Escrituras Aneconómicas. Revista de Pensamiento Contemporáneo Año II, N° 3, Santiago, 2013. Democracia: aneconomía, partición y acto político ISSN: 0719-2487 http://escriturasaneconomicas.cl/
HACIA LOS 40 AÑOS DEL GOLPE DATAS SOBRE EL ENSAMBLE ENTRE SOBERANÍA Y GESTIÓN NEOLIBERAL FELIPE LARREA larrea.felipe@gmail.com
Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación
Resumen: Patricio Marchant patentó un epígrafe, que durante los años de la llamada postdictadura, nos remitía al espesor mismo del acontecimiento del golpe: “un día de golpe, tantos de nosotros perdimos la palabra, perdimos totalmente la palabra”. Marchant no explicitó a qué día se refería, sin embargo, todos nosotros, tantos de nosotros leímos en esa frase una relación entre ese poema y la destinación de un pueblo: un epígrafe para hablar del acontecimiento que nos constituye. Los siguientes fragmentos son datas que remiten diferencialmente a esa cifra marchantiana, en un caso y otro, son hechuras que no podrían ser leídas sino es desde el acontecimiento mismo del golpe de estado. 1 Palabras clave: Marchant – golpe – poema – pueblo - data
1 12.3.1983 Existe una tesis dominante en la tradición de las ciencias sociales en Chile: la continuidad homogénea del Estado Chileno. Continuidad republicana e histórica, que según esta tesis se prolongaría desde el siglo XIX al XX, sin ningún tipo de sobresalto ni excepción, y que sólo se vería amenazada con lo que Mario Góngora llamó, la época de las “grandes planificaciones Este texto es una versión editada a partir de la segunda parte de mi tesis de grado, t itulada “Insistencias: la pérdida. Golpe a la lengua y comentario de la catástrofe desde P.M”. 1
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Felipe LARREA globales” (1981: 26) que comienzan en los años 60, y que sufren su consumación con el golpe de Estado del 73. Esta es la base para señalar que lo ocurrido durante esos años del siglo XX interrumpe un proceso relativamente homogéneo, caracterizado por la continuidad democrática y republicana del Estado chileno. Esta hipótesis es la mirada oficial y escolar que se ha esgrimido en torno a la historia de Chile o más bien su mito: la de un país estable en comparación con “el resto” de Latinoamérica, y en donde ha primado el orden armónico de las instituciones republicanas. A partir de esta visión dominante, el golpe de Estado fue justificado a causa del colapso de un modelo estatal y jurídico particular, debido a la unión fat al entre Estado y Sociedad que se consumó con el gobierno popular de Allende. El golpe de esta manera es un “pronunciamiento” ante el desborde de las “grandes planificaciones globales” 2 que producen un quiebre en un continuum de conformación soberano-estatal. Esta excepcionalidad del golpe, fue compartida en su conjunto por el trabajo de las ciencias sociales3. El fundamento de esta visión sería la de un quiebre del sustento mismo de una sociedad moderna, es decir, la relación entre sociedad civil, representación política y Estado, donde “la dictadura resulta ser claramente el punto de excepcionalidad en esos sistemas de 103
representación” (Villalobos-Ruminott & Urrutia, 2009: 8). Desde este diagnóstico, de la medición de este fracaso, los cientistas sociales serán los encargados de entregar una salida para una “transición a la democracia”, donde se pueda volver a reconfigurar la matriz representacional, entre política y sociedad civil. Todo este proceso será parte de la
Las “planificaciones globales” son un espíritu en particular, que pretende escindir la historia, acabar con un pasado para fundar otra nueva tradición. Es para Góngora “el espíritu del tiempo” que tiende “a proponer utopías (o sea, grandes planificaciones) y a modelar conforme a ellas el futuro. Se quiere partir de cero, sin hacerse cargo ni de la idiosincrasia de los pueblos ni de sus tradiciones nacionales o universales; la noción misma de tradición parece abolida por la utopia. En Chile la empresa parece tanto más fácil cuanto más frágil es la tradición. Se va produciendo una planetarialización o mundialización, cuyo resorte último es técnico-económico-masivo, no un alma. Suceden en Chile, durante este periodo “acontecimientos” que el sentimiento histórico vivió como decisivos: así lo fue el 11 de Septiembre de 1973, en que el país salió libre de la órbita de dominaci6n soviética. Pero la civilización mundial de masas marcó muy pronto su sello.” (1981: 138) 3 Cuando señalamos “ciencias sociales”, pensamos en la sociología o más bien en cierto grupo de sociólogos que emergió en el descapado de principios de los años 80. La sociología tomó un cariz negativo en los años de la dictadura, pues había sido una “disciplina ligada a una visión crítica y transformadora de la sociedad, de ahí que para el nuevo régimen la sociología y los sociólogos quedaron marcados como elementos peligrosos de “subversión”, “extremismo” o “infiltración ideológica marxista””(Garretón, 2005). Durante la dictadura la sociología se renueva, por sobre por a emergencia de entidades como la FLACSO, CLASCO u otras, que por perviven por financiamiento internacional, esto permite a ciertos investigadores fuera del espacio académicouniversitario reconfigurarse y con ello, “contribuir” a la vuelta a la democracia. 2
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modernización, no sólo de las ciencias sociales, sino que de un proceso que el país entero debe sufrir, modernización política en aras de una democratización pérdida 4. José Joaquín Brunner fue el que encarnó un sustento teórico mucho más sólido a esta tesis, ya que desplegó una teoría acerca del autoritarismo en oposición a un proceso vivo (años 80) de democratización (1981). Leyó el golpe como excepción e interrupción, pero a causa de un agotamiento del sistema político, que se ejemplifica en el exceso ideológico y partidista de la sociedad en su conjunto. De esta manera, Brunner observó que en primer lugar el golpe militar habría sido una contra-revolución, “una defensa” o “una reacción”, dentro de un campo de lucha en torno a distintas visiones de hegemonías culturales (1988: 83). El golpe, para el sociólogo, es la emergencia de un modelo e idea de cultura (post)nacional que chocaba con una tradición chilena de cultura democrática que llegó a una consumación con la Unidad Popular. En Dictadura se erigiría también una idea hegemónica de cultura , esto querría decir que la tortura, la represión, la censura, no serían sus antónimos, como vulgarmente parece, ya que se trataría de una cultura del orden, de la reificación, de la “disciplina”, pues el golpe habría sido restaurador cultural de un cierto orden hegemónico. La dictadura militar, en su primera etapa, se piensa como “remoción del mal; extirpación del cáncer que corroía al cuerpo social; castigo del pecado peor, el del desborde; regreso del padre, la ley y el superego; recuperación del alma nacional, de la identidad de la patria” (1988:90). Este corte, para Brunner, trae consigo una posterior refundación, lo que se ha llamado el proceso de modernización y que deviene – en términos del sociólogo – en ‘cultura autoritaria’. Ya en tiempos de postdictadura, Idelber Avelar en un apartado de su libro Alegorías de la derrota (2000) observa que la teoría del autoritarismo estuvo presente no sólo en Chile, sino que como teoría dominante en las dictaduras conosureñas, principalmente por Fernando Henrique Cardozo en Brasil, ya que en Argentina el proceso dictatorial guarda algunas diferencias Para José Joaquín Brunner, Chile necesita de una profunda modernización, a nivel social y cultural, en tanto ha vivido en los últimos veinte años (lo dice en los años 80), por lo menos, tres proyectos políticos distintos (“1964: la revolución en libertad”, del gobierno demócrata cristiano de Frei Montalva; “1970: la revolución socialista”, el gobierno de la UP, y finalmente, “1973: la revolución militar”). Brunner homologa al acontecimiento del golpe con otros “proyectos” políticos, estando muy en sintonía con la visión de Góngora de las “planificaciones globales”: “Este proceso político rupturista, contradictorio y de ensayos revolucionarios a escala de la sociedad ha marcado profundamente la evolución de nuestra cultura durantes estos veinte años…” Dentro de esta mirada habría, en el golpe, o por lo menos en los años previos a éste, un excepcionalismo de cierta tradición, que es menester restaurar. (1988: 48-50) 4
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Felipe LARREA históricas y políticas 5 que no podrían simplemente subsumirse al paradigma de una “cultura autoritaria”. La importancia de estas teorías, según Avelar, radica en que funcionaron como sustento de “los procesos de transición conservadora que le siguieron” (2000: 78). Por su parte para
