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57-64 El holandés errante El ambigú

los Fantasmas del BouleVaRd du temPle

Fernando Clemot

.la FotoGRaFía que tomó louis daGueRRe desde la Ventana de su estudio en el otoño de 1837 contiene todo lo que un espectador de mediados del siglo XIX podía esperar: es monumental, pictórica, plenamente urbana (tomada en París) y presenta al mundo un avance revolucionario: el retrato no pictórico. Con el último dato ya bastaría para hacerla inmortal, pero como colofón contiene una fuerte impronta de misterio. Para un observador atento es una foto llena de fantasmas.

El hecho novedoso que presenta la imagen es la aparición de la figura humana. Hasta entonces, las técnicas fotográficas desarrolladas desde pocos años antes no permitían representar la figura humana, ya que los tiempos de exposición eran larguísimos. Las primeras fotografías —muy primitivas— de las que se tiene constancia son las realizadas por Joseph Nicéphore Niépce entre los años 1825 y 1827, y en ellas se reproducen un bodegón y el tejado de una casa del vecindario de Le Gras, donde residía1. Siempre materias inertes. Los tiempos de exposición oscilaban entre las ocho y las quince horas, por lo que poder representar una figura humana era prácticamente impensable. Con el desarrollo de los trabajos de Niépce (con el que llegó a asociarse y con el que patentó el heliógrafo) y tras la muerte de este en 1833, Daguerre trabajó en un nuevo sistema de exposición y revelado al que se acabaría denominando daguerrotipo. El sistema permitía obtener imágenes con un tiempo de exposición que oscilaba entre los quince y cuarenta minutos únicamente y tuvo un éxito casi inmediato. Tras su presentación en enero de 1839, tuvo un desarrollo febril (también supuso una pensión vitalicia para el inventor) y antes de diez años se podían encontrar aparatos fotográficos en todas las grandes capitales de Europa2 y América.

Durante los siguientes años se hicieron decenas de miles de fotografías y el mundo entero quedó a disposición de los lectores de los diarios y publicaciones de la época. Cualquier persona de a pie podía tener una imagen real y concreta de lugares como las Pirámides de Egipto, el Gran Cañón, los templos del Lejano Oriente, la Alhambra o las ciudades perdidas en la selva del Yucatán. Pero la fotografía que tomó Daguerre desde la ventana de su estudio tiene como galardón el ser la primera en que se ven y se intuyen figuras humanas, y con ella nació una historia de misterios y de fantasmas. Todo desde allí, desde una ventana que daba al Boulevard du Temple.

El escenario

Desde su ventana, Daguerre no sólo retrató una calle, también fotografió su tiempo.

El Boulevard du Temple era en 1837 una de las avenidas más bulliciosas del París de la Restauración, el de la explosión de la burguesía. La avenida partía —y lo sigue haciendo en la actualidad— de la plaza de la República y recorría unos quinientos metros en dirección a la plaza de la Bastilla

2. El primer daguerrotipo realizado en España data de noviembre del mismo año 1839, en Barcelona, a cargo de Ramón Alabern. El tiempo de exposición fue entonces de veintidós minutos y plasmó un paisaje urbano de la actual plaza Comercio.

Foto 1. Boulevard du Temple. Louis Daguerre, c.1837.

siendo en aquellos años una de las avenidas más emblemáticas y activas de la capital.

Eran los años del reinado de Luis Felipe I, de la expansión de la burguesía bajo el eslogan de «enriqueceos» que tanto caló en la sociedad de aquellos años. La ciudad estaba en continuo crecimiento y su población se acercaba ya al millón de habitantes. Nacía en Londres y en París la imagen de la gran ciudad moderna. Eran también los años del paso del Romanticismo al Realismo3, a una verdadera épica de la burguesía, que mostraban ya en sus obras autores como Balzac, Dickens o Victor Hugo. El fervor consumista que se vivía en sus calles, en los nuevos boulevards como lo era el del Temple, eran un fiel reflejo del esplendor burgués —con sus luces y sombras— que dibujan ya estos autores.

