Argonautas
N#08 AGOSTO 2015
ISSN 2341-4091
·María Nevado· ·¿Por qué escribes terror?· ·Personas, personajes· ·Libertad y compromiso· ·5 películas americanas· ·Batmanchego·
·RELATOS·POESÍA·ILUSTRACIÓN·CINE·OPINIÓN·
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FotografĂas de secciones y entrevista ŠMar Arguello Arbe
Todos los textos, fotografĂas e ilustraciones pertenecen a sus autores, salvo aquellos en los que se manifieste expresamente lo contrario.
#08
Agosto 2015
SOLSTICIO
Nosotros Dirección
Elena Álvarez
Arte
Santiago Sánchez
Juan I. González
Redacción
Iván Rúmar
Sandra Carbajo
Carlos Duch
FOtografía
OPINIÓN
Blog
Mar Argüello
JAUME VICENT
Carlota visier
Página 4
argonautas Iris Gรณmez Tejedor Toni Melis Patricia Reimรณndez Alba Artero Agudo Ivรกn Romero Marcos Ana Nieto Morillo JON FUENTES DANI MAYO TUTTICONFETTI CHELE JAVIER LINร S ANDREA LOSANTOS
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Índice · 8 · EDITORIAL · 29 · poesía Periplo de una esfera Arañas
Buscando · 46· la Belleza · 57 · PARA LEER · 66 · PARA PENSAR ¿Por qué escribes terror? personajes, personas
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relatos · 9 · SOLsticio ¡oh, guskent! protégenos de la oscuridad noche de san juan sol sístere
PRESENTACIÓN PASAPORTE · 36 · Los viejos lienzos · 52 · de eva PARA VER · 60 · Conociendo a.. Batmanchego · 72 · Página 7
EDITORIAL Solstitium. Fecha venerada por multitud de culturas en la que el sol se halla en uno de los dos trópicos; del 21 al 22 de junio en el de Cáncer, y del 21 al 22 de diciembre en el de Capricornio. En la época estival que nos ocupa, el solsticio de verano se encarga de regalarnos, en el hemisferio boreal, el día más largo y la noche más corta del año, sucediendo en el hemisferio austral todo lo contrario. Brujas y espíritus, trasgos, duendes y elfos o demonios y fantasmas, aprovechan esta brecha para adentrarse en nuestro mundo. Según mitos. Según leyendas. Supersticiones ancestrales provocadas por un miedo primigenio a lo desconocido: el cambio de ciclo. El incierto porvenir. Por eso hay que pasar la noche sin dormir, a la luz de las hogueras, quemando los malos recuerdos y los peores espíritus o bueno, ya sabéis, escribiendo y dibujando sobre ello. Ejerciendo ese ritual purgatorio que es plasmar con los dedos algo que no sabes muy bien que es hasta que le das forma. Tus demonios, tus duendes, los fantasmas que te acosan por la noche. Y llegar a la mañana con un papel lleno de leyendas, historias y mitos. Eso sí, los ilustradores y escritores nos permitimos saltarnos lo que manda la tradición y no quemamos esos papeles. Nos los guardamos y, como en el caso de los que nos acompañan a lo largo de este número, se lo enseñamos al mundo. Hayáis saltado o no hogueras en este último solsticio, aquí tenéis la oportunidad de vivir de nuevo aquella noche, con otras vidas, a través de ellas, de sus letras y colores. Disfrutadlo, pero cuidado, no vaya a ser que algún duende salte de la pantalla. [Edita: Editorial Argonautas, en Madrid, 2015]
ISSN 2341-4091 Página 8
Fe de erratas N#07 Junio 2015: Pág.27. En el poema “A lo bonzo”, en su decimoquinto verso, falta una «a» delante de «usarnos»
RELATOS
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Solsticio por Alba Artero Agudo ilustración de Jon Fuentes Dice la RAE que el solsticio es el momento del año en el que el Sol alcanza su mayor o menor altura aparente en el cielo, haciendo la máxima duración así del día o la noche. Dice mi corazón que has jugado a ser estrella conmigo, la más grande, la más céntrica, y yo pura Tierra he ido girando a tu alrededor. Que las noches más largas han sido las que no has estado conmigo, ocupada jugando a ser Dios en otros cielos. Que los días más largos han sido los posteriores, curándome todas las quemaduras de cuando te dio por acercarte demasiado. Dice mi corazón que no entiende de verano ni de invierno, ni de su maldito solsticio.
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Porque ha muerto de frío en pleno agosto cuando tu falda bailaba en algún portal caluroso de otro calendario. Porque lo lógico se ha vuelto breve, se ha encontrado la cama deshecha a deshoras, tu nombre en la almohada, en los espejos de la casa sigue el primer abrazo que le diste, en los libros están todos tus marcapáginas, ahí donde los dejaste, como su vida. Parada a mitad de una historia que está escrita pero no va a ser leída. Pero también dice mi corazón que te recuerde que todo se apaga, hasta la estrella más grande que juega a ser inmortal. Que algún día harás que alguien se fije en ti pero acabarás siendo tú la que gire detrás, serán tus días los eternos y tu enero un infierno. Y no se trata de rencor, sólo se trata de lo que trata toda la vida: del karma y de que todo llega y todo pasa. Y sí, quizá también de una pizca de rabia y rencor. No nos engañemos, tengo ganas de que ahora seas tú la que se compra libros tristes para todas las horas de más, en todas esas tediosas noches largas que los solsticios de ese alguien te provocarán algún día.
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隆Oh, Guskent protegenos de la oscuridad! por Iris G贸mez Tejedor ilustraci贸n de Chele
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¡Oh, Guskent, protégenos de la oscuridad! Reint Mezna, sumosacerdote de Guskent, contempla el lejano fogonazo que inunda la cúpula celeste justo antes del amanecer. «Podría ser la última vez que lo contemple —se recuerda—, si mi interpretación de los textos sagrados es errónea…». Aprieta sus sienes y se permite un momento de flaqueza. «Digozchin». La voz lejana de Guskent, el dios Sol, susurra en sus oídos como cada día desde que era un niño y, ahora anciano, aún es incapaz de decidir si se trata de una amenaza, una advertencia o un recordatorio de este día. « ¿Digozchin, el dios de la Oscuridad, ganará hoy? —Sus profundas arrugas se hunden aún más dejando traslucir sus huesos—. Guskent, mi dios, que nuestras ofrendas te hagan vencer en esta lucha final». Como una respuesta a su plegaria, con el zumbido acostumbrado, Guskent asoma por el horizonte iluminando la explanada del templo. Los fieles la desbordan ya, más allá de la ciudad sagrada, esparciendo sus plegarias hasta donde alcanza su vista. Las ofrendas de vino y las flores encarnadas de Gant rodean los altares, los rayos arrancan pequeños resplandores a los jopec rituales de los sacerdotes de Guskent. Reint Mezna recompone su rostro y encara los ojos bulbosos y opacos del Hijo del Sol. El joven rey le devuelve una mirada del color del vino aguado hundido en su trono. —¡Levantaos, Majestad, el sacrificio del solsticio debe comenzar! El imponente tono ceremonial de Reint Mezna hace levantarse al rey, tambaleante. —¿Qué te ha dicho Guskent en tus plegarias, sumosacerdote? ¿No deberíamos pedir más sacrificios? Todavía estamos a tiempo, es mejor no arriesgarse —balbucea con dificultad, y Reint Mezna repasa las tinajas de vino volcadas a sus pies—. Quizá alguien de sangre real, unas concubinas o… Reint Mezna, con los labios grisáceos de furia, abandona el salón del trono. Arrepintiéndose una vez más de haber mandado sacrificar al hermano equivocado. «¿Por qué son tan difíciles de interpretar tus deseos, Guskent?» Los temblorosos pasos del rey le siguen hasta la explanada del templo, arrastrando el manto de pelo de Yak y volcando su copa. Cuando los rayos de Guskent ciegan sus ojos, las plegarias sobrecogidas de la multitud golpean el corazón de Reint Mezna. Toda su vida, desde que descubrió la voz de Guskent, sus maestros le habían preparando para el día que Digozchin, el dios de la Oscuridad, aplastaría el mundo. Y cada año en la ceremonia del solsticio él fortalecía un poco más a Guskent para este día. «¿Guskent, mi dios, será suficiente el sacrificio de tu pueblo? » Alzando los brazos da comienzo a la ceremonia, dirigiéndola con voz profunda. Se sobrecoge ante la fervorosa réplica del pueblo. «Guskent, devora a Digozchin. Guskent, protégenos de la oscuridad». Docenas de miles de rostros ajados y purPágina 13
púreos alzan sus ojos bulbosos al sol, reflejando sus lágrimas. Por encima de los llantos, el oído experto del sumosacerdote cree distinguir la respiración de Guskent, pesada y sibilante, descendiendo de la cúpula celeste. Reint Mezna, viendo en ello una mala señal, se apresura de dar comienzo a los sacrificios. Miles de fieles de todas las edades se separan de la multitud y, aún con los ojos alzados a Guskent, se dirigen a los altares donde los sacerdotes aguardan. Sus familias los despiden arrojando a sus pies flores de Gant y vino que se mezcla con el sudor de los ofrendados. La risa satisfecha y asustada del joven rey a su espalda le hace estremecerse y Reint Mezna le suplica a Guskent fuerzas para poder seguir adelante; mientras un joven, apenas un adolescente, con el pecho desnudo se tumba sobre el altar. Sus ojos ya no reflejan nada, vacíos y secos, pero Reint Mezna detecta un ligero temblor en sus manos cuando alza el jopec ritual. Guskent permanece en silencio, su respiración jadeante se detiene y tan solo un latido de muerte llena la cúpula celeste y los oídos de Reint Mezna. «Que nuestras ofrendas te den fuerza en esta lucha, Guskent, nuestro dios, y no permitas que Digozchin destruya el mundo —rezan los fieles—». Decidido, degüella al joven y extrae su corazón, cientos de jopecs en toda la explana del templo le imitan. El sol pronto alcanzará su cénit, Reint Mezna sigue escuchando la plegaria de los fieles y el aterrador latido que desciende de la cúpula celeste, mientras los despojos son arrojados de su altar. Su mente está embotada por los llantos; el aroma amargo de las flores de Gant, el vino que perfora su nariz y el reflejo de los ríos amarillentos que descienden de los altares bañando los pies de los fieles. De pronto un grito aterrador y cansado desciende de la cúpula celeste ahogando la voz del sumosacerdote y las suplicas de los fieles a Guskent. Cerrando los ojos con fuerza, Reint Mezna cae de rodillas, sabe que solo él lo oye pero otra voz metálica responde a Guskent. «Digozchin —solloza—. La lucha ha comenzado». Gustav Kent retira la mirada de su microscopio con los ojos empañados, la respiración pesada y sibilante le hace boquear. Sobre la pantalla de su equipo continúan derramándose ríos de sangre amarillenta de los especímenes. Sintiendo náuseas y vértigo que achaca a esta imagen, el anciano investigador retira sus notas a un lado. Con paso lento y cansado rodea la cúpula que, en el centro de su laboratorio, contiene el pequeño sistema solar Beta 4. «Hace 04:20 horas que debe ingerir su Digoxina, Doctor Gustav Kent—repite una vez más el ordenador—». Gustav Kent replica irritado a la máquina, demasiado absorto por la escena que acaba de contemplar. Entrecierra los ojos, cansado, con una ligera bizquera tras décadas de trabajo tras el microscopio, y extiende su mano para alcanzar el café frío y la medicina que le ofrece la máquina. Sorprendido descubre que le tiembla ligeramente la barbilla y la fatiga le obliga a detenerse, le falta el aire. No debería dejarse afectar de esta manera por los especímenes y se alegra de que no se encuentre en el Página 14
