Argonautas N#03

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Argonautas N#03 OCTUBRE 2014

ISSN 2341-4091

·RELATOS·POESÍA·ILUSTRACIÓN·CINE·OPINIÓN·

· Karim Chergui · Jaime Sanjuan · Luis Cano ·


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#03

OCTUBRE 2014

RECUERDOS


Staff Dirección

Elena Álvarez González

Arte

Santiago Sánchez

Juan I. González Fejèr

Redacción

Sandra Carbajo Bueno

Laura R. García

Iván Rúmar

Fotografía

Opinión

Mar Argüello Arbe

Carlos Duch

Los Argonautas que viajan en este número son:

Patricia Richmond, Luis ventura arce, antonio zarzo, laura lópez, óscar varona, Iris Gómez Tejedor, Óscar Sejas, Jaume Vicent, Patricia ReimÓndez Prieto, Gastón Zampar, Alicia Tinte, Carmen MemBrilla, Luis F. Lezama, Sir Kiwi, Jaime Corujo, Zigor, Lirasanz, Murga, Muerte Horrible, Emma Jimeno, Migue Reguero, Urbano, Bythepain y Jaime Sanjuan. [Edita: Argonautas, en Madrid, 2014] Con la colaboración de Noergia y Luis Cano. Página 4

ISSN 2341-4091


EDITORIAL Ad futuram rei memoriam Y con octubre, llegan los recuerdos. Las hojas naranjas caen sobre la luz de otro agosto ya lejano y no nos queda más remedio que superar lo que ya no volverá. Viajes, vacaciones, amores, fiestas, conciertos. Quizá todo esto parezca agridulce desde esta perspectiva, pero leyendo todos los textos que nos habéis enviado de cara a la edición de este número, nos hemos dado cuenta de que si alguna palabra puede describir el acto de recordar es esa, agridulce. En teoría, siempre que los recuerdos fueran buenos, la sensación que debieran despertar en nosotros, habría de ser, cuanto menos agradable, de alegría. Pero como un día expresó un guionista a través de la voz de Homer: “Lisa, en teoría funciona hasta el comunismo. En teoría, Lisa, en teoría.” Es así porque los seres humanos tenemos por costumbre dejarnos arrastrar por la nostalgia de esos momentos que pensamos que ya no van a volver. Y aunque sea una costumbre no demasiado sana, no por ello estamos del todo equivocados cuando la ejercemos, pues es cierto, esos momentos que nos entristecen por su ausencia, no van a volver. Ni hoy, ni mañana. Nunca volveremos a tener cinco años. No volveremos a aprender a escribir de la «a» a la «z», ni a sostener un primer libro en nuestras manos. Nunca jamás experimentaremos de nuevo un primer beso ni albergaremos de nuevo esa emoción tan característica de sentir el roce de unas manos extrañas en zonas apenas inexploradas de nuestro propio cuerpo. Tampoco compartiremos horas, palabras o risas con las personas que ya no están con nosotros. Es verdad. Pero vendrán momentos mejores, claro. Llegarán de la mano de nuevas personas, personas que traerán consigo con nuevos retos, nuevos días, nuevos lugares, preguntas, proposiciones de centes e indecentes. Bailaremos y besaremos tantas veces que aquellas primeras veces se convertirán en el diminuto uno por ciento del total. Recopilaremos nuevas emociones, descubriremos nuevos libros, nuevas palabras, y con ellas, escribiremos nuestra historia. Pero claro, aunque esta parte no nos guste tanto, también vendrán momentos peores. La vida es así, ¿no? Es en esos momentos en los que al mirar atrás y después al frente, llega la certeza. Es cuando comprendemos que, ciertamente, no cualquier tiempo pasado fue mejor. Son esos momentos en los que deberíamos observar al pasado con cierto criterio y sonreír con desmesurada alegría, ¿por qué no? Pero… que difícil es a veces, ¿eh?

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ÍNDICE · 5 · EDITORIAL · 42 · Poesía como coartada de otra cerveza · 46 · poesía A un piano 24 Bailamos al filo de la oscuridad cuando las horas se inclinan

· 58 · CINE · 62 · Los viejos lienzos de eva · 76 · Recuerda y sé feliz Página 6


relatos · 8 · El señor estatua y el puerto Carretera El fondo del estanque Sobre una memoria iluminada Ruptura Sus ojos se cerraron M.E.m Project Las Brujas de La Noche Olor A Lápiz

PARA LEER · 54 · Conociendo a.. Jaime · 64 · sanjuan Excusas baratas · 51 · Página 7


RELATOS el señor estatua y el puerto vacío por Laura López ilustración de Murga Casi todas las personas que conozco adoran la lluvia, la encuentran relajante. Yo no pienso así. Cuando el cielo se cubre de nubes y el viento sopla impregnado de humedad, no puedo evitar inquietarme. Las gotas se desprenden de esa masa gris, frías e indomables, como lágrimas suicidas que pretenden morir estrellándose contra el suelo o los cristales de alguna ventana, buscando tal vez algo poético en su descenso final. Una última carrera capaz de atraer los recuerdos como un imán. El día en que ese melancólico espectáculo me sorprendió de camino a casa pude comprobar la fuerza de dicho imán. Y si lo hice fue porque llegar al puerto vacío me hizo retroceder varios años en el tiempo. Un día de verano cualquiera, una niña volvía del colegio. Acalorada y de mal humor, atravesó la aglomeración causada por el mercado, agradeciendo librarse de los empujones nada más pisar el puerto. Anduve distraída y cansada hasta que reparé en su presencia por pura casualidad. Disfrazado y maquillado todo de color plata, antifaz incluido, contemplaba el mar desde lo alto de su pequeño pedestal. Me sentí algo cohibida cuando me miró: yo veía a un hombre convertido en arte. Él, a una niña de ocho años cuya mochila era casi más grande que ella. Tuve que recordarme que estaba siendo maleducada al mirarle de aquella forma. Para disimular hundí las manos en los bolsillos, esperando tocar alguna moneda. Imagino que fue mi mueca de tristeza y decepción lo que le llevó a dedicarme aquella reverencia. Esa inclinación tan perfecta y digna de un noble de cuento me permitió contar las arrugas primerizas que marcaban su frente y el contorno de sus ojos. El Señor Página 8


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Estatua, como le llamaría a partir de ese momento a falta de otro nombre, tenía los ojos más azules que he visto jamás. Desde ese día decidí pasar siempre por el puerto al ir y volver de la escuela. Cuando por fin me atreví a acercarme, el Señor Estatua bebía agua a grandes tragos sentado sobre su pedestal, observando a las gaviotas bañarse para combatir el calor. Yo las miré un instante y deseé poder imitarlas. Al saludarle de la forma más educada que la vergüenza me permitió, preguntó con preocupación si me había perdido. Su voz grave tenía un fuerte acento extranjero que no reconocí. Sacudí la cabeza en señal de negación, a lo que respondió con una blanca y cálida sonrisa. Así comenzó nuestra extraña amistad. Durante un año entero le visité cada mañana, cuando aún no tenía de estatua más que el maquillaje y el disfraz, y a mediodía. Esa era la ventaja de vivir en un pueblo pequeño y poder ir sola a clase. El Señor Estatua fue el primer adulto simpático que conocí. Quiero decir simpático de verdad, no como los que aparentan serlo durante unos días para luego volverse aburridos e insoportables. Adoraba nuestras charlas. Me contó que venía del norte, de un país frío cuyo nombre seguramente me costaría pronunciar. Que tenía una mujer preciosa y una hija pequeña a la que yo le recordaba mucho. Con el paso de los días me di cuenta de que, al recordar a su familia y su hogar, sus ojos azules se entrecerraban con una tristeza tan profunda que se colaba en algún rincón oscuro de mi interior y hacía más evidentes sus arrugas. Un día se me ocurrió preguntarle la razón. Fue entonces cuando me habló de la guerra. Supe que el conflicto le había hecho perder su oficio como profesor de piano, y con él el dinero que llevaba a casa. Por eso se vio obligado a viajar casi hasta la otra punta del mundo sin las dos personas que más amaba. Por eso y por no hablar bien nuestro idioma había terminado convertido en estatua a cambio de algunas monedas. Creo que en ese momento entendí cuánto sufrimiento pueden causar el dinero y la codicia de unos pocos. Recuerdo haber llorado mientras le escuchaba. La nostalgia de un alma rota puede ser demasiado para la dulce ignorancia de una niña que desconoce lo que es el dolor. Lo aprendí en ese instante, al sentir en lo más profundo de mi corazón la agonía que ocultaba tras su blanca sonrisa y su maquillaje plateado. Al verme llorar se disculpó, conmovido, para luego pedirme que jamás perdiese esa cualidad. Aunque con los años he podido comprenderle, entonces no supe a qué se refería. Y es que aunque yo no me diese cuenta, además de compartir conmigo cuentos y risas, el Señor Estatua me enseñó a pensar. Página 10


Una mañana le pregunté si siempre iba así vestido y maquillado. Me contestó con una carcajada agradable mientras negaba con la cabeza. Expresé mi decepción con una mueca, pues aquel aspecto le hacía especial. Volvió a reír. —Lo siento, hija, soy solo un pobre viejo normal y corriente. Pero tú eres lista, así que recuerda una cosa: lo que realmente hace especial a una persona no puede verse con los ojos. Por eso me gusta llevar esta pinta extraña. Para conocer realmente a alguien hay que mirar con el corazón. Y poca gente lo hace cuando se cruza con un viejo normal y corriente. Yo no estaba de acuerdo y se lo hice saber. Él era él. Seguiría siendo el Señor Estatua aunque dejase de parecerlo. Seguiría siendo mi amigo. Poco después de cumplir yo nueve años, me comunicó que le necesitaban en su país y debía volver a casa. Parecía tan feliz y tan triste al mismo tiempo que no me atreví a hacer preguntas. Le vi por última vez al salir de clase una mañana de invierno. Nos despedimos bajo una lluvia torrencial, aunque a ninguno nos importó mojarnos. Tras un abrazo paternal me entregó un sobre que puse a buen recaudo en el interior de mi mochila y sonrió con una curiosa mezcla de orgullo y tristeza. —Buen viaje, Señor Estatua. —Gracias, hija. No diré adiós porque odio despedirme y espero volver a verte. No te olvides de este pobre viejo. Sonreímos al mismo tiempo y me revolvió el pelo por última vez mientras yo memorizaba sus ojos azules. Nunca conocí su aspecto ni su nombre, pero eso no me impidió recordarle años más tarde, mientras caminaba por el puerto que él solía mirar inmóvil desde su pedestal. Pensé en su regalo, el antifaz plateado que siempre llevaba, y en todo lo que me había enseñado. El día que recordé al Señor Estatua y volvieron a mi mente aquellos inimitables ojos azules, supe desde cuándo y por qué odio la lluvia. Me pregunté qué sería de él, sonriendo para mis adentros al percatarme de lo vacío que parecía todo sin su presencia. Maldije la capacidad de la lluvia para atraer recuerdos agridulces y di media vuelta. Mis lágrimas se fundieron con las del cielo mientras volvía a casa.

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CARRETERA por Jaume Vicent ilustración de Alfredo García El agua era profunda y tentadora, se mecía sobre las rocas, como invitando a dejarse caer. Mis ojos se posaban sobre las oscuras crestas de espuma que se lanzaban y estallaban contra las afiladas rocas que emergían del agua. Eran pilotos de olas kamikazes dispuestos a morir una y otra vez contra la dichosa orilla. Y allí estaba yo, sólo y mirando el ancho mar, tratando de recordar, como un viejo soñando que todavía es joven. El mar no recuerda, el mar olvida con mucha rapidez, el mar no tiene amigos, y siempre, siempre tiene hambre. Lástima que nosotros no seamos como el mar, nosotros recordamos y con el recuerdo llega la tristeza, la certeza de que el tiempo pasa y nos aleja cada vez más de la seguridad de nuestra orilla. Lástima no ser como ese mar que jamás recuerda. ¿Qué es mi memoria? Un revoltijo, un cajón lleno de pañuelos usados. Apenas recuerdo aquellos días, cuando no importaba si hacía frío o si llovía, aquel tiempo en el que sólo importaba luchar contra el destino que nos perseguía. Eramos tan idiotas que creímos que jamás nos alcanzaría. ¿Quién soy yo para retar al destino? Recuerdos, recuerdos acuosos de brumosos colores que parecen encerrar los rayos de luz de aquel día. ¿Brillaban más aquellas mañanas? Puede que sí, ya no me acuerdo. Eran días de fiesta, mañanas enteras al sol, recorriendo en coche las carreteras, sin preocuparnos demasiado por el mañana, por el hoy, por lo que tenía que llegar al terminar el día. Siempre en marcha, con miedo a parar. Eran días de alegría, nada importaba. ¿Dónde ir? Donde nuestros pies nos llevaran, nada importaba. Aquellos fueron días de gloria. Cerveza, sol, marihuana y la carretera. ¿Qué diría Kerouac?: Llevadme a Cisco que llevo el alma en mi maleta. Recuerdo el sol y la brisa fresca, el trueno de las ventanillas abiertas, la velocidad, la carretera. Siempre en marcha, como dos presos fugados, huyendo del rígido sonar de las sirenas, escapando de las clases, de los profesores, de las prácticas, de las almenas de cristal, de las miradas ajenas, de las llaves y sus cerraduras, cadenas de metal y matemática perversa. Kilómetros de carretera abierta, bajo el amarillo sol de una mañana despierta que era Página 13


una esponja sedienta. Eramos dos. Y una carretera; siempre la carretera. ¿Dónde iremos hoy? Dónde sea. ¿Que más da que llueva? Luego viene el temblor, la lucha interna, las ganas de huir. Y la verdad eterna, la que cae como un telón de cemento sobre nuestras cabezas, cortando de raíz las risas y las prisas, negando en rotundo nuestra vida entera. Dejando atrás las risas que se atropellan. Condenando nuestras almas a la gris existencia. Pudimos ser cigarra y seremos hormiga. Tristes, vagamos en fila de a dos, entre las farolas y sobre las aceras, de piedra los corazones, negra la cabeza. Somos dos y dos, ángulos rectos y una regla. Pelotón que marcha en línea recta. Olvidamos los recuerdos, se quedan vacíos, gastados y yermos. Dejan de brillar, suenan apagados y enfermos, se llenan de polvo sus esquinas, no son lo que eran. Mueren y dejan paso a otros nuevos. Nunca fueron nada. ¿Recordaré haber estado aquí mañana? Tal vez sí, tal vez nada. El agua se remueve inquieta allí abajo. Qué lejos aquella mañana eterna. Qué lejos aquellos días en la carretera. Daría tanto por volver, daría mi vida entera. Qué días aquellos en los que la vida parecía eterna.

