CUENTOS CORTOS

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| PONENCIA DE PROPUESTA DE REDISEÑO CURRICULAR CC CC UNT


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Relacionista público, publicista, periodista, abogado, conciliador extrajudicial y docente universitario. Hace más de cuatro décadas y media que transita activamente en el mundo de las Ciencias de la Comunicación, Jurídicas y de la Educación. Cumplió 45 años de ejercicio profesional (1974–2019). Es consultor y asesor en instituciones, públicas y privadas de la región norte del país, a través de “RIVERO–AYLLÓN Asesores y Consultores”, con sede principal en Trujillo–Perú. Docente de la Universidad Nacional de Trujillo (UNT), Universidad Privada del Norte (UPN) y la Universidad César Vallejo (UCV). Fue director de la Escuela de Ciencias de la Comunicación y, actualmente, director del Departamento Académico de Ciencias de la Comunicación (UNT). Licenciado en Periodismo por la UNT y abogado por la Universidad Pedro Ruiz Gallo (UNPRG–Lambayeque) y Conciliador Extrajudicial (Pontificia Universidad Católica del Perú–PUCP, Lima). Tiene el grado académico de Maestría en Ciencias Sociales con mención en Gestión y Administración del Desarrollo Humano (UNT). Asimismo, Diplomado en Defensa Nacional (Centros de Altos Estudios Nacionales– CAEN), Gobernabilidad y Gerencia Política (Corporación Andina de Fomento y The George Washington University) y Proyectos de Inversión Pública (UNT).

RAÚL VÍCTOR RIVERO AYLLÓN

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Laboró en la Superintendencia Nacional de los Registros Públicos (SUNARP)–ZR N° V–ST, Municipalidad Provincial de Trujillo, Servicio Industrial de la Marina SIMA–PERU (C.O. N° 3 – Chimbote), Cooperativa de Ahorro y Crédito Santo Domingo de Guzmán (Trujillo). Estudió Maestría en Relaciones Públicas (Universidad San Martín de Porres–USMP, Lima), Maestría en Gestión en Comunicación Empresarial (Universidad Privada Antenor Orrego–UPAO) y Maestría en Gerencia Social (PUCP). Ejerció la docencia en el Instituto Superior de Periodismo y Relaciones Públicas “Dr. Carlos E. Uceda Meza” (1978), Instituto Superior Tecnológico del Norte– “El Serio”– (Profesor y jefe del Programa de Ciencias Publicitarias, creador del Primer Festival de Creatividad y Tecnología Comunicacional (CREATEC), Instituto Trujillo (antes “Amauta”) y en las universidades: Particular de Chiclayo (UDCH), Señor de Sipán (USS - Chiclayo), Antenor Orrego (UPAO). Fundador y primer presidente de la Asociación de Relacionistas Públicos de La Libertad (ARPUL, 1975). Redactó las normas transitorias de la Ley 25250 que creó el Colegio de Relacionistas Públicos del Perú y las sustentó ante las Comisiones de Educación y Cultura de las Cámaras de Senadores y Diputados. Vicepresidente de la Federación de Relacionistas Públicos del Perú–FEREP (1980). Miembro de la Comisión Organizadora y primer Decano del Colegio de Relacionistas Públicos del Perú–Consejo Regional La Libertad (2004). Fundador y primer presidente de la ONG “Interforum y Desarrollo Humano” (2008–Presente).

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ENSAYO

CUENTOS CORTOS -PRIMERA PARTE-

Raúl Víctor Rivero Ayllón

RAÚL VÍCTOR RIVERO AYLLÓN

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CUENTOS CORTOS Autor–Editor: Raúl Víctor Rivero Ayllón Calle Marcelo Corne 270, departamento 402, Urbanización San Andrés, Trujillo, Perú. Primera edición: Octubre 2018.

Datos para la catalogación bibliográfica:

Rivero, R. (2018). Cuentos cortos. 1.a edición. Trujillo – Perú. Recuperado de: https://issuu.com/raulriveroayllon/docs/ebook _cuentos_cortos

Arte gráfico:

Rubén García.

La edición virtual se finalizó en setiembre 2019, en Trujillo–Perú.