laboratorio ninguno de sus ayudantes, que pudiera ser testigo de esa debilidad. La imagen de la matanza persiste en su retina. Sabía que había algo raro en sus preparativos, nunca los había visto tan nerviosos, aunque lo había achacado a la cercanía del rito religioso COD-13: Solsticio de verano. Aunque la actividad inusual e intrigante se remontaba a los últimos diez o doce ciclos solares programados por el sistema. —Nota: buscar los cambios significativos de los últimos doce ciclos solares relacionados con el clérigo de clase Alfa 5204. Su voz suena tan débil que no recibe respuesta del ordenador. «Hace 04:40 horas que debe ingerir su Digoxina, Doctor Gustav Kent—continúa impasible este». Gustav se encoge de hombros y decide dejarlo para otro momento mientras continúa rodeando el sistema Beta 4 y recoge el café descuidado, manchándose la camisa. Bajo la cúpula, el pequeño sol artificial continúa con el trazado programado, las tres lunas verdosas flotan inmóviles ahora y el terrón grisáceo del planeta parece en calma y desierto desde esa distancia aunque por los altavoces del sistema todavía se escuchan sus voces agudas y quejumbrosas. Todavía se preguntaba cómo seguían siendo tan incapaces de analizar con precisión el burdo lenguaje de los especímenes que no había podido prever este comportamiento, tendría que repasar sus notas para localizar el fallo en las traducciones. —Aunque no me hace falta para saber que el instigador de esta masacre has sido tú pequeño clérigo malnacido —señala hacia el terrón grisáceo del planeta salpicando de café la cúpula. No es una actitud muy profesional, aunque procuraba ocultar su animadversión ante sus ayudantes. Su cara de pasa con esas inusuales arrugas tenía algo que le alteraba. No era por los sacrificios rituales, él mismo había registrado su iniciación veintisiete generaciones de clérigos Alfa antes de que naciera este, aunque nunca fueron de semejante magnitud. Quizá se debía a esa forma de mirar la cúpula en los rituales, casi como si supiera que estaba allí, mostrándole los corazones aún palpitantes con satisfacción. Eso le recuerda las palpitaciones en su pecho y se dispone a dar media vuelta a la cúpula, ha dejado olvidada la medicina. Una risa satisfecha y aguda emerge por encima de los lamentos y Gustav Kent se vuelve hacia la pantalla, cree haber reconocido en ella al pequeño instigador, pero se equivoca. Amplía el zum del microscopio sobre él, continúa arrodillado junto al altar de sacrificios y no puede ver su rostro aunque parece temblar. Tras él, el nuevo rey-2663 cae de su trono derramándose el vino sobre la capa entre carcajadas histéricas. La opresión en su pecho aumenta y su respiración borbotante aumenta su vértigo, por un momento cree sentir pena por ellos. Le obsesionan estos especímenes, está claro que está relacionado con el ciclo solar, siempre había anotado una alteración en su comportamiento al concluir uno de ellos, pero nunca ha podido determinar la causa. Página 15
Esos especímenes de ojos bulbosos, con sus manos de tres dedos manchados de sangre amarillenta alzados al cielo, por primera vez en su vida, dedicada por entero a su estudio, le repelen casi hasta impedirle respirar. Se siente viejo y cansado. El sudor le resbala por las sienes y tembloroso desconecta la pantalla. —¿Por qué pequeño clérigo, por qué? —pregunta con furia ahogada al terrón gris como si pudiera alcanzar a verlo. Unos pequeños salivazos sangrientos alcanzan su brazo y tambaleante trata de apoyarse en la cúpula intentando alcanzar la medicación. La sangre empieza a secarse sobre los cuerpos de los fieles ofrendados apilados junto al altar, los jopec continúan alzándose y descendiendo cada vez con menos fuerza y el olor de las flores de Gant mustias y el sudor agrio le provocan náuseas. Alzando la vista del suelo del altar, Reint Mezna llora. El sol se encuentra en su cenit y la cúpula celeste está cubierta de gigantescas manchas rojizas. Está seguro de haber escuchado la voz de Guskent, un aliento rugiente caído de la cúpula celeste; la voz metálica de Digozchin replica. A su espalda el Hijo del Sol balbucea pidiendo más vino. Reint Mezna lo contempla, hecho un ovillo junto a su trono, ríe alabando a Guskent con retazos de plegarias inconexas. Reint Mezna le imita con risa descoordinada y amarga. «Tal vez el joven rey tenga razón. Tal vez, aún estemos a tiempo de ofrecer un último sacrificio». Arrastrándose sobre sus piernas, Reint Mezna se acerca al trono real inclinándose junto a él. «¿Es esto lo que quieres, Guskent? ». —¿Por qué paras, sumosacerdote? El cénit no ha pasado todavía. —El rey enfocándole con dificultad sonríe a Reint Mezna con un sonoro suspiro—. ¿Te ha hablado, Guskent, está satisfecho con las ofrendas? —Me ha hablado, mi rey. Por una vez, ayudarás a tu pueblo—grita Reint Mezna alzando su jopec cubierto de sangre reseca a la cúpula celeste. El café se derrama sobre la cúpula de Beta 4 mezclándose con su sangre mientras el corazón de Gustav Kent se detiene exhausto, a pocos pasos de su salvación. Su grito borbotante se pierde en la sala bajo las voces quejumbrosas de los altavoces. La cúpula estalla bajo su peso y el sol artificial de Beta 4 se refleja en sus pupilas al caer. A espaldas de Reint Mezna, la cúpula celeste se oscurece dejando en penumbra la explanada inundada de roncas plegarias. Reint Mezna llora de satisfacción pues estas son incapaces de ahogar la respuesta de Guskent que atraviesa la cúpula como un trueno. Su jopec desciende atravesando el pecho del Hijo del Sol mientras un crujido desgarrador hace temblar el mundo. A lo lejos aún puede escuchar la voz metálica de Digozchin. Página 16
Volviendo los ojos a la cúpula celeste, arrodillado junto al trono, con la sangre amarillenta del Hijo del Sol derramándose entre sus dedos, ofrenda su corazón al dios. El temible rostro de Guskent con los soles brillando en sus ojos le contempla con la boca desencajada. —¡Mi dios, Guskent, toma esta ofrenda! —grita impotente con el corazón lechoso en sus manos. Por encima de los gritos de la explanada se escucha la voz metálica de Digozchin elevarse mientras el grito profundo de Guskent se desvanece inánime. La explanada queda en silencio con el rostro del dios reflejándose en los miles de ojos bulbosos alzados al sol. Tan solo Reint Mezna continúa implorándole un último esfuerzo. «Digozchin, la oscuridad, ha vencido, ha vencido —llora Reint Mezna justo antes de que su mundo sea destruido». Las esquirlas de la cúpula de Beta 4 chocan contra el suelo de la sala. Una de las pequeñas lunas verdosas rueda fuera del sistema ante los ojos opacos del doctor. Por los altavoces ya no surgen más plegarias quejumbrosas, tan solo la réplica constante del ordenador rompe el silencio. «Hace 05:00 horas que debe ingerir su Digoxina, doctor Gustav Kent». El anciano investigador yace sobre la obra de su vida esperando a ser hallado.
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Noche de San Juan por Toni Melis ilustración de Dani Mayo
1. Faltaban pocos meses para que Katerina cumpliera dieciocho años, cuando su madre le comentó que había llegado al pueblo una mujer atractiva y elegante que decía trabajar para una agencia de colocación laboral. Se había presentado con un vehículo de importación y se había dedicado a dejar prospectos en lugares públicos y comercios. Una reunión informativa tendría lugar al día siguiente en uno de los dos bares del pueblo. La señora era el prototipo de emigrante retornada próspera, con peinado, maquillaje y manicura impecables, abrigo de pieles y Mercedes. Regentaba una agencia que hacía de intermediaria entre empresas europeas de trabajo temporal y las posibles trabajadoras autóctonas. Sus agentes se encargaban de la tramitación del visado, del transporte, del permiso de trabajo y del alojamiento hasta que la joven contratada, gracias a su sueldo en euros, podía hacerse cargo de la propia manutención. Se trataría de una inversión a largo plazo. Se pedía a la familia de la candidata una aportación de cinco mil euros que la propia agencia podía financiar. Esa cifra era una fortuna para cualquier familia, pero el salario mínimo en Europa rondaba los mil euros y en menos de un año la familia podría reembolsar el préstamo y los intereses. Fue convincente. ―No los quiero engañar ―dijo― tampoco aquello es un camino de rosas. La mayoría de los empleos, dependiendo del país de destino y de los cupos de trabajadores admitidos, pertenecen al sector agrícola o al de servicios: recolección, limpieza, restauración, asistencia a personas mayores... La presencia es importante ―advirtió― Una cara bonita abre puertas a empleos mejor pagados como dependienta o secretaria. Katerina y su madre salieron de la reunión pensativas, rumiando una decisión que se presentaba ineludible. No necesitaron hablarlo. A la mañana siguiente se lo comunicarían al resto de la familia. Mucho después se sabría que la elegante señora del Mercedes ganaba cincuenta euros de comisión por contrato firmado y que cambiaba de número de móvil cada tres meses. Todo eso y mucho más se supo o se supuso cuando repatriaron el cuerpo de la joven, a pesar de que la familia lo negó todo de plano. Había sido un accidente. Aquello de lo que se hablaba en el pueblo no eran más que chismes morbosos y calumnias.
