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Escrituras Aneconómicas. Revista de Pensamiento Contemporáneo Año II, N° 3, Santiago, 2013. Democracia: aneconomía, partición y acto político ISSN: 0719-2487 http://escriturasaneconomicas.cl/

UNA POSIBLE LECTURA CRÍTICA DE LA DEMOCRACIA CONTEMPORÁNEA DESDE EL MARXISMO LIBERTARIO. FRANCISCO ALBERTO RUAY SÁEZ

fruay@yahoo.com Universidad de Chile Resumen: En el presente escrito se pretende realizar un análisis crítico de la democracia representativa contemporánea y su relación interna con la tolerancia represiva como forma de manifestación negativa de la propuesta autoincumplida. Se atraviesan los conflictos clásicos de la izquierda anarquista, pasando por la construcción de la subjetividad pluralista y tolerable bajo el capitalismo contemporáneo, y la construcción de los derechos humanos como paradigma de la integratividad, para llegar a un análisis actual sobre la viabilidad y la realidad posible de una izquierda teórica radical ante la tolerancia represiva de la democracia-capitalista, que permita criticar y proyectar su propio deseo como un proyecto posible. Palabras clave: Democracia, tolerancia represiva, izquierda, multiculturalidad.

I.

Introducción.

El presente estudio sobre la democracia y sus posibilidades, desde una posición radical de izquierda requiere, en primer lugar, abandonar por un momento los tradicionales análisis sobre el origen etimológico del concepto, e inclusive obviar parcialmente los orígenes de su practicidad real histórica en la clásica Grecia o cualquier otra experiencia humana pretérita. Indudablemente creo que otros podrán realizar un estudio histórico-crítico óptimo sobre su efectividad situada. Por mi parte, estoy convencido de que el momento histórico que vivimos requiere una lectura actual sobre la realidad efectiva de la democracia y sus manifestaciones particulares.

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Por lo mismo, el siguiente texto es ante todo una provocación tanto para izquierda, como para quien quiera adentrarse en el fenómeno democrático. Espero, humildemente, lograr mi cometido. II. Un posible acercamiento hacia la actualidad de la democracia. Actualmente la democracia ha dejado de ser un mero planteamiento sobre un modelo de funcionamiento político eficaz y racional consensuado. Ya no es una mera opción entre distintos modelos ideales de gobierno libremente autoimpuestos por los pueblos en su dimensión organizativa, sino que ha trascendido sus propias dimensiones para llegar a constituirse en una manera de ser la actualidad, abarcando no sólo lo que tradicionalmente se conoció como esfera pública (Arendt, 2007: 37-95), sino que incluso la esfera de “lo privado”, influyendo sustantivamente tanto la organización familiar como la subjetividad misma de los particulares que constituyen la sociedad toda. El ideal democrático aspira cada vez más a que usted desarrolle sus planes de vida ; sin importar cuán diversos sean. Uno de los ejes constituyentes de esta nueva realidad es la 61

indiferencia relativa de su vida privada, en donde podrá planear idílicamente hacer lo que quiera, o efectivamente realizarlo, sin interferir en el resto, hasta utilizar los medios institucionalizados para llevar a cabo lo que se le presente como deseable. La promesa es que en democracia, al menos de manera abstracta, usted podrá ser quién quiera ser. Aparentemente, la actual democracia afortunadamente no se encuentra atravesada por los conflictos radicales entre izquierda y derecha, a lo sumo dicha discusión se limitará a la representación práctica de una decisión concreta en que se enfrenten, de manera conciliatoria, las ideas abstractas de igualdad y libertad (Cfr., Bobbio: 1996). La posibilidad de diálogo, y la meta del consenso serían métodos racionales, pacíficos y civilizados de resolver las diferencias que, aunque no sean sustancialmente reconciliables, deben serlo por el bien de la convivencia social. La democracia ha llegado a ser el estadio óptimo de administración y dominación que ha logrado imponer la homogeneizante modernidad. La creación de la Organiza ción de las Naciones Unidas desde hace ya bastante tiempo, aparece como un suceso paradigmático de la progresiva inclusión global. La multiculturalidad, la tolerancia y el respeto de las supuestas minorías (sexuales, étnicas, etc) se presentan como instancias de apertura desde los centros de


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poder político de dominación hacia la infinitud de lo diverso. El respeto de las más diversas culturas y creencias sería el núcleo fundador de la nueva realidad abierta y comprehensiva. No sólo eso, sino que además el fundamento democrático de la sociedad contemporánea permitiría resguardarnos del temido totalitarismo autoritario y fundamentalista, asignando en su defensa, a la población entera, libertades civiles y políticas que generarían particulares realmente autónomos. Las puertas están abiertas, cualquiera que cumpla con unos requisitos mínimos establecidos en la ley correspondiente podría optar ahora a un cargo público (en teoría), y de esa manera, influir, si le parece, en las decisiones colectivas sobre la correcta convivencia social, especialmente en su dimensión interventora en los aspectos jurídicos que le aparezcan como relevantes y posibles; eso sí, nunca interfiriendo en las creencias de otros particulares , pues aquello es fundamentalismo, o mínimamente autoritarismo. Ya no existe prácticamente el voto censitario, y la mujer ha logrado afirmar su posibilidad de participación en las decisiones públicas, no sólo mediante la simbólica votación representativa, sino incluso siendo ella misma electa muchas veces en un cargo relevante, como el de primer ministro. Se proclaman a viva voz las bondades del sufragio universal. Inclusive, en muchos países las diversas coaliciones políticas realizan primarias para elegir quienes serán finalmente los candidatos designados para la realización de la elección final. Qué más democrático que aquello. No bastando lo anterior, aparentemente existe una voluntad común de parte de los “políticos profesionales” por incluir progresivamente a los marginados en los beneficios de la civilizada sociedad contemporánea. El reconocimiento de pueblos indígenas, de las supuestas minorías sexuales, el financiamiento gubernamental de diversas investigaciones que en otro tiempo habrían sido inimaginables (sobre la historia del anarquismo, por ejemplo), son algunos de los ejemplos de aquello. El Estado habría dejado de entrometerse además en la esfera privada, lugar que sería el espacio verdadero de realización de la individualidad. Cada cual podría hacer lo que quisiere, siempre y cuando no interfiera con la libertad de otros, ni obviamente menos, con la existencia misma del Estado de Derecho. Si bien la dominación y el disciplinamiento corporal siguen existiendo, parece ser que cada vez aparece ante todos de manera más evidente que aquello no es sino una extralimitación del ejercicio del poder; un abuso que aparece reprochable inclusive a través de los medios de comunicación, y además denunciable a través organizaciones no