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Dedicatoria A quienes –como yo- intentan rasgar el papel con la pluma inspiradora que emerge de sus vidas íntimas.

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Agradecimiento A la vida, por ser la fuente de donde bebo –de vez en cuandola energía vital para seguir escribiendo.

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Prólogo La literatura, lindísima fuente inagotable de creatividad e imaginación, me seduce. Ahora, después de tanto esquivarla, me coquetea y quiere que la acompañe. Aquí surge mi duda. Temeroso, como adolescente, ante una nueva conquista que me inquieta, escribo, lo que creo, ¡si lo que creo! pero no convencido aun de lo que llamo cuentos cortos (4). Al respecto, yo pecador me confieso soy novato, soy primerizo en estas lides. Por ello, disculpas, mil disculpas, por inducirlos a creer que amo a la literatura y que mi obsesión por escribir cuentos –o quizás mañana más tarde novelas- es el amor que me embriaga. Con ello, me disculpo con anticipación a la crítica de quienes verdaderamente profesan -con indesmayable pa-

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sión -el arte o la magia de la excelsa virtud inspiradora de los mejores cuentos o novelas, ganadores de premios. Si, mil disculpas por no satisfacer la pulcritud y respeto a las normas gramaticales y al estilo narrativo que requieren las exigencias académicas. Sin embargo, si quiero expresar que, al margen de lo dicho, si me queda claro que lo contado es el caudaloso río que en declive transita casi como un aventurero por los cauces de los escritores a quienes admiro. Por ello, solo les digo que lo escrito, escrito está, y no lo puedo detener. Tal vez, solo son mis pensamientos que reclaman ser difundidos a los cuatro vientos en el horizonte infinito de la literatura. El primero, el viento de las angustias de ver pasar las aves sin retorno. El segundo, no cumplir los sueños soñados en los tiempos de primavera. El tercero, inquietudes de la mente que -de vez en cuando- se agitan en el corazón amordazado. Finalmente, el cuarto viento, amores del siglo XXI, década 30, que nos marca el fin de la vida terrenal a quien intenta, en el último suspiro de su felicidad, transcender más allá del manto negro-infinito, sin merecerlo.

Trujillo, setiembre de 2019.

Raúl Víctor Rivero Ayllón

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Índice DEDICATORIA ............................................................................ 13 AGRADECIMIENTO ................................................................... 15 PRÓLOGO ................................................................................. 17 CUENTO CORTO I LA MISTERIOSA DESEADA............................................. 23 CUENTO CORTO II REFLEXIONES DE UN LOCO .......................................... 29 CUENTO CORTO III MI ÚLTIMO DESEO ......................................................... 37 CUENTO CORTO IV LOS SUEÑOS QUE SOÑASTE ......................................... 47

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San Jerรณnimo penitente (1634) Caravaggio


CUENTO CORTO I LA MISTERIOSA DESEADA

CUENTO CORTO I

LA MISTERIOSA

DESEADA

RAÚL VÍCTOR RIVERO AYLLÓN

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-

Amigo mío, ¿Cómo estás?

-

¡Bien! bien… Como siempre, solo. ¿Sabes? Espero a mi misteriosa deseada. Ella me dijo que ya viene, pero aún no llega; media tardona es. Muchas veces me deja como adolescente enamorado. Es insoportable. Yo pecador te confieso, pero no lo comentes a nadie porque causal de divorcio sería. Cada día -más aún, cada minuto de mi vida- así coquetea conmigo. Quizás también lo haga con otro...no sé, puede ser - “pienso, luego existo”, afirmaba Descartes-. Por ahora, solo sé que su voz apasionada, que evoca amores ausentes, a veces es sensual; otras, enérgica; muchas, muchas veces, caprichosa. De vez en cuando, sumisa, me reclama a los cuatro vientos: ¿Cuándo nos vemos? ¡Siempre me dejas plantada! Sí, claro, yo también me hago de rogar. ¡Qué se ha creído! También me desea, pero se ilusiona conmigo. Se imagina que soy hombre fácil ¿Dí?

-

Entonces, mi estimado, si te persigue, sin darte tregua ni reposo ¿para qué la esperas tan ansioso? ¡denúnciala por acoso! No seas idiota.