2. El veintiuno de diciembre, Katerina tomó un autobús que la llevaría a la capital, donde sería alojada en un piso con otras muchachas de su misma edad que habían sido seleccionadas para partir al extranjero. Pasó las cinco horas de viaje oteando el horizonte de pastos y campos labrados. Aquel era un paisaje aciago tocado de un cielo lóbrego que arrastraba su manto de bruma y de tristeza. No le tenía ningún apego y, sin embargo, quería fijarlo en su memoria para tenerlo a mano y evocarlo allá donde fuera. No sabía cuánto tiempo pasaría antes de hacer el camino de vuelta. Pero cuanto más lo pensaba, más se reafirmaba en su decisión. En su pueblo no había futuro, o, al menos, no aquel al que ella aspiraba. La esperanza para ella estaba en occidente. El solsticio de invierno iluminaba sombríamente la última imagen que guardaría de su patria. En la estación de autobuses la esperaba una mujer de unos cuarenta años, gruesa, parca en palabras. Le preguntó su nombre completo para cerciorarse de que fuera la chica en cuestión y le dijo que metiera sus cosas en el maletero. Le explicó que la agencia acogía a las trabajadoras como ella en una casa de campo, a media hora en coche. Durante el trayecto, la mujer solo abrió la boca para preguntarle si llevaba encima el pasaporte. Lo necesitaba para que la agencia le tramitara el visado para Europa. Unos vigilantes abrieron el portalón de la casa, que daba a un gran patio cerrado. Llamaban la atención varios cuatro por cuatro y otros coches de gran cilindrada que estaban allí aparcados. En el interior, la mujer le pidió el pasaporte. La llevaron a una habitación modesta, amueblada solo con una cama, un armario, una mesa y una silla. Sobre la cabecera de la cama había un icono. Podía acostarse. Al día siguiente le hablarían de las ofertas de empleo y las modalidades de contrato. Era mucho papeleo, había que estar despejada. Katerina estaba agotada por el viaje y las primeras emociones. Se desvistió rápido y se metió en la cama. Pocas horas después, la joven pasó del sueño profundo a un duermevela incómodo del que despertó sobrecogida. Se oían gritos. Tardó en reconocer el lugar porque no había tenido tiempo de familiarizarse con los volúmenes del dormitorio. Desde la habitación contigua se oía el llanto entrecortado de una mujer que suplicaba, que pedía por favor algo, que decía no y gemía, al parecer, de dolor. Aquel escándalo la prevenía de un peligro desconocido y decidió levantarse y cerrar la puerta. Pero la puerta no tenía pestillo y solo podía cerrarse por fuera. Podía salir al pasillo y ver qué pasaba, pero su instinto le aconsejó no inmiscuirse y se metió en la cama, con la infantil esperanza de que la noche y sus demonios desaparecieran con la luz del alba. Hasta los diez años, cuando algún ruido la despertaba en pleno sueño y se sentía amenazada por la oscuridad, se hundía bajo la manta y respiraba fuerte para espantar sus miedos. En eso estaba, acurrucada, temblando en la cama, cuando el ruido cesó y sólo se percibió el quejido sofocado y lastimoso de una voz femenina envuelto en el eco de unas risas de hombres que bromeaban entre ellos.
Cinco minutos después se abrió la puerta de su habitación.
3. En la casa pasó catorce noches de insomnio. Los peores, si es que hubo días mejores, fueron los cuatro primeros. Su cuerpo y su mente le pedían rehusar, resistir, quejarse o implorar. Pero todo tiene un límite, y su cuerpo, a base de vejaciones y golpes, se rindió. El quinto día ya no tenía fuerzas para gritar. Solo lloraba. Al octavo, su mente cayó en una especie de letargo en el que empezó a olvidar cómo y por qué había llegado a esa casa. Tras la visita de sus torturadores, enterraba su dolorosa experiencia en lo más oscuro de su alma. Al décimo día entendió que los golpes se demoraban si se mostraba sumisa. Y al final de la segunda semana se dio cuenta de que, si era complaciente, los hombres se aplicaban a su tarea con menos violencia y las visitas se abreviaban. Una mañana entró en la habitación la mujer que la había traído desde la estación de autobuses. Aparentemente molesta, con la mirada esquiva, le dijo que tenía que recoger sus cosas. Necesitaban la habitación. Otra muchacha la ocuparía al caer la noche. En el refectorio de la casa se encontró con otras tres jóvenes. Todas silenciosas, todas con moratones en el cuello pero con la cara limpia. Con la cabeza gacha, el semblante impasible y la mirada fija en el tazón de café. Todas más o menos de su edad. Demacradas aunque bien parecidas. Poco después entró uno de los hombres. Les dijo que saldrían para España esa misma tarde.
4. Llegaron a la Costa Brava en menos de dos días. Las instalaron en un apartamento de la costa, en una zona un poco degradada, de bloques de los años sesenta con población inmigrante que se dedicaba a la temporada turística y a la recolección de fruta. Desde un principio les dejaron las cosas claras. Se le asignaría una rotonda, un cruce o un arcén a cada una. Un completo, tanto. Un francés, tanto. Cuidadito con sisar. De lo recaudado se les descontaría alquiler, papeleo, manutención y los intereses del préstamo. No había razón para alarmar ni avergonzar a la familia. Cada una de ellas recibió un móvil por si tenían problemas con los clientes o con la policía. Nada de llamadas personales o a casa, ellos controlaban los extractos. Si alguna se pasaba de lista, se le aplicaría una multa que sería descontada de su asignación. A los seis meses hubo una redada en la zona y se las llevaron a todas a comisaría.
La policía las instó a que denunciaran a sus proxenetas. Ninguna lo hizo. Los servicios sociales les prometieron que se las llevarían protegidas a una institución donde estarían seguras y podrían formarse aprendiendo un oficio y ser reinsertadas en España o en su país. Ninguna accedió. Al cabo de un año, Katerina se quedó embarazada. La preñó uno de sus compatriotas, para quien había accedido a ser algo así como su concubina, a cambio de cierta protección. El hombre le prohibió abortar y se casó con ella para evitar la intervención de los servicios sociales. Le quitaron al bebé a los pocos días de nacer. El padre se lo llevó a su país, con su madre, y no lo volvió a ver. Su marido le aseguró que estaría bien cuidado. Allí donde vivían, no podían hacerse cargo de él. Suponía una carga y una fuente de gastos. Para colmo, el parón laboral de los últimos meses de embarazo y del periodo postparto tuvo como consecuencia que la deuda contraída por la familia de Katerina se duplicara. Urgía, pues, retomar el trabajo a tiempo pleno.
5. Un jubilado que se dirigía de su casa al pueblo para comprar el periódico dio el aviso a la policía. El hombre contempló con estupor, a un lado de la calzada y al pie de unos de los pilares del viaducto, el espectáculo de unas carnes sugerentes que finalizaban en el rictus de un rostro desencajado envuelto en un halo escarlata. Cuando, horas más tarde, el marido de Katerina recuperó su bolso, sacó de él un móvil y una cartera que contenía trescientos euros y unas fotos de familia: la foto de la comida de despedida, junto sus padres y sus hermanos y otra foto en la que tenía en brazos a un bebé. Revolvió con brusquedad el contenido del bolso y no halló más que un pequeño kit de maquillaje, una fotocopia de su pasaporte y un puñado de preservativos. No había ninguna nota. Habría podido enviar un sms a su familia, con unas palabras de recuerdo y afecto. Podría haber enviado al padre de su hijo un mensaje pidiéndole que transmitiera al niño, cuando fuera más grande, unas palabras cariñosas que lo acompañarían toda su vida. Pero no lo hizo. Ni siquiera se lo planteó. Mandó un sms señalando el árbol en una de cuyas ramas había depositado su bolso con las ganancias de la jornada y caminó los aproximadamente trescientos metros que la separaban del punto medio del viaducto. El árbol era una encina que probablemente debía llevar siglos allí, mucho antes de que se asfaltara la carretera. El azar hizo que su semilla creciera en una zona demasiado cercana al barranco, indultada de la tala por los ingenieros de caminos. El azar quiso que justo delante de esa encina se clareara una zona de arcén en la que Katerina colocaba su silla de plástico y su sombrilla, un mísero trono desde el que miraba a los ojos de los conductores que desfilaban a moderada velocidad. El azar, esa estúpida ley natural, hizo que tres jóvenes pasaran por esa carretera y vieran a una mujer en minifalda bajar de un camión la noche de San Juan. Página 22
6. Le juro por lo que más quiera que no le hicimos nada a esa tía. Se lo juro por mi madre. Volvíamos de pasar la noche de San Juan en la playa. Nos paramos en la curva, en esa en la que siempre estaba. Sí, la conocía, pero solo de vista. No me la había subido nunca. El Flaco sí, pero yo nunca. Sí, sí, le sigo contando lo que pasó. Es que estoy un poco nervioso, es la primera vez que me veo en una situación así. Cuando se entere mi viejo, me mata, se lo juro. Pues eso, sí, a la tía esa la acababa de dejar un camión. Se estaba colocando la minifalda, allí delante, y uno de nosotros dijo que paráramos y nos paramos dando un frenazo. No, yo no conducía, conducía el Pito. Yo no tengo carné. ¿Con dieciséis años se tiene mayoría de edad penal? Pues no, no lo sabía. Pero yo no hice nada, se lo juro. ¿Luego qué? Pues eso, nos paramos y el Flaco, que estaba un poco colocado, le preguntó si no se acordaba de él. Ya sabe, las típicas bromitas, el vacile... La tía dijo que había acabado, pero el Pito dijo que ya que estábamos ahí, que se enrollara, que nos hiciera un tres por uno. ¿Yo? No me acuerdo muy bien. Debí decir algo, pero ahí los que llevaban la voz eran el Pito y el Flaco. Al final, como nos pusimos un poco pesados, la tía dijo que sí, que eran cincuenta cada uno por un francés. Nosotros dijimos que sí y ella dijo que aparcáramos el coche un poco más apartado de la carretera. Luego vino lo del pago. La tía se empeñó en cobrar antes y nosotros no llegábamos entre los tres ni a sesenta euros. Le dijimos que la acompañábamos a su casa y que nos pararíamos en un cajero, pero la tía no quiso. Se puso borde y siguió en sus trece. Así que el Flaco se encabronó. Y todo se desgració ahí. Le juro que yo no tuve nada que ver. Yo no la toqué. Bueno, me dijeron que le sujetara los brazos, pero ni me bajé los pantalones. El Flaco le dio un par de hostias y empezó a gritarle. No me acuerdo exactamente, rumana de mierda o algo así. Ahí se ve que la tía se acojonó un poco y dijo que lo hacía con todos pero que iba a buscar gomas al bolso. Pero el Pito le dijo que ni de coña, que ahí mismo porque no se podía aguantar y fue cuando la sujetamos entre el Flaco y yo. No, ella no se resistía mucho, decía cosas en rumano o en yo no sé qué y el Pito le decía que se callara. Sí, le pegó un poco. Unos toquecitos en la ceja con los nudillos. Pero bueno, no duró mucho. A la media hora habíamos acabado. La dejamos allí, donde siempre en la curva, sentada en el suelo. No le quitamos el dinero, se lo dejamos. El Flaco se lo quería volver a llevar pero fui yo el que le dijo que no, que esta gente no es de fiar. Que luego te persigue o se venga. No, no lloraba. Se quedó mirando la grava, como zombi. Decía algo, como susurrando, pero no la oíamos porque el Pito arrancó. Y eso es todo. Yo no hice nada. Apenas la toqué, se lo juro. ¿Cuándo podrá venir mi madre a buscarme?
