Marta quiere bailar

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DIRECCIÓN Y EDICIÓN DE LA COLECCIÓN: Alejandra Stevenson Valdés EQUIPO EDITORIAL: Cristina Castillo Bernardita Muñoz Fernanda Piderit Soledad Ugarte COORDINADORA GENERAL: María Inés De Ferari ASISTENTE EDITORIAL: Verónica Arce LÍNEA GRÁFICA Y MAQUETACIÓN: Vesna Sekulovic © Ediciones ReCrea Ltda. Av. Francisco Bilbao 2904-A Providencia. Santiago de Chile. Teléfonos: 4746486 - 4747006 www.recrea-ed.cl www.recrealibros.cl Inscripción Nº 159.150 ISBN 956-8377-12-3 Primera edición noviembre 2006. Reservados todos los derechos para todos los países. Prohibida su reproducción total o parcial. Impreso en Chile por Andros Impresores


Para Marce.

C

omo todas las lagartijas, Marta pasaba sus días tomando sol. Apenas veía aparecer los primeros rayos de la mañana, corría a ponerse sobre una roca. Ahí permanecía quieta hasta entrada la tarde, cuando el cielo se vestía de colores rojos, naranjos y amarillos. Desde ese lugar, Marta miraba al resto de los animales del parque donde vivía. Las abejas volaban, los grillos jugaban a quién salta más alto, y las hormigas trabajaban sin descanso llevando alimentos de un lado a otro. Había también grupos que se reunían a hacer distintas actividades. Las mariposas, libélulas y abejas tenían un club de aviadores, y se reunían a ensayar piruetas en el aire. Formaban dibujos y figuras en el cielo y sobre las nubes.

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Los grillos, pájaros y ranas habían creado un grupo de música del que estaban muy orgullosos. Sus cantos animaban las fiestas de la comunidad y alegraban a todos los vecinos. Los renacuajos y pirigüines de la pileta habían organizado un equipo de natación, y competían para romper sus propias marcas de velocidad. A veces hacían acrobacias, y entonces se les veía saltar al aire como lo hacen los delfines, girar y volver a caer al agua con un sonoro ¡pluf! Pero el grupo que más llamaba la atención a Marta era el de las bailarinas. En él participaban una abeja, una grillita, dos ranas, y una chinita. Todas las tardes ensayaban movimientos y danzas al compás de la música del coro.

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Marta las miraba en silencio, admirando los trajes coloridos y vaporosos que vestían. Deseaba formar parte de ese grupo, y saltar, girar y bailar como ellas. Un día, esperó a que fuera la hora de la práctica y se animó a bajar de su roca. Algunas lagartijas la miraron extrañadas, pero Marta estaba decidida a conversar con las bailarinas. Iba a pedirles que la dejaran ser parte de su equipo.

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–Hola, bailarinas –saludó Marta. –Hola, Marta –le contestaron las demás. –¿Qué necesitas? –preguntó Reina, la abeja. Era la jefa del grupo. –Quiero ser bailarina, como ustedes –le dijo Marta. –Bueno, pero tienes que mostrarnos primero que sabes bailar –le advirtió Reina. –Nosotras te enseñamos los pasos –le ofreció la chinita. –¡Yo te muestro los saltos! –le dijo la grillita, que era experta en brincos. –¡Qué bueno! Me pondré a ensayar ahora mismo –sonrió Marta. Entonces, muy entusiasmada, empezó a practicar. Con paciencia, las bailarinas le mostraron una y otra vez cómo debía pararse y girar. No era tan fácil como se veía. Cada vez que lo intentaba, Marta se pisaba la cola y se iba de cabeza

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al suelo. No importaba dónde ponía la pata, su larga cola verde siempre se metía en el camino. Cuando el sol se escondió y las estrellas empezaron a brillar en la oscuridad de la noche, las bailarinas se fueron a acostar. –Sigue practicando, Marta –le dijeron– y nos vienes a ver cuando estés lista. Marta continuó ensayando hasta muy tarde esa noche. Giró cien veces, y las cien veces se tropezó. “No importa”, pensaba, “ya va a salir”. Con ese mismo ánimo se levantó a la mañana siguiente. En vez de correr a ponerse al sol sobre su tibia roca, decidió volver a intentarlo. Saltó, giró, y ¡paf! Dio un pasito, luego otro, y ¡bam! Una pirueta, y ¡ayayay! Metía tanto ruido con sus caídas y tropezones, que pronto se vio rodeada por muchos vecinos curiosos que querían saber de dónde venía tanto escándalo.

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Las ranas bailarinas también se acercaron a mirar. Se llamaban Dalila y Dalula, y eran hermanas gemelas. Los animales siempre las confundían porque se parecían más que dos margaritas, y se vestían con tutúes del mismo color. –Parece que no sirves para ser bailarina –le comentó a Marta la rana Dalila. –Eres demasiado torpe, mejor busca otra actividad –agregó Dalula. Volando se acercó Reina, que también opinó: –A veces no somos capaces de hacer lo que quisiéramos, Marta. No porque te guste bailar vas a poder ser bailarina.

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Inmediatamente, el resto de los animales empezó a discutir. Algunos estaban de acuerdo, y otros no. Desde una rama soleada, se escuchó la voz de una lagartija que decía: –Marta, las lagartijas estamos hechas para tomar sol, no para ser bailarinas. Vuelve a tu roca. Marta no hizo caso. Tenía la cabeza llena de chichones morados de tanto darse contra el suelo, y sus codos y rodillas estaban adornados de costras, pero continuó ensayando. “Voy a seguir hasta que me resulte el giro”, pensaba cada vez que se tropezaba. Así estuvo hasta que volvió a oscurecer. Después vino el día, y la noche, y el día otra vez. Pasaron tantas lunas por el cielo, que el resto de los animales perdió la curiosidad en las caídas de Marta. Y ella, una y otra vez, se volvía a levantar.

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