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CONECTA2

Gratitud: un estilo de vida

Aquí estoy, el Día de Acción de Gracias, es cribiendo mi columna.

La debería de haber entregado hace una semana, pero he teni do unos días intensos; viajes, mucho trabajo y algunas situaciones que han traído angustia a mi corazón.

Viví ocho años en los Estados Uni dos y desde el primer día de Acción de Gracias que tuve con la familia donde vivía, me encantó esta cele bración. Año con año, era más im portante para mí celebrar el Día de Acción de Gracias que Navidad. Tal vez porque estaba lejos de mis pa dres y hermanos es que disfrutaba tanto compartir con la familia con la que me tocaba estar ese día. El año pasado coincidió un chequeo médico de mi esposo en Miami y nos queda mos para celebrar Thanksgiving en casa de mi prima Giovanna, con su familia, mis tíos, uno de mis herma nos, mi hermana y parte de su fami lia. Fue un día lindo, donde compar timos y recordamos momentos de nuestra niñez.

Hoy me tocó celebrar este día sola pues mi esposo está de viaje y nues tros hijos viven en otros países. En mi trayecto del trabajo a la casa ve nía escribiendo esta columna en mi mente. Está vez mi cena no fue pavo, si no un plato de frijoles negros y aguacate que comí mientras hablaba por teléfono con mi esposo y dos de mis hijos, ¡Qué más puedo pedir!

Casualmente, hace un par de días en mi grupo de oración compartí cómo descubrí el poder de la grati tud. Hace siete años pasé por una ex periencia de cáncer y cuando estaba en el tratamiento de quimioterapia tuve momentos bien difíciles. Una de las veces que tuve que ir a la sala de emergencias, me sentía muy mal. Llegué con la presión bajísima. In mediatamente me acostaron en una camilla y me llevaron a una de las sa las donde dos enfermeras intentaron canalizarme para poner un suero con medicamento que me ayudaría a es tabilizar la presión. Mientras trataban de encontrarme una vena que fun cionara, yo lloraba desconsolada. Me dolían los piquetes de la jeringa que introducían una y otra vez sin éxito. En ese momento, después de recitar el Salmo 23 varias veces, comencé a agradecer a Dios por estar conmigo en ese momento. Solo le decía “gra cias, gracias, gracias, Señor Jesús”. No sé cuánto tiempo transcurrió has ta que llegó una doctora y logró po nerme el suero. Cuando me dieron de alta, unas horas después, supe lo mal que había estado. En los siguientes días del tratamiento, cada vez que me sentía muy mal volvía a agradecerle a Dios por estar en control de todo y por darme la fortaleza que necesitaba para salir adelante. Poco a poco me di cuenta de que ser agradecida a pe sar de las circunstancias me traía paz. Fue así como la gratitud se convirtió en un estilo de vida.

Me encanta este verso en Habacuc 3:17-18 que dice: “Aunque las higue ras no florezcan, y no haya uvas en las vides, aunque se pierda la cose cha de oliva y los campos queden vacíos y no den fruto, aunque los rebaños mueran en los campos y los establos estén vacíos, ¡aun así me alegraré en el Señor!

Prueben y me cuentan….

Karla Icaza M.

Vicepresidenta Ejecutiva Gobierno Corporativo de Grupo Promerica.

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