Argonautas N#05

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Argonautas N#05 FEBRERO 2015

ISSN 2341-4091

·Sandra García · Teresa Cano·

·RELATOS·POESÍA·ILUSTRACIÓN·CINE·OPINIÓN·


Argonautas en las redes twitter facebook www.revista-argonautas.com

Todos los textos, fotografĂ­as e ilustraciones pertenecen a sus autores, salvo aquellos en los que se manifieste expresamente lo contrario.


#05

Febrero 2015

SOLEDAD


Nosotros Dirección

Arte

Elena Álvarez

Juan I. González Santiago Sánchez

Redacción

Laura R. García

Iván Rúmar

FOtografía

Mar Argüello Página 4

Sandra Carbajo

Blog

Carlota visier

Carlos Duch


argonautas Keiko McCartney Jaume Vicent J.A. Menéndez Diego Mercado Villaroel Luis R. Ventura Arce Alejandro Ramón Crespillo Iván Romero Marcos Óscar Sejas ALEJANDRO RAMÓN Teresa Cano Merino Alba Becerra Cano Joaquín Rosado Martel Dirty Harry Jaime Sanjuan Ocabo AMaría Cabañas Sir Kiwi Noire Jaime Corujo Alejandro López Página 5


Índice · 8 · EDITORIAL · 29 · poesía cambiar la mirada ceniza poema acantilado

Quien no arriesga · 42· no gana · 55 · PARA VER · 64 · Conociendo a.. TERESA CANO Página 6


relatos · 9 · sobre una mujer de dios el último ejemplar vivo beachcombers los espejos tres balas y tu recuerdo

Los viejos lienzos de eva · 38 · PARA LEER · 50 · PARA PENSAR · 60 ·

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EDITORIAL Las sábanas frías en los primeros días de invierno. Que nadie sepa qué quieres por Reyes. El eco de la música nostálgica en las paredes de la habitación. Cruzar un semáforo en rojo a las tres de la mañana sin mirar atrás. El sonido de la primera noche que te vas a vivir sólo. La soledad del escritor. La soledad del ilustrador. La soledad del autor. La soledad del lector. La literatura y el dibujo, desde la concepción misma de la idea hasta la recepción del público, están cargados de soledad. Podríamos engañarnos y decir que, en realidad, esto no es del todo cierto, que se puede escribir acompañado, que existen cada vez más lecturas públicas en las que el poeta o escritor comparte sus opiniones y vivencias con sus lectores, podríamos decir también que el artista cada vez está más conectado con el público gracias a internet y a las redes, cierto. Pero al final, a la hora de la verdad, en la que la hoja en blanco se extiende ante nuestros ojos, lánguidos o voraces, y nos sugiere “hazme tuya, de nadie más”, la posibilidad de compartir ese momento con el resto del mundo se antoja un poco pequeño con la posibilidad que ésta nos ofrece. Y así, la comunicación entre creador-emisor y lector/receptor, siempre converge en un devenir de cruces de miradas sin posibilidad de respuesta, en una conversación factible pero siempre imaginaria, en la que no el proceso artístico sino su resultado en sí mismo el que entra a colación. Y eso precisamente, Argonautas, es lo bonito de la hoja en blanco, su soledad. Plasmes lo que plasmes en ella, nunca llegarás a saber lo que entenderá el lector, lo que captará el espectador. Una suerte de soledad, blanca y colectiva que quizá, incluso pueda arroparte por la noche.

[Edita: Argonautas, en Madrid, 2015] ISSN 2341-4091

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RELATOS Pรกgina 9



POR KEIKO McCARTNEY ILUSTRACIONES DE DIRTY HARRY Y JOAQUÍN ROSADO MARTEL Me dijeron que Amelia era una mujer de Dios, aunque jamás se la vio ir a la Iglesia para rezar, sino para beber del vino que el cura guardaba en la Sacristía. Entraba con la excusa de necesitar un perdón urgente, pero después de arrodillarse frente a la figura de Cristo Nuestro Señor y murmurar algo entre sus dos únicos dientes, se levantaba y, sacudiéndose la ropa, entraba en la pequeña salita donde buscaba con discreción la llave que abría el cajón de lo sagrado. Relamiéndose de aquella manera, metía su tesoro en el bolso de tela y salía de allí amarrándose el vuelo de su falda con un discreto aire de puritana. —Un día quiso matar al propio cura cuando se enteró de que este había cambiao’ el vino de sitio —me empezaron a contar entre susurros y alientos ácidos a mediados de aquel noviembre—. Estaba yo presente cuando se puso a gritar y a blasfemar frente al altar; asín, moviendo los brazos de manera circular, como si estuviera poseída por el Diablo. Todo un espectáculo. Podrían haberla encerrado por aquello, pero la probe era tan desgraciada que lo dejaron estar. Eso sí, se le prohibió la entrada a la Casa del Señor de por vida —la mujer se santiguó varias veces seguidas—: esa fue su penitencia. De manera que tenía que saber más de Amelia. Había oído que ya desde pequeña, cuando el frío se hacía el pan de cada día, se juntaba con su madre frente a la chimenea y se calentaba las manos con vino caliente. Vaso tras vaso, ambas iban curando las heridas del patriarca de la casa, que iba y venía a su antojo; a veces con ganas de dormir y otras veces con ganas de herir. La noche era el momento indeseado de las dos mujeres, quienes temblaban de miedo (y de embriaguez) cuando el hombre llegaba a casa y las llamaba con un tono ignominioso y ruin. Cuando oían las primeras pisadas, guardaban las botellas bajo una vieja manta de lana cerca de la cuadra, y luego dejaban un vaso vagamente limpio y con algunas marcas de babilla en la mesa. Entonces esperaban a que la bestia se sentara y comenzara a comer los huevos rotos para servirle un buchito de vino. Amelia se relamía y miraba con ojos redondos y acuosos cómo el líquido rosado se deslizaba hacia la boca ajena, hacia la boca enemiga. Cuando el padre hablaba y decía «sentaos y comed», la yema del huevo se le escurría por los labios y dejaba un hilo de grasa en ambas comisuras. Si sentían repulsión por ello o no, es algo que nadie supo decirme. Amelia y su madre comían lechuga y algún trozo de chorizo criollo. Lo hacían despacio y saboreando cada bocado, pues escaseaban de alimento y no podían levantarse de la mesa hasta que él lo hiciera primero. La madre lloraba en silencio en cada bocado y Amelia miraba cómo el vino descendía y su padre se hacía cada vez más y más agresivo. A veces, cuando el grito aún no retumbaba por las paredes de adobe, bebía de un trago los posos que descansaban al final del cristal. Más de una vez su madre Página 11


se llevó un golpe por culpa de su avaricia, pero Amelia nunca sintió remordimiento alguno por ello. Al cabo de cuatro inviernos, murió la mujer que la trajo al mundo y quedó ella al cargo de su vida. Desarrolló por costumbre ir a comprar tres días a la semana el vino de su padre; vino que, por no perder el hábito, también bebía cuando quedaba sola en la casa y acababa las tareas que su madre le había dejado como herencia. Se hablaba, además, de que se había ofrecido voluntaria para ejercer la labor de monaguillo en la Iglesia. Su excusa era la fe, la vocación, la pérdida materna para actuar por el bien de su enmienda, pero pronto se supo que lo hacía para beberse la sangre de Cristo y robar la calderilla de la cesta recolectora. Aprovechaba la tarea del Padre repartiendo el pan para beberse el vino de consagración a hurtadillas. A veces se santiguaba para rehusar de su pecado, pues cuando tragaba el líquido, entre nerviosa y decidida, sabía que no podía darle esquinazo a Dios y que aquello le costaría, en caso de ser descubierta, unos cuantos Padrenuestros. Pero no más lejos de la realidad, le daba absolutamente igual si pecaba y no iba al Cielo: era consciente de que cualquier traguito de dulce bebida le bastaba para comprobar que el Paraíso también podía existir en la tierra. En el colegio se escondía de sus compañeros y robaba del manzano que don Aurelio tenía tras la verja que separaba su propiedad del patio de recreo. Viejos compañeros suyos me contaron que a veces se sentaba cerca del profesor con el fin de crear cierta lástima por su vaga condición de ignorante. Preguntaba sobre el cielo y las orugas, también sobre el amor y la religión. Estaba, secretamente, enamorada de él. Era el único hombre que le prestaba atención cuando no tenía que recitar, entre risas de burla y un tembloroso pulso, la estrofa asignada de La canción del pirata del poeta «Esproncedra». Cuando a don Pedro le tocaba saciar la curiosidad de la niña, contestaba así, con los ojillos entrecerrados y con suaves maneras para aliviar la tensión que aparecía en su timbre de voz todos los días, en cada recreo. Don Pedro vestía con jerséis de lana oscura y pantalones de pana. A Amelia le gustaba su impecable y barata elegancia, el olor de la colonia que se echaba después de afeitarse. Llevaba el pelo repeinado para atrás, con una rectísima raya en el lateral izquierdo. Aquel detalle le hacía pensar en los domingos, cuando los muchachos del pueblo iban a misa y llevaban el pelo engominado de la misma manera. Amelia soñó durante muchos años en casarse con alguien como don Pedro. —La soledad es muy mala, hija —me sirvieron el café y yo me acomodé en la silla de mimbre—, y cuando eres vulnerable es probable que escojas a alguien que no sepa valorarte. Algo así le pasó a Amelia. Nunca fue una muchacha hermosa, pero tenía buen corazón. Aunque la benevolencia no sirve de nada sin una pizca de carácter, y a ella se le iba en cada trago. Se juntó con un miserable cuando el padre la echó de casa a los dieciocho y nunca más se la volvió a ver sobria a plena luz del día. No sé si sabes de quién te hablo…, quizá lo hayas visto alguna vez por la calle: es ese que siempre va vestido con unos harapos sucios, acompañado de una perra a la que Página 12


