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1. Los conflictos del capitalismo democrático

Los conflictos políticos en las sociedades capitalistas democráticas se dan en torno a tres grandes esferas: la socioeconómica, la sociopolítica y la sociocultural.2 Eso no significa que estén aisladas entre sí. Por el contrario, se influencian, superponen e interpenetran de las más diversas formas.

Los conflictos socioeconómicos están asociados a la distribución desigual de patrimonios y de ingresos y al lugar ocupado por las personas en el sistema de producción y de distribución de la riqueza social. Históricamente, en grandes líneas, se presenta como una confrontación entre clases sociales, a pesar de que los intereses corporativos de subgrupos sociales desempeñen un papel significativo. Los conflictos socioeconómicos tienen un foco claramente identificable y cuantificable: la riqueza producida por la sociedad y su distribución entre los grupos sociales. Como todo conflicto social, los socioeconómicos se expresan como una lucha de valores y de identidades colectivas, y se confrontan los que consideran que el mercado (y la herencia) debe ser el principal, sino el único, mecanismo responsable de la distribución de la riqueza y quienes defienden una mayor intervención del Estado en la regulación del mercado, en la provisión de servicios públicos y la distribución de ingresos.

Los conflictos culturales están relacionados con la predisposición para aceptar nuevas costumbres, valores y creencias, y atraviesan a la sociedad de forma transversal, con un recorte social diferentes del conflicto distributivo. Los conflictos culturales son diversos y se refieren, entre otros, a las formas de relación entre persona y estilo de vida; estructura familiar, estatus, creencias religiosas, reconocimiento social, papel de la mujer, libertad sexual, relación con el cuerpo (como control de natalidad, aborto o suicidio), expresiones artísticas, prejuicios y estigmas sociales, relación con los inmigrantes, uso de drogas y significado del nacionalismo.

Los conflictos socioculturales no presentan la misma unidad y claridad que el distributivo y poseen una enorme plasticidad. Fundamentalmente, enfrentan a quienes se identifican con valores, formas de relación y expresiones culturales emergentes

2 Todas las instituciones sociales, incluida la economía, son fenómenos políticos y culturales. Utilizaremos el concepto cultural en un sentido restrictivo, en línea con el uso ordinario y cotidiano.

y a quienes defienden normas de conducta y visiones de la sociedad referidos a un pasado real o ficticio. Aquellos que se oponen a los cambios culturales se presentan como defensores de valores religiosos y/o del nacionalismo y predican el miedo del desorden en la familia y en la sociedad. Ya para los que promueven cambios culturales, el idioma dominante es el de los derechos, sean colectivos — como los derechos humanos, sociales, de las minorías o ambientales—, o individuales — que cada persona pueda escoger su forma de vida.

Si podemos hablar de modo analítico de dos polos — conservadores y/o reaccionarios de un lado y progresistas de otro —, la realidad vivida por cada persona tiene muchos más matices. Ciertos temas afectan a los ciudadanos con más intensidad que otros, en cada polo pueden concordar con una posición y no con otras. Apenas un pequeño grupo de personas, con alto compromiso religioso, ideológico o intelectual, busca justificar o deducir todas sus posturas a partir de una única matriz explicativa. Para la mayoría, las diferentes dimensiones de la subjetividad — o sea, una variedad de creencias, de valores y de intereses — conviven de forma contradictoria.

Los conflictos políticos reflejan y elaboran los conflictos socioeconómicos y los culturales, pero tienen dimensiones propias, dada la necesidad de construir instituciones que respondan al mismo tiempo a las demandas de los intereses particulares y de asegurar la cohesión social y el bien común. La tarea de mediación social y de gobierno son realizadas por actores sociales y organizaciones con características, intereses y dinámicas particulares. Estas instituciones, en particular los partidos políticos y los poderes del Estado (legislativo, ejecutivo y judicial), si bien no son disociables de las dinámicas que atraviesan la sociedad, nunca son reducibles a ellas, pues responden a factores de poder que les son propias, y que por su vez plasman la sociedad, generando lealtades e identidades colectivas.

A medida que los conflictos eran producidos dentro de regímenes democráticos, aquellos que ubicaban a los temas culturales en el centro de sus preocupaciones se identificaban, en general, con partidos más a la derecha del espectro político, que apoyan el liberalismo económico, creando una alianza de conveniencia entre los que procuraban limitar el ritmo de las transformaciones culturales y las reformas socioeconómicas. Por su parte, quien priorizaba políticas distributivas lo hacía por medio de partidos de izquierda, con posturas más abiertas al cambio de costumbres.

Si en ciertos momentos de la historia hubo mayor afinidad entre liberalismo económico y conservadorismo moral, o viceversa entre demandas distributivas y cambios culturales, esas afinidades no implican que los simpatizantes de las

corrientes partidarias compartan el mismo conjunto de valores en todas las esferas. Los favorables a las políticas distributivas pueden ser racistas, misóginos, antisemitas o xenófobos, así como quienes apoyan políticas económicas liberales no se identifican necesariamente con posturas conservadoras o reaccionarias en el campo de los conflictos socioculturales.

La historia del capitalismo democrático es la del desarrollo y de la interacción de esos grandes escenarios conflictivos. Durante la segunda mitad del siglo XX predominaron los conflictos socioeconómicos, lo que implicó hasta cierto punto dejar en un segundo plano los conflictos culturales, los cuales están regresando con fuerza en el siglo XXI y, como veremos, sus efectos podrán ser devastadores, tanto para las naciones como para el sistema internacional.

Cuando el sistema institucional se muestra incapaz de procesar los conflictos sociales, estos implosionan en la forma de revoluciones y de golpes de Estado, que llevan a regímenes autoritarios, sean de izquierda o de derecha. Hoy en día, en el Brasil y en el mundo, nos encontramos en la antesala de uno de esos momentos de ascensión del autoritarismo, y el objetivo de los próximos capítulos es contribuir a la comprensión de cómo llegamos la actual encrucijada.

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