Revista ACHE 3

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ACHE Revista de cine y literatur a

Dorian Gray Sargento Margaret HHhH Catfish Pixar Música Campesina Los descendientes The Wonder Years El Árbol de la Vida Hasbún

No. 3

ISSN: 1390-6593


COLABORACIONES Pablo Castrillo @pabolec

Nació en Bilbao en el año 1987. Estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad de Navarra y actualmente cursa el Master of Fine Arts in Screenwriting en Loyola Marymount University. Articulista enredado, teórico práctico, idealista realista, futbolero empedernido, glotón de series, nostálgico incorregible, fotógrafo diletante y adicto al tiempo.

Juan Fernando Andrade

Nacido en Portoviejo en el año 1981, es autor de la novela Hablas Demasiado (Alfaguara), coguionista de la película Pescador dirigida por Sebastián Cordero y baterista de la banda de rock Los Pescados. Sus crónicas periodísticas se publican dentro y fuera del Ecuador. Parte de su trabajo, incluyendo reseñas de películas y libros, lo reúne en su blog La Cultura B.

María Iserte Alfaro

Licenciada en Comunicación Audiovisual en la Universidad de Navarra y Máster en Documental Creativo por la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente trabaja en la asociación solidaria Universitarios por la Ayuda Social. Interesada en la pedagogía cinematográfica y la estética.

Daniel González Acurero @dancronos

Nació en Maracaibo en el año 1974, pero madre es la que cría: Caracas. Profesor de Historia y Literatura Latinoamericana, es apasionado por la literatura, el arte, la música, la pedagogía y la política. Tiene una obsesión por el tiempo y sus representaciones. Bien por la ópera, el rock británico y el montañismo.

Lula Uría @lulauria29

Melómana por naturaleza. Ama las novelas, odia los libros de autoayuda y escribe siete días a la semana. Estudia Comunicación Organizacional en la Universidad San Francisco de Quito. Tiene 20 años y no sabe por qué le apasiona la política.

Antonio Díaz Oliva @matadero5

Nació en Temuco, Chile, en 1985. Artículos suyos han aparecido en El Mercurio (Chile), en la revista Qué Pasa (Chile), La Nación (Argentina) y Rolling Stone (Chile), entre otros medios. Ha publicado dos libros. El último fue la novela La soga de los muertos (Alfaguara, 2011). Este 2012, si el mundo no se acaba, iniciará estudios de posgrado en Estados Unidos.

Isabel Robinson

Estudiante de Comunicación de la Universidad de los Hemisferios (Quito-Ecuador). Fotógrafa profesional del Griffith College de Dublín.

María de los Ángeles Besoaín @Nosoytuchacha

De pequeña contrajo encefalitis y el médico le dijo a su madre que si no se moría, lo más probable es que quedara tonta. Y ahí está, periodista por carácter y preguntona por defecto. Es Máster en Guión y Desarrollo Audiovisual por la Universidad de los Andes (Santiago-Chile).

La Sargento Margaret

Nacida en Barcelona el 1 de enero de 1946, ama de casa, viuda, con dos hijos y cinco nietos. Jubilada. Enfadada. Cabreada.

Gabriela Gonzaga @gabugonzaga

Estudiante de Comunicación Social de las Universidad Técnica Particular de Loja. Escuchó decir que el cine, la literatura y la comunicación no son rentables, así que se prepara para una vida sin opulencia. Usa la tecnología por obligación.

Alberto Chimal @albertochimal

Desde 1970 inventa historias: algunas no las sabe nadie y otras se publican en libros como Siete (2012), El Viajero del Tiempo (2011) o Los esclavos (2009). Su próximo libro es un mundo todavía en formación habitado por criaturas unicelulares que estará listo en un millón de años. Se le puede hallar en Internet en su bitácora Las Historias.

Alejandro Castro @castroalejo

Modelo 87 con falla de fábrica y reciclado muchas veces. Graduado de la Facultad de Gastronomía de la UTE, nunca escribió nada hasta los 21 y desde entonces no puede dejar de hacerlo. Futbolista frustrado, adicto al whisky en las rocas y a la literatura ecuatoriana contemporánea.

Vicente Forte Sillié @vforte

Caracas, 1975. Abogado, escritor, pintor, cineasta y otros enredos existenciales. Proletario y tuitero como mecanismo de defensa. A veces escribe de corrido en su blog Crónicas del Hígado Encebollado.

Óscar Vela Descalzo @oscarvelad

Escritor y abogado ambateño nacido en Quito. Su última novela, Desnuda Oscuridad (Alfaguara 2011) fue la ganadora del Premio Nacional de Literatura Joaquín Gallegos Lara 2011. Es uno de los conductores del programa de radio y televisión Ni Pico Ni Placa, un espacio irreverente de intercambio cultural con énfasis en literatura.

Marcelo De Biase @libretachatarra

Argentino, vive en Buenos Aires y es hincha de Racing. Tiene más de 40 años de fracasos ininterrumpidos y una senda transitada con la convicción de que la mediocridad puede ser una forma de éxito. Creador del blog Libreta Chatarra que supera las 3 mil visitas por semana.

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Vanessa Terán Iturralde @nessateran

Bien nacida en Quito, mal criada en Buenos Aires. Estudió Periodismo en la Universidad Católica Argentina. Fuma y toma pero no baila pegado. Amante acérrima de la Coca-Cola light, la fotografía y los libros. Habitante de la frontera entre literatura y periodismo.

Marcela Ribadeneira @VictoriaJoa

Escritora en construcción. Estudió Dirección Cinematográfica en Roma. Escribe sobre cine en numerosas revistas nacionales y extranjeras y sus relatos han sido publicados por Editorial El Conejo, diario Expreso, revista Replicante, Cultura Colectiva y la antología de cuentos urbanos Microquito I. Actualmente trabaja en Matrioskas, la desvirtualización de su blog.

Norberto José Olivar @EldoctorNo

Aparece en Maracaibo en 1964. El pre y el pos lo hace en la Universidad del Zulia, supuestamente en historia. Aspira a desaparecer en la misma ciudad luego de dejar debida constancia, por escrito, de cuánto la odia. Finalista del premio Rómulo Gallegos 2011 por su novela Cadáver Exquisito (Alfaguara 2010).

Horacio Larsen

Sus padres le heredaron apellido nórdico pero agrega religiosamente las efes finales en cada frase. Realizó estudios en Historia del Arte en Madrid, de donde regresó al Valle de Los Chillos antes de recibir sus cartones. Solo recomienda libros gordos y aburridos.

STAFF

Andrés Cárdenas Matute @a ndrescardenasm

Director

Ana María Pozo de la Torr e

Edición General

María José Rodríguez @lun alunares Camilo Pazmiño

Ilustración

Camilo Pazmiño

Diseño y Diagramación Pablo Jarrín @pablojarrin María Angélica Ordóñez

Coordinación Ideostudio

Diseño Web

@ideostudio

@revistaache

Revista Ache

info@ache.ec http://www.ache.ec

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CONTENIDO 1

HH H

EDITORIAL SECCION TEMATICA: INFANCIA Los personajes-niño como símbolos de época

María Iserte Alfaro

Leer desde la infancia

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Daniel González Acurero

La musiquilla de la infancia

Antonio Díaz Oliva No existe un

qué

infantil

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María de los Ángeles Beso aín

SECCION POST: DECEPCIONES

Una generación desechable

La Sargento Margaret

Rojo y verde equilibrados, el resto qué

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Gabriela Gonzaga

La ligereza como piedra filosofal

Alejandro Castro Pésame para Dorian Gray

la Uría

Lu SECCION FOYER [fwa.je] Música campesina

1820 22 2426 28

Juan Fernando Andrade

HHhH

Óscar Vela Descalzo Los descendientes

Marcelo De Biase

Breakfast at Tiffany’s

Isabel Robinson

Catfish

Vanessa Terán Iturralde vida El árbol de la o ll ri st Ca o Pabl

SECCION EL GARAJE DE HOLDEN

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Variación sobre un tema de Coleridge TUIT: @vforte Broken mirror