llama Lola. El animal es una cosa muy mansa, con las tetillas rosadas y siempre colgando para abajo. ¡Qué no te extrañe ver a la pobre criatura cojeando! Ese miserable siempre la está pegando… y la perra, como es una buena y no sabe quejarse, mueve el rabo y lo sigue a todas partes, llueva o nieve, haga frío o calor. »¿Quieres más café?, ¿no? Ay, ya no sé qué te estaba diciendo. Ah, sí, Amelia nunca supo arrimarse a buenas compañías. Amigos pocos, te digo. Tampoco supo cómo hacerlos. Solía gruñir a la gente, ¿sabes? Cuando te acercabas a ella agarraba muy fuerte su bolso de tela y te intentaba intimidar con la mirada. Claro que sólo conseguía que te echaras a reír por la actitud cómica que adoptaba su cara en un intento de resultar amenazante. No sé cómo conoció a Heraldo, pero enamorarse de él fue lo peor que pudo hacer. Él también le daba a la bebida —la señora hizo un gesto que hablaba sobre hincar el codo y luego prosiguió—: más que ella. Ahí está el error. ¡Pero qué decir, niña!, Dios los cría y ellos se juntan. El frío del vacío se cubre mejor entre dos cuerpos, y precisamente aquí, en estos campos, el invierno es muy largo… muy largo… —y en actitud contemplativa, tal vez absorta en algún recuerdo pasado, se quedó mirando la puerta de madera que había tras la ventana. Tengo el vago recuerdo de haber visto alguna vez a Amelia por la calle. Andaba con los pies arqueados hacia afuera y los pliegues de las medias color carne descansaban en sus tobillos mugrientos. Vestía una falda larga de tubo, con estampado de flores, y una blusa amarillenta, pajiza, con arrugas y manchas de ceniza. Llevaba un collar de perlas de plástico y acunaba su inseparable bolso de tela entre sus brazos. Su pelo era lacio y ralo; algunos rizos grasientos jugueteaban en su nuca, otros estaban sujetos por una pinza infantil de matiz Página 13


rosado cerca de la frente. Me miró durante un instante y me enseñó uno de sus dos únicos dientes. Yo no pensé en nada, simplemente miré su rostro arrugado, el tembleque de su mandíbula cuando caminaba. No iba con nadie, ni siquiera con Heraldo. Desapareció al pasar la calle, silenciosa, como despidiéndose de ella, como despidiéndose del mundo. Más adelante corrió por el pueblo el rumor de que había enfermado. Aquel chisme, desde luego, no se alejaba demasiado de la realidad. Heraldo, tras haberse fundido todo el dinero de ambos, la abandonó dejándola con el corazón borracho y la bodega vacía. Amelia comenzó a flaquear y a languidecer terriblemente en los posteriores días. No porque aquél canalla la hubiese desmantelado, sino porque su cuerpo, ya machacado por los estragos de una vida difícil, empezaba a pedir un poco de descanso. Todo el mundo creyó que era cosa de la edad y que lo idóneo sería trasladarla a una residencia, pero como no tenía ningún familiar cercano o conocido, se empleó dinero de la Iglesia para poder llevar la acción a cabo. Amelia no se estaba haciendo del todo mayor. Eso lo supo bien Paquito, quien, habiendo observado durante años las hazañas beodas de ella y su pareja, concluyó que Amelia aún era joven y que se trataba de algo mucho más serio. —Comenzó yendo a visitarla cada dos días y trayéndola al pueblo los fines de semana. Luego la aseaba y le compraba ropa. Creo que se enamoró de ella, aunque oirás por ahí que lo hacía por caridad, pero ningún hombre tan ocupado como es Paquito hace algo semejante sólo por caridad. En fin, que al menos la mujer no probaba el alcohol y parecía mucho más animada. Incluso Paquito le reformó la casa, fíjate. No sé cuántos años estuvieron en ese plan, pero desde luego Amelia era otra. Se les veía pasear a menudo por el Trinquete, agarrados del brazo. La gente se reía de ellos, les hacía gracia que el tonto del pueblo se liara con la borracha. Pero Paquito es un buenazo, ¿sabe? Se quiso casar con ella. Le pidió matrimonio cerca de las cuadras de Luis. Ella dijo que sí. Lo que pasa es que le encontraron un tumor en el pecho y tuvieron que dejar la boda para más adelante. Desde entonces Amelia ya no volvió a aparecer más por el pueblo. Murió en la operación, ¿sabe? Su débil condición no le permitió luchar contra la enfermedad. Aún así encontró a alguien que la supo amar de verdad. ¿No le parece bonito? Toda la vida moviéndose entre golpes y al final apareció alguien que le hizo sus últimos años de vida mucho más agradables. En fin, ¡qué triste puede llegar a ser el destino de uno…! Eso fue todo lo que me contaron de Amelia. Para entonces yo ya había llegado a la conclusión de que una vida puede llegar a conocer la felicidad en los últimos momentos de su existencia. La crueldad de las personas se disfraza mayoritariamente de malsanos vicios que nutren el despoblado vacío de la condición humana. Cansada y triste, esa noche me fui a dormir pensando que las penurias de los hombres serán siempre un lastre para el olvido y bonhomía endeble para los errantes.

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Buscamos talento

te buscamos a ti www.revista-argonautas.com


beachcombers por diego mercado villaroel ILUSTRACIón de alba becerra ¨Cuando atraque el barco recuerda cantar ¨ Está frente a la puerta. No se creía nervioso pero el golpeteo compulsivo de su pie contra el suelo lo delata. Un sol naranja de atardecer le baña la espalda y proyecta su sombra en la puerta agrietada; la quiere tocar pero no se atreve. Piensa que podría intentar colarse por la entrada trasera; lo sabe aunque nunca haya entrado. Se queda en el pórtico. A lo lejos se escucha el oleaje mientras observa el abrigo en sus manos. Ya no quiere seguir con este juego. La excusa es el abrigo. Lo mira y recuerda que ella se lo dio al acercársele en la playa. De la nada apareció y se sentó a su lado en la banqueta; charlaron sobre nimiedades y fumaron. Ella se arremangó un poco las faldas para entrar al agua y le entregó su trenca verde militar; él quería hacer lo mismo pero la timidez le ganaba, se quedó sentado viéndola. De repente, ella salió del agua como si recordara algo, se calzó las zapatillas, le dio la mano educada y tiernamente y se fue. Había dejado el abrigo. El volvió a casa sin saber qué hacer. Revisó la trenca que despedía su perfume delicado y encontró una etiqueta con sus datos: nombre y dirección. Ahora podría devolverla, pero ya no quería. Tenía algo que era suyo, que estuvo en contacto con su cuerpo, entonces ya no podría olvidarla. Así comenzó una obsesión no enfermiza pero peculiar: cuando llegaba a casa, antes de hacer algo debía observar el abrigo; lo miraba un buen rato y lo mantenía tal cual lo ¨obtuvo¨. Todavía tenía granitos de arena pegados a la prenda. Con la dirección llegó a ubicar la casa y memorizó sus horarios de salida y llegada. La observaba por las ventanas. Conocía ya sus hábitos y hasta la música que le gustaba, pero no se atrevía a verla desnuda mientras se cambiaba o estaba en el baño. Podía hacerlo mas estaba enamorándose de ella y no osaba mancillar su dignidad con pensamientos oscuros y obscenos, pensaba. Si no hubieran sentimientos de por medio podría desatar sus perversiones. ¡Suficiente tiempo de observación! Estaba frente a la puerta e iba a contarlo todo. Llamó y esperó respuesta. Leyó por última vez la escritura en el abrigo: ¨Daphne M. 58 King´s Road; Brighton, East Sussex¨. La brisa fría del puerto de la Mancha golpeaba su nuca. Suspiró. Devolvía el abrigo, le decía algo, se despedía estúpidamente y ahí terminaba su aventura, pensó. Abrieron la puerta. Dos ojos serenos salieron a su encuentro, no expresaban sorpresa. ―Hola ―dijo ella como se le hubiera visto ayer. ―Hola, yo… vengo a…―Extendió el brazo mostrando el abrigo―. Te fuiste rápido, no pude alcanzarte…gracias a dios pude encontrarte. ―Es una aldea global ―musitó ella esbozando un remedo de sonrisa. Para él ese gesto bastaba. ―Bueno, adiós ―se despidió bruscamente abandonando el pórtico. ―Siéntate un momento ―.Al pie del pórtico se quedaron recobrando su charla perdida, insulsa, viendo la playa lejana y el agua quebrarse en los rompeolas. Pasaba el tiempo progresivamente. De la intimidad del pórtico acabaron dando saltos por el tejado mirando el cielo estrellado con vestido de satén. Cuando él se iba no pudo más que despedirse con una caricia en su pelo; sintió que eso era todo y volvería a lo de antes. Al llegar a casa y meter su llave en la cerradura recordó que ahora él había dejado olvidada su parka, por suerte siempre marcaba su ropa con sus datos, cerró la puerta y en su rostro se dibujó una sonrisa extraña. Página 16



Los espejos por Luis R. Ventura Arce ILUSTRACIón de Sir Kiwi Arrojé la cajetilla a la basura y fumé el último de los cigarros. —Mierda —maldije. Si mi situación tenía sabor, sabía a tabaco. A qué más sino a tabaco. Lo había perdido todo, y entre ese montón de pertenencias inútiles a las que me aferré como un iluso, estaban esos años entregados a una mujer que olvidé en cuanto se ganó mi desprecio, años desperdiciados en un empleo sin sentido, en la búsqueda basada en un anhelo por obtener eso que llaman felicidad y que no entendía, no entiendo.