Brunner,
pasó
por
señalar
una
imbricación
entre
la
nueva
gestión
especulativa/trasnacional de la burguesía chilena con la represión organizada bajo las fuerzas armadas, esto conformaría lo que llamó el autoritarismo chileno. Aunque la salvedad o el agregado que imprime el sociólogo, pasaría porque “la organización autoritaria” tendría como eje central, “la experiencia disciplinaria” (1981: 30)6. El autoritarismo, entonces, es “un elemento esencial del nuevo modelo, destinado a hacer posible una reorganización de la sociedad sobre la base de su disciplinamiento” (1981: 29). Aunque hay que precisar – y retomaremos más adelante esta hipótesis - que asistimos con esta configuración política no sólo a un disciplinamiento, sino que más bien a su exacerbación y limite, en tanto lo que está emergiendo en el Chile de esos años, es la proliferación de nuevas técnicas de poder, que permean el cuerpo social más bajo la seña del control que del disciplinamiento. Ahora bien, esta mirada lleva a Brunner a pensar el “autoritarismo” bajo una totalidad significante (encarnada en lo que llamó “cultura disciplinaria”), lo que para Idelber Avelar sería pensar una 105
organicidad de la dictadura, ordenado bajo tres compuestos indispensables: “la ideología de mercado, la doctrina militar y el tradicionalismo religioso”, que imponen un “nuevo universo cultural e ideológico” (2000: 79). Es en este sentido, que la teoría del autoritarismo tiene su fundamentación más importante – y donde se hace evidente el sustento que propiciaron para la futura transitología – en “la naturalización” de lo “democrático-liberal” como resistencia a lo “autoritario”. Ambos como procesos políticos e históricos homogéneos, no contaminados y que estarían en pugna, sirviendo de matriz del análisis socio-político de los años 80.
Un estudio sobre las distancias y cercanías, de las dictaduras argentina y chilena, y por sobre todo en el ejercicio crítico de post-dictadura en ambos países, remito a la tesis de Andrés Maximiliano Tello: Las afecciones del trabajo intelectual en postdictadura (2009) 6 Es manifiesto que la lectura de Foucault –como teórico y cartógrafo de la disciplina– por los años 80 en Chile es pobre y la deconstrucción de la concepción clásica del poder que realiza es poco visible, en momento s en los cuales el poder pareciera encarnarse en puras representaciones. De esto peca la concepción del “autoritarismo” de Brunner, aunque pareciera que acierta, en cierto sentido, con el acople que tendía el poder más visible, con uno más “invisible”, que sería el del ingreso del mercado, como no sólo (des)regulador económico en desmedro del Estado, sino que como mecanismo que coordina discursos, pactos, consensos y acuerdos, y que vendría definitivamente a desplazar a la política. Muy cercano –evidentemente con marcadas e importantes diferencias - a lo que el Foucault póstumo llamará “gestión gubernamental”, volveremos sobre esto al final. 5
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… puede sostenerse que la ideología del mercado, como parte medular de la concepción autoritaria del mundo emergente, constituye una crítica a la democracia en cuanto ésta impide la plena expresión estatal de una sola clase, la dominante. Y esto es, precisamente, lo que ocurría en Chile. De allí que la crítica se oriente, básicamente, hacia los mecanismos que hacían posible la negociación estatal: los partidos políticos, el parlamento, las organizaciones sindicales, el sistema electoral, etc.; y hacia el rol desempeñado, en la organización de la cultura, por las instituciones que permitían la expresión, por desigual que ella fuese, de las diversas fuerzas sociales: medios de comunicación, sistema de enseñanza, universidades, etc. (Brunner, 1981: 60-61) Se da por sentada la evidencia de la oposición que fundamentaría el futuro menú de dos ítems de la transición conservadora. Si los mentados regímenes son autoritarios, los que se oponen a ellos lo hacen en nombre de la democracia, ¿no? (Avelar, 2000: 80)
La tesis más fuerte de los textos de Brunner, y que hemos estado anunciando, señala que la fundación ‘gestional’ y neoliberal en Chile, no podía ocurrir dentro de un sistema democrático. El neoliberalismo como tecnología de lo ilimitado, necesitó de un anclaje soberano para irrumpir. El problema que nosotros rastreamos en el texto del sociólogo, guarda relación con sostener que la “cultura democrática” es una resistencia a priori ante el despliegue devenido regla del capitalismo transnacional. A su vez también, el postulado de que existe una “cultura democrática”, propiamente chilena, continua y homogénea, y que (re)apareció a tra vés de una particular memoria en los años 80, desafiando “al orden autoritario en su incapacidad de proveer sentidos suficientes para la construcción de mundos-de-vida aceptados como satisfactorios por la tradición cultural de la propia sociedad” (Brunner, 1988: 98). La dictadura estaría desprovista de legitimidad, ésta sólo la provee un anclaje estrictamente democrático que emerge como “experiencia simbólica” y que deviene “eje central de una memoria colectiva que se resiste a desaparecer y desde la cual se enfrenta al orden autoritario” (Brunner, 1988: 98). Esto último nos remite a una cuestión ética que vive la izquierda representada en los cientistas sociales de los años 80, pues existe una consumación del duelo, un trabajo con la pérdida, con la derrota y con la desaparición: luego del golpe, del golpe como acontecimiento, cierta izquierda puede enarbolar una “tradición”, una “memoria” y una “historia”. Se dice del trabajo de duelo consumado, como se dice de una renovación. De este modo las manifestaciones de los años 80, más cercanas a figuras como la “huelga general revolucionaria”, totalmente fuera
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Felipe LARREA de un aparato jurídico-legal, extremando e interrogando las formas y fuerzas representativas de todo tipo, comparecerían desde el prisma cientista social encarnado por Brunner como reducibles y apropiadas bajo la mera designación de una “rearticulación política” (1988: 99). Pasamos revista a un pasaje del texto que seguimos, en donde se testifica y se sella, la impronta que debería tener el fin de la dictadura y el comienzo de la “redemocratización” del país, a nuestro parecer, el texto es clave por su testificación histórica. Hoy día, a lo largo y ancho de la sociedad chilena, se observa el desarrollo de esas tendencias y movimientos que cuestionan el orden autoritario, impiden su configuración como cotidianidad social y dibujan en el horizonte una constelación de posibilidades que pueden ser convertidas en oportunidades de acción contrarias al régimen. Incluso, podría pensarse que en la sociedad han llegado a desarrollarse dos regímenes comunicativos organizados diversamente, cada uno con sus propios dispositivos hegemónicos que ahora se encuentran en decisiva pugna. Si el orden autoritario no puede lograr en estas condiciones organizarse a sí mismo bajo la forma de una cultura completa, orientando a la sociedad en sus interacciones cotidianas y permitiendo una redefinición de mundos-devida conforme a las exigencias de ese orden, tampoco el orden democrático puede
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emerger como cultura mientras no existan las condiciones que aseguren una transición hacia la democracia como régimen político. (Brunner, 1988: 100)7
En lo que no objetaba Brunner, y en general, la sociología local, pasaba por el despliegue del neoliberalismo devenido regla: “con el golpe, Chile entró en el camino hacia la barbarie de la tecnocracia liberal” (Marchant, 2000: 223) es decir, el ingreso de Chile en una configuración del capital en estado global, en lo que Felix Guattari llamó alguna vez el capitalismo mundial integrado. En este sentido, se puede leer el epíteto de “travestismo” que gozaría el capitalismo contemporáneo, el de adaptarse a dictaduras, democracias, tiranías varias, regimenes Hay que reparar en el hobbessianismo implícito de esta concepción de lo político, Avelar lo señala bajo esta secuencia: “resistencia popular – ethos democrático – democracia parlamentaria” (2000: 81); que también podría formularse bajo esta otra tríada: “estado de guerra – pacto/contrato social – democracia representativa”. Bajo una sospecha similar, en su reciente libro, Jon Beasley-Murray señala que la teoría de la sociedad civil o esta nueva versión, fue dominante en los discursos opositores a las dictaduras conosureñas, y que sirvieron de sustento para las transiciones ‘democráticas’ y “produjo un creciente interés por el concepto, en tanto que la sociedad civil fue considerada como algo crucial para la consolidación o la profundización de la democracia obtenida formalmente en las urnas”, pero que sin embargo, “al mismo tiempo que el final de la represión abrió un esp acio para la sociedad civil, la participación dentro de sus principales organizaciones disminuyó” (Beasley-Murray, 2010: 83.) Al parecer es inevitable la vuelta a la democracia liberal, desde este nuevo contractualismo, del cual muchos cientistas sociales padecieron, sobre todo aquellos de los llamados “renovados del socialismo” (Valderrama, 2001). 7