Marcela Ribadeneira

TUIT: @ElDoctorNo Heracles La derrota de

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Horacio Larsen


EDITORIAL

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o de as en actos no es patrimoni Esa manía de contar las cos os s. Vinimos en etapas. Teníam películas, novelas o ensayo inario, ir a tientas a través que conocer nuestro mundo ord zar ontrar mentores antes de cru de múltiples llamadas y enc sin cencia es una montaña rusa cualquier umbral. La adoles gecon to en sepia? ¿Punto de circuito. ¿Y la infancia? ¿Fo es el dice que la representación lación? El príncipe Hamlet icine, como el Averno, no man El a. lez ura nat la de ejo esp ila mutación del niño. La adm pula la realidad. Nos refleja ado iles son condiciones de vis ración y la docilidad infant pacficción. Ese es el auténtico para cualquier ambiente de rto. er que lo que se lee es cie to de lectura: la fe de cre a. que se suele denominar crític eso o io juc el ne vie s pué Des pedagogía poética y salva toAristóteles también habla de dad, lto que, tal vez por seguri adu go fue del as tem los dos contacto con la realidad. La quiere evitar a los niños el ee y precisamente por eso pod infancia no dura para siempr la a par la infancia, como lo fue mos hablar de ella. Porque la aíso perdido. De ahí surge Generación del 27, es un par que lee y mira. Todo eso hay decepción del hombre ante lo oentre herramientas y borrad aquí. Además de dar espacio, no garaje de Holden. Material res, a un par de tuits en El s. apto para mayores de doce año

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SECCIÓN TEMÁTICA 2

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Infancia

Los

personajes-nino como

de

simbolos

epoca

Maria Iserte Alfaro

Ellen Key dijo en 1900 que ese siglo sería el de los niños y no iba mal encaminada. El cine fue testigo de ello. Desde su nacimiento hasta nuestros días, el séptimo arte ha reflejado lo que es la infancia para nuestra sociedad. En la sociedad estadounidense de principios del siglo XX, la infancia representaba el ideal progresista de la época. Una esperanza por el mañana que, en los comienzos de la era cinematográfica, se interpretaba por actores adultos como Lillian Gish en el papel de Lucy en Broken Blossoms (D.W. Griffith, 1919). Pero la era del child-star no tardaría en aparecer. Al fin y al cabo, ¿quiénes mejor para interpretar la infancia que los propios niños? Uno de los primeros fue el pequeño Jackie Coogan, co-protagonista de The Kid junto a Charles Chaplin. Tras él, fueron varios los que lograron ser reconocidos como estrellas infantiles: Baby Peggy Montgomery o Mickey Rooney.

madurar. Si lo hacían, los adultos dejarían de ver a los niños como una carga. Eran un entretenimiento e incluso un igual. Y como iguales, recibieron sus derechos en 1930. Claro que llegaron en un momento difícil: la aceptación institucional crecía, pero miles de niños vivían en la más absoluta miseria. La sociedad apaciguaña este sentimiento de culpabilidad enviando a sus niños a otros mundos como el fantástico mundo de Oz (The Wizard of Oz, 1039). Un contexto mágico en el que, al parecer, los niños sabían desenvolverse bien. Ese mundo de fantasía se alargó durante la Segunda Guerra Mundial. Prueba de ello está en que las películas más taquilleras de ese periodo fueron producciones de Disney.

La infancia ya no es el presente más absoluto sobre el que no se reflexiona, sino que el director evoca la infancia desde la melancolía, el lugar al que ya no se volverá. Ese lugar, el hogar, en el que los seres queridos enseñaban cómo vivir.

Con la llegada de la Gran Depresión, los espectadores estaban ansiosos de alegría y optimismo, sentimientos que se personificaron en la figura de la pequeña Shirley Temple. Los papeles que interpretaba, escritos expresamente para ella, representaban a una niña alegre. A menudo, protagonizaba historias de orfandad. ¿Esto quiso decir algo? En una sociedad con un sistema económico poco estable, los niños debían aprender a estar solos. Debían

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También había espacio para un poco de realidad. Muchas películas mostraron el camino hacia la edad adulta. Los niños ya no solo entretenían en la pantalla, sino que evolucionaban frente al espectador. Un ejemplo claro fue el del pequeño Huw Morgan de How Green Was My Valley (Ford, 1945). En este filme, la infancia ya no es el presente más absoluto sobre el que no se reflexiona, sino que el director evoca la infancia desde la melancolía, el lugar al que ya no se volverá. Ese lugar, el hogar, en el que los seres queridos enseñaban cómo vivir. Debieron pensar que si la infancia ya no se puede recuperar, tal vez sería mejor que no existiera. Pero, ¿es esto posible? Sin el hogar, sin una sociedad que


acoja, sin cultura, la infancia no se puede dar. En The Jungle Book (Korda, 1945) el niño solamente crece y evoluciona gracias a su curiosidad innata, pero en solitario.

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Sin embargo, hay algo peor que la no-infancia: la infancia oscura. Tras la Segunda Guerra Mundial, las televisiones entran en los hogares. Más allá del golpe que sufre la industria cinematográfica, está el impacto que tiene este hecho en la sociedad: los niños cada vez tienen más información. Cada vez parecen más adultos. En las películas, los más pequeños ya no hablan sobre el american dream, sino sobre los miedos y traumas que guarda el pueblo. Se representa una sociedad que se siente amenazada, en la era atómica, ante la imposibilidad de la existencia del futuro. Hasta ese momento, los niños habían simbolizado el porvenir de una nación. Si ya no había futuro, ¿qué papel desempeñarían ahora? En 1956, Patty McComack protagonizó The Bad Seed (Mervyn LeRoy). Así, empieza un corriente que tendrá su punto álgido en los años setenta: el niño como un monstruo. Corriente no solamente cinematográfica, sino latente en una sociedad que conocía cada vez más a niños delincuentes y que se debatía sobre la herencia versus el entorno. Vandromme dice que “el mundo de la infancia, tierra de predilección, puede ser el mundo del terror, pero un terror inocente a la vez que grave, porque es considerado como un juego”. Esto se refleja en To Kill a Mockingbird (Mulligan, 1962) e incluso en Mary Poppins (Stevenson, 1964). Son situaciones que se dan en un contexto muy concreto: diferencias cada vez mayores entre ricos y pobres, familias desestructuradas (Kramer vs. Kramer) y la pérdida de valores y de esperanza.

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r e e e L d s de n i a la i c fan

e ida qu e la v a. d s a p s eta terari os son la i贸n li c a c i odem fi c n a e e no p e el de l lesc u o q n d 贸 a e z s a a qu , e cor y l lector a medida en spleon el ancia e l La inf dentifican c de un buen d n s E o i ra. d recurs escrito s o m谩s se n la actitu la literatu l n e de tono: lo reer e Pienso o de c ioso fen贸me os, los lec parado t e c s a p r i conceb cepta aquel cede un cur e y, nosotr ntarlo con a prese rment o, su lector l text nos interio exto y a re e n e gados r el t ambiar za a c s a modifica s. n e i m o c ra mo y somb omenza res, c nos, luces to otros

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¿A qué niño no le fascina que le cuenten historias raras, misteriosas, siempre emocionantes? Está comprobado que los libros de aventuras son los mejores para la iniciación en la lectura. Los niños y adolescentes que creen con sinceridad en lo narrado y se dejan atrapar por la ficción, buscan en ella respuestas a su presente. Si esto es válido para el filósofo en la contemplación de la realidad, también lo es para el lector en las representaciones de la ficción, en esas materializaciones textuales de las experiencias vividas por otros. La actitud del perfecto lector es leer como se lee en la infancia. El primer libro que leí fue Little men de Luisa May Alcott. Todavía me queda la impresión de lo grato del compañerismo en la vida. Después acepté leer The Hobbit de J.R.R. Tolkien. Volverme un tolkiniano convencido fue relativamente rápido. Sin embargo, reflexionar sobre aquello de que todos tenemos poco o mucho de hobbits, siempre remisos a asumir los riesgos de las grandes aventuras, me llevó mucho más tiempo. Intuimos que quizá Tolkien, Tolstoi o Gallegos desarrollaron una nueva sensibilidad interior para interpretar y proyectar lo esencial de lo que les tocó vivir. Esto se da gracias a

que todo gran escritor ha sido antes un apasionado lector. Ha leído desde lo profundo de sí mismo conservando intacta –aunque se peinen canas – la humilde capacidad de asombro. No se trata de proponer la ridiculez sentimental de leer como quien padece un complejo de Peter Pan o como el que repite la historia de Madame Bovary. Ambos personajes se negaron a aceptar su presente. Tampoco se trata de una mitificación de la infancia en el peor estilo romántico ilustrado de un Jean Jacques Rousseau. Un niño asume su presente, pero lo enfrenta visto en diagonal. Siempre busca lo lúdico, lo festivo, aquello que sin importar su pequeñez se convierta en digno de ser celebrado. Puede que no sepa distinguir entre lo que le hace daño y lo que le beneficia, pero con sus preguntas, busca sin miramientos lo verdadero de las cosas, los porqués, las razones. Más allá de todo, un niño posee una capacidad de asombro ante el misterio y la aventura que vale la pena rescatar al momento de iniciar una buena lectura. Las consecuencias serán totalmente inesperadas. De hecho, algo así le dijo Gandalf a Bilbo al inicio de aquel memorable viaje más allá de las Montañas Nubladas.

