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II.— Descripción y justificación teórica del proyecto Página
PARTE II
Descripción con fundamentos teóricos del proyecto
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El proyecto
Este trabajo persigue la exhibición en diferente formato de un determinado número de fotografías de mi entorno familiar y de grupo social, sinificantes en mi recorrido vital y que son sustento y terapia frente a mis inseguridades y mis temores existenciales. Imágenes que narran un pasado pero que conforman un presente vivo que afianza mis concepciones sobre la vida y la muerte. De la nada a la nada, y entre medias un juego de ilusiones, de emociones, de logros y pérdidas, de fantasías. Es objetivo reconstruir, significar, establecer una identidad dentro de un contexto. Las imágenes aportan una información que justifica tu propio periplo. Sin ella es más complicado confeccionar una narrativa veraz.
Esta recopilación se inserta en un álbum cuya pátina nos recuerda precisamente la oxidación de nuestro propio cuerpo y el de las personas que aparecen en las imágenes, la mayoría desaparecidas. Otros aún vivos quedarán incorporados en su realidad actual en instantáneas en las que se puede apreciar también la decadencia natural, y además se incorporan nuevos sujetos protagonistas de un presente que renueva tu existencia creando nuevos escenarios.
El proyecto incluye una colección de retratos y autorretratos que confirman la autoría de la narración. Junto a ambos archivos, la Memoria irá impresa y encuadernada, que incorpora texto e imágenes y en sus últimas páginas las fotografías de retrato y autorretrato. Todo ello ira en una caja de madera de dos cuerpos. En el primero, álbum histórico, otro álbum que custodia las fotografías de autorretrato, y la Memoria; y el segundo cuerpo, que es a su vez la tapa de la caja, que alberga veinticinco retratos de personas pertenecientes al circulo familiar, pero sobre todo vinculados con «la amistad».
Es una caja negra que contiene una información vital. Un pequeño sarcófago en forma de prisma, que no alberga un cuerpo, pero si un esqueleto a modo de estructura orgánica que aporta información sobre el ADN vivencial de sus protagonistas. Ciertamente la gran mayoría de las fotografías del álbum histórico no han sido realizadas por mí, obviamente, pues muchas de ellas son anteriores a mi nacimiento. Han sido seleccionadas cuidadosamente para integrarlas en mi escenario y otras sí me pertenecen en cuanto que es mi mirada la que aparece en las mismas y lo retratado o recogido en las instantáneas.
Esa caja de madera no es solo un contenedor; puede ser un libro de artista, aunque yo lo llamaría
«valija» donde se «esconden» sentimientos que son como secretos bien guardados, que por otro lado deberán descubrirse para que respiren y puedan ser compartidos. Es pues una valija que podrá descansar con el tiempo entre los objetos que habré de llevar a mi pirámide. Un humilde cofre con joyas sin valor. La caja negra de un vuelo transoceánico que solo debería abrirse en caso de catástrofe, pero puede que vivir para morir sea precisamente el elemento más catastrófico de nuestra existencia, más aún que la propia muerte que según Epicuro no debería preocuparnos cuando ella se haga presente. La memoria es esa vieja olvidadiza
Una paradoja que nos recuerda que tenemos un pasado que reconstruir para dar solidez al presente y coherencia al futuro. En ese pasado que se convierte en historia hemos convivido de una u otra forma, pero generalmente nos alejamos inconscientemente de él y olvidamos de dónde venimos y como y porque hemos llegado hasta aquí.
Ese pasado repleto de acontecimientos secuenciales es casi imposible de recomponer, y cuando tratamos de hacerlo, construimos un edificio endeble donde habitan las imprecisiones y las valoraciones subjetivas. Creamos pues el escenario desde el relato autobiográfico en el que nosotros participamos con el papel que nos autoasignamos.