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¿Qué es? ¡Carajo! ¿Qué es la felicidad? Hay mil respuestas y ninguna me convence. ¿Cómo es que existe gente con el atrevimiento para definir algo que parece imposible? —Mierda —volví a decir. Salí del baño y eché un vistazo al piso que abandonaba: veinte colillas entre ceniza en menos de media hora y mi vida recién se había arruinado. Hoy, todavía, despilfarro los días echando humo y el futuro no es más que un reflejo difuso de cualquier substancia, al margen de mí. Aun así, recuerdo que eran las tres de la tarde y, mientras lavaba mis manos, de modo inconsciente, llevé la mirada hacia el espejo. Ahí comprendí que, en verdad, la vida regala segundas oportunidades. Importó poco el aspecto sucio y desencajado que se dibujó en el pequeño cristal rectangular y que, aún bien sabiendo que era yo, reconocí como un intruso, un desconocido al que le costaría ganarse mi confianza. Acudí las horas siguientes a interrogarlo. Le pedí explicaciones, necesitaba saber a qué se debía su intromisión. Como yo, el tipo disfrutaba hablando de manera intrincada y con soberbia. Se le iba la lengua desarrollando argumentos complicados y que no venían a colación. Ese primer día y durante toda una semana, toleré aquellas charlas desgastantes con Renato, a quien bauticé así con la intención de no olvidar mi propia identidad. Cierta vez, lo escuché hablar desde la recamara. Casualmente, escogía las noches, mientras estaba a punto de dormir, para iniciar un monólogo cuchicheante que, como pude darme cuenta, se dirigía de manera ofensiva y desafiante hacia mí. Aunque, por su enigmático modo de hablar, nada de lo que decía resultaba claro. Sigue sorprendiéndome la agresividad con que reaccioné, y el arrepentimiento casi instantáneo que siguió a ello. Únicamente, al retrotraerme a ese lapso en que arremetí con el puño directo en el rostro de Renato y tras el silencio sepulcral que me devoró, puedo justificar el haber huido del abandono y retornar horas más tarde, con espejos suficientes para tapizar las paredes y el techo del apartamento. Cuando concluí la obra, Renato regresó. —Sólo porque tuve miedo —le dije—, porque era una angustia escucharte, por eso me resistí, y porque no te conozco, pero quiero conocerte. Nada más. —No, hay algo más y lo sabes —respondió. Sí, había algo más, algo por lo que dejé de lado el orgullo y salí a comprar otra segunda oportunidad, en reemplazo de los vidrios rotos ensangrentados. Ese algo era mi decadencia, el destino ruin, el basurero al que fui arrojado como un escupitajo por la vida. Abrí el empaque y saqué un cigarro. Lo encendí, inhalé con fuerza la mayor cantidad de humo. Pensé en las palabras que darían fin a mi miseria y que estaban por emerger de mis pulmones en forma de gases fermentados. Di otra chupada al cigarro. En la última, sentí en los labios el calor mortificante de la nicotina en combustión. Entonces arrojé el filtro. —Tienes razón. No quiero estar solo —dije, y encendí el siguiente cigarro.

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El Último ejemplar vivo por Jaume Vicent ILUSTRACIón de Jaime Corujo Camina arrastrando los pies por las aceras olvidadas de aquel lugar sin nombre. El polvo se levanta en pequeñas nubes grises y se posa de nuevo en el suelo. La luz del sol se refleja en los sucios cristales, se estrella contra el suelo y deja trallazos de color naranja, amarillo y gris claro. En sus rayos se traza el lento y pasional baile de las diminutas motas de polvo que se entrelazan, danzan, se abrazan y se revuelven, jugando a disfrutar del silencio. Polvo, suciedad, piedras, metal... asfalto caliente que se resquebraja, papeles que vuelan, jirones de telas viejas que ondean como fantasmas. Es una ciudad sin vida, el esqueleto descarnado de una urbe gigante; los restos, cascotes, ruinas, carteles viejos de películas. Camina arropado por sus recuerdos, lo poco que todavía conserva junto a su ajado chaquetón, sus botas rotas y una mochila llena de cosas viejas; algún libro, unas gafas sin cristales y una brújula que no funciona. Su reino, a resguardo dentro de su mochila, colgada de su espalda que no es más que un montón de piel y agudos huesos que se marcan. Arrastra los pies por las calles vacías, sin niños que griten y jueguen, sin coches que pasen, sin viejos que se paseen por las aceras, sin vida en los escaparates, sin ajetreo. Sin compras, sin bullicios, sin colas, sin miradas, sin prisas. Ya no hay nadie a quien empujar, nadie a quien gritar, no hay personas molestas ocupando su asiento en el autobús. Tampoco hay autobús, ni tren, ni metro, ni automóviles, sólo quedan sus carcasas vacías, huecas y llenas de óxido. Ciegas y muertas miran las ventanas, con sus ojos velados por el polvo y la suciedad, admiran lo que queda, lo que fue un día, lo que no es, lo que ya no será nunca. Sordo a las conversaciones que un día llenaron el aire y sus oídos. Ya no hay alegres voces parloteando, las alegres canciones que hablaban de amor ya no están, sólo queda el aullido del viento viejo y seco, el lamento de la galerna que sopla entre los escombros, la soledad del polvo que recorre los pasillos, el esqueleto vacío de templos y viviendas, de comercios, de salas de espera. ¿Hasta dónde llega la esperanza? ¿Dónde termina la ambición de no sentirse sólo? ¿Cuándo abandonas? Camina y camina, busca un lugar en el que descansar, le duelen los pies. Esas malditas botas rotas. Los labios resecos saben a polvo, a olvido, a un recuerdo tachado, marchito, casi borrado. Tras los cristales de sus gafas, el mundo se desarrolla con la misma confiada lentitud. Con una mezcla de asco y melancolía, el día avanza sin prisas; primero el sol se levanta, se queda un rato ahí, colgado del cielo, luego se cansa, da la vuelta y se larga. Él lo observa todo a través de sus gafas y en su interior se acumulan las lágrimas. Página 20



Enroscado en la seguridad de su chaquetón, camina y camina, siempre avanza. Encuentra un buen lugar. Observa desde abajo, es un edificio alto, demasiado alto. Todavía está en pie, es un diente sano en el interior de una boca podrida. La entrada sumida en las sombras es una invitación. Se aparta del reflejo ardiente del sol y se interna en la oscura nada. Siente el frescor, los olores húmedos, suciedad, polvo, agua estancada. Hay una sencillez natural en todos ellos, algo primitivo y agradable. Una sensación que reconocemos de forma natural, como regresar al útero materno. Sube poco a poco, peldaño a peldaño, con la mano sobre el pasamanos. A cada tramo de escaleras, escamas de metal muerto se desprenden y se precipitan al vacío oscuro, flotando como plumas rojas en el aire viciado y húmedo del edificio, a cada paso tiembla y resuenan las escaleras. Sus piernas también se quejan, le duelen los pies, los dedos, las rodillas, se siente cansado, desgraciado, aburrido, falto de energía. Sin embargo, sigue andando, allí arriba tendrá su trono, un lugar tranquilo y cómodo. Tiene que seguir andando, un poco más, sólo un poco. Al llegar arriba, de nuevo el sol le da la bienvenida, brillando como siempre, como cada día. Se deja caer a un lado, bajo la sombra de un alero desmoronado, una sombra de ángulos agudos que dibujan formas sobre los cascotes, que cobija en su oscuridad viejos charcos pestilentes. Más allá, a sus pies, hay una ciudad, o al menos, debería haberla. Ya no queda nada, cascotes, ruinas, recuerdos, telas que ondean al viento y el olor penetrante de la suciedad. —¿Cómo se encuentra, majestad? —dice una voz. —Cansado —contesta la misma voz—. ¿Cuánto he andado? —Mucho, mi señor —dice la voz, que es la suya. Que es la única. —Me duelen mucho los pies. Estoy muy cansado. —¿Quiere sentarse? ¿Descansar? —Descansar… ¿Cuándo fue la última vez? —Hace tres veranos, mi señor. Una misma voz, su voz, la única voz que todavía se escucha en el mundo. ¿Desde hace cuánto? Hace tres veranos, mi señor. Y ya casi no se acuerda. Siempre andando, lo ha visto todo, todo lo que queda. Los restos, las ruinas, las piedras, las carreteras rotas y deshechas, las piedras que caen y rebotan, el crujido de los cristales rotos en la oscuridad que los encierra. Tres veranos y apenas se acuerda. La última vez que escuchó la voz de alguien, la última vez que se oyó una voz ajena. ¿Y desde entonces? Silencio. Continuo y total silencio. Una nota que nunca ha dejado de vibrar en concordancia con su profunda soledad, con el aislamiento sensorial de vivir en un mundo hermético, un mundo encerrado en una burbuja. Se siente como un personajito de plástico encerrado en una de esas bolas de nieve que le regalaba su tía cuando era un crío. Aunque la nieve aquí es un poco más peligrosa, tiene un color azulado y extraño, y quema como ácido. ¿Por qué había dos voces entonces? ¿Por qué se estaba diluyendo en el olvido? ¿De quién era aquella voz que escuchó por última vez? ¿Por qué no se acordaba? Página 22