-

¡No puedo, segurito que me ganará el juicio! Tú sabes cómo es la justicia divina terrenal. En cambio, si la espero me puede llevar a sus aposentos y poseerla en la misma mansión eterna de los bienaventurados. Mejor aún amarla eternamente, como el amor obsesivo que me profesa.

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-

Respondió, con inusitada sonrisa. Sus labios se apretaron entre sí como si disfrutara del beso ansiado. Sus ojos excitados, marchitos por el tiempo de espera, se cerraron lentamente. Sus labios, sangrantes de pasión, llegaron a su clímax, gimiendo…susurrando:

-

¡Amor mío! ¡Por fin! ¡Por fin, llegaste!

-

Sí, su misteriosa apasionada había llegado. En silencio, ella se acurrucó en su sepulcral lecho de agonía.

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Ritratto di Ambroise Vollard (1912) Picasso

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CUENTO CORTO II REFLEXIONES DE UN LOCO

CUENTO CORTO II

REFLEXIONES

DE UN

LOCO

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E

n la oscura soledad de la calle, un pedazo de carne humana, postrado en el altar de la indiferencia, se tropieza con mis zapatos raídos. Como una descarga eléctrica, se acurruca a mi cuerpo, al vaivén de la sangre que emana de sus venas hinchadas de podredumbre… Abrazándome, me grita al unísono con grandes voces desgarradoras. Con la fuerza inaudita de la desesperación, escucho sin cesar al eco una, dos, tres, cuatro, cinco… infinitamente más que cinco: -

¡Si el mundo no tiene paz!

-

¡Si la guerra sigue con su manto rojo-negro!

-

¡Si el ave símbolo de amor ha sido ahuyentada!

-

¡Si el hombre sigue con su afán tenaz de venganza!

-

¿Qué se esperará en la faz de la tierra?

¡Sí! el pedazo de carne humana –aquel que ensució mis zapatos- ahora, con sus cadavéricos dedos de sus pies y manos como garfios (curvos y puntiagudos), se aferran a mis tobillos, al unísono con el viento macabro de la noche oscura. Transformado en piedra, inmóvil de asombro, espero – como cuando se espera a la amada ausente- que el sol se canse de acostarse con la noche. Aguardo petrificado –pero con ferviente esperanza- que la aurora lo despierte con su luz sonrosada. Mis oídos que zumban como las olas del mar, oyen impávidos murmullos como si vinieran de ultratumba: -

¡Papi! ¡Óyeme, papi! ¿qué es un loco? Dímelo, por fa.

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Preguntó el niño con ingenua inocencia, casi sollozando. Señalándome a mí, con su tierna manita, y no al pedazo de carne humana cuyos garfios ahora han invadido mi cuerpo entero. El niño se equivocó, pienso. La respuesta es instantánea como un rayo: -

Es una persona que ha perdido la razón, es de poco juicio, disparatado e imprudente, es… quien funciona sin control. Ese es un loco, mi hijito lindo, -mirándome a mí, sin poder comprender-.

Al entrar el sol imponente, en esta calle coqueta que se despojó de su manto negro, ante nuestros ojos emerge la jaula en donde ese pedazo de carne humana duerme, come, descansa, medita, mira como lo miran y murmuran… Voces múltiples retumban en sus oídos; ahora, también en los míos: -

Sí, ¡Ahí está! con el cuerpo semidesnudo, mostrando al viento y a las miradas llenas de pudor la anatomía de un miserable loco.

-

Sí, ¡Ahí está! con el cuero curtido por el fiero látigo de la vida, sucio y lleno de miseria.

-

Sí, ¡Ahí está! como todos los días, mendigando, a ratos, el pan que mitigue el crujir del insaciable estómago, que ahoga en desesperación.

A dúo, replico al viento que entona su esquizofrénica canción y, con voz que se ahoga en mi garganta, exclamo: -

¿Nunca han visto a un hombre que, en medio de la vereda empedrada, yace indómito e indiferente con su mirada a cuestas?

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-

¡Qué miran! ¿nunca han visto a un miserable loco?

-

¡Dejen de mirar con espanto de lo que el hombre moribundo, en miseria y escoria, concibe en su mente atormentada!