Sol S铆stere por Patricia Reim贸ndez ilustraci贸n de Andrea Losantos
«El sol está quieto, ahora las tinieblas triunfan. Nuestra madre naturaleza contiene el aliento, todo espera, todo duerme. Que el agua y el fuego purifiquen al elegido, que los espíritus le guíen por el tenebroso camino. Y que allí donde mora la oscuridad, sostenga la llama que rescate a la luz de las entrañas de la noche», recitó el sacerdote. «Así sea», respondieron todos al unísono. La pequeña Sile contemplaba sus pies sumergidos en el agua del barreño. Su madre comenzó a secarla con mimo, apretando el paño áspero en su cuerpo mojado en vez de frotarlo, sin mirarla a los ojos y sin decirle nada. Su madre no quería que la viera derramar una sola lágrima. Unas telas colgadas a su alrededor preservaban su desnudez del resto de la aldea. Debían presenciar el ritual por completo pero, en ningún caso, deshonrar el cuerpo del elegido. Un cuerpo puro al que aún no le había alcanzado la pubertad. Prendas sencillas, ligeras y blancas, no podía llevar nada más, aunque ya hubiera entrado el invierno. Su madre le puso la saya, sobre ella el pellote y le ató un cinto del que colgaba una funda con forma triangular. La ropa hecha de lino se ajustó a su cuerpo como una segunda piel. Lo último que se cubrían eran los pies con botas bajas de cuero, la única parte de su indumentaria que no sería blanca. Una vez hubo terminado de vestirla, su madre la miró de arriba abajo, comprobando que todo estuviera como debía, le puso las manos en los hombros, dándoles un ligero apretón y, antes de que sus ojos se humedecieran sin remedio, le dio un beso en la frente para después desaparecer tras las telas. Sile se quedó sola, escuchando el murmullo de la gente sin poder verla. Una sombra se proyectó en una de las telas, agigantándose poco a poco, extendiendo su enorme mano hacia ella. Las telas se retiraron y todo su pueblo la miró, hasta el más nimio murmullo cesó. Un pequeño saco de cuero lleno de piñones, una burra joven, alforjas, pan, queso, una bota de agua… cada uno le daba lo que podía, de lo que tenían lo que entendían le sería más útil, pero todos sin excepción tenían la obligación de hacerle una ofrenda. El elegido debía llevar algo de cada familia, lo que fuera, así estaba escrito. La acompañaron al límite de la aldea, donde empezaba el tortuoso camino que debía recorrer hasta la cima del monte de las ánimas. A su espalda sentía el calor de las antorchas. Frente a ella se extendía la larga y fría oscuridad. «El sol está quieto, ahora las tinieblas triunfan», recitaron todos mientras ella subía a lomos de la burra. «Que los espíritus te guíen por el tenebroso camino», el más joven de la aldea le dio una daga que metió en la funda que colgaba de su cinto. «Y que allí donde mora la oscuridad, sostengas la llama que rescate a la luz de las entrañas de la noche», el más anciano le entregó una antorcha. No pudo localizar a su madre entre el montón de caras deformadas bajo las llamas temblorosas de decenas de antorchas. Así que espoleó a la burra sin poder verla al menos una última vez. Entró en la noche dejando todo atrás, con el peso del pasado sobre sus hombros, sabiendo que ninguno de los elegidos anteriores fracasó, sabiendo que, a pesar de eso, ninguno regresó. El camino al monte de las ánimas solo se recorría una vez al año y solo podía hacerlo aquel que las runas, lanzadas por el sacerdote, señalaran como el elegido. Según los escritos se componía de tres partes: tierra, madera y piedra. La tierra correspondía a la
pradera por la que ahora avanzaba a lomos de una burra gris azulada. La pradera era tranquila y la antorcha apenas iluminaba un metro por delante, lo que tan solo le permitía seguir el camino sin desviarse. Todo sería diferente si al menos hubiera luna esa noche. A lo lejos, un relámpago le mostró el contorno afilado del monte de las ánimas. El cielo se fue llenando de filamentos retorcidos y luminosos y, hasta en la tierra que había bajo sus pies, retumbaron los truenos. Se estaba acercando a la segunda parte de su travesía: la madera. Al penetrar en el bosque lo primero que sintió fue un escalofrío, hasta la llama de la antorcha se estremeció. Los tupidos y frondosos árboles creaban un micro clima, más frío y más húmedo, y donde no alcanzaba la luz titilante del fuego no había más que negro sobre negro. Un vaho denso salía de su nariz y del hocico de la burra. Comenzó a tiritar. No habían avanzado ni diez metros cuando creyó que algo se había movido entre las sombras. Cayó al suelo de espaldas y se quedó sin aliento. Le costaba respirar, como si sus pulmones hubieran olvidado cómo atrapar el aire. La antorcha había caído a medio metro de ella y se estiró para alcanzarla. Cuando la levantó, su luz le mostró una imagen aterradora. La burra lanzaba coces a diestro y siniestro mientras unas fieras del color de la noche la rodeaban lanzándole dentelladas. Quiso gritarles, quiso ordenarles que la dejaran, pero el aire seguía sin penetrar como debía en sus pulmones. Se puso de pie como pudo, agitando la antorcha frente a ella. Avanzó un par de pasos y dos ojos amarillos brillaron bajo la luz del fuego. La fiera se lanzó a por ella y Sile agitó aún más la antorcha. Volvió a caer pero esta vez estaba preparada, se hizo un ovillo para rodar y se levantó en seguida, esperando una nueva embestida. La bestia atacó de nuevo y consiguió darle con la antorcha en un costado. Un chillido, pequeñas brasas y olor a pelo quemado fue el preludio de una huída. Sile corrió hasta la burra sin dejar de mover la antorcha y ahora sí podía gritar. Se puso al lado de su compañera de viaje intentando espantar a las bestias con el fuego pero lo único que conseguía era hacerlas retroceder un poco y en seguida volvían a la carga. La burra alcanzó a una de ellas con una de sus coces y se escuchó un sonido ahogado cuando la bestia se golpeó contra uno de los árboles. Las alforjas que llevaba la burra salieron despedidas y cayeron al suelo esparciendo parte de lo que llevaban. La luz de la antorcha le mostró brevemente aquello que sería su salvación, una botella llena de licor de almendras. A sus amigos y a ella les gustaba jugar a ser dragones y caballeros. Los dragones escupían fuego y ese fuego solo necesitaba dos cosas: una llama y alcohol. Sile agarró la botella en medio de gruñidos y rebuznos, de mordiscos y de golpes al aire. Le quitó el tapón y tomó un sorbo, puso la antorcha frente a su boca y escupió con todas sus fuerzas. Una y otra vez el aliento del dragón atacó a las fieras. Llamaradas poderosas que aterrorizarían al mismísimo señor de la oscuridad y que a aquellas bestias les hizo retroceder y retroceder hasta huir despavoridas con el pelo chamuscado. Sile sonrió y alzó su antorcha con un grito triunfal. Había empezado a llover. Lo sabía, aunque aún no le hubiese caído una gota, porque podía oír cómo éstas se estrellaban contras las ramas y las hojas de los árboles. Pronto no podrían contenerlas y el agua se derramaría a borbotones sobre ella. Recogió las alforjas y se las colocó a la burra. Se dio cuenta de que tenía una herida bastante fea en la pata trasera izquierda y buscó algo con lo que poder curársela y tapársela. Su
abuela le había enseñado a hacer cataplasmas, solo había que encontrar las hierbas adecuadas y masticarlas bien. Por suerte estaba en medio de un bosque y esas hierbas pudo hallarlas al borde del camino. La burra cojeaba y Sile decidió seguir el camino a pie con ella, tirando de sus bridas. El agua empezó a atravesar la espesura del bosque y notó su helado tacto al penetrar la ropa. Su pelo se fue empapando mientras avanzaba, al igual que la tela de sus ropas, y sus piernas comenzaron a pesar como si a cada paso se hundieran más en la tierra. Empezó a tener tanto frío que ya no era capaz de controlar el castañeteo de sus dientes ni el temblor de su cuerpo. Aferrada a una antorcha que ni el mar sería capaz de apagar, siguió adelante porque era su deber no detenerse, porque, si se rendía, su pueblo se sumiría en una noche perpetua. El comienzo de la tercera parte se presentó ante ella: la piedra, el monte de las ánimas. Sile miró hacia arriba y solo vio relámpagos sugiriéndole que sería mejor que no subiera, que se quedara donde estaba. El agua se deslizaba por su cara y chorreaba al final de la ropa. Tomó aire y comenzó el ascenso por un camino que cada vez se hacía más y más empinado. Uno de sus pies resbaló y se fue de bruces al suelo, golpeándose las costillas con una de las muchas piedras que sobresalían entre la tierra. La verdad es que no sintió el más mínimo dolor, su cuerpo estaba demasiado entumecido, incapaz de distinguir si se había roto algún hueso o tan solo había sido un arañazo. Intentó incorporarse, lo intentó con todas sus fuerzas, pero esas fuerzas solo le dieron para quedarse de rodillas. Estaba pensando si era mejor darse por vencida cuando sintió un empujón. La burra intentaba ayudarla impulsándola con su hocico, con su cabeza. Y así, apoyándose en ella, sumando las pocas fuerzas que le quedaban a las del gris animal, ambas alcanzaron la cima. El altar de piedra iluminado por las descargas eléctricas del cielo la miró expectante. Apenas tres metros la separaban de él, tres metros de roca maciza. El viento gritó «¡Vete!» y la derribó. La lluvia no cesaba de caer y su mano agarrotada ya no podía soltar la antorcha aunque quisiera. Los rayos intentaban alcanzarla y ella se arrastraba y se arrastraba, contra el viento, contra el agua, usando los pies, los antebrazos, las rodillas, su única mano libre. El altar de piedra estaba tan cerca, ya casi era capaz de tocarlo, no podía rendirse, no debía. Se aferró con fuerza al borde de la mesa de piedra y tiró y tiró de su cuerpo hasta que este se puso en pie. Manteniendo el equilibrio a duras penas, colocó la antorcha en medio del altar. Los dedos le dolieron horrores cuando su mano se desprendió de ella y no menos cuando se cerraron para agarrar la daga. Sile elevó las manos aferrándola con fuerza, dispuesta a terminar el ritual, cuando una última ráfaga de viento y agua la lanzó de espaldas. La daga se escapó de sus manos rebotando en el suelo de piedra y se detuvo gracias a una oportuna pezuña. El viento gritó «¡Vete!» y Sile recuperó su daga. Los rayos intentaron alcanzarla y Sile llegó hasta el altar. La lluvia ya no podía calar más sus huesos y Sile alzó sus manos sobre su cabeza. La noche furiosa clamaba con sus truenos ensordecedores y Sile gritó: «¡Yo te libero de las tinieblas!». Clavó la daga en el fuego de la antorcha y un último relámpago resplandeció en la noche. El cielo rugió por última vez.