Ya no quedaba nada. Ni siquiera estaba seguro de seguir existiendo. Él era por sí mismo, sin nadie que le dijera quién o qué era, difuminado entre los trazos grises y pardos de aquel mundo se perdía, se deshacía. ¿Qué era el recuerdo? Una estatua de sal. Tres veranos y recuerdos borrosos, trallazos de color, sonidos que se difuminaban en los jirones de un tiempo demasiado lejano, palabras que se descomponían en fonemas, sonidos articulados, frases como gavilanes. Ruido blanco que le llenaba la cabeza como un enjambre de avispas. Tres veranos en soledad y desde entonces recorría la superficie yerma de aquel mundo sólo, sin nadie a quien hablar, sin alguien a quien amar, sin otro semejante con el que compartir sus ideas, sus recuerdos (que cada vez eran menos) o sus miedos (que cada vez eran más). Tres veranos en un estado de completa quietud, de abandono, de soledad. La más absoluta y pura de las soledades. Sin un saludo, sin un reproche, sin una palabra amarga o dulce, sin una crítica. Silencio y nada. Uno no sabe lo que aprecia las cosas hasta que las pierde. Añoraba las voces, añoraba los llantos de los niños (que tanto había odiado en su otra vida), añoraba los abrazos, las regañinas, los gritos...añoraba la vida con otras seres humanos. También añoraba su viejo reloj de bolsillo, hacía mucho tiempo que lo había perdido...o quizá fue él mismo quien lo lanzó a un abismo, al perder la preocupación por el paso del tiempo. Estaba solo, completamente solo, ¿Qué importaba el tiempo en esa situación? Importaba mucho, pensó una de sus voces. Importa mucho, incluso más que antes. ¿Cuánto llevas solo? ¿Cuánto sin reír, sin llorar, sin abrazar, sin que te abracen? Tres años, y cuentas cada día, cada hora, cada minuto. ¿Por qué? Porque el tiempo sigue importando, siempre importa. Ahora quieres que acabe, que todo termine, quieres que deje de correr. Nada más importa, porque no existe nada más, sólo estáis tú y el tiempo. El último de una estirpe de niños que se revolvieron contra su progenitor. Una estirpe de niños malditos que, al final, perecieron ante el destino inevitable de una vida dedicada a los excesos. Niños malcriados que pensaron que podrían vencer a las circunstancias y sobreponerse al desastre. El último, al final, de una colección de sordos y ciegos que no quisieron ver las señales, embelesados por el candor de la avaricia y del lujo. El último de aquellos que tuvieron que enfrentarse a un mundo que se les volvió en contra, venenoso, amenazador, dispuesto a devorarlos a todos a la más mínima ocasión. El último de los escasos supervivientes del desastre último. El último de todos. El último ejemplar de hombre vivo. —Estoy muy cansado. Quiero descansar de una vez. Eso es, sí, quiero descansar. Como ellos —dijo señalando una vieja calavera—, como los demás. —Está bien. Como usted desee, mi señor —dijo la voz, y sus últimas palabras murieron arrastradas por el viento.

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Tres Balas y Tu recuerdo por J.A. Menéndez ILUSTRACIón de Dirty Harry Tres balas. Es todo lo que me queda. Cuatro si contamos la que está dando por saco en el costado, impidiendo que la herida cierre. Aunque a esa,mucha utilidad no le voy a encontrar. Deslizo el cargador de vuelta al interior de la pistola, recreándome con el conocido roce de metal contra metal hasta el esperado clímax, el chasquid que anuncia que ha ocupado su lugar en el mundo. Tiro de la corredera y una de las tres balas accede a la recámara. Sólo tengo que atravesar cinco manzanas para estar a salvo, de vuelta en territorio amigo. ¿Qué son cinco manzanas? Nada. Tocan a manzana y pico por bala. Pan comido si no fuese porque ahora mismo estarán atestadas de gente buscándome darme caza. Pero eh, como decías, siempre hay que ser optimista, hasta cuando se tienen las tripas en la mano. Si sales derrotada a la pelea, no hay forma de ganar, nena. Y yo te odiaba por llamarme nena pero te dejaba hacerlo. Sólo a ti, a cualquier otro le hubiese partido el alma al primer intento. Así que seamos optimistas. Si el tal Jenofonte pudo atravesar la tira de kilómetros en territorio enemigo, yo no voy a ser menos. Aunque bueno, a él le cubrían las espaldas diez mil tipos con entrenamiento militar y yo estoy más sola que la una, con la única compañía de estas tres balas y tu recuerdo. Intento incorporarme pero no encuentro las fuerzas para ello. Calma. Descansaré un poco más sentada contra esta pared. No pasa nada, es sólo cansancio, ese charco rojo no tiene nada que ver conmigo. Aún pasará un buen rato hasta que decidan buscar aquí. Lo único que tengo que hacer es recuperarme un poco más. Y aunque termine siendo un viaje sólo de ida, habrá valido la pena. He conseguido mi propósito, los pedazos de mierda que te apartaron de mi lado para siempre han dejado de respirar. Todos ellos. Deberías estar orgullosa de mí. Me llevo la mano a la herida y vuelve a empaparse de sangre. Quizá mejor así. Lo único que me mantuvo cuerda tras tu muerte fue la idea de vengarte. Ahora que lo he conseguido... No sé si podré seguir adelante yo sola. Sé que te enfadarás, que me vas a reprochar lo innecesario del gesto. Página 25


Dirás que aún no era mi hora. ¿Pero sabes? No me importa. He sido una muerta en vida desde que me faltas. Escucho pasos al otro lado de la puerta. Pasan rápido, a la carrera. Por un instante he deseado que me encontrasen. No me hago ilusiones, sé que me van a liquidar sí o sí. Pero casi lo prefiero, acabar rápìdo, en una tormenta de balas, y no desangrada en la penumbra. Tú siempre decías que, sin importar cuánta gente nos rodee en ese preciso momento, todos morimos solos. Sin embargo, yo daría cualquier cosa por tener alguien a mi lado en este momento, alguien que me apretase la mano y me dijese que todo va a salir bien, aunque no sea cierto ni por asomo. La pistola pesa lo indecible. Creo que ella también está cansada y necesita reposar, así que la dejo en el suelo junto a mí. Las sombras se van haciendo más espesas, cercándome. Cierro los ojos y me concentro en respirar una vez más. Si me voy a dejar ir... tienes que prometerme... que vas a estar ahí. ¿Lo estás? Sí... Creo que ya intuyo tu voz... en la distancia. No sabes lo mucho... que te he... extrañado.




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cenizas por iván Romero Marcos ILUSTRACIón de noire

No notarás nada cuando me marche, ni siquiera el ligero viento del que ha huido, no escucharás nada, ni temblará tu corazón cuando me expulses de tu bestiario, no habrá nostalgia, ni miedo, no habrá vacío. Mi nombre desaparecerá de tus manos, el tiempo lo quemará todo, arrasará lo que quiera que fuimos, lo que no somos ahora, en lo que no nos hemos convertido. Sólo quedarán cenizas en las silenciosas trincheras del olvido. No soy la tierra que te falta. Yo, soy el agujero.

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cambiar la mirada por Óscar Sejas ILUSTRACIón de María Cabañas

Te conozco de cerca aunque me miras desde lejos. He podido mirarte a los ojos varias veces y tu reflejo es siempre mi reflejo el eco de cada uno de mis silencios. He tratado de vaciarte como se vacían las botellas, de abrir las ventanas para dejar que se cuele el aire y se ventile por fin el olor viciado que siempre queda de ti en esta habitación. Pero sigues ahí resistiendo el embate de mis olas, estrellándote contra el agujero negro que llevo en el pecho, y me obligas a caminar a ciegas. He tratado de desahuciarte, y respondes con tristeza y con vacío con certezas que saben a derrota, a cama vacía con olor a sexo y rastro de mujeres que nunca me importaron, a las que nunca importé, que buscaban el poema que ni siquiera yo encuentro...

Te veo en cada escenario siempre en primera fila dispuesta a aplaudir y sacarme la lengua para decirme “sabes que no voy a irme”. Y me bebo. La noche. Y me follo. Al vacío. Y pienso. Me pienso. Y me adentro. En mi centro. Y acepto, que aunque no te marches debo convertirte en mi mejor aliada.