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gubernamentales, como por ejemplo, en el caso de Amnistía internacional y los i nformes periódicos que emite. En principio, bajo un régimen democrático sería posible convivir con las más diversas personas, cuya diferenciación de intereses aparece como infinita. Personas que a su vez provienen de culturas absolutamente diversas, que tendrían todas cabida en este nuevo mundo globalizado y acogedor, defensor de las libertades individuales, en donde lo político queda encargado a los políticos, pero siempre teniendo todos y cualquiera de nosotros la posibilidad libre de entrar, cuando su apetencia por la esfera pública lo guíe por tal camino. No sería posible (tal vez pensable, o hasta deseable, pero no posible) un mundo mejor que aquél que se rige plenamente por la democracia. III. Una posible crítica sobre las promesas incumplidas. En un primer acercamiento podemos establecer una serie de críticas internas a las pretensiones de la democracia misma como forma de gobernar a un pueblo. Para esto, creo que es sumamente útil recurrir a un conjunto de argumentos provenientes centralmentede la 63

ideología anarquista, que ve en la democracia sólo una forma de realización del liberalismo capitalista. Un argumento básico, pero no por eso menos relevante, que es posible presentar desde el anarquismo en contra de la democracia representativa como idea, y en concreto, de la existencia de los gobiernos, consiste en criticar el acto eleccionario por su imprevisibilidad; como un acto de renuncia real al poder y a las posibilidades del autonomismo. En efecto, tal como señala Cappelletti: ¿Puede acaso un diputado, aun cuando fuera un sabio en algún campo particular (que es difícil que lo sea), opinar y decir con competencia sobre todos los problemas, tanto educativos como financieros, tanto jurídicos como criminológicos, tanto culturales como agrícolas? Y, por otra parte, aun cuando pudiera, aun cuando la tradujera alguna vez ¿Cómo podría saberse que la seguirá traduciendo siempre? ¿Cómo puede un hombre hacer representar su opinión por un lapso de cuatro o seis años, cuando no puede saber si quiera qué opinara la semana que viene? (Cappelletti, 2004: 21)


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Desde ahí, si a la humanidad toda se le comprende como un mero conjunto de individuos libres y aislados ontológicamente unos de otros, se torna imposible de manera lógica creer que la representatividad político-democrática efectivamente representa algo, y en realidad, a otro. En consecuencia, el acto político que emane del representante formal no es sino su propia realidad contingente; el acto se representaría a sí mismo, pues inclusive, en último término, sería difícil, sino imposible, sostener que inclusive el acto político represente en alguna medida… ¡al representante mismo!. El dinamismo puro y contingente que constituiría al sujeto impide lograr encontrar un algo representado escondido detrás del acto político; más difícil y absurdo aún se torna el camino hacia el sujeto representado desde el representante, pues ambas subjetividades no se encontrarían más que en el acto puro de delegación de poder y autoridad, sin otro contenido que la sumisión voluntaria. Me parece bastante pesimista tal postura, y si bien es plausible, concediendo y aceptando ciertos fundamentos preliminarmente, creo que no estamos obligados existencialmente a seguir dicho camino. En el caso de así hacerlo es evidente que basándose en ese simple argumento la discusión sobre lo político y la democracia se acaba de inmediato. Se zanjan las posibles diferencias mostrando de manera autoevidente que únicamente el solipsismo y la aislación social total son la vía de escape, o a lo sumo, sería posible una nueva co-asociación no delegatoria basada fundamentalmente egoísmo y el escepticismo. Obviando los eventuales problemas irresolubles que podría desencadenar un anarco individualismo extremo como el propuesto, aunque incluso aparezca como plenamente coherente con el sentido común moderno, atomista y cosificante, es posible avanzar hacia otro tipo de discusiones sobre la práctica real de la democracia representativa. Desde el propio sentido común aparece la imposibilidad conceptual y práctica de gobernar amplios territorios de manera centralizada, buscando homogeneizar desde el centro del poder espacios de realidad subjetiva diversa, cuyas experiencias constitutivas requerirían intervención directa y vinculante de los que se encuentran personalmente involucrados. En el fondo, la democracia representativa sería una delegación enajenada de las propias facultades de constituirse como sujetos autónomos, a la que tendrían por lógica la titularidad todos los habitantes de determinada comunidad cualquiera. Éste último argumento es potenciado por el desprecio a la autoridad proveniente de las corrientes anarquistas. Así, si bien inclusive desde la filosofía contractualista de Rosseau (2005) es posible desprender que el horizonte utópico sería el autogobierno del pueblo a través de la

