Eucaristía

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LA EUCARISTĂ?A

Fuente y Meta de la Vida Cristiana Francisco Galende F., osa


EN EL AÑO DE LA EUCARISTÍA Este tema está motivado por el hecho de estar dedicado este año 2005, a la Eucaristía: a reflexionar sobre su valor y mensaje; a rescatar su auténtico significado. En efecto, la Eucaristía fue considerada, desde los inicios del Cristianismo, como centro y eje de la vida cristiana, y resumen condensado del Mensaje del Evangelio. el Concilio Vaticano II definió la Eucaristía como «fuente y cima de toda la vida cristiana» («Lumen Gentium»,11) y también «fuente y cima de toda evangelización» («Presbyerorum Ordinis», 5). Del 10 al 17 de octubre se celebró en Guadalajara (México) el 48° Congreso Eucarístico Internacional con el que empezó el Año de la Eucaristía convocado por Juan Pablo II. Se cerrará en la celebración del Sínodo de los obispos, del 2 al 23 de octubre, en el que hablarán sobre `La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia.

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CONTENIDO 1.- El Nombre 2.- Significado de la Eucaristía a la luz de la Última Cena 3.- La Eucaristía como Sacrificio de Cristo en la Cruz 4.- La Visión actual de cosas sobre el Sacrificio de la Cruz 5.- La Eucaristía en la historia 6.- La Eucaristía Escuela de Fraternidad 7.- Gestos de Fraternidad en la celebración eucarística 8.- La Simbología Litúrgica y la Vivencia de la misma 9- Presencia Sacramental de Jesucristo en el Sagrario 10.- La Comunión Eucarística.

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1.- EL NOMBRE La Eucaristía es la celebración continuada de la «Ultima Cena» de Jesús con sus discípulos. Pero recibió posteriormente nombres diversos: ● Fracción del Pan o Ágape.- Las primeras comunidades cristianas la llamaron «Fracción del Pan», o «Agape»: palabra griega que designa el amor más noble y elevado (por encima del amor erótico (eros) y de amistad (filía): el que ama, no por lo que tú eres para mí, sino por lo que eres en ti mismo, en tu singularidad única; el amor del espíritu. ●«Eucaristía».- En los Documentos de la Iglesia y la Liturgia se habla más bien de la «Eucaristía» (Eu-jaris= inestimable gracia; acción de gracias). ● «Misa».- En la tradición cristiana y popularmente, ya desde los tiempos de Constantino (siglo IV), se la denominó «Misa», palabra tomada de la despedida que el sacerdote hacía en dos momentos: después de la homilía para los catecúmenos, y al final de la celebración para todos: «Ite, missa est”. Es una expresión latina de difícil traducción literal, pues falta el sujeto. Literalmente sería: “Id, está enviada”. En efecto, el «missa» latino no es nombre de nada, sino el participio pasivo del verbo enviar (mittere). En el mundo latino se sobre-entendió el sujeto: (“Id, la ofrenda, la plegaria, ha sido enviada (a Dios)”. Por fin, se tradujo corrientemente como: “Podéis ir (en paz), la misa ha terminado”. Hoy, sin embargo, muchos prefieren sustantivar el «missa», que sería entonces «missio» (envío, misión). Y la despedida «ite, missio est», indicaría el envío o misión para hacer realidad en el mundo lo que vivimos en la Eucaristía. 2.- EL SIGNIFICADO DE LA EUCARISTÍA A LA LUZ DE LA «ULTIMA CENA» DEL SEÑOR La celebración de la Cena del Señor, Agape, Eucaristía o Misa, se ha perpetuado por recomendación misma de Cristo: “Sigan haciendo esto en memoria mía”. Palabras pronunciadas tras ofrecerles el pan y vino, que bendijo, y les entregó en expresión del «cuerpo» que iba a entregar, y la «sangre» que iba a derramar, en sacrificio por ellos y por todos. En la interpretación de esas mismas palabras de Cristo, radica el diferente sentido que se le fue dando históricamente a la Misa. En efecto, Cristo recomienda: “Sigan haciendo «ESTO», en memoria mía”. Pero ¿qué era «ESTO»? “Haced ESTO en memoria mía” Todos conocemos la diferencia existente entre el significado de un «texto», o expresión determinada, leída aisladamente, y el significado de esa misma frase, en el «contexto», en que ha sido pronunciada. ♦ Jugando con la mamá con su pequeño, éste logra engañarla, o hacerle una trampita, y la mamá exclama: «¡Te voy a matar!. Por otra parte, dos delincuentes atracan al dueño de una empresa en su oficina, que se resiste a entregarles lo que piden, y uno de los delincuentes, encañonándole el revolver exclama: «Te voy a matar!. Es la misma frase; pero con un significado totalmente diferente: Todo el mundo considera razonable que esos delincuentes sean denunciados ante el juez, por intentar matar; pero no tendría sentido acusar a esa mamá de querer matar a su hijo. El primer contexto es de robo, y por ello, de culpabilidad; el segundo contexto-es de cariño. He aquí las dos lecturas que podemos hacer del Evangelio sobre la Eucaristía: La primera, atenernos sólo al texto que dice: “Jesús tomó el pan, la partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed, porque ESTO Padre Francisco Galenda OSA - La Eucaristía - 5


