FATUM 1

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Escrito entre el 2014 y el 2019, editado durante el 2019, e impreso, y finalmente encuadernado, en Enero del 2020, por Rafael García Artiles.

FATUM I

Esta historia de muchas historias, comienza en ese momento crítico en el que me echan de un trabajo donde había volcado muchas ilusiones, y aún más empeño. Un trabajo para el que ellos contactaron conmigo porque un antiguo maestro me recomendó. Fue un despido tipo ya te llamaremos. Trabajaba para ellos en el españolísimo régimen de falso autónomo. Lo hacía por lo que pagan los empresarios criminales a manos extranjeras para recoger verduras y frutas dentro de inha bitables invernaderos. Pero yo calor no pasaba, frío sí. Era una nave enorme en la vega de Granada, en pleno invierno, sin calefacción, que esos espacios tan grandes son imposibles de aclimatar. Hacía un trabajo especializado y de carácter creativo, y muy físico, mi licenciatura en bellas artes y mi tesón me capacitaban para comenzar en ese oficio. Si acepté ese trabajo con ese sueldo fue porque consideré que entraba allí como un aprendiz, para profundizar en ese oficio, y porque de verdad me hacía mucha ilusión comenzar con aquello. Y ellos también lo entendieron así, pero resultó que en algún punto se dieron cuenta de que, y cito

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textualmente, necesitaban a alguien que supiera más que ellos. Evidentemente eso era algo que yo no les podía dar en ese momento, pero aunque hubiera podido, ellos no lo habrían querido pagar. Creo que se encontraban en plena crisis creativa y yo pagué los platos rotos, y que el espectáculo continúe.

Esto se sumó a que aún no había superado la ruptura de una relación de ocho años, con una persona que se ha convertido con el paso de los años en alguien con un lugar muy especial en mi vida. En aquel momento era todo muy doloroso, y todo eso se juntó a que la convivencia en el piso compartido en el que vivía en el barrio de la Chana, se había convertido en un pequeño infierno. Uno de los dos compañeros que tenía resultó ser un guarro de los que se rocían en perfume para disimular su podredumbre. Un malcriado que no sabía fregar un plato y para el que toda comida se prepara frita, excepto la pasta que se cuece hasta que se pega al fondo del caldero. Caldero que se limpia solo, al igual que el resto de platos. De esos individuos que han visto muchas películas de los

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EEUU y piensan que la comida que sobra en el plato se la traga el fregadero sin problema. De esos que se van una semana y te dejan en recuerdo su basura de un par de días, que equivale a la de todo un mes de un ciudadano promedio.

No puedo olvidar el pestazo que salía de su cuarto, y aún, cuando huelo a alguien que usa su característico perfume, se me remueve el estómago y me dan ganas de inflarlo a hostias. Perdónenme por la expresión, es que aun me enerva pensar en ese individuo. Un día casi llegamos a las manos, pero por suerte el otro compañero nos separó. No soy una persona violenta, pero sí de aguantar y aguantar hasta que exploto, y ahí ya sí que sí soy una persona violenta.

Me fui de aquel piso, a pesar de que la casera ya había echado al compañero guarro. Lo sentí por mi otro compañero, un currela peruano que era muy buena gente, a pesar de que se ponía muy cargante con sus penas de amor. Cuando le venían inundaba la casa de bachatas, que por si acaso no enten día de su carácter lastimoso, él se encargaba de cantarlas a coro, bien desentonado y bien llorado.

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Visto con perspectiva no sé cómo me pude meter en un piso tan lúgubre, hecho polvo y con gente extraña. Pero bueno, era barato y tenía que salir de la casa donde vivía con mi pareja. Comenzaba una nueva vida, así que todo me parecía una oportuni dad para dejar atrás mis dolores. Pero la vida continúa y cuando una puerta se cierra, si sigues la corriente de aire, encuentras una ventana abierta por la que colarte. Y así pasó que el socio de una de esas grande amigas que te da la vida, Maya, quería traspasar su parte del negocio. Una pequeña tienda de artesanía en el Albaicín. Pensé que sería cosa fácil, por la amis tad que me unía a los dos. Pero cierto conflicto entre ellos estuvo a punto de no hacerlo posible. Al final se consiguió, y sin tener que desembolsar lo que en un principio me pedía, y menos mal, porque la persona que cedía su parte había sobre estimado, calculo que sin mala fe, el valor de aquel negocio. Estamos ya en mayo, y tras un durísimo invierno la primavera se viene cargada de nuevas ilusiones y proyectos. Mi propio negocio, un espacio donde

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proyectarme, crear, y ganar dinero. El lugar era bien bonito. Tenía tres espacios principales, uno era el de la tienda en si, otro era un pequeño patio lleno de plantas que daba la bienvenida al visitante y otro una cueva que usábamos como sala de expo siciones, para proyectar películas y dar pequeñas fiestas. Cada mes inaugurábamos una exposición, y cada inauguración era una fiesta donde rega lábamos ilustraciones con cada cerveza que se compraba, además de buena música, algo de pico tear y un rato bien bonito. A pesar de las complicaciones solo tengo buenos recuerdos de aquellos dos años que estuve llevando aquella tienda.

