación de la autonomía nacional resguardada por fronteras fundamentales. Vale la pena explorar en mayor detalle la manifestación y los límites de este problema en el contexto de la integración europea, dado que desafía la visión clásica que contempla a los derechos humanos como un valor neto de integración. Los estados liberales modernos –que toman su estilo de la tradición democrática franco-americana antes que de la británica– cada vez más reconocen una “ley superior” (típicamente una constitución o, de manera más reciente, tratados internacionales) que inclusive obliga a la legislatura de un Estado. En un número creciente de democracias modernas la ley superior es apoyada por tribunales y por un sistema de revisión judicial que le otorgan, por así decirlo, consistencia. Dentro de este carácter constitucional, la protección judicial de los derechos humanos fundamentales posee un lugar central. La sujeción de una legislatura democráticamente elegida a un tribunal y a las normas de una “ley superior” de derechos humanos fundamentales es crecientemente vista, a pesar de la imagen contra-mayoritaria, como un fundamento complementario del ejercicio del gobierno democrático.
¿De dónde proviene este fuerte atractivo de los derechos humanos? Considero que cuenta con dos raíces. La primera de ellas contempla los derechos (y libertades) fundamentales como una expresión de una visión de humanidad que coloca los valores más profundos en el individuo que, en consecuencia, no pueden ser transigidos por nadie. La otra raíz del fuerte atractivo de los derechos y parte de la justificación (aunque contramayoritaria) los contempla como un instrumento para la promoción del valor per se de poner límites al poder. Después de todo, las democracias modernas surgen también como un rechazo al absolutismo -y el absolutismo no es prerrogativa de reyes y emperadores. Sentimientos generales animan al gran atractivo de fronteras fundamentales en sistemas no unitarios como los estados federales y la Unión Europea. Utilizo el término “fronteras fundamentales” como una metáfora del principio de poderes enumerados o competencias limitadas diseñadas para garantizar que, en ciertas áreas, las comunidades (más que los individuos) deberían ser libres de tomar sus propias decisiones sociales sin interferencia de niveles superiores. Si se quiere, si los derechos fundamentales tratan sobre la autonomía y la autodeterminación del individuo, las fronteras fundamentales versan sobre la autonomía y la autodeterminación de las comunidades. A primera vista, podría parecer que estos dos principios básicos no chocan en forma alguna. Parecería que podría haber una manera prolija y limpia de ubicar los derechos fundamentales y las fronteras fundamentales dentro de la arquitectura constitucional de Europa. Por ejemplo, un grupo de normas e instituciones nacionales-constitucionales y/o transnacionales podría ocuparse de los derechos humanos asegurando que ninguna autoridad pública de ningún nivel del gobierno pueda violar la autonomía y la libertad básica del individuo. Otro conjunto de normas nacionales-constitucionales y/o transnacionales se ocuparía de las fronteras, asegurando que el ejercicio del gobierno transnacional no se inmiscuya en las elecciones sociales fundamentales, principalmente, de los Estados. La adopción del CEDH por parte de los Estados miembros del Consejo de Europa es un reflejo de este prolijo arreglo: los Altas Partes Contratantes del Convenio retienen la totalidad de sus prerrogativas como estados soberanos. Las fronteras de los estados constituyen, en consecuencia, fronteras fundamentales par excellence que garantizan la total autonomía de sus respectivas sociedades nacionales. Esta única excepción auto-limitante concierne a los derechos humanos fundamentales centrales que tienen expresión en el CEDH que no puede ser transgredida por ninguna de estas sociedades. En consecuencia,
el universalismo de los derechos humanos y el particularismo de las fronteras fundamentales pueden descansar juntos, como el lobo y el cordero. Podrán notar, sin embargo, que he utilizado el término “derechos fundamentales centrales” en la ilustración de este idilio. Este prolijo arreglo que puede decirse representado por el CEDH sólo puede funcionar en relación a un núcleo que da expresión a aquellos “derechos”, o a aquellos “niveles de protección”, que se consideran universales, trascendiendo cualquier legítima diferencia cultural o política entre las diferentes sociedades en, por lo menos, el universo de Europa. El CEDH toma sus premisas de este argumento. Crítica y crucialmente, el CEDH no agota el espectro de los derechos humanos. Siguiendo su propia interpretación, mientras el CEDH provee un “estándar mínimo” de protección “debajo” del cual ningún Estado puede caer, los Altas Partes Contratantes son libres, tal vez alentadas, para ofrecer estándares “más elevados” de protección a los individuos. En realidad, parte de la unicidad de los Estados, parte de lo que los diferencia uno de otro, puede ser la forma misma en que otorgan protección más allá del estándar universal central. En consecuencia, el compromiso y la aceptación de la CEDH como el centro universal, culturalmente trascendente de derechos humanos es, seguramente, una expresión de un aspecto muy importante de la cultura política de un Estado que lo reúne con otros Estados y sociedades. Cuando esto aparece sustentado por la sujeción a una maquinaria transnacional con capacidad de enforcement, el compromiso resulta aún más expresivo. De todas formas, yo argumentaría que las diferencias de estas sociedades en la protección de los derechos humanos –dentro de la lista más larga que existe más allá del núcleo universal– no es un aspecto menor de la cultura política e identidad de las sociedades. Los derechos humanos constituyen, por ende, tanto una fuente como un índice para la diferenciación entre naciones, y no sólo para la asimilación entre ellas. No existe una conclusión dramática en esta consideración final. Simplemente intenta ser un sobrio recordatorio al momento de reflexionar sobre la importancia de los diversos instrumentos de derechos humanos. En el proceso de integración, los derechos humanos se vuelven el vehículo perfecto tanto para canalizar nuestra celebración y esperanzas, como nuestras dudas y miedos. Notas Para una discusión completa acerca de la necesidad y contenido de dicha política, ver Philip Alston y Joseph H.H. Weiler, “An ‘Ever Closer Union’ in Need of a Human Rights Policy: The European Union and Human Rights”, Harvard Jean Monnet Working Paper, n. 1, 1999 (www.law.harvard.edu/programs/JeanMonnet/).
On The Road “The Need for a European Constitution”, by Vassilios Skouris Interview with Paolo Mengozzi Interview with José Antonio Moreno Ruffinelli Interview with Gil Carlos Rodríguez Iglesias Instruments of Analysis “‘Governing with Judges’ in Europe”, by Carlo Guarnieri “Human Rights, Constitutionalism and Integration: Iconography and Fetishism” by Joseph H. H. Weiler
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In the midst of the ratification process of the “Treaty establishing a Constitution for Europe”, the President of the Court of Justice of the European Communities, Vassilios Skouris, offers us some thoughts on the importance of the Constitution for the integration process1. Last year, on October 29th, in Rome, the European Union took one of the most decisive steps in its history. I am referring obviously to the signing of the Treaty establishing a Constitution for Europe. Much has been said about the potential added value that the Constitution could contribute to the construction of Europe and many authors have reflected upon the need for a Constitution for the European Union. This is clearly a timely question given that the ratification process is currently taking place in the Member States. It is therefore my pleasure to share with you, in the pages of Puente@ Europa, some thoughts on this subject. Within this context, it seems appropriate to recall a sentence taken from the Court’s case-law: “The European Economic Community is a community based on the Rule of Law, inasmuch as neither its Member States, nor its institutions can avoid a review of the question whether the measures adopted by them are in conformity with the basic Constitutional charter that establishes the Treaty”2. This recital from the well-known Les Verts3 judgment, which dates back to the 80’s, is considered by many to be the first instance when the Court recognized the constitutional nature of the Community legal order. The term basic Constitutional charter must have surely seemed shocking at the time. Nevertheless, since 1986, through subsequent modifications to the Treaties and the development of the Court’s case-law, European integration has progressed enormously in such a way that today very few could cast doubt on the quasiconstitutional nature of the European Union. Hence, it is worth asking the following question: Is a Constitution for Europe truly necessary? In this regard, three keywords come to mind –symbolism, legal certainty and efficient functioning. Symbolism: regardless of the innovations that the Constitution will introduce, the essential function of the European Constitution is to define the European Union for its citizens. The real challenge for Europe in the future will be to enable its citizens to identify themselves with it, highlighting values common to all. And this can be best and effectively assured by a document with the title “Constitution”. Therefore, the symbolism of the Constitution
for Europe is not devoid of substance and in any event it should not be underestimated. Legal certainty: in the current process of integration, it is not acceptable that the principles which constitute the basic Community legal order, such as the primacy and direct effect of Community Law, are not included in any legislative text. Moreover, in sensitive areas such as the protection of fundamental rights, the level of protection granted to EU citizens must be visible and transparent, and not only be the result of a series of case-law rulings or from International Law instruments. And finally, efficient functioning: the Europe of 25 must make the necessary adjustments in a political, administrative and judicial architecture that was initially designed for a Europe of 6. In addition, in order for a European Union of 25 to perform efficiently, it seems essential that a constitutional text outlines as clearly as possible its competences in relation to those of the Member States and that it transparently sets forth the powers and missions of its own institutions. Finally, allow me to add one specific remark: admittedly, all possible positive effects that could result from the adoption of the European Constitution run the risk of being restricted because the proposed text, as it stands, is particularly heavy. One might wonder whether a 300-page Constitution with more than 400 Articles will be in a position to fully realize its stated mission4. Nevertheless, it should not be forgotten that Europe’s main challenge in the future will be to create, together with the nations that are its members, a true European people, a demos. In other words, a group of citizens who, in spite of their different nationalities, cultures and traditions, feel that they belong to the same group and identify themselves with the Union and with the values embodied by its constitutional chart. In my opinion, the European Constitution is able to assume and to face this great challenge. Note We wish to thank the Delegation of the European Commission in Argentina for the translation of the French original text (Editorial Coordinator’s Note, E.C.N.). 2 Judgment of the Court of Justice of the European Communities of 23 April 1986, Parti écologiste Les Verts / European Parliament (Case 294/83) (E.C.N.). 3 As in the original text of the Judgment (E.C.N.). 4 The integral text can be found in http://europa.eu.int/eurlex/lex/ (E.C.N.). 1
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Paolo Mengozzi and José Antonio Moreno Ruffinelli
The interviews with Paolo Mengozzi, Judge of the Court of First Instance of the European Communities and José Antonio Moreno Ruffinelli, President of the Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur (Permanent Court of Review), address the issue of interpretation and the function of judges in democratic systems, especially in their respective regional integration processes. Here are the questions drafted by the Editor Susana Czar de Zalduendo: 1) By using the teleological method to interpret treaties, does the judge exceed his/her traditional task of insuring a strict application of the law? Does it lead judges to share the vision embodied in the Anglo-Saxon system of creation of law? 2) The role of the judge, unlike the politician, requires impartiality and neutrality. When societal values are reflected in the judgments and the letter of the law is adapted to the circumstances of the case, do you think that the role of the judge resembles that of the lawmaker? 3) Given that the traditional division of power in national governments does not exist in integration processes and that political and jurisdictional responsibilities seem to resemble one another, what is your opinion concerning the control measures on the action or omission reserved to the Court? 4) Does the judicial control function exercised by the courts condition governance in integration systems or, conversely, does it make them stronger? Does this function place courts at the top level of the hierarchy?
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1) The teleological interpretation which is widely applied by the Court of Justice and the Court of First Instance is, to a large extent, tied to two factors:
or a factual situation that differentiates him/her from other persons and makes it possible to identified him/her with the addressee.
a) Treaties and Community acts are written in several official Community languages. Each one has a validity of its own. Given the number of interpretations that can be deduced from the terminology of each language, the European judge is compelled to make use of interpretative instruments which differ from literal interpretation; systematic interpretation is often not enough to overcome the linguistic discrepancies. Therefore, it is necessary to use a teleological interpretation which is practiced not only by judges of Common Law, but also by those of Civil Law.