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Sin T铆Tulo por Alejandro Ram贸n ILUSTRACI贸n de Jaime sanjuan Ocabo

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Puedo verte ahora que ya emprendiste un camino diferente al mío. Comprendo las palabras que ignoré y perdidas encontraron el vacío. Sé protegerte aunque mis manos solo rocen desconsuelo. Es tarde, si me equivoco al mismo tiempo que me lamento. No debo exigir tu vuelta a mi cuerpo, mas hablar de tu felicidad sin mi nombre sería estar mintiendo. Quiero, ojos grises, que devuelvas tu cielo a mi azul, aun sabiendo, que el motivo de tu marcha, ojos grises, no fuiste tú. Nunca logres perdonarme, si así consigo tu recuerdo, si así la soledad me acompaña al menos con tu sufrimiento.

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Acantilado por Diego Mercado Villarroel ILUSTRACIón de Alejandro López

Pude ver mi eco en el álgebra de la oscuridad. Tenía el sonido que hace el mar para calmarme. En las olas se percibe el prismismo aluvial del grito. Pude ver mi eco golpeando el acantilado; tenía la forma del agua agitada violentamente por el viento de un alarido íntimo. Una serie repetida de embates en la roca de mi memoria, eterno retorno.

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Los viejos lienzos de

Eva

de Luis Cano

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© Fotografía de Mar Argüello Arbe


Capítulo 3

O

tra vez volvía a mirarla a través de la taza de café. La miraba despacio, aunque ella se hallaba más lejos de lo que pensaba. La miraba como aquellas noches después de las doce, cuando el ron y el vodka acompañaban todas las palabras; como en los tiempos en que el manto nocturno nos el daba cobijo del día. —¿Recuerdas alguna vez ese lugar? —me dijo tranquilamente mirando un viejo mapa que envejecía en un rincón de mi estudio. Seguí su dirección y adiviné su pensamiento. —A menudo —le contesté—, cada vez que algo me aflige vuelvo a él, con la esperanza de encontrarle sentido a todo esto, o de quitarle gravedad. Esbozó una media sonrisa y asintió con gravedad. Eran otros tiempos, parecían decir sus labios. Tiempos en los que las decisiones se tomaban sobre la marcha y los fantasmas sólo aparecían en los aeropuertos, de vuelta a casa. Tiempos en los que vivir sólo era otra manera de jugar, y morir, una consecuencia inevitable. —Eran bueno tiempos, sencillos. —Mi mente también había vuelto al pasado, y mis palabras salían como llegaban los recuerdos—. O matabas o te mataban. Llegar a esa conclusión fue infinitamente triste, pero en cierto modo, consolador. —No existían ni buenos ni malos —continuó Eva—, sólo buenas decisiones y remordimientos.

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Seguimos bebiendo en silencio, buscando la línea imaginaria que nos había llevado, después de tantos años, a aquel estudio abarrotado de libros y soledad. Eva seguía perdida en coordenadas y lugares, mientras yo regresaba poco a poco a aquellas cuatro paredes que sostenían mi mundo. —Estoy cansado. —Solté de pronto como si fuese consciente de mis fuerzas.— Ahora tengo la oportunidad de empezar de cero, Eva. No hay que jugar siempre con sus reglas. Podemos inventar unas nuevas que, por lo menos, sean nuestras. Ella no contestó, como tampoco lo había hecho en anteriores ocasiones desde la primera vez que se lo dije, en el aeropuerto de Mali. Duele demasiado, pensé. Intentaba averiguar más allá de aquella mirada triste, de aquellos ojos grises que, si alguna vez lloraron, fue hace demasiado tiempo. Sin embargo era inútil. Eva seguía siendo la chica más guapa que había conocido, pero nunca podría averiguar, ni siquiera imaginar, una mínima parte de su alma. Y de pronto me invadió una tristeza que no sabría definir. —Hubo una vez, —me dijo, entornando los ojos— en que tuve miedo. Fue después de pasar las montañas. Recuerdo el frío, la nieve y la desesperación. —Se demoró en su taza de café caliente, en los recuerdos, tan oscuros como ella, y yo miré sus ojos grises—. También me acuerdo de que en ese momento pensé: al final, como siempre, se escribirá en mi lápida que luché para nada. Luego sonrió de medio lado, una de las sonrisas más tristes que nunca he conocido, y se refugió en un silencio lejano. Éramos jóvenes, parecía decir con aquel vacío profundo. Yo bebí de un trago el café que me quedaba, como si también tuviese que alejar recuerdos.

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quien no

ARRIESGA no gana por Sandra Carbajo fotografías de Mar Argüello

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“Sólo por el hecho

de hacer algo original, personal, cualquiera me puede inspirar admiración.”

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A veces las detesto. Os prometo que en ocasiones, odio las nuevas tec-

nologías y toda esta era digital 3.0. Siempre hay una notificación esperándote, un nuevo Me Gusta, una nueva mención, un nuevo mensaje. Es una presión de actualización constante. Una adicción a la noticia inmediata. La droga del “ya” que se olvida antes de terminar de pronunciar el monosílabo. La locura hecha actualidad. Sin embargo, aunque reniegue y me queje, y siga renegando y me siga quejando, estoy atada a ella inevitablemente. Esta era me da trabajo y me acerca estando a km de distancia. No puedo vivir sin ella; al igual que ella no puede vivir sin mí. Esta relación “pimpinelesca” que alimentamos ambas cada día es la responsable de que en estos momentos, ustedes puedan conocer a la persona que les presento en este número.

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Ella y yo compartimos dos cosas fundamentales. Lo primero, el nombre. Lo segundo, encontrar en las letras una vía de escape. De hecho, esta vallisoletana de nacimiento me confesó que a pesar de tener numerosos proyectos de novela empezados, nunca ha acabado ninguno porque “es algo tan vivo que tener que ponerle fin para mí es impensable”. Sandra Martín es letra pura. Letra escrita, letra cantada y letra recitada. Ella es el abecedario hecho canción o la canción hecha abecedario. Es indiferente. El orden de los factores no altera el producto. Todos aquellos que hayáis tenido el placer de verla subida a un escenario, estaréis de acuerdo conmigo. Guitarra, poemario y voz. Sandra escribe canciones y poemas desde los 10 años, canta desde siempre y toca la guitarra desde “casi”. Comenzó su andadura musical con el teclado pero al fracturarse un dedo y perder movilidad, tuvo que buscar otro instrumento que se adaptara a ella.”Descubrí que la guitarra se adaptaba bien a mi voz y a lo que me apetecía crear”, me confiesa. Es curioso cómo la vida nos va guiando hacia nuestro destino. En ocasiones nos sacude con violencia sin ser capaces de entender el motivo. Sandra lo pasó francamente mal cuando se lesionó. Sin embargo, gracias a ello encontró a su verdadera compañera de viaje. Mientras esta entrevista acontece, yo me traslado al mes de agosto. A aquel patio en un pequeño pueblo vinícola de la ancha y vasta Castilla. A aquel escenario de palés improvisado, y la veo allí subida con su guitarra y su poemario. Caótica, ecléctica, curiosa,

tranquila e impaciente, observadora, empática, soñadora, concisa. Sus canciones y poemas la definen. Habla y embelesa. Canta e hipnotiza. Y así estoy yo, embelesada e hipnotizada por esta joven musicóloga.

“Eso me

encanta, dejarme sorprender por casualidades” Creo en la magia porque el arte es y en el arte está. Hacer lo complejo, sencillo y que sea simplemente bello. Transmitir tanto con tan poco. La piel de gallina, y suma y sigue. No es fácil y Sandra lo consigue. “Soy experta en pasarme tardes delante del ordenador viendo vídeos en internet, uno me lleva a otro y puedo acabar con cosas que no me esperaba al principio. Eso me encanta, dejarme sorprender por casualidades. O porque alguien me recomiende leer algún poema que le ha llenado, o una canción que no se le va de la cabeza. Me gusta también mucho pasear, viajar, ir a exposiciones y escuchar a la gente. En realidad la inspiración llega en cualquier momenPágina 45


to y lugar, sólo hay que estar ahí para no dejar que se escape”. Con estas palabras, os podéis hacer una idea de cómo son sus letras. Hablamos de futuro inmediato y yo vuelvo al presente instantáneo. Dejo atrás la piel de gallina y el vino blanco, y vuelvo al café y al ordenador. Este 2015 viene cargado de proyectos para mi tocaya. En el terreno musical, la vallisoletana se encuentra grabando en formato casero un disco que llevará por título “Romper en caso de incendio”. Será un “juan palomo” que promocionará a través de sus conciertos. En cuanto a los versos, de cara a finales de año, quiere publicar su tercer poemario, “más consistente y con mayor número de poemas”. Además, junto con el fotógrafo Jorge Lázaro llevará a cabo un proyecto donde la fotografía y la poesía dancen juntas.