Está demostrado que la memoria episódica no comienza a actuar hasta pasados los cinco años de vida, y esa infancia queda pues alejada de la realidad. Es como si no la hubieras vivido, aunque la ciencia ha evidenciado también que las experiencias vividas en esos primeros años construyen los pilares de ese edificio que ira creciendo entre luces y sombras. Para retrotraerse a ese tiempo en el que viste la luz por primera vez necesitas información y la fotografía es el instrumento que mejor puede resituarte, sobre todo en aquellas en que aparecen los miembros de tu familia; tú mismo aunque no seas capaz de reconocerte, y cuanto más se aleja el inicio de la aventura vital, más cerca estamos de poder crear un relato imaginativo e imaginario, precisamente porque de aquel pasado lejano apenas se conservan testimonios fotográficos, en todo caso puntuales, a diferencia de la actualidad en que casi todo se fotografía, o se graba en vídeo, o se sube a las redes y la
nube para compartir y ello puede arrojar quizás mayor veracidad al proceso, pero también mayor mentira.
Cuando cuentas con una edad como la mía, 66 años, nacido en el 1955, y en una familia de clase media, no dispones de un arsenal de fotografías como ahora se encuentran los nacidos en este siglo, porque no había capacidad económica y pocos medios tecnológicos, pero sí esas escenas de la intimidad familiar o de amistad, o propias de la etapa de enseñanza, y sobre todo la de los abuelos/as nacidos en mi caso a finales del siglo xix y cuya pátina proporciona una información asombrosa, onírica. De aquel tiempo los retratos son testimonio de la presencia de los protagonistas consanguíneos de tu propia existencia en su juventud, en su lozanía. Con el conjunto de todas ellas, o las elegidas, se construye un relato casi literario, si, como es el caso, se adorna con palabras en clave autobiográfica, elaborando una narración desde la sensibilidad personal. Alumbramiento
Año 1955. Diciembre, día de la Inmaculada Concepción, festivo en España, nace Javier, el tercero de los hijos de Manolo e Ino. Sobre la cama de matrimonio y auxiliada por una vecina con experiencia de «partera» Ino alumbra un nuevo varón. Comienza pues la historia de una vida y al abrirse sus ojos se abre para él un universo de sensaciones, todas ellas sensoriales, y es objeto de las miradas de su próximos. Aquellos y aquellas que conformarán su abrigo emocional.
En nuestras casas, las de aquellos años, las fotografías se custodiaban como tesoros, sobre todo en álbumes donde quedaban protegidas con un papel casi transparente y enmarcadas con mejor o peor acabado.
En mi proyecto he querido crear ex novo ese álbum, que no es un mero archivo fotográfico sino el relato imaginario de una vida contextualizada en su ortodoxia sociológica, si bien bajo un contexto singularizado también.
El álbum es un objeto encontrado que albergó con toda seguridad otro relato, vacuo ya de contenido, y que deja espacio para ser ocupado de nuevo pero conservando la decadencia propia del paso del tiempo y su huella sobre las hojas troqueladas como las manchas que aparecen en la piel de las manos de los senectos, y el olor característico a naftalina de los armarios, y he ido profanando en alguna medida ese cofre que albergó los tesoros emocionales de quién sabe qué persona o familia sustituyendo sus recuerdos por los míos. Ya no importa. Forma parte de un reciclado natural, y cobra nueva vida. Su desvencijada portada ha sido sustituida por una imagen-autorretrato que te observa desde el interior
con mirada de asombro, y te invita a entrar y compartir los escenarios.
Cuando alcancé un cierto uso de razón, comencé a comprender la razón de mi existencia. Fui creado por la gracia de un Dios divino dentro de un cuerpo humano y disfruté del cariño de un abuelo que a la postre llegó a ser centenario y de dos abuelas que ejercieron también de madres como buenas mujeres de la época. Rodeado de ellas pase mi infancia en el taller de costura de mi madre y protegido a su vez por un padre de gran talla física y moral y de dos hermanos mayores que me cuidaron con todo el cariño. Una escuela pública instalada en una iglesia románica y dirigida por un cura con sotana y sombrero de teja o ala ancha fue mi primer contacto con la educación espartana y disciplinada a golpe de vara o de palmeta, con el frío helador de la nave principal sin dotación de calefacción. Tinteros de porcelana y tinta al agua con plumines y cuadernos de dos líneas para una caligrafía gótica. Ese ambiente fue mermando mis deseos de aprender. La iglesia, situada en la plaza del mismo nombre, San Cristobal, magnífico espacio de juego y de descubrimientos. Allí vivía con mi familia. Vecinos y compañeros de juego fueron mis mejores anclajes. Allí forje la verdadera amistad que aún perdura con algunos de ellos, o con casi todos. Muchas de las figuras referentes que me proporcionaron el calor de los abrazos de los primeros años han partido ya, aunque su aura permanece y la memoria sensorial aún me permite recuperar aquellos característicos olores, o el sonido de sus voces, o la profundidad de sus miradas. No se han ido del todo. Están en la nube. Sin embargo la figura más poderosa e influyente, artífice de lo que represento hacia mi interior, aún vive y sigue presente. No solo respira. Participa en toda su extensión en la existencia de sus descendientes proporcionando afecto y auxilio emocional a su conjunto. Se trata de la madre, que es abuela y bisabuela, y es única e irrepetible. Ya no tiene marido, mucho antes de que aquel, mi padre, falleciera porque decidieron romper su trayectoria pasados los 75 años, ni hermanos. Solo descendien-
tes y afines, y forma una piña a su alrededor desde su soledad conscientemente elegida. Cuenta 97 años de edad y una vida con penurias pero también gozosa.
