Expediciones Caucheras

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Las Expediciones Caucheras

Mery Rivera de Torrijos ESCUELA TEOLÓGICA SAN JUAN CRISÓSTOMO HISTORIA DE LA IGLESIA CAQUETEÑA R.P. Héctor Luis Valencia –Prbo-

Teología IV Semestre

Noviembre 2015



INTRODUCCIÓN Las expediciones caucheras tienen su inicio luego de finalizado el periodo de explotación de la Quina, tras la caída de su precio durante la década de 1880. Es así como hacia la mitad de la década de 1890, se inicia una de las épocas de mayor dolor y angustia para los pobladores del Caquetá: la de los caucherías y sus expediciones. Esta parte de la historia republicana del territorio del Caquetá, liga íntimamente a dos actores importantes: los misioneros y los caucheros. Por esta razón que al recabar sobre la “Historia de la Iglesia Caqueteña”, se hace

tan importante la revisión de las formas y métodos usados en la explotación del Caucho en nuestro territorio, y de las interacciones que los caucheros procedentes del interior del país tuvieron con los Peruanos (especialmente la Casa Arana), que conllevó a una explotación laboral que rayaba en el esclavismo, forjando una situación social de terror sobre los pobladores indígenas, que marcó el desarrollo de una época y una región, reconocida por Vicente Perez Silva como: El Paraíso del Diablo, en su narrativa de las Raíces históricas de La Vorágine.


Los primeros expedicionarios caucheros Procedentes de Antioquia, iniciaron su empresa cauchera los hermanos Gutiérrez, en asocio con Pedro Antonio Pizarro, exactamente en la hacienda La Perdiz, situada en el centro del casco urbano de la actual Florencia, en donde hoy se encuentra el edificio Curiplaya. Sin embargo, antes del asentamiento en 1902 de esta Cauchera en La Perdiz, ya había asentamiento de colonos en la zona, especialmente las familias de Juan Urbano, Cenón Mavesoy y Juan Ventura Cuellar. Los caucheros colombianos ya mencionados, además de los Pérez, Larrañaga, entre otros, fueron precisamente quienes iniciaron tratos con los peruanos,

especialmente con la consabida Casa Arana. Pero es preciso recordar que, antes de las expediciones caucheras, motivado por el alto precio a que llegó la corteza del árbol del Quino, denominada Quina, y la demanda considerable que tuvo en los mercados extranjeros, por allá en años anteriores a 1900, se produjo un importante flujo de habitantes hacia el Caquetá, para penetrar en las montañas vírgenes en busca de esta preciada planta. Fue así como surgió la explotación del caucho, actividad desarrollada por los mismos empresarios de la quina.

El edificio Curiplaya en La Perdiz -Florencia. Esta es una de las edificaciones más antiguas e imponentes que e x i ste n e n e l m u n i c i p i o d e Florencia y representa para la región un gran valor arquitectónico, histórico, turístico y cultural, en la actualidad sede administrativa del ente cultural municipal, del Fondo Mixto Artesanal, tienda artesanal, Biblioteca Pública Municipal, entre otros. El lugar donde se ubica este edificio sirvió como sede en 1902 de la agencia cauchera "La Perdiz" y mucho después como matadero municipal. Más adelante, en 1945 fue comprado por la Comisaria del Caquetá para construir el Hotel Curiplaya (que significa Playa Dorada, en la leguna Hiutoto). Esta construcción fue terminada en la década de los 50 por el arquitecto Eduardo Ferreira. En 1958 fue cerrado el Hotel y pasó a ser sede de la emisora La Voz del Caquetá; luego fue sede de la Alcaldía de Florencia hasta 1896, fecha en la que sirvió como sede a la rama judicial hasta que en 1995 la Alcaldía Municipal ordena la remodelación arquitectónica del edificio para convertirlo en el Palacio de la Cultura y las Artes de la Amazonia. Fue declarado Bien Cultural de Carácter Nacional por el Ministerio de Cultura, según resolución 1752 de 2000.


