Ve r a n o , 2 0 2 1
Número 3
REVISTA
AZCAPOTZALCO
Distribución gratuita | ISSN en trámite
Historia
Arte
Literatura
batalladeAzcapotzalcoyla consumacionde la Independencia La
Esta revista está realizada con el apoyo de la Alcaldía Azcapotzalco y de su titular el Doctor Vidal Llerenas Morales Revista Azcapotzalco. Historia, Arte y Literatura Número 3 / La Batalla de Azcapotzalco y la Consumación de la Independencia / Verano, 2021 Coordinación General
Alcaldía Azcapotzalco
Editorial Sello Grulla Fernanda Alva Ruiz- Cabañas
Vidal Llerenas Morales Alcalde de Azcapotzalco
Coordinadores de este número
Eduardo Velázquez Palafox Director General de Desarrollo Social y Bienestar
Julio Arellano Velázquez Piedad Melgarejo Torres
Piedad Melgarejo Torres Directora de Derechos Culturales, Recreativos y Educativos
Coordinación artística Claudia Perulles
Agradecimientos Sergio Anzaldo Baeza; Yuri Alejandro Meza Gómez, JUD de Centros Culturales, Cultura Comunitaria, Servicios Educativos y Bibliotecas
Edición de este número María José Esteva Editora Nestor Chilapa Rivas Jefe de Redacción Dalia Pérez Buendía Diseñadora
A todos aquellos que caminaron a nuestro lado en esta aventura editorial. Consejo editorial Dr. Alejandro Julián Andrade Campos, Mtra. Juana Cecilia Ángeles Cañedo, Dra. Clementina Battcock, Dra. Julie Anne Boudreau, Arqlgo. Luis Córdoba Barradas, Dr. José Antonio González Gomez, Dr. Daniel de Lira Luna, Mtra. Gabriela Olmos Rosas, Dra. Ramona Pérez Bertruy, Dra. Teresita Quiroz Ávila, Dr. Mario Rufer, Dr. Arturo Talavera González.
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ISSN en trámite Imagen de portada Bicentenario de la Batalla de Azcapotzalco, 2021 Ilustración: Román Rivas
Carta editorial
por Dr. Vidal Llerenas
Este año se conmemoran los 200 años de la Batalla de Azcapotzalco, la cual tuvo como sus principales escenarios el Jardín Hidalgo y el atrio de la Catedral de nuestra demarcación. Este evento histórico, considerado la última acción de armas en el centro de México, se libró el 19 de agosto de 1821; la fecha se ha convertido en un símbolo de orgullo para los habitantes de la alcaldía y forma parte de los festejos nacionales que recuerdan los acontecimientos que conformaron la Independencia de México. En la batalla participaron generales del Ejército Trigarante que después se convertirían en personajes clave de la política mexicana del siglo XIX, como fue el caso de Anastasio Bustamante, quien en tres ocasiones fue presidente de la República. En este suceso también participó, hasta su muerte, un icono de la insurgencia de la Independencia: el capitán Encarnación Ortiz, alias el Pachón, zacatecano que murió en Azcapotzalco tratando de rescatar un cañón atascado en el lodo; su participación en la gesta libertaria, iniciada por el padre Miguel Hidalgo, fue tan emblemática que su nombre se inscribe en una de las columnas de la Independencia de México. Por la significación de la batalla y su fuerte presencia en la historia nacional, en estas líneas destacamos a los personajes que la protagonizaron y que formaron parte sustancial del proceso independentista. Por tal motivo, el tercer número de la Revista Azcapotzalco: Historia, Arte y Literatura lo hemos dedicado a la Batalla de Azcapotzalco para celebrar el acontecimiento, a través de las reflexiones que diversos especialistas hacen sobre el tema. Esta publicación es una invitación para que las y los chintololos conozcan las situaciones y a los personajes que participaron en la batalla, así como todo lo que este suceso produjo en cuanto a celebraciones, monumentos y declaratorias históricas, que han engalanado la historia moderna y contemporánea del hormiguero. Estas páginas ofrecen a las y los lectores un amplio horizonte histórico y cultural: desde una detallada narrativa se presentan las estrategias políticas y militares del gobierno español, en una primera etapa ante la insurgencia y, posteriormente, con la trigarancia. El número abre con un texto del Mtro. Anaximandro Pérez sobre la contrainsurgencia (1810-1821); seguido de las reflexiones del Dr. Gustavo Pérez sobre la estrategia libertaria de Xavier Mina. Para conocer más profundamente el papel que tuvo el gobierno colonial en esa época se incluyó una biografía del último virrey, Juan Ruiz de Apodaca, del Mtro. Jorge Alejandro Díaz Barrera. Posteriormente, se presentan biografías y reflexiones sobre personajes que han sido polémicos en la configuración de la historia nacional o que son pocos conocidos: Agustín de Iturbide, Anastasio Bustamante, y los hermanos Francisco, Matías y Encarnación Ortiz. El Mtro. Joaquín E. Espinosa Aguirre analiza a los primeros dos personajes: de manera rigurosa presenta la trayectoria del soldado Agustín de Iturbide, antes de convertirse en el primer jefe trigarante, y aborda la carrera militar de Anastasio Bustamante. Por su parte, el Dr. Emmanuel Rodríguez Baca y el Dr. Gustavo Pérez nos brindan las biografías a detalle de Encarnación Ortiz y sus hermanos, todos ellos conocidos como los Pachones. El análisis del Mtro. José Luis Quezada Lara aborda la censura a la que se enfrentó, durante y tras la consumación, Joaquín Fernández de Lizardi, impresor de textos independentistas, quien, por cierto, nos legó la única representación gráfica de Encarnación Ortiz en Azcapotzalco. Otros cuatro textos se centran, particularmente, en la batalla de Azcapotzalco: el Dr. José Antonio González Gómez nos platica sobre la situación política y social de este territorio durante la Independencia; el historiador Eduardo Orozco Piñón hace un recorrido por la estrategia militar trigarante; el Dr. Joaquín Espinosa nos ofrece una síntesis de la batalla, y el historiador Julio Arellano nos brinda un panorama sobre la guerra de declaraciones y las celebraciones originadas tras el evento. No podía faltar la mirada cotidiana y aguda de los cronistas de Azcapotzalco: José Carbajal y Yolanda García Bustos, quienes nos permiten reflexionar sobre la batalla como impacto cultural y suceso histórico presente en el imaginario de los habitantes de la región. Las y los lectores encontrarán, además, literatura y galerías que complementan las expresiones culturales en torno a este acontecimiento, de la mano del cronista Martín Borboa, y la Mtra. Piedad Melgarejo Torres. El primero nos ofrece un inventario artístico sobre la conmemoración del triunfo trigarante, mientras la última nos brinda un análisis iconográfico de la obra mural “Paisaje de Azcapotzalco”, que Juan O’Gorman pintó en 1926 y que fue el motivo para la exposición O’Gorman O´Gorman 1905-1982, que se inauguró en la Casa de Cultura de Azcapotzalco en julio de este año. Finalmente, agradecemos a Guadalupe Lozada León, Directora General de Patrimonio Histórico, Artístico y Cultural de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de México, sus reflexiones sobre la historia milenaria de Azcapotzalco que prologan la publicación. Sin duda, quienes se acerquen a este número de la Revista Azcapotzalco podrán encontrar y disfrutar de nuevas miradas y reflexiones sobre el patrimonio histórico y cultural de nuestra demarcación.
Tabla de contenido Carta editorial Dr. Vidal Llerenas Morales P R Ó LO G O La última batalla por la Independencia: una 4 nueva ilusión dibuja los destinos de la patria Guadalupe Lozada León D O S I E R La contrainsurgencia, 1810-1821: del Ejército Realista al Ejército Trigarante Anaximandro Pérez Xavier Mina y su estrategia libertaria de la unión, 1817. Las tres garantías en la insurgencia antes del Plan de Iguala. Gustavo Pérez Rodríguez
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Juan Ruiz de Apodaca y Eliza López de 26 Letona. El último virrey y la Consumación de la Independencia, 1816-1821. Jorge Alejandro Díaz Barrera El Pachón Ortiz durante la campaña de Xavier Mina. La historia de dos grandes compañeros de batalla. Gustavo Pérez Rodríguez
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De la Pachona a Azcapotzalco. Los hermanos Ortiz y su participación en la guerra de Independencia, 1810-1821. Emmanuel Rodríguez Baca
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Cronología del movimiento Trigarante. Febrero a septiembre de 1821. Eduardo A. Orozco Piñón
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Anastasio Bustamante, consumador de la independencia. La carrera militar del libertador del bajío (1810-1821). Joaquín E. Espinosa Aguirre
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Agustín de Iturbide, primer jefe trigarante. La trayectoria del soldado antes de la trigarancia (1810-1820). Joaquín E. Espinosa Aguirre
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Encuentros y desencuentros de realistas e insurgentes: Azcapotzalco, 1810-1821 José Antonio González Gómez
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La batalla de Azcapotzalco y la 74 consumación de la independencia en 1821. La estrategia militar del ejército Trigarante. Eduardo A. Orozco Piñón
Azcapotzalco: la última batalla por el virreinato 84 Joaquín E. Espinosa Aguirre
El tataranieto de Quintanar Yolanda García Bustos
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¿Una inquisición disimulada? Establecimiento 86 y actividad de la Junta Eclesiástica de Censura del Arzobispado de México, 1820-1850 José Luis Quezada Lara
Una compañía en armas por la gesta de independencia: los voluntarios de Azcapotzalco José Carbajal Cortés
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La tradición de la batalla de Azcapotzalco. 92 Narraciones y conmemoraciones del siglo XIX. Julio Arellano
Sobre el Cuadro histórico de la Revolución 114 mexicana según Carlos María de Bustamante. Fragmento de la “Carta decimosésta y última”. Carlos María de Bustamante
GAL E RÍA Condecoraciones militares. Los reconocimientos de guerra. Julio Arellano
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Plano topográfico de la Villa de Bustamante y 100 Quintanar. Antiguo pueblo de Atzcapotzalco. Julio Arellano Inventario artístico conmemorativo del éxito Trigarante. Dos siglos de historia. Martín Borboa C R Ó N I C A Chiles en nogada: arte barroco, mestizaje e identidad Yolanda García Bustos
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A RT E Y L I T E R A T U R A Un recorrido por el paisaje de Azcapotzalco de Juan O’Gorman. Presentación. Vidal Llerenas Morales
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La transformación del paisaje desde la 117 mirada de O’Gorman. Del pincel al muro: Azcapotzalco, 1926. Piedad Melgarejo Torres Lodo PS. Guilliem
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Semblanzas
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La última batalla por la Independencia: una nueva ilusión dibuja los destinos de la patria
Azcapotzalco, lugar cuya etimología náhuatl nos remonta al hormiguero, es actualmente una población que hace honor a aquel significativo vocablo de ascendencia prehispánica tras haberse convertido en uno de los sitios más poblados de la enorme urbe que es, hoy por hoy, la Ciudad de México.
Con la conquista, la zona fue evangelizada por los dominicos, religiosos ibéricos que llegaron en 1529 con el propósito de levantar templos y capillas sobre los centros ceremoniales prehispánicos. Para 1545 habían construido una casa de visita y poco tiempo después se dieron a la tarea de levantar su convento, dedicado a los santos apóstoles Felipe y Santiago, el cual quedó concluido en 1570. Cinco años después iniciaron la construcción del templo anexo al monasterio, para lo cual se contó, como era la costumbre de la época, con la mano de obra de los indígenas. En la Nueva España, Azcapotzalco seguía siendo república de indios, con su propio gobernador, aunque había población de criollos y también de mestizos. Los antiguos orfebres de Moctezuma conservaron su oficio, aunque, si bien existían algunos plateros, la mayor parte trabajaba el bronce. Desde el siglo XVII se fundieron ahí algunas de las campanas de la catedral de México y, durante el XVIII, se trabajaron algunos de los mejores retablos de la Nueva España. Cerca del fin del siglo XVIII, Azcapotzalco tuvo una época de enorme brillantez, siendo entonces cuando se concluyó la impresionante capilla del Rosario, dentro de la iglesia principal, y cuando se labró la portada oiginal de la misma. Durante el Virreinato, ninguno de los 62 virreyes que gobernaron la Nueva España le prestó mucha atención a Azcapotzalco, ya que en ese lugar se respiraba un ambiente feudal, pues el territorio estaba dividido principalmente entre ranchos y haciendas dentro de las cuales regían sus dueños. Según un mapa elaborado en 1709 por José Antonio Mier, Azcapotzalco se hallaba dividido en seis haciendas y nueve ranchos dedicados principalmente a la siembra de trigo, maíz, cebada y hortalizas, así como a la cría de ganado vacuno. 4 | Revista Azcapotzalco
El fin del siglo XVIII en la Nueva España está marcado por una creciente inconformidad con el régimen y Azcapotzalco no fue la excepción, puesto que los múltiples peones de las haciendas habían Fachada de la Catedral de Azcapotzalco. Miguel Ángel Bernabé Huerta
P R Ó L O G O
por Guadalupe Lozada León
acumulado ya un enorme sentimiento de rechazo contra las injusticias cometidas por los patrones. A principios del XIX, la guerra de independencia transforma el modo de vida y, aunque la capital del Virreinato nunca fue atacada por las fuerzas insurgentes, muchos de los habitantes de ella y de los pueblos cercanos estuvieron comprometidos con los ideales de la lucha libertaria. De hecho, fue ahí, en el centro mismo de Azcapotzalco, donde se llevó a cabo la última batalla por la independencia. En la barda del atrio de la iglesia sobrevive una placa que lo consigna: "En este atrio tuvo lugar la última acción de armas en la guerra de Independencia Nacional efectuada el 19 de agosto de 1821". Así llegamos al tema de este número de la Revista Azcapotzalco, al recordar no sólo los hechos acontecidos en aquella batalla, sino también la revisión del panorama general en que se inscribe, así como el detalle de algunos personajes quizá desconocidos ahora, pero cuya participación en la gesta independentista es un ejemplo pertinente de las propias transformaciones de la lucha. Al revisar el parte militar que el general Concha redactó como consecuencia de esta batalla, el cual salió publicado en un número especial de la Gaceta del Gobierno de México (1821), cuatro días después de la batalla, es decir el 23 de agosto, sale a relucir cómo la ambigüedad ha sido constante en las declaraciones de los gobiernos que, sintiéndose perdidos, hacen aparecer sus derrotas como triunfos, tal como lo hiciera años después el general Santa Anna en la guerra de 1847 contra los Estados Unidos. Dice Manuel Concha en su parte militar: Decidida la acción en favor de las tropas del rey a las nueve poco menos de la noche y el campo de batalla por los valientes que la componían, se retiró Buceli a este pueblo conforme a lo que acordamos en nuestra separación y se me reunió a las once de la noche. La sencilla y verdadera• exposición que he hecho a V.E. acreditará el mérito de una acción que así por la hora en que se empezó y concluyó, como por su duración, que no bajó de cuatro
AL CONTAR CON LOS MEJORES ORFEBRES DE LA REGIÓN, AZCAPOTZALCO SE CONVIRTIÓ EN EL LUGAR PREFERIDO POR MOCTEZUMA PARA LA PRODUCCIÓN DE SUS MEJORES JOYAS.
horas su principal empeño, le hacen digna de numerarse entre las ventajosas que se han dado en este reino, desde que los pertubadores de la tranquilidad han querido alterarla con frívolos pretextos opuestos a la paz que se disfrutaba. (Gaceta extraordinaria de la Ciudad de México, 1821) Fue José Joaquín Fernández de Lizardi (1821), quien en un texto escrito en el campo de la Hacienda de Santa Mónica, e impreso en Tepozotlán al día siguiente de la publicación de la Gaceta, desmiente lo ahí publicado: A no haber visto yo mismo el parte oficial que dio el señor don Anastasio Bustamante al señor don Luis Quintanar, primer jefe de la retaguardia del ejército, a no haber contado los heridos
Guadalupe Lozada
Muro del patio de la Capilla del Rosario.