El relato de su propia historia siempre ha estado presente entre nosotros: un padre que abandonó la casa dejando mujer, cuatro hijas y dos hijos: mi abuelo, al que no conocí; un hermano, el mayor de los cinco, que murió en un accidente aéreo a sus 25 años de edad, siendo piloto militar en
← En la página anterior, iglesia de San Cristóbal, del s. XII, que fue escuela de enseñanza (Salamanca). → A la derecha, Calle de la Asadería a principios del s. XX. tiempos de guerra incívica; una madre, que fue mi abuela querida, siempre sola, pero muy bien acompañada.
Y de esa estirpe tan solo queda ya «Inocencia, La Ino», que trajo al mundo tres hijos. El mayor y el menor que soy yo, aún estamos vivos, y el mediano, que falleció con apenas 61 años.
De ahí las penas y el sufrimiento de la pérdida de sus padres y hermanos, y de un hijo. Ley de vida dicen. Implacable verdad, aunque los árboles casi nunca mueren del todo, y brotan ramas a veces en los troncos más abandonados, cuando las raíces han germinado en tierra fértil. Sobrinos que la quieren, hijos que la adoran y nietos y nietas que la admiran y pequeños seres que la abrazan sin reconocer aún su importancia. Esa es mi madre en pocas palabras. Ella me ha aportado esas joyas fotográficas de su pasado y de su recorrido vital que tocará más pronto que tarde a su fin en la tierra. Su boda, sus hijos...
Mis abuelos paternos también influyeron en mi desarrollo emocional. Sobre todo la de mi abuelo, que vivió 101 años con toda su consciencia y una memoria asombrosa. Hombre muy querido en su barrio. Gran conversador a pie de calle y, prácticamente hasta sus últimos días, conviviendo con una hija soltera que entregó su juventud para cuidarle. Guardia civil, nada menos, que lo fue con la República y con el régimen franquista por razones geográficas y que siempre nos contó que salvó a decenas de personas de su fusilamiento, al informar sobre ellas favorablemente.
Mi padre fue también un referente de honradez y afecto. Maravilloso abuelo para sus nietos y nietas. Vivió sus últimos años en soledad y muy solo, pese a la cercanía de sus hijos y nietos. La ruptura de su matrimonio le hizo mucha mella. Más siendo hombre de una época en que el patriarcado era lo imperante.
Se va cerrando el circulo más lejano, en el que confluyen otras figuras también muy queridas. Mis tíos y tías tan afectuosos y respetables, junto con primos que siento como hermanos. Y por supuesto mis hermanos de verdad: Alberto, fallecido en el año 2013, compañero también de oficio y Manuel, el mayor, que siempre fue figura referente por su condición de primogénito.
La vida va creando círculos concéntricos o tangenciales, y unos y otros se entrelazan creando en su interior nuevos imaginarios y nuevos lazos.
Cada etapa de la vida te va proporcionando estímulos para continuar el trayecto, y vamos caminando por ella como el funambulista sobre el alambre, sin red, desnudos como vinimos al mundo. En medio de este abismo aparecen asideros que te protegen y a los que debes igualmente proteger. Los hijos, los nietos. El álbum los acoge y los muestra en su inocencia y fortaleza a la vez. Sus rostros, sus miradas… y lo que representan se convierten en aliados, proporcionando energía a la par que te la quitan.