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centralizados, etc. Desde acá entendemos que la transición a lo “democrático liberal”, propugnado por los cientistas sociales, no sea sino un travestismo más del capitalismo transnacional que es intervenido de facto, en el descampado de los seis años de golpe tras golpe. Los procesos de ‘redemocratización’, desde este ángulo, habrían tenido siempre un estado de guerra que los precede, un estado en donde la ley pactada está ausente, donde no existe contrato social. Lo democrático, “su suelo originario lo conforman guerras, guerras perdidas, golpes militares, desastres económicos, y calamidades varias” (Thay er, 1996: 175). Adscribimos, entonces, a la tesis de Willy Thayer, al señalar que la transición pactada al parecer no transitó a ningún lugar, sino que ocurriría un efecto inverso. La dictadura habría operado el traslado, el corte fundacional del golpe fue la operación que hizo transitar el “Estado moderno al mercado post-estatal” (1996: 175), la plaza pública a los lobby privados, del pueblo a la población, de lo político a la gestión gubernamental, etc. Lo que para Brunner era simplemente el cambio de una cultura a otra, de un paréntesis autoritario para restablecer un continuum democrático, ese restablecimiento o reconfiguración no fue sino quedar-nos, no transitar, en la regla que el golpe había actualizado. La transición entonces no remite a “la transferencia de la administración gubernamental de la dictadura a la democracia, sino la transformación de la economía y la política que la dictadura operó: el desplazamiento del Estado como centro-sujeto de la historia nacional, al mercado excéntrico post-estatal y post-nacional” (Thayer, 1996: 176). Sentencia que se puede comprender desde otra arista, arista que tiene relación con una lectura del golpe como irrupción del estado de excepción (como golpe soberano), pero a la vez, como develamiento de que ese estado, el de excepción, el de la catástrofe, no sólo vino para quedarse, sino que era la regla, el suelo donde siempre habitamos, lo que en términos benjaminianos es la catástrofe como norma histórica.
2 27-9-1940 La confianza de las ciencias sociales - graficado en la visión de José Joaquín Brunner - en una tradición democrática en “la historia de Chile” y que entró en pugna con la ‘cultura autoritaria’ de la dictadura, se puede leer en oposición desde lo que Marchant llamó “paréntesis invertido”. Como veíamos, las ciencias sociales – y con ello el brazo político que se arma al
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Felipe LARREA alero de ellas - en su conjunto señalaron que la dictadura sólo había sido un paréntesis en la historia de Chile. Pensar el paréntesis invertido no sólo indispone esta visión sobre el régimen militar, sino que también altera una concepción continua y homogénea de la historia de Chile: en definitiva es a la misma noción de historia lo que interrumpe el paréntesis invertido. A la vez que también interrumpe la tesis en la que Brunner se apoyaba, de que existía un ‘restablecimiento de la democracia’, como si ésta fuera una especie de continuidad y tradición que ha solventado la historia del Estado y la República chilena. La diferencia queda establecida en que “el paréntesis invertido señala que la democracia burguesa siempre fue estado de excepción hecho regla” (Thayer, 2006: 21). Esto, entre otras cosas, se podría enunciar como don del golpe, pues permite pensar la historia de Chile no como un continuum dentro del cual el golpe habría sido interrupción, pasaje, paréntesis, sino que más bien pensar en la figura de la parálisis y la catástrofe, como consustanciales de aquello que se llama tradición histórica. Este continuum, su linealidad, anclada en el progreso como norma histórica, es desplazado por la emergencia de una noción de historia relacionada más estrechamente con las figuras de la catástrofe, de la ruina, de la desaparición y el desastre. Es la noción de historia que corresponde a la sentencia que señala: “la tradición de los oprimidos nos enseña que el ‘estado de excepción’ en que 109
vivimos en la regla” (Benjamin, 1995: 53). Por esta razón es que la catástrofe para Benjamin se piensa desde la cotidianidad, entendiendo a ésta como normalización de la vida, y que es a su vez la historia entendida desde el progreso, de que las cosas marchen sin modificarse y se vistan de un continuum. Desde acá se encuentra la relación y complicidad entre progreso y fascismo, de ser acólitos de la catástrofe, de la parálisis de la catástrofe devenida regla. Por esto y otras cosas, para Federico Galende en su lectura a Benjamin, extrapolar la noción de catástrofe al golpe de estado en Chile es un error conceptual, ya que el acontecimiento interruptivo estaría lejos de ser catastrófico. La catástrofe es que las cosas sigan su curso, sin sobresaltos, pues “no diríamos que la catástrofe fue el bombardeo a un palacio de gobierno, desde su punto de vista [el de Benjamin] diríamos que la catástrofe fue la posterior restauración de ese palacio a fin de volver las vidas que quedaron al trajín de una cierta normalidad” (Galende, 2009: 158). De esta manera el golpe, su estatuto de catástrofe o de acontecimiento, no guarda relación con remarcar un carácter excepcional dentro de un supuesto continuum. Más bien, se debe especificar que si tuvo algo de excepcional, lo adquiere sólo como constatación de la norma
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histórica de la república, de su excepcionalismo devenido regla, de la catástrofe devenida cotidianidad. El sintagma de la violencia como norma histórica, es el profundo don que emerge con el golpe de Estado. Por esta razón, si la izquierda chilena hasta el 11 de septiembre del 73 había sido progresista, bajo la lógica de la emancipación y la épica del ‘poder cambiar el rumbo de la historia’, luego del golpe, eso que se llamó historia, “como una cadena de acontecimientos” en sucesión y en progreso, adquiriría la impronta de “una sola catástrofe, que incesantemente apila ruina sobre ruina” (Benjamin, 1995: 54), violencia tras violencia. El golpe no sería aquello que vino a romper el curso de la historia, no es la interrupción de la historia como lo pensó Benjamin, como aquel freno de mano destructivo e interruptivo, sino que como el acontecimiento que da muestra de la catástrofe como repetición diferencial y de un tiempo disyunto. La catástrofe se haría presente el 11 de septiembre del 73 para develarnos que los más de cien años de república son manifestación de una pura catástrofe que sufre de una actualización. El carácter acontecimental del golpe, del cual hemos venido señalando hasta acá, no guarda relación con un acontecimiento de tipo destructivo, benjaminianamente hablando. El acontecimiento del golpe, estaría más bien enfocado en introducir un aspecto diferencial en la concepción del tiempo histórico. El golpe como acontecimiento apela a una comprensión “que entiende su acaecer como interrupción radical del continuo de la historia, y por ello, como un acaecer que trastoca cualquier identificación retro-proyectiva posible. La temporalidad del acontecimiento, entonces, no se reduce a la temporalidad empírica de la tragedia política local, sino que la disloca y la pluraliza en una serialidad indómita y sin origen definitivo” (Villalobos Ruminott, 2009: 64-65). El golpe de estado si es pensado como acontecimiento, es en el sentido de que disloca la temporalidad en la cual nos encontrábamos. Temporalidad que era de la república democrática-liberal, que muere junto a Allende en el bombardeo de la Moneda, temporalidad que ahora no puede sino pensarse sólo como “ruinas sobre ruinas” (Charly García) o violencia sobre violencia. El acontecimiento del golpe propicia la excepción como regla histórica, no la continuidad sucesiva de presentes continuos: el paréntesis es invertido. La catástrofe se actualiza la mañana del 11 de septiembre del 73, mostrando su serialidad, como su más efectiva repetición.