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Las cursivas no aparecen del texto original. He querido resaltar de esta manera la palabra que utiliza. Revista Azcapotzalco | 5
Yanet Cruz Aceves Entrada al claustro del antiguo convento dominico.
nuestros, y a no haber hablado de esta acción con varios oficiales amigos míos, no me hubieran chocado tanto las equivocaciones o falsedades en que abunda el parte que dio al señor Novella el coronel don Manuel de la Concha; pero pues en el campo de Tacuba se puede decir lo que se quiera, en el nuestro, ¿por qué no se ha de poder decir la verdad, tal como ella es? Nadie ignora que, entre nosotros, desde el señor general hasta el último soldado, saben que pelean por hacer su patria independiente. Aquí no hay levas, indultos, garitas ni premios de cien pesos para los que del gobierno se pasen a nosotros; tampoco se permite el pillaje, el saqueo ni la insubordinación; y, sin embargo, sobran soldados valientes, buenos y decididos, cuando el triste gobierno, a pesar de todas sus diligencias, no sólo no puede aumentar su débil fuerza, pero ni contener su diaria deserción. Se sabe por noticias fidedignas, que su pérdida pasa de quinientos hombres entre muertos, heridos, prisioneros y extraviados, habiéndose notado una escandalosa deserción, fruto seguro del temor que les infundieron nuestras valientes armas. Nuestra pérdida total entre muertos, heridos, contusos y extraviados consistía, cuando se dio el parte, en ciento cincuenta y dos hombres; pero los contusos todos han sanado, y de los extraviados se han presentado muchos. Conque se ve bien claro que el señor Concha sufrió una pérdida muy terrible en la misma acción en que le pareció que había salido victorioso. Ya se ve que ésta su desgracia no puede atribuirse a otra cosa sino a la injusticia de la causa que defiende; y si es por esto, seguramente que ha de perder cuantas acciones diere. (Gloria al Dios de los ejércitos y honora las tropas imperiales americanas, 1821) Poco es lo que pueda decirse de la astucia de Agustín de Iturbide, que tan feroz había sido contra los insurgentes en la primera etapa de la guerra, y para el momento 6 | Revista Azcapotzalco
de esta batalla ya se había encumbrado como caudillo independentista, merced a las alianzas hechas primero con Vicente Guerrero y luego con don Juan O’Donujú quien había llegado a estas tierras como jefe político, no ya virrey, debido a los cambios emanados de la recién “repuesta” Constitución de Cádiz. Fueron estos dos jefes quienes, el 13 de septiembre, se reunieron en la Hacienda de la Patera, colindante con Azcapotzalco, con Pedro Francisco Novella, quien se había hecho del cargo de jefe político para el que no había sido nombrado, después de la salida del virrey Apodaca. Hasta allá llegó también una representación del Ayuntamiento de México, como testigo de aquella acción memorable donde se decidió la entrega de la plaza para proceder a la entrada del ejército comandado por Iturbide. Por resultar hoy difícil de conocer cómo eran los caminos que, partiendo del centro de la Ciudad y que entonces constituía toda a ciudad de México tomando en cuenta que todos los poblados
LA BONANZA ECONÓMICA QUE SE VIVIÓ EN LA NUEVA ESPAÑA REPERCUTIÓ SIGNIFICATIVAMENTE EN AZCAPOTZALCO DURANTE EL SIGLO XVIII.
que la rodeaban eran considerados externos a la capital, resulta interesante leer el acta de cabildo levantada para dejar constancia de aquella acción memorable: …habiendo embarcado en sus respectivos coches salimos en forma por las calles del Relox [hoy Argentina] hasta tomar en la Villa de Guadalupe el camino para la Hacienda de la Patera a la que llegamos a las once y media… (AHCM, Ayuntamiento, Actas de Cabildo de la Ciudad de México, vol. 141 A, fs. 601 a 800.) Como resultado de esa reunión, desarrollada menos de un mes después de que el general Concha fuera derrotado en Azcapotzalco a pesar de haber reportado una victoria y desacreditar los ideales independentistas, a Novella no le quedó más remedio que aceptar la total derrota de las tropas realistas y su nula posibilidad de mantenerse en el cargo al que había llegado sin nombramiento oficial. Reconoce a O’Donojú como nuevo jefe político y sólo pidió dos días más de armisticio, para entregar el mando y arreglar asuntos pendientes. Habiendo resuelto los asuntos relativos a los mandos en los que debía quedar depositado el poder en tanto se integraba el futuro gobierno, el Ayuntamiento de México se dio a la tarea de comenzar los preparativos para la entrada del Ejército de las Tres Garantías.
El caso es que como el cuerpo municipal no tenía dinero para las fastuosas fiestas que pensaba organizar, en sesión de Cabildo del 22 de septiembre solicitó a los señores diputados que “proporcionaran un préstamo de 30 o 40 mil pesos o parte de ellos con la responsabilidad de los fondos de la Nobilísima Ciudad”. El caso es que en algunas notas de la sesión del día siguiente hubo quien afirmó no haber conseguido “la cantidad que se le encargó, a pesar de las exquisitas diligencias que ha expresado en su solicitud porque un individuo que le dio esperanzas de poder conseguir de otro diez y ocho o diez y nueve mil pesos, hoy le comento haber variado de opinión”. Es decir, ni prestados consiguieron la enorme cantidad que les habían solicitado. Así de pobre estaba la futura patria. Sin embargo, algo pudieron conseguir porque, aunque en las actas se quejan de no tener “un peso” en la Hacienda de la Ciudad, decidieron hacer un arco triunfal en la esquina de Santa Brígida y San Francisco (hoy Madero y Eje Central), entregarle a Iturbide una llave de oro, y ofrecer “una mesa” después del Te Deum que se ofrecería en catedral. El Acta del Cabido Metropolitano de la capital, levantada ese día, da cuenta clara, con lujo de detalle, del barroquismo desarrollado en aquella ceremonia pública en donde el Palacio, entonces Imperial y hoy Nacional, comenzó a ser el mejor sitio para lucir el poder recién conseguido: Siendo las diez de la mañana, hora en que su Excelencia entraba ya a la capital, salió el cabildo de esta sala y tomando los coches nos dirigimos por la Plaza de la Constitución a coger, por el frente de la Santa Iglesia Catedral, la carrera de la calle de Plateros hasta la de San Francisco en donde, no pudiendo entrar los coches al punto en donde se fijó el arco triunfal por hallarse allí la tropa que venía de vanguardia y estar el Excelentísimo señor Iturbide en la calle anterior, nos salimos de los coches haciéndolos regresar. Ya a pie caminamos hasta encontrar a corta distancia a su excelencia que ya
El general Iturbide recibe las llaves de la Ciudad de México de manos del coronel Hormaechea. Acuarela de Theubet de Beauchamp. Revista Azcapotzalco | 7
había pasado el arco triunfal, quien, aunque venía a caballo a la cabeza del ejército, echó pie en tierra luego que se le presentó el Excelentísimo Ayuntamiento, cuyo presidente pasó en sus manos una llave de oro que conducían los maseros en una fuente de plata, manifestándole a su Excelencia la satisfacción y gozo inexplicable con que el público de esta capital y el Ayuntamiento que lo representaba, depositaba en tan digno jefe su defensa y seguridad y las llaves de sus huertas por donde, como redentor incomparable y sin igual, le había traído su milagrosa y suspirada libertad, y había de conservarle siempre abierta la entrada de sus sucesivas felicidades y franquicias; y habiendo su Excelencia contestando: que veía con mucho aprecio y gratitud unos sentimientos tan propios del pueblo mexicano que constituía la capital de este feliz Imperio, y que aquella llave sólo podría servir para cerrar las puertas de la arbitrariedad y despotismo a cuyo efecto el primer jefe del ejército Trigarante le entregaba al Excelentísimo Ayuntamiento y volvió a montar a caballo en unión de los señores Diputados para acompañarlo del mismo modo, y regresamos por la propia carrera a pié, trayendo a la cabeza a su Excelencia hasta la esquina del portal de Mercaderes, por donde partimos a la de estas casas consistoriales, en que tomaron dirección a Palacio, entrando por la puerta principal, a pié de cuya escalera se hallaba la Excelentísima Diputación Provincial, que hecho correspondiente cumplido a su Excelencia incorporándose a la cabeza del Excelentísimo Ayuntamiento y tomando el Excelentísimo señor Iturbide a la suya subimos hasta el salón, en cuya puerta se hallaba el Excelentísimo señor O´Donojú en espera de su Excelencia que fue conducido a ella en brazos del concurso, con los más festivos vivas, aclamaciones y regocijos del público, que desde su vista comenzaron a recorrer por todas las calles a su tránsito, fueron regadas de flores, que desde los balcones y azoteas le arrojaban vítores repetidos las señoras y toda clase de espectadores, a más de varias indias jóvenes que en trajes diferentes y vistosos vinieron por medio de la comitiva haciendo lo mismo por toda la carrera hasta el salón del Palacio y recibidos ligeramente los cumplidos de las corporaciones, se presentaron ambos Excelentísimos señores en los balcones, acompañados de dichas corporaciones y del numeroso concurso que formaba la nobleza de México, para ver pasar, como a su frente pasó el ejército que venía tras del Excelentísimo señor Iturbide […], el que dilató pasando desde cosa de las 11:30 del día hasta después de las 2:00 de la tarde que el Excelentísimo señor Iturbide a la cabeza de la Excelentísima Diputación Provincial y del Ayuntamiento, se dirigió a pié a la Santa Iglesia de Catedral, […] a continuación se entonó con toda solemnidad el Te-Deum, y hecha una completa salva de artillería y repiques, regresamos por medio de una vistosa calle que había formado la caballería e infantería hasta Palacio, donde a costa de la Nobilísima Ciudad se sirvió una mesa en la que reinó la más admirable unión, cordialidad y regocijo en medio de la multitud de brindis, piezas poéticas y arengas dirigidas a ambos. (AHCM, Ayuntamiento, Actas de Cabildo de la Ciudad de México, vol. 141 A, fs. 601 a 800.) 8| Revista Azcapotzalco
Así, entre el regocijo del pueblo que había puesto, aunque resulte un lugar común, todas sus esperanzas en este nuevo gobierno que justo en ese momento iniciaba, desfiaron 14,000 hombres, 1,200 oficiales y ochenta jefes de las divisiones, lo que debió causar un gran impacto en aquellos que sabían, estaban convencidos que, a partir de aquel momento, todo cambiaría. La ley seca que se había impuesto en la ciudad para ese día y los dos subsecuentes no fue obstáculo para que la ciudad entera se vistiera de fiesta, a lo que Iturbide correspondió saliendo a dar un paseo por la tarde, después del cual se ofreció “un refresco” con cargo también al Ayutamiento, y todavía se dio el lujo de concluir el día asitiendo al teatro en donde, durante la función: … fueron incesamente vitoreados y aclamados con los más expresivos vivas y demostraciones de regocijo, reinando siempre el mejor orden por cuya satisfacción previno el excelentísimo señor Iturbide que ya no volviese la guardia al coliseo y terminando la función a las once de la
Palacio del Ayuntamiento construido en 1721-1724. (L’Illustration, 1862)
DURANTE EL SIGLO XIX POCO FUE LO QUE SE HIZO POR AZCAPOTZALCO.
noche se retiraon sus excelencias, concluyendo la celebración del día con la más vistosa iluminación de la capital en que se vio relucir el esmero y patriotismo de su vecindario. (AHCM, Ayuntamiento, Actas de Cabildo de la Ciudad de México, vol. 141 A, fs. 601 a 800.) La crónica dejada con todo esmero para la posteridad por el Ayuntamiento da cuenta de ese sentimiento general que se apodera de la capital cuando cree ver colmadas sus esperanzas. Así terminó aquel día, que comenzó a vislumbrarse poco más de un mes antes cuando se librara la batalla de Azcapotzalco, en esta ciudad que siempre está dispuesta a la fiesta y a la celebración. Al dia sigiuente, a las nueve de la mañana, después de un día y noche que parecían no terminar nunca, se instaló la Junta Provisional Gubernativa a la que se le tomó el “juramento” en la catedral en presencia de Iturbide y O’Donojú.
Fue hasta el 2 de octubre siguiente cuando la Gaceta Imperial de México dio cuenta de tan fastuosos acontecimientos comenzando con estas palabras: Después de trescientos años de llorar el contiente rico de la América Septentrional la destrucción del Imperio opulento de Moctezuma, un genio de aquellos con que de tiempo en tiempo socorre el cielo a los mortales para redimirlos de las miserias, en el corto periodo de siete meses consigue que la [sic] Águila Mexicana vuele libre desde el Anáhuac hasta las provincias más remotas del Septentrión, anunciando a los pueblos [que] esta restablecido el imperio más rico del globo. (Gaceta Imperial de México, 1821) Con tan ditirámbicos elogios, empezaba a abrirse paso una nueva nación que durante casi un siglo estuvo envuelta en una vida marcada por los Golpes de Estado, los pronunciamientos, las dictaduras y las invasiones extranjeras. Largo y sinuoso resultó el camino que en aquel día de fiesta comenzó a trazarse. Sin duda, el país hoy es otro y, al festejar los 200 años de aquellos días, recordemos con respeto a quienes pusieron toda su fe y esperanza en consumar aquella independencia tan anhelada. Concluyo agradeciendo la invitación para prologar el tercer número de esta revista que se dedica a recordar lo que sucedió cuando una nueva ilusión comenzó a dibujar los destinos de la patria. Referencias AHCM, Ayuntamiento, Actas de Cabildo de la Ciudad de México, vol. 141 A, fs. 601 a 800. Gaceta del Gobierno de México, 23 de agosto de 1821. Gaceta Imperial de México, 02 de octubre de 1821. Gloria al Dios de los ejércitos y honora las tropas imperiales americanas. (1821). Tepotzotlán, Imprenta de los ciudadanos militares independientes D. Joaquín y D. Bernardo de Miramón. Y en Puebla en la de D. Pedro de la Rosa, impresor de gobierno.
Jura solemne de la Independencia en la Plaza Mayor de la Ciudad de México. Revista Azcapotzalco | 9
La contrainsurgencia, 1810-1821: del Ejército Realista al Ejército Trigarante por Anaximandro Pérez
Fundamentada sobre los oficiales y soldados existentes en el reino o provenientes de España, el dinero e insumos librados por los ramos reaudatorios de la hacienda real y varias contribuciones forzosas o voluntarias establecidas sobre la población, la respuesta virreinal ante la insurgencia se tradujo en una serie de disposiciones operacionales que permitieron la casi absoluta supresión de los insurrectos hacia 1818, pero también la germinación del golpe de Estado de Iturbide en 1821.
En principio, se debe decir que en los albores del siglo XIX el virreinato venía apenas de adquirir un ejército. Hasta las primeras décadas que siguieron a 1700, la defensa de los reinos hispanoamericanos la hacían algunos cuerpos regulares fijos, acuartelados en puertos y capitales importantes para su protección. Pero el crecimiento de los imperios francés e inglés, así como la toma de las capitales hispánicas de La Habana y Manila por los británicos (1762), invitaron a la monarquía española a defender sus colonias. Al igual que otras posesiones hispanoamericanas, Nueva España fue dotada así de unidades militares que procurarían su defensa. Una porción de estas, eran peninsulares de origen, pero la mayor parte eran de creación nueva, de origen puramente americano pues las componían hombres del campo mexicano y las dirigían por los propietarios acomodados del reino, quienes lograban cubrir los gastos de su tropa (Marchena, 2005). Estos cuerpos criollos se conocían como milicias provinciales.
COYB.RM.M49.V3.0107
D O S I E R
La insurgencia mexicana de 1810-1821 no quedó impune. Fue un levantamiento contra las instancias del gobierno de Nueva España, contra la autoridad establecida, y esta empleó todos los recursos que tuvo a la mano para suprimir la insurrección.
New map of Mexico and adjacent provinces compiled from original documents de A. Arrowsmith, 1810. 10 | Revista Azcapotzalco
“Hidalgo” de Claudio Linati, 1828.