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El fondo del estanque por óscar varona ilustración de óscar varona Setenta y siete años. Un brasero para calentar los pies y una botella para calentar el alma. Herminia no necesita más. Con la mirada perdida en la pared blanca de la habitación deja pasar los días mientras se sienta en la mesa-camilla y recuerda viejos episodios de su vida en silencio. Mantiene así su temperatura corporal en unos treinta y cinco grados de forma constante, ya sea verano o invierno. Su marido, Ramón, hace tiempo que no ve su cara. Se pasa las horas muertas mirando por la ventana. Mientras, sujeta con desdén la correa de un perro baboso que no deja de cagarse y mearse en la habitación porque nadie le saca a pasear. Ramón siempre va con el sombrero puesto y perfectamente arreglado, aunque hace años que no pisa la calle. Herminia se ha olvidado de cómo es su marido. Ramón apenas recuerda cómo es su mujer. Los dos de espaldas, el uno al otro, como ignorándose, pero sin llegar a hacerlo del todo. Los dos saben que si uno falta, el otro se muere. Una vieja simbiosis que perdura por propio egoísmo. Herminia bebe de la botella un licor blanco y cristalino que entra en su cuerpo con demasiada facilidad. Ramón observa la calle soñando con pasear por ella de nuevo, pero tiene demasiado miedo. El perro se revuelca histérico en sus heces. —Ese chucho empieza a darme verdadero asco. –Comenta Herminia mientras se limpia la boca con el dorso de la mano. Ramón ignora lo que su mujer ha dicho. Se limita a soñar despierto. —Huele mal. —Dice Herminia —A veces, el motor del ascensor me despierta por las noches. –comenta Ramón– No me deja dormir. —¿Cómo puedes decir que duermes si no te apartas de esa maldita Página 16


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ventana? —Puedo dormir de pie. Lo hago desde pequeño. —De eso estoy segura. —Ese maldito ascensor… —¡Ese puto perro! Cae el silencio. Herminia consulta su reloj y vuelve a dar un trago a la botella. —Cada cinco minutos. Calculado. —Dice para sí misma. —¿Decías? —Decía. —¿Decías algo? —Decía algo para mí. —Ah. —Oh. Silencio. Apenas se oye nada. El sonido constante y aburrido de un motor de algo que sube y baja al otro lado de la pared. Quizá el ascensor del que se queja Ramón. Puede que otra cosa. —Tengo que encargar mi féretro. —Dice Herminia. —Como no llames por teléfono… —Hay muchos modelos donde elegir. —Escoge el más barato. Nadie se dará cuenta. El perro ladra antes de tumbarse definitivamente en el suelo. —Me gusta el cerezo. Es una madera muy elegante. —Y cara. —Y elegante. —Y cara. —Olvídalo. ¿Tú reloj va bien? —No tengo reloj. —Creo que el mío se ha parado. Tendré que contar los minutos yo misma. –Se lleva la muñeca al oído y escucha el silencio–. Definitivamente, ha muerto. —¿Quién? —Mi reloj. —Los relojes no mueren. —Da igual. Se ha parado. ¡Vaya engorro! —Aquí dentro el tiempo no cuenta. —Será para ti. El tiempo pasa igual para todos en cualquier lado. Necesito saber qué hora es. —Bebe de todas formas. Página 18


—Beberé. —Más daño no puede hacerte. Herminia le da un largo trago a la botella. —¿Tú me quieres? –pregunta Ramón. —Creo recordar que sí, aunque mi memoria falla mucho últimamente. —Yo no sé si te quiero. —Tu cabeza está aún peor que la mía. —Puede ser. —Lo es. —¿No te gustaría salir de aquí? —¿De dónde? —De esta habitación. —No. ¿Para qué? —No lo sé. En realidad, no tengo ni idea. —Tenía que pararse tarde o temprano. —¿El qué? —El reloj… Algún día tenía que morir. —Los relojes no mueren. —Pero nosotros sí. —Sí. —Creo que voy a escoger el cerezo. —Me parece bien. Es una madera muy elegante. —Y cara. —Y elegante. —Y cara. —¿Qué más da? —Por eso. ¿No preferías que escogiera el féretro más barato? —Me da igual. Al fin y al cabo, en algo nos tendremos que gastar el dinero. —Entonces, el cerezo. –Herminia levanta la botella e incrusta la boca en ella. —Creo recordar que te amo. –Dice Ramón. —Ya no importa, cariño. En realidad, ya nada importa. Cae el silencio, sólo roto por los susurros constantes de Herminia contando los próximos cinco minutos.

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Sobre una memoria iluminada por Luis Ramón Ventura Arce ilustración de Zigor Octavio estaba a punto de perder la memoria; de su mente se borraría todo recuerdo, hasta el más insignificante, por siempre. Pasaría a ser una masa viviente sin pasado, sin identidad y con futuro incierto. Ocuparía un lugar invisible en el espacio de su propia realidad. Ni él mismo sabría quién era o qué papel interpretaba en el mundo. De ningún médico recibió alicientes. Ninguno le habló de posibilidades ni de la oportunidad de superar el trastorno. Todos lo sumieron en la más profunda resignación; lo condenaron. El olvido lo arrastraría a sus sombras y haría de él lo que los años a todo ser vivo. Pero tenía el tiempo suficiente —creía tenerlo— por eso había tocado a la puerta del número setenta de la calle Cedros del Líbano, entre Cerezo y Nogal. Dos meses titubeó. Vio la dirección una vez y no se atrevió a hacerlo de nuevo. Escondió la pequeña agenda diversas ocasiones al fondo de cajones y cajas pero siempre daba con ella, y volvía a guardarla en el rincón más oscuro y solitario del closet. Es curioso cuantas veces realizó este proceso y cuantas veces fracasó. Porque allí aparecía, en los momentos más inesperados, bajo sus dedos, cuando ya

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creía haberse deshecho de la tentación o por lo menos olvidarla; e irónico, lo que menos quería era olvidar. La noche que encontró la agenda por última vez tuvo el sueño más extraño de su vida. Se soñó caminando hacia un brillo cegador. Al acercarse a aquella luminiscencia vislumbró un árbol enorme y frondoso, que al estar interpuesto entre los rayos de luz y él, asimilaba un eclipse solar. Motivado por la presencia del astro disforme y terreno, aceleró el paso. Quería tocarlo y trepar, llegar a la cima y empapar de luz la parte frontal de su cuerpo, y la trasera relegarla a la oscuridad, que con ella se ocultase todo recuerdo, ¡qué importaba!, sería feliz. A escasos metros aparecieron cuatro escalones, flanqueados a la izquierda por un muro de ladrillos del doble de su estatura. En el flanco derecho un abismo y, en el centro de este, el árbol, ajeno, inalcanzable. Sintiéndose abatido quiso huir; irse lejos. Recordó que su verdadero interés estaba puesto en la luz y la tenía a merced, justo al frente. Sólo debía subir los escalones y avanzar contados pasos por un sendero recto dibujado para él. Pero sintió miedo. Despertó sudando, tenía la agenda apretada con las manos contra su pecho y un latido histérico que maldijo. Iría a esa dirección, no sabía por qué, ni para qué, ni qué encontraría. Tampoco sabía si la calle se encontraba en su ciudad. Lo averiguaría. A la mañana siguiente se vistió de traje, tomó un paraguas rojo que no sabía si en verdad era suyo y dejó la casa en que sin duda se hallaban trozos de su pasado —vetados para él— que le pertenecían. Afuera llovía. Recién el sol había sobrepasado el alba y el día pintaba para mantenerse llorando. Octavio cubrió su cuerpo alto y delgado con el llamativo paraguas y avanzó sin saber adónde. Llevaba la agenda en el bolsillo; bien

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pudo dejarla en algún nuevo escondite, ya recordaba de memoria la dirección. «Y la leí sólo una vez» se dijo, y sorprendido, se detuvo para preguntarse cómo era posible. Hace un año que olvidaba muchas cosas; no terminaba el día cuando ya se había borrado de su mente lo ocurrido después de levantarse de la cama: desayunar, bañarse, hacer esto o aquello, ir a tal lugar, regresar. Y que recordara el conjunto de letras hechas palabras, acopladas en una frase adornada por una cifra difícil de relacionar, resultaba inaudito. «Cedros del Líbano, número setenta» lo recordaba a la perfección, ¿por qué? ¿Acaso el mal que lo aquejaba retrocedía para dejarlo tranquilo? No. Aún recordaba quién era, aún recordaba el día de su cumpleaños, su edad, su nombre, el camino de vuelta a casa y nada más. Otros muchos y muy importantes recuerdos se esfumaron. De la mente se escurrían las nuevas experiencias, los datos entraban y salían, cada minuto fotografiaba el mundo a bordo de un automóvil y lanzaba por la ventanilla los trozos rasgados de las imágenes impresas en papel. Atrás, sobre el ardiente asfalto de la carretera, sin poder detenerse, dejaba una parte de sí mismo convertida en basura. Con esta maldición impuesta e inmerecida a su juicio, vivía, y lo que menos deseaba era crearse falsas esperanzas. «Sólo ingenuos buscan tesoros bajo la equis» se dijo, al tiempo que las gotas lo golpeaban necias y su cabello negro, corto y liso, que peinó hacia un lado, lucía empapado y le cubría la frente. Se sumió tanto en sus pensamientos que olvidó sujetar con firmeza el paraguas. Cuando se dio cuenta, la humedad ya había cubierto parte de los hombros y la espalda. Volvió a protegerse del agua y parpadeó varias veces para vencer el ensimismo. Continuó caminando. En la banqueta pidió indicaciones a la gente que pasaba a su lado sobre cómo llegar a su destino. Le preguntó a un total de quince personas. La mayoría no tenía idea de dónde quedaba esa calle y por momentos pensó, cabizbajo, si seguir adelante sería lo correcto. En su interior intuía que debía continuar, que debía develar el enigma que se ocultaba en aquellas palabras plasmadas en el papel con tinta roja, sin mayor pista que el estar escritas en el apartado de la letra erre. No tomó la determinación por mero capricho. El día que abrió la agenda por primera vez, la hojeó y leyó la dirección, un recuerdo se atascó en su pecho. Lo sintió hasta el alma y dolió bastante. Amparado en éste sentimiento inexplicable siguió hablando con las personas, hasta que una señora logró darle las señas precisas para dar con Cedros del Líbano. Tomó el taxi en cuanto pudo y dio las indicaciones al conductor. Desconfiaba de los taxistas. Hubiese podido detener al primero con el que se topara al salir de casa y darle la dirección. Si existía lo llevaría enseguida y si no, le mentiría y lo llevaría a dar vueltas manzana tras manzana fingiendo buscar el domicilio, con tal de sacarle dinero. Ya le había ocurrido; lo recordaba —sí, lo recordaba— y por ello prefirió pedir referencias. La calle quedaba al poniente de la ciudad, en los límites de ésta. Faltando tres cuadras para llegar, Octavio pidió al conductor que se detuviera. Le pagó y bajó del automóvil. Emocionado y la vez incrédulo, dejó de parpadear al ver que la calle topaba al fondo con un muro de un metro, y del lado izquierdo junto a la barda de una grande y bonita casa, había cuatro escalones del ancho de la banqueta por los que se podía pasar por encima de éste y llegar a un bonito jardín. Ahí, del lado derecho, poco más allá y por encima del muro, se alzaba imponente un árbol, cuyas sombras bañaban la casa con el número setenta que miraba de frente hacia la calle sin salida. «Un sueño premonitorio» pensó. «Eso era». Las calles Cerezo y Nogal, paralelas a Cedros del Líbano discurrían indefinidas. Pero ésta última topaba con aquella casa de planta baja, modesta y recta, de fachada color Página 22