Me fui a vivir al Albaicín con un amigo que ya es hermano, Nicolás, el poeta del puente. Todo pintaba bien, pero con el tiempo ese piso también resultó ser una porquería y el casero un asqueroso que nos tenía casi sin agua, y cuando a los meses decidimos irnos porque no se solucionaban los problemas de la casa, decidió que se quedaba con la mitad de la fianza. Dice que es abogado, y si camináis por el Albaicín igual os lo cruzáis, es un tipo alto, gordo de buena vida, con un sombrero

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blanco, barba recortada y canosa, tiene cara cabrón y va perdonando vidas, sus ojeras son como dos profundos pozos, de maldad. Se le ha visto alguna vez pisando con sus brillantes zapatos el trabajo de compañeros ilustradores que venden en la calle, mientras dice, la calle es de todos. De esa clase de persona es.

El siguiente lugar donde caí a vivir se convirtió en mi hogar durante el tiempo que me quedaba en Granada. Era un pisito muy antiguo en la cuesta Gomerez, de techos muy altos y distribución extraña.

Fui muy feliz en ese piso, y todavía cuando voy de visita a Granada puedo pasar a visitar a mi vecino pintor, el gran Helí, y celebrarnos una fiesta de la música, donde yo especialmente, destrozo todo tipo de canciones, sin pudor ni respeto. Volvamos a la tienda, y a la historia. Fue un soleado día del mes de febrero del dos mil quince que se presentaron unos colegas con la nevera que le va a dar interés a este relato. Una nevera de estas de playa, bastante vieja, y en cuyo interior se encontraban una serie de objetos cuyo sentido

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roza lo absurdo. Aunque más absurdo es como se lo encontraron, pero bueno, es Granada, y aquí todo lo absurdo es posible, solo hay que ver la cantidad de fachas antimoros que se enriquecen a costa de lo que ese constructo de moro levantó en su día, y lo hacen sin despeinarse. Más que absurdo, eso ya casi es esperpento. En fin, sigamos, estábamos por cómo se encontraron mis colegas esta nevera y sus objetos imposibles. Aquí os dejo una transcripción, casi literal, de sus testimonios.

Y en este enlace podéis ver un documento audiovisual donde se recogen esos testimonios contados por ellos mismos:

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https://youtu.be/jJIagk3OETw

María: Me Desperté una mañana muy temprano, más temprano de lo normal. Porque entraba sol por la ventana, y hacía muchísimo tiempo que hacía muchísimo frío. Decidí salir a dar un paseo con la perra.

Rau: Pues ya te digo, era un día que había salido el solano en Granada y que apetecía salir a tomarse unos litros a la calle porque había pasado todo el invierno, ya sabes, aquí en Granada de lluvia y de historias. Y claro, a mi me gusta la cerveza bastante, pero a mansalva y claro, fui me pillé un par de litrillos, y por el camino me encuentro a María, una colega, y me dice la chavala — ¡¿Dónde vas?!— Pues mira es que me apetecía hoy con el día este que hace echarme unos litrillos —¿No te apetecería, con el día este que hace, que fuéramos al Sacromonte y así nos damos un paseíllo y toda la historia?—Me parece de puta madre, vámonos—Antes sería aconsejable que pasáramos a recoger a Miguel—

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María: Y me encontré justo con Rau que venía con una bolsa, con un par de litros y me dijo de ir a buscar a Miguel para ir a disfrutar el solecito por la calle. Decidimos mandarle un guasap, porque sabemos que va estar durmiendo y no va a hacerle caso al timbre, pero al guasap seguro que sí que le hace caso. Y se lo mandamos, y al rato vemos que alguien corre la cortina y se asoma algo.

Rau: Distinguimos en la habitación del notas que se mueven las ventanas. Mi reacción fue ir a molestarle rápido al colega e insistirle allí al timbre. El colega da de sí, y claro, baja el Miguel vestido de negro, típico en él, con sus gafillas negras y todo.