De esa dotación militar del reino existían, en vísperas de la revolución de 1810, 10 brigadas provinciales ubicadas entre las 12 intendencias novohispanas, que se componían a su vez de sendos regimientos de caballería e infantería, y hacían un total de 24,462 hombres. Empero, que existieran no quería decir que estuvieran bien preparados para la lucha. Sus ejercicios se limitaban a marchas y formaciones en los días festivos, y los hombres enrolados en sus filas comenzaban a ver el servicio de las armas como una carga más a sus trabajos cotidianos, lo que causaba mucha deserción. Los regimientos americanos tampoco habían adquirido la experiencia que da la práctica de la guerra a los militares, pues a pesar de que estaba latente la amenaza de invasión extranjera franco-británica, esta nunca se verificó. Y por su lado, muchos de los
oficiales europeos que se encargaban de organizar y disciplinar a los regimientos novohispanos, quienes acaso habrían combatido en otros teatros de la guerra del imperio español, comenzaban a envejecer y apoltronarse en la relativa paz de que gozaba la América española (Archer, 1983). Pues bien, de aquellas brigadas poco preparadas nació la contrainsurgencia. Una forma didáctica para ilustrar las características que adoptó la represión de los rebeldes puede ser la de considerarla frente a la naturaleza de la guerra hecha por estos. En un primer momento, la rebelión fue popular, masiva y desordenada. En 1810, con el cura Miguel Hidalgo y el capitán miliciano Ignacio Allende marcharon varias decenas de miles de hombres del campo del Bajío –el historiador Ernesto de la Torre Villar, registra unos 150,000 para el momento más álgido de la rebelión (Torre, 1992), acompañados de un número inferior de oficiales y soldados de las milicias de Guanajuato. Esta multitud se hizo dueña de tres capitales regionales: primero de Guanajuato y Valladolid (hoy Morelia); después de Guadalajara. El avance imparable de los revolucionarios en aquel año y en los subsiguientes se debió principalmente a que el levantamiento era una salida viable para las multitudes de trabajadores del campo, multisecularmente oprimidas, quienes siguieron a Hidalgo con sus familias, incluso con sus vacas y demás ganados; pero la insurrección también apareció como un buen camino para encausar el malestar político de algunas élites americanas no conformes con los límites que el Estado oponía a sus intereses. Asimismo, el estallido de Guanajuato no encontró obstáculos que frenaran su efervescencia, que se extendía como tormenta hacia la ciudad de México. Por un lado, las autoridades superiores no se mostraron dispuestas a negociar con insurgentes; por otra parte, sus fuerzas armadas no podían cumplir de inmediato la represión: muchas de ellas se desbandaron espantadas por la furia de la multitud, otras se encontraban lejos del lugar de los hechos y, como queda dicho, varios cuerpos milicianos se estaban integrando a la subversión. Contra este primer aliento de la insurrección se adoptó como medida extrema la defensa. En ese sentido, cuando a finales de octubre la masa de Hidalgo seguía el camino de la capital su avance fue estorbado en varios puntos por el rumbo de Toluca y sufrió el ataque encarnizado del realista Torcuato Trujillo en el Monte de las Cruces, ubicado en las goteras de la ciudad de México. El ataque combinado de las partidas de Trujillo y el fuego sorpresa que hizo con su artillería y fusiles contra los rebeldes, los cimbró un poco. Sin embargo, esto no disuadió a los insurgentes, quienes avanzaron hasta tener a la vista la ciudad de México, donde el virrey Venegas se preparaba personalmente para resistir (Bustamante, 1985, 80-82). Revista Azcapotzalco | 11
CHIS.EXP.M12.V4.0071
“Plano de las inmediaciones de la ciudad de Guanajuato en 1810” en la Historia de Méjico… de Lucas Alamán, 1849.
Así era el estado de emergencia, pero pronto, entre noviembre de APENAS HABÍA ADQUIRIDO UN 1810 y enero de 1811, las tropas del EJÉRCITO; EN PARTE ESTABA rey pasaron a la ofensiva. Mientras CONFORMADO POR PENINSULARES, Hidalgo decidía no tomar la ciudad PERO LA MAYORÍA ERAN CRIOLLOS. de México (posiblemente porque deseaba evitar la repetición de la carnicería contra los españoles que había visto previamente cuando tomó Guanajuato), el comandante en jefe de las fuerzas virreinales asignado por el virrey, Félix María Calleja, se dirigió contra él a la cabeza de una tropa de 6,000 hombres, el llamado Ejército del Centro. Su fuerza se componía de 1,550 militares profesionales (26%) y de 4,450 milicianos (74%), lo cual hacía de ella lo mejor que se podía tener en ese momento en contra de las masas rebeldes. Ciertamente, la pobre preparación de las milicias y el elevado número de insurgentes, daban pocas esperanzas al comandante Calleja, pero la disciplina ligeramente superior de sus tropas, el buen empleo de su armamento (principalmente la artillería, de que carecían los rebeldes), su capacidad de mando, entre otras cosas, permitieron que el Ejército del Centro asestara tres golpes decisivos contra los alzados del Bajío en Aculco, Guanajuato y Puente de Calderón (Benavides, 2018, 246-249). Desde los inicios de la revolución, en todos los enfrentamientos que hubo se trató de choques desequilibrados. En primer lugar, por el número de combatientes de cada campo, pues siempre sobrepasaron los rebeldes al enemigo, en Puente de Calderón los rebeldes serían aproximadamente 50,000, cifra abrumadoramente superior a la del Ejército del Centro (esto cambiaría después, como se verá); en segundo lugar, por la mayor disciplina que observaban los soldados del rey, y en tercero, por el acceso a más y mejor armmento, así como a un superior A INICIOS DEL SIGLO XIX EL VIRREINATO
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financiamiento por parte de los hombres de la contrainsurgencia. Frente al número superior de los insurgentes, se impusieron paulatinamente la procuración del orden entre los realistas, el armamento y un abastecimiento mejor organizado gracias a las redes fiscales del erario novohispano con que contaban las fuerzas del rey. En cambio, a decir de Lucas Alamán, no pudiendo establecer nunca buenos talleres para producir fusiles o cañones de calidad suficiente, los insurgentes se armaban principalmente gracias al robo de armamento del ejército de Nueva España y se abastecían mediante el asalto de convoyes de mercancías, el control de haciendas, entre otras cosas (Alamán, 1942, 368-370). Quedó derrotada esa insurgencia multitudinaria, pero la guerra devino más complicada. En este segundo momento, la dispersión de los rebeldes provocada por los ataques de las tropas del rey, la remisión de algunos emisarios de Hidalgo (como el cura
COYB.MEX.M45.V1.0002
Plano de la Batalla de las Cruces, autor desconocido, 1810.
rey levantaría cuerpos de milicias, conocidos como patriotas o realistas, que se encargarían de defender sus propias comunidades. Los milicianos locales serían pagados por bolsillo de los mismos habitantes a través de colectas hechas entre ellos. La dirección de los asuntos bélicos, pero también en buena medida políticos, caería en manos del comandante de las tropas del rey (profesionales y provinciales) que operara en cada región, cuya tarea sería perseguir a los rebeldes para destruirlos. El financiamiento y abastecimiento de estas unidades corría a cargo de los arbitrios de la Hacienda virreinal, es decir, salían de las contribuciones forzosas o voluntarias establecidas contra la población del reino por las autoridades y de los ingresos fiscales que se reportaban en las cajas del erario. Esta organización de la contrarrevolución dio pie para la formación paulatina de 14 comandancias generales y 17 comandancias provinciales distribuidas por todo el reino, desde las cuales se dirigía la violencia contra los rebeldes en cada intendencia (Moreno, 2016, pp. 62-64). Cada una de ellas contenía grupos más COYB.GTO.M44.V1.0007
José María Morelos) para insurreccionar las provincias y el surgimiento de partidas de guerrilleros-bandidos en diferentes regiones, marcaron un nuevo reto para la contrainsurgencia. Ya no era posible dirigir todas las fuerzas contra un sólo enemigo distinguible por su número, como lo eran las huestes del Bajío; ahora se tenía que perseguir pequeños grupos de guerrillas de insurrectos, casi invisibles, que aparecían por todos lados y por ninguno, los cuales se reunían esporádicamente según les conviniera para atacar con un mayor número de efectivos a los soldados del rey, a los convoyes de comercio o a poblaciones ricas bien guarnecidas. En ese sentido se necesitaba, primero, saber desplegar cuerpos igualmente pequeños y móviles de contraguerrilla, pero numerosos, que pudieran remontar por muchos lados a la vez las serranías en que se refugiaban los rebeldes, pero también se requería combinar las operaciones de todas las tropas en conjunto para poder reunir a las fuerzas realistas en aquellos momentos en que se pudiera asestar un golpe efectivo con un número superior de soldados sobre los insurgentes. Por ello las autoridades optaron con el paso de los años por acrecentar el número de gente sobre las armas, asegurar cada pueblo con sus propios habitantes y subdividir o reagrupar los cuerpos existentes entre todas las regiones en que operaba la gente hostil al régimen, según fuera necesario. Se siguió como principio lo establecido por un Reglamento político militar de Calleja de 1811. En este documento se establecía que cada pueblo dominado por el partido del
“Plano de la Batalla de Calderón, 1810” en la Historia de Méjico… de Lucas Alamán, 1849. Revista Azcapotzalco | 13
“El cura Morelos” de Claudio Linati, 1828.
campaña imparable entre 1810 y 1811, con la que se apoderó del Sur de la intendencia de México, y hacia 1812 se situó, amenazante, en un punto muy cercano a la capital México y a Puebla: Cuautla Amilpas. El virrey Venegas envió al Ejército del Centro a recuperar esa posición y Calleja estableció un prolongado sitio de 72 días (19 de febrero a 2 de mayo de 1812), del cual no resultó nada más allá del escape de Morelos y el desgaste y enfermedad de las tropas del rey. El cabecilla rebelde avanzó entonces sobre la intendencia de Puebla, se apoderó de las villas tabaqueras de Orizaba y Córdoba y marchó de vuelta para apoderarse fácilmente de la capital de Oaxaca en noviembre de ese mismo año. De ahí pasó nuevamente al sur de la intendencia de México, se apoderó del puerto de Acapulco y comenzó tranquilamente las labores del Congreso de Anáhuac en Chilpancingo, en los primeros meses de 1813. Nadie logró parar su avance.
o menos nutridos de soldados profesionales y de milicianos provinciales que eran auxiliados por los cuerpos locales de milicias ciudadanas conformados a partir del plan de Calleja. En ese sentido, el historiador Juan Ortiz Escamilla recuenta un total de 78,000 como cifra de hombres que habrían participado en las filas del rey. Este número lo componían 14,000 soldados peninsulares, 20,000 americanos y 44,000 milicianos de los pueblos (Ortiz, 2017, pp. 12-13). Sin embargo, tanto la distribución de las fuerzas según las atenciones que requerían diferentes zonas de Nueva España como el empoderamiento de los jefes contrainsurgentes en ellas –gracias a la necesidad táctica de concentrar los poderes locales para poder para exterminar a la rebelión– se antojaban peligrosas, pues generarían autoridades descentralizadas, o señores de la guerra periféricos, quienes operando con cierta autonomía en torno a sus cuarteles generales podrían adquirir, en sus demarcaciones militares, intereses propios. Esto lo notó el ojo avizor de Calleja desde los primeros años de combate, pero ciertamente no se veía otra salida en las circunstancias extremas en que se hallaban las autoridades (Ortiz, 2014). Ahora bien, entre 1811-1815 hubo violencia guerrillera incesante en casi todas las regiones, pero para los hombres del rey quedaba claro que, entre todas las fuerzas, partidas (o guerrillas) insurgentes que desplegaban simultáneamente sus campañas resultaba indudablemente superior, por su cohesión política y disciplina relativamente férrea, el ejército de Morelos. Este gracias a su organizada forma de operar –dividiendo su fuerza en guerrillas y rejuntándola de nuevo según fuera necesario– llevó a cabo una Virrey Félix María Calleja de Giuseppe Perovani, 1815. 14| Revista Azcapotzalco
En esas circunstancias, el gobierno de la constitución de Cádiz en ausencia del rey de España (prisionero de Napoleón desde 1808) decidió cambiar de virrey, de manera que para principios de 1813 llegaron pliegos que designaban como tal al jefe Calleja. Entonces se dio el verdadero florecimiento de la contrainsurgencia. Con el ascenso del nuevo gobierno se hizo universal la aplicación del Reglamento político militar y se comenzaron a planificar operaciones combinadas con el objetivo de acabar con Morelos, quien por el momento se ocupaba de asuntos propios del Congreso rebelde en Chilpancingo. Estas operaciones consistían en destruir uno por uno aquellos bastiones regionales fuertes con que contaban los rebeldes en las intendencias orientales de Puebla, Veracruz, Oaxaca y en las occidentales de Nueva Galicia, Guanajuato y Valladolid; la razón fue que de esos rebeldes se podía apoyar
Morelos ya para fortalecerse, ya para EN UN PRIMER MOMENTO, LA huir eficazmente y sin pérdida (Alamán, REBELIÓN FUE POPULAR, MASIVA Y 1942, 484-487). Hacia finales de 1813, DESORDENADA. SI ALGUNAS gracias a esas providencias de la nueva ÉLITES SE ADHIRIERON A LA CAUSA administración, Morelos estaba ya totalFUE DEBIDO A QUE EL ESTADO mente acorralado en el sur de México. LIMITABA SUS INTERESES. Sus fuerzas decidieron apoderarse de la capital de Michoacán, pero fueron derrotadas por las tropas del rey que en previsión de ese avance cubrían el occidente del virreinato. No encontrando puntos de donde sostenerse, Morelos regresó a la tierra caliente del sur en enero de 1814, pero al tiempo que lo hacía, entraba rumbo a Chilpancingo la 1ª división del Ejército del Sur que se apoderó de todo el territorio dominado por los rebeldes en la intendencia de México hasta Acapulco y una parte de la Costa Grande; de la misma manera, casi simultáneamente, el comandante español Melchor Álvarez recuperó Oaxaca para la causa del rey. El imparable ejército de Morelos fue derrotado, pero la guerra continuó bajo la forma de enfrentamientos entre guerrillas insurgentes y realistas que se arrebataban por la fuerza de las armas los pueblos de donde obtenían recursos y hombres para sus campañas, que buscaban el control de los caminos principales ya para apoderarse de mercancías, ya para cobrar peajes, ya para asegurar la continuación del comercio de los ricos del reino. Aún quedaba alguna esperanza para la causa americana, pues el mejor militar rebelde no había sido apresado aún. Sin embargo, las pugnas internas por el poder entre los insurgentes mermaban su cohesión desde algún tiempo atrás. A ello se sumó la
“Soldado de Infantería en traje de gala” y “Oficial de dragones” de Claudio Linati, 1828. Revista Azcapotzalco | 15
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COYB.MOR.M46.V1.0001
destitución de Morelos de la dirección de la causa insurreccional. Finalmente, amenazados como estaban por todos lados, entre los rebeldes se optó por salvar al Congreso, poniéndolo en seguro en Tehuacán, cuyos parapetos inexpugnables estaban en poder del rebelde Manuel Mier y Terán. Pero la expedición salió mal gracias a las combinaciones de las fuerzas contrainsurgentes, las cuales interceptaron a Morelos en Tesmalaca, donde cayó preso el 5 de noviembre de 1815 (Lemoine, 2014). Con el fusilamiento de Morelos en diciembre del mismo año en Ecatepec quedó marcada la desbandada absoluta de los insurgentes. Es conocido que, desde entonces, los cabecillas, que antes se coordinaban en todas las regiones para estar en común acuerdo con ese comandante general rebelde, se enemistaron, separándose definitivamente en algunos casos. En ese sentido, aprovechando las divisiones internas del partido insurgente, las tropas de Calleja acosaron uno por uno a los grupos rebeldes restantes, sin dejarlos tomar resuello. Esa guerra la continuó el sustituto de Calleja, Juan Ruiz de Apodaca, con quien se inauguró el periodo final de la guerra contrainsurgente. El nuevo virrey llegó a ocupar su cargo en la segunda mitad de 1816, bajo el gobierno absoluto de Fernando VII, pero su arribo no varió sino ligeramente la forma de combatir a los insurrectos. Bajo su gobierno hubo apenas algunos impulsos para retomar las riendas de la guerra dispersa en las regiones, señaladamente a través de una Comisaría de Guerra de 1817, mediante la cual se controlarían, desde el
“Plano del pueblo de Cuautla y del terreno circunvecino para la inteligencia de las operaciones militares, 1812” en la Historia de Méjico… de Lucas Alamán, 1849.
erario virreinal, los ingresos y egresos de los ejércitos. Estos dineros habían quedado desde hacía mucho tiempo en las manos de los jefes regionales, quienes administraban a su arbitrio los recursos fiscales de las regiones en que guerreaban (Sánchez, 2016). No obstante, en términos generales, se continuó bajo la impronta de Calleja y las comandancias siguieron existiendo hasta el final de la guerra. Bajo los criterios de los comandantes realistas, combinados con las disposiciones superiores del virrey, se siguió expulsando a los rebeldes de las haciendas, ranchos y pueblos que controlaban, se fomentó la continuación de convoyes de comercio militarizados y de destacamentos volantes que liberaran los caminos y puntos estratégicos para la vida económica. Gracias a esas actividades se pudieron cortar las bases financieras de la insurrección y se comenzaron a restablecer los mercados del reino. Aunque cabe decir que, en el periodo de 1815-1817, aumentó significativamente la virulencia de la cacería de rebeldes. En algunos casos, por ejemplo
Reproducción de la “Muerte heróica del general Morelos en San Cristóbal Ecatepec”, de Urbano López, ca. 1850.
CC BY 4.0 Plano general de la Ciudad de México 1793-O926-OYB-725-A.
