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Ingmar Bergman (1918-2018) // Nazario Sepúlveda
PARA J. A.
EN UNA AGRADABLE y soleada tarde de verano en la que tenía 16 años de edad y un gusto por ver y conocer el cine, el buen cine, iba a ocurrir ¡por fin! la exhibición de una película de un cineasta al que conocía sólo por las lecturas de escritos, críticas, que llegaban de la Ciudad de México. Ese día, asistí a una función popular, que ocurría los jueves y viernes en el cine Rodríguez, ubicado sobre la calle Juárez, muy cerca de la plaza del Colegio Civil, cobrándose un precio mínimo y donde se exhibían tres películas europeas. Mi memoria ha olvidado por completo las otras dos películas de la función, pero sí tengo muy presente que el filme que tanto deseaba ver se proyectó en única función a las 6 pm. La cinta se titulaba en el original sueco Kvinnors väntan, que significa La espera de las mujeres; aquí se tituló, acertadamente, por cierto, Secretos de mujeres. De esta suerte vi por vez primera un filme del director de cine y teatro llamado Ingmar Bergman, que dirigía y escribía películas desde 1944 y, que en 1955, fue reconocido como un auténtico artista cuando presentó, en el Festival de Cannes, su refinada y elegante tragicomedia Sonrisas de una noche de verano, que conocí años más tarde en el cineclub del Aula Magna de la Universidad de Nuevo León.
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Secretos de mujeres, me hizo saber que Bergman adoraba a las mujeres y aquí, en una comedia dramática de episodios, varias damas que se hallaban solas esperando a sus maridos en una casa de verano, donde una de ellas, la acompañaba una joven soltera que se refería a un novio que tenía y las otras tres, se aburrían un poco; una propuso que contarán el secreto más íntimo de sus vidas y Bergman, el guionista con un profundo sentido de lo dramático y lo cómico —esto último no era tan frecuente en él— contó tres historias de mujeres casadas que mostraban —entonces yo no
lo sabía— la enorme cultura literaria del cineasta y las influencias de las obras de August Strindberg y del noruego Hendrik Ibsen. Los espectadores del cine Rodríguez, simplemente gozaron una insólita combinación del dramatismo que casi acababa en forma trágica con la comedia tan irónica como inesperada de esta película, que sin duda, era la primera de Bergman en muchos años que llegaba a Monterrey. Ojalá que esta obra se exhiba dentro del homenaje que la Cineteca piensa y anuncia realizarle.
La primera historia era la de la mujer que engaña a su marido por vez primera, y única. Tras arrepentirse de lo hecho, le confiesa al esposo lo que hizo y el asunto que casi acaba en melodrama tiene una resolución creíble y aceptable. Aquí vi por vez primera en la pantalla a la actriz Anita Bjork, famosa mundialmente por su papel en La señorita Julia, según la tragedia de Strindberg, pero todo esto, lo fui sabiendo con el tiempo en un cineclub local.
El segundo episodio, que fue mi favorito, era protagonizado por la muy atractiva y excelente actriz de ojos y cabello negro Maj-Britt Nilsson, que actuó en varios filmes de Bergman en los años 40 y 50. Aquí, una joven sueca se hallaba en París acompañada por un norteamericano tan reprimido como tonto. Al ver las imágenes de los dos en un cabaret parisino, la presencia de bailarinas con muy poca ropa me hizo saber lo que era el erotismo. En este sitio, lleno de música y movimiento, la joven quería divertirse, pero su compañero no; ella descubría el coqueteo discreto, elegante y muy seguro que le lanzaba un joven apuesto — un actor sueco favorito de Bergman durante esos años— y resultaba luego que ambos se alojaban en el mismo piso de un hotel; él realizaba un cortejo en silencio que luego acompañaba con una guitarra y su voz. La secuencia, además de erótica y elegante, era poética; entonces comprendí muchas frases sobre Bergman que había leído y supe que tenían razón. En la escena ella estaba en su cuarto cuando tocaban a la puerta, al abrirla sólo estaba una copa de vino en el suelo y ella comprendía el mensaje. Sentada en el piso, con la puerta entreabierta, ella veía en el pasillo la puerta del cuarto de él, que también estaba entreabierta; él, en el suelo, se puso a tocar la guitarra y a cantarle, en sueco, una canción de amor. Aunque no había subtítulos, el público adivinaba las palabras que escuchaba mientras la sala guardaba un silencio absoluto al percibir la belleza de lo que estaba viendo y oyendo, y yo, fascinado por completo, presenciaba el trabajo cinematográfico de un auténtico artista. Por ello me volví un admirador absoluto de él, a lo que he visto casi toda su obra fílmica.