Notaba el calor en su cuerpo y un aroma familiar a campo, a granja, a ordeñar y a recolectar. Su cabeza se elevaba y descendía, se elevaba y descendía, siguiendo un suave compas. Abrió los ojos y vio la luz asomando, un tanto tímida, a ras de suelo. Bajo su cara el tacto suave de un pelo corto y gris, su compañera de viaje dormía con ella, su compañera de viaje se había acurrucado a su lado protegiéndola de la fría intemperie. Intentó incorporarse pero de repente sintió una oleada de dolor por todo el cuerpo, así que se quedó sentada con la espalda apoyada en la roca que formaba parte del altar. La burra se puso de pie para después inclinarse hacia ella, arrodillada sobre sus patas delanteras, ofreciéndole una forma más fácil de subirse. Sile pasó un brazo por encima de su cuello y una pierna por su lomo, después la burra se incorporó y Sile quedó recostada sobre ella con los brazos abrazados a su cuello. La antorcha con la daga clavada aún seguía encendida. Estaba escrito que mientras su llama permaneciera, los días se haría más largos y las noches más cortas y que, cuando ésta se fuese apagando, la oscuridad volvería a ganarle poco a poco terreno a la luz. Quedaría de nuevo atrapada en las tinieblas y otro elegido partiría a rescatarla. Iniciaron el camino de regreso mientras el sol conquistaba poco a poco el cielo. Descendieron el monte por el camino pedregoso y, a mitad del descenso, Sile distinguió un cuerpo pequeño, enjuto y seco, cubierto por una tela que tiempo atrás debió ser blanca y ahora lucía hecha jirones. Tenía un brazo extendido como si la muerte le hubiera alcanzado intentado llegar a la cima. Llegaron al bosque que cubría el valle a faldas del monte, el sol se colaba entre las ramas de los árboles y centelleaba en las gotas de lluvia que ahora caían pesadas una tras otra sobre el húmedo suelo. Y allí, bajo un árbol, Sile pudo ver lo que quedaba de un esqueleto aferrado a una antorcha mohosa. Se incorporó y miró a su alrededor mientras la burra seguía avanzando con paso lento, con paso seguro, y en cada recodo encontraba un nuevo resto: una bota de cuero, un sayo sucio medio roído, una calavera asomando en el barro, el esqueleto de un animal de tiro. El camino al monte de las ánimas era la tumba infinita de los elegidos. Le pidió a la burra que se detuviera y se bajó, un brillo plateado había llamado su atención. Con las manos llenas de heridas y arañazos desenterró el objeto: una daga ceremonial. La cogió y palpó la funda vacía de su cinto y recordó el primer cuerpo, sí que intentaba llegar a la cima. Guardó la daga y pensó en aquel que murió agarrado a la antorcha, ni siquiera había llegado al final del camino. Puede que ninguno de ellos lo hubiera conseguido, puede que nadie antes hubiera arrancado a la luz de las tinieblas, que ella fuera la primera, la única, y aun así las noches se hicieron más cortas y los días más largos, y aun así llegó la siguiente primavera año tras año sin descanso. Sile montó en la burra para regresar a su aldea, dispuesta a relatar una nueva historia, una que no figuraba en los libros de los sacerdotes, una que nunca se había contado alrededor de la hoguera, una que lo cambiaría todo.
POESร A
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Periplo de una esfera por Ana Nieto Morillo ilustración de Tutticonfetti
En la dorada lejanía veías al orbe viajar, mientras tu alma soñaba en trémulo alaciar. Suena que suena la música de las esferas. Suena y suena el paso de las eras. En eterna odisea el astro rey se eleva, transmutando el azul. Lo que es abajo, es arriba. Lo que es arriba, es abajo. Lo que es en invierno, es en verano. En la dorada lejanía contemplabas el periplo de una esfera, mientras tu cuerpo añorado era bañado por el solsticio de verano.
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Arañas por Iván ilustración de Su nombre esas fueron las primeras palabras del fin del mundo. El Sol marcó cumbre en nuestros huesos, nuestra piel de arena se deshizo, nos llovieron cristales en la boca. Sangramos, el verano rojo nació muerto. “¿Qué hacemos con los nombres de quien ya nos ha olvidado?” Quemarlos. Contesté. Venir del fuego ayuda a comprender la explosión. Malgastó sus vidas como un gato que juega en la azotea sin equilibrio. Recuerdo su nombre, la inmortal sombra de un solsticio de verano, mi incapacidad por olvidarla la hace indestructible.
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Romero Marcos e Javier Linés
Nos costó cara la lección del desamparo, la honda herida de aprender que hay quien sabe mentir con las manos. Invierno es un nido de arañas en el estómago, un agujero frío de piedra y sombra. La llaga, la sangre. La espada.
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Buscamos talento
te buscamos a ti www.revista-argonautas.com Pรกgina 35
PRESENTACIÓN Pasaporte
Fotografías de Mar Argüello Espacio cedido por Collage Arts & Drinks
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Juliรกn Bozzo
Héctor Méndez
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Dani Hare
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OCTUBRE N#09 ¡PARTICIPA!
·REFUGIOS· Desde ya, y hasta el 20 de AGOSTO, puedes enviarnos tus propuestas para el siguiente número, de temática: REFUGIOS.
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Buscando la
belleza por Sandra Carbajo fotografías de Mar Argüello
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MarĂa Nevado PĂĄgina 47
Ha llegado el momento. Mi momento de ser sincera con to-
dos los ojos curiosos que ahora me leen. ¿Estáis preparados? No tengo buzón de reclamaciones ni reproches así que agarraos donde haga falta. Que quien avisa no es traidor y... vale, vale. Dejemos las peteneras. No voy a salir por ellas. Uff... Ahí va. Estoy enamorada. Estoy completa y absolutamente enamorada. Fue un flechazo, amor a primera vista sin duda. Un cosquilleo en el estómago, una sonrisa que crece directamente proporcional entre la constancia y la estupidez, un llévame dónde quieras que yo me dejo, unos amantes de Teruel: tonta ella, tonto él.
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Lo cierto es que lo que más me gusta de mi caballero andante es su versatilidad. El no saber nunca quién, qué, cómo, cuándo o por qué. Su exquisita manera de sorprenderme cada segundo; la sutilidad con la que me lleva por lugares totalmente insospechados y la forma de descubrirlos conmigo; el disfrutar como niños y darme razones más que de sobra para seguir creyendo en la personas.
filo que sólo los más astutos saben usar. A su favor, claro. María siempre ha estado ligada a las letras, sobre todo, a las que riman. Y no una rima cualquiera. No. Esas con melodía, con sonido. Un 4, 4, 3, 3 y no estoy hablando de fútbol. Un 14 alexandrino, un soneto. Este género nació para ser escuchado, cantado y recitado. Los sonetos nacen en el papel y si no hay una boca que los recite, mueren. Son como esos pájaros que no soportan estar enjaulados. Sin embargo, siempre aparece alguien dispuesto a liberarlos. Personas que como María, jamás permitirían un suicidio de ese calibre.
