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Martín Morales Garza

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Festival MAS

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AÑORANZA NAVIDEÑA SETENTERA

Al día siguiente del aguinaldo, los cuatro mayores comíamos café y lonche de pan blanco con mortadela, desayuno para las compras navideñas.

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La ropa sería para los tres últimos eventos del año. Para emprender la peregrinación de anaqueles, nos dirigimos a la avenida Juárez, lo recorreríamos hasta Padre Mier y después la Calzada Madero, tomaríamos el camión ruta 52 o Nogalar, recorreríamos los anaqueles sin separarnos.

A unas cuadras del vecindario, los más pequeños serían cuidados por la bisabuela materna, una señora con peinado estilo Einstein y lentes de gran aumento, que nos privaba de compararla con una celebridad. Sin rezongues —dijo mamá y bastó con mirarlos para silenciarlos—. Agradézcanle a Julia.

De adultos, confesó que se espantó al borde del desmayo cuando Julia se perdió durante las compras navideñas, pero se mostró segura de que se quedaría justo donde se soltó; por fortuna, una señora fungió como su ángel guardián hasta que la encontramos.

La mañana del 22 de diciembre, los diez integrantes tomamos el camión ruta 52, bajamos en Tapia, luego el camión con dirección al Gimnasio del Tecnológico Monterrey, donde se celebraría la posada de Troqueles, empresa en la que papá trabajaba como obrero.

Al llegar, recogimos la invitación, buscamos un lugar en las gradas, los mayores irían con papá para que las tres mujeres preparáramos los refrigerios con uno o dos paquetes de pan blanco en barra, mortadela y jugos o refrescos; en la ventanilla, papá y mi hermano mayor recogieron el costal con los regalos para los niños. Con la comida lista, disfrutamos el espectáculo: en una ocasión, el payaso Pipo asistió, luego un mago y terminaba a mediodía con el show de luchadores enmascarados.

La noche de ese mismo día, acontecía el baileparaadolescentes y adultos, amenizado por grupos musicales anunciados en las invitaciones, como Tropical Caribe, Ramón Ayala, entre otros. Como permitían un acompañante por persona, llevamos amigos del vecindario o compañeros de la escuela, lo cual era conveniente porque terminaba a la medianoche y no esperaríamos solos el último camión.

En Nochebuena, la pasábamos con la familia materna, nos recibía el abuelo en la entrada de la vecindad de la bisabuela materna, las tías preparaban tamales y nos entreteníamos con las tablas de lotería para la noche: haciéndolas de cero, eligiéndolas o practicando.

La partida terminaba cuando los niños se asustaban por los improperios de la bisabuela, si perdía consecutivamente; a la medianoche, después de los abrazos, recibíamos los obsequios: si se trataba de dinero, mamá lo administraba con cuentas claras.

En Navidad, visitábamos a los abuelos paternos, nos recibían con platillos hechos con elote, como el pan de elote, tamales o elotes preparados, que vendían a diario junto con una variedad amplia de ingredientes a elegir. Cuando abríamos los regalos, mamá nos sorprendía con la ropa que habíamos pedido, incluso se trataban de prendas o zapatos que sacaba en abonos en una tienda que seguía vigente en pleno 2020.

De algún modo, esa alegría justificaba la falta de celebrar el día de los reyes magos que, a pesar de dejar el zapato y la carta, no había respuesta. Los reyes magos creyeron que recibiste suficiente en Navidad. *

Aquellos lejanos años setenta pareciesen exentos de maldad, pobreza, tragedias y momentos amargos, pero siempre ha existido: la nostalgia concedía añoranza hacia la niñez y la adolescencia desde la perspectiva adulta, porque no nos dábamos cuenta de la protección de nuestros padres.

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