La memoria va construyendo desde su imaginario consciente (y a veces no tanto) un espacio en el que conviven multitud de acontecimientos que se van superponiendo y que dificultan en gran medida la reconstrucción de la verdadera historia, y así, partiendo de la subjetividad y del autoengaño, nos encontramos con una representación idealizada o deformada de nuestra propia existencia.
A partir de una parte de ese imaginario, que en mi caso no es significativo en cuanto a su extensión, porque la mayoría de las instantáneas con las que pretendo trabajar son de origen analógico (aunque digitalizadas), construiré mi realidad. No será un álbum de fotos, será una autobiografía literaria
narrativa. Quiero citar a Norberto Bobio en su libro De senectute: Eres lo que recuerdas. Una riqueza tuya, amén de los afectos que has alimentado, son los pensamientos que pensaste, las acciones que realizaste, los recuerdos que conservaste, y no has dejado borrar, y cuyo único custodio eres tú.
La infancia, y sobre todo la adolescencia que algunos tratan de ligar con el término adolecer, aunque sea solo en clave retórica, se trata de un periodo de crecimiento en el que ciertamente se adolece de casi todo, pero a pesar de ser un periodo convulso, es la etapa más interesante de la vida porque en ella se fragua una personalidad y se cimenta la estructura de un futuro que pronto irrumpirá con fuerza y en el que los amigos, en principio varones, y después las amigas, ayudaran en conjunto a descubrir tu propio género, si es que lo hay, y los conflictos de identidad que aparecen y que no eres aún capaz de definir o resolver. Esas figuras, personas coetáneas con las que compartes experiencias y aventuras, irán formando parte de tu mundo y en gran parte de ellas seguirán por siempre.
Ellos y ellas y elles, si se me permite la incorporación del neologismo, quiero que estén presentes en mi proyecto imaginario, pues sus rostros han sido ya perfilados con los surcos labrados por el tiempo y por las alegrías y los sufrimientos que han dejado huella en forma de arrugas bellas. Pero se mantienen los ojos casi incólumes y sus miradas son las que quiero atrapar en un instante decisivo, significante de su recorrido vital tantas veces compartido. Son retratos obtenidos con paciencia y mucho afecto. A través de ellos me transportan a un pasado ya lejano colmado de vitalidad y de vivencias extraordinarias. Retratos
En este proyecto el retrato cobra mayor relevancia porque el fotógrafo mantiene una relación afectiva con el sujeto retratado, que se remonta a tiempos pasados, también más recientes en alguno de ellos, lo que conlleva un conocimiento de su fisonomía y de su personalidad, generando un diálogo más sincero y abierto que permite trabajar con mayor libertad y complicidad para encontrar esos rasgos significativos de los rostros o actitudes gestuales, introduciendo además elementos accesorios que puedan enfatizar o exagerar determinadas poses, encontrar cruces de miradas cómplices, estableciendo conexiones psicológicas y emociones más profundas…
«El retrato es siempre un autorretrato, es la versión del autor», solía decir el fotógrafo argen-
tino Humberto Rivas. El fotógrafo dirige la función desde la técnica, eligiendo escenarios, iluminación, posturas, enfoques, trayectoria, etc., hasta llegar a conseguir la imagen que contenga toda la información prevista, contando naturalmente con la posibilidad de obtener resultados inciertos, sorprendentes.
«La decisión de cuando fotografiar, el clic del disparador, en parte está controlada desde fuera, por el flujo de la vida, pero también por la mente y el corazón del artista. La Fotografía es su visión del mundo y expresa, aunque sea sutilmente, sus valores y convicciones» —Paul Strand.
→ Javier Prado, Autorretrato de autor (2021). Autorretratos
¿Por qué el autorretrato? En mi caso no tiene que ver con el ego o el narcisismo, más bien con el autoconocimiento, desde la representación teatralizada, desfigurada, deformada de uno mismo. Retrato en latín significa «sacar fuera» como recuperar algo que procede de atrás, del pasado. Es quizás una forma de perpetuación que propones tu mismo. Una manera de mirarte, de identificarte o de exponerte. En mi caso representa una necesidad de reconocimiento para afianzar una imagen que distorsiona la propia visión de mí mismo. La mirada hacía fuera no cambia, se mantiene lozana. Es como si el tiempo no hubiera transcurrido. El autorretrato te coloca en tu lugar porque ahora tu mirada se dirige hacía ti y no siempre es fácil reconocerse a uno mismo.