The doctrine upheld that abiding to such conditions could lead to a deprivation of justice in cases where it is difficult or impossible for a person to indirectly challenge an act of general scope –for example, when there are no proceedings in national courts or when a person is forced to violate the law in order to be able to contest the resulting sanctions. Advocate general Jacobs made reference to these observations in his opinion on this particular issue. According to judge Jacobs, the Court, in its decision on any specific case, should have recognized the claimant as individually concerned by a Community measure, beyond its traditional interpretation, when such decisions adversely affect or could substantially adversely affect the claimant’s interests. The Court of Justice did not follow his proposal: instead, it affirmed that, if it is true that such requirement must be interpreted according to the principle of effective judicial protection by taking into account the various circumstances that may distinguish an applicant individually, such interpretation cannot have the effect of setting aside the condition in question, expressly laid down in the Treaty, without going beyond the jurisdiction conferred by the Treaty on the European Courts. To this point, the Court added the following: “While it is, admittedly, possible to envisage a system of judicial review of the legality of Community measures of general application different from that established by the founding Treaty and never amended as to its principles, it is for the Member States, if necessary, in accordance with Article 48 [Treaty on European Union], to reform the system currently in force”4.
b) Art. 253 of the Treaty Establishing the European Community1 (TEC) requires institutions to explain each adopted act, including the regulatory ones. By applying this provision, each regulation, directive or decision includes, before the enacting terms, “recitals” which state the reasons for such regulation and the objectives pursued by the lawmaker2. In using the teleological method to interpret Community Law, the Court of Justice and the Court of First Instance are relying heavily on such “recitals”. Therefore, they do not provide their own interpretation on what is fair and impartial and on societal values; indeed, they go back to the intention of the lawmaker, regardless of discrepancies which could arise from translations in different languages of the Community texts. 2) One case in particular shows how Community judges are cautious not to infringe on legislative authority: the judgment handed down by the Court of Justice on 25 July, 2002 in the case of the Unión de Pequeños Agricultores / The Council of the European Union3. The case involved a decision on whether an organization which represented and acted in the interests of small businesses could legitimately contest a regulation of general scope which would lead to the abolition of a financial aid scheme for small farmers. The issue had to be resolved according to the fourth paragraph of art. 230 TEC, which states that “Any natural or legal person may, under the same conditions, institute proceedings against a decision addressed to that person or against a decision which, although in the form of a regulation or a decision addressed to another person, is of direct and individual concern to the former”. According to the case-law, the basic requirement of “individual concern” is that the measure has to affect natural or legal persons by reason of attributes peculiar to him/her
3) When the European Community was established, the Member States, who were conferring upon the Commission and the Council new powers which would significantly affect their sovereignty, felt it was necessary to protect themselves against the way these powers could be used. As a response to this need, Member States have balanced the powers granted to such institutions by abandoning their customary reluctance to supranational judiciary bodies and establishing a Court of Justice open to individual remedies. Furthermore, Member States have affirmed, rather emphatically, in the TEC, that the “The Court of Justice and the Court of First Instance, each within its jurisdiction, shall ensure that in the interpretation and application of this Treaty the law is observed”5. Thus, the Court of Justice has been given the responsibility of ensuring respect for the “rule of law” which, to a certain extent, may appear to overlap with the functions of other institutions. In accordance with principles common to all
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Member States and general principles of law, the function of the Court is to cover any gaps which may arise from activities in institutions or businesses, as well as by all other subjects who participate in Community life. This overlap, however, is more of an illusion than a reality: to start with, the Community operates on the basis of a lawmaking process, which is centered on the Commission’s power of initiative, the decision-taking power of the Council and, to a large extent, the power of the European Parliament. This procedure allows the above mentioned institutions to eventually overcome the rulings from the Court of Justice, by enacting new norms. Secondly, the Commission and the Council can contribute –and often do through their interventions with other Community institutions and Member States– to the drafting of positions adopted by the Court. Finally, when the Court of Justice together with the Court of First Instance are required to hand down rulings on the legitimacy of acts from other institutions which involve particularly complex matters (delicate or political in nature) they grant institutions a wide margin of discretionality. The Courts limit their concern to whether there were errors of fact or law, whether procedural rules were violated, whether excesses of power were incurred or, lastly, if there was manifest mis-interpretation. 4) The evolution which has led to Member State broad acceptance of the supremacy of Community Law and the feeling of mutual trust that has driven the construction of a single market –as well as continuous enlargement of the Community– are intimately linked to the guarantees provided by a functioning judicial system. The information provided in point 3) precludes the possibility that the Community jurisdictional system can be considered the top level of the institutional hierarchy. A few thoughts about the European Unión S.C. de Z.: Considering the recourses to the law envisaged in the Treaties, how much importance do you give each of them for the task of interpreting Community Law in accordance with the Court of Justice? The task of Community judges which seems most crucial for exercising the function of Community Law interpretation is granted to them in art. 234 TEC6 on cases referred from national Courts for preliminary rulings. In addition, we must not forget that the Court has considered that each of its different fields of competence is propitious to a unitary system of judicial solutions. Within this system, the contributions to the interpretation of Community law, which come from the exercise of one of its fields of competence, are also taken into account in the exercise of the others. This point draws our attention to the importance of the explanation originating within competences seen as marginal, such as paragraph 6 from art. 300 TEC7 (which gives the Court authority to issue an opinion as to whether an agreement envisaged is compatible with the provisions of this Treaty) and art. 236 (which gives the Court of First Instance and the European Court jurisdiction in any dispute between the Community and its civil servants). In respect of the exercise of the former, fundamental principles of the Community system are recognized and are considered an inflexible constitutional limit to the exercise of jurisdiction
in Community institutions. In respect of the exercise of the latter, important general principles have been created which have also found application in different areas. S.C. de Z.: Given that the Court of Justice hears disputes between Community institutions or between Member States and Community institutions, and taking into account that the traditional division of power is not applicable to the Community’s institutional structure, do you believe that the judgments are appropriate tools for guaranteeing a balance in the powers assigned to the institutions? Up to now, the Community judgments handed down by the Court have been adequate for ensuring the balance of powers assigned to EU institutions. Time has shown that these judgments have also proven to be adequate for ensuring the balance between institutions and Member States. In my opinion, the future will bring more of the same, provided that the values proclaimed in the Charter of Fundamental Rights continue to be shared by all actors in the European integration process, including new Members, and provided that Member States’ existence can be guaranteed. Notes All footnotes included in this interview were written by the Editorial Coordinator. 1 It reads: “Regulations, directives and decisions adopted jointly by the European Parliament and the Council, and such acts adopted by the Council or the Commission, shall state the reasons on which they are based and shall refer to any proposals or opinions which were required to be obtained pursuant to this Treaty.” 2 See Judgment of the Court of Justice, 9 January 2003, Petrotub / The Council of the European Union (Case C76/00 P). 3 See Judgment of the Court of Justice, 25 July 2002 , Unión de Pequeños Agricultores / The Council of the European Union (Case C-50/00 P). 4 Text taken from paragraph 45 from the Judgment of the Case C-50/00 P. 5 Article 220 TEC. 6 It Reads: “The Court of Justice shall have jurisdiction to give preliminary rulings concerning: (a) the interpretation of this Treaty; (b) the validity and interpretation of acts of the institutions of the Community and of the ECB; (c) the interpretation of the statutes of bodies established by an act of the Council, where those statutes so provide. Where such a question is raised before any court or tribunal of a Member State, that court or tribunal may, if it considers that a decision on the question is necessary to enable it to give judgment, request the Court of Justice to give a ruling thereon. Where any such question is raised in a case pending before a court or tribunal of a Member State against whose decisions there is no judicial remedy under national law, that court or tribunal shall bring the matter before the Court of Justice.” 7 Paragraph 6 from art. 300 TEC: “The European Parliament, the Council, the Commission or a Member State may obtain the opinion of the Court of Justice as to whether an agreement envisaged is compatible with the provisions of this Treaty. Where the opinion of the Court of Justice is adverse, the agreement may enter into force only in accordance with Article 48 of the Treaty on European Union.”
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1) Interpretation is, inquestionably, one of the crucial issues in the field of Law. There is no doubt about it. Once we dismiss the naive notion which views judges as mere automatons who apply the law –“mechanical jurisprudence” according to Roscoe Pound1– we must, as a consequence, acknowledge the fundamental role that judges play in interpreting the law (indeed, their task becomes even more relevant, for judges of Supreme or Constitutional Courts). When our great South American compatriot, the jurist Eduardo Couture, stated that “law is made day by day through jurisprudence”, he was referring precisely to the changing, dynamic and decisive role that interpretation plays in the creation of law. For what is jurisprudence, but the interpretation of law applied to concrete cases? This is why the subject of interpretation has been a constant concern for legal philosophers and jurists in general, who have been searching for the most appropriate methods of arriving at a correct interpretation of legal rules. All of them, however, must be fit for the primary responsibility of the judge, or the arbitrator, which is to do and to declare justice (iuris dictio).2 That said, we should focus our attention on International Law, and more specifically, on the Law of Treaties. Here, the question is even more complex and difficult, mainly due to lack of specific regulation, despite the Vienna Convention. And if we add to this the latest trend of Integration Law –which is attempting to establish its independence within the area of International Law– the issue becomes even more delicate. I shall omit the antecedents, such as those from
Mercosur or WTO, to focus this short essay on general issues which deserve our attention. If we understand the teleological interpretation as that which is based on the objectives, the telos, of treaties, it seems quite clear to me that we are faced with a natural alternative. Does this approach (i.e. the teleological interpretation of treaties) exceed the traditional judiciary function of sticking to the pure application of law, drawing the system closer to the Anglo-Saxon one? In order to answer this question, perhaps it should first be stated that the perception of the judge as a non-creator of law, which has been associated with the judicial process by Civil Law, is a myth. In fact, the perception of judges as mere automatons who apply law (a criticism of Pound with respect to Common Law) was very much in fashion in the Civil Law system, particularly in the golden age of the exegetical French school, which aimed to reduce the interpretation of law to an entirely literal and automatic practice. The underlying motivations of these jurists were rooted in the Republican French Revolution: first, law was prized as a source of rights, derived from a sovereign and legitimate body (the Parliament) and, second, judges were deemed to be unreliable, deprived as they were of popular legitimacy. Yet, soon, it became clear, that this idea was unsustainable in practice –law is intrinsically uncertain, which is why it must be interpreted and integrated. The great Geny wrote about this in a piece of work first published in 1889, which argued that this ideal was unsustainable and more reasonable parameters of interpretation should be sought.3 Indeed, these ideas were also reasserted by Kelsen4, whose soundness and prestige make it impossible to admit
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–not even in countries of codified Civil Law– the existence of an automaton judge who does little more than pronounce “the words of the law”.5 There is always, as Hart told us, “a grey area” in the formulation of legal norms, which makes it impossible to ignore that, in the most difficult cases, the judge does indeed have a certain amount of discretion and he becomes an “interstice law maker”6. Of course this “discretionality” should not be taken as a synonym for “arbitrary action”. Dworkin’s position is worthy of consideration, for he argues that law also extends to a group of principles connected to moral reasoning, so a judge does not “create” law to his/her liking, but seeks to apply principles which help to resolve difficult cases when there are no clear norms to do so7. As a consequence, it seems quite certain that if we drop the myth of the judge as a non-creator of internal law, then the same myth should also be dropped for International Law of Treaties. Moreover, it seems overstated to claim that Common Law judges create law and those in Civil Law are mere automatons that apply law; the reality is, indeed, quite different. There are cases in both Civil Law and Common Law where judges must create new law (“hard cases”), and there are others with less demanding processes which only require a simple application of the norm (“easy cases”). And so, in order to sum up, let’s repeat this central concept: the fact that a teleological interpretation is applied to a treaty, and that there are cases where a judge has a certain amount of discretionality to create new law, cannot be equated with a license for a judge to do as he pleases8. Their judgments should always be morally and ethically acceptable, in accordance with fundamental principles of law and, as we have already seen, must always serve justice, which is the fundamental objective of law. 2) Indeed, the duty of the judge is to be impartial, or at least, it should be. This seems quite clear.
lawmaker. Legal procedures (such as formalism, analogy, interpretation guidelines, etc.) exist exactly for this reason; to help reduce the degree of discretionality and make the task of the judge as impartial as possible. Thus, embracing these procedures will prevent the judge from becoming a law maker who imposes his/her ideas and values on society. 3) With respect to MERCOSUR Community Law, which is characterized by intergovernmentalism, not supranationalism, the function of the Tribunal Permanente de Revisión (Permanent Court of Review) is limited to settling disputes which may arise between State Parties and receiving requests for consultative opinions. As a consequence, its function is not the same as the national courts’, which can and must act as control bodies, mainly over the constitutionality of laws and their application. The difference between the intergovernmental system and the supranational system is that the courts have a control function over the other governing bodies of the Community. This was what was envisioned by the European Union when it conferred this function of control upon the Court of Luxembourg –as a means to standardize the integration process and prevent conflicting interpretations on common topics. 4) In view of my answer to the last question, it seems quite clear that at least in the MERCOSUR system, the Tribunal Permanente de Revisión does not condition as such the governability of the whole system. The answer may be different in the future, if and when it has been ascribed similar tasks to those of the Court of Luxembourg. Notwithstanding, a Tribunal Permanente de Revisión, which works properly, could be essential to strengthening the integration process. Under this respect, the success of the Tribunal Permanente could be considered a necessary, but not a sufficient condition, for the success of the integrational undertaking.
