El Inigualable Hombre Un inigualable hombre bajó del tren de las tres cuarenta y cinco a. m. Sus únicas posesiones en ese momento consistían en lo que llevaba puesto y un maletín que contenía unos documentos importantes. Lo primero que hizo al salir de la estación fue tirar los documentos en un bote de basura. Luego se internó en un bosque y caminó hasta toparse con el cauce de un río. Llenó el maletín con pequeñas rocas lavadas hasta que este se le hizo muy pesada y caminó por el bosque siguiendo el río con la maleta entre sus manos. A las cinco con cuarenta y cinco minutos, empezó a sudar, tiró la maleta al suelo y se sentó sobre una roca a tomar aire. El sonido del agua meciendo el río era todo lo que se escuchaba. El inigualable hombre concluyó que jamás había sentido tanta paz. Veinte minutos después se levantó, tomó la maleta con las piedras y continuó su marcha por el río, dejando atrás un mensaje en ramas con la palabra “ana” en la tierra. El inigualable hombre caminó durante otros diez minutos hasta toparse con lo que buscaba: un enorme tronco caído que formaba un arco encima del río. Se aferró de la maleta y escaló con mucho cuidado el tronco hasta alcanzar la parte más alta, después suspiró y escuchó el ruido del agua otra vez, luego cuestionó su sanidad, trago saliva, parpadeo dos veces y finalmente saltó con maleta en mano. Eran las seis veintitrés cuando el inigualable hombre perdió la vida y por el bosque todavía hace eco el grito sordo producto de su último pensamiento: “¿Por que no metí las rocas al final?”.