es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros’. Y tomando el cáliz dijo: “Tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi Sangre..., que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados”. Tomando este gesto y palabras aisladamente, el énfasis recae en el sacrificio que Jesús va a hacer de su vida, en la cruz, por el perdón de los pecados. La Eucaristía, entonces, es esencialmente el Sacrificio que Jesucristo hace de su vida al Padre, en la Cruz, para expiar los pecados de los hombres. Esto es cierto; pero puede malentender si se desliga de su verdadero contexto: Lo que ocurrió en la Cena del Señor. Esta se desarrolla en una serie continuada de gestos de Jesús, con un mismo mensaje de fondo: ● Primer gesto: Declaración inicial de Cristo del profundo amor que profesa a sus discípulos: Sabe que se acercan para Él horas difíciles; que esos discípulos débiles y cobardes le dejarán solo y le abandonarán, y alguno le traicionará. No obstante, declara: “¡Con cuánto deseo he anhelado celebrar esta Cena con ustedes, antes de mi muerte!” (Lc. 22,15). Y Juan, al hacer el relato de la Cena, añade: “El, que había amado a los suyos mientras estaba en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn. 13, 1). ● Segundo gesto: Declaración de su mandamiento más querido: El del Amor. Jesús está de despedida, y quiere enfatizarles su recomendación más querida; lo que resume lo esencial y nuclear de todo su Mensaje; lo que El llama su «Mandamiento Nuevo”: “Que os améis unos a otros como Yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos” (Jn. 13,34). ● Tercer gesto: A los pies de sus discípulos.- Se arrodilla ante cada uno y le lava los pies. Quiere dejarles en claro que la grandeza humana no está en dominar a nadie, sino en servir a todos. Y cuida de dejar bien en claro su deseo: “Ustedes me llaman Maestro, y tienen razón, porque lo soy. Pues si Yo, el Maestro y Señor, les he lavado los pies, lávense también los pies unos a otros” (Jn. 13, 13). Es decir, pónganse mutuamente los unos al servicio de los otros. El ha ido por delante. ● Cuarto gesto.- Entrega de la propia vida, en aras del amor. Es el gesto central y más significativo de la Última Cena. Jesús hace uso de una simbología de todos conocida: Compartir la mesa, y en ella el pan y el vino que no falta en ninguna, es la expresión más generalizada de afecto y amistad. Y Jesús toma el Pan, lo bendice, y se lo da diciendo: «Esto es mi Cuerpo, que va a ser entregado por ustedes». Y el vino: «Esta es mi Sangre, que va a ser derramada por ustedes». El lo sabe y todos lo barruntan: ¡Mañana será crucificado! Y éste es el gesto supremo, y coronación de todos los anteriores, que nos deja en evidencia hasta dónde llega el Amor que Él nos profesa. ● Quinto gesto: Jesús sabe que tiene las horas contadas, y más que en Sí mismo, piensa en estos discípulos débiles y atemorizados, y en cuantos le seguirán. Y se dirige, en plegaria sentida, al Padre: “Padre, que todos sean uno, como Tú y Yo somos UNO” (Jn. 17,21). Y continúa su oración centrada su preocupación en ellos. He aquí el «texto» y el «contexto» de lo que hoy llamamos «Eucaristía» o «Misa». El texto son las palabras consecratorias del pan y del vino, con las que Jesús se refiere a la entrega de su vida por todos. El contexto es el Amor, tal como lo ha declarado en sus distintos gestos del Jueves Santo, como en el Testimonio y Mensaje de todo su Evangelio. En tres aspectos capitales: ♦ El Amor entrañable de Jesucristo a la Humanidad, por la que está dispuesto a dar su vida. ♦ El Amor entrañable de Dios a sus criaturas humanas, pues es Él quien le envió para iluminar su camino, aun a costa de su vida: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Primogénito”. ♦ El Amor cordial, fraterno y servidor, con que anhela los seres humanos se amen entre sí, como Dios los ama. Fue el centro nuclear de todo su mensaje. En definitiva, todo el transfondo de la Última Cena, fue el Amor. Y por ello, la Eucaristía, como la Cena del Señor es, decididamente, una «Celebración del Amor»; «Encuentro de Familia en torno al Padre y al Gran Hermano Jesucristo» y «Encuentro de Fraternidad».