Nevertheless, the question about the role of a judge –if it is legal or political– is a very complex one. The debate is not new; in the United States, for example, there has been an ongoing debate over the Constitution –whether or not it should be adapted to the changing needs of society which would imbue judgements with present day values. This in turn, raises questions about the fidelity of judges to their constituencies (or lawmakers) and to today’s societal values. Clearly, the greater the degree of freedom to adapt the Constitution (a treaty or a law, etc.), the further the judge will be from the law maker.
A few thoughts about Mercosur
It is acknowledged that there are conflicting criteria regarding this difficult issue. A considerable number of jurists share the opinion that this adaptation is not only legitimate, but necessary to prevent law from becoming anachronistic and therefore, unable to serve the needs of society.9 Meanwhile, others point out that this is a seizure of the legislative function, that turns the judge into a politician, rather than a jurist. It is highly questionable, for these scholars, that judges can adapt the text to today’s values10.
The Protocol of Olivos contains, in addition to a dispute settlement system, one (incomplete) provision concerning consultative opinions. Article 3 of chapter III envisages: “The Common Market Council can establish mechanisms relative to petitions for consultative opinions from the Permanent Review Court which define its scope and procedures”11.
For us, ideally, the task of a judge should be legal, rather than political. Therefore, a judge should use all of the tools available to him/her in hermeneutics and judicial procedures to avoid handing down rulings based on his/her personal preferences, which would turn him/her into a “mini”
S.C. de Z.: Considering that a consistent interpretation of Mercosur’s rules is essential to the integration process, do you believe that “consultative opinions” can be used as an instrument to draw closer the interpretations of national judges and those of the Tribunal Permanente de Revisión? Consultative opinions are, undoubtedly, essential to the integration processes. To illustrate this point, I shall refer specifically to the Protocol of Olivos.
The Regulation of the Protocol of Olivos deals with this subject –which is central to Community Law- much more carefully. It contains nine articles which cover consultative opinions, although some of them have raised questions of interpretation which have been addressed with opinions, albeit informal, on their reach. According to the Regulation, consultative opinions can
Different alternatives can be envisaged under this respect. The request could come from all of the State Parties, acting jointly. When there are questions about the application of Community norms, the Tribunal Permanente de Revisión is requested to give an interpretation to prevent the emergence of disputes. This is carried out as a preliminary question, but with no connection to any case having been initiated in State Party Courts13. Another possibility is that State Parties, the Common Market Council, the Common Market Group and the MERCOSUR Trade Committee can all request consultative opinions on any legal question covered in the Treaty or Protocols, Agreements, decisions and resolutions of the Common Market Group or MERCOSUR Trade Committee. So, there is a very broad spectrum of questions which can be presented to the Court in the form of consultative opinions. Hence, its importance and the influence that it could have on the future of the integration, and most of all, the important role it could play in helping to prevent future disputes between State Parties. Although I have upheld that disputes are a natural part of the integration process, I also must admit that they do weaken, sometimes unnecessarily, the relations between the countries involved in the conflict. Article 4 of the Regulation is more specific. It establishes that the Tribunal Permanente de Revisión can issue consultative opinions requested by Superior Courts of Justice of the State Parties, with national jurisdiction. This clarification is relevant, because inside the Union there are two countries with a Federal system of government –Argentina and Brasil– while the other two –Paraguay and Uruguay– have non-Federal systems. In this case, the Regulation already refers to questions which are in litigation and are awaiting decisions from the Courts. Still, I would like to emphasize the importance of the consultative opinion for the integration process. To quote Professor Ricardo Alonso García: “The preliminary opinion (ie. the consultative opinion in the Protocol of Olivos), has no other purpose in the EU than that of positioning the Court of Justice of the European Communities as the body in charge of establishing the common guidelines for judges and Courts to ensure proper application of Community Law”14. S.C. de Z.: Do you think that the possibility of direct access to the Tribunal Permanente de Revisión (art. 23 of the Olivos Protocol) will be used as a rule instead of an exception? I have repeated in various forums my opinion on this: given that the per saltum procedure has been laid down in the Protocol of Olivos, State Parties –for reasons of procedural economy and costs– will avoid ad hoc Courts and instead, will appeal directly to the Tribunal Permanente de Revisión. While some think that the system of double instance provides greater security, my opinion will continue to be the same as the one I expressed previously; that the system of double instance is more the result of a political agreement, than a legal solution. Nevertheless, there still have not been any cases. We shall see which line of thought prevails in the future.
Notes Roscoe Pound, “Mechanical Jurisprudence”, Columbia Law Review, Vol. 8, 1908, pp. 605-623. 2 A very good explanation on what this means –the need for justice to check the task of the judicial “operator”– can be found in the study by Javier Hervada, Introducción Crítica al Derecho Natural, Pamplona, EUNSA, 1994 (8va. Edición). 3 See James Gordley’s excellent work on this subject, “Myths of the French Civil Code”, American Society of Comparative Law, v. 42, 1994, p. 459, and Giovanni Tarello, Storia della cultura giuridica moderna, Bologna, Il Mulino, 1976. 4 Hans Kelsen, Teoría General del Derecho y del Estado, México, UNAM-Porrúa, 1995, p. 177. 5 There was an extremely interesting debate about Civil Law between two Argentnine jurists, Genaro Carrió and Sebastián Soler in the 60’s. The former defended the creative role of the judge, while the latter was partisan of a strict interpretation of the words of the law. See: Genaro Carrió, Notas sobre Derecho y Lenguaje, Buenos Aires, AbeledoPerrot, 1998 (4ta. Edición). 6 Herbert Hart, El Concepto de Derecho, Buenos Aires, Abeledo-Perrot (2da. Edición), 1968, p. 169. 7 Ronald Dworkin, El imperio de la Justicia, Barcelona, GEDISA, 1988, p. 52. 8 This is precisely the mistake made by jurists of the school of legal realism in the United States. 9 Cfr. R. Dworkin, Freedom’s Law. The Moral Reading of the American Constitution, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 1996 and Laurence Tribe, Constitutional Choices, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 1985, among others. 10 See Jeremy Waldron, Law and Disagreement, Oxford, Oxford University Press, 2001; or Antonin Scalia, A Matter of Interpretation: Federal Courts and the Law, Princeton, Princeton University Press, 1998. 11 The original version reads: “El Consejo del Mercado Común podrá establecer mecanismos relativos a la solicitud de opiniones consultivas al Tribunal Permanente de Revisión definiendo su alcance y sus procedimientos” (Editorial Coordinator’s Note, E.C.N.). 12 The original version reads: “todos los Estados Parte, actuando conjuntamente, los órganos con capacidad decisoria del MERCOSUR y los Tribunales Superiores de los Estados Parte con jurisdicción nacional en las condiciones que se establecen para cada caso” (E.C.N.). 13 It is interesting to note what Pimentel says in this respect: “It seems that it is not possible to establish a restrictive interpretation of the Rules from the Protocol of Olivos (art. 3.2) regarding the consultative procedure to be promoted by a State Party and channeled by the President Pro Témpore, because the prerequisite of consensus on its object and content could adversely affect its request.” (Luiz Otavio Pimentel, MERCOSUR, in Tribunales Internacionais, Ed. Fundaçao José Arthur Boiteux, p. 182). 14 Ricardo Alonso García, El juez español y el derecho comunitario. Jurisdicciones constitucionales y ordinarias frente a su primacía y eficacia, Valencia, Tirant Lo Blanch, 2003. 1
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be requested by “all State Parties, acting concomitantly, MERCOSUR bodies with decision making capabilities and the Superior Courts of the State Parties with national jurisdiction in the conditions which are established for each case”12.
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One of the pillars upon which the European integration process is established is the development of a Community judicial system which, increasingly, must take into account the diversity of national traditions. Puente @ Europa invited the former President of the Court of Justice of the European Communities, Gil Carlos Rodríguez Iglesias, to offer readers his opinion on this issue further clarified by the following reflection of the Editor Susana Czar de Zalduendo: Montesquieu’s definition of the judge as “the mouth that pronounces the words of the law” has been questioned by maintaining that he/she who resolves a conflict must take into account certain extra-legislative elements (historical, social, etc.) that influence the case under analysis. If it is true that a judge should take these elements into consideration when interpreting law, how have the judges from the Court of Justice of the European Communities taken into consideration the richness of national traditions? Although there might have been a certain amount of homogeneity among the six original members, subsequent enlargements have brought an increase of national histories which can be difficult to assimilate. At the same time, since the 1980’s, and with more emphasis in the 1990’s, there has been a growing “appreciation of diversity” (the introduction of the Treaty establishing a Constitution for Europe contains the very expression “united in diversity”). Has this double process, in your opinion, led to a change in the role of the judge?