El autorretrato es hoy casi un fenómeno social. Es una imagen que te das a ti mismo, y la tecnología lo ha facilitado mediante un teléfono que además tiene una cámara de fotos que lo permite y hasta lo consagra, porque la publicidad incorpora la cámara frontal del celular como un atractivo que invita a tomar tu propia imagen en soledad o en compañía. Fenomeno selfie.
Fantasticos fotógrafos y fotografas han cultivado esta «modalidad» de manera sencilla o teatralizada, irónica o subversiva, irreverente o provocadora. En España, Alberto García-Alix, entre otros, y del resto del mundo Robert Mappletorphe, Kate Barry, Henriette Van Gesteren (Lilith) e infinidad. El trabajo de fin de grado se desarrolla pues en el ámbito de la fotografía y bajo este criterio resulta evidente la necesidad de enfrentarme a este lenguaje y realizar un recorrido por los diferentes estadios que se han ido sucediendo desde su aparición. No como un trabajo historicista o temático, sino investigando sobre esos espacios de tránsito en los que se han movido determinados fotógrafxs artistas que han producido en mi un efecto de atracción potente y que han conformado también mi manera de ver o de mirar a través del objetivo, pero desde una concepción propia, sin desdeñar una forma de apropiación respetuosa con las obras de referentes. Sin establecer un orden cronológico, voy a citar artistas que no son, o han sido estrictamente fotógrafos, incluso individuos que han experimentado con la fotografía como instrumento para atrapar
→ Izquierda, Alberto GarcíaAlix, Autorretrato. Mi lado femenino (2002). Derecha, autorretrato de Robert Mapplethorpe (1985).
acontecimientos, instantes evocadores, para crear un imaginario propio, o en definitiva construir su propia historia.
Antes de ello, resulta obligado expresar la motivación que me lleva a ir acompañado de manera constante de una cámara fotográfica. He llegado a la conclusión de que me impulsa un deseo permanente de conectar con «los demás». En cuanto que seres humanos, congéneres con los que comparto existencia, perpetuando su imagen, mediante fotos convenidas y en su mayoría robadas. También me cautiva la luz y la oscuridad, y la apasionante naturaleza, y las creaciones que los seres humanos van realizando en su trayectoria.
Quiero referirme previamente a una carta que el fotógrafo argentino Sergio Larraín (1931-2012) le envió a uno de sus sobrinos en 1982, empeñado en que el tío concibiera unos consejos sobre el arte fotográfico. El documento tiene sólo 870 palabras pero una dimensión sideral, como de dibujo cósmico, de lección de un maestro tan dulce como descreído, un gurú que acaso es dulce porque rechaza todo método excepto la divina errancia, la bendita condena que nos aproxima a los animales: vagamos porque el asiento es la muerte.
Esta carta resume en gran medida la ilusión de llevar contigo siempre en compañía tu propia mirada, que se proyectará desde dentro hacía los estímulos que provienen de afuera, con la herramienta que hace posible detener esos instantes que quieres almacenar para recrearte cuando lo necesitas, recuperando secuencias vitales propias o compartidas. Esa cámara que es un tesoro, porque es como una prolongación de tu cerebro, que hace tangible lo inmaterial, que construye la estructura de tu propia personalidad y va creando un edificio lleno de ventanas por las que entra la luz que genera sombras y destellos que a la postre iluminan tu camino.
Sergio Larraín o qué es la fotografía
«Miércoles. Lo primero de todo es tener una máquina que a uno le guste, la que más le guste a uno, porque se trata de estar contento con el cuerpo, con lo que
uno tiene en las manos y el instrumento es clave para el que hace un oficio, y que sea el mínimo, lo indispensable y nada más. Segundo, tener una ampliadora a su gusto, la más rica y simple posible (en 35 mm. la más chica que fabrica LEITZ es la mejor, te dura para toda la vida).