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3.- LA EUCARISTÍA COMO SACRIFICIO DE CRISTO EN LA CRUZ, OFRECIDO AL PADRE Nadie cuestiona el hecho de que la Eucaristía es la celebración continuada y perenne de la Última Cena del Señor (Jueves Santo). Sin embargo la evolución histórica terminó entendiéndola como la celebración perenne del Sacrificio del Calvario (Viernes Santo). Se la ha denominado así generalizadamente ««El Santo Sacrificio de la Misa». Ambos conceptos no se oponen, sino que se complementan. Pero a condición de no desligar el evento del Calvario del contexto vivido en la Última Cena. Si se desligan, corremos siempre el riesgo de malentender la verdadera motivación del Sacrificio de Jesús en la Cruz. Y de hecho, se cayó históricamente en ese riesgo: Entender que Jesús se ofreció a Dios en sacrificio, para aplacar a un Dios enojado por el pecado de los hombres. En la Última Cena, Jesús dejó patente que su decisión de entregar su cuerpo y derramar su sangre, era su última prueba de hasta dónde llega el Amor que Él profesa a los hombres, y el Amor con que el Padre ama al Mundo, pues fue quien le envió sabiendo que tendría que sufrir, incluso una muerte en cruz. Y, en consecuencia, el amor con que Dios anhela que nos amemos sus criaturas humanas. Cuando se centra el significado de la Eucaristía en el “Sacrificio del Calvario”, sin continuidad con la Última Cena, muchos han pensado en el Dios enfurecido y decidido a castigar nuestras maldades, y se aplaza porque su Hijo le pide que le castigue, más bien a Él, y perdone a todos. Y Dios queda así satisfecho. En esta visión de cosas, Jesús queda como un héroe; pero Dios queda en muy feo lugar. En efecto, Jesús no habría ofrecido su vida en la cruz porque “Dios ama tanto al mundo que le entregó a su Hijo Primogénito”, sino porque Dios detestaba al mundo por sus iniquidades, y sólo se aplacó cuando se interpuso su Hijo, y la ofreció una digna expiación. Esta convicción ha presidido frecuentemente nuestras celebraciones y cantos religiosos de Semana Santa. En Panamá, la misma Curia Arquidiocesana ha amonestado últimamente a suprimir la siguiente estrofa de uno de los cantos más usados en Cuaresma y Semana Santa: «Perdona a tu Pueblo, Señor…; No estés eternamente enojado, Perdónalo, Señor». Expresiones como ésta contradicen abiertamente la revelación que Jesús nos hizo sobre el verdadero Rostro de Dios: Un Dios con entrañas de Padre, que ama tanto a los fieles como a los pródigos, y anhela el regreso de éstos al hogar paterno. 4.- LA VISIÓN ACTUAL DE COSAS SOBRE EL SACRIFICIO DE CRISTO EN LA CRUZ Los Documentos de la Iglesia, a partir del Vaticano II, han buscado recuperar la verdadera motivación del Sacrificio de Cristo en la Cruz; que no pudo ser otra sino el Amor a los hombres, tanto de Jesucristo como del Padre. Para la generalidad de los teólogos modernos, la muerte de Cristo en la Cruz no pudo ser sino la consecuencia natural de su fidelidad a la Causa que defendió toda su vida: La Causa del Amor que Dios tiene a los hombres, y el Gran Sueño de Dios de que los hombres se amen entre si como Él los ama. ● “La redención no pudo ser por el sufrimiento, sino por el amor; aunque significara sufrimiento ...Lo que faltaba en el mundo no era dolor sino amor. Y eso es lo que vino a traernos Cristo” (González Carvajal, Esta es nuestra Fe, p. 79). ● “No ha sido necesario aplacar a Dios. Su daño fue el daño del hombre, y por eso sus satisfacción es simplemente Padre Francisco Galenda OSA - La Eucaristía - 7


la restauración del bien en el corazón humano” (González Carvajal, Esta es nuestra Fe, p.80). ● “La Eucaristía ha sufrido, de hecho, una lamentable reducción, al interpretarla como “Sacrificio Expiatorio”, ofrecido a Dios, en “satisfacción” por nuestros pecados. Entendida la salvación como un contrato jurídico-penal, “la salvación resulta inexperimentable..., porque se sitúa fuera de la vida real, fuera de una práctica real. (Varone, F., El dios sádico, pp. 26-27). Dios no vio la muerte de su Hijo en la Cruz, satisfecho y aplacado. Por el contrario, mientras Cristo sufría, “Dios mismo lloraba entre bastidores, viendo sus terribles sufrimientos” (Augusto J. Cury). Pero le confortaba y animaba a aguantar para dejar bien en alto, ante los hombres, la Causa del Amor. La Eucaristía es ciertamente un «Sacrificio» ofrecido a Dios: El de Jesucristo mismo. Pero un Sacrificio de Amor. Motivado tanto por el Amor del Padre como del Hijo. Jesús ofrece su vida al Padre como gesto supremo de su Amor, tanto al Padre como a los hombres. Significa que si el Padre un día comentara: «La Humanidad no tiene remedio: Está devorada por los odios, violencias, egoísmos, divisiones y toda clase de perversidades. Su maldad no tiene límites», Jesús saldría de inmediato al paso para decirle: «Alto ahí, Padre: Yo pertenezco a la Humanidad y te he demostrado hasta dónde llega mi Amor. Y conmigo incontables fieles seguidores que han sabido amar incluso hasta el extremo. Si es cierto decir «¡cuánta maldad hay en el mundo humano!», no es menos cierto decir: «¡cuánta bondad y amor hay en la Humanidad!». A partir del Vaticano II, la Iglesia ha dado pasos importantes para recuperar el sentido de la Eucaristía, como conmemoración de la «Cena del Señor», incluyendo el «Sacrificio de Cristo en la Cruz», pero en el contexto del mensaje del Amor, proclamado en la Última Cena. La diferencia es radical: ● Si la Eucaristía es no más que el Sacrificio de Cristo en la Cruz, ofrecido a Dios, la Eucaristía es simple «culto a Dios», en el que Dios sólo espera de nosotros que se lo ofrezcamos. Lo que importa es el sacrificio de Cristo, no los nuestros. Si la Eucaristía, en cambio, es celebración del Amor, todos estamos implicados en el compromiso de hacerlo realidad, y Dios espera nuestro propio sacrificio, en aras del amor. ● Si en la Eucaristía-Sacrificio, sólo importa la dignidad de la Víctima que ofrecemos (Cristo mismo), poco cuenta lo que nosotros seamos o hagamos, en la misa. Quien importa es Cristo que se ofrece al Padre. De ahí, la marginación del pueblo en la celebración de la misma, en que terminó la misa durante siglos. Pero si la Eucaristía es, ante todo, celebración del «Agape» cristiano, la Eucaristía se convierte en un apremio para hacer realidad nuestro propio amor fraterno. ● Si la Eucaristía es la conmemoración eterna del Sacrificio de Cristo, son consecuentes muchas formulaciones del Via Crucis: Compadecer eternamente lo que Cristo tuvo que sufrir en la Cruz, hace 2000 años. Pero si es la celebración del amor, se convierte en la sensibilidad y compromiso por lo que Cristo sigue sufriendo en cada ser humano sufriente, discriminado, oprimido o maltratado. En la Eucaristía celebramos, ciertamente, el «sacrificio» de Cristo en la Cruz; pero como resultado del Amor de un Dios, enamorado de la Humanidad, que quiere testimoniar hasta dónde llega ese Amor. Y no como necesidad de aplacar su enojo y necesidad de venganza por la maldad de los hombres. Lo que resulta contradictorio con la misma revelación de Jesús sobre el Dios-Amor y Padre de todos. ð Lin Yutang, un chino convertido al cristianismo, se preparaba para ser pastor protestante. Al estudiar su doctrina, quedó decepcionado y acabó perdiendo la fe Y escribe: «Aún más absurdo me pareció otra proposición. Se trata del argumento de que cuando Adán y Eva comieron una manzana durante su luna de miel, se enfureció tanto Dios que condenó a su posteridad a sufrir de generación en generación por ese pequeño pecado; pero cuando la misma posteridad mató al único hijo del mismo Dios, Dios quedó tan encantado que a todos perdonó!»” (González Carvajal, o.c., p. 75-76).