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La

musiquilla de la infancia

Antonio Diaz oliva

-1Hace unas semanas hice un ejercicio: bajé tres capítulos de The Wonder Years o Los años maravillosos, esa serie estadounidense que corrió desde 1988 hasta 1993, pero que en Chile – y me imagino que en otros países de América Latina – se presentó a inicios de los años noventa. Una de las pocas cosas que recuerdo es la voz del narrador: la voz de Kevin Arnold, el personaje interpretado por Fred Savage, que nos contaba la vida y los tiempos de una familia prototipo gringa en uno de esos clásicos suburbios à la John Cheever. Así, más allá del intento por plasmar el zeitgeist de la década de los sesenta y setenta (esos

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años que cambiaron la humanidad), lo que más quedaba era la voz en off que narraba todo, esa voz que acompañaba al televidente. Porque la voz de Arnold poseía una mezcla extraña: era cálida, sí, pero a la vez ingenua y extremadamente melancólica. Y tal vez nunca he presenciado algo similar: esa sensación de estar viendo una serie profundamente personal y, aún más importante, en primera persona.

-2“Años después pasaron muchas otras cosas, todos nos fuimos ensuciando un poco”. Leo eso en Los días más felices del boliviano Rodrigo Hasbún, presentado por la editorial Duomo. Los días más felices es un libro de relatos que, aunque podría


ser perfectamente una novela fragmentada, tiene una voz similar a la de Kevin Arnold. Los días más felices, basta ver el título, tiene mucho en común con Los años maravillosos. Son historias sobre escolares que están por finalizar una etapa y empezar otra. Historias que, después de leerlo, me trajeron el recuerdo de lo mejor y lo peor de la pubertad: esa suerte de vacío existencial que surge entre los 14, 15 y 16 años. Las bromas de los compañeros en el colegio, las peleas, las primeras borracheras, la masturbación, las mujeres, los paseos de curso, las soporíferas clases y el futuro como algo borroso y vertiginoso y lejano y cercano a la vez. Así lo pone uno de los personajes de Los días más felices que, ya vaticinando el cambio que se viene en su vida, reflexiona: “La cuestión es que pronto empezaría a estudiar, lo que quiere decir que eran mis últimas semanas en la ciudad, mis últimas semanas en casa. Me había prometido volver siempre, por lo menos una vez al mes, pero sabía también que no hay nada más fácil de romper que las promesas”.

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talgia que Kevin Arnold exudaba en sus narraciones era contagiosa. Acaso demasiado contagiosa porque a muchos se nos pegó esa forma de ver/sentir la vida.

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-4“¿Son, fueron, los días más felices?” se lee en la contraportada del libro de Hasbún. “Crecer sucede en un latido. Un día estás en pañales, al día siguiente te vas. Pero los recuerdos de la niñez permanecen contigo todo el camino. Recuerdo un lugar, un suburbio, una casa, una casa como muchas casas, un patio como muchos patios, y una calle como muchas otras calles. Pero lo curioso es que, después de todos estos años, aún lo recuerdo, maravillado”. Esa es la última frase del último capítulo de The Wonder Years. Rodrigo Hasbún, de alguna forma, rescata el mismo tono, la misma sensación que hay en la serie estadounidense; pero mientras en el libro del autor boliviano la nostalgia tiene un sabor agridulce (algo así como “no todo tiempo pasado fue mejor, pero igual siempre volvemos al pasado”), el show norteamericano es un elogio de la infancia y del pasado (o sea, “todo tiempo pasado fue mejor”). De todas maneras, la serie (o especialmente el final de la serie) como los cuentos de Los días más felices nos recuerdan un mismo peligro. El peligro que esa voz representa, esa musiquilla interior que todos tenemos: una voz demasiado melancólica. El peligro, acaso, es caer y empantanarse en esa sensación. Empantanarse en la nostalgia. Porque tal vez lo mejor, tal como lo dice uno de los personajes de Los días más felices, es simplemente resignarse: “Son días valiosos, no van a durar para siempre. Son días valiosos precisamente porque no van a durar para siempre”.

Tal vez junto con Twin Peaks, es una de las series que se adelantó a la televisión de calidad, ese término que se usa para hablar de la era HBO (“It’s not TV, it’s HBO”) y de shows como Six Feet Under, Los Soprano y The Wire. La clave es que The Wonder Years – para los que teníamos la misma edad del protagonista o estábamos a punto de llegar – instauró en nuestras cabezas una forma de ver la vida.

Es curioso cómo The Wonder Years sigue siendo recordada. Para muchos, tal vez junto con Twin Peaks, es una de las series que se adelantó a la televisión de calidad, ese término que se usa para hablar de la era HBO (“It’s not TV, it’s HBO”) y de shows como Six Feet Under, Los Soprano y The Wire. La clave es que The Wonder Years – para los que teníamos la misma edad del protagonista o estábamos a punto de llegar – instauró en nuestras cabezas una forma de ver la vida. O una forma de intentar narrar la vida. La serie no era más que una apología de la nostalgia, de una nostalgia sobre un tiempo que no vivimos, de sucesos de una sociedad – la estadounidense – que poco tenía que ver con lo que estaba pasando en nuestros países (aquellos que poco a poco iban saliendo de dictaduras). Pero esa nos-

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No existe un qué infantil

Maria de los Angeles Besoain

No puedo obviar mi generación: esa en la que los cassettes se rebobinaban con bolígrafo, en la que aún existía el disquete, en la que estrenamos el Gameboy y el Tamagotchi y en la que experimentamos los primeros pasos de la evolución del cine infantil. Sí, hasta el cine para niños ha tenido su propia transformación. Al principio tenía un aire maniqueo: los buenos contra los malos. Sin matices. ¿Quién no se acuerda de la bella y dulce Blancanieves? ¿O de la malvada y despiadada Reina? Fueron los primeros pasos de las historias para niños: simples, fáciles de digerir, con una trama argumentativa única. Pero, como en todo, los espectadores empezamos a exigir más: mejor calidad, mejores personajes, tramas más complejas y entretenidas. En Toy Story es realmente notable cómo está construido el personaje de Woody: un líder positivo que lo tiene todo bajo control, que sabe cómo relacionarse con sus pares juguetes para que haya una buena convivencia y que además es el muñeco favorito de Andy, el dueño de toda la tropa. Sin embargo, apenas se le presenta un obstáculo, el personaje Buzz Lightyear, Woddy da un giro de 180 grados y se convierte en un rácano egoísta que está dispuesto a deshacerse del primer juguete que ponga en peligro su estabilidad. Muy lejos de Blancanieves que no mataría ni una mosca y de las historias en donde los personajes no toman las decisiones para hacer que la trama se mueva. La empatía que puede generarse desde el público hacia los personajes se hará desde la identificación. Nadie es tan bueno como Blancanieves ni tan malo como su madrastra. En general, la gente es más como Woody.

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Está claro que las buenas historias las hacen los grandes personajes y sus decisiones. Lo dijo Aristóteles en su Poética: no importa de qué se habla a la hora de contar una historia, sino cómo se cuenta esta historia. Se pueden tratar todos los temas siempre que se muestre cómo se puede vivir. Al final los temas siempre son los mismos: la verdad, la justicia, el honor, la amistad, las relaciones familiares, el origen de nuestra existencia, etc. Basta con leer Hamlet y ver El Rey León para darse cuenta de que ambas obras hablan de lo mismo, pero en diferentes códigos y formatos. Si pasamos Hamlet a un niño de 5 años, devolverá el clásico literario lleno de dibujos. En cambio, si a un adulto le enseñamos El Rey León, acabará llorando con la muerte de Mufasa. Quien

no lo haya hecho en su momento la primera piedra. El Rey León tra que a los niños también se de hablar de la muerte y de la

que tire nos muesles pueorfandad.

