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Sin autoestima no hay libertad

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Jorge Martín

Jorge Martín

Rebecca Winkelstein

Por qué le tenemos tanto miedo a la libertad? Durante las últimas décadas hemos observado cómo el número de gobiernos populistas ha ido en aumento, tanto aquellos con ideologías de izquierda como de derecha. De esta manera nos hemos encontrado con personajes como Maduro en Venezuela, Bolsonaro en Brasil, Orbán en Hungría, Putin en Rusia, entre otros; todo ellos “líderes” con discursos fuertemente radicalizados, que se presentan ante los ciudadanos en la figura de grandes mesías llamados para salvar al pueblo de todas las injusticias que lo aquejan.

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Sin embargo, estos “representantes del pueblo" son en realidad representantes de un concepto ambiguo, el cual se transforma dependiendo de los caprichos de aquellos que lo utilizan. La palabra “pueblo” ha sido sinónimo de trabajador, de pobre, de alemán, y de muchas otras cosas más, pero lo que si está claro es que este término siempre se ha utilizado para dividir a la sociedad. Por un lado, se visibiliza a la víctima, aquellos que sufren de múltiples desigualdades, que son oprimidos salvajemente y que por lo tanto representan a la verdad y la justicia; mientras que por el otro lado se expone al victimario, el villano histórico de la sociedad, el opresor egoísta que abusa de los más débiles, responsable de toda desigualdad e injusticia. Con el único propósito de generar odio entre las personas, para que de esta manera el principal difusor de este relato pueda enquistarse en el poder y sobrevivir a costa de los demás.

En la Antigüedad estas personalidades solían tomar el poder por la fuerza, hoy son escogidos mediante el voto voluntario de la población, siendo esta la principal responsable de las nefastas consecuencias económicas y sociales que tienen este tipo de gobiernos. Claro está que no todos somos responsables por los tiránicos líderes que hoy se encuentran a la cabeza de la mayoría de nuestros países, pues sólo hay un tipo de persona dispuesta a votar alguien que prometa una solución mágica a todos los problemas, aquel hombre o mujer completamente falto de autoestima.

La autoestima puede definirse como la absoluta certeza de que la mente de uno es competente para pensar, y que por eso tú mismo eres capaz de alcanzar la felicidad, que eres capaz de vivir por tus propios medios. De esta manera, una persona con verdadera autoestima es aquella que confía completamente en el juicio de su propia mente, y que por lo tanto no necesita que nadie le diga si algo es bueno o malo para su propio bienestar. Todos podemos ser engañados o equivocarnos, pero al mantener una autoestima saludable dejas de ser alguien maleable, y te conviertes en alguien que busca y exige la verdad, una verdad basada únicamente en la realidad absoluta.

En este sentido, una persona con autoestima no se sentiría atraída por discursos que victimizan a los individuos y prometen fórmulas mágicas. Una persona con autoestima no se considera a sí misma como un niño incapaz de triunfar en la vida de manera independiente, y por eso no necesita de un papá-Estado que lo cuide y le dé de comer. Lo que realmente busca es un sistema que haga respetar sus derechos —su vida, su libertad y su propiedad privada—, para así poder buscar su propia felicidad. f Colaboradora de AVANCE.

En conclusión, son las ideas que defendemos las que definen la sociedad que en la que vivimos, por lo tanto, el problema real no es meramente político, sino que tiene raíz en la filosofía que cada individuo activo de una sociedad mantiene. Cambia lo que piensas y cambiarás lo que haces.

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