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voluntad soberana, la diferencia radical que propone el anarquismo es que el verdadero horizonte humano por la realización de sí es la eliminación de toda autoridad. Por ello, la única democracia que merezca denominarse como tal será siempre sólo la democracia directa. La organización desde abajo hacia arriba, mediante la participación directa de todos los individuos involucrados en la vida común sería la verdadera vida en democracia. Creo, desde este nuevo argumento, que aterrizamos en similares problemas a los que vimos previamente a propósito de la representación como acto político de delegación. Definir a la democracia real (en realidad, meramente deseable) únicamente como democracia directa, asociada al asambleismo y la autonomía local, cierra y termina de una vez la discusión sobre los diversos alcances de la democracia efectiva contemporánea. Simplemente se podría afirmar: “eso que usted está llamando democracia, no es más que el fraseo simbólico del poder dominante, y en el fondo, no es más que la verbalización de la autoridad”. ¿Es posible terminar así la discusión?; nuevamente creo que sí, y que es plenamente plausible que una lectura filosófico política de tal índole sea plenamente coherente. Ahora bien, para realizar un análisis o una evaluación sobre las técnicas de dominación actual, creo que el horizonte utópico que se ponen los diversos tipos de anarquismo 65

(colectivista, individualista, comunista, etc), sean descriptivos de modelos económicos o de las más diversas relaciones de poder intersubjetivas, tienen una dimensión crítica real sólo si son capaces de otorgar herramientas de análisis y proyección efectiva de la revolución que persiguen, y en ese ámbito, necesariamente deberán convivir y hacerse cargo no sólo del poder visible, manifiesto y grotesco que ejercen las clases dominantes y explotadoras, sino también, debe serle posible afrontar de manera crítica, radical y coherente el lenguaje y los símbolos hegemónicos, para desde ahí asentar lo que puede llegar a ser una revolución posible. En ese sentido me parece útil dinamizar la figura abstracta, y a ratos estática, de la autoridad, leída desde el anarquismo, para señalar que lo que finalmente resulta relevante es analizar cuál es la relación entre autoridad y sujeto particular en la democracia representativa. 1 El conflicto entre el sujeto (individuo anarquista) y la autoridad ocasionado por la existencia de la democracia representativa y del gobierno mismo, radica en general, en el extrañamiento del otro sujeto y la cosificación de esa relación, y aún más, la enajenación misma de es sujeto respecto a la relación Obviamente la figura de autoridad no sólo se torna relevante en la dimensión política tradicional, sino en los más diversos ámbitos simbólicos. Inclusive puede abordarse el estudio de la autoridad desde la construcción de la subjetividad en su faz psíquica. La discusión freudiana sobre la figura del padre por ejemplo, o la dinámica del amo y el esclavo, son formas e instancias de discusión que sin duda deben darse, sin embargo creo que este no es el espacio indicado para abordarlos con la profundidad necesaria. 1


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misma que lo constituye para con el otro sujeto; una enajenación en otro nivel; en concreto, en la enajenación y la representación externa de la institución democrática, como relación intersubjetiva. La naturalización del orden establecido, y en particular de las instituciones gubernamentales, no es más que la cosificación radical que provocará en el sujeto un desencuentro constante con cada una de las vivencias que se le puedan presentar como políticas o relevantes para su propia existencia. En cuanto el sujeto deja de reconocerse en las instituciones representativas (ya no sólo en las personas mismas que efectivamente ejercen cargos funcionarios, sino ahora en la institución misma) se genera en él la frustración por el continuo desencanto, y a la vez la imposibilidad, también frustrante, de no lograr una incidencia o cambio general y revolucionario sobre la propia manera de vivir. Se atribuyen a las instituciones, existencialmente, las mismas cualidades que harían pensable la sociedad moderna, y la naturaleza como exteriorización cosificada de la historia humana. En síntesis, en esta dimensión, me parece que un análisis crítico actual y posible no gira tanto en torno a la sujeción a un poder exterior, como sí en la dinámica exteriorizadora y enajenante de la autoridad que la propia humanidad ha creado para sí, y que hace pensable dicha autoridad como exterior y opositora de los intereses colectivos, y consecuencialmente, particulares. Sin duda los conceptos de aversión a la autoridad y la exaltación de la democracia directa que acompañan constitutivamente a la ideología anarquista establecen desde un inicio una línea divisoria irreconciliable con la democracia representativa contemporánea (y en general cualquier democracia representativa). Las ficciones que constituyen el sistema político actual mantienen la dominación y explotación de unos sobre otros, a la vez que vuelve lejana la utopía libertaria. En ese sentido, tal como Guérin señala, “la teoría de la soberanía del pueblo [fundamento de la democracia burguesa] lleva en sí su propia negación. Si el pueblo entero fuera verdaderamente soberano no habría más gobierno ni gobernados. El soberano quedaría reducido a cero. El Estado no tendría ya ninguna razón de ser, se identificaría con la sociedad y desaparecería dentro de la organización industrial” (2004: 45) Sin embargo, incluso desde el propio sentido común, manifestación de la ideología hegemónica, suelen realizarse reproches a la actual democracia. Desde ahí se puede denunciar la grosera mercantilización del acto eleccionario, que termina por vaciar el contenido político pretendido en la conformación del gobierno, recurriendo a técnicas burdamente comerciales, y ofreciendo a los candidatos como si fuesen cualquier otro producto de consumo, lo que se