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Felipe LARREA 3 25-9-1915 A lo que asistimos luego del 11 de septiembre del 73 no fue a una reforma o mera suspensión de la legalidad o del marco jurídico de la constitución del año 25. El estado de excepción que irrumpe tuvo un carácter estrictamente soberano, de suspensión y destrucción de la antigua ley para la instauración de una nueva ley, que tomaría plena forma el año 80. En este sentido se puede distinguir la dictadura chilena desde los dos tipos de dictadura elaborados por Carl Schmitt en su texto del año 21, La dictadura. A pesar de la distinción que establece el texto entre dictadura soberana y comisarial, ambas dictaduras se definirían en torno a la figura del dictador, como aquel que debe “lograr un determinado éxito [pues] el enemigo debe ser vencido, el adversario político debe ser apaciguado o aplastado”, siendo su cometido específico el “lograr un éxito concreto, el dictador tiene que intervenir inmediatamente con medios concretos en el transcurso causal del acontecer” (1985: 41). Si lo político para Schmitt estaba definido desde la oposición entre amigo/enemigo, en lo que el alemán señaló como una imposibilidad de reconciliación, siendo precisamente lo político aquello que se basa en esta 111
discordia. Entonces el Estado, mediante la dictadura se emplaza con un miedo más grande, en donde la forma estatal se erige por sobre su amenaza. Esta amenaza o el enemigo interno de la dictadura chilena, se condensó en el ‘comunista’ o ‘marxista’. El enemigo es el anticristo y como tal se le debe vencer, y esta acción se convierte en la definición más precisa del ejercicio dictatorial: “la noción de un adversario concreto, cuya eliminación tiene que ser el objetivo inmediato de la acción” (1985: 180). El dictador está determinado por una acción, emprende su actuar más allá de una simple deliberación, en este sentido y bajo cierto modo, es un comisario, ya que el dictador “tenía tan sólo una comisión, como conducir la guerra, reprimir una rebelión, reformar el Estado o instituir una nueva organización de los poderes públicos” (1985: 58). La dictadura muestra un eslabón muy preciso para comprender lo que un año después en Teología política Schmitt pensará con la excepción como estructura de la soberanía, pues acá ya habla de los ‘derechos de excepción’ y el dictador hace uso de ellos a través de una ‘justicia divina’ análoga al milagro. Ahora bien, Schmitt es muy preciso en distinguir dos tipos de dictadura, como habíamos señalado, por un lado la dictadura comisarial “que suspende la constitución in concreto, para
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proteger la misma Constitución en su existencia concreta” (1985: 182). En cambio, con la dictadura soberana su acción o cometido no se basa en el resguardo de la ley mediante su suspensión, ya que en este caso se suspende la ley para implantar otra nueva ley. Es lo que Schmitt llama en este texto, la creación de la “constitución verdadera” que se sustrae a un ordenamiento jurídico existente, eliminando y suprimiendo la antigua constitución, que sólo sería velada por una dictadura comisarial, pero no soberana. El ejercicio soberano que suspende el orden jurídico se ampara en un poder constituyente, no así pues en el poder constituido de la antigua y suprimida constitución vigente. Esta noción de poder constituyente, Schmitt la utiliza para responder al vacío jurídico que implica el momento de la decisión de suspender toda ley, este vacío no sería tal, en tanto “se toma un poder que no está él mismo constituido constitucionalmente (…) que aparece como el poder fundamentador” (1985: 183). Esta es la diferencia específica entre la dictadura comisarial y la soberana, pues pasa por el ejercicio del poder8. En la primera un poder constituido, a través de una constitución vigente que el dictador comisarial debe suspender para conservarla, en el segundo caso un poder constituyente que se piensa por sobre el poder constituido en cualquier constitución o marco jurídico, ya que “es su propio fundamento, en cuanto regulación de la continuidad (…) todos los poderes constituidos se contraponen a un poder constituyente, fundamentador de la constitución” (Schmitt, 1985: 185). El poder constituyente no está sujeto a nada, pero los poderes constituidos están sujetos al deber y al derecho de la ley vigente. El poder constituyente schmittiano, a partir de lo comentado, es la manifestación de la excepcionalidad de un poder originario. Noción en estricta oposición a las teorías modernas y liberales que derivan de las revoluciones burguesas (Francia y Estados Unidos) que veían al poder constituyente como una voluntad general, soberana, suprema y directa, que tiene un pueblo para constituir un Estado. En cambio, el poder constituyente originario no puede encontrar fundamento en ninguna norma y por tanto no puede poseer una naturaleza jurídica. Como se ha afirmado, la tarea del poder constituyente es política, no jurídica, aunque sea un umbral entre ambos polos. El poder constituyente, al ser origen del derecho, no puede tener dicha naturaleza, pues es un poder originario y único, que no puede encontrar fundamento “La diferencia entre ambas dictaduras es más empírica que estructural. En el cometido de resguardar la ley, el dictador comisarial tiene, bajo la autoridad del Senado, la prerrogativa de violar la ley para preservarla. El dictador soberano, en cambio, deroga la Constitución, para fundar otra Constitución, haciendo de la excepción el principio, la regla bajo la cual se vive” (Thayer, 2010: 54). 8
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Felipe LARREA fuera de sí; y es un poder incondicionado, es decir, que no posee límites formales o materiales. Como se ve, todo esto es parte de la crítica que Schmitt está pensando en aquellos años hacia la República de Weimar, pero también hacia la modernidad, ilustrada y liberal, pues como ha señalado Pablo Ruiz-Tagle, “Schmitt concibe al liberalismo decimonónico como esencialmente anti-político en tanto que percibe la autoridad como una amenaza para la libertad de los individuos” (2006b: 59). Por eso el ojo schmittiano está puesto en la época de la restauración o contrarrevolución del siglo XIX, donde el poder constituyente vuelve a emanar a través de la figura del Monarca (Donoso Cortes: “la decisión es una sola: la dictadura”). En Alemania este principio monárquico persistió hasta 1919, momento de la revolución obrero socialista y posterior República de Weimar, para Schmitt acá es cuando la soberanía se hace popular y revolucionaria. De ahí que celebra el ascenso del führer como sujeto monocrático y restaurador del poder constituyente originario. De esta manera, así como la dictadura nazi no se constituye en una mera dictadura comisarial que viene a suspender la constitución de Weimar, para Schmitt se convierte en soberana el 24 de marzo del 33 cuando el parlamento aprueba una ley que delega poderes dictatoriales a Hitler y con esto la constitución vigente queda suprimida. Este momento histórico es interpretado por Schmitt con la frase de Donoso Cortes de que el 113
poder constituyente aparece como el rayo que rasga el seno de una nube. El “quiebre” institucional propiciado por el golpe de estado en Chile tiene el influjo teórico de Carl Schmitt, en un sentido performático pero a la vez en influencias concretas y directas en parte del pensamiento conservador chileno. Es en primer lugar en Bernandino Bravo donde la influencia de Schmitt se ve más claramente, esto según lo constata Pablo Ruiz-Tagle (2006), señalando que en él confluye una crítica al republicanismo democrático. En Bravo el argumento es el mismo que en Schmitt, para justificar el golpe de estado: existe una crisis de las repúblicas democráticas y liberales del siglo XX, que han terminado homologando Estado y sociedad, no permitiendo el influjo decisional y soberano. A fin de cuentas lo que los teóricos conservadores han llamado “el pronunciamiento militar” del año 73, guarda relación con este argumento. Así Jaime Guzmán, en un gesto similar a Schmitt luego del ascenso del nazismo con plenos poderes en 1933, señala el año 74 que la junta militar “ha asumido el poder total, de modo que sólo es responsable de sus actos ante Dios y la historia” (Cristi, 2000: 10), este poder total no es otro que el poder constituyente que esgrime a la Dictadura de forma soberana y no comisarial.