Miguel: Estaba ahí, dormido en la cama, todo agustito, y empezó a sonar el guasap,—mira, que soy María, que tenemos unos litros el Rau y yo, que estamos en la puerta de tu casa— y yo no tenía ganas... Empezaron a tocar el timbre, me asomé a la ventana, y digo —pues no voy a salir—. Estaban en chanclas, locos perdidos, no sé qué día era, pero yo creo que era febrero vaya. Y me volví para la cama,

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y de repente otra vez tocando al timbre, tocando al timbre... Me puse la ropa y bajé para abajo.

María: Les propongo de irnos al Sacromonte a bebernos el litro. Miguel hace un ruido así como de —Lo que ellos digan—. Así que vamos.

Rau: Llegamos a la cuesta del Chapiz, y en fin, Miguel con sus historias, empezó a protestar la criatura, que no quería seguir ya en la ruta hasta el Sacromonte, y claro, María lo que hace es, instintivamente, rápidamente, sacó uno de los litros, que yo llevaba por cierto, y se lo da a Miguel, al colega... y claro, yo ya empiezo a preocuparme en tanto a lo de los litros, porque claro, yo veía que quedaban pocos litros y teníamos aun que andar un poco. Y terminamos el litro, y pasando por el camino del Sacromonte veo que nos pasamos la última tienda que hay que yo conocía para poder comprar litros. Claro, no era por insistirles más pero, es una cosa que no me puede faltar, enton ces...yo les dije —¡Oye!, ¿porque no paramos ya y pillamos unos pocos de litros? no vaya a ser que

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esto no dé lugar hasta que lleguemos—. Y claro, ellos le hicieron caso omiso. Pues bueno yo ya harto de la situación con mis litros, lo que decidí es echármelos con Miguel, tranquilamente, mientras María iba a su rollo. Miguel: Era Invierno, pero con un solano... yo no voy a ir allí eso está muy lejos (El Sacromonte). Pero al final María sacó un litro y me lo dio. Y ya con el litrillo, medio me convencí, y además ella tiró para adelante, andando, en plan, pues voy a ir sí o sí. Pues fuimos detrás el Raul y yo. Por el camino me parece que nos bebimos ese litro y otros dos litros más. Y cuando ya llegamos, que primero llegó ella y luego nosotros. Allí, a la cruz que hay al principio de las escaleras que suben a la abadía, solo quedaba uno, y estaba caliente.

Rau: Y claro, ya nos habíamos bebido los litros yo y Miguel y solo quedaba uno y estaba churro. Y claro, el Miguel...la criatura...y toda esta historia... pues no quería continuar. Entonces nos plantamos allí en la cruz.

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María: Yo iba con intención de subir, pero se me plantaron allí en medio, y que nanai, que allí se quedaban. Y como ya me pareció un milagro haberlos llevado hasta allí, ahí se quedo la cosa, me pareció perfecto. Habíamos andado mucho, hacía mucho calor, y les pedí un litro. Se quedaron mirando los dos la bolsa con cara de tontos. Me acerqué a ver qué pasaba y solo quedaba un litro, se habían bebido el otro litro por el camino. Así que reclamé lo que era mío y me lo bebí de tal forma, que me lo bebí de un trago, mirándolos con cara de: decidme algo ahora vosotros.

Rau: Pues Ella, enfadada, se bebió la cerveza del tirón, que mira que estaba churraca. Claro, fue todo un espectáculo, en el contexto, allí abajo en la cruz, cuando llegué a darme cuenta que la cues tión es que nos habíamos quedado sin birra. Y allí al final del camino del Sacromonte, donde se inicia la subida para la abadía del Sacromonte, en la cruz esta. Ya te digo, una cosa extraña.

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María: Entonces es cuando empieza la odisea ya del todo. Estábamos en medio del Sacromonte, habíamos subido hasta allí y no teníamos cerveza. ¿Cómo íbamos a conseguir cerveza fresquita y barata en medio del Sacromonte?

Miguel: Es que no teníamos ninguna necesidad vamos, yo lo pensé, no tenía ningún sentido haber venido aquí.

María: Ahí juega un superpapel importante Miguel, que es capaz de encontrar cerveza fría en el desierto.

Miguel: Yo tengo una especie de talento, de don, que puedo detectar donde hay cerveza fresquita a mi alrededor. Y empecé a mirar para los lados. Había un montón de birra por allí pero estaba en casas, en restaurantes, en las cuevas... no íbamos a pagar más de dos euros por un litro, porque no se pagan más de dos euros por un litro.