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termina manifestando en dos fases completamente diversas, pero unidas esencialmente; la lógica del consumo capitalista liberal, que además se entroncaría con el pretendido espíritu político del que es portador el republicanismo tradicional. La lectura más simple de dicho fenómeno está atravesada por la abstracción de lo político para, una vez atribuido lo que responde a lo político, pueda lo otro ser señalado como mercantilización de la política. Sin embargo, creo que es posible realizar también una lectura que supere esa supuesta dicotomía mercado/política, a través de una concepción totalizante del ser, en donde la economía y la política no son más que manifestaciones del ser contemporáneo, y en tanto tales, lo que realmente sucede es que hay una despolitización de la economía, de la vida, y de la misma política incluso. Críticas que siguen la línea expuesta previamente, y que considero altamente conservadoras, son la que han seguido actualmente los denominados comunitaristas como Charles Taylor o Michael Walzer. Pretenden recuperar el ideal de la vida común y el interés por la cosa pública, para poner al centro de la sociedad a la comunidad misma para desde ahí pensar y construir una sociedad que, ahora sí, atienda al bien común. Se presentan como opositores teóricos del liberalismo-individualismo contemporáneo, pero fundamentalmente en 67

una dimensión discursiva que se hace cargo de las diferencias políticas como ajena a la realidad económica a la que efectivamente podría atribuírsele la constitución de los modos molestos de vida actual. Aún más, a pesar de presentarse como contendores tras los diversos discursos que afirman tener siempre existe la esperanza de que si bien la democracia no funciona tal como se esperaría, siempre es perfectible, y de hecho ese es el horizonte político común, que a la vez es utilizable como condición de posibilidad de la discusión misma que sostendrán tanto liberales como comunitarios. Creo que puede hacerse un símil (bastante grosero) con lo que ocurre en nuestro país entre la Alianza por Chile y la Concertación; ambos se muestran como ejes políticos opositores, sin embargo es del todo evidente que las condiciones que hacen posibl e la existencia de cada uno de aquellos conglomerados son tantas que terminan siendo gradaciones de una misma vertiente, o inclusive más; son simplemente diversas manifestaciones reales de una misma posición; la derecha chilena. Pero aún así, vuelvo a reiterar que no son pocos los argumentos críticos que provienen inclusive de quienes tienen alguna mínima esperanza kantiana de que el sistema debe funcionar. El problema sería en tal caso que aún no existe una clase política adecuada, que no están los mejores en el poder, que nadie en el congreso representa a su región, que la política se ha


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vuelto politiquería, que los cargos políticos son ocupados sólo por quienes están “apitutados”, que existen incompatibilidades entre la vida empresarial y la vida política , que votar debiese ser un deber, que votar tiene que ser un derecho, que siguen los mismos viejos de siempre en el poder, que los funcionarios del gobierno no debiesen ganar lo que ganan remuneratoriamente, y un larguísimo etcétera que cualquier persona en la calle, en su casa, en un bar o viendo televisión, puede rezar de manera fluida y natural. IV. Sobre la democracia totalitaria. Las críticas que pueden tal vez inquietar un poco más que las ya expuestas, son aquellas que se hacen cargo de las posibilidades que la propia democracia ha propuesto como horizonte y que han llegado a realizarse efectivamente, pero que ocultan un reverso totalitario de nuevo tipo. La democracia se ha mostrado capacitada para administrar la diferencia manteniendo tras de sí aún los conflictos irresueltos de la no representatividad de lo representado, y particularmente, las relaciones de explotación, que tendrían, a través de esta forma, una nueva apariencia ya no directamente relacionada con la opresión directa ni con la viol encia física (salvo en casos extremos), sino más bien un discurso público conciliatorio, que básicamente ha dejado de lado la necesidad de disciplinar drásticamente, para pasar a constituir la propia subjetividad y desde ahí ejercer su dominio. Con esto, la democracia ha dejado de ser un mero sistema de gobierno, para pasar a transformarse directamente en la manera de ser el ser del mundo actual y sus relaciones de producción. Evidentemente lo que tradicionalmente conocemos como la esfera de lo público y propiamente político, también han debido adecuarse a esta nueva democracia. Fundamentalmente creo que la democracia contemporánea debió hacerse cargo de la promesa de tolerancia liberal y del multiculturalismo, lo que en realidad no es sino una transformación histórica de adecuación a las nuevas formas de producción y explotación. El primer movimiento, el de la tolerancia, constituye a su segundo momento manifestado en la multiculturalidad. La tolerancia se presenta como meta deseable desde el proyecto de liberación iluminista de la modernidad, y encuentra en las formas de producción actual un espacio idóneo para presentarse como posible y realizable. La democracia hace suya la tolerancia en virtud de la

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necesaria inclusión global que surge de las nuevas formas de producción postfordista. Es manifestación del paso hacia una supuesta sociedad postmoderna en donde el óptimo de explotación capitalista se orienta hacia la producción en red, más que a la identificación local y autosuficiente, abandonando la idea de Estado nación como eje locativo de su realización. En este nuevo mundo es necesario que todos tengan cabida; indígenas, pobres, “discapacitados”, minorías sexuales, negros, blancos, amarillos, etc. Las eventuales vulneraciones a la diversidad de las particularidades subjetivas son administradas individualmente y de manera aislada, pero ello no es óbice para afirmar que en principio todos tendrían un lugar en este nuevo mundo globalizado. Ahora, ¿De qué manera se muestra ésta nueva tolerancia?. Considero que hay dos movimientos constitutivos centrales, que en ningún caso sería uno condición previa del siguiente, sino más bien, que su realidad efectiva no es más que la actividad que crea simultáneamente a ambos. Por una parte, la tolerancia comprendida como diferencia absoluta y externa de lo diferente, como convivencia de lo radicalmente diverso y escindido. En ese sentido, la tolerancia pasa a ser indiferencia intersubjetiva, y ratificación de la individualidad autónoma y autosuficiente. La tolerancia es la representación de la necesidad de convivencia 69