Let me try to summarize my thoughts on this. In contemporary societies, the role of the judge has been noticeably modified, increasingly distancing itself from the model of “the mouth that pronounces the words of the law”. As a consequence of various factors, the scope of judicial action has been extended, diversified and to a certain extent, politicized. At the same time, the problems which require judicial decisions have become both technically and economically more complex. In this context, “judicial activism” and “judicial restraint” represent two lines of thought, which, from my perspective are not necessarily exclusive. Obviously, I am conditioned by my experience in the Court of Justice of the European Communities, a jurisdiction many believe to be “activist”. The Court is either criticized or praised for its so-called tendency to consider itself more of an “engine of the integration”, a guardian of the law which leads it to systematically interpret the law according to the objective of furthering European integration and expanding the competences of the Community. I consider this to be incorrect. By supporting the objective of integration, as stated in the Treaties, by means of a teleological interpretation of treaties and of Community Law, the Court of Justice is not practicing “activism”; rather it is simply fulfilling its function, namely that of insuring respect for the law –Integration Law, in this case. In an attempt to explain the most significant elements of the Court of Justice’s contribution to the construction of Community judicial order, I will highlight three aspects. First, the Court has guaranteed the effectiveness of fundamental economic freedoms, interpreted as individual rights recognized by the Treaty, which cannot be limited by Member States through restrictive interpretation. Thus,
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jurisprudence has contributed to the attainment of the common market and internal market. Secondly, the Court of Justice has developed the basic principles of the Community legal order –direct effect, supremacy and State responsibility for damages caused to individuals due to violations of Community Law. These principles are essential in order to guarantee effective judicial protection of individual rights recognized by Community legislation. Thirdly, in the absence of a Community catalogue of fundamental rights, the Court pursued the protection of these rights on the basis of general principles common to Member States’ judicial systems, their constitutional traditions and the international instruments that bind them, in particular the European Convention on Human Rights. The Court of Justice has been able to carry out this important function due to its institutional position, the competences that have been granted to it and its cooperation with national judges and courts. The latter are in charge of upholding Community Law within their territorial and functional area of competence and protecting recognized rights of individuals through the norms of the stated legislation. With reference to national traditions, I believe that the decisive factors are the pluri-national composition of the Court of Justice, the contributions of parties in Court procedures, including Member States and institutions, and the dialogue with national judges through prejudicial questioning. Regarding the tension between homogeneity and heterogeneity of the Member States and national judicial traditions, I can assert that, based on my experience, there has always been a tight cohesion in the Court of Justice. This is the result of the collective commitment of its members, their
loyalty to jurisprudence and their intention to participate in a collegiate process of creation of this jurisprudence. At the same time, there has always been a very enriching diversity in the institution, which is a consequence not only of the different nationalities of the judges, but also of their diverse professional backgrounds: professors, lawyers, professional judges, distinguished officials with responsibilities in the area of law and some –very few– politicians. I would like to underline that, contrary to what one might believe, the differences between the judicial systems are not usually a source of significant problems. I can remember only a few instances when such differences have been the cause of serious differences in criteria on substantive matters. I have often found that, in spite of differing technical approaches, there are substantially common underlying solutions to substantive problems posed by each of the distinct judicial systems. However, the differences between the various judicial systems often give rise to intense discussions when trying to resolve matters of procedural questions. My experience does not go beyond the period subsequent to the latest enlargement of the Community –which by simultaneously integrating ten new member States and, consequently ten new judges from the new States into the Court of Justice– represents an important challenge. Nevertheless, I do not believe that this increase in diversity represents a change in the roles of judges. I trust that the collegiate spirit and collective responsibility for the coherence of jurisprudence, which has traditionally allowed the Court of Justice to carry out a role generally held in high esteem as guarantor of the rule of law, will survive.
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It should not be a surprise to find that the judicial role is politically embedded by nature. Judges settle disputes through norms established –directly or indirectly– by the political system. Therefore, using a well-known expression in Political Science, we can assert that “values are authoritatively allocated” by their decisions1. One might consider this a banal, over-simplification of the familiar relationship between justice and politics. Indeed, a norm does not have any meaning of its own; it is the interpreter who gives it a meaning and it is the sole responsibility of a judge to offer a binding interpretation. Moreover, man made rules systems are not always able to provide univocal answers to the countless disputes that arise among individuals and groups. There will always be situations that are not covered by the rules of the judicial system. Based on these considerations, one can easily conclude that, to a certain degree, inevitably, the role of the judge is intrinsically discretional and creative. Indeed, Mauro Cappelletti pointed this out over twenty years ago in his brilliant essay devoted to the question of judicial creativity.2 The fact that a judge can create law does not mean that this activity can be carried out without any constraints. Yet a judge’s decision is seldom univocally determined by the judicial system alone. From an empirical perspective, it can be asserted that judicial creativity is influenced mainly, by two factors. First, by the characteristics of the judicial system –its complexity, the consistency of its provisions and the clarity of its statements. The more simple, consistent and clear judicial norms are, the more limited the discretionary power of the judges will be. Secondly, creativity depends on the cohesion of the judicial body: a very compact judiciary with similar values will tend to interpret norms in relative agreement. In this case, much depends on the controls that can be placed on the judge, and therefore, the efficiency of the instruments of objection as well as their guarantees of internal and external independence. In a hierarchical structure, where high-level judges are able to influence the decisions of their peers –as was the case, up to some time ago in many continental European countries– there will be a tendency to apply judicial norms more consistently, thereby minimizing the visibility and impact of judicial creativity. Furthermore, if external guarantees were to be reduced, it is
likely that this creativity would be exercised according to the same principles which guide the executive and the legislative bodies. In the second half of the 20th century judicial creativity has become more and more evident, leading to an expansion of judicial power known as the “judicialization of politics”. This expression refers to “a widening in the area of influence of courts and judges at the expense of politicians and/or administrators –in other words, a shift of decisionmaking powers from the Legislative, Executive or Public Administration to the Court.”3 It is true that the bases of this expansion in power are political decisions, such as the introduction of judicial control over the constitutionality of laws which, when examined more carefully, has conferred (in a broad sense) legislative powers upon judges. Reinforcement of guarantees of court independence –another trend from the second half of 20th century– is the result of political decisions. Yet, at the base of the judiciary’s new role there are long term changes in the judicial environment. To start with, there have been deep transformations in public attitudes toward justice –there has been an increase in what is called “a thirst for rights”, which reflects a greater tendency to turn to the judicial system whenever answers cannot be obtained elsewhere4. Most importantly, there has been a massive expansion of the welfare state. Increased involvement of the State in sectors which had once been abandoned to private controls has led to an unprecedented expansion of the judicial system, and as a consequence, a widening in the sphere of influence of judges. At the same time, the expansion of the judicial system has increased its complexity –which, as we have seen, is another feature associated with the expansion of judicial creativity. Clearly, loosening the tie with legal norms and with the law in particular, weakens the bases of judges’ legitimacy in democratic society. Traditionally, especially in Continental Europe –if we follow an interpretation of Montesquieu’s thought– the presence of independent judges in political systems founded on the principle of popular sovereignty, was justified by referring to the “operational” nature of judges as merely executors of decisions. For example, a judge is –as stated in the Italian Constitution– “subject only to the law”
Similarly, if we examine this issue again from an empirical perspective, we find that the ability of independent and creative judges to carry out their duties without generating negative political reactions, which could harm their independence, is influenced by the way they act. As Martin Shapiro7 points out, judicial legitimacy depends, to a large extent, on the myth of judiciary neutrality and independence. Despite the differences between rhetoric and reality, the weight of these ideological representations should not be underestimated. Many of the arguments in favor of voluntary judicial restraint are based on the fact that, without it, the myth of the neutrality of judges would likely be seriously compromised. Another important aspect can be found in the step-by-step, incremental nature of judicial decision-making. To avoid reactions which could result in a loss of power, judges must move slowly, with small, often seemingly insignificant decisions which actually may have considerable implications in the long run. Lastly, judicial decisions are not only incremental, but also contain technical, specialized content –though with strong political implications– which if correctly managed, stirs up the support of a powerful “epistemic community”: the jurists. Generally, a judge is able to be politically effective only when it is capable of satisfying strong political or economic interests. Or, when, after acquiring some legitimacy –through connections with these interests– he/she decides to use this capital for defending underprivileged groups. In any case, it will be extremely difficult for a judge to be effective without some kind of support from society or the political system8. Given these premises, what kind of impact will the European integration process have on the role and power of the judiciary? It appears that this process will benefit the expansion of judicial power. In fact, the power of elective political institutions is being scaled back. Governments and national parliaments are being resized as they transfer shares of sovereignty to the European Union. It is a wellknown fact that the European Union’s institutional structure is highly polycentric; political power is distributed among the Parliament, the Commission, the Council, the Central Bank, the Court of Justice, etc. Moreover, the inevitable conflicts of competences between the European Union and national governments tend to set in motion a dynamic which is characteristic of Federal systems and generally involves a judicial arbitration court. In this respect, the Court of Justice only confirms the experience of other courts –from the U.S. Supreme Court to the Canadian, and the Constitutional Courts from Germany to Spain9. The complexity of the legal system is on the rise as Community norms are added to national ones (not to mention those derived from treaties and international agreements). The situation has been this way for some time and will likely become more accentuated if the Treaty establishing a
Constitution for Europe is finally ratified. On the other hand, the power of the judiciary –or, more accurately, of “judiciaries”– has also been strengthened by the constant weakening of its “enemies”. The ability of political parties to act on behalf of citizens has been on the decrease. Global legitimacy of national politicians also appears fragile, as is clearly shown in the polls provided by Eurobarometer10. In fact, the ongoing expansion process of judicial power will most likely continue. Given the aforementioned circumstances, it is even more probable that the process will intensify as the European Union expands. Could all this be referred to as “Governing with Judges”? On what terms? What does this expression really mean? “The Government of Judges” is an expression used at the start of the 20th century by progressive scholars to criticize the jurisprudence of the U.S. Federal Court. It involved a jurisprudence, which –through broad application of the principle of “due process” on contractual subjects– stringently protected property rights of public programs, especially those which were of a social nature11. The expression, first used by American scholars12, owes much of its diffusion to a French Comparative Law scholar, Edouard Lambert13 who, after World War I, severely attacked proposals to introduce judicial controls on the constitutionality of the Continental European legal system. According to Lambert, this kind of change would imply handing over true legislative power –which was greater than that of Parliaments and largely influenced by owners of economic power– to the judiciary. Lambert overestimated the power exercised by U.S. judges –he even thought they would be able to examine the constitutionality of amendments to the Constitution. In fact, history has shown that the decisions of the U.S. Supreme Court14 were not always conducive to the interests of big business. Notwithstanding, despite the increased complexity of interests the judicial system must face and the need to accommodate political democratic pressure, the role of the judicial institution should not be underestimated. The current situation in Europe has several nuances. On the one hand, it is important to remember that the European Union’s institutional polycentrism also includes the judiciary. As mentioned above, we are faced with many judiciaries, each one with its own characteristics. The tradition of Common Law –though practiced in only a small minority of European Union countries (Great Britain, Ireland and Malta) is radically different from the tradition of Civil Law in the recruitment, training and careers of judges, not to mention the differences between the judicial systems and their structures. Invariably, all of these elements are reflected in the jurisprudence. The difference between Common Law and Civil Law lies mainly in its conception: in Common Law countries there is an agreement whereby the law, or its principles, “naturally” precede and limit political power15. Therefore, obeying the law precedes obligation to the political community. There are many considerable differences between the countries where Civil Law is practiced. There seem to be, for example, differences in the relationship between the judiciary and other political institutions. This relationship is much more conflictive in Latin European countries –where guarantees of independence have been strengthened over the last few years. Conversely, the relationship between the judiciary and other state powers in German and Scandinavian countries is still influenced by the traditional common origin of the judiciary
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and finds within this subjection the limit and basis of his own power. Actually, democratic legitimacy of independent judges does not necessarily come about only from its subordination to the law or to preexisting legal norms; indeed, the way a judge carries out his functions is also of equal importance. Capelletti is once again convincing when he underlines the importance of respecting the fundamental principles of natural justice: “nemo judex in causa propria” and “audiatur et altera pars” 5, in other words, impartiality of judges and the contradictory principle6.