Así, a primera hora de la mañana del día de otoño4 en que Daguerre sacó la foto, el bulevar debía ser un hervidero. En

3. La fotografía del Boulevard du Temple es estrictamente contemporánea a obras como Oliver Twist, Los papeles del club Pickwick o Los burgueses de Victor Hugo. 4. Hay expertos que datan la fotografía en la primavera de 1838, pero la fecha de otoño de 1837 parece la más probable. esta avenida estaban algunos de los mejores cafés y restaurantes de París, como el Delfieux, el Turc, el Cadran Bleu, el Godet, el Lemblin o el Bosquet, pero también lugares emblemáticos de ocio de la capital, representados por multitud de teatros y espectáculos de todos los pelajes. Estaban sitos en esta avenida los teatros Des Folies, el teatro acrobático de Madame Saqui, el Théâtre des Variétés-Amusantes, el Petit Lazari, el Cirque-Olympique o el Théâtre de la Gaîté. Eran todos espectáculos consolidados y con un público fiel, pero posiblemente era en aquellos años el teatro del Diorama — creado por el propio Daguerre y sobre el que hablaremos— el espectáculo más innovador y con mayor repercusión de la ciudad.

Todos estos espectáculos estaban cerrados por la mañana, pero sí tenían abiertas algunas terrazas, por lo que convertían esta avenida en uno de los puntos imprescindibles de cualquier paseo por París y una de las arterias de lo que pronto se llamaría la vida moderna. Unos años más tarde, con la apertura de las grandes avenidas hausmanianas, este foco de atracción de la avenida cambiaría, pero hasta la década de los sesenta el Boulevard du Temple siguió siendo una de las vías de obligada visita para cualquier visitante de París.

Foto 2. Mesa puesta. J.N. Niépce. c.1823.

Foto 3. Vista de la ventana en Le Gras. J.N. Niépce, c.1827.

Por eso resulta absurdo que no haya más personas en esta foto. Por ello esta primera fotografía es una imagen diabólica, que permite casi infinitas miradas y anticipa las múltiples magias que iría desgranando aquel nuevo prodigio a lo largo de los siguientes años.

Daguerre revolucionó su tiempo y también el nuestro. En pocos años la fotografía cambiaría el mundo y su forma de verlo.

El Diorama de Daguerre

No fue la patente del daguerrotipo el primer invento de Louis Daguerre, que en 1837 ya era ampliamente conocido por una de sus creaciones anteriores, precursora de las artes cinematográficas: el diorama.

Era el diorama un espectáculo a medio camino entre el teatro y el cine, posiblemente el más claro eslabón perdido entre ambos. Consistía la técnica en un escenario tridimensional, con una búsqueda ingeniosa de la profundidad visual, que podía mostrar un paisaje, un escenario natural o una escena de la vida urbana o campesina. La escenografía se completaba con un escenario alto y amplio, que unido a un elaborado juego de luces y transparencias acababa de obrar el milagro que se presentaba al público que se sentaba frente a él, como si de un teatro se tratara, mientras iban pasando los escenarios uno detrás de otro.

El sueño de Daguerre acabó de completarse en 1822 cuando al fin pudo disponer de un local apto para estas escenificaciones: la sala o teatro Diorama, muy cercano al estudio del futuro fotógrafo, en la Rue de Bondy, y cuya presencia aparece reflejada también en la foto del Boulevard du Temple. El éxito del local fue fulgurante e inmediato y lo celebraron algunos escritores como Balzac, que visitó el espectáculo acompañado del propio Daguerre en el mismo año de su estreno y lo calificó como «uno de los espectáculos del siglo5», y el propio rey de Francia lo presenció en más de una ocasión. Pocos años después se abrió otro diorama en Londres que funcionaría hasta 1851.

Los escenarios que se exponían en el Diorama de París tenían una gran variedad e iban alternando su orden de exposición para que el público acudiese más de una vez al espectáculo. Algunos de los más destacados fueron la Panorámica de París desde Montmartre, la Vista del Montblanc desde el valle de Chamouny, la Tumba de Napoleón en Santa Helena, el Incendio de la ciudad de Edimburgo, la Inauguración del templo de Salomón o un Sermón en la capilla de la iglesia de Santa Maria Nuova en Monreale, Sicilia.

El espectáculo fue a la baja unos años después, hasta que sufrió un aparatoso incendio a finales del año 1836 cuyos daños aparecerán señalados en uno de los rincones de la foto del Boulevard du Temple, en la parte central derecha de la fotografía, como si la imagen quisiera reflejar también una parte importante de la vida de su creador, sus propias heridas.