social en un mundo neo liberal. Por otra parte, para la subjetividad contemporánea la idea de sujeto individual aparece como la realidad efectiva de su ser, producida por la misma tolerancia, luego, el mundo se le presenta (o se lo presenta) como la posibilidad de su realización personal; al final, como natural. Pero, y si la tolerancia es represiva ¿quién es el que está reprimiendo?. Lo que sucede es que aquello que constituye tanto a la tolerancia misma como al sujeto para el que es vivible y pensable dicha tolerancia es la nueva forma de producción capitalista. Con aquello no me refiero a un mero análisis o referencia econométrica sobre las formas de producción actual, sino que la humanidad actual se ha puesto a sí misma a la producción capitalista como la forma de ser el mundo, y en el fondo, de ser para sí misma. Es la forma de ver lo exterior como exterior, lo natural como natural, la forma de vivir el amor, las relaciones familiares, la institucionalización de las instituciones; en fin, el todo que constituye al sujeto particular como manifestación de la totalidad constituyente. Por otro lado, el multiculturalismo no es sino la producción de la tolerancia manifestada a nivel colectivo, pero aun manteniendo la idea de que el titular de dicho interés es un conjunto de individuos. Para el sujeto se vuelve pensable y posible la realidad de conjuntos de


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individualidades con intereses comunes que a la vez sean intereses diversos a otro conjunto de individuos. La condición que permite hacer pensable dicha diferenciación es la mantención de la idea de sujeto particular como individualidad. En ese sentido, la multiculturalidad en democracia pierde sustantividad, toda vez que presume una hegemonía que lo constituy a como diferente reconocido. O sea, no estamos más que ante colecciones de individuos, así como se pueden dividir canicas en diferentes saquitos, o como se puede separar a los alumnos de un colegio para la realización de una actividad conjunta. Lo que esconde la multiculturalidad democrática, terriblemente, es su negación, pero no sólo ontológica constitutiva, en términos hegelianos, sino aún peor; de manera burda, aún en términos modernos, afirmar la multiculturalidad actual no es sino negar su radicalidad constituyente, y en el fondo, aquello que tiene de multi tiene que ser necesariamente culturalidad occidental para ser posible. De esa manera, la multiculturalidad se transforma en uno de los triunfos de la democracia y de las relaciones de producción actual. En palabras de Žižek: esta interesante diversificación, sólo es pensable y posible en el marco de la globalización capitalista y es precisamente así como la globalización capitalista incide sobre nuestro sentimiento de pertenencia étnica o comunitaria: el único vínculo que une a todos esos grupos es el vínculo del capital, siempre dispuesto a satisfacer las demandas específicas de cada grupo o subgrupo (turismo gay, música hispana…) (Žižek, 2008: 48)

En estos momentos básicamente lo que ocurre es que aquello que se presenta como triunfo político democratizante no es más que la despolitización misma de la vida y de conflictos que tenían pretensión universal. La universalidad de la política, a través de la individualización conflictiva, ha encontrado la despolitización necesaria para sostener la dinamización misma del capitalismo; en el fondo, se ha desuniversalizado la consistencia de lo político para repartirlo en un conjunto distinguible de peticiones aisladas. El mundo contemporáneo real se ha vuelto el único mundo posible, y ahí, no queda más que alegar eufóricamente desde cada rincón las peticiones particulares de las cuales puede hacerse cargo la democracia actual. Para estos fines el reverso de la discriminación positiva (otorgando becas indígenas, mejora en los sue ldos a las mujeres, etc) se convierte en una herramienta idónea de su hegemonización. En un sentido radical, tal como señala Žižek, la multiculturalidad no sólo es una mentira porque oculte una falsedad hegemónica eurocentrista detrás de sí, sino más aún, porque a sí

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misma se presenta como negación de la negación de la realidad misma que es. No sólo resulta que supone que lo diverso se acople a lo universal como parte posible de él, sino que el sujeto mismo que hace eventualmente posible esa lucha y triunfo se encuentra ya desenraízado; ya es parte del todo. Incluso la realidad de las luchas más emblemáticas 2 contemporáneas, no es sino ser la forma de su contrario representado en su límite adverso. En Žižek: “el multiculturalismo no es sino la demostración de la homogeneización sin precedentes del mundo actual” (2008: 59). Desde otro punto de vista, se puede afirmar que la realidad de la democracia actual es que no puede haber efectivamente discusión sobre lo político una vez que asumimos sus fundamentos como límites lógicos. O dicho de otra manera, es que solamente puede haber discusión sobre las maneras de ser actual de la misma democracia y del capitalismo, sin que exista cabida a la discusión sobre la universalidad posible. A lo sumo, podemos moderar lo que nos parecen excesos neoliberales (desde la misma lógica democrática liberal), más la discusión sobre “el asunto mismo” queda sistemáticamente postergada, o incluso desechada, por idealista o utópica. Debido a lo anterior, la gran broma de la democracia y del capitalismo contemporáneo 71

consiste en su cínico rechazo hacia los fundamentalismos. Esa es su realidad efectiva. Se nos presenta a sí misma como la única posibilidad de la diferencia, desfundamentalizada y abierta. Sin embargo, es suficiente, como mínimo, pararse frente a ella como un sujeto autónomo, para desde sí misma encontrar la imposibilidad conciliatoria. En última instancia, dicha tolerancia

democrática deriva en soledad. En soledad e

instrumentalización utilitaria. En el abandono hacia lo que está siendo el mundo, una renuncia enajenante y frustrante, sin posibilidad de retorno, desde sus propios fundamentos. El humano queda abandonado a la desesperanza y la contingencia de vivir lo que desafortunadamente le tocó vivir, pero no hay ni puede haber nada mejor. O caemos en un desorden total o asumimos que tenemos que entender la diferencia del otro como ajena e indiferente, transcurriendo en el ser sólo como un apetito insaciable de lo que a sí mismo se ha puesto como posible en ésta particular manifestación de la humanidad misma. De lo que he expuesto hasta ahora puede inferirse fácilmente lo siguiente: la lucha actual por la tolerancia en democracia, no es una lucha realmente política, sino más bien una

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Piénsese contemporáneamente en el EZLN por ejemplo.