CC BY 4.0
en las inmediaciones del camino de México a Veracruz, en la Mixteca y en los Llanos de Apan, la persecución de los alzados a través de destacamentos veloces y bien coordinados adquirió tintes de guerra de exterminio, pues jefes de las divisiones del ejército del rey como Manuel de la Concha o Francisco Hevia, autorizados por la superioridad, pasaban por las armas, sin permitir siquiera la última confesión del condenado, a todo aquel rebelde o supuesto insurrecto que caía en sus manos. Para los insurgentes quedaron solamente dos vías: pedir perdón a través de la solicitud del indulto o perecer. Claramente la mayoría aceptaba la primera vía, y por eso es fácil encontrar en la documentación del periodo de gobierno de Apodaca listas interminables de gente que pidió perdón o que, incluso, ofreció sus servicios para capturar a aquellos de sus antiguos partidarios que seguían rebeldes. Después de los hechos de Tesmalaca (1815), el único tiempo en que la insurrección pareció retomar aliento fue en los días de la expedición de Francisco Xavier Mina, entre abril y octubre de 1817. No obstante, los avances de este no encontraron eco suficiente entre la población, por una parte, y por otra, estando libres de la amenaza de la insurgencia organizada de Morelos, muchas tropas pudieron desatender temporalmente sus regiones para ocuparse de perseguirlo; Mina fue capturado en octubre de ese año y ejecutado el mes siguiente. Los rebeldes siguieron cayendo rápidamente al punto que hacia 1818-1820 sólo quedaban con fuerzas relativamente importantes los insurgentes del sur michoacano y de la tierra caliente, cuyos jefes más fuertes eran Vicente Guerrero y sus subordinados, Pedro Asencio Alquisiras e Isidoro Montes de Oca (Alamán, 1942, p. 666). En esos últimos años Apodaca hablaba ya en términos de pacificación completa de Nueva España. Las rebeldes desfallecían y en todas las zonas que previamente los habían albergado; imperaban ya las armas del rey. Empero, justamente aquí se manifestó aquel problema que Calleja veía: gracias a la regionalización natural
Detalle 926-OYB-725-A.
Vista de la plaza principal de la Ciudad de México, 1810 de Alexander von Humboldt.
de las tropas en sus correspondientes comandancias (circunstancia táctica a la que obligaba la guerra de guerrillas insurgentes dispersas en las serranías del país) y, presumiblemente, gracias a la experiencia común de los soldados y oficiales en los frentes de batalla, ocurrió que dentro de la propia contrainsurgencia se fueron gestando nuevos liderazgos. En este tercer y último momento de la contrainsurgencia, los comandantes generales eran ya el verdadero poder que decidía sobre los asuntos de las intendencias del virreinato. Gracias al desarrollo del plan de Calleja, mientras Revista Azcapotzalco | 17
LAS PUGNAS INTERNAS POR EL PODER, QUE SE DESATARON AL INTERIOR DEL MOVIMIENTO INSURGENTE A LO LARGO DE LA REBELIÓN, MERMARON SU COHESIÓN.
existió el estado de guerra, los militares llegaron a erigirse como los garantes del comercio, de la seguridad de los caminos, de la administración de justicia y de las recaudaciones de hacienda en las regiones (Ortiz, 2014). Podría aventurarse que acaso esto se reproducía, a su vez, dentro de las propias demarcaciones militares generales, en las subdivisiones internas de las tropas de las provincias, teniendo probablemente así cada sub-demarcación, cada cuerpo realista en operaciones, un cacicazgo local propio. De esa manera, en el momento en que la revolución de Rafael de Riego en España (1820) trastocó al gobierno monárquico de Fernando VII, obligándolo a retomar las disposiciones constitucionales liberales, las fuerzas armadas de Nueva España no estaban en condiciones de actuar bajo una voluntad unilateral, obedeciendo el mandato del virrey o de España. Esa revolución en la metrópoli del imperio produjo nuevas inquietudes entre las élites poderosas del virreinato, las cuales veían amenazados sus intereses por una constitución liberal que atentaba contra ellos. Varios miembros de esas élites, teniendo en mente la conservación de su statu quo comprometieron a algunos comandantes regionales u oficiales distinguidos, convenciéndolos sin gran dificultad de la necesidad de independizar a la Nueva de la vieja España. 18| Revista Azcapotzalco
El principal dirigente de este nuevo movimiento independentista fue justamente el jefe contrainsurgente Agustín de Iturbide, quien proclamó su plan de Iguala en febrero de 1821. Se proponía la independencia de la España constitucionalista, la conservación de Fernando VII como monarca del nuevo país independiente, la conservación de la católica como religión nacional y la unidad entre las clases del reino. A él se fueron adhiriendo en los meses subsiguientes otros jefes y soldados del rey en Valladolid, Guanajuato, Nueva Galicia, Puebla, Veracruz, etc.; pero también se formaron bajo su bandera los insurgentes que seguían en pie de lucha, como Vicente Guerrero, Pedro Asensio y el retirado Guadalupe Victoria, y aun otros antiguos rebeldes que habían sido perdonados o indultados por el virrey, como Nicolás Bravo, Manuel Mier y Terán, Francisco Osorno, entre otros. De esa manera, día a día, los jefes de contrainsurgencia e insurgencia que se sumaron al plan de Iguala fueron sobrepasando a aquellos militares que se mantuvieron fieles hasta que, finalmente, el 27 de septiembre de 1821, Iturbide entró triunfal a la capital, frente a un ejército de más de 16,000 oficiales y soldados de infantería, caballería y artillería. Las escasas tropas que mantuvieron su fidelidad, generalmente aquellas de origen europeo, no pudiendo sobreponerse a sus antiguos compañeros de armas, retornaron a España.
“Vicente Guerrero”, 1890 de J. Sánchez en México a través de los siglos.
“Imagen retocada de Riego conducido por los realistas a la cárcel de La Carolina”, litografía de J. Donon en Los mártires de la libertad española, 1853.
“El Oficial Guadalupe Victoria” de Claudio Linati, 1828.
Por último, si para concluir se estableciera un balance general del desempeño de la contrainsurgencia, cabe decir que su desenvolvimiento gracias a las propias disposiciones de las autoridades del virreinato, específicamente gracias a la puesta en marcha del Reglamento de Calleja, fue exitoso para contrarrestar la amenaza de la insurrección que se extendió en el reino desde 1810. Como quedó dicho, en el año de 1818 casi habían dejado de existir los rebeldes. Sin embargo, la ausencia de un control férreo y centralizado sobre los comandantes regionales permitió que a fin de cuentas los intereses de las fuerzas armadas del virreinato se dispersaran y se reunieran sólo en el momento en que convergieron sus intereses, a saber, en el año 21 en que las élites poderosas de Nueva España optaron y convencieron a medio mundo de la necesidad de hacer una Independencia. Revista Azcapotzalco | 19
Xavier Mina y su estrategia libertaria de la unión, 1817 Las tres garantías en la insurgencia antes del Plan de Iguala
D O S I E R
por Gustavo Pérez Rodríguez
En este bicentenario de la consumación de la Independencia, se habla y escribe sobre el movimiento trigarante y su líder Agustín de Iturbide, resaltando sus principios de unión, religión e independencia, con los que logró prosperar y triunfar, consiguiendo finalmente la Independencia de lo que hoy es México. Las garantías de unión, religión e independencia estaban planteadas en la insurgencia popular, aún antes del Plan de Iguala de 1821. El navarro Xavier Mina fue uno de los que continuamente la plantearon en sus cartas y manifiestos durante su campaña de 1817 en tierras novohispanas. Aquí se hace una revisión de sus llamados. Retrato del General Xavier Mina, 1821 de Thomas Wrigth
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Xavier Mina y Larrea nació en Otano, una pequeña población de Navarra, España, el 1° de julio de 1789. Estudiaba Jurisprudencia en 1808 cuando sucedió la invasión de Napoleón Bonaparte a la península española, por lo que recurrió a organizar una guerrilla que dio bastantes dificultades a las tropas francesas, pues cortaba con eficacia sus comunicaciones y abastecimiento alimenticio y militar. Después de casi dos años de actividad guerrillera, Mina el Estudiante, como era conocido popularmente, fue hecho prisionero y enviado a la prisión de Vincennes, cerca de París, donde permaneció por cuatro años. Ahí aprendió tácticas de guerra, por parte de oficiales franceses prisioneros por el Bonaparte emperador, así como los principios del liberalismo y romanticismo galo. A la caída de Napoleón, en 1814, Xavier regresó a Navarra convertido en un liberal y romántico que consideraba a la libertad como el derecho básico inalienable del ser humano, por el que bien valía la pena dar la vida. Sin embargo, al regresar a España se encontró con que el rey Fernando VII había implantado un régimen despótico, que había rechazado la Constitución liberal de Cádiz, de 1812; que había disuelto la Junta Central, órgano que había gobernado durante su ausencia; y perseguía a todos aquellos de ideas liberales que se oponían a su forma absolutista de gobernar. Por ello, Mina, organizó un alzamiento contra el rey, en Pamplona, en septiembre de 1814, fracasando en el intento, por lo que hubo de huir a Francia y después a Inglaterra. En Londres, durante 1815, se reunió con patriotas americanos y particulares ingleses que organizaban una expedición libertadora de la Nueva España, con la intención de darle libertad e instaurar la República Mexicana, de la que hablaban José María Morelos y la Constitución de Apatzingán. Uno de los más entusiastas novohispanos era el Dr. Servando Teresa de Mier, con quien concibió la idea de que, si no era posible detener el despotismo del rey español en la península, sería posible hacerlo despojándolo de su posesión más rica en América. Entonces, liberando a
iniciando así una intensa campaña que lo llevaría hasta el centro del virreinato novohispano, para encontrarse y combatir junto a los patriotas americanos. Tras la muerte de Morelos, los insurgentes habían recurrido a fortalecerse en cerros inexpugnables para las tropas realistas. Estos fuertes eran su protección, defensa y centro de operaciones para las guerrillas que incomodaban al enemigo, cortándoles sus comunicaciones y su abastecimiento militar y alimenticio. La resistencia insurgente se concentraba principalmente en la provincia de Guanajuato y la zona del bajío, con una línea de tres fortalezas que estaban en comunicación constante: el Fuerte del Mapa "Provincia de Navarra. Dedicado Al Exmo. Sr. Dn. Tomás Sombrero, a cargo del mariscal de campo Pedro Moreno, al noreste de Azcárate", 1850-1900 de Francisco Boronat y Satorre del actual estado de Jalisco; el Fuerte de los Remedios, al sur del la Nueva España, a Fernando VII le hoy estado de Guanajuato, con el padre José Antonio Torres al frente, quien era sería muy difícil sostenerse, por lo comandante militar de la región; y el Fuerte de Jaujilla, al norte del actual estado de que tendría que someterse a la Michoacán, que protegía al Gobierno Provisional Mexicano, formaban la línea Constitución de Cádiz y aceptar el defensiva rebelde más importante del periodo. Ahí llegó Mina, para reforzar a la regreso del liberalismo. La España insurgencia y darle una nueva esperanza de triunfo. sería entonces gobernada por una No obstante, la intención de Xavier no era solo aliarse a la insurgencia, sino monarquía constitucional. que desde el primer momento declaró en sus escritos que buscaba lograr la unión Después de una estancia de va- de los diversos sectores de la Nueva España: peninsulares, criollos y americanos; rios meses en los Estados Unidos, esto con el doble fin de dar libertad al pueblo novohispano y acabar con el gobierno donde continuaron los preparativos despótico del rey en la península. Así, lo escribió a dos criollos, Pavón y Almanza: para la expedición, finalmente Xavier El grito de todos los españoles capaces de raciocinio… es que en América Mina y su División Auxiliar de la ha de conquistarse la libertad de la España…: sepárese la América y ya está República Mexicana, desembarcaron abismado el coloso del despotismo…. México es el corazón del coloso y es en Soto la Marina, en el actual estade quien debemos procurar con más ahínco la independencia. He jurado do de Tamaulipas, en abril de 1817, morir o conseguirla; vengo a realizar en cuanto esté de mi parte el voto de los buenos españoles, así como de los americanos. (Mina a Pavón y Almanza, 9 de septiembre de 1816) Por ello les solicita ayuda financiera, asegurando que: la generosidad sería recompensada como merece, el golpe sería decisivo... No hay que temer nada del gobierno español impotente, porque no está sostenido por los votos de la Nación. Un momento de unión y México está libre y Europa reconoce su Independencia. (Mina a Pavón y Almanza, 9 de septiembre de 1816) Un amplio relato de su acontecer y de su ideal de unión lo redactó en Galveston, Texas, en 1816, en un manifiesto donde explica a peninsulares y españoles americanos las razones de su lucha a favor de los patriotas novohispanos, afirmando que cuando supo que “de las provincias de este lado del océano obtenía el usurpador los medios de sostener su arbitrariedad y que en ellas se combatía también por la libertad, desde ese momento la causa de los Revista Azcapotzalco | 21
americanos fue la mía” (Mina, 1817, "Proclama de Galveston"). Consideraba que sólo convenía la esclavitud de los americanos al rey y los monopolistas, “el primero para sostener su imperio absoluto y oprimirnos a su arbitrio; los segundos para ganar riquezas con qué apoyar el despotismo y mantener al pueblo en la mendicidad” (Mina, 1817, "Proclama de Galveston"). Afirmaba que la libertad de la Nueva España provocará cambios positivos a la península, esto porque: abiertos los puertos americanos a las naciones extranjeras, el comercio español pasará a una clase más numerosa e ilustrada. Porque, en fin, libre la América, revivirá indubitablemente la industria nacional, sacrificada en el día a los interese rastreros de unos pocos hombres. (Mina, 1817, "Proclama de Galveston") Por todo ello, convoca a todos a unirse a la lucha de los americanos, ya que su emancipación “…es útil y conveniente a la mayoría del pueblo español y lo es mucho más su tendencia infalible a establecer definitivamente gobiernos liberales en toda la extensión de la antigua monarquía” (Mina, 1817, "Proclama de Galveston"). En particular, a los patriotas americanos les pide que le permitan: participar de vuestras gloriosas tareas, aceptad la cooperación de mis pequeños esfuerzos a favor de vuestra noble empresa. Contadme entre vuestros compatriotas… Entonces decid a lo menos a vuestros hijos que: esta tierra feliz fue dos veces inundada de sangre por españoles serviles, esclavos abyectos de un rey, pero hubo también españoles amigos de la libertad, que sacrificaron su reposo y su vida por nuestro bien. (Mina, 1817, "Proclama de Galveston") Ya en Soto la Marina, siguió Mina con su actividad de convencimiento a los jefes realistas de la zona. Así escribió al coronel Felipe de la Garza, para invitarlo a pasar a su lado, asegurando que sabía que estaba cerca, pero que no lo ha atacado debido a que “no es mi ánimo hacer la guerra a los americanos y menos a los que como usted pueden ser atraídos a la justa causa de la libertad de su mismo país…” (Mina a Felipe de la Garza, 27 abril de 1817). Lo invita entonces a ver la situación novohispana “…observe la pobreza de sus habitantes –le dice- y convénzase que todo es debido al sistema de gobierno. Seamos útiles a la posteridad y hagamos eterno nuestro nombre” (Mina a Felipe de la Garza, 27 abril de 1817). Le pide que se le una, “Anímese, pues, usted, venga a mi lado con más honores y tenga la gloria de ser uno de los libertadores” (Mina a Felipe de la Garza, 27 abril de 1817). También, desde Soto la Marina, hizo un llamado directo a los soldados españoles y americanos que servían al rey Fernando, mediante una proclama, de mayo de 1817. Ahí se dirige en primera instancia a los peninsulares, explicando que “…si la fascinación os hace instrumento de las pasiones de un mal monarca o a sus agentes, un compatriota vuestro… viene a desengañaros sin otro interés que el de la verdad y justicia” (Mina, 1817, “Proclama a los soldados españoles y americanos del rey Fernando”). Les informa de la ingratitud del rey y la forma en que oprime al pueblo español, y cómo “los hombres que más trabajaron para su 22 | Revista Azcapotzalco
Grabado de José María de Santiago en Constitución política de la monarquía española (promulgada en Cádiz el 19 de marzo de 1812). Edición de en 1821
restauración y por la libertad de ese ingrato, arrastran hoy cadenas, están sumergidos en calabozos o huyen de su crueldad” (Mina, 1817, “Proclama a los soldados españoles y americanos del rey Fernando”). Después escribe a los soldados americanos, que defienden a la Corona española y les advierte que “si la fuerza os mantiene en la esclavitud y obliga a que persigáis a PARA CUANDO EL GENERAL MINA LLEGÓ A LA NUEVA ESPAÑA, LA INSURGENCIA POPULAR SE ENCONTRABA EN DECADENCIA, PERO AÚN ACTIVA EN VARIAS REGIONES.