-

¡No se vayan! ¡No se sorprendan de este miserable loco! ¡No lo ignoren, por Dios!

-

¡Sólo el hombre sin piedad, olvidará eternamente a este miserable loco que vive en su agonía!

A lo lejos, se acerca un remolino que, aunque ausentes, espanta a los pájaros carnívoros que ahora pululan en la urbe. Al acercarse, escucho gritar, como almas en el purgatorio: -

¡Cállate la boca!

-

¿De quién hablas?

-

¿Cuál miserable loco?

-

¡No hay nadie a tu lado!

-

¡Sólo existes tú, nadie más!

-

¡No hay ningún pedazo de carne humana!

-

¡No hay ningún miserable loco!

-

¡El loco eres tú!

-

¡Manicomio! ¡Manicomio! ¡Manicomio! …

Mi mirada sigilosa, dubitativa, recorre el espacio de la jaula –Sí, la jaula de ese pedazo de carne humana- que tropezó con mis pies…Si, efectivamente, no hay nadie. ¡Nunca lo hubo, Dios mío! digo con resignación. Estoy sólo con mi soledad, ¡siempre lo estuve! –pienso, angustiado-. Solo están las huellas de los dedos, como gar-

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fios (curvos y puntiagudos), dibujados en mi mente con la sangre que emanaban de sus venas hinchadas de podredumbre‌

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An old woman reading (1655) Rembrandt

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CUENTO CORTO III MI ÚLTIMO DESEO

CUENTO CORTO III

MI

ÚLTIMO

DESEO

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E

l hombre era un avaro. Un desgraciado que se ponía la máscara de intelectual. Trabajaba en múltiples espacios. Sus amigos, le decían:

-

¿Por qué trabajas tanto?

-

¿para qué quieres tanta plata?

-

¿Qué haces con ella?

Siempre parco, nunca respondía. Evadía explicar que hacía con su plata. Le apodaron “el plata como cancha”. Ocultaba sus ganancias del mes. A su mujer nunca le contaba en que fechas le pagaban su suelto, ni le daba los claves del cajero. Obsesionado, estaba pendiente de las fechas de pago y sin que nadie se entere sacaba todo su sueldo. Ya en casa, sin decir nada a nadie, se iba su precaria biblioteca y, entre la ruma de sus papeles y libros, escondía el dinero. Sigilosamente, los ubicada en distintos lugares de la habitación –donde nadie los pueda encontrar- se decía. En sobres amarillos de manila, o armaba de las hojas recicladas de sus alumnos, sobres que los engrampaba y allí, guardaba el dinero. Problemón tenía, cuando le pedían plata la comida del día. Hecháse a buscar entré la ruma de papees y no encontraba los diez soles que quería dar para el “combo”. Desparramaba todo, las cosas se le caían. Al fin encontraba y héchase a guardar nuevamente todos los sobrecitos que andana por allí escondiéndose, riéndose de él. Desgraciado, maldito le decías sus hijos. Ojalá que te pudras con tu plata. Que se incendie la casa con tu maldito dinero. Mal agüero fue esos deseos.

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Una noche, para que no vean dónde furtivamente escondía el dinero acumulado. Apagó las luces. Sus oídos pendientes estaban que nadie abra la puerta. No calculó que la luz del vecino que venía del tragaluz del edifico donde vivía no era suficiente para buscar su dinero. Prendió una vela que guardaba del último velorio que asistió. Al buscar en la ruma de papeles, encontró por fin su dinero, se puso a contar de espalda a la vela; sin darse cuenta, se cayeron sus libros sobre la vela. Ávido de contar si su plata estaba completa. Los papeles se comenzaron a quemar. El fuego abrazador, incontenible como un incendio de los bosques, sin poder salir de la habitación porque había echado llave para que nadie entre, no puso salir. Tiempo después, cuando las cruces y las coronas del olvido marchitas dormían en la tumba, entre los escombros, hallase un libro carcomido por el fuego. Dentro de él celosamente en un sobre amarillo de manila, encontró lo que siempre celosamente guardaba. Mira mami, el tesoro escondido del desgraciado de su marido que murió. Con agilidad de una adolescente, la viuda –desesperadita ella- cogió el sobre. Por fin –pensó- ese maldito difundo me dejó su herencia –al fin y al cabo no era tan maldito, pensó-. Ahora sí, mi vida cambiará, dijo con inusitada alegría como quien se sacó la lotería. Casi se desmaya –maldito, maldito aun muerto – murmuró. Arrojo el dinero –con sobre y todo al suelo-. Lloro desconsoladamente, su última esperanza mejorar su situación económica de los huérfanos de ese maldito, se esfumaron. Había contado 50 mil billetes; de mil intis cada uno y eso no le alcanzada. Maldito, mil veces maldito, maldito de los mal-

