Octubre 2017
MOMENTOS QUE VIENEN
PESE A LA DISTANCIA
The Rocky Horror Show
No
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QLJrevista
hogar
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REDACCIÓN Somos un grupo de amigos bastante diverso que decició romper con la rutina y hacer algo nuevo. Nuestro objetivo es escribir algo que te entretenga de forma distentida y ¿por qué no? hacerte reflexionar.
EDICIÓN Guillermo Vidal Fernando Vidal DISEÑO GRÁFICO Melissa Francica facebook: Melissa Francica
FOTOGRAFÍA Camila Romero facebook: sunday morning fotografía
Guille Vidal Fer Vidal Cami Romero Romi Russo Robi Díaz Maca Pena Blanco Jeison Quintero Facu Rivas Euge Pena Blanco Meli Francica Fer Saliceti Jose Vera Matías Cukierman Flor Ricci
ILUSTRACIONES Jose Vera jose.vera@outlook.com.ar
Jeison Quintero ESTAMOS EN:
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Hay algo acerca de lo que llamamos “hogar” que nos transmite esa sensación de paz y seguridad que tanto anhelamos. Deben haber infinitas posibilidades del mismo, con variaciones que vayan desde lo meramente físico hasta lo más asociado a lo emocional. Particularmente puedo recordar el mío en aquella casa en la que crecí, acompañado por mis hermanos, padres y las visitas dominicales de la tía (siempre con varias bolsas colgando y algún rico postre en un tupper). Siento el primer hogar como aquel relacionado a la infancia y al igual que nosotros es normal pensar que este vaya mutando. A veces para bien, otras no tanto... Pero atravesada esta primera construcción uno se encuentra un poco desnudo. ¿A dónde voy ahora? Es ahí donde empezamos a construir nuestro segundo hogar, aquel que elegimos y, ya sea porque queramos que este nuevo hogar sea como aquel primero, que conserve algunas de sus características o que sea totalmente lo opuesto, el peso de la herencia es innegable. De entre todas las cosas que pueden nutrir al hogar hay una sola característica que creo que es común a todos ellos: es el lugar al cual siempre podemos regresar. 2
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Ilustraciones: Belén Rebobinada
Momentos Que Vienen por Facu Rivas
La fogata que combina por Matías Cukierman
Participación especial!!
Insomnio
Pese a la distancia por Jeison Quintero
por Maca Pena Blanco
Esta revista se terminó de imprimir en el mes de octubre de 2017 en la Cooperativa Gráfica del Pueblo - Tinogasta 3870 (Villa del Parque), Capital Federal, Argentina.
por Mel
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ebo tener un apego especial por la niñez que pasé, con quienes la pasé y en el lugar donde la pasé. No fue mala en algunos aspectos. Algunos varios, siendo justo, casi compensando las carencias que no siempre son las materiales. Mis vivencias cotidianas en esa época forjaron la idea de lo que representa, para mí, la palabra “hogar”. Resulta ser un tesoro invaluable, una montaña a la que es imposible pasarle por el costado a la hora de intentar formar, justamente, un hogar, a lo largo de toda la vida. Mientras escribía el borrador de este texto en un cuaderno, me encontraba arrodillado al lado de la cama usándola como escritorio, con una postura similar a la que se pone alguien que va a pedirle algo a lo que sea que esté más allá, más arriba y con mucha barba. Es una costumbre que adquirí en la niñez y en la que muchas veces sigo incurriendo, incluso teniendo un escritorio de mimbre y caña a tres metros de mi cama. Y expongo esto para mostrarles el impacto que me dejó la infancia, en el lugar donde me crié. Me gusta pensar en el hogar como el conjunto de momentos que nos traen una serenidad total (casi) a prueba de presiones del afuera; ratos de felicidad como pinchazos; 4
y seguridad física, necesariamente en compañía de alguien y en un lugar particularmente acogedor. Y digo que son momentos porque en una casa no siempre se puede estar en paz, feliz o seguro. De hecho, conforme se es más grande, más difícil se hace el sentirse de alguna de estas tres formas, y casi imposible que las tres se aliñen. Y es por eso que también estoy seguro de que (alerta de obviedad) mi concepto de hogar está muy ligado a la infancia. Dicho esto, la pregunta definitiva que me hice no fue “¿Qué es el hogar?”, sino “¿Qué te trae la palabra ‘hogar’”? Y la respuesta comprende detalles de mi vida anterior que se chocan con la realidad que, como muro de concreto, se nos atraviesa a todos. No es que quiera aburrirlos con aspectos de mi infancia que son innecesarios para ustedes, pero me sirve para ilustrar un poco mi concepto de hogar, que es el que les di más arriba. Así que si vuelven varios años atrás, me pueden ver, por ejemplo, acostado en una cama de madera, en mis tiernos nueve años, semidormido a media mañana y reprimiendo un sueño cualquiera. De a poco, el zumbido del secarropas de mi vieja se va apoderando de lo que sea que esté soñando. Y me despierto con el centrifugado rústico de ese Koh-I-Noor