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En televisión cada vez se trata más a los niños como a tontos y no hay nada peor. Acabará pensando que es tonto. Hay un miedo desmedido a que los niños sufran hoy en día, a que no sepan ciertos temas y tantas otras paranoias de las que sufren los padres por haber recibido una mala educación o por esa necesidad de proyectar los miedos propios en sus hijos. Lo que importa es el cómo; el qué lo acabarán averiguando de todas formas. “Creo que el secreto de Pixar ha sido una mezcla entre suerte y determinación. Determinación por tratar a nuestro público como seres inteligentes, tengan la edad que tengan”, dijo John Lasseter, director creativo de los Estudios Pixar, acerca del éxito de la compañía. Ellos se dan el trabajo de tratar cualquier tema en un lenguaje que los niños puedan digerir y deleitarse al mismo tiempo. Los personajes no son títeres puestos a disposición del escritor para manipularlos como se les venga en gana, sino que ellos mismos nos emocionan y nos impactan a través de las decisiones que toman a lo largo del relato. Nos enseñan cómo vale la pena vivir. Carl, el anciano de la película Up, se nos presenta como un viejo cascarrabias incapaz de encariñarse con perros, niños o cualquier otro animalote vivo. Pero tiene el noble deseo de cumplir la promesa que, alguna vez, hizo con su difunta esposa: viajar a Cataratas del Paraíso. Y aunque al final Carl no logra su objetivo (o eso él piensa), sí consigue aquello que fue decidiendo a lo largo del filme. Up toca temas que nosotros pensaríamos muy elevados para niños: la muerte, la infertilidad, la orfandad, la vejez. Los niños logran captar esos temas y recibirlos de manera muy natural. Siempre que se respeten los cómos infantiles vamos a poderles hablar de casi cualquier qué. No puedo dejar de criticar esos programas y películas que pretenden convencer a las generaciones que le siguen a la mía que deben conformarse con tomar las historias a la ligera. Con soluciones simplistas y carentes de razón. Nos han metido en la cabeza que la comida, para ser saludable, debe ser light. Prefiero que nos den el beneplácito de disfrutar una suculenta historia con la mayor cantidad de contenido posible, para que desde pequeños podamos llenarnos el alma de profundidad y sentido. Esa es la educación que más importa.

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POST 10

Decepciones

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generación desechable Una

La Sargento Margaret

En el número de enero de la revista americana Vanity Fair se incluye un interesante artículo titulado “You Say You Want a Devolution?”. En él, su autor, Kurt Andersen, viene a decir que en América, durante los últimos cien años, el panorama cultural cambiaba drásticamente cada dos décadas. Sin embargo, y a pesar de los grandes avances tecnológicos y científicos de los últimos veinte años, el cambio que ahora tocaba no se ha producido: se repiten los mismos esquemas culturales del pasado. La cultura americana no avanza. Pone Andersen diferentes ejemplos sobre cine, literatura, arquitectura y música que demuestran su tesis. Excepto por ciertos detalles (no había Google, ni e-mail, ni teléfonos móviles), la buena ficción de hace 20 años (Generation X de Douglas Coupland, Snow Crash de Neal Stephenson y Time’s Arrow de Martin Amis, por poner tres ejemplos) no parece hoy anticuada, y la sensibilidad y el estilo de los libros que escribió Joan Didion parece de 2012. Este artículo me ha llevado automáticamente a pensar en lo que está ocurriendo en España y me he dado cuenta de que aquí pasa exactamente lo mismo. ¿Cómo se llaman los nuevos escritores que han jubilado a Javier Marías, Pérez Reverte y Vila-Matas? No me hagan citar nombres. Mejor lo dejamos. ¿Por qué nuestro país no ha sido capaz de producir una nueva generación de artistas de calidad? Es que para producir una obra artística de calidad hace falta esfuerzo. El arte necesita más transpiración que inspiración. Los chicos que hoy deberían estar generando esas novelas, cuadros y películas que jubilasen a la generación anterior, son los que ahora tienen entre treinta y cuarenta años. Esos muchachos fueron educados entre finales de los años setenta y principios de los ochenta. En esa época, nuestros héroes vivieron sus primeros siete años de vida, los fundamentales para forjar el carácter de la persona humana. ¿Cómo era la sociedad española de aquella época en lo referente a la educación? Se acababa de salir de la dictadura y todo era libertad y modernidad. Valores como la disciplina, la autoridad, el respeto y el esfuerzo estaban de capa caída, eran desechados como propios de tiempos pasados. Si el niño no quería terminarse la sopa: “no pasa nada, está ejerciendo su libertad”. Si el niño hacía algo malo: “no lo castigues, eso es propio de autoritarios y dictadores”. Si el niño suspendía en el colegio: “no le grites, no vaya a ser que se traumatice”. Si el niño pintaba con ceras toda la pared del cuarto de estar: “no lo riñas, el niño se está expresando. Lo mismo nos sale artista”. En el colegio, acorde con los tiempos, estos chicos disfrutaron de la peor ley de educación de toda la historia: la LOGSE (Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo). Acuérdense: el profesor es el amigo del alumno, no se repite curso,

Javier Marías contaba en Babelia cómo siendo joven se encerró dos años en un piso de Barcelona para traducir el Tristram Shandy. ¿Se imaginan a estos jóvenes escritores haciendo hoy lo mismo? Yo no. El síndrome de abstinencia cibernético los mataría. ¿Sin Twitter? ¿Sin blogs? ¿Sin facebook? Pobres. Además: cuánto trabajo.

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11 no hay suspensos, no hay castigos, no hay tarea para casa, etc. Hemos educado una generación de chicos sin carácter y sin capacidad de esfuerzo. Nuestros jóvenes escritores, para no trabajar mucho – y siguiendo la estela de aquella boutade que decía que la novela había muerto – se han inventado eso de la nueva narrativa. Lo más difícil de escribir una novela tiene que ver, además de con el estilo, con los personajes y con el argumento. Se ahorran dificultades sacándose de la manga que la novela clásica ya está superada, que ya está todo escrito. Por lo tanto hay que hacer un nuevo tipo de novela, algo actual. Y lo hacen, que conste, para salvar a la novela. Para más inri. Según ellos, la novela que se escriba hoy solo debe incluir reflexiones e ideas. Es decir: todo lo difícil lo eliminamos porque nacimos cansados. Hace un tiempo Javier Marías contaba en Babelia cómo siendo joven se encerró dos años en un piso de Barcelona para traducir el Tristram Shandy. ¿Se imaginan a estos jóvenes escritores haciendo hoy lo mismo? Yo no. El síndrome de abstinencia cibernético los mataría. ¿Sin Twitter? ¿Sin blogs? ¿Sin facebook? Pobres. Además: cuánto trabajo. Hace unas semanas, Carlos Gonzalez Peón, artífice del blog La Medicina de Tongoy, nos contaba que iba a cerrar su bitácora. Este sitio se había convertido, en solo un año, (y gracias a la dejadez y mala calidad de los suplementos culturales de prensa escrita) en el punto de reunión para los aficionados a la literatura joven. La Medicina de Tongoy tenía todo lo que muchos medios escritos hubieran deseado: gran cantidad de visitantes y de comentarios. Además allí se debatía con inteligencia y algunas veces con conocimiento sobre libros. Carlos lo deja porque está harto de leer malas novelas, porque ve que pierde el tiempo tragando basura. Porque ha comprobado que no hay salvación para la joven literatura en nuestra lengua. Carlos va a dedicar sus días a leer buenos libros. Lógico. La vida es corta y Balzac escribió 95 novelas. Voy a aprovechar que esta generación es desechable para dedicar los próximos diez años a leer todo lo que me falta de los buenos escritores de verdad. En 2022, si sigo con vida, volveré a mirar la lista de novedades.