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and the Administration. This is why, in these countries, judges usually refrain from challenging elective political institutions16. As to the EU’s most recent enlargement, many of these countries have just emerged from long undemocratic periods. Though there may be cases of significant judicial “activism”17, these societies do not always show strong support for judges and it might be difficult for them to challenge existing political powers18. Therefore, it is unlikely that in the future, European judiciaries will be able to work as a single actor on developing strong relationships with political and social groups. It is more likely, however, that there will be internal differences, as discussed earlier, which will open the door to more diversified jurisprudence. Nevertheless, there are forces that aim to secure a greater degree of uniformity in the politicalcultural approaches of European judges. For example, many European judges belong, in some form or fashion, to a union. This is especially true for Civil Law countries where the majority of judges are members of union-like associations as a result of the bureaucratic organizational structure. The main priority of these associations is to defend the immediate interests of its members on, for example, economic or retirement issues. Yet, they can also widen their area of competence, including even the elaboration of jurisprudence guidelines. There is currently a tendency toward the coordination of various associations in this area. For some time now there has been a union for European judges whose main objective is to defend and strengthen guarantees of independence for judges19. Another very active group is MEDEL, which coordinates associations of progressive judges all over Europe20. Thus, it is difficult to estimate the extent to which European judiciaries will be able to coordinate themselves and which approach will prevail. Europe should definitely prepare itself to see its judges become more and more involved in the policy-making process. But, if we do not wish to neglect a critical aspect of our democracies, scholars –and public opinion alike– should pay close attention to this issue. Notes This is David Easton’s definition in, A Systems Analysis of Political Life, New York, Wiley, 1965, p.21. 2 Mauro Cappelletti, Giudici legislatori?, Milano, Giuffrè, 1984. 3 Torbjörn Vallinder, “When the Courts Go Marching”, in Neal Tate and Torbjörn Vallinder (eds), The Global Expansion of Judicial Power, New York, New York University Press, 1995, p.13.(Translation by the Editorial Board) 4 Cfr. L. Friedman, La società orizzontale, Bologna, Il Mulino, 2002. 5 M. Cappelletti, op. cit., pp. 65 ss. 6 Nemo judex in causa propria: nobody can be a judge in his own trial. Audiatur et altera pars: listen to both sides (Editorial Coordinator’s Note, E.C.N.). 7 Martin Shapiro and Alec Stone Sweet, On Law, Politics and Judicialization, Oxford, Oxford University. 8 This point is taken from Tom Ginsburg’s analysis in, Judicial Review in New Democracies. Constitutional Courts in Asian Cases, Cambridge, Cambridge University Press, 2003. 9 Crf. Alec Stone Sweet, Governing with Judges, Oxford, 1
Oxford University Press, 2002. 10 According to the most recent data available from the Eurobarometer (n.61 of 2004) covering 25 EU countries, only 14% of the respondents claimed to have confidence in the political parties. This percentage increases to 28% for governments and 32% for National Parliaments. In contrast, the index of trust for the national judicial system is 45% and reaches 71% for the European Court of Justice. 11 Cfr. M. Shapiro, “The United States”, in N. Tate and T. Vallinder, op.cit. , pp. 43-66. 12 Louis Boudin, “Government by Judiciary”, in Political Science Quarterly, 26, 1912, pp. 238-70. 13 Edouard Lambert, “Il governo dei giudici e la lotta contro la legislazione sociale negli Stati Uniti”, Milano, Giuffrè, 1996, (I ed. edición 1922). For the French doctrine on the subject see Michael H. Davis, “A Government of Judges: an Historical View”, in The American Journal of Comparative Law, Vol. 35, 1987, pp. 559-80. A sharp critique of the role of judicial power by Ran Hirschl in, Towards Juristocracy: The Origins And Consequences Of The New Constitutionalism, Cambridge, Harvard University Press, 2004. 14 M. Shapiro, “The United States”, in N. Tate and T. Vallinder, op.cit. 15 Cfr. Angelo Panebianco, Il potere, lo stato, la libertà, Bologna, Il Mulino, 2004, especially pp. 133 and ss. 16 For Germany, cfr. Erhard Brandenburg, “Changes in Political Regimes and Continuity of the Rule of Law in Germany”, in Herbert Jacob et al., Courts, Law & Politics in Comparative Perspectives, New Haven and London, Yale University Press, 1996, pp. 249-314; for Sweden cfr., Kjell A. Modéer, Europeiska vykor, Lund, Corpus Iuris Forlag, 1994. 17 As is the case in Hungary; cfr. László Solynom and Georg Brunner, Constitutional Judiciary in a New Democracy: The Hungarian Constitutional Court, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 2000. 18 According to the most recent data from the Eurobarometer, confidence in the national judicial system in new Member States is only 27%. 19 The European Association of Judges is comprised of 36 countries and is part of the International Union of Judges which has advisory status in the United Nations and in the European Council. 20 MEDEL (European Magistrates for Democracy and Freedom), was founded in 1985, “with the objective of developing a common European culture founded on the respect for the Rule of Law, fundamental freedoms, the defense of judicial independence.(…) MEDEL is currently composed of fourteen associations of judges and public ministries of ten European countries. MEDEL is an organization with advisory status in the European Council which actively participates in the cultural debate on matters of judicial cooperation, defense of the social state, protecting human rights” (E.C.N.)
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I. Introduction: Mirror, Mirror on the Wall – Who is the Most Beautiful of All? The Charter of Fundamental Rights of the European Union has made it into the so-called Constitution. For many this is the center piece, indeed the only justification to call this Treaty a Constitution. It is appropriate that fundamental rights (German preference) or human rights (French preference) should be at the center of such constitutional discussion. But it is also appropriate that one does not allow the normative complexity of the trinity of human rights, constitutionalism and integration to be obscured by our enthusiasms for all three. This essay is meant, thus, to highlight some of the darker aspects of the ongoing debate. There is an undeniable celebratory tone to our human rights discourse. We brandish human rights, with considerable justification, as one of the important achievements of our civilization. We hail our commitment to human rights and their embedment in our legal systems among the signal and mature proofs of Europe’s response to, and overcoming of, its inglorious recent past in World War II. We consider human rights, alongside democracy, as a foundational value of our political order, something it is even worth fighting for. The recent “adoption” of the EU Charter is a final apotheosis of this discourse. Human rights have undoubtedly achieved an iconographical position in European culture. And though we distance ourselves, with disdain, from the more vulgar expressions of American end-of-history triumphalism which gushed forth with the fall of the Soviet empire, that very disdain cannot but conceal Europe’s sense of its cultural superiority and hence its own brand of self-satisfaction and triumphalism. We raise the mirror of human rights, as evidenced by both national and transnational instruments before our collective face, and smile with satisfaction: Yes, We are the most beautiful of all. But, as we know, the Mirror, if only we look carefully, does not hide our warts, blemishes and, at times, downright ugliness. At least it returns a more nuanced picture to the self-admiring gaze. The following are three central features in the debate on human rights, constitutionalism and integration. 1. First, human rights are part of a broader discourse of, and commitment to, constitutions and constitutionalism, often to the thick, hard version of constitutions and
constitutionalism found in, say, the German and Italian legal orders, which embody the notion of Constitution as a higher law. Such developments are noticeable even in countries such as Denmark, Belgium, France and others which had a softer version of constitutionalism and a long tradition of skepticism towards American style judicial empowerment. For its part, the EU already has a very robust version of constitutionalism and the EU Charter is, as noted, perceived by many as the first element in a would-be European Union formalization of that brand of constitutionalism. Concomitantly, human rights also signify the ever increasing acceptance of (and resignation to) the central role of courts and judges in public discourse. Courts are most audacious in asserting their power when they garb themselves in the mantle of guardians of the human rights guaranteed by constitutional documents. They are, too, most successful in mobilizing support for and legitimating their power in the context of human rights. Europe adds an interesting nuance to this phenomenon too. First, one should not forget this little element of self-serving and self-interest as the European Court of Justice rushes to embrace the Charter into its Jurisprudence, a Charter which pointedly was not made part of the European legal order by those whose political and democratic legitimacy is much higher than that of the European Court. Second, whilst there have always been and there is currently perhaps an even increasing specific critique of the so called “activism” of the European Court of Justice and it has even been couched, from time to time, in the language which objects to a Gouvernance des Juges, a more careful look at such criticism usually discovers that it issues from a nationalist sentiment worried more about the loss of national sovereignty to Europe than of popular or parliamentary power to judges. If the European Court were “activist” in the opposite direction, namely slashing European Union power (and make no mistake, this too would be a form of judicial activism) you would find the same critics celebrating the European Court of Justice. In other words, most of the critique is not of the judicial empowerment as such, but of the content which it embraces. Significantly, when national courts, in acts of national judicial empowerment, claiming to protect nationally defined human rights, strike out at the European Court of Justice (and there have been quite a few such expressions in recent years) they are celebrated as protecting national values and identity and sovereignty. Few seem to protest that it is the judiciary,
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often in ways constitutionally shielded from parliamentary challenge, which is deciding fundamental issues which define the relationship of a Member State to the Union. 2. Second, beyond constitutionalism and its concomitant commitment to, or acceptance of, courts and judges as such, there is in the discourse of human rights a great faith in the judicial protection of human rights. We may call this the Habeas Corpus syndrome The point I wish to make is simple enough: Increasingly, the measurement of the efficacy of these documents, of their very reality as meaningful legal instruments is in their invocability by individuals and their enforcement, at the instance of individuals, against public authority by courts. It is the Writ of Habeas Corpus which solidified its position in legal history. In today’s world, documents and declarations which do not have such a quality are often derided as “hortatory”, aspirational, embryonic, all awaiting realization of their potential by arriving at the promised lands of individual invocability and judicial enforceability. 3. Finally, human rights have become an important part of European Integration and European identity discourse. This debate takes place at two levels. The first is the bland affirmation of human rights as being part of a common patrimony et cetera et cetera, good stuff for politicians to drone on about, something akin to Beethoven’s Fifth or the Blue Flag with the Golden Stars. But there is a more serious dimension to this prattle. As the polity grows, as the ability of national mechanisms and instruments to provide democratic legitimacy to European norms is increasingly understood as partial and often formal rather than real, the necessity of democratizing decision making at the European level become ever more pressing. Such democratization requires, in its turn, the emergence of a polity with social commitments, allegiances and ties which is a conditio sine qua non for the discipline of majoritarian decision making. No demos, no democracy. Europe rightly shies away from an ethnic, religious or any other thick form of organic selfunderstanding and political identity. The only normatively acceptable construct is to conceive the polity as a Community of Values, much in the original spirit (though not practice) of Post-Revolution France and the United States. When one grasps for a content for such a community of values, the commitment to human rights becomes the most ready currency. Here are values around which, surely, Europeans can coalesce (and celebrate). There is much truth and much value to our polities in our commitment to constitutional orders which celebrate democracy, human rights and the rule of law; in the seriousness with which we take this commitment as evidence by our willingness to make human rights a veritable legal instruments, often of superior normative value, opposable by individuals against public authorities and adjudicated and enforced by our courts; and in our placing human rights, alongside markets and economic prosperity as defining the values of our emerging European polity. But there are, too, shades, nuances, warts and downright ugly aspects to this picture too which is also worth bearing. II. Constitutional Patriotism: The Last Refuge of the Scoundrel? Why is it that we give such importance to the constitutional
integrity of our legal orders? Why is it, that despite the fact that the European Union has a functional legal order there are strong voices which would like to root it in a formal constitutional document? Why is it that we talk of crisis when national and European constitutionalisms conflict, not least in the area of human rights? There is, of course, no one answer to this question. But any answer would, I believe, have to include at least a shade of the following. We consider the integrity of our national constitutional orders not simply as a matter important to the good functioning of government and an orderly distribution of political power but of moral commitment and identity. Our national constitutions are perceived by us as doing more than simply structuring the respective powers of government and the relationships between public authority and individuals or between the state and other agents. Our constitutions are said to encapsulate fundamental values of the polity and this, in turn, is said to be a reflection of our collective identity as a people, as a nation, as a state, as a Community, as a Union. When we are proud and attached to our constitutions we are so for these very reasons. They are about restricting power, not enlarging it; they protect fundamental rights of the individual; and they define a collective identity which does not make us feel queasy the way some forms of ethnic identity might. Thus, in the endless and tiresome debates about the European Union constitutional order, national courts have become in the last decade far more aggressive in their constitutional self-understanding. The case law is well known. National courts are no longer at the vanguard of the ‘new European legal order’, bringing the rule of law to transnational relations, and empowering, through EC law, individuals vis-à-vis Member State authority. Instead they stand at the gate and defend national constitutions against illicit encroachment from Brussels and Luxembourg. They have received a sympathetic hearing, since they are perceived as protecting fundamental human rights as well as protecting national identity. To protect national sovereignty is passé; to protect national identity by insisting on constitutional specificity is à la mode. On this reading, modern liberal constitutions are, indeed, about limiting the power of government vis-à-vis the individual; they do, too, articulate fundamental human rights in the best neo-Kantian tradition; and they reflect a notion of collective identity as a community of values which is far less threatening than more organic definitions of collective identity. They are a reflection of our better part. But, like the moon, like much which is good in life, there is here a dark side too. It is, first, worth listening carefully to the rhetoric of the constitutional discourse. Even when voiced by the greatest humanists, the military overtones are present. We have been invited to develop a patriotism around our modern, liberal, constitutions. The constitutional patriot is invited to defend the constitution. In some states we have agencies designed to protect the constitution whose very name is similar to our border defenses. In other countries, we are invited to swear allegiance to the constitution. In a constitutional democracy we have a doctrine of a fighting democracy, whereby democratic hospitality is not extended to those who
