En Racimo Nuestra Palabra | 18 Abril 2012 El último episodio de los diputados del Congreso Nacional legislando --según versiones surgidas de entre los mismos espacios legislativos-- para asegurar ventajas a favor de unos cuantos pudientes, ratifica que en Honduras seguimos con los oídos solo para escuchar lo que a cada quien le interesa. Esto es grave, porque la situación del país obliga a buscar respuestas que nazcan de diálogos, negociaciones, consensos que se expresen en acuerdos básicos compartidos por los diversos sectores que conformamos la sociedad hondureña. Por mucho que se quiera ocultar, la Honduras en la que hoy estamos viviendo se nos ha escapado de las manos. Las decisiones que de verdad pesan son aquellas que proceden de quienes controlan la violencia, la corrupción y el crimen organizado en sus diversos tráficos ilegales. Sin embargo, los diputados y los políticos se siguen comportando como si estuvieran como al inicio de la década de los ochentas, cuando el margen de maniobra para la suciedad era todavía muy amplio. En medio de la violencia y de la altísima precariedad de la vida, los diversos sectores seguimos actuando con la misma lógica de escucharnos solo a nosotros mismos, arreglándonos solo con nuestros similares, respondiendo a la voz de los que mandan desde la ley del más fuerte y siendo indiferentes ante las angustias de los demás. Hemos asumido la insolidaridad como camino que nos asegura nuestras propias ventajas, aunque eso suponga aplastar la dignidad de muchas otras personas. Por ejemplo, la gente de la capital sigue actuando como si todo el país fuese la capital, o a lo sumo viendo a toda la gente hondureña a partir de la lógica capitalina. Unos días atrás una persona con un alto cargo en una institución pública con sede en la capital expresó con mucha naturalidad que conocía muy bien lo que ocurría en Miami, pero no conocía ni sabía nada de lo que ocurría en El Progreso o Choloma, en el Valle de Sula. Nuestra Honduras sigue su imparable camino hacia su desestructuración y a la subordinación de toda la institucionalidad pública, e incluso privada, a las arbitrariedades de personas y grupos que ejercen su dominio desde sus intereses particulares, sin subordinarse al sistema de justicia. Vamos siendo un país con leyes, pero gobernado por la ley de los fuertes, un país con elecciones pero con un gobierno no representativo sino arbitrario. Necesitamos escucharnos, y necesitamos escuchar a otra gente y otros sectores que no sean los nuestros. Necesitamos escuchar, ver o leer lo que dicen y comentan otros medios de comunicación que no sean los que siempre hemos tenido como favoritos. Necesitamos abrir nuestros ojos y oídos hacia realidades que no sean las de mi propio entorno cotidiano. Necesitamos re-redescubrirnos como hondureños y hondureñas, más allá de mi localidad, de mi gremio, de mi partido, de mi negocio, de mi iglesia. Necesitamos salvar nuestro país, y solo lo podremos lograr desde la construcción de consensos nacionales expresados en acuerdos básicos compartidos. En la Honduras actual solo nos podremos salvar en racimo.