Sin embargo, antes del asentamiento en 1902 de esta Cauchera en La Perdiz, ya había asentamiento de colonos en la zona, especialmente las familias de Juan Urbano, Cenón Mavesoy y Juan Ventura Cuellar. Los caucheros colombianos ya mencionados, además de los Pérez, Larrañaga, entre otros, fueron precisamente quienes iniciaron tratos con los peruanos, especialmente con la consabida Casa Arana. Pero es preciso recordar que, antes de las

expediciones caucheras, motivado por el alto precio a que llegó la corteza del árbol del Quino, denominada Quina, y la demanda considerable que tuvo en los mercados extranjeros, por allá en años anteriores a 1900, se produjo un importante flujo de habitantes hacia el Caquetá, para penetrar en las montañas vírgenes en busca de esta preciada planta. Fue así como surgió la explotación del caucho, actividad desarrollada por los mismos empresarios de la quina.

Don Francisco Gutierrez Entre esos empresarios intrépidos se encontraban Francisco Gutiérrez y sus hermanos (Eloy, Urbano Venancio, Roberto y otros); todos de origen antioqueño; que estableció una agencia en la desembocadura de la quebrada El Dedo en el río Hacha, un lugar llamado el Puerto, y junto con sus hermanos abrieron el camino desde la Concepción hacia El Andaquí y desarrollaron sus empresas de explotación y exportación de la corteza. Estos mismos colonos, rápidamente migraron a la explotación del C a u c h o c o m o consecuencia de la desaparición del atractivo del negocio con la Quina, por la caída fuerte de su precio.

Con motivo de algunas diferencias comerciales, se separó Francisco Gutiérrez de sus compañeros de negocios y se asoció al señor Francisco Pizarro. Fue entonces cuando emprendieron la construcción del camino de la Danta, que ponía en comunicación al Departamento del Huila con el Caquetá.


Don Pedro Antonio Pizarro y la Agencia La Perdíz Dentro de estas primeras expediciones caucheras, toma principal importancia don Pedro Antonio Pizarro, quien desde 1897, junto con otros caucheros, ya había alzado en la margen de la quebrada La Perdiz, un asentamiento humano relevante, estableciendo desmontes y casas de habitación, concentración y depósito de producto cauchero. Mientras esto sucedía, otros colonos habían establecido desmontes en las márgenes de la quebrada La Perdíz, y llegados como consecuencia de la “Colonización antioqueña” se habían dedicado al comercio; actividad que realizaban a través de una trocha abierta por el mismo Pedro Antonio Pizarro, que servía de medio de comunicación con la ciudad de Neiva, principal centro comprador de caucho y vía obligada hacia el interior del país. La Perdiz como centro cauchero, alcanzó una importante prosperidad comercial; así el 17 de mayo de 1899 varios comerciantes legalizaron en Garzón una empresa comercial que constituye el primer paso

firme dentro del proceso de organización social y administrativa de este lugar. La sociedad se denominaba Pizarro – Gutiérrez y Cía; con domicilio principal en la población de Guadalupe, perteneciente para ese entonces al Departamento del Tolimna. Así constituida la empresa, La Perdiz se convierte en el epicentro de la actividad cauchera y económica de la región. A los pocos meses de funcionamiento, la empresa logró una nueva organización, inyectó más capital e invitó a nuevos socios, llegando así el ciudadano estadounidense William Boshell, quien a su vez encargó como alto empleado de la empresa al ciudadano italiano Paolo Ricci; hombre jovial y muy preparado, originario de Florencia (Italia) y encargado de llevar las cuentas, efectuar el pago a los caucheros y manejar las relaciones de las empresas con todos los colonos. A finales de 1901 el señor Boshell cambia el nombre de la compañía y se identificaría desde entonces como “La Perdiz”.