“Me sentí como alguien famoso al ver a la gente coreando las versiones y pidiéndome que me tirara del escenario”

Amante de la literatura, sus primeros recuerdos corresponden con una máquina de escribir Olivetti tirada en el suelo de su casa, las obras de teatro que más tarde representaba y los libros de Jostein Gaarder que su madre Página 46

le leía cuando era pequeña. La fantasía de Eoin Colfer (Artemis Fowl), Gaarder (El mundo de Sofía), Bécquer, Monterroso con su “La oveja negra y otras fábulas”, Mónica Gae, Carlos Salem, Elvira Sastre o el cantautor Marwan han acompañado y acompañan a la joven artista castellana cuyo mayor logro hasta la fecha ha sido tocar delante de unas 300 personas en el Centenario del Escultismo en Salamanca. “Me sentí como alguien famoso al ver a la gente coreando las versiones y pidiéndome que me tirara del escenario”, me cuenta con una gran sonrisa en la cara. Digo en la cara porque cuando Sandra ríe, ríen todas sus facciones. Le pregunto por quién admira y su respuesta es un mus perfecto, ese que suma 31 tras envidar en la última partida. “Sólo por el hecho de hacer algo original, personal, cualquiera me puede inspirar admiración. Cada día conozco a gente que hace cosas asombrosas, o a gente que las hace y no es consciente de ello. Desde fotógrafos, pintores, escritores, deportistas, músicos... Supongo que me puedo considerar una persona observadora y me encanta apreciar ese tipo de cosas que hacen que la vida merezca la pena”. Tras estas palabras, Sandra me confiesa que sueña con que la música nunca deje de sonar y que las palabras no le falten. Yo pido por favor que eso no ocurra. Mientras ella sueña y yo pido, termina nuestra entrevista virtual. Abro You Tube, me meto en su canal y me pongo a escuchar lo que allí sube. Tal vez, hoy odie un poco menos las nuevas tecnologías y no me queje, y no reniegue. Pero sólo hoy. Sólo ahora.


“En realidad la

inspiración llega en cualquier momento y lugar, sólo hay que estar ahí para no dejar que se escape”




PARA

LEER por Laura R. García

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El mar y en silencio

A contraluz de embargo. Graciela Zárate. Lastura, 2014.

La lectura de este poemario nos invita a sumergirnos en un mundo interior en el que las oscilaciones, tan propias del mar como del paso del tiempo, van marcando los movimientos de la vida. Leyendo A contraluz de embargo es fácil imaginar el sonido de las olas y sentir su característico olor. Y es que la presencia del agua en casi todas sus formas circula por las páginas de libro tanto como los fulgores y las sombras que titulan el libro. Y la tierra, como contraposición necesaria a los embates cíclicos del océano, como materia a partir de la que todo crece; en el caso de este libro, abundan especialmente las flores y los árboles. Pero no solo escuchamos el sonido del mar en la poesía de Graciela Zárate: para ella, el silencio es importante, más allá de las palabras que no se dicen, incluso más allá del sonido de las olas, tan presente a lo largo del libro, como muestra el poema así titulado, ‘Silencio’, o las alusiones claras o veladas al mismo. “El silencio es aroma de sexo, flores blancas”. “Empieza tantas veces como puedas parirte”: renacer y abatirse de nuevo para resurgir una y otra vez. Ir y venir. Crecer y menguar. Los ciclos parecen algo inherente al contenido de A contraluz de embargo, como un aprendizaje fruto de la experiencia, de una capacidad inextinguible de estar dispuesto a sentir cada momento a pesar de la conciencia de la inevitabilidad del dolor y del fin de todas las cosas: “Hoy podría alardear por invisible / pero tengo la alerta embravecida / en el fondo del mar, y en el peligro, / de atreverme a vivir sin concesiones”. Los versos de Graciela Zárate parecen hacer eco a la sensorialidad de la poesía de Gioconda Belli y a la sensualidad y la tristeza de Clarice Lispector. Aunque la melancolía en este caso tiene un fuerte protagonismo: “De que sirven los días aunque sean de amor, / si son de tristeza”. Las ilustraciones con que la autora acompaña sus poemas forman parte de ese retrato íntimo que sus palabras nos ofrecen. Página 51


La niñez, entre la lombriz y el cielo. Elena Mateos. Ediciones En Huida, 2014.

Solo es el principio

Con sus versos, sigilosos unas veces, otras compactos y enérgicos, Elena Mateos nos va dejando miguitas en el camino de nuestra lectura para que lleguemos a la conclusión de que la niñez es algo más que un periodo vital. También es un estado mental o quizá una emoción que va y viene; es, seguro, una parte de nosotros que nos acompaña siempre, por muchos años que cumplamos. En su primer poemario Elena Mateos nos cuenta que nacemos muchas veces, en una creación continua de lo cotidiano y que el crecimiento, seguramente, no termine nunca. Lo que llamamos infancia es una base que amortigua el impacto de la vida. “El sueño hizo promesas / en una infancia / tibia, y ahora / no sé / si el resquebrajamiento es por impacto / o soledad”. Estudiante de filosofía, es capaz de analizar con ánimo crítico de dónde viene: “Y los buenos adultos adulaban: / será sabia, sabe más / que otros, / mide menos / que todos. / Aquel fue el primer atisbo / del fracaso”, o de dónde no: “yo no entiendo nada de dolor / y tú tampoco / ¿todo el mundo debería vivir una guerra? / ¿y si nos vamos a subir el Everest?” y unos versos más tarde ironiza: “oh dios mío / se ha caído internet”. Y es capaz de cavar más y más hondo en sus reflexiones: “y las palabras son / a veces / la muerte del lenguaje”. La poesía de Elena Mateos está plagada de ausencias que van conformando nuestro caminos: “El diente de leche / que nadie se llevó / de debajo de la almohada” es un buen ejemplo. La niñez, entre la lombriz y el cielo es el primer paso de una poeta joven pero con presencia de madurez. A sus veintipocos años es capaz de decirnos que la inocencia y la negrura son dos caras de una misma moneda: nosotros. Y de recordarnos que no lo elegimos, lo somos desde que nacemos por primera vez y lo seguiremos siendo siempre.

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PARA

VER por Iván Rúmar

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Ouroboros Muchos dicen que soy pesimista, que siempre espero lo peor. Yo les contesto con una de las respuestas más manoseadas de la historia, que no soy pesimista, que soy realista, y luego les empiezo a citar episodios negros de la historia de la humanidad, como demostrándoles que se equivocan siendo tan felices y crédulos con la condición humana. Les digo que la naturaleza del ser humano está podrida, que deberían leer “La carretera” de Cormac McCarthy para saber de qué estoy hablando y empiecen a reflexionar. Últimamente añado “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago en esa suerte de lista negra de la humanidad. Aunque, ésta, dé un enfoque algo distinto al que ofrecía McCarthy. Esperad. ¿Por qué no he empezado citando la adaptación para la gran pantalla que hizo Fernando Meirelles allá por 2008 y que parece que va a ser el objeto de este análisis? ¿Por qué no la he nombrado hasta ahora? Porque, por desgracia, no tiene apenas nada de lo que debería tener y, si lo tiene, es en pequeñas dosis. Para hablar, pues, de lo que no tiene y que debería tener y de una serie de temas que todos deberíamos plantearnos, tengo que, irremediablemente, centrarme en la obra del portugués. En “A ciegas”, no existe la reflexión de cómo las sociedades se comportan ni de cómo la esencia del ser humano es capaz de resurgir una y otra vez de sus cenizas. No habla de cómo las éstas tienen ciertos rasgos que se mantienen inalterables con el paso del tiempo y las circunstancias, de cómo el modelo opresor-oprimido está grabado a fuego en los genes de la raza humana, ni de que el ser humano, para lo bueno y para lo malo, es intrínsecamente el mismo, se encuentre en las condiciones que se encuentre. Que tú, querido lector, serías capaz de lo mejor y de lo peor, pero que acabarías subordinado a las mismas leyes que regían el mundo antes de la hecatombe. Que quizá cambiarías tu rol y en lugar de ser preso, serías carcelero, o que en lugar de ser un estúpido acabarías siendo un tipo generoso y humilde, pero que acabarías jugando al mismo juego que la humanidad ha estado jugando desde que es humanidad. Hay un sentido de inevitable fatalidad en el relato de Saramago, como si la humanidad estuviera condenada a reescribir la misma historia siempre, como si no hubiera posibilidad de mejora, anquilosada en sus mismos roles. Habrá bondad, habrá maldad, habrá cosas buenas y cosas malas, habrá injusticia y habrá Página 55


grandes avances para la humanidad y las formas de percibir todo esto variarán, pero el sustrato subyacente siempre será el mismo. Que el ser humano sea capaz de ver o no con los ojos, es un detalle sin importancia para el transcurso de la historia. Como la serpiente que se muerde la cola. Presupongo que Meirelles recortó en crudeza y en miseria para rebajar el rating de edad y que pudiera entrar cualquiera en la sala de cine, confiando en que no todo el mundo habría leído la obra del portugués, que funcionaría por sí sola, ignorando al lector de la obra, que acabaría por descubrir que el cineasta brasileño había rodado una carcasa sin nada dentro. El problema, pues, es que se queda en la superficie, centrándose en aquellos episodios más llamativos de la obra, pero sin contarnos cómo se llega a ellos, hecho que contribuiría a que nos creyéramos la degeneración a la que son sometidos los internos del manicomio, y sin detenerse en los detalles ni en el desarrollo de personajes, casi quirúrgico, que hacía Saramago en su relato, y que permitía tantas y tan variadas lecturas. La escalada de tensión no es progresiva, sino a trompicones, desganada, como el desarrollo de la historia. A diferencia de la obra postapocalíptica de McCarthy, pecaría de reduccionista si metiera “Ensayo sobre la ceguera” en el mismo saco. De hecho, creo que hago mal englobándola ahí. Porque la obra de Saramago habla de lo bueno y lo malo de la naturaleza humana, no es ni optimista ni pesimista, es, simplemente una radiografía del comportamiento humano y de cómo se comportan las sociedades, se hallen en la situación en la que se hallen.