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ditos renegaba la viuda, aun sin consuelo desde que se marido su maldito marido. Su mascota, también hambrienta entre sus dientes filudos saborea los miles de billetes que tenía impresos “intis”. Sabueso, él vomito un papel que no era billete. Un papelito doblado en cuatro partes. Al limpiar la cochinada que el perro arrojo, sorpresa Dijo la viuda. Ahora, el testamento, el testamento gritó, tan fuerte que los todos vecinos del edificio de alegraron que por fin la prosperidad llegó a la “vecinita, pobrecita ella”: al fin podrá pagar los servicios comunes que debía desde la muerte de su ex amor. Entusiasmada por el testamento de su marido que en vida no amaba, se encerró en su cuarto y a media luz, empezó a leerlo: Cuando mi cadáver esté en el féretro, no quiero que lo adornen con mortaja ni perfumes ni agua bendita. Cuando mi cadáver esté en el cofre de sus recuerdos, no quiero que le pongan cruces ni coronas del olvido. Ni en mi tumba lloren, porque si no unos pantanos harán ¡Y allí, se lo juro no podré vivir! Sólo los pido: si ante sus sentimientos enraizados en la pureza de su corazón y ante lo profano de sus pensamientos Dios les dice que deben llorar, lloren y recontra lloren, pero en el desierto para que nazcan las flores que adornarán los carros del Festival de la Primavera. Cuando mi cadáver –para su infinito viaje- necesite vajilla llena, en lugar que de darle dinero –ese maldito dinero que tantas angustias nos da- a quienes disfrutan de la muerte de otros porque es su negocio, ¡pónganlo en mi féretro! Haré el sacrificio de llevarlo.

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Agréguenle todo el oro que se extrae de los socavones del Perú que ahora es envidia de la economía mundial. Tanto nos envidian que hacen lo imposible para descubrirlo ¿Lo imposible? ¡Claro que si es posible!… para las grandes potencias empresariales, porque de ellos es esa riqueza. Entiérrenme a la mitad de la esfera llamada planeta tierra, porque mi último deseo es que quienes me descubran, con el devenir de los siglos, se ufanen de gloria por desenterrar el mayor tesoro del mundo y encuentren el majestuoso misterio del Perú del siglo XXI, porque los otros misterios ya fueron descubiertos, por la inversión extranjera. Si no cumplen mi último deseo, la maldición de todos los Dioses se caerá sobre la Tierra, desaparecerán los hombres. Las mujeres se quedarán solititas, Y ¡Sábelo Dios! que será de sus vidas sin nosotros, los hombres (Yo mismo “machito soy”). ¡Ah! Me olvidaba: No me paseen por el mundo en exhibiciones públicas. No me construyan museos acordes con la majestuosidad de la riqueza que me acompaña. Que no se declare la guerra entre hermanos país y no se quiebre la armonía mundial. No creo que sea justo que por mis restos mortales la paz sea una utopía. Cuando llegue a los aeropuertos, los presidentes del mundo no me rindan pleitesías y honores cívico-militares. Peor aún, que no se arrodillen ante mí, ni besen mi bandera peruana porque me pueden contaminar. La dignidad, salud y vida de los peruanos hay que defenderlo ¡Hasta quemar el último cartucho! Cuando tengan que mostrarme mi cuerpo a los medios de comunicación… ¡Impídanlo! ¡No los dejen, por fa…! En vida, tantas veces en televisión, en los periódicos, en las redes sociales ya es sufíciente, nunca pedí ser el líder del pueblo esperanzado, pero que vamos a hacer: Dios quiso que sea su “líder” Ese fue mi destino (“yo mismo soy”). ¿No creen amigos comunicadores sociales que debe