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4 13-9-1973 En la primera reunión de la “Junta honorable de gobierno” se consigna la futura elaboración de una nueva constitución política, que sería dirigida por Jaime Guzmán. Si bien la constitución vigente hasta ese entonces había sido destruida de facto con el golpe, en el sentido de romper el contrato que la hacía posible, la soberanía del pueblo, el poder constituyente se rompe y es traspasado a la Junta militar. Con esto se expresa nítidamente que el golpe de estado era decisional y soberano, la suspensión de la legalidad completa traía aparejada la decisión de una posterior fundación, que debería articularse en una nueva constitución política. El argumento que sostenía esta re fundación se esgrimía en torno al fracaso del modelo político liberal que había imperado en Chile desde 1925, la crisis de representación política que había consumado la Unidad Popular, eran muestra de esto. En este sentido el gesto de que la Junta militar asuma el poder constituyente de la nación, se traduce también como un asumir el poder político, la plenitudo potestatis, así como lo hacían las monarquías absolutistas del siglo XVII. El traspaso del poder constituyente a la junta está explicitado en el Decreto-ley 1 o Acta de constitución de la junta de gobierno9, en él se declara que la constitución será respetada “en la medida en que la actual situación del país lo permitan” (cursiva nuestra). Renato Cristi en su texto sobre Jaime Guzmán expresa que esta ambigüedad, de respetar en la “medida” de lo posible la constitución, siendo que “lo que mide es siempre superior a lo medido” (Cristi, 2000: 83), es sumamente importante, en el sentido de que la constitución del 25 postulaba exactamente lo contrario, es decir un respeto del poder constituyente del pueblo por sobre aquello que mide. La ambigüedad de la declaración toma forma al señalar esta distinción e inversión, la decisión (el que mide) está por sobre aquello sobre lo cual este decide (lo medido)10, el fundamento de esta proposición está en el mismo documento, en el artículo 1, al señalar que el mando supremo de la nación ha recaído en la junta militar de gobierno. Este Fuente: http://es.wikisource.org/wiki/Decreto_Ley_N%C2%BA_1_de_1973,_acta_de_ constituci% C3%B3n_de_la_junt a_de_gobierno 10 Willy Thayer señala este mismo punto pero bajo otra modulación: “[La Dictadura de Pinochet] suspende el derecho no para conservar la ley de la República, sino para fundar una Constitución a partir de la cual la ley y la República dejan de ser el sujeto regulador del intercambio a toda escala (…) Funda una Constitución en que la regla fundada dispone a la regla no como principio que regula la facticidad, sino como facticidad que regula las reglas” (Thayer, 2006: 43) 9
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Felipe LARREA decreto ley significa la destrucción de la constitucionalidad y legalidad vigente en Chile hasta ese momento. Así, se debe entender el golpe de estado no sólo como el derrocamiento de un gobierno – el de la Unidad Popular – sino que por sobre todo, la destrucción de la institucionalidad y legalidad de un modelo político 11. Habría que profundizar, sin embargo, en que Chile desde este momento hasta la promulgación de la constitución en 1980 vivió en un total vacío de ley, es decir, en un estado de excepción que duró siete años. Opinión de que para algunos sólo se estuvo gobernando en base a decretos leyes que siguen emanando de la carta fundamental del 25, pero para aquellos que lideraban el proceso político y jurídico de la dictadura, lo que se estaba asentado en esos años era una fundación constitucional a través de estos decretos. Lo importante de remarcar de este tono fundacional de la dictadura, y en ese sentido, su carácter soberano y no comisarial, queda expresado en un documento que cita Renato Cristi, entregado a Pinochet en 1978, como preámbulo a la constitución del 80, en éste se señala la motivación principal de la comisión constituyente es fundar una nueva legalidad e institucionalidad por el fracaso de la constitución del 25: [ese régimen] hizo crisis final con el advenimiento de un régimen totalitario, de odio,
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violencia y terrorismo, contrario a la manera de ser de nuestro pueblo. Un sistema, entonces, que condujo al país al mayor caos moral, político, social y económico de su historia; que no pudo preservar la dignidad, la libertad y los derechos fundamentales de las personas y que llevó a la Nación no sólo al riego inminente de perder su soberanía,
Legalidad de un modelo que es totalmente discutible. Ya que pareciera que en el texto de Renato Cristi (que estamos siguiendo), y su libro en conjunto con Pablo Ruiz -Tagle (La República en Chile), existiera una apuesta muy manifiesta por un republicanismo constitucional. El argumento es que en Chile la tradición monocrática, decisional y soberana del poder, ha imperado por sobre una república de corte liberal y democrática (Cf. Karmy, 2006). Una y otra vez la violencia decisional se ha esgrimido en regla imponiéndose por sobre una soberanía plenamente popular y soberana. Aún así, en varios pasajes del trabajo de Cristi y Ruiz -Tagle, y también en el libro de Cristi sobre Jaime Guzmán, la lectura que existe en torno al período político anterior al golpe de estado es caracterizado como una “república democrática”, en donde la constitución del 25 sería “la consolidación de una forma republicana, social y democrática en cuanto al ejercicio de los derechos” (Cristi/Ruiz Tagle, 2006: 115). Visión un tanto discutible, ya que las tres constituciones que han regido en Chile - contando las reformas liberales a la de 1833 ni las reformas antes de la vuelta a la democracia el año 90 y en el gobierno de Lagos a la constitución actual - han tenido un origen democrático y popular. Particularmente la constitución del año 25 fue requerida e impulsada por un movimiento social-popular que se gestó desde fines del siglo XIX hasta el golpe militar del 5 de septiembre de 1924 que produjo el cierre del congreso y el posterior exilio de Arturo Alessandri. Sin embargo, lo que podía ser visto como el comienzo de un proceso político que culminaría con la elaboración de una constitución derivada de una asamblea constituyente y popular, terminó siendo – con el retorno de Alessandri convertido en dictador – un pacto entre la clase política y los militares que firman la constitución en 1925. De esta forma el período político que transcurre entre 1925 y 1973 tampoco podría ser visto como el momento en que la soberanía recayó en el pueblo, sino que sólo como un período en el cual la institucionalidad autoritaria y liberal se flexibiliza ante la inminente revuelta y huelga general revolucionaria. (Salazar, 2009: 25-121). 11
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obviamente, era un régimen que hacia 1973 estaba definitivamente agotado. (Cristi, 2000: 95)