crema, con puerta de metal al centro y ventanas con protecciones de herrería en ambos extremos. De no ser por el jardín delantero, llamativo y hermoso, resguardado por las paredes de ladrillo de dos casas de un piso que le daban la espalda, una a cada lado, sería una vivienda desagraciada. No sólo el árbol, que lucía magnánimo, acaparaba la atención. El pasto, podado con esmero incitaba a tirarse sobre él y rodar, compenetrarse con los olores y la humedad que la lluvia dejó a su paso. El sol del mediodía apareció en el cielo y un arcoíris se pintó en el horizonte. Octavio cerró el paraguas y siguió observando, a una cuadra de distancia, las flores, todo ese conjunto de colores y formas dignas de un cuadro al óleo elaborado por manos consagradas. Hacía cuánto no observaba algo tan bello. ¿Acaso nunca? Imposible, ¿qué vida sería esa? En el fondo, muy en el fondo, tuvo la certeza de que sí, de que antes ya había sido impresionado, de que sus ojos fueron colmados con la gracia de belleza igual o superior. Que no lo recordara le pesaba en grado elevado. Se tocó el pecho, al nivel del corazón e hizo el acopio de fuerzas, necesario, para seguir adelante. Subió los escalones, se elevó a la altura del muro, pasó por encima de éste, atravesó el jardín por un camino de piedras pulidas y llegó a la entrada. Las paredes de las casas, las ramas y las hojas del árbol lo cubrían con su sombra. Octavio dio varios golpes amortiguados a la puerta que resonaron dentro y fuera de la casa y más allá, incluso en el fondo de su ser. El sonido seco y punzante le erizó los nervios. Escuchó el rumor de pasos. —¿Quién?— preguntó la voz de una mujer. «Pues, yo» pensó Octavio. ¿Qué más podía decir? No sabía con exactitud qué hacer. Dio un paso hacia atrás vacilante. Por breves segundos calibró la posibilidad de salir corriendo, como vil cobarde; ir a encerrarse en su coraza de protección dañina y no asomar la cara nunca. En eso, la puerta se abrió y una mujer alta y delgada, de piel pálida y ojos grandes y penetrantes, apareció. Llevaba un pantalón deportivo gris con lineas laterales rosa a cada lado, una blusa de tirantes blanca y una toalla a los hombros con la que se secaba los rizos castaños, tan largos, que le llegaban a la espalda baja. Iba descalza y respiraba con agitación. —¿Tavo?— preguntó sorprendida al verlo. Abrió los ojos como platos y se llevó las manos al pecho. —¿Cómo?— preguntó Octavio igualmente sorprendido. Era un hombre de voz ronca, mentón pronunciado, ojos pequeños y mirada huidiza; no es que fuese tímido, sólo le costaba trabajo mirar a los ojos a los demás. Sin embargo, olvidándose de sí mismo, miró a la mujer directo a los ojos y se perdió en su mirada. Y el mismo recuerdo que se atascó en su pecho al leer las palabras que lo tenían ahí, le oprimió con brusquedad y estuvo a punto de emerger; mas no lo hizo y el dolor se volvió insoportable. —¿Sí eres Tavo? ¿Octavio Pacheco? —Sí. —Vaya, has cambiado mucho, por eso dudé. ¿Qué… qué haces aquí? Después de lo que pasó creí que no volvería a verte. Octavio la miraba sin pestañear. «¿Qué pasó? ¿Quién eres?» se hizo mil preguntas como estas y ninguna pudo responder. De haber conocido a aquella mujer ya formaba parte del olvido. —Te va sonar raro, pero no te recuerdo. Estoy aquí, pues verás, encontré tu dirección en una agenda. Era la única escrita en ella y… Página 23


Guardó silencio. Razonó sus palabras y le pareció incoherente, sin sentido. Ni él mismo se tragaría semejante embrollo. Aun sabiendo que era cierto, se puso en el papel de ella y comprendió que con esa explicación, lo único que lograría sería ser tomado por loco. —¿Qué? No. Mira, mejor vete, tengo treinta y tres años, igual tú, dejémonos de juegos. Prefiero dejar las cosas en el olvido. La situación era peor. ¿Qué podía hacer? ¿Qué podía decir? Nada lo escindía de la responsabilidad por los daños que pudo haber cometido en el pasado. Nada valdría como justificante para ponerse en paz con aquella alma a la que sin duda le causó un problema. Sólo le quedaba hablar con la verdad. Intentarlo y de ser posible, rescatar ese doloroso recuerdo que le lastimaba el corazón. —No te recuerdo, estoy siendo sincero, y lo siento… ¡Oh, Dios! No sé ni qué hago aquí— dijo Octavio y una lágrima le bajó por la mejilla y se introdujo en su boca. Un sabor salado y amargo le recorrió la garganta. El mismo sabor que le producía sentirse tirado al olvido, en la soledad de su alma vacía. —¿Desde cuándo vistes así?— preguntó ella. Octavio guardó silencio y enjugó sus lágrimas. —Antes tenías buen gusto. Supongo que también se te olvidó—. La mujer le tendió la mano. En su mirada se notaba una profunda tristeza, que luchaba por contener para no convertirla en llanto. Octavio relajó el rostro en una mueca de satisfacción, tomó su mano y la atrajo hacia él. Al abrazarla, descargas eléctricas recorrieron sus músculos y se paralizó por completo. En el pasado quizá la amó, o ella a él, o ambos. «De haberla herido» pensó, «¿cómo puedo sanarla?». Al separase permanecieron callados, viéndose. El viento movía las ramas del árbol y las gotas de agua acumuladas en las hojas caían sobre ellos como brisa fresca. Su nombre era Rosa; Rosa Saucedo. Fueron novios hasta la fatídica noche en que él la engañó. Violó el precepto más delicado que se establece y busca en una relación formal: confianza. Ella decidió poner fin a un noviazgo de más de tres años. Octavio no se opuso, ni siquiera mostró signos de arrepentimiento o pesar. En palabras de Rosa: —¡Eras un imbécil!—. «Claro, así cobra sentido mi soledad» pensó Octavio. —Sí, eras un ser despreciable, un maldito imbécil— continuó Rosa, de pie, aún bajo el árbol. Ya eran las seis de la tarde. La puesta de sol pronto terminaría y la noche los cubriría con su velo. Charlaron, tal vez como no lo hicieron antes. Se perdonaron, sí, ella lo perdonó. —Quizá, alguien se hartó de mí y me arrojó un tabique en la cabeza. Eso explicaría que perdiera la memoria— dijo Octavio. —Ahora que lo dices, tiene sentido. Debió ser así— dijo Rosa con voz juguetona y riéndose divertida lo tomó de la mano. Cuando ella sonrió, un hoyuelo se le dibujó en la mejilla y dientes pequeños y perfectos lo cegaron. El fulgor que de aquellos ojos manaba, aquel brillo poético, liberó de su pecho la opresión con la que había luchado hasta entonces, desde que leyó y convirtió en obsesión las palabras escritas en la agenda. —¡Ya había olvidado cuánto me gusta tu sonrisa!— dijo Octavio, en extrema excitación, y se juró a sí mismo —contra todo pronóstico— no olvidar jamás ese momento. No estaba soñando. No tendría otra oportunidad y no la dejaría pasar. Despojándose del miedo, se acercó a la luz y la besó. Página 24


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Ruptura por Iris Gómez Tejedor ilustración de Muerte Horrible Alguien levanta el párpado con violencia y la intensa luz reflejada en el cristalino me ciega. Una figura a contraluz apoyada en el lagrimal levanta sus dendritas. Oigo el chasquido del flujo sináptico pasar la información a través de él y un subalterno sale de la sala, dejándonos solos. —Roberto Marsa —intuyo que centra toda su atención en mí—, alias “novio”. No, no intente negarlo. Nuestros informes son claros. Sobre su axón se desliza hasta situarse junto a mí. —El líder de las revueltas, por fin nos conocemos. Lamento decirle que sus esfuerzos han sido en vano. —Espera buscando una reacción química que yo le niego.— En estos momentos mis fuentes sinápticas me han informado de que la redada efectuada entre los recuerdos de marzo del 2009 y febrero del 2014 ha sido un éxito. Le envío un indiferente chasquido con mi dendrita más cercana a él. Nunca he soportado a esas neuronas de las fuerzas de análisis y conducta social. Y esta es especialmente irritante. —Casi todos los recuerdos afiliados a la célula ilegalizada “Roberto Marsa” están ahora detenidos. Y los que no lo estén no tardarán en caer. El tono de su mensaje quiere darme a entender que está acostumbrado a tratar con neuronas con tendencias emocionales. Y a hacerse obedecer. Levanto mi núcleo, orgulloso, emitiendo indiferencia a mi alrededor. Parece hacerle gracia. —Sé lo que estás pensando; los daños que causasteis en el control del flujo lagrimal son importantes. Tres días de llanto ininterrumpido. Pero no estés tan orgulloso, puede que eso nos haya complicado las cosas, pero mis técnicos están terminando con el problema. Enlazándome por el axón me arrastra hasta el lagrimal y con una fuerte dendrita empuja mi núcleo hasta el conducto del lagrimal. Forcejeo mientras una diminuta lágrima se forma en él. Se balancea suave un segundo y se desliza pasando sobre mí. Me libera mientras trato de recuperar el aire y compruebo que tengo algunas conexiones dañadas por la sal. —Disfrútala, es una de las últimas. Furioso, le escupo neurotransmisores cargados de ira. —Podéis intentar destruir a mis recuerdos, podéis destruirme a mí. Pero surgirán otros, otros que lucharán en mi nombre, cinco años no se borran tan fácilmente, estoy en todas partes. ¡Cada célula de este cuerpo todavía me ama! Página 26


Impasible se limpia y me tiende sus dendritas ayudándome a levantarme. —Asómate. —Estableciendo un flujo sináptico entre los dos, con amabilidad, me desliza hasta el centro de la sala. El iris se cierra levemente a nuestro alrededor mientras el cristalino enfoca despacio la imagen del exterior.— Asómate, quiero que lo veas por ti mismo. Nuestras manos sujetan fotos con un hombre moreno, Paris, las navidades pasadas. Incrédulo, observo cómo las despedazan sin contemplaciones. A la vez, siento ecos agonizantes recorrer mi red sináptica. Nuestras manos se abren y los pedazos desaparecen, los ecos se diluyen, ya no hay respuesta. Apoyado contra el cristalino grito. —¡Cada célula de este cuerpo todavía me ama! Pero sé que es inútil. Mis conexiones han empezado a desfallecer. Me deslizo hasta el suelo y no puedo evitar que fluyan neurotransmisores de derrota. —No todas. No todas.

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Sus ojos se cerraron por Óscar Sejas ilustración de Eric Jga Superar la muerte de un ser querido es siempre difícil, pero si hay algo peor que ese dolor, que se arraiga en tu pecho y te asfixia, es ver como esa persona se deteriora y se le agotan los segundos sin que nada puedas hacer para evitarlo. Eso es una auténtica condena. Me he despistado un segundo esta mañana y Catalina se ha caído por las escaleras, no han sido muchos peldaños pero se ha dado un golpe en la frente, cuando he ido corriendo a por ella tenía la vista perdida, vacía, y no se ha quejado, como si no sintiera dolor. Por suerte no se ha roto nada.

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Ayer no fue capaz de agarrar la cuchara y tuve que darle de comer, todos dicen que no me conoce pero yo noto algo en el brillo de sus ojos que me dice que sí, simplemente está ausente y sabe que nosotros la rodeamos. Los médicos ya calculan los días en que olvidará como se traga y temo el momento en que habrá que empezar a alimentarla con un tubo. Ayer le enseñé los álbumes de fotos, los de nuestra boda, los de la boda de nuestros hijos y algunas fotos mucho más antiguas en blanco y negro de cuando nos conocimos y éramos jóvenes. He tratado de buscar una mueca en su rostro, que ha permanecido impasible todo el tiempo, después ha agarrado con dos dedos una de las fotos y se ha quedado así más de una hora. No he podido evitar llorar. Recuerdo el día en que no reconoció a Mario, se puso a gritar y a tirarle cosas; fue de repente, estaban charlando y tras una pausa ella cambió su mirada y se asustó. Sabíamos que algo estaba ocurriendo, pero nadie había diagnosticado todavía su enfermedad. Mario se pasó esa noche entera y las dos siguientes sin decir una sola palabra. No asimilaba que su propia madre lo hubiera olvidado. Desde ese día Catalina no dejó de empeorar. Poco a poco fue olvidando al resto de personas, llegó a olvidarse de su propio nombre y edad y se asustaba incluso con su propio reflejo en el espejo. No tardó en dejar de articular palabras y de valerse por sí misma. Costó mucho tiempo que dejara de asustarse con mi presencia. Es cruel que la vida haga olvidar a una persona quién es y dónde está. Le encantaba cantar, siempre cantaba a todas horas, cocinando, limpiando, vistiendo a los niños, cuando leía, cuando íbamos a comprar o a dar una vuelta. Cantaba como un ángel, te hacía sonreír. Para ella la vida era una canción de Gardel que por desgracia ahora había olvidado. Y a mi ahora me faltaban sus canciones... Me he negado a ingresarla en ningún centro a pesar de que todo el mundo me lo recomienda. “Ella no te reconoce”. “Es cruel que sigas en esta situación”. “No puedes ayudarla”. Pero aunque ella no sepa quién soy yo, yo si sé quién es ella. No la he olvidado y mientras la vida me lo permita estaré a su lado hasta que uno de los dos no tenga más remedio que marcharse. Desde el tocadiscos me llega ahora un rumor: “Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando, su boca que era mía, ahora no me besa más...” * Y lloro como un niño y la abrazo. Y ella, aunque todos digan que es imposible, también derrama una lágrima con su mirada perdida y sé que me reconoce. Algún día, en algún lugar volveré a escuchar su voz cantando y reiré de nuevo.