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expresión extrema del pensamiento en la realidad democrática contemporánea; su límite soportable y pensable. Pero hay un aspecto más relevante en la discusión, y que probablemente ha pasado desapercibido. El sujeto contemporáneo es esa democracia actual. El trabajo y, en consecuencia, la convivencia cotidiana son manifestación de aquella tolerancia represiva. Los trabajos en escritorios aislados; la incomunicación entre pares en las reuniones de trabajo; la indiferencia radical al otro en la calle, en la casa, en la escuela, son manifestaciones de aquella indiferencia democrática. Pero también los paseos de fin de año, los tratamientos psiquiátricos, la medicalización, el stress, el excesivo consumo de sustancias que alteren el sistema nervi oso, la frustración amorosa, son expresión de lo que vengo señalando. En el fondo, no es más que la manera de ser la humanidad representándose a sí misma en una época bastante desdeñable. Ahora, de acuerdo a lo que hemos señalado, y particularmente en torno a las formas jurídicas en que se institucionaliza la multiculturalidad, o en que la democracia pretende hacer suya la diferencia, cabe hacer una pregunta del todo pertinente; ¿cuál es el rol de los derechos humanos, o de los derechos fundamentales, en toda ésta compleja configuración social? V. Los derechos fundamentales y la democracia totalitaria. La consagración de los derechos humanos es la representación de un momento de globalización capitalista sin precedente alguno. A través de este instrumento el capitalismo y la democracia hacen suya la diferencia, institucionalizándola y escondiendo tras éste gran afán histórico al Estado de Derecho y las relaciones de producción a la que es servil. Son la representación jurídica de la tolerancia represiva. El Estado mismo hace suya las diferencias para poder administrar a su antagonista constituyente: el individuo. Se suele hablar de diversas generaciones de derechos fundamentales, que van desde la defensa del individuo hasta la defensa de derechos colectivos, como el derecho a vivir en un medio ambiente limpio y sano, o los derechos indígenas. En el fondo, creo que dicha supuesta progresión no es más que expresión del avance en las formas de cooptación de la voluntad individual y colectiva, para la realización y reproducción de un capitalismo y democracia de nuevo tipo. La virtud técnica de los derechos humanos es que pueden individualizar y aislar jurídicamente los problemas que en principio son netamente políticos, y de esa manera no solo

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descentralizar y diluir el conflicto trascendental que pueda generarse, sino también aislar la subjetividad problematizada para hacerla a ella sujeto de la conflictividad trascendente, haciendo de ese sujeto un legitimado activo para imponer su interés, particular, ante el requerido, idealmente también individualizado. Si bien en un principio los derechos fundamentales fueron pensados y reclamados desde los particulares con ideología liberal en contra del Estado, en una visión tradicional, actualmente su eficacia jurídica ha expandido su alcance hacia la horizontalidad; esto es; es posible ya no sólo reclamar la vulneración de los derechos fundamentales frente al Estado sino que inclusive… ¡ante los propios particulares!, ¡ante sus pares! Si bien la posibilidad histórica y jurídica de la eficacia horizontal de los derechos fundamentales es puesta en discusión desde el propio constitucionalismo liberal, las supuestas corrientes progresistas avanzan cada vez más en esa dirección, y he ahí lo preocupante. El discurso de los derechos humanos, en el análisis que hemos seguido, no es más que la actualización de los presupuestos liberales y la proyección de un deseo incumplido. Ahora, ¿cuál es su realidad?. Efectivamente la judicialización de los derechos fundamentales tiene dos caras. Por un lado a todos nos parece como mínimo loable que se respeten aquellos derechos 73

inherentes al hombre, y que efectivamente se resguarden las libertades más fundamentales. Pero al ser mínimamente crítico aparece como autoevidente su ideal homogeneiza dor. Los cascos azules de la ONU que invaden en nombre de la democracia ya nos parecen un tanto paradójicos, y aún tras de esto, la misión de integrar a través de la imposición aparece un tanto sospechosa. La realidad de los derechos fundamentales no es sino su ímpetu homogeneizador. Hasta ahí, incluso puede señalarse que no hay ningún problema. Pero si leemos bien, ¿no es que la democracia es la apuesta por la tolerancia?, ¿por la diversidad? Es un argumento un tanto burdo el que se extrae desde aquí, pero creo que es el acercamiento básico al análisis de la realidad efectiva de los derechos fundamentales. Puede creerse que hay ciertas peticiones “mínimas” a realizar en cualquier tipo de sociedad, y que la representación de dichas condiciones mínimas de existencia común son necesarias sin importar la cultura en que se viva. Pero al decir aquello, ¿no presuponemos ya las condiciones de lo pensable y posible?. Lo que sostengo es que aquello que permite hacer posible y pensable la realidad de los derechos fundamentales es la democracia contemporánea como forma de vida. En ese sentido, desde la propia lógica moderna es absurdo pensar que todos tendrían cabida en este mundo de los