Gracias a él, a su magia, estoy aquí. Justo enfrente de esta casa rosa, esperando, expectante, emocionada, nerviosa como nunca, como siempre. Sólo tengo que tocar el timbre y lo toco. La puerta se abre y aparece ella. Descalza, con su melena al viento, perfecta- María cuando escribe es ella. Los mente (des)arreglada. Ella. María personajes los deja en el escenario. Nevado. Es ella con su amor y su desamor, sus experiencias y pensamientos. Manchega. De Puertollano, pro- Es ella sin trampa ni cartón ni sivincia de Ciudad Real. Un poquito quiera, guión. Tal vez por ello sus gaditana y algo madrileña. Actriz, sonetos sean tan letales. María pianista, presentadora, guionista, recita y parece como si estuviera mentora, poetisa, narradora, co- jugando a los dardos, da donde municadora... Magnética. María duele. Clava su mirada y comienza inventó el “mamá, quiero ser artis- el espectáculo. Juega con el ritmo, ta”. Artista de pies a cabeza. Pro- la cadencia, las pausas y los silenfesional en un mundo complicado cios. En un verso puede retenerte donde las apariencias son el foco y dejarte sin respiración para más que alumbra el camino. Un mundo tarde, en el siguiente, liberarte y donde tu cara bonita puede ser al devolverte la vida. Puede dibujar mismo tiempo, tu salvación y tu pe- una sonrisa en tu cara o llenar tus sadilla más cruel. El arma de doble ojos de lágrimas. Ella es la flautisPágina 49
ta y nosotros unos meros roedores Natural, femenina, temperamental. embelesados con su forma de reci- María lleva décadas escribiendo lo tar. El poder es suyo y lo sabe. que será su primer poemario, “En el jardín”. ¿Y por qué tanto tiempo? Cierto es, no vamos a negarlo, que ¿Acaso es un poemario infinito? os posee años de ventaja dramática y preguntaréis. Nada de eso. Ella me dramaturgia. María ha dado vida a confesaba entre risas que siempre una gran diversidad de personajes que releía sus versos, encontraba tanto dentro como fuera del esce- algo nuevo, añadía o borraba. Pernario ya que no sólo ha interpretado feccionista hasta decir basta. Sin sino que también ha creado y diri- embargo, este año decidió poner gido. Míticos de TVE como Cróni- fin al síndrome de lo inacabado o cas de un pueblo o Estudio Uno, Si siempre pendiente de corrección quieres vivir... dispara, ¡Qué cosas para poder regalarnos todos esos tiene el amor! y un largo etcétera alexandrinos que hablan de amor, que ejemplifica la dilatada carrera belleza y los “des” que uno coloca de esta actriz consagrada. Comu- delante. nicadora nata, también ha promovido a través de los conciertos de Apago mi grabadora. No se me La 2, otra de sus grandes pasiones ocurre comprobar los minutos de y aficiones: la música clásica. Gra- grabación pero ya es noche cerracias a este espacio de “la pública”, da. Corre un poco de aire. ¡GraEspaña entera ha podido conocer cias! María se levanta y me deja a grandes concertistas. sola durante unos instantes. Miro mi cuaderno y mi grabadora. Mis El sol cae en la sierra madrileña. 25 compañeros de batalla. Sonrío y grados. Son las nueve de la noche. aunque estoy destrozada después María está sentada en un sillón de de 600km de viaje, no me impormimbre blanco con la piscina de ta. Es tan bello continuar sintiendo fondo y un atardecer de colores este gusanillo en el estómago... indescriptibles. Perfecta imagen. Entonces, levanto la mirada y conAl parecer mi ciudad, a pesar de firmo a la par que confieso que eshaberla abandonado meses atrás, toy completa, absoluta y profundacontinúa regalándome momentos mente enamorada de mi profesión. para el recuerdo, de esos que te salvan y que subsanan otras muchas cosas, como dice María. Página 50
Los viejos lienzos de
Eva
de Luis Cano
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© Fotografía de Mar Argüello Arbe
N
Capítulo 6
o había conseguido entenderla en los casi diez años que hacía
que la conocía. Tan frágil y tan dura, tan compleja. Era como un rompecabezas que amenazaba con romperse, con quebrarse. Se había portado peor que mucha gente conmigo, y aun así, no podía evitar preguntarme que secreto escondía. No la amaba, y nunca lo había hecho desde que la conocí, no al menos más allá de una atracción que nunca llegaría a comprender. Nada físico, sólo amistad y lealtad. No quería hacerla feliz, ni ninguna de las cosas que desearía un amante. Era simplemente una conversación, un momento, una llamada en plena noche, o la compañía más callada y triste del bar. Mi corazón pertenecía a otra, y sin lugar a dudas esa era la persona que me llevaría a París, a cualquier habitación de hotel de cualquier ciudad. Mi refugio en las noches de tormenta, mis dudas y mis certezas. Mi ilusión y el motivo por el que me acostaba cada noche. Mar era, sin duda, mi equilibrio. Pero Eva era distinta a todos los seres humanos que había conocido, y de una manera extraña, cada llamada era respondida por mi como si, desde el principio de los tiempos, fuese la única manera de hacer las cosas. Era hermosa, sin duda la chica más hermosa que había conocido, pero no era su cuerpo ni su torturada alma lo que me había llevado aquella noche, fría y lluviosa, a encontrarla en aquel banco, calada hasta los huesos y el alma, con ese extraño halo de misterio que siempre la rodeaba. Me senté a su lado y esperé, como había hecho cada vez, como debía ser.. —¿Cómo está Mar? –Supongo que era su manera de aferrarse a un abrazo imaginario que nunca nos habíamos dado. —Bien, gracias. ¿Qué es lo que haces aquí? Empapada, helada... Página 53
—Me voy, y sólo quería saber como estabais. —¿A dónde esta vez? ¿y por qué ahora? —Es por esa parte de mi vida que no te cuento, y esta era una de esas noches en que necesitaba que tu presencia me recordase que puedo ser otra, ya sabes... Cuídate, Ladrón. Y se marchó, con todos sus fantasmas a la espalda, con años de mas y sonrisas de menos. Como sólo ella sabía hacer, con elegancia.
Continuará
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PARA
LEER por Elena A.G.
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NOVEDADES Cómo sobrevivir a Carla, de Luis Cano Ruíz. Ed. Argonautas [Goodreads]
«Seis días desde que mi Eva me echó del paraíso. Seis días que se han traducido en casi una semana jugando al Pro Evolution y al Counter-Strike. He ganado seis ligas, cuatro Champions y acometido la nada desdeñable tarea de reunir en el mismo equipo a Messi, Casillas y Cristiano Ronaldo. Quitando el día en que salí para boicotear el BMW de Carla, el día que fui a comprar y algún que otro momento de abastecimiento puntual, lo cierto es que no me he movido mucho. Juraría que el cojín izquierdo del rojizo sofá de Inés –¿es realmente rojo?– tiene dibujada la forma exacta de mi culo.
¡DISPONIBLE EN PREVENTA! Mal. Lo estoy haciendo todo mal.»
Pasaporte, de Óscar Sejas, con ilustraciones de Carla Muñoz. Ed. Argonautas [Goodreads] «No llegues tarde a la puerta de embarque, hay aviones que no esperan. Coge tu Pasaporte y sobrevuela Madrid, Lisboa, Buenos Aires o Barcelona, algunos de los destinos a los que te llevará Óscar Sejas en su particular vehículo de poesía. Verso a verso, Pasaporte irá sellando las páginas de la tristeza y los corazones rotos, viajará por los parajes del erotismo y atravesará historias que no te dejarán indiferente. No olvides llevar siempre contigo este Pasaporte a prueba de monotonía» Página 58
SELECCIร N ARGONAUTAS
VISTO EN HUL
1. Doce cuentos del sur de Asia, VV.AA. Ed. Imaginaire 2. El carretero cosaco, de Kutxi Romero. Ediciones Desacorde. 3. Trabajo sucio, de Larry Brown Ed. Dirty Works. 4. Tantas mentiras, de Paco Inclรกn Ed. Jekill & Jill. 5. Versos marineros, de Ayes Tortosa. Ed. Maese Gato.
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PARA
VER por Iván Rúmar
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libertad Y COMPROMISO En “Memorias de África” (1985) se da algo extraño, cuanto menos infrecuente, en el cine americano de nuestros tiempos. Aunque digo esto sin conocer si quiera dónde empezó esto, ni si hubo un momento en que empezara ese algo realmente. No soy un erudito. Con ese “algo” me refiero a eso que hace que la película de Sydney Pollack sea tan valiosa: la libertad de no imponer un ideario que de forma explícita o implícita figura en casi toda película que se precie. Por ejemplo; que el matrimonio es la única vía para llegar a formalizar y cristalizar el amor entre dos personas. Hay innumerables obras, desde la más sesuda hasta la más intrascendente, dónde los valores del matrimonio nos son mostrados como uno de esos peldaños que toda persona tiene que escalar; aunque lo peor de todo esto es, quizás, lo involuntario del mensaje, como algo asumido, como algo marcado a fuego en el ADN colectivo. Y eso sin contar el ninguneo que aún sufren las parejas homosexuales, que suelen tener su espacio en las comedias de turno como meras comparsas graciosas. Pero volvamos a lo que nos atañe. Regresemos a “Memorias de África”. Karen Blixen, autora y protagonista de esta historia, está casada por medio de un matrimonio de conveniencia con el barón Blixen (Klaus Maria Brandauer). Ninguno de los dos se quiere realmente, pero deciden viajar a Kenia con el objetivo de explotar una plantación de café y ver si el cambio de aires se traduce en un cambio entre ellos dos. Poco a poco, Karen irá enamorándose de África, de sus gentes y costumbres, de su manera de pensar, pero también de Denys Finch-Hatton (Robert Redford), un aventurero que ama la libertad por encima de todo. Página 61
Karen y Denys son dos maneras contrapuestas de entender el amor. Por un lado, la de atar al otro, de tenerlo siempre cerca; Karen cree que de no tener a Denys cerca, el amor desaparecerá. Por el otro lado, la libertad del querer sin ataduras; Denys no entiende que el amor pase por tener que quedarse siempre en casa junto a la persona que quiere. Así, ambos encarnan el dilema de elegir entre el compromiso y la independencia. Lo mejor de todo es que la película no es una crítica de lo primero y una alabanza a lo segundo, ni este artículo tampoco pretende serlo, pero sí siembra la semilla de la duda, planteándonos ambas opciones, y haciendo que nos preguntemos cómo queremos nosotros a los demás. Si, realmente, una visión es tan mala como creemos y la otra tan buena. La película, quizás, será un alivio para aquellos a los que les atemoriza no estar siguiendo los pasos que la sociedad espera de ellos. A otros les servirá para reafirmarse en la idea de que es necesario formalizar los sentimientos para disfrutar mucho más del amar y el ser amado. Dejando a un lado todas estas digresiones, es cierto que la película no es perfecta. Pero casi. Es cierto que hay tramas secundarias que empalidecen y quedan arrinconadas por el romance entre Karen y Denys, interpretados por una Meryl Streep y un Robert Redford perfectos, nacidos para encarnar a esos personajes, que uno se queda con ganas de ver más sobre la relación entre Karen y sus empleados, en especial con su mayordomo, o con el amigo común con Denys, con el que uno no acaba de empatizar porque no le ha visto lo suficiente en pantalla. Quizás estos sean los únicos puntos que uno le achacaría a “Memorias de África”, pero son perfectamente olvidables cuando estamos ante una de las mejores películas románticas que se han rodado. No he tenido el placer de leer la novela, pero sí de conocerla por boca de mi madre –y os insto en que confiéis en su criterio–. Ella siempre me dijo que la novela era mejor, que había personajes que en la película apenas tenían su espacio y que en la versión en papel estaban mucho más trabajados, que según qué cosas no eran tan abruptas, como la decisión final de Karen respecto a su empresa en tierras africanas. A todo esto, a mí solo se me ocurre que deberíamos leer “Memorias de África” para reafirmar lo que ya se vio en la película, y que con eso deberíamos conformarnos, y ya de paso, indagar un poco más en las otras historias de Isak Dinesen, porque si son tan buenas como esta, menuda mina estamos dejando por explotar.