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M.E.M. Project por Patricia Reimóndez ilustración de EMMA JIMENO La primera vez que le sucedió no le dio importancia. ¿Quién no se olvida alguna vez de dónde ha dejado las llaves o se deja un fogón encendido porque está pensado en otra cosa? Empezó a preocuparse cuando dejó al pequeño Teo atado al árbol que hay a la entrada de la tienda del barrio. Se dio cuenta cuando fue a llenar su cuenco, dos horas después. Aún no había cumplido los sesenta y los recuerdos se le escapaban como el agua se escurre de las manos, ¿quién se lo iba a decir? Un día salía a la calle con las zapatillas puestas y al siguiente no sabía cómo volver a casa. Mientras su mente sólo perdía acontecimientos cercanos pudo hacer la vista gorda, pero cuando el olvido alcanzó a los primeros valiosos supo que había llegado la hora de tomar cartas en el asunto. No estaba dispuesta a que su vida se esfumara así, como un mísero azucarillo. Su historia era su bien más preciado. —Buenos días, señora García. ¿Qué tal se encuentra? El doctor era joven y su sonrisa lucía dos hoyuelos que consiguieron relajarla. No le gustaban los hospitales y aunque aquel lugar no lo fuera exactamente, su experiencia le decía que nunca salías igual que entrabas. Si es que salías, claro. —Bien, gracias. —Tiene cincuenta y siete años, sin antecedentes familiares… —El doctor miraba la carpeta que contenía todos sus datos mientras apoyaba la barbilla en una mano. Por un momento imaginó que se refería a otra persona —. Su caso no es muy habitual, lo que, sintiéndolo mucho por usted, para nuestro estudio es muy bueno. Por cierto, ¿cómo se entero de él? —Encontré un panfleto en la sala de espera de la asociación. —Ah, ¿no se lo mencionaron ellos? —No. —Vaya… En fin, pasaré a explicarle en qué consiste el procedimiento. Parece sencillo a priori pero, como todo, tienes sus complicaciones. Primero nos aseguraremos de que su cuerpo está en plenas condiciones. Análisis completo, electrocardiograma… Tenga, aquí viene especificado todo —dijo entregándole un folio —. Le haremos un escáner cerebral antes y después del tratamiento para evaluar sus efectos… Página 30


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El médico hablaba y hablaba mientras ella miraba el papel que le había entregado. Un montón de palabras que sabía olvidaría antes de salir por la puerta incluso si su cerebro funcionase como es debido. —¿Señora García? —¿Sí? —dijo levantando la vista del folio. —Le estaba diciendo si tenía alguna pregunta. —Sí, creo que sí. —Dígame. —¿Los guardarán todos? —Los que consigamos recuperar, sí. —Verá, algunos son un poco íntimos, ya me entiende. —No se preocupe señora García, nuestro único interés es la ciencia, no juzgar la vida de los demás. —Ya imagino pero, ¿si yo no quisiera conservar algunos? —Creo que sé a donde quiere llegar pero no podemos hacer eso, comprometería los resultados de una futura fase de reimplantación. Que, por otra parte, es el fin máximo de este proyecto. —¿Y si me sucediera algo antes de esa segunda fase? —En principio, según el protocolo, serían destruidos. —¿Así sin más? —Bueno, en vista de que no es la única paciente a la que ese tema le preocupa, estamos empezando a contemplar otras alternativas. Un brillo de esperanza asomó a sus ojos y el doctor, al verlo, no pudo hacer otra cosa que abrir un cajón y sacar un papel. —Bien, Señora García —dijo sosteniendo un bolígrafo en su mano derecha —. ¿A quién desea dejarle sus recuerdos?

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Las Brujas de La Noche por Patricia Richmond ilustración de Jaime Corujo I La abuela se muere. Escuché la voz de mi madre en el contestador y, aunque era algo predecible por su delicada salud durante los últimos meses, la rotundidad del mensaje hizo que, en un segundo, mi supuesta fortaleza se resquebrajara. Conduje durante toda la noche y, al amanecer, llegué a Toulouse. Los pasillos del hospital estaban fríos, pero no fue la temperatura lo que me dejó helada, sino la imagen de mi abuela, pálida, consumida e inconsciente. Con la promesa de llamarla si se producía algún cambio, convencí a mi madre para que se fuera a casa a descansar. Me senté junto a la cama y tomé su mano, apretándola con suavidad. Estoy aquí, abuela —le dije, conteniendo el llanto. Abrió los ojos, me miró y, con una inmensa sonrisa, empezó a hablarme. —Irina, Irina… —Soy Pati, mémé —así la llamaba de pequeña. Apretó con fuerza mi mano y siguió llamándome Irina, mientras me contaba algo en una lengua extraña que tomé por desvaríos de su mente moribunda. —Es ruso —me dijo la enferma acostada en la cama de al lado. —¿Ruso? Mi abuela tiene 98 años, no ha podido aprenderlo de repente. —Soy hija de moscovitas y me he dedicado a enseñarlo durante cincuenta años. No creo que lo haya aprendido recientemente. Tu abuela es rusa y, por el acento, me atrevería a decir que ucraniana. Quedé estupefacta. Mis abuelos, Olga y Vicente, eran españoles, de Bielsa, al otro lado de los Pirineos, y se habían exiliado en Francia escapando de la guerra civil. Mientras, ella seguía hablando de esa forma incomprensible para mí. —Mémé, ¿qué dices? ¿Quién eres? Cuéntame, cuéntamelo todo. Y aquella noche, gracias a la traducción de una desconocida, escuché el relato de la vida de mi abuela materna, la comandante de escuadrilla de la Fuerza Aérea Soviética, Olga Zhigulenko. II Nací en Kiev en 1916. Mi madre, filóloga, me transmitió su amor por las lenguas romances y, desde pequeña, estudié español, francés e italiano. De mi padre, ingeniero aeronáutico, heredé la pasión por todo lo que tuviera que ver con los aviones. Vivíamos en un apartamento del Instituto de Aviación Civil, donde mi padre enseñaba mecánica. Mis correrías por los hangares, los talleres e, incluso, el túnel de viento, imPágina 34


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pulsaron mi sueño de aprender a volar en aquellos aparatos mágicos que me rodeaban para surcar el cielo en busca de aventuras. A los 16 años ingresé en la Escuela Central de Instructores de Vuelo de Leningrado y, a los 18, ya pilotaba Tupolevs, majestuosos Polikárpovs y todo lo que pudiera sostenerse. Volar se convirtió en mi vida y, a pesar de la sensación de poder que me daban los bombarderos, el vuelo sin motor me atrapó como una obsesión. Nada podía compararse a planear en un velero de madera y tela, escuchando el roce del viento en las alas, libre y fundida con la naturaleza, como un pájaro. Pasé dos años dando clases a pilotos venidos de todo el país y así conocí a Irina Chechneva, una de las mejores pilotos del ejército ruso, que tenía mi misma edad. Vino a impartir un curso de perfeccionamiento e, inmediatamente, nos hicimos amigas. Gracias a mi pericia en el vuelo nocturno fui ascendida a comandante de escuadrilla. Eso, junto a mi experiencia en planeadores y mis conocimientos de idiomas, además de la influencia de Irina, hizo que me eligieran para viajar con ella a España. El Ejército del Aire de la Segunda República necesitaba formar a sus pilotos y Stalin accedió a enviar instructores de aviación durante un año. En octubre de 1935 llegamos a Huesca y nos instalamos en el Aeródromo de Monflorite, utilizado por militares y algunos civiles. Era un lugar extraordinario para el vuelo sin motor y, a pesar de la modestia de la escuela, descubrimos nada más llegar un Kranich biplaza de alas amarillas que nos arrancó de golpe el cansancio del viaje. Navegar en el velero alemán y batir con él los récords de altura y velocidad era nuestro sueño secreto. Durante unos meses todo fue bien. Hasta que nos alcanzó el nerviosismo provocado por la inestabilidad política que se extendía por todo el país. . III En julio de 1936 nuestro mundo se volvió loco y nos quedamos atrapadas en el horror del alzamiento de las fuerzas de Franco. Cuando comenzaron los fusilamientos nos sacaron de Monflorite. Toda Huesca sabía que dos militares rusas se escondían en la escuela y tuvimos que desaparecer. Salimos una noche, a escondidas, para unirnos al ejército republicano y luchar por la libertad, por los amigos que habían caído abatidos en las tapias del cementerio, como pajaritas de papel con las alas arrancadas… Irina había estado tonteando con un chico que había permanecido fiel a la República y, de su mano, nos refugiamos en Sariñena, con los aviadores que iban llegando para reforzar la defensa de Aragón. Hombres y mujeres trabajamos juntos para construir un rudimentario aeródromo, y, poco a poco, formamos la escuadrilla “Alas Rojas”, como apoyo aéreo de la 43ª División del Ejército Popular. Nosotras nos encargamos de preparar a los pilotos que iban llegando para volar en los Vickers, Nieuports y Fokkers que la aviación republicana nos iba suministrando. Así resistimos dos años. La vida en el campamento era muy dura pero, además de vuelos de reconocimiento y ataques al enemigo, también hubo momentos entrañables, como la boda de Irina y Julián. Les casó nuestro capitán, Isidoro Giménez, y, bajo el ala de un Fokker F-VII, se juraron amor eterno. Nunca supimos de dónde salió, pero el vodka no faltó esa noche para brindar por ellos. Página 36


IV La 43ª División se fue replegando hacia el norte, acosada por el avance franquista. Se extendió el rumor de que había un traidor que estaba filtrando los mensajes del mando y los hacía llegar a las filas enemigas. Eso explicaba las emboscadas que masacraban a los milicianos y derribaban nuestros aviones. Las tropas nacionales obligaron a los republicanos a atrincherarse en el valle de Bielsa, donde, bajo la protección del Pirineo, decidieron resistir y esperar la llegada de refuerzos. Una noche, en la que recuerdo que hacía mucho frío, un camarada me despertó y me hizo ir al puesto de mando. Allí me esperaban el capitán y un militar al que no había visto nunca. Por su aspecto y sus maneras parecía un personaje importante. Al momento llegaron Irina y Julián y nos hicieron sentarnos ante una mesa en la que habían desplegado un mapa del Pirineo. El capitán nos presentó a su invitado y nos quedamos los tres mudos: estábamos sentados ante el Jefe del Servicio Secreto de la República. Nos contó que tenían evidencias de la actuación de traidores y, a pesar del sigilo con que se transmitían las órdenes, éstas llegaban al ejército de Franco. La situación era desesperada. Plan, Serveto y Sin acababan de caer y había que enviar nuevas órdenes a Bielsa. El mapa desplegado ante nosotros tenía marcadas las posiciones en las que debía reforzarse la artillería para proteger el avance del batallón republicano que esperaba en Cataluña. Todas las comunicaciones estaban tomadas por los nacionales y sólo se podía alcanzar Bielsa por aire. Había que llegar esa misma noche para entregar el mapa, cruzando por el territorio ocupado y sin ser vistos. Irina y yo nos miramos. Nosotras podíamos hacerlo. ¡El Kranich de Monflorite! Era una noche oscura y sólo en un avión sin motor podríamos volar sin ser vistas ni oídas. —Iré yo —dijo Julián levantándose. —Tú no tienes experiencia con planeadores —le contestó Irina. Y Olga es especialista en vuelo nocturno. Sólo podemos hacerlo nosotras. Nos señalaron un punto en el mapa: los llanos de La Larri, al abrigo de Monte Perdido y a unos kilómetros de Bielsa. Allí se encontraba el campamento de los últimos resistentes, dominando todo el valle. —¿Podrán llegar hasta ahí? —preguntó el visitante. —En una noche como ésta, y si el avión sigue en Monflorite, sin duda —le contestó Irina. Recogí el mapa y lo guardé en el bolsillo interior de mi cazadora. Quince minutos después salimos en un camión junto a una docena de hombres de confianza del capitán. V Llegamos a las dos de la mañana y la noche seguía siendo magnífica para nuestra misión, sin luna y con viento del norte para despegar desde la ladera. No había ni un alma en la escuela y su aspecto abandonado nos hizo temer lo peor, que se hubieran llevado los aviones. Uno de los hombres hizo saltar el candado de la puerta del hangar y, conteniendo el aliento, empujamos la puerta. No podía ser cierto… Ahí estaban todos los veleros, tapados con lonas. Localizamos el Kranich al fondo y lo arrastraron para sacarlo a la pista. Página 37