Una foto llena de fantasmas

Son centenares los artículos y estudios dedicados a la foto de Daguerre, pero quizá los que resultan más llamativos son los

Foto 4. El Teatro Diorama, antes de su incendio. Grabado de la época.

que hizo Peter von Waldhausen con la ayuda de los técnicos del Observatorio de Berlín hace una decena de años. Según este estudio, la hora exacta de la fotografía sería la de las ocho de la mañana y la altura del inmueble desde donde se realizó, de unos quince metros, que corresponde con la parte alta de la vivienda de Daguerre, su estudio, en la Rue des Marais número cinco. El limpiabotas y su cliente estarían situados exactamente en la confluencia de la Rue du Temple y el Boulevard du Temple y el tiempo de exposición para obtener la imagen de los modelos —no del todo nítida, posiblemente el limpiabotas se levantó— no debió ser inferior a los quince minutos.

Otros infinitos detalles salpican la foto, como el ya señalado incendio cuyos rastros aparecen en el tejado de lo que había sido la sala Diorama (a la derecha de la imagen en la zona central), varios árboles sin hojas en la avenida que indican que la imagen se tomó en otoño y un carrito de paseo de dos ruedas que aparece en la zona central inferior, y que debió estar estacionado el tiempo suficiente para que se fijara en el daguerrotipo. También resulta interesante ver lo que se adivina a través de las ventanas, especialmente las que están en el edificio en primer plano, algunas con persianas y otras con las cortinas a medio echar y entre las que se vislumbran algunas sombras y luces de difícil identificación pero sin duda sugerentes.

Porque la magia de la foto está en lo que apenas se ve, en lo que sólo se intuye. A las ocho de la mañana, las aceras y la calzada del boulevard debían estar repletas de transeúntes y de carros y calesas, aunque pocos estuvieron el tiempo suficiente para aparecer en la placa del daguerrotipo. La avenida parece vacía, pero estaba llena de gente y de vehículos. Quedan, a lo sumo, rastros o huellas de algunos viandantes que debieron parar a observar algo, o tal vez se detuvieron a charlar o esperaban, pero que no habían estado más de diez minutos o un cuarto de hora inmóviles. Bastaba que el transeúnte se moviera unos pasos para que el daguerrotipo no lo reflejara. En este sentido resulta especialmente rico el lado izquierdo de la acera, donde aparecen algunos rastros, auténticos fantasmas que apenas intuyó el revelado.

En el lado inferior de la acera izquierda encontramos varias huellas significativas. Empezando por la parte inferior, a la altura del quinto árbol de la avenida, una observación detallada permite distinguir una sombra que probablemente sea el rastro de una persona que se detuvo, como también las encontramos avanzando en la parte superior de la foto, entre el duodécimo y decimocuarto árbol, donde se aprecian las huellas de un posible viandante pegado a uno de los portales y una huella de menor tamaño, con toda probabilidad reflejo de un niño o una persona de poca estatura que se detuvo ahí unos minutos. En cuanto a los carruajes que debían circular, sólo hay una única sombra en el lado derecho de la calzada, a poca distancia del limpiabotas y su cliente, que adivina la presencia de algún carruaje o carro que se detuvo en su marcha. Esta fotografía de Daguerre resulta tan fascinante por su valor como documento histórico y acontecimiento social (el primer retrato fotográfico de la historia) como por lo que sólo se intuye y permite elaborar infinidad de suposiciones e historias. Con el tiempo llegarían infinidad de fotografías y retratos de estudio. Conocemos gracias a ellos los rostros de literatos como Edgar Allan Poe, Balzac, Baudelaire, Dumas, Emily Dickinson, Victor Hugo o Dickens. De la generación inmediatamente anterior, la de los Pushkin, Byron, Goethe, Hoffmann, Jane Austen o Schiller, por un margen de muy pocos años no tenemos un testimonio gráfico. Pero Daguerre y la imagen que captó desde su vivienda tuvieron la suerte de ir más allá, de sugerir —gracias a sus limitaciones técnicas— mucho más que aquellos retratos de estudio de artistas, héroes y políticos. Una de las primeras fotografías de la historia no podía ser más evocadora, inaugurando este largo periodo de colaboración y mutuo enriquecimiento entre dos artes mayores como son la fotografía y la literatura. ·

Foto 5. Boulevard du Temple. Detalle de la fotografía, c.1837.

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