Very few constitutionalists and practically no modern constitutional court will make an overt appeal to natural law. Thus the formal normative authority of the constitutions around which our patriotism must form and which we must defend is, from a legal point of view, mostly positivist. This means that it is as deep or shallow as the last constitutional amendment: In some countries, like Switzerland or Germany, not a particularly onerous political process. Consequently, vesting so much in the constitutional integrity of the Member State is an astonishing feat of self-celebration and selfaggrandizement, of bestowing on ourselves, in our capacity of constituent power, a breathtaking normative authority. Just think of the near sacred nature we give today to the constitutions adopted by societies, great segments of which were morally corrupted, of the World War II generation in, say, Germany, Italy and elsewhere. A similar doubt should dampen somewhat any enthusiasm towards the new constitutional posture of national courts which hold themselves out as defending the core constitutional values of their polity, indeed its very identity. The limitation of power imposed on the political branches of government is, as has been widely noticed, accompanied by a huge dose of judicial self-empowerment and no small measure of sanctimonious moralizing. Human rights often provoke the most strident rhetoric by courts. Yet constitutional texts in our different polities, especially when it comes to human rights, are remarkably similar. Defending the constitutional identity of the state and its core values turns out in many cases to be a defense of some hermeneutic foible adopted by five judges voting against four. The banana saga, which has taxed the European Court of Justice, the German Constitutional Court, the Appellate Body of the World Trade Organization, and endless lawyers and academics is the perfect symbol of this farce. Finally, there is also in an exquisite irony in a constitutional ethos which, while appropriately suspicious of older notions of organic and ethnic identity, at the very same time implicitly celebrates a supposed unique moral identity, wisdom, and, yes, superiority, of the authors of the constitution, the people, the constitutional demos, when it wears the hat of constituent power and, naturally, of those who interpret it. It was Samuel Johnson who suggested that patriotism was the last refuge of a scoundrel. Dr Johnson was, of course, only partly right. Patriotism can also be noble. But it is an aphorism worth remembering when we celebrate constitutional patriotism, mostly embodied in human rights national or transnational. III. The Charter and the Judicial Protection of Fundamental Human Rights The European Charter is with us and we should make the best of it. But it is still worth asking whether Europe really needed it: Will it actually enhance the protection of fundamental human rights in the Union? European citizens and residents
do not, after all suffer from a deficit of judicial protection of Human Rights. Their human rights in most Member States are protected by their constitution and by their constitutional court or other courts. As an additional safety net they are protected by the European Convention on Human Rights and the Strasbourg organs. In the Community, they receive judicial protection from the ECJ using as it source the same Convention and the Constitutional Traditions common to the Member States. So why a new Charter at all? Most important in the eyes of the Charter promoters was the issue of perception and identity. Ever since Maastricht, the political legitimacy of the European construct had been a live issue; the advent of EMU with its barely accountable European Central Bank added fuel to a perception of a Europe concerned more with markets than with people. It may be true that the European Court guarantees legal protection against human rights abuses, but who is aware of this? A Charter, its supporters said, would render visible and prominent that which until now was known only to dusty lawyers. Additionally, the Charter, as an important symbol, would counterbalance the Euro and become part of the iconography of European integration and contributing both to the identity and identification with Europe. Has this been born out? Only time will tell, but for now the evidence is that it has been lost in the tens of thousands of words which constitute the new “Constitution.” In the debate about the Constitution I do not hear any voice suggesting that voting No in the impending referenda will weaken the protection of human rights European citizens enjoy. Indeed –and this is a critical point– the Charter within the Constitution is seen as much part of a liberal project that has little real socio-economic soul. An American style protector of liberty instead of protector of welfare. Clarity was a second justification often invoked to justify the exercise. The current system of looking to the common constitutional traditions and to the ECHR as a source for the rights protected in the Union is, it is argued, unsatisfactory and should be replaced by a formal document listing such rights. But would clarity actually be added? Examine the text. It is, appropriately drafted in the magisterial language characteristic of our constitutional traditions: Human Dignity is Inviolable etc. There is much to be said for this tradition, but clarity is not one of them. When it comes to the contours of the rights included in the Charter, I do not believe that it adds much clarity to what exactly is protected and what is not. Note however, that by drafting a list and perhaps one day fully incorporating it into the legal order, we will have jettisoned, at least in part, one of the truly original features of the pre-Charter constitutional architecture in the field of human rights– the ability to use the legal system of each of the Member States as an organic and living laboratory of human rights protection which then, case by case, can be adapted and adopted for the needs of the Union by the European Court in dialogue with its national counterparts. The Charter may not thwart that process, but it runs the risk of inducing a more inward looking jurisprudence and chilling the constitutional dialogue.
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would destroy constitutional democracy itself. To be a good constitutional liberal, it would seem from this idiom, is to be a constitutional nationalist and, it turns out, the constitutional stakes are not only about values and limitations of power but also about its opposite: the power which lurks underneath such values.
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Drafting a new Charter, it was said, would give the chance of introducing much needed innovation to our constitutional norms which were shaped by aging constitutions and international treaties. Issues such as bio-technology, genetic engineering, privacy in the age of the internet, sexual identity and, most importantly, political rights empowering the individual could be dealt with afresh placing the Charter at the avant-garde of European constitutionalism. I leave it to the reader to judge whether the Charter has introduced such innovation. In some instances the language used by the Charter risks “deconstitutionalization” of certain rights. The formula quite frequently used of rights “… guaranteed in accordance with the national laws governing the exercise of these rights” may turn out to do considerable damage to constitutional protection of human rights. Whilst it is a formula one finds in constitutional orders of the Member States and international treaties, and whilst it is possible to develop a jurisprudence which separates the existence of a right from its exercise, in the particular circumstances of the Community, it will be very difficult ever to challenge constitutionally a Community (let alone a Member State) measure which replicated the existing law in this or that Member State. This may turn out to be a very regressive development for the protection of human rights. Another regressive scenario is one under which there will be great pressure on the Court to reject any progressive interpretations of various formulae found in the Charter if this turns out to have been rejected by the Convention which drafted the Charter. For example, a proposal to introduce to the Charter “the right for everyone to have a nationality” was rejected during the drafting process. It will be difficult for the Court to articulate such a right. Likewise, Genetic Integrity was dropped from article 3 on the Integrity of the Person. This too might have subsequent interpretative consequences. Many more examples can be found. In general it will be much harder for the Court to crystallize a Community right when such was considered and rejected by a political constituent assembly. In some areas the Charter actually cuts down on protection now offered in the legal order of the Community. Article 51(1) actually reduces the categories of Member State acts which would be subject to European scrutiny, and article 53 at least raises problematic issues on the supremacy of Community law in this area. But most troubling of all is the fact that the Charter exercise served as a subterfuge, an alibi, for not doing that which is truly necessary if the purpose was truly to enhance the protection of fundamental rights in the Union rather than talk about enhancing such protection. The real problem of the Community is the absence of a human rights policy with everything this entails: A Commissioner, a Directorate General, a budget and a horizontal action plan for making those rights already granted by the Treaties and judicially protected by the various levels of European Courts effective. Much of the human rights story, and its abuse, takes place far from the august halls of courts. Most of those whose rights are violated have neither knowledge or means to seek judicial vindication. The Union does not need more rights on its lists, or more lists of rights. What is mostly needed are programs and agencies to make rights real, not simply negative interdictions which courts can enforce.
The best way to drive the point home is to think of Competition Policy. Imagine our Community with an article 81 and 82 interdicting Restrictive Practices and Abuse of Dominant Position, but not having a Commissioner and a DG4 to monitor, investigate, regulate and prosecute violations. The interdiction against competition violations would be seriously compromised. But that is exactly the situation with human rights. For the most part the appropriate norms are in place. If violations were to reach the Court, the judicial reaction would be equally appropriate. But would there be any chance effectively to combat AntiTrust violations without a DG4? Do we have any chance in the human rights field, without a similar institutional set up? One reason we do not have a policy is because the Court, in its wisdom, erroneously in my view, announced in Opinion 2/94 that protection of human rights is not one of the policy objectives of the Community and thus cannot be a subject for a proactive policy. Far more important than any Charter for the effective vindication of human rights would have been a simple Treaty amendment which would have made active protection of human rights within the sphere of application of Community law one of the policies of the Community alongside other policies and objectives in article 3 and a commitment to take all measures to give teeth to such a policy expeditiously.1 Not only was such a step not taken, but article 51(2) made absolute that such a development would be even more difficult to take in the future. IV. Human Rights and Integration As mentioned above, the classical vision regards a commitment to fundamental human rights as a unifying “universal” ideal, one of the core values around which the peoples of Europe may coalesce in a shared patrimony. When the European Court held itself out as the guarantor of fundamental human rights in the field of Community law, was it not merely giving judicial expression (and teeth!) to a common heritage rather than contending with cultural diversity? The answer to this question is “Yes, but...” Beyond a certain core, reflected in Europe by the European Convention on Human Rights, the specific definition of fundamental human rights often differs from polity to polity. Even in a relatively homogeneous cultural zone such as Western Europe, these differences might reflect fundamental societal choices and form an important part in the different identities of polities and societies. They are often that part of social identity about which people care a great deal. Often people might consider that these values as an expression of their specific identity should be respected against any unifying encroachment. Given that the rights are considered fundamental, so would be the differences among them. When the Court has to choose this or that variant of a right “for Europe” it is making, implicitly, a choice about the cultural identity of Europe. The stakes, thus, are high. They are even higher if we consider that many would consider that the autonomy of different societies (certainly Nation-States) to make these identity choices is as important as the choice actually made and that this autonomy should be protected by boundaries as fundamental as the rights themselves. In essence, the exercise of European judicial protection of human rights inevitably manifests the inbuilt dilemma of a multi-nation and
It is worth exploring in greater detail the manifestation and contours of this problem in the context of European integration since this problem challenges the classical view which regards human rights as a net integration value. Modern liberal States, taking their cue principally from a Franco-American rather than British democratic tradition, increasingly acknowledge a “Higher Law” –typically a Constitution, and in more recent time, international treaties – which bind even the legislature of the state. In an increasing number of modern democracies the higher law is backed up by courts and a system of judicial review which give it, so to speak, teeth. Within this constitutional ethos judicial protection of fundamental human rights has a central place. Subjecting the democratically elected legislature to a Court and the norms of a “Higher Law” of fundamental human rights, despite the counter-majoritarian image, is regarded increasingly as a complimentary foundation of democratic governance. Whence this strong appeal of human rights? I think it has to do with two roots. The first of these two roots regards fundamental rights (and liberties) as an expression of a vision of humanity which vests the deepest values in the individual which, hence, may not be compromised by anyone. The other root for the great appeal of rights and part of the justification even if countermajoritarian looks to them as an instrument for the promotion of the per-se value of putting constraints on power. Modern democracy emerges, after all, also as a rejection of absolutism –and absolutism is not the prerogative of kings and emperors. Similar sentiments inform the great appeal of fundamental boundaries in non-unitary systems such as Federal States and the European Union. I use the term Fundamental Boundaries as a metaphor for the principle of enumerated powers or limited competences which are designed to guarantee that in certain areas communities (rather than individuals) should be free to make their own social choices without interference from above. If you wish, if fundamental rights are about the autonomy and self-determination of the individual, fundamental boundaries are about the autonomy and self-determination of communities. At first blush it would seem that these two basic principles need not clash at all. There could be, it would seem, a neat, tidy way to situate fundamental rights and fundamental boundaries within the constitutional architecture of Europe. For example, one set of norms and institutions, nationalconstitutional and/or transnational, would take care of human rights: Ensuring that no public authority at any level of governance would violate the basic autonomy and liberty of the individual. Another set of norms, national-constitutional and/or transnational, would take care of boundaries: ensuring that transnational governance would not encroach on fundamental societal choices of, principally, States. The adoption of the European Convention of Human Rights by the Member States of the Council of Europe is a reflection of this tidy arrangement: The High Contracting Powers of
the Convention retain their full prerogatives as sovereign states. State boundaries constitute thus par-excellence fundamental boundaries which guarantee full autonomy of their respective national societies. The one self-limiting exception concerns the core fundamental human rights given expression in the ECHR which may not be transgressed in any of these societies. Thus, the universalism of human rights and the particularism of fundamental boundaries may rest together like the Wolf and Sheep. You will note, however, that I used the term “core fundamental rights” in drawing this idyll. The neat arrangement which the ECHR may be said to represent can only work in relation to a core which gives expression to those “rights”, or to those “levels of protection”, which are said to be universal, transcending any legitimate cultural or political difference among different societies in, at least, the universe of Europe. The ECHR is premised on this understanding. Critically and crucially the ECHR does not exhaust the spectrum of human rights. By its own self-understanding, whereas the ECHR provides the “minimum standard” of protection “below” which no State may fall, the High Contracting Parties are free, perhaps even encouraged, to offer “higher” standards of protection to individuals. Indeed, part of the uniqueness of States, part of what differentiates them from each other may be the very way they give protection beyond the core universal standard. Thus, the commitment to, and the acceptance of, the ECHR as a universal, culturally transcendent core of human rights is, surely, an expression of a very important aspect of the political culture of a State which brings it together with other States and societies. When this is backed up by submission to transnational machinery of enforcement the commitment is all the more expressive. But, I would argue, the differences in the protection of human rights in these societies within the large band which exists beyond the universal core, is no less an important aspect of the political culture and identity of societies. Human rights constitute, thus, both a source of, and index for, cross-national differentiation and not only cross-national assimilation. There is no dramatic conclusion to this final consideration. It is simply meant as a sobering reminder when we reflect on the import of the various instruments of human rights. In the process of integration, human rights becomes the perfect vehicle both for our celebration and hopes as well as for our hesitations and fears. Note For a full fledge discussion of the need and content of such a policy, see Philip Alston and J. H. H. Weiler, “An ‘Ever Closer Union’ in Need of a Human Rights Policy: The European Union and Human Rights”, Harvard Jean Monnet Working Paper, n. 1, 1999, (www.law.harvard.edu/programs/JeanMonnet/) 1
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multi-cultural polity –that of reconciling the vindication of universal fundamental rights with the vindication of national autonomy guarded by fundamental boundaries.