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Existe una película que llena de magia a todo aquel que la ve. Director reconocido, cinco nominaciones al Oscar, ejemplo de rentabilidad en el cine de autor y un juego de colores increíble. Si no hubiera sido por los colores, no la hubiera terminado de ver. El único resultado fue decepción. Me decepciona no sentir lo que siente el resto de las personas. Me decepciona que el personaje sea tan irreal y falso que de vez en cuando sienta que raye en un melodrama tremendo. Me decepciona comentarla y recibir a cambio carajazos y reproches. Me decepciona, pero no puedo hacer nada. Lamentable. Soy amante de las buenas historias y son estas las que construyen una película. La trama es la trama. Y justamente ahí yace mi rechazo: no concibo la idea de encontrar a una mujer que se dedique a solucionar el destino de los demás cuando tiene uno propio que arreglar. ¿Quién no ha jugado a ser superhéroe? Ella no me transmite esa dulzura e ingenuidad de la que todos hablan. Aunque no es mojigata, no tengo empatía con la forzada expresión de ternura de su rostro. Aunque realiza las buenas acciones a espaldas de sus vecinos, se trata de

un arma de doble filo: existe una escena en la que se imagina una nota televisiva en la que, a su muerte, se la ubica en el papel de Gandhi. Busca reconocimiento. No lo dice, pero lo siente. En esta película me atraen los múltiples movimientos de cámara, los travelling que dan un toque de especificación a los personajes, los planos grúa que totalizan el panorama, los planos detalles y el juego de planos. Me atraen los efectos visuales que el director muestra: como el corazón palpitando o la llave en su bolsillo. Me atraen los colores intensos que tienen un significado, me atrae la iluminación, me atrae el equilibrio de las escenas que colocan de manera tan adecuada los elementos rojos y verdes. Me atrae, sobre todo, la banda sonora. Es curioso lo que me sucede con esta película. Pese a considerarla un trabajo magnífico desde el punto de vista técnico, me decepciona la falsedad de ella y el trabajo forzoso por querer que todo lo que gira a su alrededor sea feliz. Todo necesita cierto equilibrio. Tengo que reconocer que no estaría nada mal tener a alguien facilitándome la vida. No estaría mal tener de vez en cuando a una Amélie.

Me decepciona no sentir lo que siente el resto de las personas. Me decepciona que el personaje sea tan irreal y falso que de vez en cuando sienta que raye en un melodrama tremendo. Me decepciona comentarla y recibir a cambio carajazos y reproches. Me decepciona, pero no puedo hacer nada. Lamentable.

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ligereza como La

Alejandro Castro

piedra filosofal

Los libros de Paulo Coelho han sido traducidos a 56 idiomas, lo que lo convierte en el autor más traducido del mundo. Ha sido publicado en 150 países, una cantidad bastante cuantiosa considerando que lo que vende son libros y no películas de Hollywood. Además, el escritor brasileño cuenta con más de 54 millones de libros vendidos, una cifra comparable con las ventas mundiales de artistas de la talla de The Police, Black Eyed Peas, Robbie Williams, RHCP, Linkin Park, Coldplay o Michael Bolton. En pocas palabras, Coelho es una apuesta segura cuando de ventas se trata. Teniendo en cuenta que lo más escuchado a nivel mundial es Lady Gaga, lo más comido son las frituras, y lo más descargado del Internet es la pornografía, se puede decir que ser un referente en ventas no es sinónimo de calidad. Coelho no es la excepción. Publica casi un libro por año, lo que nos dice algo acerca de él: o tenemos a uno de los genios de la literatura actual o alguien encontró la piedra filosofal de las ventas. Todos hemos escuchado títulos como ¿Quién se ha llevado mi queso?, La culpa

es de la vaca, Chocolate caliente para el alma, Padre Rico, Padre Pobre, etc. Tal vez, los hemos leído en alguna ocasión. La auto-ayuda como terapia barata se lleva gran parte del mercado mundial en venta de libros. La literatura del brasileño se basa en un pilar de auto-ayuda, ya sea este la búsqueda de un objeto preciado o el emprendimiento de un viaje mágico. La mayoría de personas en el mundo obedece a una fe que les indica que la vida tiene un propósito y que con el paso del tiempo lo irán descubriendo. El autor de El Alquimista se aprovecha de manera inteligente de los motivos a los que responde la psicología humana. Así, les muestra una respuesta metafórica, entre verdadera y ficticia, que a pesar de su ambigüedad da siempre como resultado una respuesta satisfactoria a las necesidades del lector. Jorge Martí dice:

Teniendo en cuenta que lo más escuchado a nivel mundial es Lady Gaga, lo más comido son las frituras, y lo más descargado del Internet es la pornografía, se puede decir que ser un referente en ventas no es sinónimo de calidad.

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“Mejor que leer a Coelho es no leer nada en absoluto”. Estoy en desacuerdo, puesto que es más beneficioso que un niño lea El Peregrino a que se encuentre frente a un episodio de Jershey Shore, Mi Recinto o Vamos con todo. De hecho, leer un libro de Paulo Coelho es mejor que estar tras un televisor, aunque tenga 300 canales. Sin embargo, tampoco es una excusa para leerlo. Sus personajes tienen de creíbles lo que el Dr. Lecter, de misericordioso. La complejidad en su narrativa es un

término que no existe. Su prosa es fácil de entender y digerir. A Coelho se lo lee sin ningún problema a pesar de tener al lado a 10 gritones obreros, cada uno con su respectivo martillo neumático. En resumen, la obra del “guerrero de la luz” no es más que fast-food para el cerebro. Y los efectos de la comida chatarra están más que demostrados. Usted decide.

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4 Lula Uria

Pesame para Dorian Gray

“Quienes profundizan, sin contentarse con la superficie, se exponen a las consecuencias”. Oscar Wilde

El cine va más allá del entretenimiento. Posiblemente vemos el cine como la excusa perfecta para apartarnos de la monotonía. Sin embargo, no basta con pagar una entrada y conformarse con películas superficiales que no buscan la reflexión del espectador. El Retrato de Dorian Gray, dirigido por Oliver Parker, llegó a Ecuador tres años después de su estreno en el Reino Unido. Título muy conocido debido a la obra de Oscar Wilde, la trama gira en torno a Dorian Gray (Ben Barnes), un joven aristócrata que llega a Londres tras heredar una gran fortuna. En esta ciudad conoce a Lord Henry Wotton (Collin Firth) que, a través de una muy elaborada retórica, corrompe a Gray. El punto clave de la historia se da cuando Gray es retratado: entonces su figura en el cuadro envejece mientras él permanece eternamente joven. La película es una versión libre de la obra de Wilde y no profundiza ningún argumento central de la historia. Es inútil compararlas. La novela gira en torno a la belleza, la

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moral y el hedonismo, aspectos que la película trata muy vagamente. En cuanto a la belleza, la película incluye una serie de diálogos forzados que afirman la hermosura del personaje principal. El retrato de Gray se convierte en el mejor aliado del director para que los personajes, al ver la obra de arte, hablen de la juventud y el anhelo de regresar a esa época de ausencia de complicaciones. Poco a poco este tema desaparece y es reemplazado por un hedonismo radical que da lugar a un ambiente de inmoralidad. El hedonismo radical consiste en satisfacer todos los placeres físicos y derribar cualquier obstáculo que impida lograr este objetivo. En la historia, Lord Henry Wotton es quien presta la voz a este discurso: se debe


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gozar de la juventud y de la belleza, se debe experimentar todo tipo de sensaciones y se debe ignorar cualquier obstáculo moral. El hedonismo desencadena todo el conflicto en la película. Sin embargo, la película no da espacio para que exista un receptor activo o múltiples lecturas: aparecen una serie de escenas sexuales que destruyen la imaginación. Se cae en el discurso comercial. Peca de absurdo, con más vulgaridad que arte. En el desenlace de la película, Dorian Gray se enamora rápidamente de Emily Wotton, (Rebecca Hall), hija de Lord Henry Wotton. Se desconoce el motivo por el que Gray se enamora, pero esto lleva a que Gray súbitamente se arrepienta de las atrocidades que ha cometido. En menos de cinco minutos Lord Henry Wotton descubre la verdad sobre el retrato y evita que la joven pareja viaje para comenzar una vida juntos. Muere Dorian. Muere el retrato. Emily rechaza a su padre. Es una película que deja a un lado el sentido reflexivo que Wilde propone en su novela. Se opta por una adaptación que no exige la participación del espectador. No toda película basada en un clásico es digna de felicitar.