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derechos humanos. Existe un espíritu homogeneizador que se hace real y constituye a los sujetos que pueden pensar lo posible, y si existen algunos que no pretenden integrarse a ese mundo, terminarán siendo marginados absolutos. El problema central es que esa indiferencia aparentemente absoluta, no es sino indiferencia relativa impuesta desde los mismos fundamentos de la democracia y las formas de producción actual. Es errónea e imposible (bajo su propio criterio) la amplitud innecesaria que se ha autoimpuesto. El discurso de la diferencia no se transforma más que en el discurso de la imposición. Por otra parte, incluso si fuera deseable que los derechos fundamentales sean la meta humana a construir como proyección de libertad, la sujeción al poder estatal, o a organizaciones vinculantes de alcance global, y la enajenación de lo jurídico no harían más que irrealizable dicho deseo. La autoridad estatal, representada en el poder judicial, sería en último término lo que terminaría decidiendo cuál es el contenido y la realidad efectiva de los derechos fundamentales, y con aquello, no es sino el juez, quien determina la libertad concreta de cada uno de los particulares. Al judicializar los conflictos que son aparentemente políticos (o sea, aquellos que se esconden efectivamente tras los derechos fundamentales), entregamos el gobierno mismo a los jueces. Los derechos fundamentales no pasarían de ser una atribución abierta a las potestades judiciales que se reconocen como ajenas, y en último término, aquello de “derecho” y de “humano” que se atribuye a los derechos humanos queda sujeto a los límites argumentativos de la autoridad derivativa autoimpuesta por la democracia, obviamente, a través de un acto eleccionario enajenado. En este sentido, un mínimo paso crítico previo pasa por criticar las facultades jurisdiccionales en relación a los derechos fundamentales, y en criticar obviamente cuál es el alcance político real de los derechos fundamentales. Desde la ambigüedad misma de su consagración normativa hasta las posibilidades coactivas del poder judicial sobre los particulares. Pero desde ahí se hace evidente otra paradoja. Resulta que en último término la judicialización de los conflictos iusfundamentales, por pretensiones democratizantes pluralistas, termina por realizarse en su versión invertida. Lo único que termina alcanzándose siguiendo este camino es la pérdida total de la democracia, y la renuncia absoluta del poder político por parte de los particulares, en favor del poder judicial. Los jueces altamente empoderados serán quienes ejerzan efectivamente el nuevo gobierno global. Los derechos fundamentales, supuestamente cimientos sólidos de la convivencia en democracia, se abren a la determinación judicial particular, con lo que terminamos decididamente transformando a los jueces en el

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último y más grande bastión político de la democracia totalitaria. Del gobierno del pueblo, pasamos al gobierno de unos pocos, que ni siquiera tienen legitimidad democrática eleccionaria. La afirmación de los derechos fundamentales es una expresión sublime de la despolitización de la economía, y de la vida misma. Si bien los alcances de los derechos fundamentales en principio son individuales, la realización actual de su realidad supo amoldarse a las nuevas peticiones sectoriales, y tiene un horizonte integrativo comunitario (Convenio 169 OIT, por ejemplo) superándose a sí mismo en las nuevas formas de administración de la diferencia global. En ese sentido, la multiculturalidad ha encontrado un espacio de realización inclusiva, que le ha quitado la sustantividad que le es propia, y la politicidad misma de la diferencia que los constituye. VI. ¿Pero y en Chile, qué? Quiero en este apartado hacerme cargo básicamente de dos manifestaciones ejemplares de lo que es la nueva “Constitucionalización del Derecho”, y el fenómeno judicializante de problemas que realmente tienen un alcance político. En primer lugar de la recientemente 75

dictada “Ley Zamudio” (Ley 20.609 publicada el 24 de Julio de 2012), y luego de la reforma realizada al proceso laboral, con la inclusión del procedimiento de tutela laboral. Tal cómo señalé previamente una de las manifestaciones paradigmáticas de la nueva democracia represiva es la consagración e institucionalización de los derechos fundamentales. En ese sentido, la denominada ley zamudio ha venido a significar la representación ejemplar de lo que puede ser la tolerancia represiva a nivel horizontal. Mediante esta ley se consagra una acción judicial para la petición concreta del restablecimiento del derecho en casos de discriminación arbitraria. Más allá de los problemas jurídicos internos que presenta la ley en cuestión (indeterminación, inconsticiocionalidad, etc) la ley no viene más que a despolitizar reivindicaciones existenciales colectivas. La supuesta inclusión mediante ley que realiza dicho cuerpo normativo no es sino su anverso individualizador de las conflictualidades comunes. Aquello que puede ser un problema social se individualiza para poder realizar su solución aislada. No sólo eso, sino que, por otro lado, en el propio liberalismo se impone desde el Estado la obligación particular de aceptación e inclusión de lo otro, sin siquiera cuestionar cuales son los fundamentos que hacen posible, o pensable, la realidad de la otredad como un ajeno. Básicamente se coopta, por una parte, la posibilidad de reivindicar sustancialmente la