The Observatory of European Union – Latin American Relations (OBREAL/ EULARO) Inaugural Conference took place on February 3rd and 4th. The meeting, organized by the University of Barcelona, was used as forum to define aspects of the internal structure of the organization and to present an agenda of Public Events, Research and the Dissemination and Information Program (see Puente @ Europa – Vol. III – Issue 0). Here follows a selection of projects and the most relevant conclusions agreed upon during the Conference1: Public Events: -
There will be a presentation of OBREAL/EULARO in Quito, Ecuador, as part of the high level activities week organized by FLACSO–Ecuador and FLACSO– Secretariat to celebrate the inauguration of the new FLACSO–Ecuador campus and to commemorate its 20th anniversary.
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Thematic Working Package I will offer at least two important public activities: o In Buenos Aires, Argentina: a workshop on “National Strategies of Mercosur Member States, Chile and Mexico for Regional Integration and Extra-regional Trade Negotiations”, coordinated by Alfredo Valladao (Chaire Mercosur, Sciences-Po, France) and Roberto Bouzas (Universidad de San Andrés, Argentina). o In Barcelona, Spain: a workshop on “European Union - Mercosur Relations and the WTO Doha Round: Common Sectorial Interests and Conflicts”, coordinated by Alfredo Valladao and Ramón Torrent (Universidad de Barcelona, España).
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Thematic Working Package II will hold a seminar on “Illicit Drugs” which will take place in November, in Bogotá, Colombia. This seminar will be coordinated by Alvaro Camacho (Universidad de los Andes, Colombia).
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Thematic Working Package III will lead a seminar on “Social Cohesion” which will take place in Rio de Janeiro, Brasil, and will be organized around six themes:
Entre los días 3 y 4 de febrero se realizó la Conferencia Inaugural del Observatorio de las Relaciones Unión Europea – América Latina (OBREAL/EULARO). El encuentro, organizado por la Universidad de Barcelona, sirvió para definir aspectos de la estructura interna y para presentar el programa de eventos públicos, investigación y el programa de Diseminación e Información (ver Puente @ Europa – Año 3 – Nro. 0). Con referencia a estos puntos, a continuación presentamos algunos de los proyectos y conclusiones más importantes de la Conferencia1: Eventos Públicos: -
Se realizará una presentación de OBREAL/EULARO en la ciudad de Quito, Ecuador, en el marco de la semana de actividades de alto nivel que organizarán FLACSO–Ecuador y FLACSO–Secretaría General en ocasión de la inauguración de la nueva sede de FLACSO–Ecuador y la conmemoración de su vigésimo aniversario.
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El Area Temática I realizará, al menos, dos importantes actividades públicas: o en Buenos Aires, Argentina: workshop sobre “Estrategias Nacionales de los Estados Parte del Mercosur, Chile y México para la Integración Regional y las Relaciones Comerciales extra-Regionales” coordinado por Alfredo Valladao (Chaire Mercosur, Sciences-Po, Francia) y Roberto Bouzas (Universidad de San Andrés, Argentina). o en Barcelona, España: el workshop sobre “Relaciones Unión EuropeaMercosur y la Ronda Doha de la OMC: Intereses y Conflictos Sectoriales Comunes”, coordinado por Alfredo Valladao y Ramón Torrent (Universidad de Barcelona, España).
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El Area Temática 2 organizará un seminario sobre “Drogas Ilícitas” que tendrá lugar en noviembre en Bogotá, Colombia. La coordinación estará a cargo de Alvaro Camacho (Universidad de los Andes, Colombia).
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El Area Temática 3 estará a cargo del seminario sobre “Cohesión Social”, que se realizará en Río de Janeiro, Brasil, y se organizará en torno a seis temas:
a) International Cooperation: An Asymmetrical Relationship?; b) Urban Spaces; c) International Immigration; d) Ethnic and Social Diversity; e) New Social Policies; f) Inequality and Gender. -
At the end of this year, Thematic Working Package IV will organize a seminar on “Global Governance” to mark the 30th anniversary of FLACSO–Mexico.
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Thematic Working Package V will organize two public events: o A meeting between judges of Mercosur and the European Union which will take place at the University of Bologna, campus of Buenos Aires. The event will supplement the thoughts and ideas contained in the this issue of Puente @ Europa. o In the month of September a seminar will be held in Buenos Aires, on “Argentina’s Foreign Debt: A Focus on Constitutional and International Tax Law”, organized by Víctor Uckmar, Professor Emeritus at the University of Genova.
Research and Publications: The first Background Paper, “European Union – Latin American Relations over the Last Ten Years: the Result of Non-existent Policy. An Empirical, and Hopefully Promising, Analysis”, by Ramón Torrent, was presented at the Inaugural Conference. Other Background Papers to be published this year are: -
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By the Thematic Working Package I in collaboration with the World Trade Organization: “Latin America and the Treatment of Sensitive Trade Issues in North-South Preferential Trade Agreements” and “Latin America and the International Regulatory Framework for Foreign Direct Investment: National, Bilateral, Regional and Multilateral”. By the Thematic Working Package IV: “European Union – Latin American Countries Convergence and Divergence in Multilateral Institutions on Economic and Social Issues” and “European Union – Latin American Countries Convergence and Divergence in Multilateral Institutions on Political and Security Issues”.
a) Cooperación internacional: ¿Una relación asimétrica?; b) Espacios urbanos; c) Migraciones internacionales; d) Diversidad étnica y social; e) Las nuevas políticas sociales; f) Género y desigualdad. -
El Area Temática 4 organizará hacia fin de año, en el marco del 30º aniversario de FLACSO-México, un seminario sobre “Gobernanza Global”.
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El Area Temática 5 organizará dos eventos públicos: o un encuentro entre jueces del Mercosur y la Unión Europea, que se realizará en la Representación en Buenos Aires de la Universidad de Bologna. El evento complementará las reflexiones contenidas en el presente número de Puente @ Europa. o Durante el mes de septiembre se realizará en Buenos Aires el seminario “La deuda exterior argentina: Un enfoque de derecho tributario constitucional e internacional”, bajo la coordinación de Víctor Uckmar, profesor emérito de la Universidad de Génova.
Investigación y Publicaciones Durante la Conferencia Inaugural se presentó el primer Background Paper: “Las Relaciones Unión Europea – América Latina en los Últimos Diez Años: el Resultado de la Inexistencia de una Política. Un Análisis Empírico y Esperanzado”, de Ramón Torrent. Otros Background Papers ya definidos para su publicación durante este año son: -
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elaborados por el Area Temática I en colaboración con la Organización Mundial de Comercio: “América Latina y el Tratamiento de Comercio en Sectores Sensibles en los Acuerdos Preferenciales de Comercio Norte-Sur” y “América Latina y el Marco Regulatorio Internacional para la Inversión Extranjera Directa: Nacional, Bilateral, Regional y Multilateral”. elaborados por el Area Temática IV: “Convergencia y Divergencia en el marco de las Instituciones Multilaterales, entre los países de la Unión Europea y América Latina sobre cuestiones económicas y sociales” y “Convergencia y Divergen-
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By the Thematic Working Package V: “Civil Society and Politics and Institutions in Latin America: Institutional erosion vs. Institutional transformation. A Comparative Analysis”.
Thematic Working Package II and III will produce Background Papers in relation to the two seminars organized by them during the year (see Public Events). We plan to publish Policy Briefs which will highlight the political importance of issues analyzed within the Thematic working packages or will focus on new emerging topics of interest. Three of these documents were presented at the Inaugural Conference: -
“European – Latin American Relations in a New Era: Relaunching Regionalism and the New Multilateralism”, written by the Instituto de Estudos Estrategicos e Internacionais, Portugal, Thematic Working Package IV. Alvaro Camacho: “Drug Trafficking and Violence in Colombia: National and International Considerations”, Universidad de los Andes, Colombia, Thematic Working Package II. Giorgio Alberti and Julio Cotler: “Institutional Erosion in Latin America”, Universidad de Bologna, Representación en Buenos Aires and Instituto de Estudios Peruanos, Perú, Thematic Working Package V.
The first Specialist Paper 2 was presented by Félix Peña at the Inaugural Conference: “Latin America and the European Union in a World of Quicksand: Contributions to the Analysis of the Current Situation and the Future of the Bi-regional Economic Relations”, Universidad de Tres de Febrero, Argentina. Dissemination and Information Program The network’s website has been accessible since March at: www.obreal.org and www.eularo.org. By April, all institutional contents will be uploaded and the Press Reviews and Monitor of Regional Integration sections will be inaugurated. All network publications (see Research and Publications) will also be available as downloadable files. Starting in April, the OBREAL/EULARO Newsletter will be published fortnightly in digital format by the University of Bologna, campus of Buenos Aires. The Newsletter will include a letter from the Editor, press reviews, full text opinion articles and the OBREAL/EULARO schedule of events. It will be distributed through a database of network contacts. Also starting in April, the Monitor of Regional Integration section will be up and running. The Monitor will contain updated information on Latin America integration processes. FLACSO–Argentina will be responsible for its publication and it will be supplemented by Regional Integration Monitor Briefs provided by the Fundação Centro de Estudos do Comercio Exterior, Brasil. Notas For more information on public events, research and the Dissemination and Information Program, visit the OBREAL/EULARO website: www.obreal.org or www.eularo.org. 2 Specialist Papers will be written by guest scholars on themes of emerging interest. 1
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cia, en el marco de las Instituciones Multilaterales, entre los países de la Unión Europea y América Latina sobre cuestiones de políticas y de seguridad”. elaborados por el Area Temática V: “Sociedad Civil y Política e Instituciones en América Latina: Erosión vs. Transformación Institucional. Un análisis comparado”.