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(“Cóinor”, para los cuadrados como yo) y con el rezongo maternal por algún pedazo de algo contundente rechinando dentro del aparato, probablemente una moneda de diez centavos que mis hermanas se habrán olvidado en los bolsillitos de esos jeans con la cintura bien arriba, tan propios de la época. No podría haber sido yo, jamás. ¿Cómo iba a ser yo, que contaba los centavos y vigilaba el departamento en toda su extensión, al acecho de cualquier cachito de níquel que aumentase mi patrimonio de casi un kilo de plastilina y unos pocos pesos adentro de una lata de Pringles? Y hablando de esos fines de años noventa ¡Cómo olvidar ese cassette de música mezclada con éxitos como los de los Backstreet Boys, el “Cómo te lo digo” de Comanche o el “Provócame” de Chayanne! Esos temas que hacían que mis hermanas se pusieran a bailar frenéticas junto con una o dos amigas. Quizá fuera uno de los pocos momentos en que se llevaban bien, sobre todo cuando yo estaba enchufado al Sega Genesis y no las molestaba. No puedo evitar escuchar esos temas tan pegadizos, evocar esas memorias y los románticos españoles que se adueñaban de la casa de mi madrina. Teníamos a Dyango y a Camilo Sesto sentados al lado nuestro, casi, degustando los chinchulines de Omar, su marido. Los olores me remiten también a esos días en donde estábamos en nuestro hogar, ese lugar primigenio, “casa”, el sitio donde vivíamos con la tía Alida, que siempre guardaba las
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galletitas de agua en un tupper enorme y rojo con una tapa quebrada. No había manera que esas Criollitas no se humedecieran. Y ese aroma tan característico tampoco me disuadía de abrir el recipiente y liquidar una o dos de ellas. O tres, si es que había que darle de comer al loro. Tiempo después de que falleciera ella, ese tupper iba a guardar jabón en polvo Granby, al que le buscaba siempre los triangulitos azules y verdes para ver si sonreían como en la publicidad. La tía Alida forma parte de ese hogar al que recurro a veces. Su devoción a la hora de intentar sentarme en una silla para que me pusiera a hacer la tarea, su máquina de coser Singer con un pedal enorme de metal debajo de la mesa. Y en algunos momentos, cuando ceno, aparece ella delante mío, sentada y pidiendo más Termidor como nadie más en toda esta galaxia: levantando ese vaso metálico y agitándolo como bandera blanca, a la espera de que alguien notara su sed, manifestada en su mano con un actuado temblor esencial, y le sirviera más. Y ahí estaba yo, imitándola para que me sirvieran más “Pesi”. Y la reprimenda iba a mí, claro, porque todo eso de llamar la atención con el vasito vacío del postre Fity, que traía monstruos coleccionables, era de mala educación. Todas estas son pinceladas para mostrar mi idea de hogar. Son recuerdos que se quedan en uno y que condicionan a la hora de formar un nido más adelante, en la edad adulta. Comer ciertas comidas en ciertas fechas, 5
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ILUSTRACIONES:
Belén Rebobinada
no necesariamente las de las Fiestas. Acomodar libros, platos y demás como lo veía de chico, porque, claro, “así se ordenan las cosas”. Ubicar los muebles y electrodomésticos con determinados patrones es otro detalle. Y aunque mi vieja tuviera una obsesión (de la que todavía no se libra) por moverlo todo cada cierto lapso de meses, semanas o incluso días, la mesa, las sillas combinadas con la mesa, la heladera de casi veinte años, la biblioteca repleta de libritos de la colección de Crónica y el mueble que sostenía la tele y funcionaba de alacena, caja de herramientas y botiquín, siempre caían en lugares recurrentes en cada cambio de configuración de la casa. Y es que hacía falta que el chi fluyera lo mejor posible. Entonces, ¿Qué me trae la palabra ‘hogar’? La tranquilidad de estar en un lugar propio, con quienes yo quiera, y confeccionando sin querer momentos que van a determinar que ese espacio de convivencia sea un hogar propiamente dicho. Y me cuesta verlo como un lugar donde se está solo. Incluso me parece muy posible vivir solo en un lugar, pero recibiendo visitas de gente a la que se quiere. Las memorias más gratamente significativas que tengo de mi infancia incluyen a alguien, sin 6
excepción. Una última reflexión que hago. En un tramo de la película Bopha!, ambientada en Sudáfrica durante el apartheid en los ’80, a la madre de un estudiante y esposa de un policía, encarnado por Danny Glover, le queman la casa en represalia por los actos brutales del cuerpo uniformado que termina matando a varios estudiantes. Ella acude lo más rápido posible ante el aviso y se queda al lado de la morada, impotente y desolada ante el fuego que lo consumía todo. Un par de escenas después, aparece el policía. Se acerca lentamente a la mujer, tirada en el piso de costado y sin moverse. Se cerciora de que esté viva, la ve jugando con un dedo en la tierra al lado de los restos de una estructura arruinada, en su mundo, un mundo ya destruido. Pero la cámara muestra el foco de atención del hombre, y nunca es en la casa. Mira a su esposa, la abraza y se quiebra. Y a pesar de la desazón de haber perdido tanto y aun sin saber la suerte futura de su hijo, un activista en contra del apartheid que fue detenido por él mismo, su hogar no había muerto, porque ella seguía con vida. Y los recuerdos no se pueden quemar.
