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AÑORANZA NAVIDEÑA SETENTERA
Al día siguiente del aguinaldo, los cuatro mayores comíamos café y lonche de pan blanco con mortadela, desayuno para las compras navideñas. La ropa sería para los tres últimos eventos del año. Para emprender la peregrinación de anaqueles, nos dirigimos a la avenida Juárez, lo recorreríamos hasta Padre Mier y después la Calzada Madero, tomaríamos el camión ruta 52 o Nogalar, recorreríamos los anaqueles sin separarnos. A unas cuadras del vecindario, los más pequeños serían cuidados por la bisabuela materna, una señora con peinado estilo Einstein y lentes de gran aumento, que nos privaba de compararla con una celebridad. Sin rezongues —dijo mamá y bastó con mirarlos para silenciarlos—. Agradézcanle a Julia. De adultos, confesó que se espantó al borde del desmayo cuando Julia se perdió durante las compras navideñas, pero se mostró segura de que se quedaría justo donde se soltó; por fortuna, una señora fungió como su ángel guardián hasta que la encontramos. * La mañana del 22 de diciembre, los diez integrantes tomamos el camión ruta 52, bajamos en Tapia, luego el camión con dirección al Gimnasio del Tecnológico Monterrey, donde se celebraría la posada de Troqueles, empresa en la que papá trabajaba como obrero. Al llegar, recogimos la invitación, buscamos un lugar en las gradas, los mayores irían con papá para que las tres mujeres preparáramos los refrigerios con uno o dos paquetes de pan blanco en barra, mortadela y jugos o refrescos; en la ventanilla, papá y mi hermano mayor recogieron el costal con los regalos para los niños. Con la comida lista, disfrutamos el espectáculo: en una ocasión, el payaso Pipo asistió, luego un mago y terminaba a mediodía con el show de luchadores enmascarados. 03 21