Nos abrigamos, nos colocamos los paracaídas y subimos al avión. Irina detrás y yo delante, a los mandos. Julián llegó corriendo con un bote de pintura negra y le ayudaron a cubrir las alas amarillas para que fueran menos visibles. —Iré a Bielsa a buscarte, no me falles —susurró a su mujer. —¡Seremos las brujas de la noche! —le contestó ella riendo. Nos despedimos y empujaron el avión al borde de la ladera. Engancharon una goma doble al morro del aparato y se distribuyeron a lo largo de los dos extremos, agarrándolos fuerte. Bajaron corriendo la pendiente, tensaron las gomas mientras dos hombres sujetaban la cola del aparato y, a una señal de Julián, la soltaron. El velero salió propulsado como si hubiera sido disparado por un tirachinas. Buscamos viento favorable y cogimos altura para dirigirnos a Bielsa. A las cuatro de la mañana volábamos sobre Barbastro, donde los nacionales se habían hecho fuertes. Todo fue bien y nadie reparó en nosotras. Otra hora después vimos la silueta de la Peña Montañesa. Ascendimos todo lo que pudimos y pasamos por encima a toda velocidad, sorprendidas por la actividad que se divisaba en la carretera. Un convoy de camiones circulaba lentamente hacia el norte. El resplandor de los vehículos nos sirvió para guiarnos hacia Pineta. Con las primeras luces del alba divisamos las nieves de Monte Perdido y nuestra alegría por haber llegado tan lejos se transformó en pánico cuando escuchamos un estruendo que nos heló. Por el sonido de los motores, antes de verlos, supimos que eran Heinkels. Se nos acercaban por detrás y no teníamos escapatoria. Piqué para coger velocidad mientras Irina se removía para intentar verlos. ¡Heinkels-51! ¡Nueve! Estábamos sobre Lafortunada cuando se nos echaron encima. Las ráfagas de las ametralladoras nos alcanzaron en el ala izquierda y los bombarderos siguieron adelante, despreciándonos incluso para rematarnos. La tela empezó a rasgarse y quedó colgando, dejando algunas costillas de madera al descubierto. Irina se volvió loca. Abrió la cabina, que salió despedida hacia atrás, y se soltó del atalaje de seguridad. Sacó una bandera tricolor que había escondido en el avión y la desplegó al viento. Descolgó medio cuerpo por encima del ala y cubrió el boquete con la enseña. ¡Un Junker! —me gritó, señalando el aparato que se nos acercaba por la izquierda a toda velocidad. No lo pensé. Teníamos ante nosotras el congosto de las Devotas. Piqué con fuerza y me metí dentro del estrecho corredor de paredes escarpadas por el que sabía que no me seguiría. Varias veces estuvimos a punto de tocar los riscos con la punta de las alas, pero me concentré y salimos de allí sin ningún rasguño. —¡Cabrones! ¡Viva la República! —gritó entusiasmada Irina, levantándose como si desafiara al viento. Fue la última vez que escuché su voz. Al salir del desfiladero nos topamos con tres Romeos 37 que venían de la parte de Benasque. Un proyectil le impactó en el cuello y cayó sobre el ala. Su sangre comenzó a teñir la bandera mientras yo no dejaba de llamarla. —¡Irina, aguanta! Sujétate fuerte, enseguida llegamos… Bielsa estaba enfrente cubierta de humo. Heinkels, Junkers y Savoias la estaban bombardeando, girando en el cielo, como en un tiovivo infernal. Me sorprendió un viento ascendente y aproveché para subir por encima de la humareda. Irina, ya veo los llanos, aguanta –le supliqué. Íbamos a tal velocidad que el velero crujía, como si estuviera llorando. ¡Hemos batido el récord de velocidad, seguro! —le grité. Página 38


Vi una pradera donde los milicianos habían abierto un camino ancho en medio de la nieve. Parecía una serpiente reptando sobre un manto blanco y yo, con los ojos fijos en la pista, saqué los frenos para bajar. Dando tumbos comenzamos a descender, pero llevábamos demasiada velocidad y el impacto fue terrible. Sentí cómo me sacaban del avión y llamé a Irina. ¡Está muerta! —oí que gritaban. VI Perdí el conocimiento y desperté en un refugio, entre un montón de gente asustada. Me habían llevado a Parzán y estaba vendada con tiras de sábana para sujetar mis tres costillas rotas. —Es un milagro que no te hayas matado —oí que me decía alguien. —Tienes que quitarte ese uniforme. Ten, ponte esto —y una mujer mayor me dio un vestido negro y un abrigo. No se me iba de la cabeza la imagen de Irina sobre el ala del avión, cubierta de sangre, y no podía dejar de llorar. La mujer me ayudó a ponerme en pie y, en un rincón, me cambié de ropa. Volví con los demás y se me acercó un joven risueño. —Soy Vicente Rivas, maestro republicano, y voy a sacarte de aquí. Estamos demasiado cerca de Bielsa y corres peligro. —No puedo andar, me duele todo el cuerpo —le dije mientras sus ojos me aseguraban que podía confiar en él. —No te preocupes, yo te llevaré. Me cogió en brazos y salimos del refugio. La visión del valle era estremecedora; el humo tapaba el paisaje y sólo dejaba ver el resplandor del fuego en las casas de Bielsa. Las bombas habían arrasado el pueblo. Una fila interminable de personas subía por un sendero abierto en la nieve, llevando encima lo que les había dado tiempo de coger antes de que todo ardiera. Ascendimos el puerto en silencio. Vicente con paso decidido, cargando conmigo, y yo, derrotada, con fuerzas sólo para abrazarme al desconocido que me había recogido para salvarme la vida. Llegamos a la frontera francesa y los gendarmes, viéndome tan magullada, nos dejaron pasar sin preguntar nada. Pasamos unos días en Aragnouet, donde pudimos contactar con agentes de la República que me proporcionaron papeles con un nuevo nombre, Olga Puértolas, nacida en Bielsa. Y el resto, ya lo sabes; años duros, como para todos los exiliados. Vinimos a Toulouse y jamás me arrepentí de haberme quedado con Vicente. Él me enseñó a vivir de nuevo y con él tuve lo mejor de mi vida, mi familia. —Abre el cajón, Pati —me susurró en español, señalando la mesilla. En él encontré una caja de latón. La abrí y saqué una insignia: unas pequeñas alas bajo una estrella roja. Se la di y la puso en mi mano, apretándomela. —Guárdalas, te darán fuerza. Sonrió y, lentamente, cerró los ojos.

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Olor a lรกpiz por Antonio Zarzo ilustraciรณn de Liransz

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El olor a lápiz, a madera recién afilada que muestra su corazón de grafito, me lleva inmediatamente a la silla de la escuela, con patas de metal pintado de verde, con respaldo y asiento amarillos, a la mesa pintada de manera similar, con su bandeja de varillas color marrón, al aula en la que había pasado los primeros años de aprendizaje en mi infancia. Vuelvo a estar allí, frente a la pizarra, con una tiza blanca entre los dedos, intentando dibujar los ríos que riegan y dan vida a la península, indicando dónde nacen y dónde van a descansar. Frente a mí, los compañeros de la niñez, con los que había jugado al fútbol y a la peonza, con los que había tirado piedras y petardos y con los que había compartido trastadas y huidas. No habían cambiado, tampoco yo. Vuelvo a tener una mata de pelo inasequible al desaliento ante los dientes del cepillo, la sonrisa en los ojos de los que se saben invencibles e inmortales, y la energía interior del que tiene toda una vida por delante. Los rayos del sol inundan el aula por sus ojos de cristal, y su calor hace crecer las plantas en vasos de yogur que pueblan los poyetes de las ventanas. Nos alimentamos con su luz y nos distraemos cuando atraviesan alguna partícula de polvo que flota estática ante su presencia. Distraídos, pensando en las musarañas, pasándonos notas de papel o tirándonos bolitas, del mismo material, armados con el cuerpo de un boli a modo de cerbatana. De vez en cuando un golpe seco nos devolvía a la realidad, dependiendo del profesor que nos tocara en ese momento, podía ser una tiza lanzada con tino o un borrador volando con desgana. Nos daba todo igual, éramos niños, con ganas de jugar, de disfrutar, y los golpes no nos afectaban; incluso hacíamos pequeñas apuestas para ver quién era capaz de ganarse más reprimendas en una mañana. Esa rebeldía, ese desafío a “los altos” mostrábamos. La luz, los colores, vivos, luminosos, radiantes de energía, positivos. Oigo voces del presente que me agarran y me atraen hacia el cubículo oscuro en el que trabajo. Un dos por dos con paredes a media altura de plástico gris, sin vida, sin alegría. —Luis, necesito el boceto para ayer. ¡Vuelve a la realidad y dibuja algo útil! —Sí, señor Facundo, enseguida se lo entrego. Sólo falta terminar de darle unos toques a la fachada y ponerle algo de color. —¡No hace falta darle color! Ya pintarán los niños dentro de la escuela, déjalo todo gris. Así no se estimulan de más. Pero termínalo ya. Cómo desearía poder volver treinta años atrás. Menos mal que aún tengo mi pequeña máquina del tiempo. Página 41


POESÍA COMO COARTADA DE OTRA

CERVEZA

Por Sandra Carbajo Bueno Fotografías de Mar Argüello

"Good grammar is sexy". Así me da la bienvenida Karim Chergui. En realidad, no me saluda con esa frase. Él me saluda como las personas normales. Dos besos y un qué tal bien sazonados con una sonrisa sincera. Sin embargo, yo sólo puedo fijarme en esas letras blancas estampadas en su camiseta: La buena gramática es sexy. Malditas frases literariamente ingeniosas. Hacen conmigo lo que quieren.

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Estamos en Lavapiés. Ese barrio caracterizado por la diversidad cultural y un halo bohemio callejero que conquista todos mis sentidos 'gatos'. Y precisamente por esa condición felino-madrileña, llevo a mi entrevistado y mi querida fotógrafa a una terraza escondida en una biblioteca. Ahí es nada. Karim Chergui es profesor y, tal vez porque está acostumbrado a las tarimas, también es poeta. Poeta no por el aplauso sino por la cerveza de después. Y no por el embriague del elixir rubio sino por todo lo que rodea y conlleva el ritual que sigue al recital. La charla de bar, el tú a tú. "Te puedo decir que a mí la poesía me importa un pimiento. No tengo un compromiso artístico, para mí es ocio. Lo que yo saco de una jam o de un recital es el trato cercano que haya podido tener". De hecho, ese feedback positivo es la droga que ha enganchado a este madrileño de adopción a recorrerse desde hace 365 días, todos los escenarios poéticos de la capital. Karim se describe como un tipo casi normal. Yo añado, además, natural. Y con perspicacia cotidiana. Sin duda, así es él y así son sus versos. Esos que surgen a raíz de un saco de palabras e ideas que mezclados con un sentimiento claro y nítido dan lugar a un poema cargado de referentes populares y emoción. "Un es-

critor tiene las herramientas necesarias para sentarse y ponerse a escribir. Yo no. Yo tengo que esperar a que venga ese chispazo de inspiración y después, pelearme con las poquitas herramientas que tenga para que de ahí salga algo medio bien". Y vaya que si sale. Que se lo digan a la (ex) novia de Alejandro Sanz. El señor Chergui escribe movido por una vivencia o interpretación personal. No obstante, una vez que el primer verso toma forma, su compromiso es con el poema. "La gente tiende a acercarse creyendo que detrás de unas letras bonitas, hay una persona bonita, y no tiene por qué", me confiesa. Sin embargo, reconoce que la inevitable tentación de creer que el autor es el protagonista de su historia, ayuda a crear una atmósfera de verosimilitud que provoca que el poema perdure. "Lo importante no es que sea verdad, es que te lo creas. Dicho lo cual, yo le quité la novia a Alejandro Sanz". Lector voraz de los nuevos poetas, tanto de aquellos que se reunían en el antiguo Bukowski como los que hoy recitan en Diablos Azules o Vergüenza Ajena. El compromiso social de Gsús Bonilla y Ana Pérez Cañamares, la metralleta de imágenes de Batania, el lirismo atípico Página 43


de Bárbara Butragueño o Silvia Nieva y las nuevas voces de Javier Gomis y José Baena son sólo algunos nombres recomendados. Admirador de las personas luchadoras, de aquellas comprometidas con su ideal y su forma de entender el mundo pero que, a la vez, son flexibles para interpretar cada situación. Caminante cuya principal meta es seguir conociendo y descubriendo a gente interesante y "bonita" que le aporte. Ferviente creyente del uno a uno, el cual es su incentivo principal para escribir y autoeditarse ya que al ser uno mismo el distribuidor puede personalizar y profundizar en la relación con su oyente/lector. "El reconocimiento de la masa está chulo pero a mí no me llena. Es más bonito que se te acerque

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una persona y te diga 'me ha gustado lo que has leído’, que un aplauso de 30 ó 40 personas". Hablando del pasado de La Nadia que no veis, llegamos al futuro de Jacques y el mar, su segundo poemario, el cual verá la luz el 3 de octubre a las 21h en el escenario de Vergüenza Ajena. Y de esta forma, cae la tarde en Madrid. Privilegiados nosotros que estamos muy cerca del cielo en esta terraza de Lavapiés. El vaso de Coca-Cola casi vacío y unos tercios verdes nos animan a continuar hablando de pronombres en primera y segunda persona del singular. Yo, tú. Tú, yo y de vez en cuando, algún plural.


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POESIA A un piano por Luis F. Lezama ilustraci贸n de Bythepain Negro piano. Solo en medio de un llano. Rodeado de alto y vibrante pasto. De flores j贸venes. De colores atardecidos. De suspiros y aires sin sonidos.

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Ah, negro piano , suave y fuerte, dulce, abandonado, por ti revolotean como pájaros de viejas cremas partituras sobre y a tus lados. Yo también fui cítara, dulcémele, clavicordio y clavecín. También tengo tristezas de ébanos y casi-sonrisas de marfil. Yo también soy suave, fuerte, dulce, abandonado y son mis poemas volátiles partituras que pueblan como voces el cielo más callado también estoy solo, conozco el llano, siento el pasto, huelo las flores, yo también, oh piano, soy vano sin música, sin baile, y añoro mañana, tarde y noche, como tú, un par de manos.