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uscando la etimología de la palabra hogar topé con algunas definiciones que me dejaron meditando sobre el real significado de la misma. Para la RAE, se trata por ejemplo de familia, grupo de personas emparentadas que viven juntas y también centro de ocio en el que se reúnen personas que tienen en común una actividad, una situación personal o una procedencia. Wikipedia, esa mole de dudosa veracidad, aporta que la palabra hogar se usa para designar a un lugar donde un individuo o grupo habita, creando en ellos la sensación de seguridad y calma. En esta sensación se diferencia del concepto de casa, que sencillamente se refiere a la vivienda física. La palabra hogar proviene del lugar donde se encendía el fuego, a cuyo alrededor se reunía la familia para calentarse y alimentarse. Pienso en la sala de ensayo, centro de ocio y reunión para una de las actividades más legendarias del hombre en sociedad como es la música. Pienso en el fogón como ese sitio para la música donde por costumbre hasta el menos ducho de los ejecutantes se anima a interpretar alguna que otra de esas que sabemos todos. Y pienso en que, por detalle técnico y facilidad de interpretación, existen algunas canciones que se prestan con mayor facilidad al rito del fogón o al intento de imitación en salas por su simpleza melódica (mas
no por ello de menor valor musical) y casi siempre vinculadas a la poesía y el ritmo folk. Me ilumino un instante al calor de ese fogón mientras templo las cuerdas de una guitarra y entono sin orden preciso las letras de un par de discos que tengo a mano. Digo hogar y empiezo por Mi cuarto (1973) de Vivencia, el dúo formado por Héctor Ayala y Eduardo Fazio. Clásicos como Los juguetes y los niños y Natalia y Juan Simón acompañan al tema que da título al disco y que proclama al hogar como refugio del mundo, de los demás y de las heridas que ellos pueden causar. Salgo de la habitación, me asomo a la puerta de casa y veo el cartel de la calle Conesa. Se trata de la pensión en que vivían los famosos Pedro y Pablo (es decir, Miguel Cantilo y Jorge Durietz) junto a mujeres, niños, mascotas y la banda de acompañamiento que incluía a algunos miembros de La Cofradía de la Flor Solar como Kubero Díaz (también autor de los dibujos internos) y Quique Gornatti. Del disco, del año 1972, participan también Néstor Paul, Alex Zucker, Rubén Lezcano y Roque Narvaja. No me decido si cantar Padre Francisco, el Blues del éxodo o Apremios ilegales y termino finalmente decidido por la que realmente conseguirá aprobación general: Catalina Bahía. Lindo disco que cierra con una adaptación del poema de Rimbaud, Alba, convertido en El alba
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del estío por la pluma de Durietz. Avanzo por la calle, miro el barrio y pienso que el hogar también es la ciudad. Quedo suspendido aún en Pedro y Pablo y su disco inaugural de 1970 que manifiesta, para que quede bien claro, que Yo vivo en esta ciudad. Se trata de un disco que define muy bien las costumbres de la época y define el contexto histórico del momento. Así, a los clásicos ¿Dónde va la gente cuando llueve?, Marcha de la bronca y Yo vivo en esta ciudad, se le prenden temones como La quimera del confort, Guarda con la rutina o Los perros homicidas Tal vez me quedan como treinta y siete temas de Sui Géneris, los verdaderos popes del folk rock junto a León, pero el fuego de la leña se apaga, la hora de ensayo culmina y solo puedo atinar a rematar una frase de Vagabundear, de Joan Manuel (Serrat, obvio) que dice así: “(...) donde haya lumbre y vino tengo mi hogar; y para no olvidarme de lo que fui, mi patria y mi guitarra la llevo en mí. Una es fuerte y es fiel, la otra un papel”. Me vuelvo a casa, definición primera del término hogar, pensando que al evocar tanta música, alguno quedará prendido, las sintonizará y seremos más cuando el fogón vuelva a encenderse, el vino endulce los labios, la patria sea un papel garabateado con letras y músicas que una guitarra fuerte entonará. Hasta entonces. 7
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brí los ojos de sobresalto. Alguien había estado llamándome entre sueños. –Otra vez… –dije, sentado al borde de la cama. No era la primera vez que me pasaba y quién sabe si sería la última. Caminé desde el cuarto hasta la cocina con las luces apagadas. El pasillo es bastante estrecho pero como no quería molestar a las nenas preferí hacerlo de ese modo. Me había despabilado. Pensé que a esa altura de la noche un té de manzanilla no podía empeorar mi insomnio. Ya en la cocina, agarré una taza, una cuchara y un saquito nuevo de la alacena. Después, calenté agua en la pava y la serví apenas empezó a silbar. Le agregué dos cucharaditas de azúcar y lo revolví. Probé un sorbo. Me detuve un segundo antes de escupirlo en el lavaplatos.