Juan Pablo II, a propósito del Año de la Eucaristía, trata de armonizar debidamente el carácter de

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celebración de Fraternidad y Comunión de la Eucaristía y su aspecto sacrificial. Y ser armonizan en la medida en que el sacrificio de Cristo en la Cruz se ubica en su verdadero contexto: El Amor, en todas sus dimensiones, incluida la entrega sacrificial de nuestras propias vidas, en aras del amor. Afirma el Papa: “Como he subrayado en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, es importante que no se olvide ningún aspecto de este Sacramento. En efecto, el hombre está siempre tentado a reducir a su propia medida la Eucaristía, mientras que en realidad es él quien debe abrirse a las dimensiones del Misterio. «La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones».[12] No hay duda de que el aspecto más evidente de la Eucaristía es el de banquete. La Eucaristía nació la noche del Jueves Santo en el contexto de la cena pascual. Por tanto, conlleva en su estructura el sentido del convite: «Tomad, comed... Tomó luego una copa y... se la dio diciendo: Bebed de ella todos...» (Mt 26,26.27). Este aspecto expresa muy bien la relación de comunión que Dios quiere establecer con nosotros y que nosotros mismos debemos desarrollar recíprocamente. Sin embargo, no se puede olvidar que el banquete eucarístico tiene también un sentido profunda y primordialmente sacrificial.[13] En él Cristo nos presenta el sacrificio ofrecido una vez por todas en el Gólgota…( Mane nobiscum, Domine, 14-15). La Eucaristía es fuente de la unidad eclesial y, a la vez, su máxima manifestación. La Eucaristía es epifanía de comunión (Ibid. 21). La Eucaristía no sólo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad. En la celebración eucarística la Iglesia renueva continuamente su conciencia de ser «signo e instrumento» no sólo de la íntima unión con Dios, sino también de la unidad de todo el género humano.[25] La Misa, aun cuando se celebre de manera oculta o en lugares recónditos de la tierra, tiene siempre un carácter de universalidad. El cristiano que participa en la Eucaristía aprende de ella a ser promotor de comunión, de paz y de solidaridad en todas las circunstancias de la vida. (Ibid.27). 5.- LA EUCARISTÍA EN LA HISTORIA Las primeras comunidades cristianas entendieron la eucaristía, ante todo, como la celebración continuada de la Cena del Señor. La llamaron, por ello, el «Agape», o «Fracción del Pan». ð Se reunían en pequeños grupos; en casas particulares (no había aún templos); partían y compartían el pan y vino consagrados; celebraban y consolidaban su amor fraterno; oraban, daban gracias, y alababan a Dios con espontaneidad de corazón. Era, en definitiva, una cena de fraternidad. El Cristianismo posterior, en cambio, se fue centrando en el sacrificio que Cristo hace de Sí mismo al Padre, en la Cruz, por la salvación del mundo, con escasa o nula referencia a la Última Cena. De ello se derivaron usos y costumbres, en torno a la misa, que no dejan de ser distorsiones de su verdadero significado:. ♦ En las antiguas catedrales, el presbiterio y la nave de los fieles se separaron con cuna elevada y densa reja. Los fieles quedaron más y más distanciados de lo que ocurría en el altar. ♦ Se entendió que la misa la celebran los sacerdotes, y sólo los sacerdotes, que representan a Jesucristo mismo. En consecuencia, los fieles se dedicaron por largo tiempo, a visitar imágenes, rezar el rosario o leer un devocionario, durante la misa. ♦ Los fieles que asistían a la misa, salían del templo tan ajenos unos a otros como habían entrado. La mirada de todos se centraba en el altar y en la cruz, pero se ignoraban mutuamente como extraños. Padre Francisco Galenda OSA - La Eucaristía - 9


♦ Se encomendaron al sacerdote intenciones particulares, como la de ofrecer la misa por un familiar difundo; por un enfermo de la familia; por el cumpleaños de un ser querido, etc. Pero sin participar en ella. Se supuso que el protagonista de la Eucaristía es Jesucristo mismo, y su representante el sacerdote, pero uno mismo no tiene nada que pintar en ella. ♦ Se monopolizaron las misas. Se supone que si yo pago un estipendio, esa misa es ¡mía!, y únicamente dedicada a la intención que yo he pagado. De igual modo, si yo pido una misa para celebrar mi matrimonio, ninguna otra pareja debe celebrar su matrimonio en la misma misa. ‘ Todas estas cosas han significado la pérdida del sentido de fraternidad, que constituye el alma y centro de la Eucaristía. Una fraternidad en que todos nos sentimos hermanos, todos compartimos las intenciones, inquietudes y problemas de todos; todos consolidamos la comunión de fe, alegría y esperanza. La Eucaristía es, ante todo, una «celebración de Familia»: de la Familia de los hijos de Dios.