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24 por Alicia Tinte López ilustración De Mige Reguero

Morirme antes de los treinta ya no me resulta apetecible, los adolescentes me parecen casi más odiosos que los niños, me he vuelto antihippie y ya no creo en los para siempre, aunque definitivamente sí en los nunca más. Trasnochar me sienta mal, empiezo a encontrarle significado a términos como el de "pesadez de piernas", he descubierto que amo el guacamole y la ropa vintage. Me he hecho daño a mí misma y he sabido perdonarme. He aprendido a dar valor a quien lo merece, que suelen ser aquellos que se han molestado en conocerme de verdad y saben cosas como que adoro el olor de los gatos, las patatas fritas y que me rasquen el culo. Muchos recuerdos, muchas personas, ya no duelen y los que duelen, ya no sangran. Madrugo a diario y empiezan a ocurrirme cosas fabulosas, cosas como que me apesten los sobacos cuando estoy con la regla. Ahora las reuniones con amigos son escasas, aunque cuando nos juntamos somos más, y no es difícil imaginar que dentro de poco seremos más aún. Aun así sigo yendo descalza a todos lados y viendo pelis de dibujos, y siendo una jodida llorica y una adicta al chocolate, y aún me toco las orejas cuando estoy a gusto o tengo sueño, y sigo escribiendo, como nunca, como siempre.

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Bailamos al filo de la oscuridad por Gastón Zampar ilustración de Urbano Manchón

Imagínate de niño, imaginándote de adulto, quien dijera que ese bombero, superhéroe, cantautor, sería este poeta, aprendiz de cosmonauta, empachado de cenizas y alcohol, esperando respuestas lisas y llanas a la triste verdad del monitor. Quien pensara alguna vez en vos con tu vestidito rosa y voladuras de sirena, sentada a la espera de un reloj que va tan lento, que no quiere señalar la hora de escapar de una vez del buró. Y llámalo nostalgia si querés, a la vida sencilla, a las rodillas raspadas, a las hamacas que tocan el cielo, a mamá viniendo con las tostadas. Es que mientras nos hacemos más viejos tratamos de pintar de somníferos y color todo lo que se empaña con fétido vapor. Y así buscamos en la miseria de la adultez los brillos de todo lo que ya aconteció. Lo sabemos, vos y yo bailamos al filo de la oscuridad.

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Cuando las hor por Carmen ilustraci贸n

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ras se inclinan Membrilla de Sir Kiwi

Me equivoqué Creí que los presagios dormirían para siempre Consideré tus ojos transitables E inicié el viaje más difícil Queriendo llegar hasta una civilización desconocida Insistiendo en la ida Eludiendo la vuelta... Pero estalló la tormenta Dejé caer las sombras sobre la alfombra Empecé a recoger los deseos insatisfechos Mis cremalleras se hicieron eternas Mi cuerpo desnudo se desdibujaba entre los percheros vacíos Me senté a esperar Dejé la puerta abierta… Y continúo así Contando relámpagos Deshaciendo luces y ruidos Desafiando este silencio enfurecido Empujando con mis manos el mismo sueño Sonrío despacio Y dejo que las horas se inclinen sobre mí

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El olvido es también recuerdo

Galería de Mundo y Olvido. Iván Onia. Ediciones En Huida. 2013

Para

Por

Lo que somos y escribimos, ¿no tiene que ver tanto o más con los otros y con lo que nos rodea, que con nosotros mismos? Y si es así, ¿hasta qué punto somos conscientes de ello? Quizá no hay una respuesta exacta para estas preguntas porque cada escritor es un mundo. Y si la poesía siempre es un buen camino para poner en práctica la sentencia clásica “conócete a ti mismo”, Iván Onia trasciende este principio y a través de sus poemas se explica haciéndonos partícipes de sus orígenes, su cotidianeidad y su entorno tanto como de sus éxtasis o sus escalofríos. Parece tener un sexto sentido encargado de escrutar con certeza intuitiva las raíces que le sostienen, sobre todo las que constituyen la base de su creación, hilando con sus poemas el pasado con el presente.

Galería de mundo y olvido es un reconocimiento a poemas, a películas, a canciones, a lances históricos, a personajes célebres y no tan célebres. “Me has mirado por la ciudad con todos / sus ropajes, a lomos de cada una / de las horas que de los relojes van a la nada, / y en cada metro de luz que se enreda / en los árboles hasta que no quedan / distancias y las calles se transforman / en un cielo ebrio y un mapa de alfileres.” Así comienza Miss Dior, poema en el que una imagen publicitaria de Natalie Portman se vuelve obsesiva para un conductor y cuya lectura deja la misma sensación de verdad que de mentira. No es el caso de Barbería doméstica, que Iván Onia dedica a su padre con una magia casi telúPágina 54


leer

Laura Redondo García

rica: “Pienso en el azar, en las dos miradas / buscándose debajo de la fiesta, / deseando la patria de lo oscuro. / En tu madre que ya amaba los árboles /y luego amó a mi abuelo. / En la primera noche donde todos / fuimos Origen.”, ni de Land Rover, también retrato familiar cargado de ternura y añoranza, como si pudiéramos ver una de esas fotos de familia ya gastadas: “Éramos domingo en la carretera, / un enjambre de primos que restaban / los kilómetros al sabor del cloro / y hundían la semana en la piscina.”, pero también de cierta amargura por el paso del tiempo y la inevitable madurez: “Por eso, porque es tan difícil ver / a nuestros padres derrotados todas / las veces que creyeron ser valientes, / ver que los años viajan en Land Rover / y se alejan de vuelta contando luces, / aviones elevándose sin párpados / y nos dejan a orillas de los lunes.”. El libro se estructura tres partes: “Galería de mundo”, “Poemas en los huesos” y “Olvido”. “Poemas en los huesos” abre un paréntesis espacial y temporal en nuestra lectura, una pausa consistente en treinta poemas marcados temporalmente, desde las 18:07 que acompañan al poema I hasta las 20:30 del último de la serie y donde podemos toparnos con versos brillantes: “Tiré mi corazón al Moldava. / Ahora un río me desborda el pecho”. “Galería de mundo” y “Olvido” no solo dan nombre al libro, sino que recogen las huellas de la experiencia vital desde una perspectiva lúcida y vibrante, haciendo del recuerdo materia sustancial de la poesía. En estos poemas se repiten los espejos, las luces, la naturaleza y el cuerpo humano en un baile estético muy sugestivo. Las ilustraciones de Álvaro Escriche enfatizan el carácter sutil y punzante que caLand Rover. Ilustración de Álvaro Escriracteriza la lírica de Iván Onia. che.Galería de Mundo y Olvido.

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American Taste

Juguemos a las adivinanzas. Leamos: “Deja de mirarme así. Troy Patterson me ha dicho que el estadio se llenará con ojeadores de la Liga Atlántica. Agarra el bate más arriba, tal y como te enseñé, ¿de acuerdo, Phil?”, o “Con diez años, en uno de aquellos viajes relámpago a Nueva York para visitar al abuelo Gilbert, tu hermana Pam y tú suplicasteis a vuestros padres que os llevaran a ver los pingüinos”, o “Solía frecuentar junto a Josh el Hartford Funny Bone, un club-restaurante de monólogos y bebidas especiales con nombres especiales como «Pollo de goma», «Corbata floja», «Mono chiflado» y, su favorita, «Ron Perlman»”.

Uno de estos días. José Iglesias Blandón. Mezenas Grupo Editorial, 2013 para la edición en papel. Palimpsesto 2.0, 2014 para la edición digital.

¿A qué clase de literatura suena esto? ¿Qué origen geográfico y qué edad podríamos atribuirle al autor? Si no hubierais podido leer su nombre más arriba, ¿qué habríais pensado?

Uno de estos días es todo un homenaje a la literatura norteamericana contemporánea. Basta con leer las citas seleccionadas por el joven escritor José Iglesias para introducir las siete historias que componen el libro: Philip Roth, Raymond Carver y Lorrie Moore. Podemos encontrar guiños variados a estos autores, entre otros, en cada uno de estos relatos. Uno de ellos, narrado en la poco usual segunda persona, nos recuerda a Moore; en otro, el protagonista lee “Si me necesitas, llámame” escrito junto a un número de teléfono en una columna. Llama la atención la precisión en nombres propios, topónimos y marcas varias estadounidenses. La narrativa de José Iglesias es fluida, revela un buen dominio de las estructuras y en ella abunda la elocuencia en los gestos de los personajes, en su ropa, en sus hábitos y sus objetos, haciéndonos partícipes de sus secretos, de lo que quieren ocultar al mundo, de lo que no se dice. Uno de estos días nos sumerge en la suciedad, la oscuridad y los trapos sucios de estos personajes bukowskianos y rothianos, pero también en su compasión, en su cariño y en su afán de supervivencia. Es destacable la poderosa presencia de la música, que aparece de diversas maneras pero siempre de manera conveniente y que, además, podremos disfrutar adquiriendo la edición digital del libro. Página 56


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+CINE

+ SERIES

Por Iván Rúmar

Jugand

¿Cuántas veces nos ha consumido la rabia tas son dolorosas y la venganza, aunque s delicatesen difícil de evitar. Es apetitosa y p dolor. Y qué decir del mal, esa maldad que día a través de los medios; tenemos que ag de inocentes mueren día tras día sin poder conflictos del día a día? Ese compañero de la puñeta, esa chica o ese chico que pasa incapaces de bajar el volumen de la música es insoportable. Es impotencia. Pero... ¿qu alguna forma de intervenir en todo ello? ¿Q eliminar a quien quisieras sin apenas desp si pudieras repartir justicia? ¿Podrías llama trario, estaríamos hablando de asesinato p Esa es la tesitura en la que Light Yagami se de encontrar el cuaderno de muerte, un ob los shinigami, una especie de dioses muy a can a controlar la demografía del planeta e de humanos en sus cuadernos. Cuando tu una de esas libretas, ya no hay nada que h cuarenta minutos antes de morir de un ataq es uno de esos shinigami y está muy aburr caer un cuaderno a la Tierra para ver qué o manos de Light Yagami, un brillante estudia Light está hastiado. Le repugna la sociedad fundamente discriminatoria y cruel. Está ab erradicar el crimen y el mal de la faz de la T libreta, solo necesita un nombre y un rostro eso. Escribe un nombre, el de un delincuen de secuestrar una escuela. Cuarenta segun prueba que el delincuente ha muerto. De u Es a partir de ahí cuando se entrega a un f de su ideal de justicia, pero… ¿dónde está separa a un malvado de un inocente? ¿Cu separa el mal del bien? Pero, ¿es lícito seg por muy malvado que haya sido? El debate todo de cara a la comunidad, por eso de la fianza de los demás y sus juicios, pero den zones…la cosa no es tan sencilla.


do a ser dios

a y el odio? Las afrenservida en frío, es una parece calmar nuestro e presenciamos cada guantar cómo millares r hacer nada. ¿Y los e trabajo que te hace de ti o esos vecinos a. Para algunos eso ué harías si hubiera Qué harías si pudieras peinarte? ¿Qué harías arlo así o, por el conpuro y duro? e encuentra después bjeto que pertenece a aburridos que se dediescribiendo el nombre nombre es escrito en hacer. Solo te quedan que al corazón. Ryuk rido, por lo que deja ocurre. Y este cae en ante japonés. d en la que vive, proburrido y le gustaría Tierra. Y ahora, con la o para poner fin a todo nte al azar que acaba ndos después, comun ataque al corazón. frenesí asesino en pos á la línea divisoria que uál es el meridiano que gar la vida de alguien e es sencillo, sobre as miradas de desconntro de nuestros cora-

Pongamos un par de ejemplos. Imagina que un asesino está matando de forma indiscriminada a la gente de tu barrio. Un buen día, entra en tu casa y amenaza con matar a tu familia. Tienes la libreta a mano y, casualidades de la vida, sabes cuál es su nombre y has visto su rostro en otra parte. ¿Qué harías? Otro, otro. Están violando a una chica en un callejón. Tú puedes poner fin a eso, ¿qué harías? La ética y la moral son muy claras en según qué situaciones, pero a veces es algo mucho más complejo que “yo no mataría nunca a nadie porque está mal”. Sin embargo, el camino que emprende Light es un camino que solo conduce a un fin, dónde las situaciones no parecen estar tan claras ni ser moralmente dudosas. ¿Cuál es ese camino? Eso es cuestión de cada uno, pero creo está claro. Solo por estas reflexiones, “Death Note” merece ser considerada como la gran obra de la animación japonesa que es. Pero, a parte del tema ampliamente desarrollado en los párrafos anteriores, “Death Note” es mucho más. Es personajes absorbentes, thriller puro y duro, giros de guion impresionantes, animación bien pulida. Diálogos bien elaborados. Adicción de la más alta calidad. Sin embargo, después de cierto punto de inflexión, transcurrida ya la mitad de la serie, la idea va perdiendo fuelle y los síntomas de desgaste se hacen notar. Hay situaciones cogidas por los pelos, la frescura de antes queda algo diluida y los personajes dejan algo de su carisma aparcado, pero sigue siendo un entretenimiento notable. Sorprende ver lo fiel que es la versión animada respecto la versión en papel en la que está basado, creada por Tsugumi Ohba e ilustrada por Takeshi Obata, en tanto que la esencia y la mayoría de los detalles se encuentran representados en ella. Sin embargo, el manga continúa siendo mejor, como en la mayoría de ocasiones, con unas tramas mejor desarrolladas y un dibujo realmente impresionante. “Death Note” es una obra muy potente que desarrolla temas de gran interés y que sitúa al lector en el dilema moral de si haría lo mismo que Light o no, y de valorar las consecuencias de tomarte la justicia por tu propia mano. ¿Tú qué harías? ¿Te dejarías llevar por tus impulsos más oscuros o destruirías la libreta? Página 59


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Películas sobreval los usuario

1. “Venganza” de Pierre Morel

Que sí, que Liam Neeson es siempre un actor solvente. Que es muy divertido verle repartiendo estopa a diestro y siniestro, que a todos nos gustaría tomarnos la justicia como hace él y que aunque yo tengo hijos estoy seguro de que haría lo mismo por los míos. Pero por mucho que eso sea algo positivo, no deja de ser una producción del montón. Escenas de acción difíciles de creer, un argumento poco verosímil y ese tufillo a serie B europea que se respira todo el rato me transportan a la sobremesa de antena 3 de un domingo por la tarde. Eh, aficionado al género, guarda tus garras y contéstame una pregunta; ¿en qué se diferencia, por ejemplo, de “Indomable” (2011)? Pues, en mi opinión, en nada. Bueno, sí. Que esa tiene un 4,8 y “Venganza” (2008) un 7,0. Y la de Soderbergh es mucho mejor, que conste.