A ciegas. Fernando Meirelles. © Miramax Films

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Películas ROMÁNTICA que

1. “Memorias de África” de Syndey Pollack

¿Por qué hay que casarse? ¿Por qué es necesario atarse a los demás? ¿Qué sentido tiene seguir los pasos de la mayoría? Sin embargo, ¿cómo tener la seguridad de que el otro siempre va a estar ahí, si no es uniéndote a él de alguna forma? ¿Cómo encontrar el equilibrio entre dos puntos de vista perfectamente legítimos? Un film excelente sobre las relaciones en la madurez y, ya de paso, para disfrutar de una BSO increíble, de África y de un trío protagonista realmente interesante y que ofrece más de una lectura.

2. Trilogía “Antes del…” de Richard Linklater

Guiones estupendos que giran alrededor de macroconversaciones que empiezan de forma aparentemente banal para acabar tratando temas muy interesantes que cualquiera, con un poco de profundidad psicológica, se habrá planteado antes o después en su vida o que, a propósito, no ha querido plantearse, pero que debería hacerlo. El paso del tiempo, la búsqueda del amor verdadero, los reveses de la vida y de lo difícil que resulta desmarcarse de las etapas que la sociedad espera que vayas recorriendo a lo largo de tu vida, son solo unos de tantos temas que explora esta fantástica trilogía. Y eso sin olvidar los papelones que nos brindan Hawke y Delpy a lo largo de tantos años.

3. “(500) días juntos” de Marc Webb

Vamos, ahora no hagáis como que no os ha pasado. Vamos, seguro que os habéis cruzado en vuestra vida sentimental con alguien como la Summer de “(500) días juntos”. Seguro que más de una vez habéis distorsionado la realidad queriendo creer que el otro es de una manera que no es, idealizándolo, y dándoos de morros cuando la realidad os llamaba a la puerta. El tratamiento que hace esta película de este tipo de personas y relaciones es extremadamente lúcido, sin dejar a un lado sus toques de comedia romántica, que no estorban, y usando recursos ingeniosos para contarnos la misma historia de siempre, como el montaje paralelo realidad vs. expectativas o los saltos temporales hacia adelante y hacia atrás. Página 58


AS

sí MERECEN LA PENA 4. “Ruby Sparks” de Jonathan Dayton y Valerie Faris

¿Qué son las relaciones sino un acto de moldear al otro para que sea como nosotros queremos que sea? Ya, sé que últimamente estoy muy pesado trascendental con esto, que ya os di la vara con mi particular visión de “Solaris”, pero ya va siendo hora que aceptemos parte de la culpa en el fracaso de cualquier relación que establezcamos. El otro es como es y hay que aceptarlo, en las buenas y en las maduras, y no cebarnos con nuestra pareja, usándola como excusa para rehuir nuestros problemas.

5. “Two Lovers” de James Gray

Nos gustan más los retos que a un tonto un bolígrafo. ¿Qué hay más estimulante que darlo todo por la chica más compleja, más inaccesible y más atractiva que se te cruce? ¿Por qué Daryl Dixon o Jesse Pinkman y no un Eugene Porter? Si el segundo es más sencillo de conquistar y seguro que es más estable…bueno, quizás el ejemplo no sea el más acertado. Siempre sentimos especial debilidad por el camino que nos llevará al dolor y la amargura, obviando siempre aquellas opciones más seguras y, a la larga, más saludables mentalmente. Y sino, que se lo digan al protagonista de la mejor película de James Gray.

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PARA

PENSAR Pรกgina 60


El porder interior por Carlos Duch Claghhh. El sonido de la cremallera cerrándose lo dejó todo claro. Respiro entre dificultades y pienso en todo aquello. Hay determinadas cosas, determinados momentos... La soledad, como tal, puede ser considerada como un factor de riesgo para trastornos del estado de animo y sus consecuencias. He visto gente volverse loca por su culpa, gente verdaderamente hecha pedazos. Científicamente estamos catalogados dentro de los animales gregarios; grupo de seres vivos que necesitan de sus semejantes, obligados a entenderse para sobrevivir y prosperar. Crecemos y asimilamos nuestro sitio en la vida siempre bajo la tutela de los demás, que siempre están ahí, que siempre esperan cosas de nosotros. Familia, amigos, parejas... todo un mar social en el que navegamos continuamente, muy cerca del rompeolas. Inconscientes de ésta necesidad, perdemos las formas, el tiempo y el sentido; naufragando una y otra vez por no conocer nuestro destino. Solemos dar por sentado el modo en que vivimos, por ejemplo; viendo los besos como algo gratuito, la complicidad como algo estable o la solidaridad como un ideal, pero sin querer acordarnos de la fragilidad de nuestro estado dependiente. Dependencia del amor y de la risa. Y, de pronto, entre extrañas músicas anunciadoras llega la pérdida. Algo se tuerce en nuestros planes. El afecto, el cariño y el calor se desprenden de nosotros como si de miembros seccionados se tratasen. Apostamos todo a rojo y salió negro. Apostamos a que todo duraría para siempre, y en el fondo, sabíamos que no. Y por ello nos sentimos solos, por que sabemos, una vez que lo hemos visto, que siempre acaba saliendo negro. Existen oscuridades muy profundas en la soledad, mucho tiempo para el dolor, mucho para la culpa. Tanto tiempo, que algunos llegamos a la conclusión de que siempre hemos estado solos. Página 61


Un circulo de fuego comienza a girar en el interior. Las entrañas laten por si solas, con pulsiones autodestructivas. Ya que estamos solos, a quién le importa, en realidad, lo que suceda. Las rutinas carecen de sentido y creamos otras que suelen resultar fatales. Pero todo tiene un límite. Vuelvo a recordar el sonido de la cremallera, es un buen símbolo de todo aquello. Y pienso que sí, que estamos solos. Pero la soledad tiene muchos significados. Y pese a que en nuestras sociedades modernas se entiende como ausencia o perdida de relaciones y personas, mucha gente se siente sola aun teniendo un circulo social amplio y de calidad. Otros muchos no se sienten solos pese a estarlo o se siente felices y buscan premeditadamente su distanciamiento. Por eso creo que la soledad es una cualidad intrínseca al hombre, un mal necesario del que aprender. Es el estado existencial después de una profunda reflexión interna post-pérdida. Pérdida de valores sobre la eternidad, valores que solíamos encontrar en el estar junto a los demás, para siempre, en un óptimo imperecedero. Lo común es que la soledad, de cáriz negativo y silencioso, y recordando a esa característica sombra de la muerte, no suela ser de nuestro agrado. Pero una vez cruzado por completo el periodo de duelo, aceptada la soledad como nuestra condición existencial, despiertan nuevas sensaciones. Porque no olvidemos que soledad también es libertad, es pensar, cuestionar. Soledad es emancipación. Algo a lo que no acostumbramos. Bien entendida, la soledad es también una gran herramienta, un poder que surge del interior para amortiguar el presente y el futuro, un baño de realidad. Nos aleja de comportamientos serviles, de hacer las cosas sin motivo. Ofrece valor frente al miedo del que dirán, nos manifiesta que hay mucho mas que ganar en el amor y respeto al otro que en el interés particular. Uno se sabe solo, pero también necesitado de los demás. Lo que convierte la vida en un intenso y continuo juego de amor y pérdida. Pero, conscientes los propios individuos de las limitaciones de su dependencia, ésta ya no dañará mortalmente. Cada vez habrá menos espacio para lo superficial y lo tóxico. Nuestro esfuerzo en encontrar nuevos sentidos a la soledad acabará fortaleciendo más nuestra integridad y nos acercará de formas más sinceras a los demás. Será en ellos en los que encontraremos el misterio de lo que sí es infinito, que nuestras soledades se quieren y se necesitarán por siempre.

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ABRIL N#06 PARTICIPA Desde ya, y hasta el 20 de FEBRERO, puedes enviarnos tus propuestas para el siguiente número, de temática: TORMENTAS.

Si eres escritor o poeta:

Mándanos tu creación entre los días 1 y 20 del mes. En formato word, PDF, .odt o pages.