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ser así? ¿Libertad de expresión? ¿Libertad de pensamiento? ¿Libertad de prensa? ¡Que no fastidien ya! ¡Ah! Además, les pido que ni la Orquesta Sinfónica, ni la banda de músicos de la Gloria Fuerza Armada del Perú y las escoltas militares de la marina, guerra y aviación ni de la inteligencia nacional me acompañen en el solemne desfile henchidos de patriótica peruanidad. Ni el Poder de la Justicia representada por los honorables fiscales y magistrados, ni la respetable Policía Nacional del Perú resguarde la seguridad ciudadana ante miles de miles de acongojados compatriotas angustiados por que ya los dejo: ¿Qué será de ellos, sin mi? Me pregunto. ¡Sí! Advierto, si se empecinan como buenos representantes de la nación, en el cumplimiento del deber que el Estado les ha asignado y acorde con la responsabilidad que el mandato del pueblo libre y soberano les ha otorgado. Si lo hacen: ¡Entonces los llevo como escoltas en mi cortejo fúnebre y que me acompañen hasta la tribuna celestial del Juicio final! ¿Eso si no quieren no? Pero así es la vida, es mandato de Dios ¿de qué se asuntan’. Y si no me acompañan – “a la ahora y en la hora de la hora de nuestra muerte, amén” que tengo que estar a la diestra de él, yo adivino, yo pronóstico, yo el hombre eterno declaro: también ustedes se van a morir y en el camino sería conveniente mirar como es la vida en el infierno o en el purgatorio. Y creo que no estamos tan lejos. ¿Di? ¿No les parece? ¿Qué me aconsejan? Peor aún, ni que vengan los presidentes de todos los mundos porque de puro “asao” resucito y vuelvo a disfrutar de los placeres y mixturas gastronómicas -no del chef o de la comida gourmet – sino de mi abuela, de mi mamá, de mi tía, de mi hermana, de la humilde anticuchera, del cebichito a lo pobre o del combinado de carretilla que tantos placeres me dio. ¡Claro pues, no lo sabían! la auténtica comida peruana sazonada con peruanidad por peruanos.

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¡Por fa…! Que no toquen la trompeta… la trompeta del silencio. Sí ese es mi último deseo – o mejor dicho el penúltimo- Es que, yo pecador me confieso: soy… soy… soy… soy muy sentimental, y no quisiera volver a llorar en mi despedida terrenal. Ahora sí, dejo de hacer mi testamento, sino la escritura pública ¿cuánto me va a costar? Cuando desentierren mi cofre, donde yace mi esqueleto –misteriosamente conservado por el elixir de mi filosofía existencial- y me olviden cuando el oro y dinero con el que me enviaron al viaje celestial los maraville, sólo les pido: que los juristas, los jurisconsultos y legisladores no dicten una ley considerándome “Patrimonio Mundial de la Humanidad”, si sólo soy engendro hecho del polvo de mis padres ¡A mucho orgullo! Por si acaso. Y, también soy polvo que se escapa de las manos como una de los millones de millones de partículas de la tierra. Si eso soy: polvo. De un polvo nací, polvo hago (y deseo seguir haciéndolo) y polvo seré. Y cuándo esto llegue, aunque siga queriéndolo ya no podré. ¿Dinero y tesoro? Mil perdones, había olvidado que lo que estaba diciendo ¡por todos los santos! es que el polvo distrae tanto. De la riqueza peruana –no yo, sino el dinero y oro, ¡Por fa...! entreguenlo a los auténticos pobres, aquellos que ante el misterio del capital no tuvieron la oportunidad de conocer el misterio del poder. ¡No! ¡No! No puede ser decía antes que se desmaye: Había leído la última frase de su maldito marido: ¡Pucha, me olvide!, disculpen. Ahora sí mi último deseo: ¡No quiero morir! Al recobrar el conocimiento: ¡Maldito! ¡Maldito, mil veces maldito! repetía y repetía desconsoladamente la viuda, antes de morir.