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María: Y de repente señaló justo enfrente, la ladera de enfrente, cruzando un río, en medio de un bosque... Señalando que había cerveza ahí, algo medio imposible. Pero bueno, si Miguel dice que ahí hay cerveza fría, seguro que hay cerveza fría.

Rau: Para esta cosa tiene como un instinto, y claro...me propone...me dice que...comenta el colega que... allí en frente, en la ladera de enfrente...imagínate que hay que cruzar un río... que allí había litros fresquitos buenos. Y claro, yo, que me había salvado en más de una ocasión el colega, pues me dije. Vamos a hacerle caso.

Miguel: Estábamos mirando un poco que íbamos a hacer, si desandar el camino hasta los tristes, pero no nos merecía la pena desandar todo el camino porque ya podríamos comprar litros en los tristes. O si intentar cruzar por el medio, pero es que en realidad no se podía.

María: Pues mientras estábamos nosotros ahí discutiendo, miramos a Raul, y estaba saltando el muro de un carmen.

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Raúl: Pues lo que digo, lo que hago es que... ¿que a ladera de enfrente? Pues a la ladera de enfrente. Bajo para abajo, salto una valla que había al lado del río...además toda esta zona me la conozco yo... cruzo el río... veo que hay un caminillo justamente, como una vereda.

Miguel: Antes de que el saltara María fue detrás, yo fui también detrás, empezó ella a saltar, luego salté yo...casi me escalabro ¿sabes?... descen dimos hasta el río, encontramos un tronco por el que cruzar, cruzamos, y encontramos un caminito que se metía por el bosque, pero un bosque que era espeso de cojones.

María: Había un caminito que se metía en un bosque super frondoso, muy empinado, parecía super complicado subir por ahí. Pero subimos, no era tan difícil, y de repente, en mitad del camino, veo al Raul allí parado, mirando al frente.

Raul: Veo que se corta el camino, porque la vereilla esta que te digo, el carril, se corta porque

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parece como que... había habido un corrimiento de tierras, con la historia de las lluvias, del invierno y toda la historia. Miguel: Sería por el solano, sería por los tres litros, el ritmazo que llevábamos para arriba, pero yo empecé a sentirme muy mareado...poquito a poco subiendo... cada vez me sentía peor y... al final los alcancé, estaban parados, yo estaba reventado... vi que no había camino, en realidad....estaba todo...fue llegar, verlos ahí parados, ver el camino todo roto... inmediatamente, me desvanecí. Lo siguiente que recuerdo es estar en la oscuridad más completa, y de repente tener una caja así cogida (hace como que agarra una caja grande contra su pecho)...y empezar a tirar...¡Ahh!... to loco, yo no sabía porqué pero estaba muy nervioso...¡ahhh! No veía nada, tirando...¡Ahhh!... Alguien empezó a tirar de mí...¡Ahhh!... y me caí...me caí de espaldas, solté la caja, y en esas vi que entraba María... me cogió, me ayudó a salir fuera, yo todavía estaba de los nervios, pero absolutamente comío... me sentó, había ya un poquito de luz, y me desfallecí de nuevo.

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María: Estábamos en el camino sin salida, y de repente llega Miguel, con la cara tan blanca que parecía un fantasma. La boca reseca, la mirada perdida...estaba fatal.

Raul: Yo lo veo desde lejos y me digo, ¿qué le pasa al chaval?... blanco como, como...palidísimo. Y claro, llega a donde estamos nosotros, y de repente coge... ya te digo, era un carril, a los bordes era todo vegetación, aquello había movido la tierra y había cortado el carril y toda la historia... y veo que de repente, le da el borunto, todo pálido, casi para desmayarse, veo que se echa a las zarzas, y cruza ahí monte arriba...y yo...me quedo perplejo.

María: Y de repente se dio la vuelta, y se metió bosque adentro. Y Raúl, sin hablar nada conmigo, cogió y se fue detrás también. Obvia mente, para no quedarme allí sola, me fui detrás también. Los dos se adentraron en el bosque, yo iba detrás de ellos...de vez en cuando iba viendo algo como que iban delante de mí. Habían un montón de matorrales, era todo cuesta arriba.

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Era bastante complicado de seguir y yo ya estaba bastante cansada.