El juego es partir a la aventura, como un velero, soltar velas. Ir a Valparaiso, o a Chiloé, por las calles todo el día, vagar y vagar por partes desconocidas, y sentarse cuando uno está cansado bajo un árbol, comprar un plátano o unos panes y así tomar un tren, ir a una parte que a uno le tinque, y mirar, dibujar también, y mirar. Salirse del mundo conocido, entrar en lo que nunca has visto, DEJARSE LLEVAR por el gusto, mucho ir de una parte a otra, por donde te vaya tincando. De a poco vas encontrando cosas y te van viniendo imágenes, como apariciones las tomas.
Luego que has vuelto a la casa, revelas, copias y empiezas a mirar lo que has pescado, todos los peces, y los pones con su scotch al muro, los copias en hojitas tamaño postal y los miras. Después empiezas a jugar con las L, a buscar cortes, a encuadrar, y vas aprendiendo composición, geometría. Van encuadrando perfecto con las L y amplias lo que has encuadrado y lo dejas en la pared. Así vas mirando, para ir viendo. Cuando se te hace seguro que una foto es mala, al canasto al tiro. La mejor las subes un poco más alto en la pared, al final guardas las buenas y nada más (guardar lo mediocre te estanca en lo mediocre). En el tope nada más lo que se guarda, todo lo demás se bota, porque uno carga en la psiquis todo lo que retiene.
Luego haces gimnasia, te entretienes en otras cosas y no te preocupas más. Empiezas a mirar el trabajo de otros fotógrafos y a buscar lo bueno en todo lo que encuentres: libros, revistas, etc. y sacas lo mejor, y si puedes recortar, sacas lo bueno y lo vas pegando en la pared al lado de lo tuyo, y si no puedes recortar, abres el libro o las revistas en las páginas de las cosas buenas y lo dejas abierto en exposición. Luego lo dejas semanas, meses, mientras te dé, uno se demora mucho en ver, pero poco a poco se te va entregando el secreto y vas viendo lo que es bueno y la profundidad de cada cosa. Sigues viviendo tranquilo, dibujas un poco, sales a pasear y nunca fuerces la salida a tomar fotos, por que se pierde la poesía, la vida que ello tiene se enferma, es como forzar el amor o la amistad, no se puede. Cuando te vuelva a nacer, puede partir en otro viaje, otro vagabundeo: a Puerto Aguirre, puedes bajar el Baker a caballo hasta los ventisqueros desde Aysén; Valparaiso siempre es una maravilla, es perderse en la magia, perderse unos días dándose vueltas por los cerros y calles y durmiendo en el saco de dormir en algún lado en la noche, y muy metido en la realidad, como nadando bajo el agua, que nada te distrae, nada convencional. Te dejas llevar por las alpargatas lentito, como si estuvieras curado por el gusto de mirar, canturreando, y lo que vaya apareciendo lo vas fotografiando ya con más cuidado, algo has aprendido a componer y recortar, ya lo haces con la máquina, y así se sigue, se llena de peces la carreta y vuelves a casa. Aprendes foco, diafragma, primer plano, saturación, velocidad, etc. aprendes a jugar con la máquina y sus posibilidades, y vas juntando poesía (lo tuyo y lo de otros), toma todo lo bueno que encuentres, bueno de los otros. Hazte una colección de cosas óptimas, un museito en una carpeta.
Sigue lo que es tu gusto y nada más. No le creas más que a tu gusto, tu eres la vida y la vida es la que se escoge. Lo que no te guste a ti, no lo veas, no sirve. Tu eres el único criterio, pero ve de todos los demás. Vas aprendiendo, cuando tengas una foto realmente buena, las amplias, haces una pequeña exposición o un librito, lo mandas a empastar y con eso vas estableciendo un piso, al mostrarla te ubicas de lo que son, según lo veas frente a los demás, ahí lo sientes. Hacer una exposición es dar algo, como dar de comer, es bueno para los demás que se les muestre algo hecho con trabajo y gusto. No es lucirse uno, hace bien, es sano para todos y a ti te hace bien porque te va chequeando.
Bueno, con esto tienes para comenzar. Es mucho vagabundeo, estar sentado debajo de un árbol en cualquier parte. Es un andar solo por el universo. Uno nuevamente empieza a mirar, el mundo convencional te pone un biombo, hay que salir de él durante el período de fotografía».
Sergio Larraín, 1982