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El viejo guitarrista ciego (1904) Picasso


CUENTO CORTO IV LOS SUEÑOS QUE SOÑASTE

CUENTO CORTO IV

LOS

SUEÑOS QUE

SOÑASTE

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E

n el verdor adornado con mixtura de flores, que se riegan no con el agua del cielo sino de la tristeza humana, un padre de familia, su esposa y su hija adolescente, rezan. Mientras las plegarias volaban al infinito celestial, -como dando la contrita- la adolescente recuerda a su abuelo que yace en su tumba, bajo sus pies: -

Cuando era niña, mi abuelo tuvo una ilusión. El tiempo le dio la razón. Muchos le dijeron: ¡Es una utopía!

-

Ahora, estoy convencida que las utopías existen porque los seres humanos no hacemos nada para lograr nuestras ilusiones.

-

Mi abuelo tuvo el coraje de pensar no en él sino en nosotros, sus nietos y en nuestros hijos.

-

Al principio, algunos conformistas, eran felices como vivían: -

“Así es el destino pues”.

-

“Así es la vida, que vamos a hacer”.

-

“Si así quiere Dios, qué podemos hacer”.

-

“Vive la vida, tu presente”.

“Soñando sueños no más vives”, le decían como avispas sobre el panal; como el zumbido que lo acompañaba en cada instante de su andar, sin un lamento, sin un “me quiero morir”, ni “esa es mi desgracia, pues”. Con actitud pesimista, le decían: - ¡Imposible! ¡Qué podemos hacer!

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- ¡Es nuestra cultura! ¡No es tu problema! - ¡Si nadie hace nada para qué pues te vas a meter! - ¿Qué podemos hacer si la gente es así? Ahora, esas utopías encarnadas en mi sangre de la sangre de quien aún despierto seguía soñando que los sueños no siempre sueños son, están en el camino de la realidad. Ahora comprendo porque mi abuelo, en sus prédicas al viento de la juventud, –dándole la contrita al destino y no sé a quién más- repetía y repetía: -

“Ni los unos ni los otros, sino nosotros haremos realidad nuestra realidad ideal”.

Ahora tengo una obsesión, tengo ilusiones: “Los sueños, no siempre sueños son”, retumba como los zumbidos que heredé de esa vida que ya no es vida material y que yace ante mis pies. Ante ti –abuelo- no te traigo flores porque un día de grata tertulia dijiste: -

Cuando reposando esté en el féretro, a mis amigos díganles que no me traigan flores. Que junten esa platita para los niños que, en su precaria vida, necesitan un minuto de felicidad.

Hoy, ante el manto verde terrenal adornado con mixtura de aromas, no vengo a llorarte ni a traerte coronas ni cruces del olvido, porqué sé que sólo así sonreirás. Vengo a decirte que los sueños que soñaste, que las cosas imaginadas no fueron solo un ideal.

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Uno a uno, los ciudadanos optimistas se unen. Con energía vital, asumen con responsabilidad la defensa de sus derechos. Pero más importante era –como repetías, repetías y repetías soñando – cumplen sus obligaciones, sus deberes. Qué bonito sería –me explicabas- que los seres humanos cumplieran con sus obligaciones. Así, solo así, ninguna persona estaría reclamado derechos si es que los otros cumplen de con sus deberes. Déjame decirte –aunque sé que, desde el cielo infinito, eres testigo privilegiado- que los suelos que soñaste van camino a la realidad: ya sueñan tus sueños: Ya no hablan de derechos humanos, ahora - ¡Qué paradoja!, los tiempos cambian las personas también- hablan de deberes, sus deberes; no de los unos ni de los otros, sino de nosotros. Antes del retiro de este manto verde, cubierto con flores frescas de quienes recién vienen al reposo eterno que se enlazan en tierna amistad con las marchitas. Si antes que vuelva a mi realidad-realidad, déjenme decirte que la sangre que llevo en mi sangre será la sangre que llevarán nuevas vidas -no solo en el cofre de sus recuerdos, esos sueños que soñaste- en la vital existencia de sus días… y así en la sangre de las sangres por vivir. ¡Sí! cuando era niña, se puso a andar un reloj del tiempo. Ahora, al transcurrir los años, esa llamada utopía ¿es una realidad?

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