Edificio Curiplaya ubicado en el mismo lugar de la Agendia La Perdiz


Fundación de Florencia

Este es un hecho que sucede precisamente en medio de la consolidación de las EXPEDICIONES CAUCHERAS. Florencia fue bautizada el 25 de diciembre de 1902 por el fraile capuchino, Padre Doroteo de Pupiales (1876-1959) nacido en el municipio de Pupiales, Nariño, también conocido como José Rubén Vallejo Belalcázar antes de ser ordenado. Fue así como esta nueva aldea surgió a partir de la bodega de caucheros ubicada a orillas de la quebrada La Perdiz y se nombró en homenaje a Paolo Ricci, un ciudadano de Florencia (Italia) por entonces vinculado a la compañía cauchera propietaria de la bodega, pero también en honor de las flores multicolores que embelesaron al padre Doroteo de Pupiales. En el «informe misionero», a sus superiores eclesiásticos, con lo cual se evidencia la estrecha relación entre la Misión y las Expediciones Caucheras, Fray Doroteo de Pupiales describió así su visita a La Perdíz y la fundación de Florencia: «El 3 de diciembre desembarqué en La Perdiz, agencia de la compañía Pizarro. Es La Perdiz un lugar a propósito para fundar un pueblo, la tierra muy fértil, el agua es

abundante, se cría ganado de toda clase; ese lugar participa de los climas fríos y templados, también los cálidos. El señor Pedro Pizarro y sus socios se empeñan mucho en fundar allí un templo. Di todo lo necesario para ese objeto, y hay mucha gente resuelta a edificar allí su casa con la condición de que los misioneros pongan allí una residencia. Hacía el espacio de veinte años que ningún sacerdote había pisado esta tierra; así es que la gente recibió gran contento al saber que yo los iba a visitar. Ahí fundé a Florencia el 25 de diciembre de 1902.» Muy pronto, mediante Decreto Legislativo No. 28 del 31 de enero de 1905, el presidente Rafael Reyes creó la Intendencia del Alto Caquetá, y como capital estableció «el caserío de Florencia». El 24 de agosto de 1905 mediante el Decreto 995 se creó el Corregimiento, a cargo de un inspector de policía. Con la creación de la Intendencia, llegó a Florencia una compañía militar y con ésta, el capellán militar del Alto Caquetá, José Manuel Santacruz, quien abrió el primer libro de bautismos de la ciudad el 7 de noviembre de 1905. Santacruz estuvo en Florencia hasta el 19 de enero de 1906 y


acondicionó una choza como capilla. En julio de 1906 llegó a Florencia el padre Lucas de Ibarra, quien en el informe a sus superiores describió a Florencia de esta manera: «A corta distancia del punto en que el riachuelo de La Perdiz mezcla sus cristalinas aguas con las del Hacha, se encuentra un caserío, al cual antaño no más, el R.P. Doroteo de Pupiales le impuso el nombre de Florencia. Cuenta actualmente el mencionado pueblo con una pequeña iglesia, con una plaza y dieciséis casas pajizas, habitadas casi en su totalidad por personas venidas del Tolima». Para 1908 el obispo español Fidel de Montclar, primer prefecto apostólico del Caquetá, hizo un nuevo plano de Florencia, los cuales fueron ajustando el diseño de lo que más adelante sería el centro de la ciudad. Como consecuencia de lo anterior, el 1 de marzo de 1908 se levantó un acta suscrita por 35 colonos,

Plaza Pizarro 2015

quienes se comprometieron a edificar su casa en el término de un año en los alrededores de la actual Plaza San Francisco. A Fidel de Montclar lo acompañaron los frailes Lorenzo y Buenaventura de Pupiales. Éste último, en su informe al Padre General de la Orden, decía: «Florencia, último pueblo de la Prefectura Apostólica por parte del Tolima, a día y medio de Canelos subiendo por el Orteguaza, con una temperatura promedio de 29° C. Pocos años lleva de fundación y se calculan ya trescientos individuos en las treinta casas del pueblo y cercanías y las ocho casas de la quebrada El Dedo. Para que este pueblo se aumente en debida forma, señalose área de población, trazáronse calles y plaza, escogiose el mejor sitio para la iglesia formal como los demás edificios públicos y repartiéronse treinta y cinco solares a nuevos pobladores. Se administraron dieciséis bautismos, veinte confirmaciones, ciento ochenta y cinco comuniones y 7 matrimonios».