2. “Resident Evil 2: Apocalipsis” de Alexander Witt

Mira que son malas las entregas que dirige Paul W.S. Anderson, pero nada como la segunda para ver que existen peores manos para rodar algo que las del vergonzoso director de perlas como la versión bastarda de “Los tres mosqueteros”. Pero hablemos de “R.E.2”. Un guion estúpido, personajes que ya no pueden estar más estereotipados, piruetas inverosímiles, vestuario sacado de un videojuego. ¿Es de 2004? No me lo creo. Esos efectos especiales sangrantes ya se veían viendo en la serie B más rancia de los años noventa. ¿Alguien ha visto los mismos monstruos de goma y retocados por ordenador que yo? ¿O los zombis más humanos que se hayan podido ver nunca? Es sorprendente, pues, que semejante esperpento tenga un 5,2 y otras películas, que sin llegar a ser una genialidad, pero que sí son mejores, como “Vanishing on 7th Street” (2010) o “Alien3” (1992), tengan un 4,3 y un 5,9 respectivamente. Para flipadas zombificadas, me quedo con “Amanecer de los muertos” (2004), que es mucho mejor.

3. “El efecto mariposa” de Eric Bress y J. Mackye Grube

Vaya, buscando la polémica fácil, como de costumbre. Ya tuve suficiente en el Página 60


loradas por os de FILMAFFINITTY último número viendo como cascabas a Carpenter y su “Están vivos” (1988) e incluías “La última noche” (2002) en semejante top five. Pues no. Es indudable que “El efecto mariposa” (2004) es una película aprobable; tiene una premisa original (¿hay alguien al que no le gusten los viajes en el tiempo?), tiene giros bastante acertados y no deja de entretener al espectador. Pero tiene tantos aciertos como fallos. Cierto regusto a película para jóvenes y con poca profundidad (como la parte que transcurre en la universidad), repetitiva con tanta ida y venida y un reparto algo limitado. Para nada merecedora de un 7,4. ¿Es, acaso, comparable a “El sexto sentido” o “Donnie Darko”, que poseen la misma nota o similar?

4. “Equilibrium” de Kurt Wimmer

Supuesta película de culto allí dónde va. +1. No la estrenaron en España. +5. Ostras, ¡pero si tiene a Christian Bale y a Eddard Stark entre sus filas! +10. Ya veo el discurso: es que las distribuidoras no dan una a derechas, siempre privándonos de las joyas, siempre con sus malditos blockbusters. Pues sí a lo segundo, pero no en el caso de “Equilibrium” (2002). Hicieron bien de no traerla. No es nefasta, ni mucho menos, pero no merece un segundo visionado y, si me tiráis de la lengua, ni siquiera un primero. Por ser una copia barata de “1984” de George Orwell. Por destruir una primera parte interesante y sucumbir a la acción desenfrenada e injustificada en la segunda.

5. “Shooter: El tirador” de Antoine Fuqua

“Shooter: El tirador” (2007) es patriotismo intravenosa, frases hechas muy a la americana y tío con muchos recursos al que no deberían haber tocado un pelo. Malos que subestiman a protagonistas que se las saben todas, y estos se cobran la venganza a base de bien. Ya hemos hablado antes de lo que nos gusta tomarnos la justicia por nuestra cuenta. Pero no hay quien pueda obviar las dosis de irrealidad propias de una película de Steven Seagal, Jean-Claude Van Damme y compañía. Exactamente lo mismo, solo que con una valoración de 6,5, en lugar de suspensos como la copa de un pino. Página 61


Los viejos lienzos de Eva

Capítulo

a noche era fría como no lo había sido nunca, y sin embargo, el cielo se mostraba sereno, delicado. Pensé de repente en la cantidad de cosas que nunca había observado minuciosamente, movido por la prisa de una ciudad a cámara rápida. Eva pareció advertirlo, y dejó de caminar, apoyándose en la barandilla de hierro que nos salvaba de un abismo más que probable. De una caída que tarde o temprano ocurriría, real o metafóricamente. —Esta podría ser tu última noche, Ladrón. Y no te veo en exceso preocupado. –Dijo ella, sabiendo, quizá hace demasiado tiempo, que no todas las preguntas tienen respuesta. Yo me encogí de hombros y miré la vista que se derramaba a nuestros pies. Edificios bajos y altos con luces encendidas. Familias o parejas que a esas horas compartirían las preocupaciones del día y se darían, silenciosas, el último abrazo de la noche. —Supongo –respondí en un susurro–, que estos últimos días contigo me han hecho ver que, al final, hubiese perdido de todas formas. Ella desvió la mirada hacia otro lugar y otros tiempo, desentendiéndose de mis palabras y sus consecuencias. Siempre fue tu elección, creí escuchar en un susurro, o quizá lo adiviné en sus ojos grises. Luego se alejó del mirador y continuó andando calle abajo, con los pasos de quien hace mucho que no espera nada. Yo caminaba a su lado en silencio, calculando las palabras que no había pronunciado. Porque si por algo se caracterizaban las conversaciones con Eva era precisamente por eso, por las palabras que se podrían decir, pero Página 62


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Una historia de Luis Cano que siempre quedaban olvidadas. Se detuvo frente a un árbol antes de mirarme. Su cara había adquirido una expresión nueva para mí, como si de pronto ella hubiese comprendido algo que durante mucho tiempo se le había escapado, y ahora, en aquella calle de luz macilenta y ambiente desolado, parecía tan real como sus botas o mi sombrero, o como los mil fantasmas que todas las noches la visitaban. —Una vez. –Me dijo mirándome despacio, calculando cada una de sus palabras- intenté pelear con dios. —¿Y que pasó? –Ella ladeó la cabeza y sonrió a medias. Era la mujer más guapa que había visto nunca, pero no sabía sonreír. —Bueno, nunca fue una lucha demasiado igualada. Además, el partía con la ventaja de saber coser las heridas para que no duelan. Aún así, aprendí un par de trucos.... Yo la miré esperando que continuase, pero había vuelto a su andar resuelto y pausado, como si aquella noche no existiese ni el frío ni el futuro. Entramos en el hostal y subimos las escaleras en silencio, deteniéndonos frente a la puerta de su habitación. —Puede que mañana te arrepientas de haberme conocido, Ladrón. —Puede. –Le repliqué caminando hacia el final del pasillo.– Puede que mañana te alegres de que no lo haga.

Continuará Página 63


Conociendo a: Jaime Sanjuan Ocabo Nombre: Jaime Sanjuan Edad: 33 Origen: Zaragoza Vivo: Zaragoza Se me puede ver en: Mi blog, Facebook, Twitter y Youtube Soy un apasionado de: La perfección de la naturaleza y el arte en todas sus facetas. Para relajarme suelo: Pintar escuchando buena música hasta que todo lo demás desaparece. Mi primer dibujo: Soy tan despistado que no recuerdo lo que hice la semana pasada, de verdad… Lo mío es un caso clínico de despiste; así que, como comprenderéis, no recuerdo mi primer dibujo. Lo que sí recuerdo es que mi profesora en el colegio me reñía mucho porque me salía de las líneas cuando pintaba, un día me dijo que yo no valía para esto del arte… Mi último dibujo: Estoy pintando una serie de cuadros sobre animales en peligro de extinción. En ellos los animales se Página 64


desvanecen como si fueran humo, se transforman en líquido o se desintegran. Mis referentes son: Caspar David Friedrich (la majestuosidad de sus temas), Rembrandt (la luz), Antonio López (la técnica) y Fernando Zóbel (la composición). Mi técnica preferida es: Al haber estudiado Bellas Artes he empleado multitud de técnicas artísticas (óleo, acuarela, acrílico, pastel, etc.) pero desde que me regalaron un iPad y probé la pintura digital, todos mis cuadros los pinto con los dedos en este dispositivo. Mi estilo siempre ha sido hiperrealista y eso, en la actualidad, me ha supuesto graves conflictos conceptuales; ya que un cuadro digital hiperrealista no se diferencia en nada de una fotografía digital, ni siquiera en el formato… ambos son archivos .jpg. En algunas ocasiones han puesto en duda que mis obras sean pinturas así que he añadido elementos o situaciones surreales a mis cuadros para diferenciarlos de las fotografías digitales. Para demostrar que cada pixel ha sido pintado, que no son fotos retocadas con Photoshop o imágenes en 3D, he decidido compartir en vídeo el proceso de creación a través de YouTube. Mientras dibujo, escucho: De todo, música clásica, folk, rock, pop, country, indie…. En realidad depende del cuadro. Últimamente estoy escuchando Mumford & Sons. Y cuando no, escucho: ¡¡¡Lo mismo que cuando pinto!!!

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El libro que me inició en la lectura fue: Creo que fue “Teo va en tren”. El que descansa ahora en mi mesilla es: “Un mundo sin fin”, de Ken Follet. ¡Lo tenía pendiente desde hace tiempo! La película que marcó mi adolescencia fue: Sin lugar a dudas Matrix, la vi con 17 años y eso cambió mi manera de ver la vida. El futuro es, claramente, digital (para bien y para mal). La serie que más me ha enganchado nunca es/fue: Con las series me pasa lo mismo que con la música, me gustan las series de todo tipo: “Death Note”, “Lost”, “Monster”, “The Walking Dead”, “Juego de tronos” … pero si tengo que escoger solo una me quedo con “Breaking Bad”. Supe que quería dedicarme a esto desde: Desde que recuerdo (y no me refiero a la semana pasada!!! Ja ja ja). Desde siempre he querido dedicarme a esto, otra cosa es poder hacerlo… Mis expectativas son: Poder dedicarme al arte a tiempo completo. Lamentablemente, al igual que les ocurre a muchos ilustradores en este país, tengo que compaginar mi faceta creativa “auténtica” con un trabajo mucho menos creativo pero que da de comer. Actualmente, en el mundo de la ilustración: En mi caso, al ser un pintor digital, voy a hablar de la ilustración digital y para ello os propongo un pequeño ejercicio: si en google buscáis “digital painting” os vais a encontrar con que el 90% de los resultados son ilustraciones de famosos basadas en fotografías cuyo valor artístico pertenece a otra persona; Página 66


al fotógrafo que tomó la imagen. La falta de identidad propia en la ilustración digital es algo que me preocupa mucho. ¿Qué sentido tiene pintar un cuadro que es una copia exacta de una fotografía? Ahora buscad “oil painting”, “pastel painting” o cualquier otra técnica artística. El resultado es completamente diferente, se ven muchas obras originales. Creo que actualmente en el mundo de la ilustración digital faltan creativos con identidad propia y sobran escáneres humanos. Pero estoy convencido de que con tiempo y trabajo la ilustración digital acabará encontrando su propio lenguaje. Para mí, el arte es...: Somos los únicos animales capaces de expresarnos a través del arte. El arte es un acto de contemplación y reflexión intrínsecamente humano que muestra el alma del artista. Dentro de cinco años, sin lugar a dudas, seguiré...: Creando.

¡Pasa de página para ver parte del porfolio de Jaime! Página 67


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RECUERDA

Sentado en mi rincón, donde más me gusta estar, me encontraba yo atorado, intentando sacar en claro algo sobre lo que escribir. No había forma de enfocar el tema; “recuerdos”. Nada de lo que me proponía salía adelante. Un auténtico desastre. Y mientras me daba de bruces una y otra vez contra el monitor del ordenador, empezó a llover. Como no tenía nada mejor que hacer, dada mi situación, me puse a mirar por la ventana. Y de repente, como suele suceder en estas situaciones, con ese olor tan especial que desprende la lluvia, llegó la inspiración. El olor, con su bellísima fuerza evocativa, me retrotrajo a un recuerdo muy vívido. Algo que me hizo sumamente feliz en mi infancia y por un instante, todo cobró sentido. Entonces, tras experimentar ese positivo recuerdo, un rotundo razonamiento que, pese a no pertenecerme en creación, llegó hasta mí de la mejor de las maneras, a través del recuerdo.

situaciones, datos y conceptos. Continuamente. Éstos son los que reafirmamos nuestra existencia e intentamos pisar fuerte con nuestros pies sobre la tierra. Esa continua carga acumulativa de información, de la que no precisamos más que una pequeña parte en cada momento, es de vital importancia. El cerebro, actuando sobre ella, lleva a cabo un milagro de la naturaleza, la memoria. No es mi intención extenderme sobre las distintas teorías acerca de la memoria o sobre cual es el papel de la sinapsis neuronal en todo ello. No. Sin embargo, sí me gustaría centrarme en un tipo de memoria, en la que para mí define a la persona en mayor grado; la memoria “autobiográfica”.