El tercer episodio era protagonizado por la bella Elva Dhalbeck y un actor a quién veía en la pantalla por vez primera: Gunnar Björnstrand, que siguió siendo actor de Bergman hasta su muerte y que se hizo famoso mundialmente por su papel de escudero del caballero en la obra maestra tan conocida: El séptimo sello. La mujer contaba que la historia, más que intimista, era ridícula y describía cómo en una noche ya tarde, la pareja volvía de una fiesta elegante y se veían aburridos y cansados al entrar al elevador para llegar a donde vivían. El elevador, de repente, se detenía al ir subiendo; ellos se sorprendían, alarmaban y se calmaban, sabiendo que el vigilante se daría pronto cuenta del caso. Entonces, solos y aislados, empezaban a hacer algo que tenían olvidado: comunicarse entre ellos, pues él, por sus negocios, estaba alejado de ella. Él le preguntó qué hacía mientras estaba ausente y ella lo dejó atónito al decirle que se la pasaba muy bien con sus amantes ya que estaba muy sola. Ella le daba detalles y estaba desconcertado en extremo y le pedía perdón por tenerla tan olvidada. Riéndose muy divertida, ella le aclaraba que todo era mentira y se la pasaba sola, a lo que él, aliviado, comenzaba a desearla fuertemente y ambos decidían, quitándose alguna ropa, hacer el amor allí encerrados. Todo iba muy bien, hasta que el ascensor comenzó a funcionar y los dos, asustados, comenzaron a vestirse de nuevo y el público de la sala estaba riendo con gusto. Los dos entraban a la casa, para continuar, pero al sonar el teléfono, él contestaba y oía que su presencia era necesitada con urgencia y claro, el deber se imponía al placer; se disculpaba con ella y ésta, se quedaba como antes, sola y frustrada. Con este episodio del filme, Bergman comprendió que también podía hacer comedias. La cinta concluía con la llegada de los tres maridos, que eran recibidos con gusto por ellas, pero la joven no casada y de la cual hubo muy poca historia, decidía irse de allí con su novio mientras las tres parejas iban a continuar la batalla por la vida en común. Bergman retrataba en forma admirable las relaciones de amor y odio entre los hombres y las mujeres.Esto lo hizo en poco más de cuarenta obras que desde Hets-Tormento y Kris- Crisis en 1944, enriqueció como pocos el arte cinematográfico y como a mí, me hizo amar más al buen cine. Por esto y su centenario le he rendido ahora este tributo.
Índice de ilustración
Pág. 42 Evers Joost / Anefo (Octubre 1966) Fotografía tomada de https://commons.wikimedia.org/ wiki/File:Ingmar-Bergman-1966-uncropped.jpg
Pág. 43 Pérez Quiñones, Ricardo / Esculpiendo el Tiempo Blog (2018) Fotografía tomada por http:// johannes-esculpiendoeltiempo.blogspot.com
Pág. 44 Sebastián (2018) Fotografía tomada de https://cineuniversitariodeluruguay.org.uy
Pág. 45 Pérez Quiñones, Ricardo / Esculpiendo el Tiempo Blog (2018) Fotografía tomada por http:// johannes-esculpiendoeltiempo.blogspot.com
Pág. 45 Roberto, Celuloide con alma Blog (Junio 2018) Fotografía tomada de https://celuloideconalma.wordpress.com/2018/06/30/kvinnors-vantan-ingmar-bergman-1952/