No existe, entonces, una simple restauración del orden quebrantado por la Unidad Popular, sino que la fundación de un nuevo orden jurídico y político. Y lo decisivo en este sentido es el remplazo de la soberanía, ya no reside en el pueblo sino que en la decisión del soberano (en este caso, la junta militar). El poder constituyente ya no es derivativo, como es el caso de un régimen liberal-democrático, sino que es originario, esto quiere decir que está más allá de cualquier límite formal o jurídico, es el milagro. Como ya hemos dicho, no ha existido ninguna constitución en Chile que ha derivado plenamente del poder constituyente del pueblo, el influjo decisional, tanto portaliano, como alessandrista y pinochetista, ha sido la regla. Al contrario, las tres constituciones han sido contención de procesos revolucionarios y populares (Lircay en 1829, el golpe militar del 24 y el golpe de Estado del 73) que han terminado en una decisión soberana y autoritaria. La tarea política por-venir y cualquier movimiento político y social, deben interrogar antes que todo, por las nociones de soberanía y poder constituyente, sin más, esta otra política quizás sea la del planteamiento de nuevas formas de pensar estas nociones. Una frase de Benjamin totalmente sugerente al respecto señala: “el origen de todo contrato remite a la violencia” (2010: 438). La noción de poder constituido que hemos comentado, a propósito de Schmitt, en Benjamin tiene un desplazamiento. Si el derecho tiene un vínculo esencial con la violencia y si la misma violencia se puede enunciar como regla histórica, es porque ésta se piensa como un medio para el derecho. En este sentido la violencia es conservadora o instauradora de derecho, no existe como un antes sino que es la manifestación misma de lo jurídico. De esta manera el poder constituido sería una violencia conservadora de derecho, y toda constitución vigente monopoliza una violencia sobre sí misma que en variadas formas lo olvida. Así, para Benjamin, el parlamento, como institución en donde se ejerce la representación es un lugar de olvido, olvido de la constitución misma de las fuerzas que dieron su origen. Este olvido, de la violencia, sea revolucionaria o autoritaria, lleva a lo que Giorgio Agamben anunció como “un bando de ley”, es decir “una tradición que se mantiene únicamente como ‘punto cero’ de su contenido, y que los incluyen en una pura relación de abandono. Todas las sociedades y todas
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Felipe LARREA las culturas han entrado hoy en una crisis de legitimidad, en que la ley está vigente como pura ‘nada de la Revelación’” (2001: 70-71). Una de las causas o motivaciones de la crisis del modelo neoliberal (o lo que Cristi y Ruiz-Tagle llamaron ‘La república neoliberal’) es precisamente esta falta de legitimidad, entre otras cosas por el origen violento y monocrático de la legitimidad vigente. Lo que señalamos, el poder constituyente de un pueblo, la asumió una junta militar, se podría decir que el poder constituyente de Chile pervive hoy, aún, en el cadáver de Pinochet.
5 31-1-1979 Cuando comentábamos la tesis de la excepcionalidad bajo la impronta de algunos textos de José Joaquín Brunner, en especial “La cultura autoritaria”, señalamos que la dictadura para el sociólogo tenía la característica de producir un encuentro entre la tradición más conservadora de Chile (la iglesia, los militares y la herencia portaliana) y la novedad del neoliberalismo. El ingreso de las ideas de Friedman y Hayek a través de los llamados Chicago boys instalan al 117
neoliberalismo como modelo económico que desplaza ideológicamente al Estado - como escenario decisional - en aras del mercado. Por esta razón, la particularidad de la dictadura chilena debe entenderse no sólo como el momento soberano (el del golpe), en el cual una junta militar toma “el mando de la nación” ante el desborde popular, sino que esta suspensión de la ley y la posterior fundación de otra ley, son antes que todo para instalar un nuevo proyecto oligárquico entre la “autoridad y la libertad”. La cifra de este ensamble, que podría ser traducido en términos de soberanía y gestión neoliberal, se encuentra en la figura de Jaime Guzmán. Renato Cristi ha señalado que Guzmán podría ser pensado como un konjurist de la dictadura militar, al igual que el papel que habría cumplido en la primera época del nazismo Carl Schmitt. La idea de una dictadura soberana, que no sólo viene a resguardar la constitución vigente sino que funda una nueva institucionalidad, pertenece a él (Cristi, 2000: 33). Esta ‘nueva institucionalidad’ no sólo estaría regida en un ámbito estrictamente político sino que abrazaría todo el campo social y económico. Luego del golpe, el pensamiento conservador chileno adquiere una especie de consumación, precisamente en Jaime Guzmán. Es el momento en el
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cual el proyecto de país que piensa la derecha política y económica, logra ensamblar la tradición política conservadora y autoritaria, amparada en cierto sector de la Iglesia Católica y los militares, más el liberalismo económico siempre proyectado por la oligarquía y burguesía chilena, que ahora en los años 70 se reversiona a través de los slogans de la sociedad de libre mercado. Guzmán es cifra de toda esta ‘revolución’: La nueva institucionalidad económica… deja al mercado… la iniciativa y gestión productora, y reserva al Estado sólo aquello que los particulares no pueden realizar adecuadamente, dentro de lo cual sobresalen las funciones que, por su propia naturaleza, son inherentes a la autoridad, como asegurar mercados abiertos y competitivos, y actuar directamente sobre la justa distribución del ingreso. (Cristi, 2000: 164)
Si hemos graficado que el golpe es un acontecimiento, es sencillamente porque su modulación permite la instalación de una coexistencia de diferentes tecnologías de poder que se dan cita por aquellos años. Como habíamos visto, José Joaquín Brunner había definido a la dictadura militar dentro de lo que llamó ‘cultura autoritaria’, dando entender que su carácter hegemónico se solventaba en la represión y el disciplinamiento de los cuerpos, que se leerían en la tortura pero también en la militarización total de la sociedad, en donde el campo concentracionario es expandido. Sin embargo, nos parece que el acontecimiento del golpe guarda una complejidad mayor en torno a las distintas tecnologías de poder que irrumpen, o más bien, la nueva gubernamentalidad que entra en juego con la dictadura militar hasta nuestros días. Esta complejidad se grafica al querer leer el pensamiento o ideología que existió detrás de la Dictadura, como hemos manifestado a partir del nombre de Jaime Guzmán. Por ejemplo, ¿cómo entender el subtítulo del libro de Renato Cristi: autoridad y libertad? Decíamos que con el golpe se consuma toda la tradición del pensamiento conservador existente en Chile, habría que interrogar entonces de qué manera convivió este giro ‘revolucionario’ con el golpe de Estado, desde la retórica de la ‘salvación’ y ‘restauración’ nacional, hasta la visita de Hayek y Friedman un par de años después, para plantear lo que Foucault llamó, la primera utopía de la derecha política mundial: el neoliberalismo. Si con la soberanía, el soberano gozaba de la propiedad de la decisión sobre un territorio o dominio determinado, y con ello “había un influjo directo del gobierno sobre las cosas y sobre
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Felipe LARREA las personas”, en cambio con ‘la nueva razón gubernamental’ estamos ante la emergencia de un nuevo tipo de influjo decisional. O tal vez, un desplazamiento en la decisión, ya que el gobierno no tiene que intervenir con un influjo directo ni sobre las cosas, ni las personas, ni sobre un territorio. Este desplazamiento vuelve más abstracto el gobierno, ya que éste se vuelca sobre los intereses: El nuevo gobierno, la nueva razón gubernamental, no se ocupa de lo que yo llamaría esas cosas en sí de la gubernamentalidad que son los individuos, las cosas, las riquezas, las tierras. Ya no se ocupa de esas cosas en sí. Se ocupa de esos fenómenos de la política que son los intereses o aquello por lo cual tal individuo, tal cosa, tal riqueza, etc, interesan a otros individuos o a la colectividad. (Foucault, 2007: 65)
