Paloma Cabadas
SĂndrome de
extraterrestre
SĂndrome de
extraterrestre
Paloma Cabadas
SĂndrome de
extraterrestre
© 2017, Paloma Cabadas © 2017, Parametro100 Ediciones www.parametro100.com www.palomacabadas.com @123rf, por la imagen de la chica en la cubierta ISBN: 978-84-947854-0-5 Depósito Legal: M-30546-2017 Impreso en España-Printed in Spain Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento, así como el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su contenido por cualquier método, salvo permiso expreso de la autora.
Índice 1. ¿Qué mundo es este?........................................ 13 2. No somos mujeres no somos hombres.............. 33 3. Los Extraterrestres existen............................. 49 4. Entrenar la sensibilidad................................... 71 5. El proyecto de vida.......................................... 99 6. La soledad rodeada de gente..........................115 7. Y el tiempo se empezó a acelerar....................127 8. La era de amar...............................................141 Otros libros de la autora................................153
A todos los que llevan dentro de sĂ el germen de un mundo mejor.
«Síndrome»... Síndrome: conjunto de síntomas simultáneos característicos de una enfermedad o un estado determinado.
«Extraterreste»... Dicho de un ser supuestamente venido desde el espacio exterior a la Tierra.
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1 ¿Qué mundo es este?
C
uántos de nosotros no se han preguntado alguna vez, pero, ¿qué pinto yo en este mundo? ¿qué tengo yo que ver con todo esto?
¿Por qué soy tan distinta? Mi vivencia personal, posteriormente contrastada con cantidad de relatos en años de consulta, me fue aportando evidencias sobre un sentimiento común de extrañeza que tantas personas hemos tenido de no ser de este mundo, de estar solas, sin afinidad con el entorno humano, sin encajar en la ética de los códigos vigentes, cual bichos raros deambulando por territorios incomprensibles, con una añoranza inexplicable de mundos felices que hizo creer a millones de personas que estaban locas, que eran muy fantasiosas, que vivían desconectadas de la realidad.
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¿Hay alguien más? ¿De dónde procede este sentimiento? Siendo que la experiencia terrenal nunca dio muestras de que se haya vivido aquí de otro modo que no fuera la supervivencia del más apto, las luchas de poder. Cuando la felicidad es algo desconocido para el ser humano, ¿cómo podemos albergar esa certeza acerca de realidades donde los seres se aman y son felices? y cuando no se ha tenido educación alguna de otro tipo de vida que no sea la terrenal ¿cómo podemos tener dudas profundas de no ser de aquí?
A mí me pasa algo Así es como el Síndrome de extraterrestre, es decir, el sentimiento de ser muy diferente de los que me rodean terminó cuajando en lo más íntimo de sus portadores. Llegando a ser una especie de coletilla, de etiqueta social para muchos de nosotros. Tuvimos que activar un talento especial para adaptarnos y fluir por un mundo infeliz. Muchos se quedaron por el camino, emocionalmente frágiles e incomprendidos, sin la fuerza suficiente para sostenerse y abrirse espacio en culturas que no acogen al que no se promedia por lo bajo. La adaptación a una superficie extraña que no te reconoce y donde te has sentido muy solo fue muy diversa
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en cada caso y ello tuvo que ver con los aspectos residuales del Trauma Nuclear© que cada uno traía para resolver de anteriores experiencias en la Tierra. Yo diría, incluso, que el Síndrome de extraterrestre ha afectado más a las poblaciones de mujeres que a las poblaciones masculinas por razones que desarrollaré más adelante.
De pequeña Me recuerdo de muy niña mirando con ojos perplejos a los adultos de mi entorno en sus comportamientos emocionales extremos que yo no entendía, porque, desde mi perspectiva, todo aquello era surrealista; semejantes problemáticas familiares se hubieran resuelto fácilmente con un poco más de amor, buena voluntad y buen humor. Lo de focalizar juntos hacia el bien común es todavía una rareza planetaria a pesar de los intensos esfuerzos de unos pocos y de la parafernalia panfletaria de la gran mayoría.
Ser sensible no es una desgracia El drama de un ser sensible —y prácticamente todos los que padecemos o hemos padecido este Síndrome lo somos— es que ha tenido que hacer mucho más esfuerzo en su supervivencia humana. Sin quererlo, tuvo que renunciar a su afán
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de saber y encontrar respuestas, al no existir referentes ni con quién compartir sus memorias e intuiciones. Como consecuencia del bloqueo de ese latido vital se quedó sin rumbo, con un gran vacío, una gran fragilidad, como si no hubiera base sólida en la que apoyarse internamente y que se acabó llenando de cualquier cosa, porque total ya, qué más da… Drogas, adicciones, desmotivación, falta de significado en la vida. O bien, la búsqueda incesante de un puerto donde amarrar, un amor, dando rienda suelta a un idealismo que no cabía en este mundo, explorando en el arte o en el servicio a los demás medios de poder estar con la humanidad que terminaron en profundas decepciones.