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FOYER

[fwa.je]

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Juan Fernando Andrade

Una de las películas más latinoamericanas que he visto últimamente se hizo en Nashville, en el centro del estado de Tennessee, una de las ciudades más norteamericanas jamás inventadas. Se llama Música Campesina. Es la historia de Alejandro Tazo, Tazo like the tea, un chileno que viaja a los Estados Unidos para seguir a su novia. Estando allá, supuestamente instalado, rompe con ella porque no la soporta. La que conoció en Chile, al parecer, era otra persona. Se queda a la deriva. Tazo no habla muy bien inglés, pero es fan de la música country y toca la guitarra. Se le ocurre viajar en bus a Nashville con la esperanza – ingenua pero sincera – de que algo así como el espíritu de Jhonny Cash lo guardará y lo protegerá de todo mal. Así pasa. Uno sospecha que llegar a una gran ciudad es como comprarse un seguro de vida, pero cuando pone los pies en la calle está igual de perdido que antes o más. Tazo no quiere volver a Chile. No quiere volver porque volver sería fracasar y es mejor fracasar lejos de casa: nadie te conoce, nadie sabe que estabas mejor en tu país. Entonces vaga sin un rumbo fijo, medio on the road sin tanto camino, medio missing sin tanta desgracia. Lo que le pasa también le pasa a un montón de gente, pero claro, él siente que su caso es el más grave porque es el único caso que en verdad conoce. Llegar a un lugar que parecía perfecto y no encajar es peor que nunca haber llegado. Tazo se compra las botas, se

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deja las patillas, se hace los tatuajes, pero nada. Sigue pareciéndose más a sí mismo que a los que preferiría parecerse. Está solo pero, por suerte, no está aburrido. De alguna manera, todo lo que hace le parece nuevo y distinto. Dormir puede ser un riesgo si aquello sucede en un hotel de segunda, donde un universitario con la cara trizada por el acné está dispuesto a pagarle para que se acueste con él. Caminar por el parterre de una autopista, arrastrando una maleta como un personaje de Atari desempleado, puede ser todo un viaje si el destino es anywhere. Comer sánduches y sólo sánduches puede ser delicioso, pero, ya en serio, ¿cuántos sánduches con papas fritas te puedes comer antes de sentir náuseas y quebrarte? Quizás los latinoamericanos somos más latinoamericanos cuando estamos lejos. Quizás solo estando lejos y teniendo algo que extrañar nos sentimos latinoamericanos del todo. Al final Alejandro Tazo se sube a un escenario y canta. Canta en español, y en esa canción está su país entero o todo lo que extraña de él. I’m from Chile, dice, the south, the real south. El sur de verdad. Pero Tazo no mira hacia abajo, mira hacia arriba.

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Oscar Vela Descalzo

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21 Detrás de este curioso título se encuentran las siglas de la frase en alemán “Himmlers Hirn heisst Heydrich” que quiere decir “el cerebro de Himmler se llama Heydrich”. Esta obra, ganadora del Premio Goncourt a la mejor primera novela del 2011 y una de las grandes sorpresas literarias, relata el extraordinario episodio de la Segunda Guerra Mundial denominado Operación Antropoide cuyo objetivo era el asesinato de Reynhard Heydrich, jefe de la Gestapo y mentalizador de la masiva exterminación judía durante el conflicto. HHhH llegó a mis manos después de leer una crónica de Mario Vargas Llosa en El País. El premio nobel la catalogaba como una de las mejores novelas que había leído en el año. Y la verdad es que esta obra sorprende y apasiona. En efecto, el relato atrapa desde el inicio cuando presenta los pormenores que rodearon el atentado contra Heydrich, fallido en un principio, pero que concluyó con su muerte, horas más tarde, a consecuencia de las heridas provocadas durante la misión. Desde la planificación en la Dirección de Operaciones Especiales de Churchill, pasando por la ascendente carrera de Heydrich cimentada en la altísima opinión que tenía Hitler

de él, HHhH es un viaje desenfrenado alrededor de un momento cumbre de la historia mundial: la alerta sobre la barbarie alemana y la posterior caída de Hitler. El relato surca las turbulentas aguas de la corriente nazi que se expandía por Europa, y recala en remansos sobre la vida del checo Jan Kubiš y el eslovaco Jozef Gabčík, autores del atentado. HHhH sorprende, además, por su técnica narrativa: intercala el quehacer del autor con la investigación de documentos históricos, los hallazgos insospechados y la revelación de sucesos anecdóticos que, en parte por jugarretas del destino y en parte por su propia obstinación, permitieron que Laurent Binet termine con éxito esta gran novela. El relato es verdaderamente apasionante y, a través de una fina hendidura en el tiempo, nos permite observar las imágenes más perversas de la Segunda Guerra Mundial: el delirio de Hitler y los altos funcionarios nazis, el honor y la valentía de los soldados que estuvieron destinados a efectuar el atentado, a sabiendas de que las probabilidades de salir con vida eran escasas. HHhH refleja lo desgarradora que puede ser la realidad cuando se la priva de la ficción.

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Los

descendientes

3 Marcelo De Biase

Hay gente que ayuda cuando no está. Eso parece que pasa con Elizabeth King, en coma al principio de Los descendientes. Su esposo Matt anhela su despertar para reconstituir los restos de un hogar destrozado. No sabe cómo cuidar a sus dos hijas, una adolescente y una niña. Matt, marido y padre ausente, ignora cómo salir adelante. No sabe quiénes son sus hijas ni cómo cumplir con ese rol paterno que ha desatendido. La última escena nos muestra al padre y a sus dos hijas, juntos, mirando televisión. Mucho ha pasado en el medio (además de una película). Han sobrevivido, han añadido un eslabón más a la cadena de los descendientes de los King y han sostenido su lugar en Hawaii, el paraíso heredado del que, ahora sí, no quieren desprenderse. Los descendientes tiene el tono irónico y patético de las películas de Alexander Payne. Matt, su personaje, conmueve en su torpe intento de recuperar el matrimonio que había perdido antes del accidente. Torpe y vano. Porque hay cosas que no pueden recomponerse. Y el matrimonio de King estaba muerto aunque sus signos vitales dijeran otra cosa. Un último trazo pinta el extravío de Elizabeth: el amante por el que hubiera dado todo y que es incapaz de despedirla en su lecho de muerte. Allí entendemos que lloran por Elizabeth aquellos por los que ella no hubiera llorado. La elección de los protagonistas fundamentales de nuestra vida suele tener esos yerros fatales que nos dejan desconectados. Con un mínimo aliento, completamente solos sobre la cama donde moriremos. Hay una muda resignación del personaje central que atraviesa varias etapas: la culpa, el enojo, la mansedumbre y, finalmente, la tristeza del adiós. Sus últimas palabras (“Mi amiga. Mi dolor. Mi alegría”) constituyen la exacta descripción de lo que significó esa mujer en su vida: el gozo y la pena simultánea. Hay una triste aceptación final que flota en la trama: su muerte es necesaria para unir a Matt con sus hijas, su descendencia. Ella fue la piedra en el zapato, la disconforme nena de papá, subestimando su familia del mismo modo en que su propio padre, el abuelo, subestima a yerno y nietas. Su ida aclarará las cosas, acomodará, finalmente, las piezas sobre el tablero.

