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Mi Roma Alex Hernández
Una cuestión de identidad
Alex Hernández
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El origen de estas notas se encuentra en las gradas de un estadio de fútbol en Santa Clara, California, a fines de la primavera de 2016.
Un padre de familia lleva a su pequeño hijo a ver su primer partido de fútbol. ¿Qué mejor ocasión que el juego decisivo para avanzar a siguientes etapas de la Copa América-Centenario?
Se trata del encuentro México contra Chile. El equipo mexicano tuvo una primera fase prometedora. Jugar en el estadio de Santa Clara es casi equivalente a ser local. Así, padre e hijo van al partido llenos de ilusión.
Pero ya sabemos, las ilusiones son pocas veces recompensadas por la realidad. El cruel resultado de 7- 0 a favor del equipo chileno hace que el decepcionado niño proponga la pregunta al agobiado padre: ¿para qué somos buenos los mexicanos?
El papá habrá pensado la respuesta por algunos segundos y casi seguro que articuló una respuesta invocando las actuaciones destacadas de mexicanos en distintos contextos. Los mexicanos somos buenos para lo que nos propongamos. O tal vez puso en perspectiva el resultado de un encuentro deportivo con esa resignación estoica que sólo conocemos los aficionados del Cruz Azul, o de los Bills de Buffalo, o...de la selección mexicana de fútbol.
Otro padre menos sabio se hubiera dejado arrastrar por la desilusión y la frustración, dejando un reguero de confusión y resentimiento. Menos mal que ese no fue el caso para el afortunado niño.
Cuando me contaron la anécdota, la pregunta quedó dando vueltas en mi cabeza. Porque si diseccionamos la pregunta, en realidad contiene adentro una cuestión fundamental: ¿qué define el ser mexicano? Seguramente la intención del niño no era plantear esas preguntas, sino más bien una búsqueda de consuelo ante la decepción causada por el resultado deportivo. Pero por otra parte, plantearlas constituye una magnífica oportunidad para dar uno de nuestros acostumbrados paseos debrayantes por las riveras de los arroyos de Ventoquipa.
Así que, ¿qué significa ser mexicano?
Convengamos que hablar de un ser mexicano es una abstracción. Diré otra obviedad: la conducta de cada persona será más bien una mezcla de algo que podría llamarse “naturaleza humana” y de factores culturales, esos si propios de un país o un entorno local, pero también de la familia en donde uno nace.
Para no complicar la discusión, asumamos que la “naturaleza humana” en general funciona de manera similar en los 6 mil milllones de habitantes de este planeta, y que las distintas habilidades y características innatas de todas esas personas están distribuidas conforme a una campana de Gauss. Me hago cargo que este supuesto no es una verdad absoluta, sino una hipótesis de trabajo sujeta a agrias polémicas y descalificaciones.
Queda entonces como aspecto a estudiar para determinar la mexicanidad el de la cultura, lo que a mi entender puede abordarse desde dos perspectivas: el análisis filosófico y el estadístico.
El análisis de las características del mexicano ha sido abordado por varios filósofos y pensadores. Son notables los ensayos de Samuel Ramos (El perfil del hombre y la cultura en México), Octavio Paz (El laberinto de la soledad) y Roger Bartra (La jaula de la melancolía). Arriesgando un poco en simplificar en exceso, podríamos decir que pintan respectivamente a un mexicano con un complejo de inferioridad frente a otras
formas de ser (Ramos), un mexicano al mismo tiempo inescrutable y explosivo que se encierra en sí mismo (Paz), y un mexicano en eterna adolescencia incapaz de alcanzar la madurez (Bartra). Un panorama desolador.
Desde la perspectiva del análisis estadístico, me gustaría citar un artículo publicado en mayo de 2018 en la revista Nexos, que muestra los resultados de encuestas para encontrar las aspiraciones de los mexicanos:
https://www.nexos.com.mx/?p=37432)
Este ejercicio continúa uno previo realizado en 2010. La novedad que proponen es la existencia de no uno, sino cinco tipos de mexicanos: nostálgicos tradicionalistas, soñadores sin país, pesimistas indolentes, optimistas sobre el futuro y nacionalistas inconformes. No abundaré aquí en su descripción que se pueden consultar en la referencia, pero podría suponerse más sensatamente que la sociedad mexicana no es de forma homogénea un conjunto de rasgos de personalidad y comportamiento, sino que sería una mezcla de estos estereotipos nacionales.
Pero estoy eludiendo la pregunta original…
En contraste con estos planteamientos y sin pretensiones de mayor análisis, sino simplemente entrando en lo anecdótico, podemos citar a Guillermo del Toro y una célebre afirmación que hizo al responder a una pregunta:
https://www.youtube.com/watch?v=FBYBYSkSiJM Asume la mexicanidad como un poder especial: la capacidad de poner en balance la vida y la muerte, la luz y la oscuridad. Podríamos agregar la capacidad de sobreponerse a toda clase de obstáculos para conseguir sus objetivos.
Toda generalización es una mentira. Pero también es cierto que todo estereotipo encierra una parte de verdad. Distintas razones genéticas, históricas y coyunturales crean el fondo sobre el que actuamos.
En el afán de concluir con una nota optimista para el niño que hizo la pregunta, yo propondría que los mexicanos somos buenos para integrar contextos que incluso parecen opuestos. Recordemos: apenas diez años después de la caída de Tenochtitlán hay una nueva religión en donde la re-ligión condensa poderosamente los viejos ritos y dioses con los recién llegados. No es una cuestión racional, sino intuitiva, espontánea y me atrevería a decir que única. Algo similar ocurre con la comida: muy pronto después de la conquista surgió el taco de carnitas y evolucionó una gastronomía que integró felizmente lo europeo y lo americano.
Por ello, es absurdo y peligroso suponer que el genio nacional debe volver a un supuesto origen purificador. Todo lo contrario: nuestra riqueza consiste en nuestra capacidad de síntesis, una dialéctica cotidiana que da frutos incomparables cuando se asume y se vive.