Reimpresión del Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana, también conocida como Constitución de Apatzingán, 1821.
vuestros hermanos, tiempo es que salgáis de tan vergonzoso estado...” (Mina, 1817, “Proclama a los soldados españoles y americanos del rey Fernando”), y les asegura que “…el suelo precioso que poseéis no debe ser patrimonio del despotismo y la rapacidad...” (Mina, 1817, “Proclama a los soldados españoles y americanos del rey Fernando”). Por ello hace de nuevo el llamado a la unión con él y los patriotas americanos. “Uníos, pues, a nosotros –los conmina-, y los laureles que ceñirán vuestras sienes serán un premio inmarchitable, superior a todos los tesoros” (Mina, 1817, “Proclama a los soldados españoles y americanos del rey Fernando”). Posteriormente escribió a Joaquín de Arredondo, comandante militar realista de las Provincias Internas, para convencerlo de que a todos convenía el partido de la independencia. Después de narrar la ingratitud del rey Fernando VII con todos los que lucharon por liberarlo de las fuerzas de Napoleón, Mina le señala que con actitud despótica el monarca ahora se dedicaba a
perseguir a todos aquellos de ideas liberales y defensores de una monarquía constitucional. De esa forma, trata de justificar que la lucha del pueblo peninsular es semejante a la de los patriotas novohispanos, sometidos también por el despotismo del rey “Conozcamos que ha llegado el tiempo de que las Américas se separen, como las separó de Europa con un océano la naturaleza, como toda colonia del mundo se separó de su metrópoli, luego que se bastó a sí misma…” (Mina a Arredondo, 21 de mayo, 1817). Le asegura que “la esclavitud de España coincidió con la conquista de las Indias, porque con su dinero los Reyes se hicieron independientes de la Nación, a la cual oprimieron luego con las aduanas y monopolios para monopolizar ellos más y más el dinero…” (Mina a Arredondo, 21 de mayo, 1817). Por todo ello, afirma que su intención no es hacer la guerra, sino intentar que “todo el que ama a su Patria se me reúna. Yo no hago guerra más que al tirano de la España…” (Mina a Arredondo, 21 de mayo, 1817). Finalmente lo invita a unirse a su partido, “Considérelo usted bien, que yo sólo ambiciono a mi propuesta evitar en cuanto pueda la efusión de sangre, que detesto” (Mina a Arredondo, 21 de mayo, 1817). Por otra parte, para Mina era importante también el respeto a la religión católica. Desde el primer momento la Corona lo atacó, propagandísticamente, acusándolo de que estaba contra la religión y que sus extranjeros profesaban otra que querían imponer. Sin embargo, esto era fácilmente discutible, pues en su División venía el Dr. Mier, como Vicario de la expedición, quien incluso consagró misas y efectuó otros sacramentos de la Iglesia católica. Para dejar en claro la cuestión, Mina escribió una proclama a sus compañeros de armas, desde río Bravo del norte, en abril, de 1817, donde les recordó que se habían reunido bajo sus órdenes “a fin de trabajar por la Libertad e Independencia de México” (Mina a los compañeros de armas, 12 de abril de 1817) y les recomendaba “el respeto a la religión, a las personas y a las propiedades” (Mina a los compañeros de armas, 12 de abril de 1817). Incluso, estando en Soto la Marina, no se encontró vino para celebrar la misa, por lo que el propio Mina mandó un mensaje al cura de Croix, una población cercana, para que le enviaran vino y poder celebrarla:
Plano topográfico de fuerte de los remedios vulgarmente Sn. Gregorio y de los terrenos que lo circundan, 1818. Revista Azcapotzalco | 23
Paisano y muy señor mío: temerosos que no llegue a tiempo el correo que he mandado a Palmillas en solicitud de vino para que el cura de esta villa y el vicario del ejército [Mier] celebren el Santo Sacrificio de la Misa, recurro a usted para que se sirva remitirme un poco a la mayor brevedad. (Mina al Sr. Cura y vicario de Croix, 14 de mayo de 1817) Se debe recordar aquí que Mina se regía por la Constitución de Apatzingán, la cual juró, y eso implicaba que la religión de la próxima República Mexicana tenía que ser la católica. Y es que en el artículo primero de su Capítulo I, titulado “de la religión”, dicha Constitución señala que “La religión católica, apostólica, romana, es la única que se debe profesar en el Estado” (Constitución de Apatzingán, 1814). De tal forma, para 1817 estaba trazada la estrategia libertaria de la unión de los diversos sectores novohispanos, el respeto a la religión y el llamado a la independencia, planteamientos que cuatro años después serían conocidos como las Tres Garantías. Como es sabido, Xavier Mina se internó en territorio novohispano y recorrió casi mil kilómetros, donde obtuvo dos triunfos en espacio abierto, en Valle del Maíz y Peotillos, del hoy estado de San Luis Potosí; y tomó la población de Real de Pinos, en el actual estado de Zacatecas, para finalmente llegar al Fuerte del Sombrero, donde fue bien recibido por Pedro Moreno. El virrey novohispano Juan Ruiz de Apodaca tenía la orden del rey Fernando VII de acabar con Mina, por la amenaza que significaba para la conservación de su reino más preciado. Por ello, Apodaca no escatimó en recursos económicos, militares y alimenticios, para acabar con el navarro y sus hombres, incluso descuidando incluso a otros jefes rebeldes. Mina era entonces el jefe insurgente a vencer. Asediado por las fuerzas realistas, Xavier ya no tuvo la oportunidad de continuar con su llamado a la unión y terminó concentrado en una intensa campaña de guerra de guerrillas en el centro novohispano, tratando de proteger a los fuertes del Sombrero y Los Remedios y al Supremo Gobierno Insurgente. Poco a poco los hombres de su División fueron muriendo y los patriotas americanos que lo acompañaron caían continuamente en el desorden, por lo que su campaña varío entre
Croquis del Cerro de Comanja (otro nombre para el Cerro del Sombrero), 1817
MINA SE REGÍA POR LA CONSTITUCIÓN DE APATZINGÁN, POR LO QUE PARA ÉL ERA IMPORTANTE EL RESPETO A LA RELIGIÓN CATÓLICA.
sufridos triunfos y frustrantes derrotas, que lo llevaron a atacar la ciudad de Guanajuato, con otro resultado adverso. Abatido y enfadado, Mina fue hecho prisionero por el ejército realista, para después ser fusilado por la espalda el 11 de noviembre de 1817. Empero, algunos de sus hombres lograron escapar, como los coroneles Pablo Erdozain y el estadounidense John Davis Bradburn, quienes viajaron hacia el sur para unirse a Vicente Guerrero, único líder significativo que continuaba en lucha. Incluso le obsequiaron la espada de Mina y este la conservó hasta su muerte1. Guerrero apreciaba a la gente de Mina, a quien tenía en estimación, por eso les respetó su grado militar y los integró a sus hombres. En realidad, no se sabe cuánto de la estrategia de unión del navarro contaron ellos al jefe suriano, pero este ya la planteaba al comandante realista Gabriel Armijo, para 1819. Era tal su confianza en los hombres de Mina que cuando Agustín de Iturbide fue encargado de enfrentar a Guerrero, este último envió a Bradburn con la intención de entrar en acuerdos. “Las noticias que tenía del buen carácter e intenciones de usted y que me ha confirmado Don Juan Davis Bradburn –escribió en respuesta Iturbide-, me estimulan a tomar la pluma en favor de usted mismo y del bien de la Patria” (Iturbide a Guerrero, 10 de enero de 1821). En su
La espada aparece en una imagen del México a través de los siglos y se conserva en el Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec. Ver Zárate, Julio, et al., "Tercera época, la Independencia" en México a Través de los Siglos, t. VI, México, Editorial Cumbre, 1987, 398 p. (facsímil del de México, 1884-1889), s/p.
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idea particular de unión, el vallisoletano solicitó a Guerrero el cese de las hostilidades, asegurando que la situación en la península –de una monarquía constitucional-, solucionaría las diferencias, convirtiendo en ciudadanos a todos los habitantes de los reinos hispanos en América. “Y si no se hiciera justicia –advierte-, yo seré el primero en contribuir con mis espadas a defender nuestros derechos” (Iturbide a Guerrero, 10 de enero de 1821). Finaliza señalando que “si usted oye con imparcialidad mis razones… no dudo que entrará en el partido que le propongo…” (Iturbide a Guerrero, 10 de enero de 1821). Guerrero respondió a Iturbide, que no confiaba en que un cambio para los americanos viniera desde el exterior –y expuso largamente sus razones-, pero dejó abierta la puerta al diálogo, pidiendo que se decidiera “por los verdaderos intereses de la Nación y entonces tendrá la satisfacción de verme militar a sus órdenes… esta es mi decisión” (Guerrero a Iturbide, 20 de enero de 1821). Hay que recordar que la insurgencia buscaba la independencia Retrato y firma de Xavier Mina
y la implantación de una República Mexicana, según la Constitución de Apatzingán; por lo que a Guerrero no le atraía la idea de quedar supeditados a una monarquía constitucional, desde la Península. Para entonces, Iturbide ya estaba en pleno desarrollo de su plan libertador, por lo que respondió a Guerrero que un enviado le contaría sus ideas “y en este lugar sólo aseguraré que dirigiéndonos usted y yo a un mismo fin, nos resta únicamente acordar por un plan bien sistematizado, los medios que nos deben conducir indubitablemente y por el camino más corto” (Iturbide a Guerrero, 4 de febrero de 1821). En este contexto, en el Plan de Iguala Iturbide llamaría a los americanos, “bajo cuyo nombre comprendo no solo los nacidos en América, sino a los europeos, africanos y asiáticos que en ella residen…” (Plan de Iguala, 1821) para asegurarles que había llegado el momento “en que nuestra unión sea la mano poderosa que emancipe a la América… [por lo que] al frente de un ejército valiente y resuelto e proclamado la Independencia de la América Septentrional…” (Plan de Iguala, 1821). Con el tiempo, el coronel John Davis Bradburn se quedaría definitivamente con Iturbide, formando parte del ejército trigarante que entró en la Ciudad de México en septiembre de 1821. Guerrero también marchó con sus hombres, satisfecho –por el momento- de haber obtenido la tan anhelada independencia de su patria. Al final, este breve ejercicio no trata de dar a Xavier Mina la autoría de la estrategia unionista, pues esta estaba planteada por la insurgencia con anterioridad –Ignacio Allende ya hablaba de atraer a los “españoles duros”- sino de destacar que Mina le dio un nuevo impulso a través de sus escritos. Tocó entonces al navarro llegar al final de la rebelión popular y rozar el otro extremo, del llamado final a la unión, para lograr la independencia. De tal forma, la circunstancia novohispana no fue la propicia para tal estrategia, en 1817, como sí lo sería cuando Iturbide la planteó –con sus particularidades-, con el movimiento trigarante, en 1821. Hace 200 años. Referencias Constitución de Apatzingán, (1814). En const-apat.pdf (diputados.gob.mx). Guerrero a Iturbide, (20 de enero, 1821). Rincón de Santo Domingo, en México maxico. http:// www.mexicomaxico.org/-zocalo/zocaloIturbideCartas.htm Iturbide a Guerrero, (10 de enero de 1821). Cuaulotitlán, en México maxico. http://www.mexicomaxico.org/zocalo/ zoca-loIturbideCartas.htm Iturbide a Guerrero, (4 de febrero, 1821). Tepecuacuilco, en México maxico. http://www.mexicomaxico.org/zocalo/ zoca-loIturbideCartas.htm Mina a Arredondo, (21 de mayo de 1817). Soto la Marina, “Carta del ilustre D. Francisco Xavier Mina, al comandante general de provincias internas D. Joaquín Arredondo”, en el periódico La Esperanza, San Luis Potosí, 1851, en Biblioteca Nacional de México (BN), Fondo Lafragua., R, 392, LAF. Mina a los compañeros de armas, (12 de abril de 1817) Río Bravo del Norte, en Bustamante, C. (1985). Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana, comenzada en 15 de septiembre de 1810 por el ciudadano Miguel Hidalgo y Costilla, Cura del pueblo de los Dolores, en el obispado de Michoacán, t. IV, México, FCE. (Facsímil del de México, 1844), p. 333. Mina a Felipe de la Garza, (27 de abril de 1817). Soto la Marina, en Guzmán, J. (1966). "Francisco Javier Mina en la Isla de Galveston y Soto la Marina", en Boletín del AGN, 2ª serie, tomo VII, N° 4, México, AGN, p. 1018-1019. Mina a Pavón y Almanza, (9 de septiembre de 1816). AGN, Operaciones de Guerra, t. 937, f. 221-224 Mina al Sr. Cura y vicario de Croix, (14 de mayo de 1817). Soto la Marina, en Guzmán, J. (1966). "Francisco Javier Mina en la Isla de Galveston y Soto la Marina", en Boletín del AGN, 2ª serie, tomo VII, N° 4, México, AGN, p. 1063. Mina, X. (1817). "Proclama de Galveston", Galveston, 22 de febrero de 1817, en Alamán, L. (1985). Historia de Méjico, desde los primeros movimientos que prepararon su Independencia en el año de 1808 hasta la época presente, t. IV, Apéndice, México, FCE. (Facsímil del de México, 1851.), p. 52-54. Mina, X. (1817). “Proclama a los soldados españoles y americanos del rey Fernando”, Soto la Marina, 18 de mayo de 1817, en Archivo Histórico del INAH, C.B., v. 13, 8, f. 22; y Zárate, J. et al., (1987). "Tercera época, la Independencia" en México a Través de los Siglos, t. VI, México, Editorial Cumbre, 398 p. (facsímil del de México, 1884-1889), p. 174-175. Plan de Iguala, (1821), en Archivos jurídicas. Instituto de investigaciones jurídicas. UNAM. 31.pdf (unam.mx)
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Juan Ruiz de Apodaca y Eliza López de Letona El último virrey y la Consumación de la Independencia, 1816-1821 por Jorge Alejandro Díaz Barrera Doctorando de El Colegio de México
D O S I E R
La guerra por la independencia de Nueva España (1808-1821) es un periodo que engloba distintos procesos que dieron lugar, primero, al surgimiento del Imperio mexicano de 1822, y luego, a la república federal de los Estados Unidos Mexicanos de 1824. El proceso por medio del cual el virreinato se transformó en nación está compuesto, valga la redundancia, de procesos, por lo que hay que distinguir: la disputa por el autogobierno que inició en 1808 con la ausencia del rey; la lucha armada que comenzó en 1810, la cual fue un conjunto de revoluciones y guerrillas coordinadas e “independientes” que se extendieron hasta 1821; los procesos constitucionales que tuvieron su epicentro en 1812 y 1820, los cuales se esparcieron en diversos territorios tanto del campo realista como del insurgente; y los procesos independentistas o separatistas que aparecieron en 1820, a partir del regreso de la Constitución de Cádiz (1812). Las insurgencias que aparecieron a partir de 1810 tuvieron por interlocutores a las autoridades del virreinato y a las instituciones liberales de la monarquía española que gobernaban ante la ausencia del rey. Con el regresó de Fernando VII de Borbón en mayo de 1814, quien se hallaba cautivo por Napoleón Bonaparte, se intentó dar marcha atrás a los cambios promovidos por la Constitución de Cádiz y las cortes 26 | Revista Azcapotzalco
liberales (como la derogación de fueros, privilegios, tribunales, y cargas tributarias). Y así, instaurar el absolutismo, entendido como el Gobierno del rey sin las corporaciones que personificaban al reino y a la sociedad (Brondino, 2019, p. 1477). En este contexto entra Juan Ruiz de Apodaca, el último virrey efectivo de Nueva España designado por un monarca español, que gobernó el reino durante casi cinco años, entre el 20 de septiembre de 1816 y el 5 de julio de 1821, y cuya jefatura es de gran importancia para entender la forma en que se concretó la declaración de independencia del 28 de septiembre de 1821. Una vida al servicio del rey de España Juan Ruiz de Apodaca (1854-1835) es un personaje multicitado de la historiografía
Comandancia general de la línea de puestos militares de Norte a Poniente de los alrededores de México, 1817.