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Estaba helado. Confundido, metí la mano adentro de la pava para comprobar si el agua estaba caliente. Definitivamente no lo estaba. –Entonces… ¿Qué habrá sido ese ruido? –me pregunté por lo bajo. De repente, volví a escuchar el mismo silbido de antes. No era la pava. Tampoco el viento entrando por la ventana. Y una vez más, el silbido. Sin lugar a dudas, venía de otro cuarto. “Del de las nenas” pensé, mientras un escalofrío me arañaba la columna vertebral. Un presentimiento horrendo me acobardó. Imaginé lo peor. Atemorizado, caminé hasta la primera puerta del pasillo y husmeé por la cerradura. No pude ver nada. Estaba demasiado oscuro, como siempre. El silbido se oyó aún más fuerte que antes. Era como un siseo entre dientes, similar al que emiten las serpientes y otras criaturas que se arrastran. Un sonido que hiela la sangre. Yo no quería abrirla, no tenía el valor para hacerlo pero, en el fondo, sabía que era mi obligación. Puse mi mano en el picaporte, respiré hondo, cerré los ojos y conté hasta diez. La puerta se abrió con un chirrido metálico hasta quedar entreabierta. Asomé la cabeza y espié adentro, con el corazón en la garganta. –¿Chicas? – Esperé unos segundos antes de abrir los ojos. Como no hubo respuesta, pensé que era seguro hacerlo. Suspiré. Hasta que mis pupilas se acostumbraron a la penumbra, no pude más que temblar. Cuando al fin fui capaz de vislumbrar algunas sombras, noté que en el centro de la habitación, una de las cadenas estaba suelta. Horrorizado, di un paso hacia atrás. Ni siquiera atiné a cerrar la puerta cuando algo se me aferró al tobillo con fuerza, y me hizo caer de espaldas al suelo. –¿Papi? –me susurró una vocecita al oído, al igual que en mi pesadilla. Por desgracia, esta vez estaba despierto.
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La Dama La miro y me contengo. Respiro. Cierro los ojos. Respiro. Respiro. Los abro. Ella está ahí. Me contengo de nuevo. Todavía respiro. Ella se acerca. Cierro los ojos. Y escucho. Ahora ella es la que respira. Su aliento me envuelve. Y su perfume me intoxica. Respiro hondo. Lo saboreo. Me enferma. Ella suspira. Sus labios se dividen. La saliva proyecta un eco pegajoso. No lo aguanto. Por eso respiro. Ahora me ahogo y me diluyo. Me vuelvo apenas un silbido. Ella lo sabe. Por eso sonríe. Se sigue acercando. Y yo tiemblo. Y yo transpiro. Y yo respiro pese a la asfixia. Su sonrisa me aterra. Su sonrisa me fascina. Como la sangre que coagula. Ella es breve, pero definitiva. Se me acerca. Arremete. Me acaricia. Y ya no respiro.