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diferencia real, y por otra, se obliga a que la subjetividad enajenada acepte a otro construido como externo a su entorno. Es una solución equívoca no sólo por la forma de afrontar lo diferente, sino también por la forma irrisoria en que hace que la tolerancia sea una imposición hegemónica. Por otro lado, el actual procedimiento de tutela laboral que consagra la eficacia de determinados derechos fundamentales en la relación laboral entre empleador y trabajador no hace más que reproducir lo ya explicitado, pero ahora de manera grosera. La eficacia horizontal de derechos fundamentales no sólo obvia la realidad objetiva entre trabajador y empleador, sino que a la vez lo coopta para traducir sus problemas subjetivos al lenguaje de los derechos fundamentales horizontales. Como si sus problemas como trabajador fueran, en primer lugar, sólo sus problemas, y luego además, sólo solucionables particularmente. Obviamente dicha consagración normativa se encuentra atravesada por todo el proceso de individualización del conflicto social y humano, y de esa manera el problema del trabajador se transforma en un problema de honra, de intimidad, de asociatividad u otro similar, sólo habría que encontrar la subsunción correcta e idónea al caso concreto, pero no un problema de clase. El mayor beneficio/perjuicio del lenguaje utilizado en la retórica de los derechos fundamentales es el recurso a innumerables conceptos indeterminados, y con alto contenido moralizante, que no son más que la autoatribución de facultades del Estado desde sí y para sí en su faz jurisdiccional. No sólo eso, sino que a través de dicha técnica es posible abarcar absolutamente cualquier problema cotidiano, logrando individualizar y aislar los problemas que en realidad son efectivamente estructurales y constituyentes, tanto del sujeto que acciona, como quien es legitimado pasivo, e incluso el intermediario tercero en representación del Estado de Derecho (el juez). VII. Las posibilidades de la democracia Es cierto que he sido excesivamente pesimista hasta este punto, pero la posibilidad real de la política actual implica hacerse cargo de ese pesimismo y transformarlo en la lectura de una voluntad revolucionaria hacia el horizonte de izquierda. En ese sentido, tal como señala Carlos Pérez, hay que asumir la posibilidad y realidad de una izquierda amplia, que trascienda las proyecciones anarquistas y la muchas veces mal vista practicidad y disciplina marxista (Pérez, 2011: 7-24). Es necesario aceptar que ni los anarquistas ni los marxistas son los más

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revolucionarios políticamente, y que inclusive estratégicamente las pretensiones liberales en el mundo actual son plausibles en un horizonte comunista libertario. En ese sentido me parece que la lectura crítica de la realidad que puede realizar el marxismo hegeliano actualmente es una de las posibilidades teóricas más radicales frente a la explotación capitalista y burocrática (Pérez, 2008). Obviamente no es la única, de hecho creo que es posible pensar un nuevo anarquismo desde Guérin o Castoriadis, pero en tal caso la radicalidad de los argumentos teóricos tienen que asumir su posición de lucha, ya no sólo desde el descontructivismo postmoderno, sino como posibilidad de certeza y realidad política. Asumir la voluntad política de izquierda en serio; hoy cuando se ha vuelto una necesidad vital. Por otro lado, el comunismo tiene que impregnarse del espíritu revolucionario anarquista, de la posibilidad de la diferencia real. Dejar los antiguos paradigmas y héroes de lado para hacerse cargo de la realidad contemporánea, ya no sólo teóricamente, sino que políticamente; de la vida misma. La inmaculada jerarquía debe ser violada para que el comunismo se haga a sí mismo real y posible hoy en día. Obviamente no es tarea del adorable partido comunista, sino más bien de los comunistas mismos. Ya en los últimos años las marchas estudiantiles mostraron la posibilidad de la diferencia en 77

la voluntad. Cabe rescatar particularmente el rol del anarquismo en dichos movimientos, como fuente retórica de su realidad. Es algo que hace mucho tiempo le faltaba al comunismo y el anarquismo, como expresiones de la voluntad de izquierda; como voluntad política diferenciada. VIII. A manera de conclusión Lo que he tratado de plantear en estas líneas son básicamente críticas a la democracia representativa contemporánea. Obviamente las posibilidades de lo real y las luchas de izquierda no deben obviar éstas vías (no hay que dejar de demandar la indemnización por años de servicio, o la vulneración de derechos fundamentales sólo por lo que he menciona do). Intento simplemente hacer una crítica radical, en diversas dimensiones, de lo que efectivamente es la democracia en la actualidad. Afortunadamente siempre es un juicio inconcluso, y lo que señalo no es más que una de las posibilidades de destrucción de lo que actualmente el mundo es para sí. En ese sentido las posibilidades de la democracia no son más que las que instrumentalmente la izquierda misma puede darse para sí como parte de una lucha con horizonte comunista


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libertario. Por lo mismo, es deseable que muchas de las garantías iusfundamentales consagradas por el propio horizonte liberal capitalista sean defendidas y afianzadas como un paso mínimo hacia la liberación del hombre; la necesaria derogación de la ley antiterrorista, una necesaria reforma constitucional que devuelva los derechos políticos a quienes han sido condenados con pena aflictiva, la radicalización en la lectura sobre los bienes de propiedad del Estado, entre otras demandas, son algunas de las más urgentes. En última instancia, lo que anhelamos como horizonte político no es un derecho a la igualdad consagrado desde el Estado de Derecho, no es un derecho a la diferencia solitaria, ni un derecho al aislamiento, sino más bien, la posibilidad total y radical de la diferencia libre; lo que queremos es tener la posibilidad real de ser libres para ser realmente felices, o tristes; la posibilidad del sufrimiento real, ya no enajenado.

BIBLIOGRAFÍA. Arendt, Hannah. (2007) La condición humana. Buenos Aires: Editorial Paidos Bobbio, Norberto. (1996) Razones y significados de una distinción política. Madrid: Santillana S.A., Taurus. Cappelletti, Ángel. (2004). La ideología anarquista. Santiago de Chile: Ediciones Espíritu Libertario. Guerín, Daniel. (2004) El anarquismo. Avellaneda: editorial Utopía Libertaria. Pérez Soto, Carlos. (2008) Para una crítica del poder burocrático. Marxistas otra vez. Santiago de Chile: Editorial Lom ______________. (2011). “Actualidad del marxismo, 2011”, en revista del Grupo de Estudios Marxistas (GEM) Materialismo histórico. Santiago de Chile: editorial Quimantú, 7-24 Rousseau, Jean-Jaques. (2005). El contrato social. Santiago: Centro Gráfico Žižek, Slavoj. (2008) En defensa de la intolerancia. Madrid: Ediciones Sequitur

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