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Memorias de África, ©Universal ©United International Pictures, Sidney Pollack Página 63
Películas 5
ame
1. “Cómo entrenar a tu dragon 2”, de Dean DeBlose
Ejemplo (no el único de esta lista) de cómo arruinar una saga que lo tenía todo para ser una franquicia entretenida. A veces pienso que los directores de estas películas, a parte de otras muchas cosas, creen que con tener un elenco de secundarios carismáticos ya tienen la papeleta solucionada. Que dotándoles de alguna que otra escena cómica ya tienen los gags solucionados. Aquí, sin embargo, la cosa no acaba de cuajar, porque la ausencia de un hilo conductor coherente, un enemigo a batir que no aparece hasta bien entrada la película y con el que no acabas de involucrarte y varios deus ex machina finales (como lo son los poderes del dragón protagonista), arruinan todo el carisma que pudieran desprender Hipo y compañía. Ah, y eso sin contar el musical metido con calzador, de los más intrusivos de las últimas películas de animación que he visto
2. “Monstruos University”, de Dan Scanlon
Vale, esta es trampa. Esta es mediocre, pero la anterior, la “Monstruos S.A.”, tampoco era nada del otro jueves, ni pasaba de un entretenimiento pasajero muy ramplón; bueno, que para un niño genial, pero para el público adulto sabía a poco. En esta ocurre más o menos lo mismo, solo que varios años más adelante, lo que es peor, y viniendo de obras notables o excelentes como “Toy Story 3” o “Up”, que sí tienen en cuenta el público adulto. Coge el manual de cualquier película de superación personal y ya la tienes. Mete en la misma batidora una competición dónde los protagonistas tienen las de perder porque obviamente van con el grupo de perdedores, le añades el típico enfrentamiento entre amigos que se llevan momentáneamente mal (así, a bote pronto, se me ocurre que es sospechosamente parecida a “Infiltrados en clase” y su segunda parte, “Infiltrados en la universidad) y un poco de “la amistad lo salva todo” y tienes “Monstruos University” y, por desgracia, el esquema de muchas de las películas de animación estadounidenses de los últimos tiempos.
3. “Gru 2. Mi villano favorito” de Pierre Coffin y Chris Renaud
Y ya van tres. Confirmando la tendencia de poner el piloto automático con las segundas partes, como si el tirón inercial del éxito labrado con las primeras fuera suficiente excusa para invertir menos tiempo en currarse la segunda parte. Si en “Cómo entrenar a tu dragón 2” se sustentaban en el tirón de los dragoncillos y el grupo de amigotes como apunte gracioso, en “Gru 2” utilizan los minions para tirar adelante una película que no tiene nada más que un argumento trilladísimo y sobadísimo. Los minions son insuficientes (de hecho, nunca los he soportado) para levantar un guion tan pobre y visto. Siguiendo la estela de las demás, trata de infantilizarlo todo solo para asegurar que los más pequeños vayan en masa al cine. De premiar la forma y ningunear el fondo, como si no hubiera historias para contar. Página 64
ericanas que demuestran que
el género se está agotando
4. “La LEGO película”, de Phillip Lord, Chris Miller y Chris McKay
Más allá de las referencias graciosas, los guiños hacia otras franquicias, el apelar al mítico juguete infantil (y no tan infantil) y de un giro de guion muy sorprendente, y más viniendo de una película de animación norteamericana, tampoco hay nada nuevo bajo el sol. Chico quiere a chica-que-está-saliendo-con-otro-que-va-a-acabar-dejando, fracasado que acabará convirtiéndose en el héroe que todos buscan (aunque haya muchas coñas relacionadas con eso), apunte musical en forma de canción pegadiza; todo eso le dan un aire a demasiado visto. Lástima, porque tiene algunos gags realmente inspirados (sobre todo hacia el final).
5. “Los Simpsons: la película”, de David Silverman
La joya de la corona. Lejos queda de aquellas temporadas míticas, de las críticas más ácidas de la sociedad, de los gags a cuál más gracioso. Los “Simpsons” de ahora han optado por el camino del entretenimiento pasajero, como si la audiencia hubiera estado acudiendo a los Simpsons como el que acude a “Las asombrosas aventuras de Gumball” (por poner un ejemplo contemporáneo) o “El laboratorio de Dexter” (para los más viejunos). De los “Simpson” nos interesaba ver al gobierno y la sociedad norteamericanas retratadas y humilladas, o las burlas a los tópicos o las críticas salvajes a cualquier compañía o empresa que se le cruzara por delante, y no ver a Homer en plan papanatas haciendo caminar un cerdo por el techo. Suerte que están “Padre de familia” y “Padre americano” para ocupar esa vacante. Y de qué manera.
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PARA
PENSAR Pรกgina 66
¿Por qué escribes terror? Jaume Vicent. www.excentrya.com Ésa es la primera pregunta que me suelen hacer siempre. Casi siempre evito contestarla, no sé qué es lo que pretenden que les diga, así que, simplemente, me callo y paso a la siguiente.
En la pregunta: ¿Por qué escribes terror? Lo primero es escribir, el terror es secundario. ¿Por qué terror? Porque me encanta el terror, porque crecí leyendo y disfrutando del terror, porque es divertido. ¿Por qué escribo terror? Porque me encanta escribir, porque no sé hacer otra cosa y si no escribiera terror no podría escribir nada, porque no lo estaría disfrutando, porque me aburriría a mí mismo. Con el tiempo he llegado al punto en el que ya no me molesta que me hagan esta pregunta. Me molesta más que muchos entendidos y críticos, crean que el terror es una especie de pseudoliteratura, que el terror (y la ciencia ficción, el pulp, la espada y brujería…) es a la literatura lo que Danny DeVitto era a Schwarzenegger en Los gemelos golpean dos veces.
A los que escribimos terror nos viene pasando eso desde hace tiempo. No creo que nadie le pregunte a E. L James por qué escribe sobre sadomasoquismo, y dudo mucho que le preguntasen a Shakespeare por qué escribía sobre una pareja de italianos suicidas. Pero a nosotros siempre nos toca la dichosa preguntita. Creo que está en el imaginario colectivo, que los que escribimos terror o literatura negra, somos una especie de psicópatas y que nuestros libros, lejos de ser arte, son en realidad una especie de retorcido reflejo de nuestras mentes enfermas. Un manifiesto negro, en el que vomitamos nuestros Es curioso que se desprecie este tipo de literatura, cuando, en realidad, las más oscuros deseos. primeras narraciones eran simple Página 67
fantasía o terror, las sagas míticas, todas las mitologías, las epopeyas… Todas esas narraciones primitivas no son más que una mezcla de terror y fantasía. El poema de Gilgamesh es patrimonio de la humanidad, pero El Resplandor es cultura popular, nada digno de mención. Pues, señores críticos, queridos entendidos, sepan ustedes que la base de El Resplandor es la misma que la del Apocalipsis. Y no lo digo como escritor de terror, lo hago como antropólogo. Los críticos modernos han creado la etiqueta de pop lit (literatura popular) para no tener que molestarse en analizar esas obras, para poder mirar por encima del hombro a los escritores de terror y arrugar la nariz, como ese chaval de octavo que permite a los de párvulos jugar en el campo de futbol, durante la hora de comedor. Éstos, los que no consideran las obras modernas de terror como literatura, son los que consideran que Edgar Allan Poe es un referente de la literatura romántica, esos son los mismos que se arrebatan, apasionados, con Lord Byron y son los mismos que consideran a Gustavo Adolfo Bécquer el principal símbolo del romanticismo español. ¿Cómo sería considerado Poe hoy en día? Seguramente ya lo habrían encasillado como literatura popular. Pasaría a engrosar las filas de esos autores que cuentan sus libros por adaptaciones al cine; King, Clive Barker, Dean R. Koontz, Peter Straub… Página 68
En 2003 se le concedió a Stephen King el premio National Book Award for distinguished contribution to american letters, resulta increíble ver el número de miembros de la academia que estaban en contra de esa decisión. Casi ninguno de ellos era escritor, casi ninguno de ellos había leído nada de King, lo consideraban como un pseudo-autor, aun cuando sus libros se han vendido por millones alrededor del mundo, sin importarles que sus obras y sus personajes forman parte de la cultura occidental. Nada de eso importa, Stephen King no es Mark Twain… pero, ¿le habrían concedido a Twain ese título? No, porque también habría sido un escritor popular. Supongo que me estoy yendo un poco del tema, pero creo que es necesario explicar el rechazo general que sufre este género literario. A todo el mundo le gusta consumir terror, todos disfrutamos con Drácula, Frankenstein o Carrie, pero, a la hora de la verdad, se descubre que son placeres culpables, como cuando comes chocolate a escondidas. Cuando comencé a escribir, algunas veces me preguntaban por qué mis relatos jamás acaban bien, mi respuesta siempre es la misma: Porque no estoy sintonizado así. Yo podría escribir cosas bonitas, claro que sí, de hecho he escrito alguna que otra, pero no es mi rollo, no me va eso. Yo soy una persona normal; río, lloro, tengo un buen sentido del humor y sé apreciar la belleza del mundo, igual que tú y que tu abuelita. Simplemente,
soy consciente de la otra parte del mundo, esa que es jodida y dura, esa que no deberías ignorar. Yo soy de esos tipos que son capaces de sostener un argumento y el contrario al mismo tiempo, tengo muchos puntos de vista sobre todo, la vida, la gente, la política, al religión, el amor… y puedo sostener mi opinión, sin volverme fundamentalista, porque no tengo miedo de cambiarla cuando me equivoco. Yo no veo gente muerta (aunque he conocido a varias personas que aseguran que sí las ven). Yo veo monstruos y ángeles, siempre en las personas, a menudo en la misma persona, todo esto me convierte un conversador complicado, pero me empuja a ser creativo.