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Cuentos
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- ¿Nosotros? - NO-SO-TROS. Suspiré de cansancio y apreté el veinte. No había otra cosa que hacer. Mientras, él siguió recordándome mi error con el de la editorial hasta el hartazgo. - ¡Ya sé que la cagué! No necesitás repetirlo mil veces. - Es que era la primera vez en… ¿Cuánto? ¿Dos años? ¿O más? –insistió. - Basta. - ¡Basta tu hermana! Yo no puedo creer que seas tan pelotudo. Al menos podrías haber intentado remarla diciendo que tenías un amigo, un socio, un mulo. ¡Alguien que te ayudaba! Pero no, te quedaste duro, sin decir nada… “nosotros”. - Dijo que le gustó la idea, que nos iban a llamar cuando leyeran todo. Todavía hay chances. - Lo dijo antes de verte como un esquizofrénico –cada palabra de León hacía que me doliera aún más la cabeza. Ni tapándome los oídos y los ojos podía salvarme de su acoso. - ¡Cerrá el culo cinco minutos! –grité, justo cuando el ascensor se detuvo. La puerta se abrió de un tirón. Marta y Joaquín me miraban desde el otro lado, como si esperaran que les dijera algo. - Buenos días.
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- Buenas TARDES –escupió la vieja, agria como su perfume de viuda. Hubo un silencio incómodo mientras León y yo salíamos de la cabina-. ¿Me querés explicar qué carajo hacías hoy tan temprano? ¡Meta gritar y romper cosas! En un momento creí que habías disparado un arma, por poco llamo a la policía. León me miró de reojo. - No –dudé-. Pasa… que… había una laucha en la cocina y como no tenía nada a mano le tiré un vaso de vidrio sin darme cuenta. Fue lo primero que agarré. Sonreí. Me rasqué la cabeza. Joaquín estaba en la suya, cogiéndole enloquecido el tobillo a su dueña (como si fuera la primera vez que lo hacía); ella, en cambio, seguía seria, mirándome por encima de los lentes de sol floreados que usaba siempre para salir a la calle. ¡Como si alguien le fuese a dar bola por ponerse ese floripondio en la cara! - Ojo cuando subís por la escalera, que traje jazmines y azaleas del mercado. Si me llegás a romper una, la vas a pagar vos. ¿Me escuchaste nene? - Sí, doña Marta, la escuché. Perdone por haberla molestado tan temprano. La vieja dio un portazo, cerró el ascensor y bajó. - Loca de mierda… Tuve que hacer equilibrio para subir la escalera del vigésimo piso, ahora reconvertida en vivero urbano gracias a la simpática vecina de abajo. - Piso veintiuno. Uno más y eras el loco de la quiniela. - Loco era el portero que vivía acá antes de que viniera, se tiró desde la terraza y se estampó contra el pavimento. Dicen que oía voces, pero nadie le daba bola… pobre, así terminó. Empiezo a creer que hay algo raro en
este departamento. - ¿Y por qué no llamás a un curandero, un exorcista o algo? Ya que te gusta escribir sobre esas boludeces… y hablando de boludeces, no te olvides de la promesa que me hiciste a la mañana. Que hayas fracasado en la editorial no significa que yo tenga que joderme también. - No te lo prometí, dije que iba a intentarlo. Otro día que se iba, y yo sin salir del pozo que mi propia obstinación había cavado. La herencia del viejo me serviría para aguantar unos pocos meses más, después de eso, tendría que salir a laburar de nuevo. Por supuesto que morirme también era una buena opción, aunque tuviera treintaitrés años recién cumplidos. El problema era que no me animaba a intentarlo sin la pistola. Si hasta con ella había fallado. ¿Qué podía esperar de la soga o las pastillas? Esa noche me costó bastante conciliar el sueño, no por mis clásicos planteos morales-existenciales, ni por la depresión infinita que a veces –muchas veces- me agarraba. Esta vez, mi dolencia era física, aun cuando la sintiera en mi cabeza. Quiero decir, dentro de ella, pero no en mis pensamientos. Finalmente, logré olvidarme de ese dolor incesante y pude descansar un rato, incluso creo que llegué a quedarme dormido. Pero a eso de las 3AM no pude seguir aguantando. Era como si me hubiesen clavado una estaca en las sienes de lado a lado, que bailaba revolviéndome el cerebro. - ¡Ah, mierda! –me envolví la frente con la almohada–. Creí que el tiro me lo había pegado a la mañana.– Me levanté para tomar una aspirina. Ya en el baño, prendí la luz, me
puse la pastilla en la boca y chupé un trago directo de la canilla. Respiré hondó y cerré la llave del agua. Miré el espejo del botiquín. Grité. Me toqué la frente y grité de nuevo. - ¡León! ¡Vení, ayudame! ¿Dónde estás? Lo busqué por toda la casa –es decir, mi cuarto, el living y la cocina-, pero no hubo caso. Sabía que mis manos no iban a contener el sangrado mucho tiempo más, tenía que ir a la guardia con urgencia. Salí del departamento sin pensarlo dos veces, así como estaba, en calzones y medias. Pero apenas cerré la puerta, alcancé a escuchar una conversación bastante cerca. O más bien, una persona hablando sola. Esa persona era León, y su voz venía de la terraza. No había tiempo para ponerme a discutir con él, pero la bronca que sentía era tan grande que, de un segundo al otro, me vi subiendo la escalera de mano. La sangre que tenía embarrada entre los dedos por poco hace que me resbale. - ¡Hijo de puta! ¡La única vez que te necesito y no estás! Podía ver su silueta a través de la ventanilla de la sala de ascensores. Abrí la puerta de una patada. El tipo estaba sentado sobre uno de los tubos de ventilación, muy tranquilo, cagándose de risa como siempre. - ¿Qué te pasó ahora? ¡Calmate un poco que te vas a infartar!
