COMISIÓN EPISCOPAL DE APOSTOLADO SEGLAR Departamento de Pastoral Obrera
6 de octubre de 2012
Queridos amigos: La actual situación de creciente y permanente desempleo de cinco millones de personas en nuestro país, que afecta especialmente a los jóvenes, rozando cifras del cincuenta por ciento de desempleo juvenil, pone en el debate la cuestión de que hay que crear empleo como sea. La contrapartida, el como sea, es que se va creando -lo dicen los datos- empleo cada vez de menor calidad: precario, temporal, sin condiciones objetivas que hagan del mismo un ejercicio de realización personal, con horarios que dificultan las posibilidades de desarrollar con normalidad la vida personal, familiar, y social; con sueldos que no llegan para cubrir las necesidades básicas del trabajador y de su familia, con pocos o ningún derecho social, con poca o nula protección social. Incluso con la imposibilidad de sindicarse, si nos atenemos a las recientes informaciones aparecidas en torno al establecimiento del proyecto "Eurovegas", por ejemplo. El debate que surge es si se debe aceptar ese tipo de trabajo cuando existen situaciones de necesidad como las que estamos viviendo, o si lo procedente es renunciar a esos "trabajos" en tanto en cuanto no sean trabajos verdaderamente "humanos". No resulta fácil la cuestión. Responder a la cuestión lo ha de hacer cada uno, que vive sus propias circunstancias. No podemos hacer un juicio moral negativo de quien acepta un trabajo precario porque no se le ofrece otra posibilidad. No es ahí donde ha de situarse el juicio moral. A esa persona habrá que ayudarla a descubrir las condiciones reales en las que ha de desarrollar su trabajo, a ser consciente de ellas, a no adormecerse por el hecho de que ha logrado "cualquier" trabajo; a no instalarse en la normalidad de la situación, y a descubrir mecanismos con los que hacer frente a la misma, y con los que luchar por transformarla. A quien sufre el desempleo, la precariedad, hemos de acompañarles en el camino de vivencia de su humanidad. Al caído se le ayuda a levantarse. Cuando esté de pié será el momento de ver en qué medida la caída es por su causa, de ayudarle a ver las razones que le hacen caer. Pero el tipo de trabajo que se ofrece y quienes lo ofrecen en esas condiciones, o quienes no posibilitan -debiendo hacerlo- condiciones más humanas de trabajo sí deben ser objeto del juicio moral que comporta esa actuación. La Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que no es conforme con el Plan de Dios para el hombre cualquier trabajo, sino lo que se ha venido en llamar trabajo decente. Cáritas in Veritate en el número 63, nos recuerda que hablar de un trabajo decente es hablar de un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación.
Y nos recuerda, igualmente que al Estado compete posibilitar las condiciones que permitan desempeñar un trabajo decente. En el contexto de crisis en que nos encontramos, cambian las formas históricas en las que se expresa el trabajo humano, pero no deben cambiar sus exigencias permanentes, que se resumen en el respeto de los derechos inalienables del hombre que trabaja. (CDSI 319) Derechos de los trabajadores que se basan en la naturaleza de la persona humana y en su dignidad trascendente (CDSI 301) Por eso el deber del Estado es promover políticas que activen el empleo, crear condiciones que aseguren oportunidades de trabajo, estimulándolas donde sea insuficiente, o sosteniéndolas en momentos de crisis. (CDSI 291), porque una sociedad donde el derecho al trabajo se anulado, o sistemáticamente negado y donde las medidas de política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social. (CDSI 288, Centesimus Annus 43, Catecismo de la Iglesia 2433) Los cristianos estamos llamados por fidelidad a Dios y al ser humano en su contexto vital, a denunciar la falta de "decencia" del trabajo, y a trabajar para hacer posible la, cada vez, mayor decencia del trabajo humano en los términos dichos. La OIT lanzó ese llamamiento para una estrategia mundial a favor del trabajo decente, que en su día, alentó Juan Pablo II, y respondiendo al cual se celebra cada 7 de octubre la Jornada Mundial por el Trabajo Decente. Este año invitando a reflexionar y actuar sobre cómo hay un drama social tras el desempleo juvenil creciente, tras la precariedad del trabajo, que precariza la propia existencia. El informe se abre con las palabras de un comité italiano de jóvenes trabajadores precarios, que dicen: Somos una generación precaria, desempleada, infraremunerada o que trabaja gratuitamente y de forma invisible, condenada a depender mucho tiempo de los padres. La precariedad es nuestro leitmotiv. Vivimos al margen de todos los derechos: el derecho a estudiar, a una vivienda, a un ingreso digno, a la salud, a tener relaciones sentimentales, a vivir libres y felices. Y el informe recuerda también que los jóvenes son más vulnerable a los choques económicos, siendo los "primeros en ser despedidos" y los "últimos en ser contratados" en tiempo de crisis. Según la OIT, los jóvenes de los países desarrollados son los que pagan el precio más alto en esta crisis. Cáritas in Veritate 64 nos recuerda una responsabilidad que tenemos frente a "los ojos distraídos de la sociedad" ante los que "pasa desapercibida -o justificada, o aceptada con resignación- tantas veces la amarga condición" de los trabajadores. El trabajo es un bien humano en cuanto reconoce y hace posible la prioridad de la persona. En esa tarea hemos de empeñarnos, para que sea posible no cualquier trabajo, a cualquier precio, en cualesquiera condiciones de explotación, sino un trabajo decente que haga posible la Vida humana que, en definitiva, es la gloria de Dios, que haga posible "jornadas radiantes" para vivir ante Dios. Hemos de ser ojos y oídos, y corazón de esta sociedad que está tentada de aceptar lo que sea, tantas veces cegada ante el sufrimiento humano. Es ocasión de agradecer y seguir sosteniendo en la Iglesia el trabajo callado, continuo, encarnado de militantes de los Movimientos Apostólicos Obreros que siguen haciendo presencia de Iglesia en medio de las condiciones de vida de los empobrecidos del mundo obrero y del trabajo, abriendo horizontes de humanización y esperanza.
Hasta mañana en el altar
Fernando C. Díaz Abajo Director del Departamento de Pastoral Obrera