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Breakfast at Tiffany’s

Isabel Robinson

En Breakfast at Tiffany’s, película ambientada en el Nueva York de 1960, cobra vida uno de los personajes más complejos de la historia de la literatura: Holly Golightly. Forma parte de un mundo neoyorquino donde la clase alta siempre viste elegante, goza de una vida sofisticada, es amable con todos y tiene la capacidad de convencerse de que sus mentiras son reales. Vive sin reglas, está llena de ambiciones superfluas y no se compromete con nadie. Carece de un sentido de pertenencia y no quiere dejar raíces a su paso. Es una mujer solitaria y no crea grandes vínculos. Desde la adolescencia vivió fuera de su casa pero nunca quedó satisfecha. A los catorce años se casó con un hombre viudo, mucho mayor que ella,

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y se vio obligada a adoptar el papel de madre de unos niños que podrían haber sido sus hermanos. Se dio cuenta de que ese no era su lugar y sin complicarse los abandonó. Durante toda la película tiene una lucha interna: la búsqueda de definir a dónde ir y cómo ser feliz. Paradójicamente, el único lugar en el que se siente en casa es en Tiffany’s, la famosa joyería neoyorquina: “Los días rojos son terribles y en esos momentos lo único que me viene bien es ir a Tiffany’s porque nada malo me ocurre allí”. En ese lugar de paso, Holly siente que forma parte de algo. Breakfast at Tiffany’s es una adaptación de la novela de Truman Capote. En la película, a pesar de los continuos cambios de carácter de Holly que podrían dar lugar a un personaje poco consistente, existe un recurso que está presente en diferentes escenas y sirve como hilo conductor: la canción

Moon River. Originalmente compuesta por Frank Sinatra y adaptada para esta película por Henri Mancini y Johnny Mercer, Moon River funciona como un telón de fondo que marca aquellas escenas que son importantes para entender al personaje. Por ejemplo, en el inicio de la película, Holly baja de un taxi en un Nueva York completamente desolado, después de una noche de fiesta, y con una taza de café mira por la ventana de Tiffany’s. O cuando Holly, sentada en la ventana de su apartamento, sin maquillaje, sin gafas y vestida de manera sencilla, canta con su guitarra algunas estrofas de la canción. Existen diferencias sustanciales entre la novela de Truman Capote y la adaptación cinematográfica de Blake Edwards que llevan a interpretaciones completamente distintas. En la novela, el personaje de Holly es descrito por Paul Varjak, su vecino, como una mujer egoísta, imponente, autosuficiente, coqueta, espontánea y manipuladora, especialmen-

te con los hombres. Ejer- 25 ce tanto poder sobre Paul que convierte el amor en una pulsión obsesiva. Muy diferente de la Holly representada por Audrey Hepburn que lleva al espectador a desear que ambos al final estén juntos. El personaje de Capote termina convirtiéndose en un personaje anónimo cuyo destino desconocemos. Paul Varjak se dedica a buscar señales de ella solo para terminar convencido de que Holly debe haber encontrado otro Tiffany’s en alguna parte del mundo. El final de la película, en cambio, nos deja una sensación de felicidad: Holly decide permanecer en Nueva York para quedarse con Paul. En medio de un mundo en donde el ser humano busca con angustia un lugar de pertenencia, un final feliz es un bálsamo. ¿Por qué este final alienta al espectador? ¿Le da esperanza de que su historia pueda terminar bien? Para ver finales así, incompletos, tenemos la vida real. Tal vez esta sea la importancia de un happy end.

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Catfish

Vanessa Terán Iturralde

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Si The Social Network es la película que cuenta la historia del creador de Facebook, Catfish es el documental que revela las consecuencias de ese invento y cómo está tergiversando la forma natural de conocernos, citarnos y enamorarnos.


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Hace cuatro años conocí a un chico por Facebook. Un día me llegó su friend request. Husmeé todas sus fotos de perfil, me pareció guapo, escribía bien. Acepté. Un año después, nos pusimos de novios y tuvimos una relación genial que duró dos años. Cuando la gente nos preguntaba cómo nos conocimos, respondíamos con risas y algo de vergüenza. Mis amigas me jodían todo el tiempo: amor virtual, amor virtual. Luego de ver Catfish, supe que tuve suerte. Al menos, más suerte de la que tuvo Nev. Nev es fotógrafo y vive en Nueva York. Un buen día recibe una pintura de una bailarina basada en una de sus fotos. La artista es Abby Pierce, una niña prodigio que vive en Michigan y a los ocho años pinta cuadros increíbles. Este es el puntapié para que Nev y Abby entablen una amistad vía Facebook. Nev le manda fotos a Abby, Abby pinta cuadros y se los manda a Nev. Todo muy lindo. Lentamente, la red de contactos se va extendiendo hasta incluir a toda la familia de Abby: su mamá, su papá, su hermano y su media hermana. Según sus fotos de perfil una rubia estupenda, bailarina y cantante, llamada Meagan. El hermano de Nev, el cineasta Ariel, se interesa en la historia y empieza a filmar la relación sentimental creciente que se va dando entre Megan y Nev: llamadas eternas a todas horas del día y chats permanentes en los que ella le canta canciones a su enamoradísimo interlocutor. Siempre en el aire, la misma pregunta: ¿cuándo nos vamos a conocer? Lentamente se empieza a caer la máscara. Nev descubre una serie de mentiras que Megan le ha dicho. Su primer impulso es cortar la relación, pero su hermano Ariel insiste en ahondar en el asunto y sobre todo en filmar la realidad que se ve cuando el telón se cae. Esto crea una tensión entre Nev, que de cierta forma no quiere conocer la verdad, y su hermano Ariel, que piensa que en esa situa-

ción se esconde una historia digna de contar. Si The Social Network es la película que cuenta la historia del creador de Facebook, Catfish es el documental que revela las consecuencias de ese invento y cómo está tergiversando la forma natural de conocernos, citarnos y enamorarnos. La verdad que se devela a lo largo del documental es tan maquiavélica, hasta un punto enferma, que siembra dudas acerca de la veracidad del film. ¿Realmente es un documental? ¿Puede ser que la realidad supere, de una manera tan drástica, a la ficción? Que en el mundo virtual nada es lo que parece, lo sabemos desde hace rato. Los cuentos de gordos escondidos detrás de un nickname hot y un monitor tienen más de una década. En ese sentido, lo que se retrata en Catfish no es nada nuevo. Las redes sociales son una extensión de ese instinto moderno de crearnos, re-crearnos y espectacularizar nuestra propia personalidad. Detrás de un post, una foto de perfil, un tuit de 140 caracteres o un avatar, hay una persona que pensó, razonó y colgó eso en Internet con la intención de ser visto. A pesar de que las redes son, sin duda, una extensión de quienes somos en la vida real, estas permiten dejar de lado las carencias y los defectos para resaltar todo lo bueno que tenemos y vendernos como el mejor producto de la góndola del Súper. El mundo virtual no es más que una maquinita de construir realidades y personalidades. Pienso en esos twitstars con miles y miles de seguidores que tal vez, a la hora de la verdad, están solos, se sienten solos y su vida real es la antítesis de esa supuesta popularidad. Una forma moderna de liderar una doble vida, en la cual el paralelo virtual se cotiza más que el real.

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Pablo Castrillo

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29 La Historia Más Grande Jamás Contada fue una película estrenada a mediados de los años sesenta. Se trata de una adaptación de la vida de Jesucristo, dirigida por el prolífico George Stevens. Ese título sugiere, inevitablemente, una pregunta: ¿cuál puede ser, de hecho, la historia más grande jamás contada? ¿Qué narrativa puede abarcar tanto, o sumergirse tan profundo? El Árbol de la Vida nos vuelve a recordar la misma incógnita. Porque no es fácil contener tanto y tocar tan hondo. Terrence Malick cuestiona el significado de la existencia en toda su inmensidad. ¿Hay algo que pueda explicar la injusticia, la tragedia, la muerte? Y explorando las oscuras aguas del dolor, el cineasta se pone en el lugar de Dios y responde con una cosmología total. Desde el principio, la nada, las tinieblas… hasta hoy. Desde la primera célula viva hasta el último reducto de cenizas, la biología es maternal y humana. Prepara el camino para el hombre. Y su muerte no es el mal porque la muerte es parte de la vida. En este proceso de redescubrimiento, la película nos asoma al mundo a través de los ojos del niño. ¿Qué ojos si no los del infante pueden atreverse a capturar eso que llamamos el sentido de la vida? La cámara de Malick, en cierto modo, se transforma en la mirada infantil: el gran angular, el contrapicado, el suave balanceo de la steadicam. Todo ello nos convierte a los espectadores en niños que titubean, tímidos, ante la riqueza que se despliega frente a ellos. La incomprensible variedad de la vida misma. El Árbol de la Vida intenta devolvernos la mirada inocente y el verdadero afán por entender. Entender por qué “no hago el bien que quiero, sino