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e chico siempre elegía ir a la casa de mis compañeros (sin importar hasta dónde tenía que ir) para hacer los trabajos grupales de la escuela. Algunas veces me pedían que nos juntemos en casa -que quedaba más cerca- y yo a toda costa evitaba llevarlos. Era superficialmente orgulloso y contenido en una burbuja tan chica, donde mostrarle a los demas en la clase de casa en la que vivía era una vergüenza terrible que desmoronaría la fantasía de vivir como los demás, porque claro, no quería ser “el de menos del curso”. ¡Qué tonto que fuí!, ¿Cómo pude avergonzarme de mi ranchito? De ese lugarcito hecho con tanto amor por mis viejos. Después del terremoto ocurrido por allá en el 99’, cientos de personas y familias quedaron al amparo de la calle, entre ellas la nuestra. Fue una época realmente dificil para la gente de Armenia (Quindío) y ciudades aledañas, que además de recomponerse de la sacudida de la Pacha Mama tuvieron que llevar los duelos de sus seres queridos. Pidiendo los permisos correspondientes a la alcaldía, se pudo armar la casita a punta de guadua, esterilla y lona. Pasaron un par de años hasta que el plan de reubicación nos avisó que teniamos una vivienda en un barrio nuevo, creado para todos los damnificados por el terremoto. En este tiempo, nos habíamos acostumbrado a las virtudes del ranchito, la ubicación central ideal para moverse a varios puntos de venta de 14
papá que es vendedor ambulante; la cercanía a un puesto de policia y un parque detrás donde podíamos jugar durante horas hasta el hartazgo. Acciones diarias que con la repetición se volvieron costumbres de casa. Levantarnos escuchando la misma canción folclórica en la radio de la mañana, tomar esa taza de chocolate caliente, madrugar de los domingos para ayudar a mi papá a hacer el “salpicón” cortando la fruta. Ir a la finca familiar, donde por dias jugábamos al dominó, a las cartas o al bingo y a veces por las tardes mis tías acercaban el grano de café ya seco para separar los granos arruinados. La despedida de la abuela, que me acompañaba una parte del camino, agitando la mano en la distancia y repitiendo su despedida cuando ya la había perdido de vista. Ni hablar de esos gestos que sin darnos cuenta emulamos, se incorporan y se replican siendo reflejo del otro. Adquirí el fruncir del entrecejo tan típico de mamá, el carcajear de mi hermano y la cara de enojo de mi hermana. Frases, muletillas y refranes que se pegan a toda costa, hoy por hoy no hay momento en el que no recuerde a mamá cuando se escucha un “al que madruga...” porque además de tirar el refrán lo deja suspendido en el aire, para que se infiera o el otro lo termine por ella. Esas costumbres que son casi como un ritual, con pasos que no se saltan jamás, porque no había salida de casa sin un “que mi Dios lo bendiga mijo” o “Mijo, la bendición” y me hace una seña de la cruz con la mano
y un beso en la frente. ¿Cómo olvidar las “colombianadas” de casa?. Esas cositas que están aquí y allá, que en muchos adolescentes tienen un dejo de pena o vergüenza, a otros nos suelta risas por la ocurrencia. Mi viejita con sus matitas por todos lados, incluso con una planta de Millonaria en el baño para la buena suerte que procuraba a toda costa que no se muriera para conservar la estabilidad económica del hogar. Ese trozo de tela pegado al grifo para que el agua no saliera por la presión hacia todos lados y te empapara al lavar los platos o esas adapataciones de cualquier recipiente para convertirlo en un matero. Todos los detalles e intimidades que cuento dan un atizbo de lo que es nuestro hogar, casa y familia se unen en una comunión y en un contexto tan íntimo y personal que varía de persona a persona. Y no hablo de algo tangible, es algo que se siente y se transmite. Partir a otro rumbo buscando mejores oportunidades de vida y dejar parte de esto atrás no será una azaña de otro planeta, pero tampoco es fácil. Ahora no me despierto con ese folclór mañanero o con el sorbo de chocolate en taza. Recordar todas esas cosas que parecen sencillas se mezclan con emociones y se potencian con nostalgia. Si hay algo que creo en lo que podemos estar muchos de acuerdo es que el hogar es sinónimo de reunión, cercanía y afecto. Y eso pese a estar lejos, se siente en la distancia