Si eres ilustrador:

1. Mandanos una muestra de tu trabajo entre los dias 1 y 20 de Febrero. 2. Una vez hayamos seleccionado los textos que se publicarán en la revista, te enviaremos, entre los días 21 y 30, el texto que, a nuestro parecer, mejor se adapte a tu estilo. 3. Entre los días 1 y 15 de Marzo, nos enviarás tu ilustración y, ¡listo! Aparecerá publicada en el próximo número. *Procura mandarnos tu ilustración el la mejor calidad posible, independientemente del formato que elijas.

contacto@revista-argonautas.com Página 63


Libro busca lector por Carmen Chaparro, responsable de TUU LIBRERIA Había pasado el día aburrida. Sin nada que hacer. Rodeada de los mismos de siempre. Que si Jane, que si William, que si Gabriel. Aburrida, esa era la palabra. Las mismas historias de siempre y todos diciendo: “Oye, que yo soy un clásico, un tipo importante”. Bueno, pensaba ella, no será para tanto. A lo mejor no era tan intensa, ni tan seria, ni había influido en la vida de grandes hombres ni desatado revoluciones, pero tenía su corazón. Corazón de papel, pero corazón. Un corazón con líneas, como el de todos los demás, líneas hechas de letras y de palabras, de frases y de historias. Y sus personajes, pensaba ella, eran como los de los demás ¿o no? En esas reflexiones pasaba la tarde y las horas, esperando que la vida cambiase pero sin ganas reales de que aquello ocurriese. Las cosas cambian en un segundo, se decía, deseosa de vivir nuevas aventuras. Y ese segundo llega cuando menos te lo esperas. Venga, que cambie la vida, pero con preaviso, ¿no? Pues no. Cambió en ese momento. Cataclismo vital y en una bolsa se encontró. Con otros muchos de sus vecinos, eso sí. La propia Jane, sin ir más lejos, allí estaba. ¡Ja!, pensó ella, que te creías que eras diferente. Pues no. Al final de nuestros días, todos somos iguales. Y lo mismo va por ti, William. Ser o no ser, esa es la maldita cuestión. ¿Huele a podrido en Dinamarca o en esta bolsa de tela? Y tú, querido Gabriel te vas a pasar no ya cien años sino toda la eternidad entera guardado en un trastero hasta que decidan reciclarte y convertirte en papel de envolver. No se consideraba rencorosa pero teniendo en cuenta que se iba a pasar en galeras un tiempo indeterminado con toda esta panda, pues que mejor que hacerles ver que ahora sí que eran todos iguales. El tiempo, sobre todo cuando las vacas son flacas, nos pone a todos en nuestro lugar y por igual. Amargada y vengativa, esa iba a ser su nueva faceta. Página 64



Mientras se convertía en una femme fatale sin ganas reales de serlo, la vida volvió a cambiar. Otra vez, vaya fastidio. La bolsa se empezó a mover. Mira Jane, que me aplastas. Oye William, no te arrimes tanto. Gabriel… ¡Anda! ¡Que se está haciendo amigo de Mario!… ¿De nuevo?…Lo que no haga el fin de los días no lo consigue nadie. Ver para creer. El bamboleo se frenó en seco. Y empezó a escuchar susurros. No lograba entender de qué hablaban los llamados seres racionales. De repente lo entendió todo: su Lectora los estaba donando. Se quedó helada. Mientras, Jane y los demás seguían a lo suyo, claro, charlando y cuchicheando sobre sus elevados temas. Que se callen, se dijo, no podía escuchar… Su Lectora afirmaba con total frialdad que ya no los quería, que no tenía hueco en casa para ellos, que se mudaba. Simples excusas baratas. ¡Se estaba deshaciendo de ellos! No le importamos, pensó. La Lectora que un día los llevó a casa, los leyó, pasó sus dedos por sus páginas y vivió otras vidas a través de ellos, los estaba desahuciando. Abatida, decidió deprimirse. Donada, expurgada. William se acercó, aprovechando la fragilidad del instante. Por favor, que no estoy de humor, le gritó. Aquello se acabó, ¿de acuerdo? Su nuevo hogar era un palé con miles de libros que, como ella, nadie quería ya. Amontonados, en un lugar llamado Tuuu Librería. Títulos y narrativas diversas, todos allí juntos. Ella había decidido amargarse y no quería ya más amigos. Echaba de menos a Jane, porque no admitirlo. Pero agrupados por temáticas, parecía que los demás se llevaban bien. Los cocinillas hablaban de la posibilidad que tendrían de tener un nuevo dueño gracias al boom gastronómico. Simone, daba ánimos: Yo he pasado de generación en generación y aquí me veis, esperando un nuevo destino. ¡A reinventarse! Eso sí que era una filosofía vital, se dijo para sí. Y hablando de filósofos, el ágora griega también estaba allí…Todos mesándose las barbas y ensimismándose, comprendiendo la naturaleza humana. Los clásicos también tenían su hueco ¿estaría allí Jane? En realidad la consideraba una mujer fantástica y sabía que, en el fondo, no le había dado su oportunidad. Se reconciliaría con ella ¿quién no necesita de un clásico de vez en cuando? Espera, se dijo, ¡allí está con Charlotte! Empezó a escuchar también hablar a los de emprendimiento, a las guías de viajes (parecía que Isla Mauricio y Madagascar se llevan especialmente bien), a las novelas… Todos hablaban de sus futuros hogares, de la nueva vida que les iban a dar, de las manos que los iban a recorrer y de los ojos que les iban a leer de nuevo. Sería rejuvenecer, tener lectores, ser útiles para todos, que todo el mundo leyera. ¡De eso hablaban! Pero no entendía nada, esta librería no era como de la que ella salió por primera vez. Decidió preguntar al vecino, Página 66


un tal Miguel. A ver, ¿qué es esto?, le inquirió. Me tiene despistada. Mira, querida, respondió Miguel, no es tan complicado. A ti te han donado, como a todos. Pero han decidido, por el motivo que sea, que tengas una nueva vida a través nuevos lectores. Por ello, te han traído aquí, a la espera de que te encuentren y alguien decida leerte. Así de simple. Pero vamos a ver, replicó ella, ¿a cambio de qué? Miguel sonrió. Sabía que esta noticia iba a impactar en su interlocutora. Aquí cada uno de nosotros tiene el valor que diga la persona que nos lleve a cambio de lo que se considere que se puede aportar para que este proyecto sea sostenible. Alarmada, dijo ¿Esto no será algún tipo de secta? Miguel resopló ante la incomprensión de su nueva compañera. Aquí el único mantra que hay es que se deje un donativo. Sostenibilidad es nuestra máxima. Vaya, pensó ella, esta segunda vida va a ser divertida… Ahora, lector, te toca a ti continuar esta historia. Tuuu Librería es uno de los proyectos de Yooou. Apóyanos, difúndenos, visítanos.

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Nombre: Teresa Cano Edad: 21 Origen: Miranda de Ebro Vivo en: Madrid Se me puede ver en: www.teresacano.es o tecleando Teresa Cano Ilustration en Facebook. Soy un apasionado de: La ilustración, la astronomía, desayunar, las criaturas monstruosas, los cómics, comprar bombillas y las cosas bien hechas. Para relajarme, suelo: Cerveza fría y calle o traer a mis amigos al salón, cualquier plan con gente y fuera de mi cuarto que es donde paso el día trabajando. Mi primer dibujo: De los primeros el más reseñable es uno de mi abuelo con su pijama en un post-it. Mi último dibujo: La portada de este número. También estoy trabajando en la siguiente ilustración para el fanzine que hacemos entre doce compañeros, GUTSzine. Mis referentes son: Me influyen más ilustraciones concretas o incluso temas que artistas en sí. En cuanto a estilo me inspira gente como Goran, Aloha Project, Blastto, Charles Burns, David Sánchez... Me gusta fijarme en el cómic europeo, la estética oriental y la tecnología o el espacio en general. Mi técnica preferida, a la hora de ilustrar, es: Después de abocetar uso illustrator para todo, suelo trabajar con formas geométricas ya sea en plano o perspectiva y es perfecto para el resultado que busco (para desgracia de mi vista). Mientras dibujo, escucho: Depende del carácter del dibujo. Lo mismo me ayuda más Shlohmo que Emika, o D’Angelo, a veces Eagles of Death metal o Gallows. Aunque es verdad que Deftones caen siempre. Página 70


Y cuando no, escucho: No hago distinción realmente... Ahora mismo no estoy dibujando y escucho “Cosmonáutica” de Erik Urano y Zar1. El libro que me inició en la lectura: ¡Puf! El Conejo Cejo, sin dudar. De pequeña leía todo lo que me caía en las manos, por lo que imagino que sería alguno muy malo. El que descansa ahora mismo sobre la mesilla: Hay un popurrí con Rayuela, 100 weirdest cómics y El golem de Praga. La película que marcó mi adolescencia fue: Me viene a la mente Eraserhead. Imagino que porque no entendí nada. La serie que más me ha enganchado nunca, es/fue: No es que sea muy de series, American horror Story y Utopía sí lo han conseguido. Supe que quería dedicarme a esto desde: Desde que me acuerdo. Pero decidí hacerlo profesionalmente hará cinco años. Mis expectativas son: Llegar a dedicarme a esto por entero, el clásico “poder vivir de lo que me gusta” vaya. Más que una expectativa es un propósito y una motivación, porque eso no va a pasar sin mucho mucho esfuerzo y más dibujo. Actualmente, en el mundo de la ilustración...: Hay un movimiento brutal. Como todo, cuando algo explota cuantitativamente prolifera tanto lo bueno como lo malo, y hoy en día las redes sociales facilitan la visibilidad de cualquier proyecto sin aplicar un criterio. A mí eso me parece perfecto porque todo el mundo tiene la misma oportunidad de enseñar al resto lo que hace. Luego está el tema de que, si ya de por sí valorar el arte era “complicado”, ahora entra en juego el factor “like” como valor cualitativo. Aparte de esto, pienso que toda esta visibilidad está beneficiando a la ilustración en el sentido de que se aprecia como el trabajo que es, y cada vez más personas la eligen como vía para experimentar, divertirse y comunicar. Para mí, el arte es: Ay madre. Un concepto que abarca desde la expresión personal o una reflexión bajo una forma estética a través de cualquier canal, hasta un ejercicio de representación hecho por el motivo que sea, desahogo, entretenimiento... Dentro de cinco años, sin lugar a dudas, seguiré...: En movimiento y creando por gusto antes que por obligación. Con muchos más libros leídos, discos escuchados y lugares visitados espero.

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Argonautas, Febrero 2015


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