6.- LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE FRATERNIDAD Rescatado su espíritu original, la Eucaristía quiere y debe ser hoy, ante todo, «Escuela de Fraternidad» entre los seres humanos. En concreto: ● Experiencia fuerte de comunión y solidaridad en el templo, de lo que hemos de vivir también fuera de él: en la familia, en la calle, en la política, en la economía y en la relación social en general. La Eucaristía pierde su sentido cuando llegamos a ella no más que «para cumplir con Dios», cuando Dios lo que más anhela es que cumplamos con los hermanos. ● Forjadora del sentido social y comunitario de nuestra vida. -La religión no es asunto simplemente personal y privado: La religiosidad cristiana es esencialmente comunitaria y fraterna. Y esto mismo habrá de ser también la familia, la política, la economía y todas las expresiones de la relación interhumana. Porque el ser humano está hecho para vivir en comunión; y “todos necesitamos de los demás para ser nosotros mismos”. ● Momento de reconciliación y restauración de relaciones rotas.- Eso pretende ser, en la Eucaristía, el gesto de la paz: Un saludo fraterno aun al desconocido, reconocido como hermano; un abrazo cordial al aquel con quien estoy herido, o está herido conmigo, como diciendo: «Perdóname, olvidemos lo pasado, y caminemos juntos». Jesús mismo advirtió: “Si vas a presentar tu ofrenda ante el altar, y recuerdas que un hermano tiene algo contra ti, ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda” (Mt. 5,23-24). ● Escuela de Fraternidad Universal.- Una vivencia fuerte de nuestra filiación del mismo Padre, por ello, del nuestro sentido de Familia, en torno al Gran Hermano, Jesucristo. En la Eucaristía aprendemos a «mirar» a todos los seres humanos en su verdadera dimensión de hijos de un mismo Creador y - Padre, sin discriminación de cercanos y extraños, amigos y enemigos; justos y pecadores, deseables e indeseables. Es el testimonio que Jesús ●Universidad de la Vida.- En la que aprendemos, no más y más conocimientos, ni siquiera religiosos, sino a vivir mejor; a especializarnos en el difícil arte del amor; a ser más auténticamente «humanos»; a convertirnos en «luz, sal y fermento del mundo que vivimos, para transformarlo desde nuestra propia calidad y excelencia personales. Son muchos los creyentes que asisten regularmente a la «Universidad de la Vida» -la Eucaristía-. No pocos llevan cursando en ella 40, 50, 60 años. Pero no todos logran graduarse. ¿Será que no han sabido estudiar?

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7.- GESTOS DE FRATERNIDAD EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA En las reformas litúrgicas, después del Vaticano II y en los Documentos de la Iglesia, se ha tratado de rescatar esa dimensión fraterna de la Eucaristía. Y se introdujeron gestos de acercamiento entre todos los participantes. Por ejemplo: ● «Concelebración».- Un aspecto teológico que se fue marginando más y más, es el de que todo un «pueblo sacerdotal». Porque todos llegamos para hacer a Dios «ofrendas, sacrificios y holocaustos», como en la Antigua Ley, sino para ofrendarle nuestra propio amor, como hizo Jesucristo. En el bautismo fuimos todos consagrados «sacerdotes, profetas y reyes», del Nuevo Pueblo de Dios. En consecuencia, no es sólo el sacerdote, ministro de la Eucaristía, el que la ofrece, sino todos juntos con él. No venimos a «oír misa», sino a concelebrarla. Por eso la Liturgia ha querido comprometer más y más a los laicos en la celebración: Monitores, Lectores, Ministros de la Comunión, etc., etc. ● La coparticipación.- Tradicionalmente los asistentes a la misa terminaron siendo simples receptores pasivos. Apenas colaboraron en parte el sacristán y los monaguillos. Hoy se quiere una coparticipación activa de todos: Que sea toda la Asamblea la que vibra, y no solo el cura y el sacristán; o el cura y el coro. b Por ello, se amonesta a los coros musicales a ser animadores del canto de toda la Asamblea, y no una coral, que viene a presentar una exhibición musical, ante unos espectadores silenciosos. ● El gesto del saludo fraterno de paz.- Antes de la comunión, se invita a todos los participantes a darse un «saludo fraterno de paz». El gesto tiene dos significados importantes: =1°.- Fraternidad.- El reconocimiento como hermanos a quienes tenemos al lado, quizá desconocidos para nosotros. = 2°: Reconciliación con los que sí conocemos, y en cuya relación pueden haberse dado malentendidos, conflictos y ofensas. Esta reconciliación es decisiva para que tenga sentido la comunión que vamos a recibir. ● La despedida final: La misa concluye con la despedida del sacerdote, que dice: «Podemos ir en paz», o «Vayamos, hermanos, con el gozo y la paz del Señor». Y el coro entona de inmediato un canto de despedida. Es este un gesto de profundo significado, pero al que de ordinario no damos importancia. Es la «despedida» después de un encuentro y celebración fraternos. Pero con frecuencia, salimos, como maliciosamente decimos en Panamá «a lo chepano», ¡con perdón de los chepanos y además disparados!: sin despedirnos de nadie. Cabe una doble interpretación del gesto de despedida: = 1ª.- Despedida del Señor, bien con un canto de alabanza, o pidiendo su bendición para seguir viviendo nuestra vida como hijos del mismo Padre y hermanos. = 2ª.- Despedida fraterna.- En realidad a Dios no lo despedimos, porque seguirá con nosotros adondequiera que vayamos. Si hemos vivido en la Eucaristía una verdadero sentido de hermandad, lo lógico sería no omitir lo que siempre hacemos en una fiesta: despedirnos gentilmente siquiera de los que tenemos más próximos. 8.- LA SIMBOLOGÍA LITÚRGICA Y LA VIVENCIA DE LA MISMA La celebración eucarística ha sido regulada por la Iglesia en una estructura precisa: liturgia del perdón; liturgia de la Palabra; liturgia de Ofrendas; Plegaria Eucarística; liturgia de Comunión, a Padre Francisco Galenda OSA - La Eucaristía - 11


