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La efímera República de Minerva

Poco más de medio siglo ha transcurrido ya de un episodio anecdótico quizá, pero que demuestra el insidioso monopolio de los Estados sobre nuestro planeta.

César Casares

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El 15 de junio de 1972, el boletín oficial del Reino de Tonga, en Polinesia, publicó la proclamación de soberanía por la cual ese país, una pequeña monarquía de religión cristiana metodista, se anexionaba los dos pequeños atolones de Minerva, a los que, cómo no, dio de inmediato nombres tonganos.

Unos días después, el rey Tupou IV, al frente de un minúsculo destacamento, en parte formado por convictos, viajó en el yate real Olovaha. El monarca, voluminoso hasta extremos sorprendentes como toda su dinastía y su país, no llegó a pisar Minerva. Se quedó a bordo del esquife que se aproximó a tierra. Los marineros derribaron la mínima estructura que los impulsores de la República de Minerva habían instalado, así como su bandera. Dos días más tarde, repitieron la hazaña en el otro atolón. Quedó así sepultado, de un plumazo, uno de los pocos intentos medianamente serios de crear un país ex novo para establecer un marco jurídico libertario.

Uno de los pasatiempos más habituales entre los libertarios es imaginar una sociedad regida por nuestros principios: acuerdos voluntarios, propiedad privada, cero impuestos, gobierno prácticamente inexistente, prevalencia de la libertad en una sociedad de individuos soberanos. Y muchos de nosotros, a continuación, pasamos a la acción. Para ello recorremos Google Earth buscando zonas poco profundas pero situadas en aguas internacionales, a un metro o dos de la superficie. Vano intento. El sueño de poner cuatro palos, llenarlo de arena o construir un polder y a continuación proclamar un nuevo Estado soberano, ajeno a toda jurisdicción ajena, se ha revelado prácticamente imposible. Se nos aplicaría la jurisdicción de nuestras nacionalidades originarias o de la bandera de nuestros barcos. Y a la menor oportunidad, el país más próximo se anexionaría el territorio con el rápido beneplácito de los demás. El cártel de doscientos Estados que se tienen repartida la totalidad de las tierras emergidas y de la población mundial, no quiere competidores adicionales ni tolera aventuras de creación de nuevos países. Esa fue la lección que inscribió en el firmamento a mediados de 1972 cuando acabó con la República de Minerva.

Minerva había sido un proyecto político libertario, aunque también un proyecto de negocio. La Phoenix Foundation de los Estados Unidos, dirigida por el millonario de Las Vegas Michael Oliver, de origen lituano, rastreó el mundo hasta dar con una porción de tierra firme que no estuviera incluida en el mapa de ningún Estado. Y encontró la única posible por entonces, aunque muy firme no era: con marea alta quedaba prácticamente cubierta, y con marea baja asomaba apenas un metro o menos, dependiendo del lugar. Pero era jurídicamente viable. Eso sí, Oliver y los suyos cometieron el mismo error que, décadas más tarde, ha cometido también el proyecto de Liberland: no poblar de inmediato el territorio. En el colmo de la ingenuidad, hasta mandaron un emisario a Tonga, que sólo alertó más aún al reino polinesio. Tanto las potencias regionales (Australia, Nueva Zelanda) como los Estados Unidos y los pequeños archipiélagos independientes de la zona se resistieron de inmediato a las pretensiones de los fundadores de Minerva. En una reunión del Foro del Pacífico Sur, equivalente regional al Consejo de Europa, respaldaron la pretensión territorial tongana. Sólo votó en contra Fiji, que queda un poco más cerca de los arrecifes y ha mostrado a veces su malestar por el desenlace del episodio a favor del reino vecino.

Así pues, libertarios cero, estatismo, uno. Hoy Liberland es otro ejemplo de la extrema ingenuidad y del intelectualismo torremarfilero de muchos libertarios, dispuestos a inventarse países teorizando en sus conferencias estudiantiles... pero no a tomarse en serio el proyecto y hacer los sacrificios que exige su viabilización. Pero aún, algunos creen posible hacer seasteading en aguas territoriales de un Estado existente, o mente viable hoy sea "comprar" con una considerable inversión un país ya reconocido, de minúscula población para poder indeminzar a quienes no deseen permanecer bajo el nuevo sistema.

f Colaborador de AVANCE.

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