Raul: Pues le tira para arriba...y yo veo y digo... ¿Para donde va la criatura esta?...Lo que hago es esto, es mi colega, y tiene sus historias esas que de vez en cuando le dan...decido tirarle para arriba detrás del colega...todo lleno de matojos y toda la historia, nada más de vez en cuando lo veía... intenté cazarlo pero no me daba lugar a engan charlo al colega, iba desbocado. Y claro, llegamos a un carril, lo veo a lo lejos, se pierde en una curva, y al dar yo la curva lo veo metiéndose en una cueva... y claro, yo digo... ¿Dónde se va a meter el colega?

María: Los iba viendo un poco, y de repente, los dejé de ver. Yo sabía que todo el rato era cuesta arriba, solamente tenía que subir. Me iba guiando por las ramas rotas, algún trocito de ropa... y de repente, escuché unos gritos.

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Raúl: Asomo la cabeza dentro de la cueva, veo aquello oscuro...¿donde pollas está el colega?... y entonces de repente unos gritos...aquello fue lo que me asustó de veras... entré, y palpando como pude, veo que estaba el colega enganchado a una caja.

María: Me asusté, aceleré el paso, salí a un camino...y veo una cueva, que estaba como derruida en la entrada. Veo a Raúl metiéndose en la cueva... y unos gritos que venían desde dentro... era Miguel gritando. Me metí, alumbré con el móvil, y me encontré una escena muy extraña. Estaba Miguel agarrado a una caja, Raúl intentando tirar de Miguel. Miguel no paraba de gritar.

Raúl: Le eché mano para sacarlo de ahí, a ver que le estaba pasando...el gritando y toda la historia... no podía levantarlo, y no sé qué pasó con toda la desesperación, el nota agarrado allí, el colega... caemos los dos al suelo... al instante entra María... Menos mal que María allí pudo sacarlo con muchí simo cuidado al colega, a Miguel, que estaba desesperado, gritando a mansalva.

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María: Miguel no paraba, yo me asusté un montón. Lo cogí y lo saqué afuera, lo senté contra la pared y perdió el sentido.

Miguel: Sentí un líquido que me entraba en la boca, superfresquito... era cerveza, un litro... agarré el litro y empecé a beber...glu, glu, glu... Lo notaba fluir por todo el cuerpo, me estaba despertando la cerveza vaya. Y empecé a mirarme, todo lleno de arañazos, de magulladuras, la ropa hecha girones... Reventado... yo seguí bebiendo, miré a la izquierda, María estaba bebiendo, al otro lado Raúl estaba bebiéndose un litro también. Y en ese momento veo que ella se levantó y fue hacia una caja.

Raul: Y yo veo que se queda allí la caja, mi intención rápidamente fue esa. Cojo la caja y me la saco para afuera de la cueva. Salí de la cueva con la cajeta. Aquello, una paranoia. Salgo de la cueva, veo que está el Miguel allí, fatal, con María apontocados en un lado en el camino. Y que sorpresa me llevo, cuando no me había dado cuenta, la jodida cajeta era una nevera, ¿me

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entiendes?, pero una nevera de estas de las de playa auténticas de toda la puta vida. Y claro yo me digo, aquí tiene que haber algo fresquito. Cuál es mi sorpresa, y también mi suerte cuando abro la nevera y veo que hay tres litracos ahí como el copón. Lo primero que hice fue ver el colega casi desfallecido, pálido... Rápidamente cogí uno de los tres litros lo desenrosqué y fui a dárselo. Cuando solo el mero hecho de tocar los labios le dio la vida, es decir...fue algo que me dejó... patidifuso... una historia que decía ¿qué le está pasando?... La cuestión es que se recuperó. Inmediatamente lo que yo hago es que le doy a la chavala, a María, otro litri llo, y me abro yo el tercero que me quedaba... por cierto, increíblemente fresco, buenos, aquello era sorprendente. Y me miro, y me digo, ¿qué es lo que ha pasado?... estaba destrozado, revolcado, como si hubiera estado en la guerra, o hubiera estado de ciegos, arañazos por todos lados...claro, aquello me sacó de contexto.

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María: Cuando estábamos todos sentados, bastante más tranquilos, con los litros en las manos me da por preguntar de donde han salido esos litros. Me dice Raúl que los había cogido de una caja. Miro y era una nevera, me acerqué, a ver si por casualidad hubiera más litros, que no había, y me encontré un montón de objetos un poco extraños. Uno era un disco metálico bastante pesado, una mano, un huevo de barro y un montón de figuritas, muchas figuritas, y entre todo eso, unos papeles.

Raúl: Empiezan a salir de allí unas historias que en aquel momento me parecieron curiosas pero que posteriormente yo no sabía cómo esto iba a trascender, ni las historias que nosotros nos había mos chocado, y nos habíamos tropezado ahí de casualidad.

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