grandes rasgos. Y con una serie de fórmulas de plegaria, de ritos y símbolos, que nos ayuden a vivir, y no banalizar, el Misterio que estamos celebrando. Todo esto son «ayudas» para llevarnos a la vivencia de lo que celebramos. Pero tenemos siempre el riesgo de quedarnos en su exterioridad, o en su repetición mecánica, sin que respondan para nada a nuestros sentimientos y vivencias. San Agustín enseña que «una cosa son los signos, y otra muy diferente la realidad significada por ellos» (=Signum et Res.- DOC I,II,2). Y que “Seguir materialmente la letra y tomar los signos por las cosas a que se refieren, denota debilidad servil’”(De Trinit. VIII, 8,12). Esto significa que hemos de tomar los ritos como la «llave», que abre paso a la espontaneidad del corazón. Si no se da ese salto de la boca, o de los gestos, al corazón, para Dios no somos sino una aglomeración de «ausentes», o de «máquinas parlantes». Ocurre algo similar en nuestras relaciones humanas. También éstas se apoyan en una serie de ritos, gestos y fórmulas, que pueden volverse mecánicas y sin significado alguno: ● Decimos: «buenos días»; «¡hola ¿cómo estás?»; «que tengas buena noche», «adios, cuídate», con frecuencia por pura fórmula, sin que nos importe en absoluto que el saludado tenga un buen día o pase una buena noche, ni nos interese cómo está.. ¡Eso es problema suyo!. ● El rito más generalizado de relación entre cercanos es el «beso» y el «abrazo», o bien el choque de manos, entre no tan cercanos. Pero cuántas veces han sido también pura fórmula, sin que respondan a nuestros sentimientos reales acerca de esa persona. El rito repetido mecánicamente tiende fácilmente a «congelar», o momificar» la vida. Es «letra», que puede asfixiar el «espíritu». ð Es bueno y saludable enseñar a los niños ciertos gestos y ritos de buena crianza: dar un beso y un saludo a papá y mamá al levantarse; abrazar a papá cuando llega del trabajo; dar un beso y un abrazo a papa y mamá al acostarse, etc. Es bueno y aun necesario. Pero ¿Qué sería la relación familiar, reducida a una repetición mecánica de fórmulas y gestos prefabricados si no hemos suscitado y cultivado antes un afecto, gratitud, admiración y veneración sinceros hacia aquellos que decimos querer? Tiene su importancia la fidelidad al rito. Pero tiene mucha más importancia la espontaneidad que brota de lo que auténticamente se vive en el corazón. Si ésta falta, los ritos litúrgicos se convierten en una simple representación teatral», cuya belleza depende de la actuación, más o menos brillante, de los actores; y en la que los espectadores no se sienten implicados. De ahí el aburrimiento de muchos en una representación que han presenciado centenares de veces. 9.- LA PRESENCIA SACRAMENTAL DE JESUCRISTO EN EL SAGRARIO Desde las primeras comunidades cristianas, a la presencia eucarística de *Cristo, que celebramos en la Eucaristía, se le dio continuidad en el «Sacramento Eucarístico», reservado en el Sagrario. Nuestra fe proclama que Jesucristo está presente en Cuerpo y Alma en el Sacramento del Altar. En Él Jesús sigue entre nosotros, disponible para la cita tanto personal como comunitaria. Una Presencia a nuestro alcance ● Presencia definida y concreta.- Sabemos que Dios (Padre, Hijo y Espíritu)), llena el Universo, y está en todas partes “por esencia, presencia y potencia”; es decir «realmente». Pero, por ser «Omnipresencia», nos desborda, se nos diluye, se nos pierde. Toda nuestra vida discurre en la

