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PARTE I

Introducción

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Contenido: Fotografía de archivo, autorretrato y retrato Título: Memoria retratada

Palabras clave: reconstruir. Significar. La pulsión de la existencia. La consciencia versus la inconsciencia. Las trampas de la memoria. La realidad inventada. El ser o quizás solo el estar.

No sé por dónde empezar

Me asaltan las dudas. Un trabajo de fin de grado me recuerda que algo termina y me inquieta esta reflexión (en la presente etapa de mi vida), con tintes existencialistas. Pese a ello la rueda del tiempo me arrastra y me lleva a veces sin control hacia el destino más cierto de nuestra presencia efímera. El mismo universo que nos trae a la vida sin permiso, nos devuelve igualmente hacia él. Ignorantes pues de nuestro origen y destino. En el interin de este viaje, la que llamamos vida, nos ofrece capacidades como a cada uno de los seres que conforman la naturaleza. A los humanos quizás más porque en nuestra evolución hemos alcanzado unos niveles de cognición más elevados, al menos en el campo de la inteligencia y con ella y a través de ella se nos presentan alternativas entre las cuales debemos elegir las que entendemos más oportunas o alcanzables o quizás todo lo contrario.

Dependerá de múltiples factores más o menos determinantes: lugar de nacimiento, que condiciona nuestra educación cultural, nuestra lengua, la familia y su entorno, la religión, el clima, etc. En este escenario vital cada cual representa su papel y el devenir de la «opera» nos dejará millardos de impresiones visuales, cargadas de emociones unas, y la gran mayoría vacías por ser propias de la cotidianeidad. Durante este tiempo impredecible se sucederán acontecimientos de diversa índole que se incorporarán en la memoria, por otro lado frágil, que suele construir escenas recreadas bajo criterios perceptivos muy subjetivos.

Desde que se inventó la fotografía en 1838 por Nicéforo Niepce, y sus coetaneos Talbolt y Daguerre, los seres humanos, ciudadanos de los países más desarrollados de la época, encontraron la manera de perpetuar esos instantes. Al menos en un principio la propia imagen y la de sus allegados si fuera el caso. Inmortalizarse de forma virtual. Se tomaban incluso fotografías de las personas en su lecho de muerte para dar fe de estado evidente. Esos testimonios casi tangibles se guardaban como tesoros en los cajones de las cómodas oliendo a naftalina y protegidos con papel de seda, o enmarcados para colgar en las paredes más importantes de la casa. En principio en blanco y negro y con intención de darles más realismo, una corriente denominada «pictorialismo» planteó colorearlas artificialmente creando escenificaciones en un intento de conseguir resultados cercanos a la pintura, con la ventaja sobre aquella de partir de imágenes «realistas».

Era una forma de mantener viva la imagen de los ausentes o simplemente un ejercicio de autocomplacencia. Un lujo que poco a poco se fue popularizando al conseguir mejores resultados con precios cada vez más reducidos. Desde la cámara de los «minuteros» a las actuales incorporadas en los teléfonos móviles, el recorrido tecnológico ha sido espectacular en apenas dos siglos, aunque el mayor desarrollo quizás se haya conseguido en menos de 50 años cuando aparece la fotografía digital multiplicándose exponencialmente el número de aparatos vendidos en el mercado y como consecuencia la producción de millones de fotografías que de hecho se han puesto a circular en el universo virtual creado por el Hombre-Mujer que ha revolucionado nuestro mundo: Internet. Pese a estos avances inconmensurables, lo más importante de este lenguaje es que sirve como tal, de manera totalmente autónoma o en comunión con otros lenguajes categorizados por el sistema, para formar parte del Arte.

Naturalmente no todas las fotografías son arte, como tampoco todos los dibujos o pinturas o esculturas que se producen lo son per se. Es necesario que el Sistema las acepte, las catalogue y las encuadre incluso. Pero tampoco debemos esperar «autorización», porque cada cual esconde sentimientos y experiencias que decide compartir y nadie debe estar legitimado para pronunciarse sobre su calidad o cualidad artística, pese a la importancia de la critica, institución académica creada igualmente por el Sistema. Además, la popularización de la fotografía ha conseguido que caiga sobre nosotros un diluvio imparable que de hecho no podemos digerir como está pasando con la información. Lo más preocupante es que la fotografía no representa ya una realidad incontrovertida como antaño.

La fotografía puede ser y de hecho es una

gran mentira. Me remito a las palabras de uno de nuestros insignes fotógrafos Joan Fontcuberta: todos formamos parte de ella, desde la percepción distorsionada de nuestra propia imagen —pensemos en el fenómeno selfie— hasta la manipulación de la escenificación que representa, ya sea a través de su tratamiento mediante programas de edición, o el encuadre «interesado de un instante que pertenece a un conjunto que no forma parte en su totalidad de la escena o escenas de hechos que están ocurriendo simultáneamente». Hemos pasado

de Homo sapiens a Homo fotographus, según el concepto de Fontcuberta.

Cada día se suben a las redes sociales más conocidas como Snapchat, Instagram o Facebook

mil doscientos millones de fotografías que nunca llegaremos a ver. Ello nos obliga a reconsiderar el escenario visual y más que seguir haciendo fotografías, parece sensato pensar en reciclar o recuperar las ya realizadas, bajo un concepto artístico como es la «apropiación» o como preconiza Fontcuberta, mediante su «adopción». Trabajar pues con lo existente y, como no, con los tesoros que hemos custodiado en el ámbito familiar.

¿Por qué entonces mi propósito de trabajar desde la fotografía para construir un relato con vocación artística? No es fácil contestar, porque podría caer en la trampa de realizar un mero trabajo de archivo. No es el caso. La edad me permite revisualizar un tiempo pasado, extenso en cuanto a su duración, e intenso según se mire desde las emociones, y esa experiencia vital que está tejida con hilos de seda y cuerdas de guita, me aprieta el alma y en ocasiones no me deja respirar. Son recuerdos que se amontonan, que intento tejer como si fueran dendritas neuronales de aquellos dibujos de Ramón y Cajal que en fisiología permiten que se produzca la sinapsis y por ende que nuestros pensamientos fluyan en el interior de un cerebro tan desconocido.

Esa memoria frágil la quiero apuntalar con parte de mi imaginario privado que deseo compartir. Porque, en definitiva, cobrará significado cuando alcance el objetivo de perpetuar mi propia existencia desde los afectos, los odios, las pasiones al fin que acompañan nuestro viaje y que moldean nuestra personalidad. Desde un principio puramente cronológico, se despliega un abanico secuencial que he querido representar en un conjunto de imágenes que me ayudan a desarrollar un minirrelato de mi propia historia. Imágenes estáticas que se entrelazan para conseguir una cierta coherencia con mi propio ser y en el estar en el medio que me ha tocado vivir.

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