En este sentido se puede hablar de que la economía se convierte en una ciencia de gobierno, ya que al concebir la decisión en términos de los intereses, es a partir de acá que se genera el influjo hacia las cosas, las personas y un territorio. El arte de gobernar (la gubernamentalidad) procede de las teorías económicas que surgen en el siglo XVII y XVIII, y que tendría relación 119
más bien con señalar lo siguiente: si los intereses gobiernan, ya no se trata de articular o planificar de manera estatal y soberana, sino de ‘gestionar’. Este mecanismo “transfiere lo que tiene lugar en el mercado, donde las preferencias obtienen su curso normal, a la esfera estatal. No es la autoridad de la razón, sino la autoridad de las preferencias” (Cristi, 2000: 42) o de los intereses, éste es uno de los principios del desplazamiento en cómo concebir el arte de gobernar en Chile. Es grafico señalar que es el mercado el lugar donde se revela una especie de verdad, no sólo por su exacerbada desregulación, sino que porque desde ahí mismo se extrae el principio gubernamental. Puesto que “el mercado hará que el buen gobierno ya no se limite a ser un gobierno justo. Ahora, por el mercado, el gobierno, para poder ser un gobierno, deberá actuar en la verdad” (Foucault, 2007: 50). La verdad es propiciada por el mercado, así el gobierno ya no actúa bajo ningún primado de la justicia: esta sería precisamente la performance e irrupción de la economía-política. Si la gubernamentalidad es el encuentro o cita de las distintas tecnologías de poder, podríamos afirmar que el acontecimiento del golpe está marcado por esta singularidad. En este mismo sentido se entiende el acontecimiento desde la irrupción de la
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‘nueva
gubernamentalidad’: que ensambla soberanía-disciplina y gestión. Gestión
gubernamental sería acá el paso desde un arte de gobernar hacia una ciencia económica, es el umbral entre las estructuras propias de la soberanía hacia lo que Foucault denominó ‘la s técnicas’. Se gobierna con datos, proporciones, estadísticas, ya no un territorio determinado sino que a una población. Pues por esto decíamos más arriba que el golpe o la institucionalidad forjada luego del 11 de septiembre no podían ser pensadas simplemente en términos soberanos o nacionales, porque las técnicas de poder injertadas en esos años, y modernizadas luego del año 90, piensan el gobierno de la población bajo la seña de la seguridad y el control, amparada en la (des)regulación del neoliberalismo multinacional y post-estatal. Interesante es señalar cual fue en un primer momento el papel del Estado para la Junta Militar y Jaime Guzmán. Como se sabe, una de las justificaciones del golpe de Estado fue precisamente acabar con esa relación u homologación que se estaba dando entre Estado y Sociedad, por esta razón el socialismo y el estatismo son condenados como culpables de la crisis política del siglo XX. Desde esta base se debía llegar a una ‘nueva’ forma de gobernar, en donde el papel del Estado fuera totalmente repensado. Para Renato Crisis dos son las respuestas que se dan a este problema, que se basan en una interrogación en torno a la relación entre individuo y Estado, ya que el diagnóstico que hace la derecha chilena en esos años tiene su fundamento en que ni el socialismo, ni el liberalismo clásico, han permitido no concentrar los poderes en contra de los individuos, bajo la figura del Estado 12. En lo que fue ‘La declaración de principios del gobierno militar’ elaborada el 11 de marzo del año 74, y que según Renato Cristi es un texto casi íntegro de Jaime Guzmán, se expone en un primer lugar de relevancia la posición ideológica del nuevo orden que se quiere instaurar en Chile, sobre la relación entre el hombre (el individuo) y el Estado, se señala: Tanto desde el punto de vista del ser como desde el punto de vista del fin, el hombre es superior al Estado. Desde el ángulo del ser, porque mientras el hombre es un ser substancial, la sociedad o el Estado son sólo seres accidentales de relación. Es así como
A este respecto la respuesta que da Jaime Guzmán en particular y que de cierta forma se convirtió en parte del ejercicio gubernamental en Chile, fue darle al Estado un papel ‘subsidiario’ “que funda la autonomía y libertad del individuo, y de sus derechos como tal, se derivan de haber sido ‘creado a imagen y semejanza de Dios’. Su individualidad se funda en la prioridad ontológica de la persona con respecto a la sociedad.” ( Cristi, 2000: 69) 12
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Felipe LARREA puede concebirse la existencia temporal de un hombre al margen de toda sociedad, pero es un cambio inconcebible, siquiera por un instante, la existencia de una sociedad o Estado sin seres humanos. Y también tiene prioridad el hombre desde el prisma del fin, porque mientras las sociedades o Estados se agotan en el tiempo y en la historia, el hombre los trasciende, ya que vive en la historia pero no se agota en ella.” (Cristi, 2000: 74)13
Los discursos devienen psicóticos, en el sentido de que si el golpe de Estado fue argumentado en torno a una ‘salvación’ del Estado, en nombre de la ley y la nación, existe un argumento paralelo que nos dice que el golpe de Estado fue sencillamente para destruirlo. Dentro de este ensamble de discursos, Chile tiene su nuevo bautizo ese 11 de marzo del año 74. Por su parte, Michel Foucault, en momentos donde en Chile se inyectaban las primeras decisiones para adoptar en plenitud el neoliberalismo, el francés realiza una genealogía de este nuevo paradigma gubernamental. En gran parte de ese curso - que la estrategia editorial publicó bajo el nombre de ‘Nacimiento de la biopolítica’- se trata de entender qué ha ocurrido en el siglo XX con el arte de gobernar y cómo se ha modelado la utopía del neoliberalismo en 121
la catástrofe misma del Estado-Nación. Por esta razón lo que ocurre en Chile luego del golpe tiene un lugar tan privilegiado en un nivel geo-político, ya que acá se implanta el neoliberalismo de una manera cercana y similar a como emerge luego del fin de la segunda guerra mundial. En la disolución total del Estado, del aparato jurídico, y con ello en un descampado (en zona de catástrofe). El Estado se debe reconstruir, repensar, pero no existe ningún tipo de voluntad ni consenso político al respecto, es en el desastre y en la pérdida anquilosada. Al parecer es el mejor lugar para el neoliberalismo: lo único que se necesita es ‘libertad’, y sobre todo en el ámbito económico, ‘emprender’ antes que restablecer cualquier legalidad o marco jurídico. El Estado no es necesario, ni tampoco cualquier reconfiguración comunitaria, sino que sólo la voluntad individual podría salvar a una sociedad o nación. Un Estado débil no permitía – hasta cierto punto en un nivel macro – el ascenso de nuevos totalitarismos. Como hemos dicho, se le culpó al Estado su papel preponderante en homologar Sociedad y Estado, y que eso habría devenido en populismos o en totalitarismos de Estado, lo que Foucault señaló como un síntoma de época: “la fobia al Estado” (2007: 93). Sin embargo, se debe preci sar que este
Ver el archivo íntegro http://es.wikisource.org/wiki/Declaraci% C3%B3n_de_prin cipios_del_gobierno_de_militar 13
en