al puerto de Cádiz en donde se convirtió en un importante comerciante especializado en la Nueva España, “realizó la travesía Atlántica a Veracruz once veces, hasta que murió en el puerto mexicano el 13 de enero de 1767” (Hausberger, 2003, pp. 727 y 737). No es de extrañar que sus tres hijos varones, Sebastián, Vicente, y Juan (a quien llamaba Juanico), hayan hecho una destacada carrera como marinos de la Real Armada (Garmendia, 1990, p. 295). El mismo camino siguió, más tarde, su nieto José Ruiz de Apodaca y Beránger (1788-1867), quien fue teniente general de marina. También destacó su bisnieto Fernando de Gabriel y Ruiz de Apodaca (1828-1888) en la carrera militar y las letras, pues ingresó en 1857 a la Real Academia de la Historia, y escribió una biografía sobre su abuelo Juan Ruiz de Apodaca, conde del Venadito (Gabriel, 1849). Juan Ruiz de Apodaca sobresalió en este contexto, ingresó a la Real Armada a los 13 años en 1767, momento en que falleció su padre. En la casa del comerciante pasó su infancia preparándose para el servicio al rey, su madre escribió a don Tomas Ruiz de Apodaca en 1766, “Juanico [con 12 años] tan aplicado en escribir cuentas como en el inglés. Este mes de Juan Ruiz de Apodaca, Antonio María Esquivel, 1834. octubre empieza el dibujo en la casa de Soto, que es ahora el comandante de pilotos […]” (Garmendia, 1990, p. 295). Su mexicanista, considerado como antapersonalidad pública fue muy compleja y completa, como marino obtuvo el gonista de la independencia, destructor grado de capitán de fragata en 1781, a la edad de 27 años; en 1787 fue de Xavier Mina y bufón de Iturbide. promovido como capitán de navío; en 1789 alcanzó el mando de la Escuadra Por esta razón también su figura ha evoluciones; en 1795 ascendió a brigadier; en 1802 a jefe de escuadra; y en sido una de las más estigmatizadas, 1809 a teniente general. Además de su aplicación en la navegación, no temía representado como el “ángel tutelar de morir en el mar, como demostró en sus enfrentamientos con escuadras inglela Nueva España” que se tornó incomsas y francesas (Gabriel, 1849, pp. 1-34). petente para gobernar (Zavala, 1831, p. Su preparación para la administración, así como sus habilidades en la ciencia 93). Los calificativos que se le imponaval, lo colocaron como un funcionario de gran talento para el gobierno del mar. nen oscurecen su biografía, como el En 1773 participó, a sus 19 años, en la elaboración de la Ordenanza de arsenales del virrey noble y bondadoso de los del puerto del Callao; fue ayudante del subinspector del Arsenal de la Carraca de indultos (Bustamante, 1827 p. 57); el ex- Cádiz en 1778, y subinspector de esta en 1795 y 1799; fue designado director celente administrador (Alamán, 1852, de la reparación y ampliación del antiguo muelle de Tarragona entre 1790 y p. 449); o el virrey tirano e ineficaz 1800; y comandante general del Arsenal de Cádiz en 1799. Cumplió con comi(Robinson, 2003, pp. 163-164); aunque siones honrosas, como transportar a los reyes de Etruria (Italia) en 1802, de todos contienen una dosis de verdad. quienes “recibió después como una prueba de aprecio por su obsequioso y fino Este personaje puede caracteri- trato durante el viaje, una magnifica sortija de brillantes” (Gabriel, 1849, p. 26). zarse como el tercero de cuatro hijos de En 1809 pasó a servir en la diplomacia, debido a la crisis monárquica y el Eusebia María de Eliza y Lasquetti conflicto bélico con la Francia napoleónica. Participó en “la paz entre Rusia y el rey (1724- ¿?) y Tomás Ruiz de Apodaca de Gran Bretaña”, y durante su estancia en Londres contrató “por sí mismo con (1702-1767), este último era originario particulares infinita cantidad de armas, municiones, vestuarios, dinero y toda clase de Álava, Navarra, pero migró en 1717 de efectos necesarios para sostener el vigor de la guerra”. Se distinguió por ser Revista Azcapotzalco | 27
LO QUE LUIS VILLORO LLAMÓ EL objeto de “muestras muy lisonjeras de afecto del gobierno inglés y muy partiPROCESO DE LA REVOLUCIÓN DE cularmente del rey Jorge III, del regente su hijo, y de los demás príncipes, INDEPENDENCIA ES DE GRAN regalándole [su majestad británica] un retrato magníficamente guarnecido de IMPORTANCIA PARA EXPLICAR LOS brillantes” (Gabriel, 1849, pp. 35-36). Laboró en el servicio diplomático con ORÍGENES Y EL DESARROLLO DEL Gran Bretaña hasta junio de 1811. Al año siguiente, en 1812 y con 58 años, ESTADO NACIONAL MEXICANO. ocupó los cargos de gobernador político y militar de la plaza de La Habana, capitán general de la isla de Cuba, y presidente de la Real Audiencia de la misma isla. En 1816, a sus 62 años, tomó los oficios de virrey y capitán general de los procesos sociales, políticos, y ecola Nueva España, así como de presidente de la Real Audiencia de México. Cesó nómicos que el reinó enfrentó entre en el ejercicio de estos puestos debido a un golpe palaciego, que lo destitu- 1816 y 1820, los cuales de algún modo desembocaron en la consumación yó del mando en 5 de julio de 1821, a sus 67 años. de la independencia. Regresó a España en 1822 y se entrevistó con el rey Fernando VII, para inLa gran transformación del virreiformarle verbalmente sobre el estado de la, ya para entonces, extinta Nueva España. Su nieto, Fernando de Gabriel y Ruiz de Apodaca, apunta que el rey le en- nato de Nueva España previa al siglo comendó la reconquista de este último reino, lo cierto es que el 9 de octubre de XIX, fue la instalación del sistema de 1823 fue designado capitán general interino de la isla de Cuba (Saez, 1823). Sin intendencias en 1786. Fueron 12 intenembargo, Apodaca se negó apelando a su salud. En 1824 fue nombrado virrey de dencias asentadas en las ciudades Navarra, ocupó dicho cargo hasta 1826. En este año pasó a formar parte del Consejo principales: “México, Puebla, Oaxaca, de Estado, y en 1830 fue designado capitán general de la Real Armada. Finalmente, Veracruz, San Luis Potosí, Guanajuato, como escribió Julio Zarate, “falleció el 11 de enero de 1835 a los ochenta y un años Valladolid de Michoacán, Mérida, de edad, y sesenta y ocho de servicio” (Zarate, 1975, p. 725-726). Apodaca no solo fue el “fanático realista” que la historiograEscudo de armas de Juan Ruiz de Apodaca y Eliza López fía mexicanista a acusado, pues su nombre se cifró en la historia de Letona, gobernador de La Habana, capitán general de debido a sus grandes dotes y genio como marino, así como admiCuba y Floridas, etc., 1813. nistrador del Estado moderno. Fue un funcionario perteneciente a la nobleza profesional, que al vivir en tiempos de revolución experimentó el desgarre de lealtad que implicó la emergencia de la nación española. Siempre se inclinó por el rey, pero se vio en la necesidad de cooperar con las instituciones liberales por el bien de la metrópoli. Basta recordar la protección que le brindó al puerto de Cádiz, cuando derrotó el 14 de junio de 1808 a la armada francesa que lo asediaba bajo el mando del almirante François E. Rosily (Escobedo, 2019, p. 135.), pues con ello contribuyó ampliamente a dar espació para que la nación española se constituyera por vez primera.
El último arreglo del virreinato Entre 1820 y 2021 se han escrito cientos de páginas que describen el gobierno del virrey Apodaca, porque para la historiografía se trata de un capítulo obligado para poder narrar la proclamación del “Plan de Iguala” (24 de febrero de 1821), la formación de la Junta Provisional Gubernativa, la entrada de Iturbide en la ciudad de México (22 y 27 de febrero de 1821), y la declaración de independencia del 28 de septiembre del mismo año. Aquí conviene referir 28| Revista Azcapotzalco
Guadalajara, Zacatecas, Durango y Arizpe” (Pietschmann, 1996, pp. 118-134). Lo cual implicó una reorganización fiscal que “fortaleció” el aparato burocrático, y la expoliación de la metrópoli española, aunque los alcances del proyecto reformista borbónico han sido cuestionados (Pietschmann, 2014, pp. 23-70). Posteriormente, la Constitución de Cádiz agregó dos instituciones de carácter corporativo al gobierno virreinal, las Diputaciones provinciales y los ayuntamientos constitucionales, estos últimos dieron voz política a los pueblos de indios. Para 1814 fueron 6 Diputaciones provinciales: Nueva España, Nueva Galicia, San Luis Potosí, Yucatán, Provincias internas de Occidente, y Provincias internas de Retrato del virrey Juan Ruiz de Apodaca, s. XIX.
Oriente (Rodríguez, 2001, p. 317). Estas modificaciones trastocaron la estructura política de la Nueva España, porque les otorgaron participación en el gobierno a los territorios y corporaciones en general, al tiempo que se atenuaba la injerencia de las antiguas instituciones del rey en América, esto es, la Real Audiencia y el virrey. Por otro lado, el retorno de Fernando VII en 1814 puso en evidencia que el sistema burocrático del reino había adquirido cierto carácter marcial debido a la guerra, pues para 1820 en el virreinato existían 14 comandancias generales y 17 provinciales, en muchas de las cuales se unificó el mando político y militar, con repercusiones en la justicia, como señala Rodrigo Moreno Gutiérrez (2016, p. 121). Lucas Alamán (1852, pp. 558-559) recuerda que para entonces la planta más grande de empleados del gobierno era el ejército regular, compuesto por más de 40 000 efectivos. Aunados a los 40 000 milicianos que se sostenían con contribuciones municipales. Desde la perspectiva económica, el gobierno de Apodaca logró dar continuidad a la reactivación y protección de los tres circuitos fiscales más importantes de la Nueva España1, lo cual ayudó a estabilizar la crisis entre 1816 y 1819 (Sánchez, 2016, pp. 108-109). El virrey aplicó una política de reducción de gastos y de saneamiento de las rentas, así como de las aduanas y tesorerías. Creó una Comisaría General de Guerra para controlar adecuadamente los salarios de sus 40 000 efectivos, y se vio en la necesidad de “instaurar una red de tesorerías de ejército” paralelas a las tesorerías comunes. Todo esto a pesar de la descentralización en la acuñación de plata y amonedación que se experimentó debido a la “pérdida pautada de caminos”, pues aparecieron “diversas casas de moneda en centros mineros y urbanos (Zacatecas, Sombrerete, Durango, Chihuahua, Guanajuato, Guadalajara)”. Además del funcionamiento de los puertos de Tampico y San Blas. Lo cual afectó los ingresos del gobierno central y reforzó nuevas prácticas comerciales (Sánchez, 2016, pp. 78-79, 119-120, y 208). Con la revolución de Rafael Riego (1 de enero de 1820) en favor de la Constitución de Cádiz, y la jura del código gaditano en Nueva España (31 de mayo de 1820), inició la última transformación del virreinato. Cabe recordar que la Constitución de 1812 derogó indirectamente algunas funciones del cargo de virrey, para transmutarlas en la figura del “jefe político superior” del reino, el cual sería una especie de inspector de las Diputaciones provinciales (Benson, 1994). Pero en la política práctica, en el gobierno de Francisco Xavier Venegas (1810-1813), y en el de Félix María Calleja (1813-1816), se instrumentalizaron las disposiciones del gobierno liberal y se evitó a toda costa la reducción de la jurisdicción y la autoridad virreinal.
Estos eran: 1) Zacatecas, Sombrerete, Bolaños, San Luis Potosí y Pachuca; 2) Centro-occidente y el Septentrión: Nueva Galicia y Guanajuato; y 3) El Golfo y la península de Yucatán.
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“Mapa del reino de Nueva España a principios del siglo XIX”, en Atlas pintoresco e histórico de los Estados Unidos Mexicanos, de Antonio García Cubas, 1885.
Apodaca no era un amante de la Constitución, pero tampoco sentía la suficiente desafección hacia ella como para retirarse de su servicio o sabotearla abiertamente en 1820. Pues durante la primera experiencia liberal de 1812-1814, orquestó el establecimiento de Diputaciones provinciales en “La Habana, Santiago, Santo Domingo y Puerto Rico” (Delgado, 2019, p. 136). Sin embargo, es muy probable que considerara a Nueva España un caso especial, pues en 4 de abril de 1820 en conjunto con la audiencia y el arzobispo Pedro de Fonte, decidió ocultar las noticias del restablecimiento constitucional, y retrasó la jura del código gaditano hasta el 31 de mayo del mismo año. Sin embargo, como señala el historiador Timothy E. Anna (1987, p. 218), el virrey Apodaca no sentía “terror” ni “miedo” ante la Constitución y sus medidas (como la libertad de imprenta y las prácticas electorales), en contraste con sus antecesores Venegas y Calleja. El temperamento político del virrey Apodaca, un tanto tolerante del liberalismo, así como su consecuente encrucijada de lealtad, entre el rey y las cortes liberales con la nación de por medio, fueron factores que influyeron y acompañaron la efervescencia política del reino. En 21 de junio de 1820 se eligió el cabildo constitucional de la ciudad de México, y el 26 de noviembre del mismo año se renovaron y completaron las Diputaciones provinciales. Como han mostrado Anna (1987) y Nettie Lee Benson (1994), estas instituciones iniciaron una nueva etapa en 30| Revista Azcapotzalco
la historia política de la Nueva España, pues entraron en disputa legitima del gobierno y sus jurisdicciones con la autoridad “superior” del virrey. Esto era paradójico para Apodaca, porque al apegarse a las Cortes de Madrid cumplía con el sostenimiento del gobierno metropolitano, pero también fue consciente de que los ayuntamientos constitucionales y sus milicias daban al traste con la recuperación del gobierno y minaban la autoridad central, en la cual se había empeñado durante los últimos cuatro años (Moreno, 2016, pp. 75-137). Conviene citar las palabras con que el virrey conceptualizó el reto de su gobierno en 1818, dos años antes de que las cosas se complicaran en 1820:
[No] se puede guardar una regla absolutamente igual, ni dar oídos, ni despreciar las quejas, sino pesarlas con la experiencia y conocimiento de los sujetos; en una palabra, más de cuantos proporciona la frecuente observación y desengaño comunes en un país que ya por rebeldes descubiertos y ya por los ocultos, ha estado en casi completa rebelión, y cuyas resultas se padecen aún; pudiendo compararse este reino a un pliego de marca hecho pedazos y tirados al aire, que es menester irlos recogiendo, acomodando cada uno al sitio que le corresponde, y uniéndoles de modo indisoluble; para que vuelva a su estado completo el mismo papel, aunque no se puedan borrar del todo las uniones, que solo el tiempo, el buen gobierno, y las propicias circunstancias con que Dios nos favorezca, podrán gastarlas para que vuela a su antiguo estado, y lustre tranquilidad, y el real erario a su anterior opulencia […]. (Ruiz de Apodaca, 1818, SN)
gobierno central de la corona se comenzó UNA VEZ CONSUMADA LA a extender en la América Septentrional con INDEPENDENCIA GERMINÓ LA la instalación de la Audiencia de México en NACIÓN MEXICANA O, MEJOR 1528. Sin embargo, el Virreinato, visto coDICHO, COMENZÓ UN TIEMPO mo la integración de los territorios con la NUEVO EN EL QUE TUVIERON autoridad delegada de la corona, se consLUGAR DIFERENTES tituyó en 1535, con la designación del PROYECTOS DE NACIÓN. primer virrey don Antonino de Mendoza. Este nombramiento, además de consolidar la autoridad del rey, le otorgó al reino cierto estatus dentro de la monarquía española. Posteriormente, la integración virreinal tuvo una historia bastante accidentada a lo largo de sus 300 años de existencia. Cabe recordar que el proceso de desintegración del reino (el distanciamiento político entre los territorios, las corporaciones, y la corona) precedió a la consumación de independencia. Es decir, sucedió exactamente lo contrario a los resultados de “unión indisoluble” que Apodaca esperaba obtener (Ruiz de Apodaca, 1818, SN), pues el reino se desintegró. En 1978 el historiador Timothy E. Anna (1987) propuso la interesante hipótesis de que la guerra contra la insurgencia había sido ganada por los “realistas” para 1820. De acuerdo con este historiador, el gobierno español feneció por sí mismo, y la independencia se alcanzó gracias al nuevo horizonte abierto por la Constitución de Cádiz, y por los empeños de los novohispanos para erigir un gobierno autónomo. Cabe señalar que investigaciones recientes han mostrado que el ejército virreinal estuvo lejos de triunfar sobre los insurgentes en 1820 (Ortiz, 2014; y Moreno, 2016). Sin embargo, la hipótesis de Anna contiene una buena dosis de verdad, por lo que fue estudiada sistemáticamente por Virginia Guedea (1992), quien demostró que, en efecto, la legitimidad del régimen virreinal se fracturó y dio lugar al Vista del salón de cortes y suntuoso trono en el acto de jurar la Constitución de la monarquía española el Rey Fernando VII el día 9 de julio de 1820.