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dimensión “espacio-temporal y necesitamos concreciones, dada la cortedad de nuestra mente y mirada; y para nuestro encuentro con Él, nos ha proporcionado un lugar concreto de “citas”: “El Maestro está aquí y te llama” (Jn.11,28) ● Presencia Memorial.- Es una Presencia «Memorial»: Inseparablemente ligada a lo que fue la Presencia del Hijo de Dios entre nosotros, durante más de 30 años, compartiendo nuestra propia realidad humana, como Compañero de Camino; como Maestro del Amor y de la Vida; como Luz que orienta nuestro camino y nos abre horizontes de esperanza; como un «Dios-entre-nosotros», a nuestro nivel y a nuestro alcance. Y Memorial también de esa presencia distendida, que nunca puede limitarse a lugares concretos. ● Presencia Permanente.- Es el Testimonio perenne de que su Ascensión al cielo, no significó el fin y cancelación de su presencia entre nosotros; sino que él prosigue a nuestro lado, como lo estuvo al lado de sus discípulos; y de los enfermos; y de los más pobres y despreciados; y aun de los pecadores y descarriados: “Yo estaré con ustedes hasta el fin de los siglos”. ● Presencia Activa y Estimuladora.- El prosigue a nuestro lado, trabajándonos por dentro, apremiándonos a emprender el «camino del Amor», que Él enseñó; estimulándonos a afrontar nuestras contrariedades, sufrimientos, injusticias y aun la muerte, como Él mismo los afrontó: como escalones que nos llevan a la Meta más gloriosa; invitándonos de continuo al encuentro cordial y confiado con Él, para reencontrar en él nuestra luz, fuerza, fe, seguridad, esperanza y alegría: “Mira que estoy a tu puerta y llamo. Si escuchas mi voz y me abres, Yo entraré, y cenaré contigo y tú conmigo” (Cf. Ap. 3,20). El Sagrario lleva un rótulo invisible, diseñado por Marta, que dice: “El Señor está aquí y te llama” (Jn. 11,28). El siempre te espera; siempre tiene algo importante que decirte; desea escuchar de tus labios tus anhelos, tus problemas, decepciones, y fracasos; tus tropiezos y pecados, y aun tu aburrimiento y hastío, cuando te encuentras ante Él. Siempre tiene algo importante que decirte, y un amor que ofrecerte, si estás dispuesto a escuchar. Aun con los mejores amigos y con las personas que más amamos, tenemos que callarnos a veces muchas cosas, que no es prudente decirles. Con el Maestro del Amor, podemos relacionarnos siempre «a corazón abierto». Presencia Sacramental La palabra latina «sacramento» significó en el mundo romano, el «rito» del juramento de fidelidad a la Patria, que hacían los nuevos soldados. En el mundo cristiano pasó a significar el «Signo externo y perceptible de una realidad sagrada e invisible». San Agustín enfatiza la importancia de no confundir nunca el «Signo» con la «Realidad Significada». So pena de reducir nuestra religiosidad a una simple repetición de «signos», sin vivir realmente su contenido oculto. Esto lo entendemos muy bien, pues toda nuestra relación humana es «sacramental»: a base de «signos»: El beso, el abrazo, la sonrisa, el regalo, la relación sexual, son otros tantos «signos», con los que pretendemos expresar el «amor». Pero no son el amor mismo: Sabemos de sobra que muchas veces esos signos no son más que un formalismo, que puede ocultar cualquier sentimiento, menos el amor. Padre Francisco Galenda OSA - La Eucaristía - 13


Presencia «Misterio» La presencia de Jesucristo en el Sagrario es ciertamente una Presencia especialmente significativa y privilegiada para nuestro encuentro con Él. Todos distinguimos muy bien los distintos tipos presencia en nuestras relaciones humanas. Y hay presencias y que nos marcan para toda la vida. La presencia de Jesús en el Sagrario nos rememora todo el Amor, Bondad, Entrega y Sacrificio que Él nos manifestó, mientras compartió, en su alma y cuerpo humanos, nuestra propia existencia. Pero hemos de cuidar no «achicar» a Dios, ni tampoco a Jesucristo. Jesucristo está sacramentalmente en el Sagrario; pero es la «presencia memorial» de una presencia más distendida, en toda la vida humana, más allá del Sagrario. En éste podemos «encerrar» el Sacramento; pero no a Jesucristo mismo, que está en él, pero también más allá de él: “Donde dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos”. He aquí por qué llamamos al Sacramento Eucarístico el «Sagrado Misterio». Cuando proclamamos en la Eucaristía: «Este es el Sacramento de nuestra Fe», en latín se dice: «Misterium Fidei». Es un «Misterio de nuestra fe», porque nos desborda, y rompe todas nuestras lógicas humanas. ● Decimos que Jesucristo está presente «realmente» en el sagrario.- Con ello podríamos entender que fuera de él no está «realmente», sino solo «en espíritu». Y ya estamos aplicando una categoría humana que no corresponde a Dios: ð Para nosotros, cuando una madre escribe a su hija, residente en un país lejano, diciéndole que el día de su cumpleaños estará presente «en espíritu», quiere decir que no estará personalmente, sino solo con su pensamiento, recuerdo y amor. Pero esto no se puede afirmar de Dios, que ES Espíritu, y está personalmente en todo lugar. Tampoco explica el Misterio la distinción frecuente de que en el Sagrario Jesucristo está como Hombre, y en todo lugar está como Dios. Pero ¿se puede acaso separar en algún lugar la naturaleza humana de Jesucristo de su Persona Divina? ¿Puede Jesús despojarse de su naturaleza humana para estar en todo lugar sólo con su naturaleza divina?.Son interrogantes del Misterio. ● Decimos que Jesucristo está «realmente en cuerpo y alma» en el Sagrario.- Y es cierto. Pero ¿puede acaso estar en unos lugares sólo con el alma, y en otros con el alma y el cuerpo? ¿Puede acaso Jesús Resucitado despojarse de su Cuerpo Glorificado para estar en todo lugar, como quien se despoja de su camisa, y revestirse de Él para estar «el cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar»? Son interrogantes que nos sugiere el «Misterio», y en él se nos pierden. Pero en todo caso, es un Misterio Fascinante, porque cuando nos apartamos del Sagrario, no hay despedida propiamente tal: ¡No nos vamos y Él se queda! Más bien, Él se va con nosotros adondequiera nos dirijamos. como Hermano y Compañero Fiel, que sigue a nuestro lado y nunca nos pierde de vista. También a Él se refieren las palabras del salmo: “Tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto; de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso. ¡Todas mis sendas te son familiares” (salmo 138, 1). Presencia que nos alimenta, fortalece y revitaliza Un Misterio que nos desborda y no agotan nuestras explicaciones. Y sin embargo, sabemos que se trata de una Presencia especialmente significativa para nosotros, y expresamos en la