Expediciones Caucheras y las Misiones Para entonces, Florencia giraba alrededor de la Estación Misional o Viceparroquia, que era la entidad administrativa eclesiástica encargada de administrar el culto, orientar las organizaciones religiosas, organizar los eventos o fiestas religiosas y velar por el desarrollo de «las buenas costumbres». El Prefecto Apostólico cumplió la promesa de poner misioneros en Florencia, por cuanto los fieles ya habían levantado capilla; fue así como el 13 de febrero de 1911 llegaron a este incipiente caserío los frailes Benito de

Guatemala, Anselmo de Olot, y Fray Uladislao de Contadero. La mayoría de migrantes procedían del Huila, donde las tradiciones católicas tenían arraigo popular. Los colonos desarraigados volvían en el Caquetá a reconstruir las instituciones y costumbres religiosas, en este caso liderados por los frailes. Las Iglesias y sus templos, en desarrollo de la plena época de explotación y expedición caucheras, eran el lugar de la convocatoria social, espacios de identidad y encuentro de la comunidad.

Los caucheros y la colonización Los caucheros dieron origen a la colonización del Caquetá pues, aunque muchos eran trotamundos, otros se fueron asentando en el territorio, fundando pueblos –como San Vicente, Puerto Rico, Florencia- y creando caminos por donde se movilizaron los posteriores contingentes migratorios. El caucho o sea la savia que se obtiene del árbol del Caucho, que crece silvestre en la Amazonía, alcanzó en 1881, mucha demanda y se constituyó en uno de los pilares de la economía nacional. En la Amazonía encontraban la mano de obra gratis, con las muchas tribus que habitaban en esta región y ahí empezó el calvario definitivo para los indígenas. Los que extraían el caucho, cerca de los r í o s C a g u á n , Ya r í , Orteguaza, alto y medio Caquetá, sacaban sus productos hacia el Huila, remontándolos por los ríos hasta Florencia, por tanto, la

ciudad de Florencia adquirió importancia y de aquí se llevaba a lomo de mula o de hombres a través de la cordillera hasta Acevedo, Suaza y Guadalupe. Las dificultades para transportar el caucho eran tan grandes que, cuando aparecieron los primeros vapores de Arana, Larrañaga y Calderón no dudaron en vender. Arana compró a Larrañaga La Chorrera en 1904 y El Encanto a Calderón en 1907. Luego de, como lo habíamos mencionado, los caucheros colombianos haber iniciado una sociedad comercial, fueron vendiendo o simplemente, fueron expulsados o matados por los expedicionarios caucheros peruanos.


La Casa Arana; esclavismo y terror

Colombia y Perú establecieron un convenio donde aceptaban retirar las tropas entre el Putumayo y el Caquetá, y se aceptaban la presencia de algunos colombianos en la zona y la operación de la Casa Arana, fundada por Julio Arana y otros. Esta tenía sus principales instalaciones en el Encanto y la Chorrera, sobre los ríos Caparaná e Igaraparaná en los límites entre el Caquetá, Amazonas y Putumayo. La población de la Chorrera eran unos ocho mil indígenas, que bajo fuertes amenazas y severos castigos los obligaban a quemar sus viviendas, destruir los puentes, arrancar las sementeras y

árboles frutales de raíz, para que no quedaran ni vestigios de provecho para que nunca pensaran en retornar. Los indígenas fueron conducidos como mansos rebaños a las selvas del Perú. Siendo sus obreros indígenas esclavizados, el poderío de los Aranas era irresistible. Las quejas de las arbitrariedades de los Peruanos y de algunos colombianos, tomaron características de escándalos internacional, a partir de la denuncia del I n g e n i e r o N o r t e a m e r i c a n o Wa l t e r Hardenburg, publicadas en el periódico londinense “Truth” desde septiembre de 1909 bajo el nombre del “Paraíso del diablo”.