El golpe palaciego y la independencia Como es sabido, la fundación del reino de la Nueva España se llevó a cabo por iniciativa de los súbditos de Carlos V, a partir de una conquista, por este motivo la primera gobernatura fue ejercida por los capitulantes (definición jurídica de conquistadores), como lo hizo Hernán Cortés en 1521, junto con los colonos que prontamente fundaron el primer Ayuntamiento de América en 1519 (en la Villa Rica de la Vera Cruz). Pero el Revista Azcapotzalco | 15
surgimiento de una facción de súbditos interesados en reformar el gobierno, ya fuese por vía constitucional o por la revolución, como finalmente aconteció en 28 se septiembre de 1821. Desde esta perspectiva, el proceso de desintegración del reino inició con el golpe palaciego al virrey José de Iturrigaray, en la noche del 15 al 16 de septiembre de 1808. Promovido por una facción en desacuerdo con Iturrigaray y el Ayuntamiento de México, quienes buscaban erigir una junta de gobierno ante la ausencia del rey. Y se cerró con el golpe palaciego para deponer al virrey Apodaca la noche del 5 de julio de 1821, perpetrado por las tropas acantonadas en la ciudad de México. Este proceso fue discontinuo y contradictorio. El desvelamiento de la trigarancia el 24 de febrero de 1821 y sus progresivos triunfos provocaron la reacción “autoritaria” y “despótica” del virrey, el cual se dispuso a anular derechos constitucionales, aunque con retraso respecto a la aparición de la nueva rebelión, como la suspensión de la libertad de imprenta en 5 de junio de 1821. Como consecuencia, el cabildo de la ciudad de México rompió abiertamente con el virrey en 14 de junio del mismo año, “amparándose” en la inconstitucionalidad de los actos de este último (Anna, 1987, p. 235). Esto nos muestra que la autoridad virreinal se estaba degradando, pero también que las corporaciones del reino habían cambiado. Sin embargo, cabe aclarar que la disputa entre el virrey y el cabildo no fue un resultado ineludible de la aplicación de la Constitución. Por lo contrario, su anulación parcial se debió a una emergencia, 32| Revista Azcapotzalco
la trigarancia. De modo que dicho movimiento, así como la deposición del virrey, interrumpieron la mutación constitucional de la Nueva España según los lineamientos de las Cortes de Madrid. El surgimiento y la consolidación de la trigarancia, estudiada por Moreno Gutiérrez (2016), completan el cuadro del “derrumbe del gobierno virreinal”. Pues, como ilustra este historiador, la afirmación de la trigarancia implicó el extravío de las provincias, en cuya administración tenía gran injerencia el ejército. Para entonces, con la pérdida de Guanajuato, Veracruz, Valladolid, y Querétaro, se comenzó a reducir el apoyo militar del virrey, así como la captación y fiscalización de recursos. En ese contexto, la entrevista del 8 de mayo de 1821 entre Iturbide y José de la Cruz, jefe político y militar de Nueva Galicia, fue un duro golpe para el virrey, pero sobre todo para el régimen conocido pues ponía de cabeza la jerarquía, un coronel criollo rebelde había logrado neutralizar a un mariscal de campo español. Siguiendo a Moreno Gutiérrez (2016, p. 198), otro acontecimiento “premonitorio” Plano, perfil y vista de la Fortificación de Campaña en la Garita del Peralvillo situada al Norte de la Ciudad de México, 1819.
Entrada triunfante de Iturbide en México con el Ejército Trigarante el 27 de septiembre de 1821.
de la pérdida del gobierno provincial fue que, “Juan José Zenón Fernández, capitán retirado del cuerpo de frontera, proclamó la independencia en Rioverde, San Luis Potosí, el 23 de mayo” de 1821. Con lo cual marcó la pauta para convertir la campaña revolucionaria en gobierno, y con ello el rompimiento con las autoridades centrales. Apodaca se mantuvo “dubitativo” ante el avance de la trigarancia (Moreno, 2016, p. 184), y manifestó la misma indeterminación en cuanto a anular parcialmente la Constitución (Anna, 1987, p. 218). Esta “impavidez” es un misterio en la historiografía, pero probablemente Apodaca se había esforzado tanto en equilibrar el gobierno, y en consecuencia el reino, que le pesaba mucho la idea de provocar grandes conmociones, sobre todo porque sabía que el malestar político de los súbditos era latente. Esperaba aguantar a que la tormenta pasara, pero no calculó adecuadamente su magnitud. Finalmente, el régimen se “derrumbó” con el golpe palaciego del 5 de julio de 1821. Entre las 9 y las 10 de la noche, cuando el virrey se encontraba en junta de guerra, una multitud de “ochocientos
a mil soldados” irrumpió en el palacio del rey, y solicitó su deposición. El virrey depositó el mando, por presiones de la tropa, en Francisco Novella, subinspector general de artillería, y gobernador militar de la ciudad de México (Anna, 1987, pp. 236-237). Con la renuncia obligada y violenta del virrey se echó por tierra el edificio del gobierno español, se terminó de desnaturalizar la soberanía delegada del rey, y se desmontó la legitimidad de su autoridad, al ser manipulada al antojo de un segmento del gobierno militar. En los dos meses siguientes el régimen virreinal quedó sepultado por el actuar de Francisco Novella, entre el 6 de julio y el 13 de septiembre de 1821. Este mariscal de campo pretendió apropiarse del cargo de virrey, jurando el mando en 8 de julio del mismo año. Con el golpe de la tropa se habían violentado los derechos y competencias de la Real Audiencia, de la Diputación provincial de México, y del Ayuntamiento de la ciudad. Dichas corporaciones no reconocieron la autoridad de Novella, aunque quedaron sujetas de su gobierno marcial. El cabildo inició una serie de disputas con este, hasta que Novella finalmente se rindió en 13 de septiembre de 1821 ante el Ejército Trigarante. Iturbide no contaba con que la autoridad superior del reino feneciera por sí mima, su plan consistía en cercarla para obtener su capitulación, al tiempo que los gobiernos independientes se iban constituyendo en las provincias. Es decir, el jefe del Ejército Trigarante esperaba tomar el mando supremo de manos del virrey Revista Azcapotzalco | 33
para entregárselo a un nuevo gobierno. Pero esto no fue posible, la institución INDEPENDENCIA GERMINÓ LA virreinal fue golpeada, ante lo cual las corporaciones de la principal ciudad del NACIÓN MEXICANA O, MEJOR reino continuaron en pie atendiendo la difícil situación. Tras la deposición de DICHO, COMENZÓ UN TIEMPO Apodaca el gobierno español se extinguió como había sido fundado en NUEVO EN EL QUE TUVIERON 1520-1521, sin virrey. Tal situación dejo al reino en una especie de estado LUGAR DIFERENTES de indeterminación, el cual no era exactamente un retorno a su forma anterior PROYECTOS DE NACIÓN. a 1535, antes de ser virreinato, pues el marco jurídico en que quedó era una mezcla de leyes tradicionales y constitucionales (Lorente, 2010). Esta situación preparó al reino y a sus corporaciones para iniciar la radical búsqueda de una nueva “determinación nacional”. El nuevo régimen, que se comenzó a formar con la Junta Provisional Gubernativa, rechazó al anterior sistema de poder virreinal y optó por un gobierno monárquico constitucional. Pero, si bien las nuevas autoridades partieron de la ausencia del virrey para conformar políticamente a la nación, tuvieron que retomar la herencia administrativa de la Secretaría virreinal. Pues, literalmente, los ministros de Apodaca, que llevaron una administración admirable e impecable del reino, pasaron a formar los cuadros de los ministerios de Estado del Imperio mexicano (1822), para asegurar la continuidad del gobierno y procurar la integración del Imperio. Esta herencia virreinal, de una administración territorial que permitía la integración geopolítica, ya resaltada por Linda Arnold (1991), también alcanzó a la república federal de 1824. UNA VEZ CONSUMADA LA
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El Pachón Ortiz durante la campaña de Xavier Mina
La historia de dos grandes compañeros de batalla por Gustavo Pérez Rodríguez
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Encarnación Ortiz, mejor conocido como El Pachón por haber nacido en el rancho “La Pachona” en el actual municipio de Los Pinos, Zacatecas, se encontraba en el Fuerte del Sombrero, bajo el mando del mariscal de campo Pedro Moreno, cuando arribó el general Xavier Mina, al frente de su División Auxiliar de la República Mexicana, el 24 de junio de 1817. Para entonces, la lucha insurgente se encontraba concentrada en la Provincia de Guanajuato y la zona del Bajío novohispano, donde se habían levantado tres fortificaciones: la de El Sombrero al Noreste del actual estado de Jalisco; la de Los Remedios con el padre Torres al frente, en Cuerámaro, hoy estado de Guanajuato; y el de Jaujilla, en el norte de lo que hoy es el estado de Michoacán, donde residía el gobierno patriota. Mina era hombre de acción y a los pocos días de su llegada, el 28 de junio, el Pachón le avisó que tropas enemigas iban a su encuentro, pues el virrey Juan Ruiz de Apodaca tenía orden de acabar con “el traidor Mina y su Plano del fuerte de Xauxilla y trabajos hechos por las Tropas de S.M. gavilla”, y para ello no había escatimado en hombres y hasta su rendición total en seis de Marzo de 1818, de Manuel de Reyes. recursos militares, pues constituía una seria amenaza para la posesión americana más importante para la corona española. Xavier Mina deterEn ese momento iniciaría una nueva minó enfrentarlos en forma conjunta con los hombres de Moreno, Ortiz y Borja, etapa de la vida del Pachón junto a logrando vencer a los realistas en San Juan de los Llanos. Existía un contraste entre Moreno y Mina, en los días en que la aquellos divisionarios, disciplinados y uniformados, con los patriotas americanos, insurgencia se encontraba, si no derrotada, sí disminuida en su perspectiva de triunfo. En este periplo del proceso de Independencia, los patriotas se protegían en fortificaciones que habían levantado, a partir de 1814, en sitios inexpugnables para las tropas realistas y que servían a su vez como centro de operaciones, desde donde partían sus guerrillas, con el fin de entorpecer los movimientos del enemigo, cortándoles sus comunicaciones y el abasteci“Vista del fuerte de Jaujilla” en México a través de los siglos t. III, 1884. miento alimenticio y militar. 36 | Revista Azcapotzalco
Asaltantes de caminos [la vestimenta es típica de chinaco], ca. 1850.
que obraban a su entender y vestían como lo que después se conocería como “chinacos”. Se cuenta la anécdota de que, al iniciar la batalla, Mina, el general navarro, dio indicaciones a Ortiz: —Cuando entre la caballería enemiga por un flanco, usted don Encarnación, en un movimiento precipitado, los ataca con sus hombres por la retaguardia. —¿Por la reta qué...? –respondió El Pachón- ¡Ah! lo que usted me quiere decir es que con mi caballería le pique la cola del enemigo, ¿verdad? Esta acción tuvo doble sabor a victoria, pues en ella murió el comandante militar de la provincia, el coronel Felipe Castañón, quien había actuado de forma sanguinaria con las poblaciones del lugar; además del coronel Cristóbal Ordoñez, quien había asesinado a muchos insurgentes en la reciente toma del fuerte patriota de Mesa de los Caballos. Como las revoluciones necesitan dinero para sostenerse y los insurgentes carecían de ello, Encarnación Ortiz informó a Mina que el Marqués del Jaral tenía fuertes sumas en su hacienda, por lo que el general decidió dar un asalto al lugar, para hacerse de esos
Espada de chinaco con influencia española, 1827
recursos. Así, el 7 de julio entraron a la Hacienda del Jaral, la que encontraron sin su dueño, pues el marqués, al avistar a los insurgentes a la distancia, escapó y no se detuvo hasta llegar a la ciudad de San Luis Potosí. De tal forma, Mina, Moreno, el Pachón y sus hombres entraron al lugar sin mayor contratiempo y comenzaron la búsqueda de aquellas riquezas. Después de un tiempo, un sirviente informó que en el piso de la cocina se encontraba el tesoro del marqués, por lo que estos líderes pudieron encontrar $140 mil pesos en plata y oro. Para llevar aquella suma hubieron de cargar varias mulas de la propia hacienda y al otro día iniciaron el retorno al fuerte. En el camino algunos arrieros aprovecharon la ocasión para irse con su carga y al llegar al Sombrero se habían perdido en el trayecto un total de $33 mil pesos. Cuando regresaron al Fuerte del Sombrero, el 9 de julio, ya los esperaban los vocales del Gobierno Provisional Mexicano, junto con el padre Torres, quien era el comandante militar insurgente de la región. Después de dar a Mina la bienvenida, en una reunión se le confirmó el grado de mariscal de campo que ya ostentaba y se le dio el mando de la insurgencia en las provincias de su jurisdicción y zona de influencia. El padre Torres, no estuvo muy de acuerdo, pues su cargo de Teniente General era de mayor rango que el de Mina, no obstante aceptó
Hacienda del Jaral de Berrios, Guanajuato. Foto de Tomás Castelazo, 2011. Revista Azcapotzalco | 37
JUNTOS VIVIERON ANGUSTIOSOS TRIUNFOS, COMO EN LA HACIENDA DE EL BIZCOCHO, Y FRUSTRANTES DERROTAS COMO EN SAN MIGUEL EL GRANDE, HOY SAN MIGUEL DE ALLENDE.
Plano del Fuerte del Sombrero, llamado vulgarmente de Comanja, inicios de S. XIX.
ponerse a sus órdenes, aunque en la práctica no lo haría así. Por último, se desoyó el plan de Mina de seguir adelante hasta la Ciudad de México y se determinó seguir con la estrategia defensiva de sostenerse en los fuertes, pactando el ayudarse uno al otro, en caso de que el enemigo sitiara a alguno de ellos. El virrey, en su afán de terminar con Mina, envió a cuatro mil hombres, al mando del mariscal de campo Pascual Liñán, para que sitiaran al Sombrero, pues sabía que Mina y sus hombres se habían quedado ahí. De esa forma comenzó un férreo sitio, el 1 de agosto, con cañoneo constante por varios días. Al no observar ningún adelanto, Liñán decidió asaltar el fuerte, por lo que el 5 de agosto dio la orden de ataque. La batalla fue dura y sangrienta y después de varias horas los insurgentes lograron repeler el ataque, destacando entre ellos el Pachón y el propio Mina, quien recibió una herida en la pierna. Los realistas habían sufrido graves pérdidas, por lo que Liñán decidió no dar más asaltos y continuar con el cañoneo, esperanzado en que con los días se terminaran los recursos a los sitiados, forzándolos a rendirse. Así, los insurgentes soportaron por largos días el asedio y el cañoneo al Fuerte del Sombrero. El agua se agotó muy pronto, pues el enemigo cortó su abastecimiento y, a pesar de ser pleno verano, la lluvia caía en lugares lejanos, por lo que les fue imposible a los sitiados llenar los aljibes que habían construido previamente en el fuerte. Ante la desesperación de traer refuerzos militares y abastecimientos, Mina, el Pachón y Miguel Borja salieron del Sombrero, la noche del 8 de agosto, logrando pasar entre las líneas enemigas. Durante el descenso, se atoró
Vista del ya demolido Fuerte de los Remedios desde el cerro del Bellaco o campo del Quartel general... 1818. 38 | Revista Azcapotzalco
una culebra de cuero, llena de onzas de oro que traía Mina y no podía liberarla. Encarnación le pidió que la dejara ahí y que él regresaría por ella a la primera ocasión, y tras dejar una señal continuaron su camino. A la noche siguiente, el Pachón cumplió su palabra y regresó por el cinto, devolviéndolo a Mina, sin que le hiciera falta “ni un maravedí”, según señala la tradición. Una vez fuera, Mina y Ortiz buscaron por días los refuerzos que pensaban había enviado el padre Torres, a quien habían pedido auxilio desde el primero momento, esperando se encontraran ya cerca para ayudar a romper el sitio al Sombrero. Al no encontrarlos y enterarse de la inacción de aquel padre, Mina, en la desesperación, intentó introducir víveres y agua a la fortaleza patriota, acompañado de Encarnación y su caballería. Así, la noche del 12 de agosto, tomaron por sorpresa a los sitiadores y se acercaron a la fortaleza con su carga de barriles de agua, costales de maíz, terneros y otras carnes. Estando a unos metros de la entrada, tuvieron que desistir de su intento, por el vivo fuego que comenzaron a recibir, por lo que tuvieron que abandonar víveres, ante la mirada frustrante de sus compañeros sitiados. Mina todavía se acercó para arengarlos a seguir resistiendo, prometiendo volver con la ayuda necesaria. Xavier y el Pachón huyeron entonces, siendo perseguidos por un largo tramo por las fuerzas enemigas, sin darles alcance.
