Introducción En el proceso de conquista y evangelización de los indígenas en Nueva España, es evidente que el ejercicio vertical de mecanismos y las estrategias de dominación resultaron decisivos en la implantación del cristianismo en estas tierras, el cual “se mostró implacable y etnocéntrico frente a la alteridad cultural, el ‘otro’ fue considerado como enemigo y contra él se desencadenaron ‘guerras justas’ y se leyó el requerimiento como exigencia de sometimiento voluntario” (Boff 1992: 11). Queda claro que los indígenas desde el primer momento fueron considerados como menores de edad y, por lo tanto, con necesidad de tutoría por parte de los españoles. Toda posible referencia a sus diferencias valoradas desde un punto de vista descentrado de la cosmovisión española, no era posible por las perspectivas de la época. Así pues, toda diferencia fue vista como defecto, y cualquier intencionalidad indígena de preservar sus parámetros culturales se consideró como abierta rebeldía y franca estupidez. A este respecto resulta muy ilustrativa la siguiente copla de la Danza de moros y cristianos, en un diálogo entre los personajes de Cortés y Moctezuma: Cortés: —Es tan eterno este Dios, que si quieres ver su gloria olvida tu ley que tienes y observa a un Dios verdadero—. Moctezuma: —¿Y para qué traes tu acero?—