Escribo terror porque me gusta, igual que E.L James escribe literatura erótica porque le gusta y de la misma forma que Franzen escribe novelas sin trama y Fitzgerald escribía sobre los problemas de la gente rica, porque era rico. Me gusta escribir, el tema que escojo es secundario. Seguro que te interesa...: ·10 trucos para escribir terror ·Cómo NO escribir terror ·Así me enamoré del terror ·Los 4 arquetipos del terror ·25 cosas que no hacer cuando te persigue un asesino
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Personajes personas Elena A.G. nihilomnisveritasest.wordpress.com Seamos conscientes de ello o no, todos creamos historias y personajes de forma inconsciente: durante nuestra más tierna infancia mientras jugamos o imaginamos, cuando soñamos o idealizamos mientras crecemos, y por último, y por lo general en una etapa más madura, mediante la perfección de nuestras habilidades, comenzamos a crear forma consciente esos personajes para un propósito u otro.
tros mismos, me arriesgaría a decir. A muchos escritores esta les parece la etapa más pesada de todo el proceso de escritura, pero a mí me parece una de las más entretenidas, sino la que más. Crear una biblia de personaje –disculpad la jerga audiovisual– o una ficha, se me antoja muy similar a aquellos días en los que de pequeños, no parábamos de inventar seres, lápices de colores en mano. Así que, ¿dispuestos a crear?
En esencia, existen dos formas de contar historias. Por un lado, tenemos la forma argumental, en la que el escritor decide lo que ocurre, cuándo y por qué, dejando que los personajes se vean arrastrados por los hechos, teniendo en cuenta solo su propio criterio. Por otro, la forma de los personajes –personalmente, mi preferida–, en la que nos centraremos de ahora en adelante, por ser esta la que nos ayudará a conseguir historias y sensaciones más realistas.
·Fichas de personajes·
Para conseguir una buena historia en dicha forma, previamente, tendremos que habenos asegurado buen trabajo de fondo en lo que a nuestros personajes se refiere. Es decir, que tendremos que conocer a fondo a nuestros personajes, como si fueran nuestros hijos, parejas, padres o hermanos, como si fueran nosoPágina 70
La ficha debe ser un detallado retrato del personaje en todos los sentidos que se nos ocurran; apariencia física, fecha de nacimiento y edad, educación, aspectos sociales, comportamientos, costumbres, familia, trabajo, aspiraciones, etc. En resumen, todo lo que consideres importante y lo que no, también. ¿Quién sabe si en algún momento y según el devenir de tu historia, de repente, algo que no consideraste importante resulta especialmente relevante? ¡Apúntalo todo! Por supuesto, estas fichas no son definitivas y puedes permitirte el lujo de ir completándolas cada vez que algún detalle te venga a la cabeza. Un buen ejercicio creativo es ir recopilando personajes, aunque de momento no tengan propósito o historia en la que encajar.
Puede que algún día lleguen a ser los puntos suspensivos… Todo dependerá protagonistas de una gran novela. del grado de timidez que queramos que adquiera el personaje. También tendre·Cómo retratar a un personaje· mos que prestar atención a sus interloPodemos retratar a nuestro personaje cutores. Probablemente, María no se hasta el extremo, ser muy detallistas o sienta tan cohibida hablando con, por ser tan parcos que el lector tenga que in- ejemplo, su madre, como con su nuevo ventarlo todo menos el nombre, pero sea jefe. como sea, a la hora de escribir, habremos de tener claro cómo vamos a retratar a nuestro personaje para no caer en uno de los errores que más torpedean la lectura y la comprensión del mismo: la redundancia de información. Porque creedme, no hay nada más desagradable que leer algo dos, tres o hasta cuatro veces y sentir que el escritor en cuestión no está valorando la perspicacia del lector, su capacidad de entender por sí mismo el subtexto y los detalles que flotan en el aura de unos personajes que, por lo general, no están bien explotados.
Por lo que piensa. Volvamos a Javier, el tipo que habíamos caracterizado con tendencias violencias. ¿Y si hacemos que nuestro personaje piense que todo el mundo le odia? De esta forma, el lector entenderá que es una persona insegura y quizá, hasta un poco desequilibrada sin que nosotros hayamos tenido que escribir que «Javier era un hombre inseguro. Pensaba que todo el mundo, o casi, estaba en su contra. De ahí sus inexplicables cambios de humor y sus brotes violentos». Por sus peculiaridades. La timidez de María hace que se ponga nerviosa en seguida, así que para evitar decir «María estaba nerviosa», podemos introducir alguna que otra peculiaridad al personaje. Por ejemplo, puede echarse a reír de forma automática después de cada frase, rascarse un brazo, enrojecer como un tomate o mirar al suelo contínuamente.
Para ver con mayor claridad cómo retratar a nuestros personajes (por lo que hacen, lo que dicen, lo que piensan o por sus peculiaridades), vamos a utilizar a María y Javier, dos personajes totalmente opuestos. La primera es una chica joven y tímida, el segundo es un hombre de mediana edad, inseguro y violento. Estas cuatro formas de retratar y caracterizar, por supuesto, no son exclusivas y Por lo que hace. Si nuestro personaje, todas pueden ser empleadas en un misJavier, es un tipo con tendencias violen- mo personaje, pero no a la vez, o estatas y ahora mismo está enfadado, basta- remos cayendo igualmente en la temida rá con que salga de la habitación dando y horrible redundancia. Entre matices un portazo. De esta forma le estaremos anda el juego y con un poco de práccaracterizando mejor que si decimos que tica, tal como recomendaba HeminJavier, es una persona violenta sin más. gway, conseguiremos crear personas Por lo que dice. Si María es tímida, ten- vivas, actores de nuestro propio guion e dremos que hacerla dialogar como al- ir olvidándonos poco a poco de los perguien tímido, lógicamente. Por ejemplo, sonajes. con monosílabos, frases entre cortadas, Página 71
CONOCIENDO a Batmanchego
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Nombre: E. Javier Gutiérrez (aka. Batmanchego) Edad: 35 Origen: Soy manchego desde que nací, de un pueblo llamado Bolaños de Calatrava. Vivo en: Bolaños de Calatrava Se me puede ver en: Por el pueblo y por Ciudad Real decorando y rotulando, forrando la ciudad de vinilo. En i n t e r n e t por twitter, instagram, periscope y en mi web www.ericbic.com Soy un apasionado de: Aprender cosas nuevas, en exceso, de hecho, no me especializo del todo en nada porque siempre quiero más, de lo que sea. Para relajarme, suelo: Dibujar o escuchar música, o ambas. Mi primer dibujo: Sería difícil recordarlo, dibujo desde antes de caminar, pero en el colegio siempre dibujaba hombres lobo y vampiros. Mi último dibujo: Una chica desnuda, sin cabeza. Mis referentes son: La verdad es que no tengo referentes, soy bastante inculto sobre el mundo de la ilustración, me gusta más hacerlo que ver otros. Lo cual no quiere decir que no reconozca a grandes artistas que me encanta ver a muchos. Mi técnica preferida, a la hora de ilustrar, es: Suelo cambiar porque me aburro bastante de todo, pero en la que más estoy durando es a bolígrafo. Mientras dibujo, escucho: Soy muy variado, hay días que escucho black metal y otros días música clásica, y ambas me motivan por igual. Pero Página 74
Anathema siempre será el 50% del total. Y cuando no, escucho: Pues básicamente lo mismo. Tengo un amplio abanico desde Ennio Morricone a Los berzas, de Anathema a Depeche Mode. El libro que me inició en la lectura: pues a riesgo de sonar a tópico manchego, y aunque fue por obligación en el colegio, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Fue una grata sorpresa que derrumbó la idea de “aburrido y serio” que tenía antes de leerlo. El que descansa ahora mismo sobre la mesilla: The time machine, de H. G. Wells La película que marcó mi adolescencia fue: The Crow, de Alex Proyas. La serie que más me ha enganchado nunca, es/fue: Lost. Aunque me han gustado infinidad de series mucho más, antes y después. Pero a nivel de enganche enfermizo, sin duda esa. Supe que quería dedicarme a esto desde: La verdad es que no me dedico a esto, es un pasatiempo en mis ratos libres, totalmente autodidacta. Ojalá pudiera, pero lo veo difícil económicamente hablando. Mis expectativas son: Ahora mismo desarrollar una empresa de impresión, rotulación y diseño gráfico que tengo en inicios y poder compaginarlo o incluso mezclarlo con dibujar, que me encanta. Actualmente, en el mundo de la ilustración...: Pues estoy un poco desenganchado del mundo, sinceramente. Es cierto que gracias a plataformas como esta, y a Instagram, estoy conociendo mucho más este mundo y veo que es inmenso y hay gente realmente increíble que te hace sentir muy pequeño y cortarte las manos y no volver a coger un lápiz. Pero luego se me pasa. Para mí, el arte es: una vía de escape. Ya sea para expresar algo en ciertos momentos o para abstraerse de lo que nos rodea en otros. Dentro de cinco años, sin lugar a dudas, seguiré...: Intentando aprender más, dibujando, diseñando y sea lo que sea, haciendo lo que me gusta. Página 75
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Puedes ver otros trabajos de Batmanchego en anteriores números de Revista Argonautas
·N#07 ·N#04 ·N#03 www.revista-argonautas.com
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Argonautas, Agosto 2015