el mal que no quiero”. Entender por qué los hombres nos hacemos daño. Por qué el hermano traiciona al hermano, el padre golpea al hijo y el hijo olvida al padre. “Dios, ¿dónde estás?”. ¿Por qué la muerte?” Todas estas preguntas son, en el fondo, la oración humana. Alzar la vista al cielo cuando en la tierra no quedan ya respuestas. Y entonces Dios responde con todo lo que existe. El Árbol de la Vida trata de responder honradamente, consciente de las limitaciones naturales. El amor de la madre, el golpe destructivo de la muerte, el óxido corrosivo de la pena. Saltándose todas las reglas de la narración convencional, rompiendo la coherencia diegética en pro del simbolismo visual, nos acercamos más a la verdad. De esto se trata: cuando el dolor asfixia el alma, la jungla de acero y cristal y hormigón –la ciudad– es como un desierto de roca caliza, un barranco angosto y sofocante. Sin vegetación ni refugio, pero con una puerta que lleva al Cielo. La puerta se llama Perdón, y el hombre tiene que cruzar su umbral. El hombre necesita purificar su mirada adulta para volver a ser niño y, entonces, entrar al Olimpo del reencuentro, del abrazo de la familia y el beso en los pies a la orilla del mar. En esta vida, la búsqueda de la verdad es tarea del poeta, tanto o más que del hombre de ciencia. Porque sobre poesía sólo se puede escribir en verso. Y ese es el audaz experimento de Terrence Malick. Toda tentativa de alcanzar un arte superior no solo debe ser respetada, sino admirada. Está permitido tratar de capturar la vida en la obra de arte. El Árbol de la Vida es un legítimo intento de narrar la historia más grande jamás contada. Y en este territorio la prosa está prohibida.

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GARAJE DE HOLDEN 1 Variación sobre un tema de Coleridge Alberto Chimal Recibí una llamada: era yo desde un teléfono que perdí el año pasado. Me pregunté dónde se había quedado el aparato. Me contesté que

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es cierto!, contesté. El que se enoja pierde, dije, riéndome, y yo quise colgar pero yo me lo impedí diciendo: Necesitas que alguien te ponga en tu lugar y te enderece. Enton-

ces llamaron a la puerta y resultó que era yo, y que había estado afuera todo el tiempo. Claro que sé dónde vives, idiota, me dije, sin soltar el celular. No se vale, contesté. Ya, cuelga. Era bastante ridículo seguir hablando por celular. Pero ni siquiera me pude consolar pensando que, si yo me veía ridículo, yo también me veía ridículo. De hecho, tuve ganas de llorar al darme cuenta de que en realidad yo me veía más joven y más esbelto, y sólo había pasado un año. Para peor, yo tenía pelo, yo todavía tenía pelo, mientras que yo, efectivamente, había tenido una de mis crisis el día anterior y me había rapado y me veía patético. Te ves patético, me dije. Y yo no pude más y empecé a llorar de veras y me contesté, Sí. Y entonces caí al piso. Y entonces, contra todo lo que esperaba, yo me puse de rodillas, y me abracé, me abracé y me consolé y me dije que todo iba a estar bien, que si yo no me ayudaba pues quién me iba a ayudar… Así me dije. Deberíamos colgar, dije, mientras luchaba por sorber las lágrimas. Nos vemos ridículos así abrazados y con los teléfonos, agregué, y yo me reí, y luego yo también me reí, y pensé que además me he vuelto descuidado porque mi teléfono de hace un año está en mejores condiciones que el que tengo ahora.

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en tal y tal cafetería, que yo ni siquiera recordaba. Estás mal, dije, desde quién sabe dónde, ¿qué has hecho con tu vida? ¿Has seguido engordando? ¿Te siguen dando tus crisis? Me contesté que no, pero en realidad

estaba mintiendo y yo me di cuenta. Estás mintiendo, me dije. ¿Qué quieres?, me pregunté, un poco disgustado conmigo. ¿A qué venía que me estuviese buscando precisamente ahora? Has de estar pensando que por qué te busco precisamente ahora, dije. ¡No


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escribo porque no se sentir con estoicismo

@vforte

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Broken mirror Marcela Ribadeneira Me consumo a tres tazas de café por hora. A 10 gramos de jabón líquido de vainilla por ducha. A 140 caracteres por tweet. A 200 gramos diarios de ce-

do, empacadas al vacío en mi iPod. En lo que leo, 50 páginas de un Tryno o de un Giordano, o de lo que sea que pesqué en la librería a precio módico. En lo que dejo pasar por las retinas, 120 minutos de la ficción de alguien que es menos paranoico y que no sufre de angustia social como yo. En lo que digo, varias declaraciones de amor falsas. En lo que callo, muy pocas aclaraciones de amor verdaderas. Quisiera saber de cuántas horas de vida me privo con los diez cigarrillos, las dos, tres, cuatro, cinco copas de vino y/o whisky que me unto. Con los ataques de pánico que reprimo a diario. Con las vidas paralelas que llevo. Con los recuerdos que elimino. Con las neuronas que aniquilo. Con las ambiciones que postergo. 28 años, ficticios, literarios y reales. Talla S, casi siempre. Zapatos que hasta ahora no sé si son 35, 36 o 36 1/2. Un solo cerebro para saber que algo no estoy haciendo bien. Cheques en blanco para cualquier despilfarro hedonista, pero nunca para un teléfono celular nuevo. Tres ficciones por cada diez verdades. Una confesión que nunca será escuchada porque el destinatario no está disponible. Una gata, un peluche, una vieja Polaroid en desuso. 693 seguidores en Twitter, que a veces son 690 y a veces 680. 403 amigos en Facebook, cuatro o cinco en la vida real. Ningún capricho que esté dispuesta a negarme. Una virtualidad saturada, una realidad que en algunos días es vacía; otros, plena. Un ningún lado hacia el que voy.

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lecoxib y 200 más de hidroxicloroquina. Para ser una persona que no sabe distinguir límites, tengo demasiadas medidas. En lo que como, 900 calorías por día. En lo que me meto en los tímpanos, 4 gigas de las sustancias musicales, de las cuales depen-


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La literatura es un paracaidas que no abre...

@EldoctorNo

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3 La derrota de Heracles Horacio Larsen

La tierra partida en dos, como una naranja. Abierta en la mitad, salen de sus bordes hilos de lana. Ella, tan pequeña y vestida de rojo, los jala, y surgen de la tierra pájaros negros, fugaces, que vuelan desbandados hacia el cielo. Nacen seres perversos de la tierra. “Tienen tres cabezas” dicen las personas, y ella los mira asombrada y abre la boca y suspira. “Un día de estos poblarán el mundo dividido”

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y ella llora por haber prendido la lana y los mira nuevamente asombrada en su crueldad. Los pájaros nunca volverán, pero pondrán sus nidos en raíces de árboles de vidrio. De ellos nacerán arañas o larvas de fuego, y tal vez pongan también huevos de oro. “Sólo por una lanita”. Hundida en ese mundo con el vestido desteñido de interjecciones, ella recuerda la sensación áspera y babosa de jalar una cuica.



ACHE

no es una revista de crítica literaria o cinematográfica. Está lejos de ser una revista académica con colaboradores enviando sus textos desde despachos de bibliotecas de universidades gringas y europeas –aunque los haya-. Tampoco es un blog con muchos administradores en el cual se derrama cualquier bilis o limosna. No es una revista de especialistas destinada a profesores y estudiantes pacientes que ya hayan ojeado libros de guión o de teoría literaria de mil páginas. Pero Ache tampoco es una de esas revistas cuyos artículos combinan perfectamente la reseña de Wikipedia con la primera impresión que una obra trajo a la cabeza o a los sentidos.

ACHE

ACHE,

h, es la silla desde donde escribimos. Es el elemento imprescindible para escribir historia, construir hitos y hacer tropezar a héroes.

ACHE es esto.

no usa palabras como diegético, ayámbico y semiosis. A lo mucho nos atrevemos con poética. No roba fotos de Google ni publica siempre al mismo viejo de barba, boina y mirada grave. Ache ni siquiera es el nombre de la octava letra del abecedario, pues los académicos han apostado por uno más ilustre: hache. Es la letra apócrifa que se perdió de la grafía académica: es el silencio de aquella letra que perdió su sonido como tantas otras cosas se han perdido a lo largo de la historia. Es el sonido generalmente ausente en las palabras ahogado, exhausto, alhaja, inherente. Es también el ejemplo común de los profesores de tercero de básica para ilustrar la mudez y se vuelve el círculo rojo con el que corrigen los desaciertos de tantos estudiantes en nombre de la ortografía.


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