Las Areas Temáticas II y III contribuirán con Background Papers que serán elaborados en el marco de los dos seminarios que organizarán durante el año (ver Eventos Públicos). Se prevé la publicación de Policy Briefs en los que se destacará la importancia o se presentarán nuevos enfoques para el tratamiento de problemas específicos. Durante la Conferencia Inaugural se presentaron tres documentos de este tipo: -
“Las Relaciones Europeas y Latinoamericanas en una Nueva Era: Relanzando el Regionalismo y el Nuevo Multilateralismo”, a cargo del Instituto de Estudos Estratégicos Internacionais, Portugal, Area Temática IV. Alvaro Camacho: “El Narcotráfico y la Violencia en Colombia: Algunas Dimensiones Nacionales e Internacionales”, Universidad de los Andes, Colombia, Area Temática II. Giorgio Alberti y Julio Cotler: “Erosión Institucional en América Latina”, Universidad de Bologna, Representación en Buenos Aires, e Instituto de Estudios Peruanos, Perú, Area Temática V.
Durante la Conferencia inaugural se presentó el primer Specialist Paper2 a cargo de Félix Peña: “Latinoamérica y La Unión Europea en un Mundo de Arenas Movedizas: Aportes al Análisis del Estado Actual y del Futuro de las Relaciones Económicas Birregionales”, Universidad de Tres de Febrero, Argentina. Programa de Difusión e Información El sitio web de la red está disponible desde el mes de marzo en www.obreal.org y www.eularo.org. Durante el mes de abril se completará la carga de los contenidos institucionales y comenzarán a funcionar las secciones Press Reviews y Monitor of Regional Integration. También estarán disponibles para su descarga todas las publicaciones de la red (ver Investigación y Publicaciones). Durante el mes de abril comenzará a publicarse quincenalmente en formato digital el Newsletter OBREAL/EULARO, a cargo de la Representación en Buenos Aires de la Universidad de Bologna. El Newsletter incluirá una carta del editor, resúmenes de noticias, artículos de opinión en versión full text y la agenda OBREAL/EULARO. Su distribución se realizará a través de la base de datos de contactos de la red. A partir del mes de abril comenzará a funcionar el Monitor of Regional Integration que contendrá información actualizada sobre los procesos de integración de América Latina. Esta publicación estará a cargo de FLACSO–Argentina y será complementada por los Regional Integration Monitor Briefs elaborados por la Fundação Centro de Estudos do Comercio Exterior, Brasil. Notas Para más información sobre los eventos públicos, investigaciones y el programa de diseminación e información, visitar el sitio web de OBREAL/EULARO: www.obreal.org o www.eularo.org. 2 Los Specialist Papers serán elaborados por académicos invitados para estudiar un tema de interés emergente. 1
Susana Czar de Zalduendo Degree in Law and postgraduate degree in Legal Advice to Companies (University of Buenos Aires, Argentina). She is Professor and Coordinator of a Jean Monnet Module in European Integration at the University of Bologna, campus of Buenos Aires. From 1994 to 2004 she was an External Advisor for the Mercosur Department at the Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina (Ministry of Foreign Affairs of Argentina). She is currently a Substitute Referee in the Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur (Permanent Court of Review). She is an expert in Economic Integration and International Economic Law. Luciana Gil Degree in Political Sciences (University of Buenos Aires, Argentina) and postgraduate studies at the University of Bologna, campus of Buenos Aires. Carlo Guarnieri Degree in Political Sciences (University of Florence, Italy). He is currently Professor at the University of Bologna, Italy. From 1997 – 2000 he was the Dean of the Faculty of Political Sciences of the University of Bologna. He is a specialist in Comparative Judicial Systems (he recently wrote a book on a topic related to present issue of Puente @ Europa, edited by Il Mulino, Giustizia e politica. I nodi della Seconda Repubblica). Paolo Mengozzi Degree in Law (University of Bologna, Italy). He has been a visiting Professor at Johns Hopkins University (Bologna Center), Italy, St. Johns and Georgetown, United States, and the International University Institute of Luxembourg, among other institutions. He is currently Professor of International Law and Jean Monnet Professor ad personam at the University of Bologna, Italy (European Community Law). He has been a judge at the Court of First Instance of the European Communities since 1998. He is a specialist in International Law and European Community Law. Emiliano Montenegro Graphic Design student (University of Buenos Aires, Argentina), photographer and artist. He specializes in Editorial Design, Montages and Photographic Collages. José Antonio Moreno Ruffinelli Degree and Ph.D in Law (National University of Asunción, Paraguay). In Paraguay, he is Professor at the following universities: National University of Asunción, the Our Lady of Asunción Catholic University, Institute of Strategic Studies and of Diplomatic Academia. He was Minister of Foreign Affairs of Paraguay and Ambassador in Brazil. He is currently President of the Tribunal Permanente del Mercosur and President of the Academia Paraguaya de Lengua Española (Paraguayan Academy of the Spanish Language). He is a specialist in International and Civil Law.
Susana Czar de Zalduendo Licenciada en Derecho con un Postgrado en Asesoramiento Jurídico de Empresas (Universidad de Buenos Aires, Argentina). Es Profesora y Coordinadora del Módulo Jean Monnet en Integración Europea de la Universidad de Bologna, Representación en Buenos Aires. Fue Asesora Externa de la Dirección Mercosur del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina desde 1994 hasta 2004. Actualmente es Árbitro suplente del Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur. Es especialista en Integración Económica y Derecho Económico Internacional. Luciana Gil Licenciada en Ciencia Política (Universidad de Buenos Aires, Argentina) con estudios de Postgrado en Relaciones Internacionales en la Universidad de Bologna, Italia. Carlo Guarnieri Licenciado en Ciencia Política (Universidad de Florencia, Italia). Es Profesor de la Universidad de Bologna, Italia. Entre los años 1997 y 2000 fue Decano de la Facultad de Ciencias Políticas de dicha Universidad. Es especialista en sistemas judiciales comparados y en la relación entre jueces y política (tema sobre el cual ha publicado recientemente el libro editado por Il Mulino, Giustizia e politica. I nodi della Seconda Repubblica). Paolo Mengozzi Licenciado en Derecho (Universidad de Bologna, Italia). Ha sido Profesor invitado en la Universidad Johns Hopkins (Bologna Center), Italia, St. Johns y Georgetown, ambas en Estados Unidos y en el Instituto Universitario Internacional, Luxemburgo, entre otras instituciones. Actualmente es Profesor de Derecho Internacional y titular de la cátedra Jean Monnet ad personam de Derecho de las Comunidades Europeas en la Universidad de Bologna, Italia. Es juez del Tribunal de Primera Instancia de las Comunidades Europeas desde 1998. Es especialista en Derecho Internacional y Derecho Comunitario. Emiliano Montenegro Estudiante de Diseño Gráfico (Universidad de Buenos Aires, Argentina), fotógrafo y artista plástico. Se especiliza en diseño editorial, montajes y collages fotográficos. José Antonio Moreno Ruffinelli Licenciado y Doctor en Derecho (Universidad Nacional de Asunción, Paraguay). En Paraguay, es Profesor de la Universidad Nacional de Asunción, de la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción, del Instituto de Altos Estudios Estratégicos y de la Academia Diplomática. Fue ministro de Relaciones Exteriores del Paraguay y embajador en Brasil. Actualmente es Presidente del Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur y Presidente de la Academia Paraguaya de Lengua Española. Es especialista en Derecho Internacional y Derecho Civil.
Martín Obaya Degree in Economics (University of Buenos Aires, Argentina), and postgraduate studies at the University of Bologna, campus of Buenos Aires and at the University of Barcelona, Spain.
Martín Obaya Licenciado en Economía (Universidad de Buenos Aires, Argentina), con estudios de Postgrado en Relaciones Internacionales en la Universidad de Bologna, Italia y en la Universidad de Barcelona, España.
Gil Carlos Rodríguez Iglesias Degree in Law (University of Oviedo, Spain) and Ph.D in Law (Universidad Autonoma de Madrid, Spain). He is currently Professor at the Universidad Complutense de Madrid, Spain. From 1986 to 2003 he was a judge in the Court of Justice of the European Communities, and was President of the Court from 1994. He is a specialist in International Public Law and European Community Law.
Gil Carlos Rodríguez Iglesias Licenciado en Derecho (Universidad de Oviedo, España) y Doctor en Derecho (Universidad Autónoma de Madrid, España). Es Profesor de la Universidad Complutense de Madrid, España. Entre 1986 y 2003 fue Juez del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, desempeñándose como Presidente desde el año 1994. Es especialista en Derecho Internacional Público y en Derecho Comunitario Europeo.
Vassilios Skouris Degree in Law (Free University of Berlin, Germany) and Ph.D in Constitutional and Administrative Law (Hamburg University, Germany). He was Professor at Hamburg University and the University of Bielefeld, Germany, as well as the University of Tesalónica, Greece. From 1989 to 1996, he was Minister for the Interior in Greece. He has been a judge in the Court of Justice of the European Communities since 1999, and President of the Court since 2003. He is a specialist in Public Law and European Community Law.
Vassilios Skouris Licenciado en Derecho (Universidad Libre de Berlín, Alemania) y Doctor en Derecho Constitucional y Administrativo (Universidad de Hamburgo, Alemania). Fue Profesor de la Universidad de Hamburgo, de la Universidad de Bielefeld, ambas de Alemania, y de la Universidad de Tesalónica, Grecia. Entre los años 1989 y 1996, se desempeñó como Ministro del Interior de Grecia. Desde 1999 es juez del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, donde se desempeña como Presidente desde el año 2003. Es especialista en Derecho Público y Derecho Comunitario Europeo.
Joseph Weiler Degree in Law (University of Sussex, UK), LL.B and LL.M (Cambridge University, UK), Diploma of International Law (The Hague Academy, Holland) and a Ph.D. in European Law (European University Institute, Italy). He was Professor at the European University Institute, Italy, and at Harvard University, United States. He is Jean Monnet Professor ad personam at the New York University, United States, and at the College of Europe (Bruges, Belgium and Natolin, Poland). He is presently Director of the Jean Monnet Center at the New York University, United States. He is a specialist in International Law and European Community Law.
Joseph Weiler Licenciado en Derecho (Universidad de Sussex, Reino Unido), Master en Derecho (Universidad de Cambridge, Reino Unido), Diplomado en Derecho Internacional (Academia de la Haya, Holanda) y Doctor en Derecho Europeo (Instituto Universitario Europeo, Italia). Fue Profesor del Instituto Universitario Europeo, Italia, y de la Universidad de Harvard, Estados Unidos. Actualmente es Profesor Jean Monnet ad personam de la Universidad de Nueva York, Estados Unidos, y del Colegio de Europa (Brujas, Bélgica y Natolin, Polonia). Actualmente es Director del Jean Monnet Center de la Universidad de Nueva York, Estados Unidos. Es especialista en Derecho Internacional y Derecho Comunitario Europeo.
Editorial Coordinator’s Note: The curricula included in this section have been summarized and edited by the Editorial Coordinator. Any mistake or omission is his sole responsibility.
Nota del Coordinador Editorial: los breves curricula incluidos en esta sección han sido sintetizados y redactados por el Coordinador Editorial. Cualquier error u omisión queda exclusivamente bajo su responsabilidad.
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