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The Rocky Horror Show ...Media noche viendo cine, de ciencia ficción...”. De esta forma nos recibe Trixie, la acomodadora del cine donde se proyecta The Rocky Horror Show (El Show del Horror de Rocky). Ella nos introduce a lo que vamos a vivir, porque Rocky Horror no se ve, se vive. Nacida como una sátira sumamente transgresora de las típicas “midnight movies” (películas de medianoche de ciencia ficción y de horror clase B) se convirtió en una obra icónica, de culto, con fanáticos que se convierten en parte de la familia de Rocky. Estrenada en 1973 y salida de la retorcida mente de Richard O’Brien, cosecha casi tantas críticas y censuras como adeptos, logrando llegar dos años después a la pantalla grande para terminar de sellar su inmortalidad. Si bien la película no tuvo en principio el éxito esperado, comenzó a desarrollar una especie de ritual similar al que ocurría en el teatro donde los “inadaptados” (característica principal de su masivo público) no solo memorizaban los diálogos y cuadros musicales, sino que concurrían caracterizados como los personajes. Convirtiéndose así en parte misma de la historia, realizando interacciones constantes y derribando por completo la cuarta pared, logrando que cada función o proyección sea completamente única (desafío que, sobre todo en cine, es casi imposible de cumplir). Creo que la historia, por más extraño que parezca en una recomendación, es lo menos relevante de la 16
T EAT R O Dirección: Andie Say
obra. La parte menos compleja y más sacada de la galera de principio a fin, siendo hasta un poco forzada y predecible. Cuenta con los típicos personajes de las películas que evoca: La pareja perfecta que decide conformar su propio hogar, el científico que quiere crear vida, su archinémesis (científico también), el mayordomo, la mucama fiel y la “criatura”. Lo que realmente convoca de este espectáculo a ser visto, recomendado y repetido incontables veces, son las características bizarras que todos estos personajes poseen ¿Desde cuándo los héroes de la historia son nerds, los científicos travestis casi rockstar, los empleados extraterrestres y la criatura un objeto sexual? Esa es la razón de por qué lleva 44 años en cartel y no pasa de moda, porque su público se siente parte del hogar de Frank-N-Furter, donde hay un poco de todo y de todos, que provoca la identificación y nos hace sentir que todos tienen su lugar. Desde el criminólogo que nos hila y da coherencia a la historia, Frank-N-furter el líder de esta extraña manada, Magenta y Riff Raff que nos incitan a cantar el “Time Warp again” (Salto en el Tiempo de Nuevo) pasando por cada una de las personas que están en la sala diciéndole “Boludo” a Brad o “gato” a Janet, Rocky nos deja un mensaje de comunión y a le vez de revolución en todo el sentido de la palabra. Esto es lo que nos hace volver una y otra vez, porque después de todo, al igual que
Magenta y Riff Raff, solo queremos volver a ese lugar que conocemos bien, donde podemos ser nosotros mismos y nos sentimos a salvo, donde nos vemos y reconocemos al calor del espectáculo, símbolo de aquel fuego que solía reunir a las familias. “...’Cause I’ve seen blue skies, Through the tears in my eyes and I realize I’m going home...” ( ...Porque he visto cielos azules a través de las lágrimas en mis ojos y me doy cuenta de que me voy a casa...) The Rocky Horror Show cuenta con dos adaptaciones al cine (ambas se encuentran online) y si quieren vivir un poco de esto que les estoy contando, no pueden perderse la oportunidad de ver la puesta en escena argentina, en el Teatro Maipo. Encabezada por Roberto Peloni –en la piel del mejor Frank-N-Furter desde Tim Curry– Melania Lenoir, Federico Coates y Walter Bruno entre otros, con el condimento adicional de que cada semana una personalidad argentina se pone en la piel del Criminólogo (el año pasado figuras como el gran Marcos Mundstock lo hicieron) y, por supuesto, el público que es un show en sí mismo.