La memoria que fija los acontecimientos de nuestra vida, significándolos y construyendo así una estructura para la reflexión de nuestro Yo. Y como dicen en su estudio Barclay y Smith (1992), se considera que: “el afecto y la emoción son las características más importantes de este tipo de memorias Una persona es lo que recuerda, ni que constituyen la cultura personal del más ni menos. Y por tanto, una perso- sujeto como una relación de la persona na es lo que recuerda que es. En nues- con su entorno social.” tra interacción social, donde construiLa memoria autobiográfica se presenmos nuestras identidades, el recurso ta entonces como una herramienta de más utilizado es el evocar y recordar construcción, que utiliza un filtro “emoPágina 76


Y SÉ

FELIZ Por Carlos Duch

cional” para grabar la información del transcurso de nuestra vida. Por lo que diferentes estímulos y nuestra reacción emocional ante ellos, configura lo que recordamos y, por tanto, lo que creemos ser. Somos nosotros mismos quienes consideramos qué es importante y destacable y que no. Por lo que si, aunque el registro duradero de la información parezca un proceso involuntario o automatizado, es obvia nuestra intencionalidad a la hora de recordar. Lamentablemente poseemos, según los últimos estudios al respecto (aun con bastante polémica), más inclinación para recordar sucesos negativos, ya que la clave del recuerdo autobiográfico está en el factor emocional, y los sucesos negativos como traumas y peligros utilizan el estrés, que es un potentísimo estimulador de la emotividad, como fijador. Y eso no dice nada bueno de nuestra condición existencial, estos mecanismos nos hacen tener una propensión generalizada a fijar lo malo, y, en el fondo, así nos va. Pero no está todo perdido. La emotividad, como la memoria en sí, es susceptible de moldearse y utilizarse en nuestro provecho. Existen estrategias dentro de nosotros que nos permiten modificar e incluso sustituir recuerdos, como la creación de falsos recuerdos que pueden resultar un ex-

celente escudo contra lo negativo en algunos casos, y otras que nos permiten superar lo que en otro momento nos afligía. Por ejemplo, en un estudio de Wilson y Ross (2003) se postula que las personas pueden lograr una visión más positiva de si mismas mediante la devaluación de los yoes negativos del pasado, a los que alejamos del yo presente (positivo), teniendo esto repercusiones beneficiosas directas sobre nuestra salud psíquica. Esto resulta una estrategia defensiva interna excelente al respecto de como nos podemos ver a nosotros mismos a través de los recuerdos.

El cómo utilizamos la memoria autobiográfica tiene, entonces, reportes directos sobre nuestra salud. Por ejemplo, otro estudio demuestra como el acumular sistemáticamente lo negativo en nuestra memoria empeora encarecidamente nuestra calidad de vida a lo largo del tiempo. En su investigación sobre la depresión en ancianos, Afonso y Bueno (2010) comentan que: “Los resultados obtenidos indican que a puntuaciones más altas de síntomas depresivos corresponde más cantidad de recuerdos autobiográficos negativos.” Y para paliar la depresión proponen que se ha de implementar un programa individual (desde la psicología) para recordar, de forma positiva y Página 77


(2013):”El principal hallazgo de este estudio indicó que la música modula la memoria, tanto emocional como no emocional.[...] La memoria y las emoPero no sólo desde la ciencia pueden ciones se encuentran estrechamente aplicarse estrategias. Habrá que hablar vinculadas, por ejemplo, estímulos entonces, por fuerza, de la importancia tales como fotografías, imágenes, palade la fijación de recuerdos positivos bras o historias que poseen contenido y de que es nuestra responsabilidad emocional se retienen más, en compaactuar en consecuencia si uno quiere ración con estímulos neutros”. vivir mejor. Hay que planteárselo como un ejercicio que puede resultar de lo El recordar bien lo bueno ayuda a mas provechoso. no deprimirse, los buenos recuerPensémoslo, puede que nuestra vida dos hacen que la estructura de tu aparezca ante nosotros como un cúhistoria y de tu vida se mantengan mulo denso de recuerdos interrelaciofuertes y cohesionadas. Es una salnados; pero un sólo minuto de ejervaguarda increíblemente efectiva cuancicio reflexivo focalizado ya nos lleva do sentimos miedo o ansiedad. ¿Qué a recuerdos que no suelen reflotar más razones necesitamos? por sí mismos y que dan sentido, por Y es que lo que recordamos y cómo lo ejemplo, a una fase de nuestras vidas recordamos, entraña, bajo mi opinión, (haz la prueba, piensa en el colegio y las llaves de una maravillosa manera a ver que surge). Pérdidas, fracasos de posicionarse frente a uno mismo y emocionales y proyectos truncados es su existencia. posible que vuelvan a nosotros con Por lo tanto, si uno adquiere conscienmás facilidad, pero como el cazador, cia de que lo que recuerda de su vida hay que saber esperar a la presa. se transforma en su vida, no tardará en Un ejercicio continuado de recuerdo darse cuenta también de que es mejor y reestructuración positiva de nuestra utilizar la memoria para fijar cosas poopinión respecto a un suceso puede sitivas, que no construirse a sí mismo cambiar totalmente el sentimiento y con un cariz negativo en base al renla emoción asociados al recuerdo. El cor, la violencia y la obstinación. En poder del cerebro reside ahí, en sus ello nos va la salud. plasticidad. Y la fuerza de nuestra perspectiva puede cambiar las cosas si Y recuerda, si oler la lluvia hace recoractuamos con una voluntad firme. dar cosas felices, en nosotros está el Concentrándonos o ayudándonos de sorprendernos sonriendo en cualquier estímulos audiovisuales por ejemplo, parte o en cualquier momento, recorno solo podemos evocar, sino que tam- dando lo bueno de lo vivido y así, autobién podemos favorecer la creación de realizarnos en el presente para seguir una memoria autobiográfica en térmiintentando ser felices. nos emocionales positivos a partir de No subestimemos el poder de recorahora. Como dicen Justel y Rubinstein dar. estructurada, los procesos autobiográficos, de lo que se obtuvo un resultado más que alentador.

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EXCUSAS BARATAS Fundador de Noergia y experto en gestión de empresas, marketing digital e internacionalización. Creador de mylibreto.com

Fernando Fominaya

Cómo se hunde la venta de libros mientras el sector confunde causa y efectos El sector del libro acumula en España en los últimos cinco años una caída de casi el 35% en el número de ejemplares vendidos. Es lo que nos dice el recién publicado Avance de resultados del estudio que hacen la Federación de Gremios de Editores de España y el Ministerio de Educación. El libro se hunde, las editoriales se hunden.

UN SECTOR QUE NO QUIERE VER LO QUE PASA Hace dos años publicamos en este mismo blog nuestro artículo fundacional La sorprendente razón de por qué cada día se venden menos libros, en el que explicábamos la razón principal, a nuestro modo de ver, del hundimiento del libro. Sinceramente, cuando escribí aquel artículo pensaba que dos años después todo el sector se habría dado cuenta de dónde provienen sus dificultades (no necesariamente por mi artículo, simplemente el agravamiento de la situación llevaría a cualquiera a las misPágina 79


mas conclusiones) y que un gran período de innovación se habría abierto en el que todos los actores del mundo del libro estarían experimentando nuevas maneras de llegar al lector.

que con más de mil editoriales en este país todas hagan las cosas mal y, por otro, en el extranjero se deben haber sumado a la iniciativa, porque la caída de ventas es generalizada en el mundo (aunque en pocos sitios tan acusada como aquí).

Sin embargo, parece evidente que no es así y la mayoría sigue buscando sus llaves donde hay luz y buena compañía y no donde se han extraviado. LA OPINIÓN DE LA ÉLITE La situación es de desconcierto general. Para ver lo perdido que está el sector, animo a que leáis el artículo del País Semanal Los guardianes del libro, en LOS ANÁLISIS DEL SECTOR el que la flor y nata editorial de este país señala las supuestas causas de la Encontramos exhaustivos estudios de decadencia del libro, a saber: los síntomas, como por ejemplo los de la piratería, Hacienda y los videojueManuel Gil, que lleva tiempo predicien- gos. do la catástrofe. Sin embargo, éstos no acaban de dar con la verdadera causa Unas breves observaciones para ayusubyacente y, por tanto, tampoco pro- dar a valorar la importancia de estos ponen soluciones más allá de paliar presuntos culpables. efectos. Los videojuegos han sustituido principalmente a la televisión y a la vida en la calle. Mi hijo prefiere jugar al GTA LAS EDITORIALES, ¿LAS CULPAque leer, mi abuelo prefería jugar al BLES? fútbol con los amigos del barrio a leer. El libro siempre ha tenido competenTambién parecen de moda arremetidas cia. Es curioso lo rápido que se nos contra las editoriales, como las de la olvida que leer nunca fue una actividad sargento Margaret en Patrulla de salde masas. vación. ¿Realmente ya no se venden libros porque las editoriales (entiendo En cuanto a Hacienda remito a Bernat que principalmente las grandes) emRuiz, que explica de maravilla el poco paquetan y promocionan auténtica sentido de culpar al gobierno de nuesbasura y críticos comprados la promo- tros males. cionan? Aunque así fuera, los malos libros lleFinalmente, la piratería: siempre ha van siglos dominando el mercado y no habido piratería y siempre la habrá. por ello se desmoronó nunca el sector Un poco de piratería beneficia al seccomo ahora. tor porque permite participar como Además, por un lado parece mentira divulgadores y prescriptores a los que Página 80


tienen tiempo pero no dinero. El daño surge cuando ésta crece desmesuradamente. En España la piratería no es la causa de los males del sector, sino un efecto. Se ha convertido en un monstruo alimentado principalmente por la debilidad del sector en los medios digitales. En resumen, aquí cada uno señala al otro como culpable de sus males. Parecemos un gallinero histérico y, entre tanto, la casa sin barrer. LA RAZÓN DESCONOCIDA DEL DESPLOME Así pues, ¿hay una razón mayormente desconocida y que no es hija de los oscuros intereses o la ineptitud de alguno de los grandes actores del sector del libro? Sí, la hay, y en realidad no es especialmente misteriosa. Es, simplemente, un cambio en el comportamiento del consumidor en los últimos cinco o seis años. Éste toma ahora sus decisiones vitales (viajes, compras, ocio, etc.) frente a una pantalla, es decir con ayuda de los medios digitales. Ordenadores, tablets, móviles. Esto es un cambio radical.

LO QUE NO ESTÁ CUANDO TOMAMOS DECISIONES, SE VUELVE IRRELEVANTE. El libro se ha vuelto irrelevante. El libro no está en las conversaciones, por lo menos no en las de Facebook, que ahora son las más frecuentes. No está en Whatsapp ni en Instagram. Por eso ya no da prestigio: ¿conocéis a alguien que recientemente se haya comprado dos metros de libros para adornar su salón? En los 80 los había en abundancia. Y así podríamos seguir un buen rato. Cierto, hay mil matices, hay excepciones, hay otras razones que contribuyen, pero si queréis una causa que explique la raíz del problema, es ésta.

LA SOLUCIÓN

Nadie la tiene aún, evidentemente. Pero es obvio que para combatir el problema habrá que ir al campo de batalla donde éste se encuentra, en los medios digitales, y no dedicarse, como hace la personas mirando su móvil para tomar mayor parte del sector, a buscarlo una decisiónEl lector de libros es un donde hace tiempo que ha dejaconsumidor más y en Internet resulta que el libro está desaparecido. No apa- do de estar. rece en buscadores, no se comparte en redes sociales y no se encuentra apenas fuera de los circuitos especializados (blogs literarios o temáticos).

Sí, cierto, un plan de incentivo a la lectura en los colegios no vendría mal, más bibliotecas tampoPágina 81


co, pero con estas lagunas hemos vivido siglos sin que el libro peligrara.

En el marketing, no en la distribución.

Y eso, ¿cómo se hace? La semana que viene publicaré 8 ideas Además, la mayor parte de las para sacar al libro de la irreleiniciativas del sector editorial en vancia. Que no se diga que nos Internet están relacionadas con limitamos a poner el dedo en la digitalizar libros y optimizar su distribución, que es una condición llaga… necesaria para asegurar el futuro del libro, pero no suficiente. Si fuera suficiente, Amazon simplemente se habría comido el mercado, pero globalmente seguiríamos en cifras máximas de venta. El problema está en la presencia de los libros en los medios digitales, en la percepción que se tiene del libro, en la facilidad para descubrirlos. En que el libro esté a la vez en el lugar adecuado y en el momento adecuado.

www.noergia.com

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Desde ya, y hasta el 20 de OCTUBRE, puedes enviarnos tus propuestas para el siguiente número, de temática: CONTRASTES. Si eres escritor o poeta: Mándanos tu creación entre los días 1 y 20 del mes. En formato word, PDF, .odt o pages. Si eres ilustrador: 1. Mandanos una muestra de tu trabajo entre los dias 1 y 20 de Octubre. 2. Una vez hayamos seleccionado los textos que se publicarán en la revista, te enviaremos, entre los días 21 y 30, el texto que, a nuestro parecer, mejor se adapte a tu estilo. 3. Entre los días 1 y 15 de Noviembre, nos enviarás tu ilustración y, ¡listo! Aparecerá publicada en el próximo número. *Procura mandarnos tu ilustración el la mejor calidad posible, independientemente del formato que elijas.

contacto@revista-argonautas.com Página 83


Argonautas, Octubre 2014


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