SERIVIANO En la Chorrera había un niño llamado Seriviano, que recuerda cómo los agentes de Arana tomaron a su padre, el capitán del último retiro, y amarrándole a un palo, a un lado su esposa que sostenía un niño de pecho y al otro Seviriano, hicieron sobre sus padres una descarga de rifle wínchester, - ¿por qué delito? Por el no querer abandonar el nativo lugar. “Aquí mío casa, mío gente, aquí no ma quiere yo Colombia” dijo y murió. La inmensa colonia indígena de la chorrera quedó vacía


Julio Arana Arana y sus esbirros no solamente atropellaron a los indios sino también a los colonos y a los c a u c h e r o s colombianos. En los primeros meses d e 1 9 0 9 l o s empleados de Julio Arana mataron en La Chorrera a Emilio Gutiérrez y a otros 66 compatriotas; lo mismo hicieron con Vicente Luna y 18 compañeros entre La Chorrera y El Encanto y con Manuel Erazo y otros 22 colombianos en el sitio de La Reserva. Fuera de eso, lanchas artilladas peruanas atacaron bases colombianas y asesinaron a numerosos soldados. Para investigar estos crímenes se creó una comisaría especial del Caquetá, producto de un tratado Colombo-Peruano, que nada arregló. Cuando Colombia quiso tomar posesión de su territorio, se presentaron choques armados, que tuvieron su más importante confrontación en julio de 1911, cuando una pequeña compañía del ejército colombiano entrabó lucha con un contingente militar peruano que venció sin dificultades a los nuestros. Los caucheros se las arreglaban para defraudar a los indígenas en el peso real de la goma recolectada, fijando cuota y dando castigos e incluso la muerte por dicho incumplimiento. Ante esta triste situación, los indígenas se fugaban o recurrían al suicidio como último remedio para salvarse del cruel trato. A los fugados se les buscaban hasta dar con su paradero, después de torturarlos salvajemente, les

provocaban la muerte a machete, a fuego, o ahorcamiento. Se traían hombres, mujeres y niños, pues todos eran útiles: Los hombres recolectaban el caucho, las mujeres buscaban la manutención de su familia y si fallecían sus esposos, los tenía que remplazar en las labores de extracción; los niños eran útiles desde los siete años. En últimas, el indígena trabajaba para que se le permitieran vivir. El principal verdugo de los indígenas colombianos fue La Casa Arana, cuyo solo nombre aún estremece a los habitantes de la selva. Algunas tribus sufrieron vejaciones y terribles despoblamiento como los Huitotos, Karijonas, Tamas, Andoke, Koreguajes, los Andakí ya estaban prácticamente exterminados. A tan vergonzoso episodio la prensa europea llamó: un “Congo Peruano” y sirvió como inspiración al novelista colombiano José Eustacio Rivera para escribir La Vorágine, una de la más grande piezas de la literatura continental.