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nuevo liberalismo14 no borra del todo la preponderancia estatal, lo encubre y a la vez lo potencia, ya que el neoliberalismo necesita de un Estado vigilante, de una política activa 15 que permita precisamente la libre circulación de los flujos y las inversiones económicas. Foucault, con respecto al caso alemán señala que lo soberano-estatal no se menoscaba del todo, sino que “la economía, el desarrollo económico, el crecimiento económico producen soberanía, producen soberanía política gracias a la institución y el juego institucional que, justamente, hacen funcionar esa economía” (2007: 106). Este es el papel que cumple el Estado garantizando y legitimando a la economía, y de cierta forma es ‘el arte de gobernar’ en el siglo XX. Este fenómeno es una superposición entre la gestión gubernamental y los mecanismos del mercado, que se ajustan a la competencia (no como un dato natural, sino que producido, estimulado y garantizado). Foucault señala que el giro desde el liberalismo clásico al neoliberalismo radica en esta fórmula: “Es preciso gobernar para el mercado y no gobernar a causa del mercado” (2007: 154). Como veíamos existe una ontología muy clara en torno al individuo, es un átomo, indiviso, sin relación16, y en este sentido ni el Estado ni ningún tipo de colectivización puede remover su fundamentación. Por esta razón, cada individuo es una empresa, cada cual posee un capital: todos devenimos PYME. Para llegar a este tipo de formulaciones el neoliberalismo concibió una verdadera revolución dentro de las teorías clásicas de la economía, realiza un desplazamiento a la noción de trabajo. El trabajador no simplemente recibe un salario por Importantes es señalar como Foucault deconstruye el liberalismo clásico, bajo dos nociones de libertad que siempre estarían operando, y que de cierta forma se ensamblan en lo que se llamó ‘neoliberalismo’ Siempre han sido dos nociones de libertad, históricamente articuladas: dos ideas de regulación del orden público, dos ideas en torno a la ley, y lo más importante, dos concepciones distintas sobre la libertad: “una concebida a partir de los derechos del hombre y otra percibida sobre la base de la independencia de los gobernados.” (2007: 61) 15 “Surge una nueva forma estatal cuya legitimidad tecnocrática descansa en una imagen de transparencia y gobierno que sobrepasa los partidos, la política y los movimientos sociales en favor de un investimiento inmanente de la sociedad civil. Las formas de expansión del Estado son novedosas: incluyen encuestas de opinión, mediatización, vigilancia, tanto como instituciones delegadas por el Estado, como ONG y organizaciones de caridad.” (Beasley-Murray, 2010: 107) 16 Para Jean-Luc Nancy una de sus tareas fue precisamente pensar el estatuto del ‘individuo’ en oposición a la idea de comunidad. También en momentos de crisis de la comunidad y del ‘comunismo’, que tiene que ver efectivamente con la crisis política del siglo XX. Toda esta cuestión de pensar la comunidad al margen de una lógica del ser, responde a lo que Nancy llamó la metafísica del absoluto que “puede presentarse bajo las especies de la Idea, de la Historia, del Individuo, del Estado, de la Ciencia, de la Obra de arte, etc. Su lógica siempre será la misma, en la medida en que es sin relación.” El discurso fundacional que se esgrimió en los primeros años de la Dictadura y que en la actualidad sobrevive naturalizado, tiene relación con toda una metafísica. El individuo está sujeto en una interiorización absoluta, que ella misma se violenta, construyéndose una interioridad como separación, por eso la comunidad queda “excluida por la lógica del sujeto -absoluto de la metafísica (Sí-mismo, Voluntad, Vida, Espíritu, etc.) y en virtud de esta misma lógica, la comunidad viene forzosamente a mermar a este sujeto.” (Nancy, 2000: 23-24) 14
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Felipe LARREA vender su fuerza de trabajo, sino que se transforma en un ingreso. Pasamos a citar en extenso el comentario al respecto: (…) ¿qué es un salario? Un salario es simplemente un ingreso. Desde el punto de vista del trabajador, el salario no es el precio de venta de su fuerza de trabajo, es un ingreso (…) ¿Cómo se le puede definir? Un ingreso es sencillamente el producto o rendimiento de un capital. Y a la inversa, se denominará ‘capital’ a todo lo que pueda ser, de una u otra manera, fuente de ingresos futuros. Por consiguiente, sobre esa base, si se admite que el salario es un ingreso, el salario es por lo tanto la renta de un capital (…) ¿qué es el capital cuya renta es el salario? … es el conjunto de los factores físicos, psicológicos, que otorgan a alguien la capacidad de ganar tal o cual salario, de modo que, visto desde el lado del trabajador, el trabajo no es una mercancía reducida por abstracción a la fuerza de trabajo y el tiempo [durante] el cual se lo utiliza. Descompuesto desde la perspectiva del trabajador en términos económicos, el trabajo comporta un capital, es decir, una aptitud, una idoneidad: como suelen decir, es una ‘máquina’. (Foucault, 2007: 261-262)
Este, y no otro, sería el sustento del neoliberalismo, por sobre todo en Chile. Si las 123
movilizaciones sociales tienen un horizonte, pasa precisamente por develar esta concepción, totalmente ontológica del individuo y el trabajo. José Joaquín Brunner, muy referido en este texto, elaboró en los años noventa toda una teoría en torno al “capital humano” que mantiene todo un funcionamiento en el campo educacional (por ejemplo el sistema de becas) y que espera su deconstrucción17. La privatización no ha sido sólo de los bienes comunes o ‘públicos’, sino que antes de eso, de una verdadera naturalización amparada en una metafísica del individuo que excluye constantemente lo común.
En un reciente libro, que compila diversos ensayos sobre la “contienda” universitaria en Chile, Raúl Rod ríguez Freire interroga aquello que los neoliberales llaman “capital humano” y como éste, según la mirada neoliberal, es el elemento más importante de producción en un país desarrollado. La noción de capital humano sustenta esta nueva visión sobre el destino de la Universidad, y con ello de la educación, siendo decisiva en cómo la mirada ingenieril de los neoliberales concibieron el fin del Estado que garantizaba educación para el paso de un mercado que la (des)regularía. La Universidad no es gratuita no porque el Estado no se haga cargo de ella, sino porque la Universidad, y su parte fundamental, es decir los estudiantes, son una inversión de capital: “proposición que indica a las claras que la educación universitaria es una inversión económica y que quien más gana es quien más invierte; en este caso ese inversor es el estudiante, ahora convertido en una Pequeña y Mediana Empresa (PYME) individual que deberá entrar a competir, al igual que las universidades, en el naciente mercado del saber donde será, a la vez, cliente y trabajador.” (Rodríguez-Freire, 2012: 114) 17
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Para finalizar sólo mencionar una escena que parece sintetizar estas últimas líneas, pero que a la vez abre una alegórica imagen sobre el fin de los tiempos, o estos tiempos disyuntos. Es el inicio de Film Socialism de Jean-Luc Godard, una toma al mar desde muy cerca parece mostrarnos su infinitud, o algo así como su más propia naturaleza, se oye una voz que susurra “el dinero es un bien común” y otra voz que responde “como el agua”. El dinero, su circulación, aparecen como lo más común, aquello en donde todos estamos, pero a la vez, el agua, aquello ilimitado e infinito, como metáfora del dinero. Su especie de valor cambiario. Ahí donde vemos agua vemos dinero. El capital es el ápeiron podríamos decir…
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