La eterna búsqueda En el afán de encontrar el hilo conductor que diera explicación a preguntas como, ¿qué hago yo aquí con esta gente? ¿dónde están mis semejantes? muchos se extraviaron por los caminos de las religiones, la llamada espiritualidad o el retiro del mundanal ruido. Buscando aquietar con esas prácticas la voz que seguía clamando en su interior respuestas a su sensible inquietud. Tras muchas vidas de adormecimiento y desengaño, enredados sin salida en lo mismo que necesitaban descubrir, optaron por explorar rumbos contrarios. Ateísmos y agnosticismos radicales, chamanismos, filosofías orientales con nuevos dioses. Inciensos y atractivas herramientas energéticas vinieron a llenar de expectativa
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ilusionante ese vacío que persistía en lo más hondo tras el desencanto católico de la cultura occidental. En su extremo más severo muchos cayeron en el destierro de sí mismos. Las rebeldías y la ira contenidas, los grandes excesos, el desarreglo emocional y mental y tantos factores que hallaron hueco y diagnóstico en patologías diversas, en consultorios de todo tipo con un tronco común: el desarraigo como conciencia por no saber quién soy, de dónde vengo, cómo funciona esto, cómo puedo sentirme tan sola en medio de tanta gente. El drama es que a fuerza de no hallar respuesta el ser humano deja de preguntarse, se anestesia, se embrutece y ahí es donde se pierde definitivamente.
Y llega el día Llegados a este punto, cuando se ha probado de todo varias veces en muchos paseos por las tonteras culturales del planeta y se han agotado los decorados celestiales, muchos tienen la valentía de reconocer que siguen en el mismo lugar de partida. Las preguntas son las mismas, las dudas persisten intactas y lo que se ha conseguido es rellenar la cabeza de una miscelánea deshilvanada de conceptos tomados de aquí y de allá que entorpecen, aún más, la clara percepción de la realidad multidimensional.
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Sin embargo, lo que tiene la continuidad evolutiva es que nos devuelve al punto crítico una y otra vez. Es muy insistente porque dispone de la eternidad para recordarnos quiénes somos como conciencia y que la mejor parte del camino se extiende hacia delante. Y por fin llega el día en que, valientes, decapitamos a nuestro propio dragón para alzarnos desnudos ante la simple y trasparente revelación de lo que en verdad nos llena el corazón.
Recuerdo que de niña De mis recuerdos personales de etapas muy tempranas de la niñez tengo una visión global de extrañeza ante el mundo que me rodeaba, como si estuviera asistiendo a una película equivocada que no me gustaba y esperaba que acabase pronto y con final feliz. Me refugiaba en mis juegos, en mis juguetes, alimentando un mundo propio que me preservaba de exponer mi sensibilidad y mi percepción a los ambientes ajenos que me rodeaban. Mi gran positividad y ser capaz de ver el lado mejor de las cosas fue de incalculable ayuda en aquellos primeros años de vida. Como tantos niños, captaba las cosas de una forma que no es explicable y me sorprendía el comportamiento irracional y absurdo de los adultos. La gente mentía y hacían cosas contrarias a lo que te decían. La gente era muy decepcionante. Eso lo viví muy pronto con mi mejor amiguita del colegio, y creo que la superación de esa prueba
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en solitario y a una edad muy temprana, me ayudó a encontrar un cierto lugar en el mundo en el que poder preservar mis sentimientos para no sufrir innecesariamente.
Empecé a pensar muy pronto Me recuerdo pensando desde muy pronto; y digo muy pronto porque la referencia es el recuerdo de bajar corriendo por la pendiente de un descampado, de cómo me tambaleaba en mi inestabilidad y cómo tenía el suelo muy cerca de mi vista mientras mi abuelo por detrás me decía: «No corras hermosa que te vas a caer» y yo pensaba: «Qué pesado
el abuelo, siempre me dice lo mismo, si no me voy a caer». Y, efectivamente, ¡nunca me caí! Me recuerdo mirando a los adultos de casa, en mi sillita de comer, viéndolos discutir por sus diferencias políticas, en aquella España que se sigue pareciendo a esta España y yo pensando: «Ya están otra vez con las mismas cosas y se van a pelear».
No tenía miedo Nunca tuve miedo, ni tampoco figuras referenciales propias de la infancia que me lo transmitieran, como tampoco recuerdo amigos invisibles ni ángeles de la guarda. Crecí bastante asilvestrada en el aspecto espiritual. Mi familia es-
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taba muy ocupada con la política y la intelectualidad, y de su parte no recibí influencia en ese sentido, por lo que mi refugio estaba en mis pensamientos y en elevar la mirada al cielo, principalmente a los cielos estrellados, preguntándome y sospechando que ahí había mucha vida para descubrir. Mi abuelo jugó un papel importante en aquella infancia. Su fuente inagotable de cuentos, sus lecturas, mis tardes de cine con él y su infinita paciencia con mi intensa curiosidad acompañaron mi vida y mis fantasías. Los largos veranos en el pueblo de mi padre también fueron momentos de recreo y esparcimiento para mi natural necesidad de aventuras y movimiento.