San Pio X y su Encíclica “Lacrimabili Statu Indorum” “Lamentable estado de los indios” El 7 de Junio de 1912, el Papa Pio X condenó directamente los abusos de los Arana. El Pontífice Católico nos da a conocer su encíclica “Lacrimabili Statu” dando pauta a los misioneros sobre cómo desarrollar su apostolado. La historia del papa san Pío X suele concentrarse en dos aspectos importantes de su pontificado: El debate suscitado por el movimiento llamado "modernista" y su condena en la Encíclica Pascendi; y la renovación de la Catequesis, auspiciada por la Encíclica Acerbo Nimis y por la práctica de la comunión de los niños en torno a los 7 años. Pero queda silenciada, incluso por los estudiosos de la Doctrina Social de la Iglesia, su Encíclica "Lacrimabile" que tiene como finalidad "poner remedio a la miserable condición de los indios". Publicada hace 103 años, es la primera Encíclica dirigida a los "Arzobispos y Obispos de la América Latina". Escribe el Santo Padre a su clero: En su carta, el Papa Pio X hace una “Además, para que todo aquello que exhortación final: “De vosotros empero será vosotros, o por vuestra iniciativa o por el luchar con todas vuestras fuerzas, para consejo ejecutéis para utilidad de los que Nuestros deseos se cumplan con todo indios, tenga la máxima eficacia dimanante éxito En estas cosas os habrán de favorecer de Nuestra apostólica autoridad, Nosotros, c i e r t a m e n t e l o s q u e g o b i e r n a n l a s recordando el ejemplo de Nuestro R e p ú b l i c a s ; n o f a l t a r á n t a m p o c o , Antecesor, condenamos y declaramos reo entregándose con toda actividad al trabajo y de inhumano crimen a cualesquiera que, al estudio, aquellos que pertenecen al Clero, como él mismo dice: “a los predichos indios y principalmente los dedicados a las pongan en esclavitud, los vendan, los Sagradas Misiones, y por último están sin compren, los cambien o regalen, los ninguna duda todos los buenos, que ya por separen de sus mujeres o de sus hijos, se sus obras, los que pueden, ya por otros apoderen de sus cosas o de sus bienes, o oficios de caridad ayudarán a la causa, en la de cualquier manera los priven de su que se unen al mismo tiempo razones en pro libertad teniéndolos en esclavitud; también de la Religión y de la dignidad humana. a los que para tales cosas dan su consejo, Porque realmente al que gobierna se auxilio, favor y acción cualquiera sea el agrega la gracia de Dios omnipotente bajo pretexto y cualquiera sea su color” cuyo auspicio, Nosotros, como testimonio


también de Nuestra benevolencia a vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestra grey impartimos solícitamente Nuestra Bendición Apostólica. De vosotros empero será el luchar con todas vuestras fuerzas, para que Nuestros deseos se cumplan con todo éxito En estas cosas os habrán de favorecer ciertamente los que gobiernan las Repúblicas; no faltarán tampoco, entregándose con toda actividad al trabajo y al estudio, aquellos que pertenecen al Clero, y principalmente los dedicados a las Sagradas Misiones, y por último están sin ninguna duda todos los buenos, que ya por sus obras, los que pueden,ya por otros oficios de caridad ayudarán a la causa, en la que se unen al mismo tiempo razones en pro de la Religión y de la dignidad humana. Porque realmente al que gobierna se agrega la gracia de Dios omnipotente bajo cuyo auspicio, Nosotros, como testimonio también de Nuestra benevolencia a vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestra grey impartimos solícitamente Nuestra Bendición Apostólica”. Sin embargo, y muy a pesar de la directa

exhortación del Santo Padre en su encíclica, el gobierno del presidente Colombiano Rafael Reyes no movió ni un dedo para condenar los desafueros, defender los intereses colombianos y hacer respetar la integridad de sus compatriotas del Caquetá y del Putumayo. Los Huitotos que se habían escondido, cuando arrimó uno de los cañoneros colombianos, se presentaron ante el comandante y expresaron: “Nosotros somos colombianos, queremos ir a nuestra tierra, llévennos a la Chorrera”. Estos infelices que iban llegando del Perú donde estaban sufriendo la consecuencia de la guerra, pasaron a nado el rio Putumayo –como en los mejores días de su raza- y caminaron a pie unos cuatrocientos kilómetros que separan la Chorrera del río límite de ambas repúblicas. Después de años sólo quedaron los comentarios de los dos países sobre lo que fue el episodio más abominante y criminal para la historia, por la forma descomunal de explotación de los indios, y la devastación de la selva, y así se hizo popular esta frase:

“Los árboles de caucho, lloraban la suerte del indio colombiano, bajo la tiranía de los caucheros peruanos”

Al finalizar el boom cauchero, muchos obreros quedaron tirados a su suerte en las orillas de los ríos, debiendo el gobierno enviar lanchas a recogerlos, para evitar que se murieran de hambre. Esta es la radiografía del episodio cauchero: Los peruanos mataban a los colombianos, y colombianos y peruanos explotaban y asesinaban a los indígenas. Realmente la cuenca amazónica Caqueteña, fue un diabólico territorio de la más bajas pasiones humanas.


Las Expediciones Caucheras Mery Rivera de Torrijos


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