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oración con la que hemos saludado tradicionalmente a Jesús Sacramentado: ¡Oh sagrado banquete en el que se recibe a Cristo: se recuerda la memoria de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la futura gloria!. Y San Agustín ora diciendo: “¡Oh Sacramento de piedad; Oh Signo de unidad; Oh Vínculo de Caridad; Quien quiera vivir, sabe dónde está la vida; Que se acerque y crea; Que se incorpore a este Cuerpo Para tener vida” (In Jo.Ev. 26,13).

10.- LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA En los momentos más emotivos de su Última Cena, Jesús bendice el pan y el vino y lo reparte entre sus discípulos diciendo: “Tomen y coman todos de él: Esto es mi Cuerpo…; “tomen y beban todos de él: ¡Esta es mi sangre” (Mc.14,23-24; Lc.22,19-20). Y “sigan haciendo esto en memoria mía” (Lc. 22,19). Ya anteriormente había advertido: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn. 6, 54-55). La teología eucarística, sin embargo, tanto en el aspecto de la Presencia de Cristo en el Pan y Vino consagrados, como la comunión con su cuerpo es una de las cuestiones que han dividido a los Cristianos: — Para nuestra Iglesia Católica, los textos del Evangelio expresan con suficiente claridad que, en la comunión, recibimos realmente el Cuerpo y Alma de Cristo. — Para varias confesiones cristianas no católicas, esas palabras de Cristo no son más que una simbología para significar la unión espiritual con Jesucristo mismo. La cuestión no deja de ser complicada, porque San Juan nos relata que muchos de los seguidores de Jesús se escandalizaron cuando les habló de comer su cuerpo y beber su sangre, sonándoles sin duda a “canibalismo”, y le abandonaron (cf. Jn. 6, 60 y 66). Y Jesús debió aclarar su sentido: “El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida” (Jn. 6, 63). La aclaración de Jesús es clave para evitar extremos. No se trata, ciertamente, de comer y beber la materialidad física del cuerpo y la sangre de Cristo. Al resucitar, Jesús ha trascendido nuestra dimensión física-espacial- temporal, y pasó a la dimensión de Dios, no limitado ya por el espacio y el tiempo. San Pablo declara: En la resurrección “se siembra un cuerpo natural (corruptible) y resucita un cuerpo espiritual (incorruptible)” (1Cor. 15,44). Padre Francisco Galenda OSA - La Eucaristía - 15


Pero, por la misma razón, tampoco podemos negar la Presencia “real” de Jesucristo en el “Memorial” de su última Cena, que es la Eucaristía, porque al resucitar, su Presencia ha trascendido los límites del espacio y del tiempo: No está realmente en un lugar determinado, que llamamos “cielo”, y en el resto de los lugares sólo “en espíritu”. Es esta palabra “en espíritu” la que nos lleva a confusión, porque la entendemos desde nuestras propias categorías espacio-temporales: Cuando vivo a diez mil kilómetros de distancia de una persona muy querida, entiendo que me hago realmente presente en su vida, cuando voy a su encuentro, la saludo y la abrazo; en cambio, cuando la felicito en su cumpleaños por internet, le digo que estoy presente en su vida “en espíritu”; es decir, con mi memoria, recuerdo y afecto. Con Dios, y Jesús Resucitado, no es así. Dios ES “Espíritu”; y su Presencia no tiene límites. Y así ocurre con Jesús Resucitado, cuyo cuerpo ha sido transformado. Y esta es la noticia más bella; porque, entonces, cuando yo termino mi visita a Jesús ante el Sagrario, no tiene sentido que me despida de Él hasta la próxima: ¡El va conmigo; y lo encontraré dondequiera que me encuentre! La aclaración que Jesús nos da, cuando afirma: Las palabras que os he dicho son espíritu y vida” (Jn. 6, 63), no la materialidad física de su cuerpo y de su sangre, dejan en evidencia algo que todos entendemos: Que no es lo mismo ingerir una hostia consagrada que “comulgar”: Ingerir físicamente un hostia consagrada es algo externo; mientras la comunión con Jesucristo es algo del corazón. Lo que significa que podemos recibir la hostia consagrada «sin comulgar». ð Se ha dado el caso de que un perro atrapó una hostia consagrada que se le cayó al sacerdote. Y a nadie se le ocurre decir que el perro «comulgó». [Alguien puede quemar una hostia consagrada, pero no quema a Jesucristo. [ El sacerdote mismo parte la hostia en pedazos, pero no parte a Jesucristo mismo. Sabemos que Jesucristo está presente. Pero el “cómo está” forma parte del “Misterio” que es Dios mismo, y que desborda nuestros conceptos humanos. Para nuestra fe, lo importante es el “hecho”, no el “cómo”.

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