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Eug e
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It comes at night (Viene de noche)
Drama psicológico
Resumen: Una enfermedad azota al mundo, quedan muy pocos habitantes. Una familia logra resguardarse dentro de su hogar, tratando de sobrevivir el día a día. El joven Trevor sufre la pérdida de su abuelo, y empieza a tener pesadillas confusas en las cuales él se le aparece de noche. Las historias de drama suelen tener un combo de situaciones: Muerte de algún ser querido, algún pseudo romance, un trasfondo hiriente, etc. En “It comes at night” se conjuga el todo, generando una película magistral, con actuaciones excelentemente logradas. Aunque lo llamativo e impactante es la combinación de géneros, abarcando desde el horror hasta un poco de ciencia ficción. La trama se centra en una familia de cuatro personas y un perro. El abuelo de la misma fallece, y a Trevor (hijo de la familia y protagonista) la pérdida ocasiona que empiece
a tener pesadillas en las que llega a la noche, con el cuerpo demacrado. Éstas confunden la realidad con un simple sueño. Se genera un ambiente tétrico rodeando toda su casa, ubicada en el medio de un bosque, con nula presencia humana. Hay varios golpes de efecto que ayudan a esto. La necesidad de la familia de sobrevivir se adueña de los sentimientos, poniéndola como prioridad ante cualquier toma de decisiones. La enfermedad que invade al pueblo (o al mundo en general, eso no se sabe) es contagiosa y provoca la muerte a quien la contraiga. No se aclara de dónde se generó ni cómo, pero en eso no se basa la historia, sino de qué manera una familia logra sobrevivir y guarecer su núcleo, su hogar, el cual son ellos mismos. La aparición de otro personaje hacen que su aislamiento provea una pequeña muestra de bondad, acobi-
“El Hobbit” “En un agujero en el suelo vivía un hobbit…” así John Ronald Reuel Tolkien nos abre, por primera vez las puertas de la Tierra Media. Editado por primera vez en 1937, El Hobbit no fue escrito para su publicación sino con el fin de entretener a sus pequeños hijos. Como su título original lo indica (The hobbit or there and back again *) esta es una historia de idas y vueltas que comienza cuando Bilbo, el respetable habitante de Bolson Cerrado, recibe la visita del mago Gandalf, quien lo ha elegido como el catorceavo miembro de la compañía de enanos liderada por Thorin, heredero a ser rey bajo la montaña. Su objetivo es recuperar su hogar de las garras de Smaug, un malvado y voraz dragón que tomo posesión de la Montaña Solitaria, diezmando y expulsando a los enanos que la habitaban. El no muy convencido Bilbo se une a la compañía como saqueador y *El Hobbit o Historia de una ida y una vuelta.
CINE
Director: Trey Edward Shults Actores: Joel Edgerton Christopher Abbott - Carmen Ejogo
jándolo junto a su familia en la casa. La desconfianza y el temor por verse afectados por la enfermedad se mezclan terminando en un final desconcertante y a la vez maravilloso, prevaleciendo la supervivencia ante todo. Punto fuerte: Excelente ambiente, gran musicalización, actuaciones de parte de la familia protagonista muy creíbles. Una historia que mezcla géneros. Excelente final. Punto flojo: El nombre y el trailer la hace parecer una de terror, pero no se confundan, es un drama. La poca explicación del trasfondo puede generar algunas confusiones.
por
LIBRO S
J.R.R. Tolkien (Editorial: Minotauro)
deja atrás su hogar, La Comarca, lugar que añorará a lo largo de toda la travesía, para ayudar a los enanos a que recuperen el suyo. No sólo por el tesoro vuelven Thorin y sus compañeros, ellos quieren recuperar los salones que habitaron en su juventud, el trono de su abuelo, la montaña donde se criaron sus familias y dejar así de andar errando por la Tierra Media, sirviéndose de la caridad de otros enanos en minas y montañas, además de labores poco amistosas en los pueblos de los hombres. Bilbo, que siempre ha dado por sentado su hogar y lo evoca durante todo el camino, va comprendiendo que éste es algo más que su cómodo sofá, la galería donde hace aros con el humo de su pipa y su despensa abarrotada de comida y bebida. El hogar son las historias que nos rememoran esos salones, las canciones con amigos, los cuentos que transmitimos a los
Fer
niños. El hogar es donde el corazón está, no es un lugar físico, no es Hobbiton, ni Rivendel, ni La Montaña. El hogar son Gandalf y Thorin, Elrond, Fili, Kili y el resto de la compañía. Pero el que mejor lo define es Thorin, quien nos dice al final de la batalla:
“Si muchos de nosotros dieran más valor a la comida, la alegría y las canciones que al oro atesorado, este sería un mundo mas feliz”. Sin más que agregar, les recomiendo sin dudar un minuto que lean El Hobbit, una historia sobre la amistad, el hogar y encontrar en nosotros mismos nuestro valor.
por
Mac a
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- Quién la Juna! -
“Puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad, pero si no hacemos nada, no habrá felicidad” Albert Camus
por Fer
OCTUBRE 2017 BUENOS AIRES, ARGENTINA