El aburrimiento soberano Uno de mis grandes temas fue sobrevivir al soberano aburrimiento que me provocaba la vida. Los escenarios y guiones de aquella España profunda y gris que no iban conmigo, los juegos, el colegio, los adultos, la lentitud de las cosas, la falta de respuesta a casi todo, la falta de autenticidad de las personas y, principalmente, su gran estupidez. Con todo eso tuve que desarrollar una particular adaptación a la vida y aún no sé cómo encontré el modo de mimetizarme en el ambiente sin destacar demasiado y conservar la ilusión y el entusiasmo para desarrollar modos creativos y amenos que me ayudaran a sobrellevar aquello. Me recuerdo inventándome juegos con los que jugar en el patio del colegio con las amigas porque
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todo era repetitivo y mortal de necesidad. A pesar de que lo que más me divertía era jugar yo sola con mis juguetes y mis historias conseguí no convertirme en un ser autista ni antisocial.
Los talentos que me salvaron la vida Creo que, gracias a talentos innatos como la adaptabilidad, la curiosidad y la sociabilidad me sostuve en aquellos primeros años. Con el tiempo me di cuenta que fue mi amor por el conocimiento y por el ser humano lo que realmente consiguió mantenerme a flote para observar esa naturaleza humana que me rodeaba y entender por qué obraba así y qué tenía yo que ver con todo ello.
El colegio, todo un tema Cómo conseguí sobrevivir al aburrimiento del colegio es algo que todavía no me puedo explicar racionalmente. Fui muy pronto a la escuela, con cuatro años. Me quedaba a comer y además a una hora extra de permanencia. Aquello era la vivencia de la eternidad. Menos mal que mi madre me lo había pintado muy bonito y yo fácilmente me ilusionaba con las cosas, porque si no, creo que hubiera entrado en depresión continua el primer día y todavía estaría en ese estado.
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También ayudó el que yo me llevaba de casa mis juguetes en la cartera y podía jugar en tantos tiempos muertos como había. Aquello era surrealista: un colegio público, que entonces no tenía mucho alumnado, y las clases las rellenaban con pequeños grupos de distintas edades y de distintos barrios. Las profesoras eran muy mayores, yo las recuerdo ancianas. Una de ellas falleció durante el curso escolar. El aula era enorme y estaba casi vacía porque éramos unas veinte niñas de tres cursos diferentes. Yo era de las pequeñas. Cuando caía la tarde y encendían la luz de unas pocas bombillas que pendían en largos cables del altísimo techo, pretendiendo alumbrar esa clase inmensa, aquello resultaba muy triste ¡con lo que a mí me gusta la luz! y en mi aburrimiento ensoñación yo pensaba: «¿Por qué no pondrán más bombillas?» Y me dedicaba desde mi pupitre a redecorar el espacio para superar ese tedio oscuro. Yo creo que en ese tiempo me forjé la estrategia contra la depresión que me ha acompañado toda mi vida. Cómo conseguí aprender algo de aquello que no me interesaba en absoluto e ir aprobando, es algo que tampoco me puedo explicar, ya que para superar tantas horas yo me disociaba, lógicamente, y creaba mis mundos, aunque nunca me colgaba del todo. Recuerdo una respuesta que di en clase de catecismo cuando la profesora pretendía que entendiéramos qué era la Santísima Trinidad. Como lo que nos había dicho era un gran misterio y no lo entendía ni ella, yo me animé a proponer: «Pues yo creo que la Santísima Trinidad
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debe ser un poco como esta clase, donde estamos tres cursos distintos con la misma profesora». Se hizo un profundo silencio y nunca hubo respuesta.
Extraterrestres sensibles Lo que he ido observando es que el Síndrome se instala en seres muy sensibles, con valores internos superiores al promedio humano y con una especie de compromiso pendiente con la adaptación a la experiencia terrenal. Es esta dificultad para adaptarse a la vida humana la que desvía a muchos de encontrar su propósito en la Tierra. El juego de vivir en la Tierra, algo tan sencillo como amoldarse o acomodarse a funciones ya establecidas que facilitan la vida de la gente y que se dan por hecho sin grandes cuestionamientos, puede desencadenar en los portadores del Síndrome cataratas de demandas, rebotes y desafíos. Algunas consecuencias de este descontento son los casos de desescolarización temprana y abandono de los estudios porque no interesa ni motiva la propuesta educativa; la insuficiente formación académica, que a menudo se ha justificado con el mito del mal estudiante o de no servir para estudiar, termina trayendo mucha inseguridad a estas personas que no siempre se corresponde con las altas capacidades intelectuales que ignoran que poseen. Muchos terminan deambulando por la vida de forma intuitiva, autodidacta y original,
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