Finalmente, al ser ya insoportable sostenerse en el Sombrero, los patriotas decidieron romper el sitio en la madrugada del 20 de agosto, pero al salir en primera instancia las familias, el escape estuvo lejos de ser silencioso, por lo que la acción resultó funesta. Muchos patriotas murieron en el intento, mujeres y niños fueron hechos prisioneros por el enemigo y el resto de los hombres fueron obligados a destruir la fortaleza, para después ser pasados a cuchillo. Muy pocos lograron escapar, entre ellos algunos hombres de Mina y Pedro Moreno, quien pudo esconderse, a pesar de estar enfermo de disentería. El navarro se encontraba en el Fuerte de los Remedios, organizando fuerzas que fueran en auxilio del Sombrero, cuando llegó la noticia de su caída. De inmediato despachó a Encarnación Ortiz para que recorriera los alrededores de aquella fortaleza y auxiliar a los sobrevivientes. Poco después salió él mismo a alcanzar al Pachón en la Hacienda de la Tlachiquera, pues ya le tenía resultados de su encomienda. Al llegar a la hacienda agradeció a don Encarnación y se apresuró a abrazar a sus compañeros; pero al ver cosa de veinte de ellos preguntó por los demás, a lo que respondió Ortiz que “habían muerto”. Se dice que los ojos
Conmemoraciones del lugar donde fue fusilado Xavier Mina (mal llamado Francisco Javier Minal) en el cerro del Bellaco, Guanajuato.
de Mina se humedecieron y hubo de retirarse indispuesto, para después reponerse y ordenar ponerse en marcha. A partir de entonces, el Pachón Ortiz participó en la intensa campaña guerrillera que efectuó Mina en la Provincia de Guanajuato y el Bajío, durante tres meses, para distraer a los sitiadores del Fuerte de los Remedios. Al no ver mayor progreso, MIna y Ortiz se dirigieron al fuerte de Jaujilla, para obtener autorización y apoyo del gobierno patriota, para realizar un ataque a la ciudad de Guanajuato, con la que Xavier calculaba llamar la atención de los sitiadores de Los Remedios, debilitando el cerco. Reunidos nuevamente con Moreno, Mina y Ortiz atacaron Guanajuato la noche el 25 de octubre, de ese 1817, y después de tener tomada la plaza, el desorden patriota provocó que aquella victoria se transformara en una nueva derrota. Los insurgentes apenas pudieron salir de aquellas laberínticas calles por el rumbo del norte. Se dice que Ortiz, enfadado, durante la retirada quemó el tiro de la mina de La Valenciana, por lo que muy pronto se levantó una fuerte llamarada, que a la postre avisaría a los refuerzos realistas el rumbo que tomaron los rebeldes en su huida. Tras el nuevo fracaso, Mina dispersó a las tropas y Ortiz se retiró con el encargo de seguir hostigando a los sitiadores de Los Remedios. El navarro cayó entonces en una depresión, producto de la frustración y desilusión por el actuar de los insurgentes, por lo que fue capturado sólo dos días después, en el Rancho del Venadito, muriendo Moreno en la acción. Mina fue llevado al cuartel general de Liñán, donde fue interrogado y después fusilado por la espalda, el 11 de noviembre. El Fuerte de los Remedios caería finalmente en manos realistas el 1 de enero de 1818, logrando escapar el padre Torres. El Pachón continuó a su lado, hasta que Torres murió a finales de ese año, producto de una riña por apuestas. Encarnación siguió adelante, hasta que, al no ver ya posibilidad de una victoria, aceptó el indulto que le propuso el virrey Apodaca, en 1820. No obstante, regresó a la lucha al año siguiente, para formar parte del Ejército Trigarante, dirigido por Agustín de Iturbide. Lamentablemente murió durante la batalla de Azcapotzalco, el 19 de agosto, a unos días de firmarse los tratados de Córdoba, que pusieron fin a la revolución de Independencia. Para saber más
Machete de Matías Ortíz "El Pachón" [hermano de Encarnación Ortiz también llamado “El Pachón”]
Para saber más sobre el actuar conjunto de Encarnación Ortiz El Pachón y Xavier Mina consultar Pérez Rodríguez, G., (2018). Xavier Mina el insurgente español. Guerrillero por la libertad de España y México, México, UNAM. Revista Azcapotzalco | 39
De La Pachona a Azcapotzalco Los hermanos Ortiz y su participación en laguerra de Independencia, 1810-1821 por Emmanuel Rodríguez Baca
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Durante los once años que duró el proceso armado de la guerra de Independencia de México, muchos fueron los personajes que tomaron las armas para defender a alguno de los bandos que en aquella ocasión se enfrentaron, es decir, el insurgente, el gobierno español o bien, la trigarancia; inclusive hubo varios que colaboraron con los tres. En más de una ocasión hubo quienes combatieron al lado de sus padres, hermanos o primos, de ahí que durante los años de lucha se distinguieran distintas familias como los Galeana, los Bravo, los García (Albino y Francisco), los Villagrán, los Osorno y los López Rayón, por mencionar solo algunas de las más conocidas. Una familia que tomaría parte en este proceso fue la de los hermanos Ortiz, misma que integraban Encarnación, Matías, y Francisco, mejor conocidos como los Pachones, quienes tuvieron su principal centro de operaciones en el actual estado de Guanajuato, no obstante, incursionaron también en San Luis Potosí, Jalisco, Zacatecas y Aguascalientes, al tiempo que sirvieron a los tres bandos arriba referidos. Si bien se mantuvieron en constante actividad, no todos vivieron para ver consumada la lucha que inició en 1810. De lo anterior, es pertinente preguntarnos ¿Quiénes eran los Pachones? ¿Cómo se incorporaron a la insurgencia? y ¿Cuál fue su participación en la guerra de independencia?
Son pocos los datos que se conocen acerca de los primeros años de los hermanos Ortiz, salvo que eran originarios del rancho de La Pachona, jurisdicción del partido de Pinos en la intendencia de Zacatecas, de ahí el sobrenombre con el que fueron conocidos. Fue en este lugar en donde los sorprendió el movimiento armado que inició en la villa de Dolores en septiembre de 1810, aunque es oportuno mencionar que no se adhirieron a este de inmediato, sino hasta dos años más tarde, es decir en 1812. Como muchos
Los hermanos Ortiz nacieron en la hacienda La Pachona en los Pinos, Zacatecas, la cual se encontraba a más de 100 kilometros de la Ciudad de Zacatecas, y 400 de Azcapotzalco. 40 | Revista Azcapotzalco
Descripción de la muy noble, y leal Ciudad de Zacatecas capital de su provincia en la Nueva Galicia Obispado de Guadalajara… dibujo de José Simón de Larrea y publicado por Bernardo Portugal, 1799.
hombres que se incorporaron a la insurgencia que eran de origen campesino, los Pachones tenían una educación limitada, pero en contraste con esta carencia se caracterizaron por ser “excelentes jinetes y hombres de valor” (Amador, 1907: II, 93). Lucas Alamán apunta que, a finales de 1812, José María Cos, en compañía de Rafael López Rayón, se dio a la tarea de reclutar hombres para su ejército por el rumbo de Dolores (Alamán, 1850: III, p. 356). Para ello recurrieron a las partidas que operaban en el noreste y norte de la intendencia de Guanajuato, siendo una de estas la que comandaba Matías Ortiz de la que formaban parte sus hermanos Francisco y Encarnación, quienes comenzaban a adquirir renombre y prestigio en la región por el valor con que se conducían. El norte y noreste de Guanajuato gozó de importancia pues por ahí atravesaba el camino por el que se trasportaban las conductas de plata de
procedentes de San Luis Potosí y Zacatecas, así como parte del ganado que abastecía a diferentes ciudades del centro (Archer, 2002, p. 347). Por otra parte, los víveres y pertrechos para el ejército español que operaba en el Bajío provenientes de la ciudad de México cruzaban ese territorio antes de llegar a la de Guanajuato o a la de San Luis Potosí, en donde se distribuían a otros puntos. No menos significativo es que dicha región presenta una geografía diferente a la del Bajío al poseer más elevaciones montañosas, lo que permitió a los Pachones refugiarse en ella.
Matías Ortiz Con base en Elías Amador sabemos que este Pachón fijó su campo de operaciones en las sierras de Ibarra y Comanja, es decir entre los límites de Guanajuato y Jalisco, y que comenzó a ganar prestigio bajó las órdenes de José María Cos cuando este asumió el cargo de la comandancia General de la Provincia de Guanajuato (Hamnett, 2010: 222). Entre los años de 1812 y 1814 acompañó a Cos, Rafael Rayón, Víctor Rosales y Fernando Rosas en distintos hechos de armas en la intendencia de Guanajuato, San Luis Potosí y Jalisco, en los que lograron derrotar a connotados jefes realistas, entre ellos Vicente Bustamante, Facundo Melgares, Ignacio Juárez, Mariano Rivas y Gaspar López, acciones en las que Matías se portó “con su intrepidez acostumbrada” (Amador, 1907: II, 92) Las actividades de Matías no se limitaron a hostilizar a sus enemigos, pues también se preocupó, y ocupó, por abastecer de pertrechos a sus hombres de ahí que estableció una fábrica de pólvora y cañones en el punto llamado Reyes, mas esta fue destruida al poco tiempo por Facundo Melgares. Fue tal la fama que este Pachón logró de jefe valeroso que Pablo Morán, cura realista, lo llamó “el Goliad” de los insurgentes. Matías falleció en noviembre de 1814, es decir en una etapa temprana de la guerra, como consecuencia de un combate que sostuvo contra las fuerzas realistas; su cuerpo fue sepultado en la villa de Dolores. A su muerte, los hombres que formaban parte de su tropa se incorporaron a la partida que comandaba su hermano Encarnación. Francisco Ortiz Poco es lo que conocemos de este Pachón, inicialmente que junto con sus hermanos se incorporó a la insurgencia en 1812, sin embargo, de todos ellos fue Revista Azcapotzalco | 41
ENCARNACIÓN, MATÍAS Y FRANCISCO ORTIZ, MEJOR CONOCIDOS COMO LOS “PACHONES”, SIRVIERON A LOS TRES BANDOS QUE SE ENFRENTARON EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA.
Mapa que manifiesta la Provincia de Guanaxuato por los quatro Rumbos, año de 1816
el que “figuró en menor escala” (Amador, 1907: II, p. 101). Francisco habría de mantenerse activo por el rumbo de San Felipe, Guanajuato, demarcación de la que, con el grado de teniente coronel, llegó a ser comandante de armas. No se dispone de información que nos permita saber en qué combates participó entre los años de 1813-1817, aunque es probable que fuera hostilizando a través de la guerra de guerrillas a las partidas realistas de aquella región. No fue sino hasta el último de estos años que se destacó en la campaña de la división auxiliar que comandó Xavier Mina, la que apoyó en compañía de su hermano Encarnación. Con ambos concurrió al ataque a la ciudad de Guanajuato en octubre de 1817, mismo que fracasó. En vista de esto, y a manera de represalia, el navarro ordenó que fuera barrenada la presa de la Olla, así como quemados los tiros de las minas que había en esa capital y las haciendas cercanas a ella (Pérez Rodríguez, 2017, p. 366). Francisco fue de los oficiales que se encargaron de cumplir con esta orden, incluso se sabe que el tiro que él incendió se extendió a las casas contiguas, lo que ocasionó el disgusto de Mina y que este lo reprendiera. A la muerte del expedicionario español, Francisco Ortiz se incorporó a la tropa de su hermano Encarnación con quien continuó sobre las armas hasta finales de 1819, año en que se acogió al indulto que le ofreció el gobierno virreinal, al que sirvió a partir de entonces. Después de esto “ni la historia, ni los documentos oficiales de aquella época mientan más [su] nombre” (Amador, 1907: II, p. 120). No descartamos que en esa etapa se le encomendara proteger los caminos en el territorio en el que como insurgente había gozado de influencia y en el que había hecho la guerra a los realistas, es decir en San Felipe. Encarnación Ortiz Pasamos al último de los Pachones: Encarnación. Este fue, sin duda, el más destacado de los hermanos Ortiz. De él sus correligionarios decían que era 42 | Revista Azcapotzalco
valiente mientras que sus enemigos apuntaron que era temible y peligroso. El prestigio de Encarnación comenzó a gestarse desde 1812, año en que se adhirió a la insurgencia. Debido a sus capacidades militares, de organización y a “su potencial de reclutamiento” en poco tiempo se convirtió en uno de los jefes insurrectos más connotados de la intendencia de Guanajuato. Este Pachón no siempre actuó solo, en algunos casos lo hizo al lado de distinguidos jefes como Víctor Rosales, Pedro Moreno, Xavier Mina y José Antonio Torres (Hamnett, 2010: pp. 221-223). Entre los años 1814 y 1819 se mantuvo en constante actividad en los Altos de Ibarra y Dolores, así como en San Juan de los Llanos. Dentro de los hechos de armas en que participó en este periodo destacamos los combates de Villa de la Encarnación y La Jaula, la defensa del fuerte de los Remedios y la Mesa de los Caballos cercana a San Felipe, los ataques a Guanajuato, León, de “Los Frijoles” así como el asalto y destrucción del pueblo de San Diego del Bizcocho (Rodríguez Baca, p. 2021). Elías Amador alude que la última acción bélica que Encarnación Ortiz tuvo contra las fuerzas realistas fue en la hacienda del Pabellón en Aguascalientes. Fue tal la importancia que este Pachón alcanzó en la intendencia de Guanajuato que en el mes de febrero de 1815 Francisco de Orrantia, entonces
comandante realista del norte de dicha provincia, con sede en la villa de Dolores, (Serrano Ortega, 2015, p. 38) buscó que aquel depusiera las armas para lo cual le ofreció el indulto, no obstante, lejos de aceptarlo se mantuvo firme en favor de la insurgencia. Esta negativa irritó al virrey Félix María Calleja quien ordenó a Orrantia no parar en medios para destruir a Encarnación mencionándole que era preciso “perseguirlo hasta que pagara en el suplicio los males que había causado a la patria” (Amador, 1907, p. 93) Ahora bien, después del fusilamiento de Mina, Encarnación Ortiz se internó en el norte y noreste de Guanajuato desde donde continuó haciendo la guerra al gobierno español. Es importante resaltar que a pesar de lo diezmada que se hallaba la insurgencia en otras provincias del virreinato, este territorio se encontraba “invadido” de rebeldes, (AGN, OG, vol. 853, exp. 32, f. 110) como mencionaron los jefes realistas en sus partes militares. Dos de ellos, Simón Núñez e Higinio Juárez, apuntaron que varias haciendas y pueblos como Peñuelas, San Luis de la Paz y San José Casas Viejas estaban “infestados de enemigos”, incluso en el mes de diciembre de 1817 el primero notificó que el Pachón pretendía “venir al Biscocho a tumbar la iglesia y la presa”, para lo cual reunía gente en Rincón de Ortega en San Felipe. La amenaza dio pie para que los españoles vecinos del lugar se congregaran para defender dicho punto, mas Encarnación no se presentó; pero nos deja ver el temor que su nombre originaba en aquella demarcación (AGN, OG, vol. 853, exp. 72, f. 232-234).
Lo anterior fue motivo para que en1818, una vez que se incorporó a las fuerzas del padre Torres, Encarnación fuera ascendido a capitán al tiempo que el Supremo Gobierno Nacional lo nombró comandante general de la Sierra Alta y de la Provincia de San Luis Potosí. Rumbo a Azcapotzalco con la Trigarancia El contexto al iniciar el año de 1820 no se presentaba favorable para la insurgencia; la prisión y muerte de sus principales jefes ocasionó que dicho movimiento estuviera aniquilado, de ahí que el Pachón quedara aislado, sin apoyo y sin los recursos económicos y materiales para hacer frente a las partidas realistas. Su situación no era desconocida para el gobierno español, de ahí que desde finales de 1819 el cura Tiburcio Incapié y el doctor Felipe Vázquez, se pusieron en contacto con él para ofrecerle, de nueva cuenta, el indulto, mismo que había En diversos documentos publicados en la Gazeta del Gobierno de México aparecen mencionados los hermanos Ortiz, eventualmente cada uno es mencionado como “Pachón”, aquí presentamos los del 29 de mayo de 1813, 28 de julio 1814, 03 de enero de 1815 y 25 de abril de 1815.
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EL DECESO DE ENCARNACIÓN ORTIZ FUE SENTIDO POR LOS PRINCIPALES JEFES DEL EJÉRCITO TRIGARANTE, UNO DE ELLOS AGUSTÍN DE ITURBIDE.
Actual Museo de la Insurgencia, Aguascalientes, antigua hacienda de San Blas en Pabellón de Hidalgo.
rechazado años atrás. Es pertinente mencionar que Encarnación se resistió a aceptarlo, pues de hacerlo era retractarse de lo que había luchado en favor de la insurgencia e implícitamente dar su reconocimiento a la autoridad del rey Fernando VII; sin embargo, su posición era complicada, solo así podemos entender que decidiera acogerse a esa gracia. Hecho esto, desde el Real de Santa Rosa, le escribió al coronel Antonio Linares a principios de 1820 para manifestarle: que no era el temor de la muerte, ni la tenaz persecución que se le hacía, ni el hecho de haberse indultado otros partidarios de la Independencia, lo que lo obligaba á [sic] someterse á [sic] las armas del Rey; sino que, cediendo á [sic] impulsos de la razón y del convencimiento, se creía en el caso de manifestar su sincero arrepentimiento, ofreciendo perseguir á [sic) todos los pertinaces rebeldes que quedaban, para lo cual pedía se le concediera el título de Capitán de realistas, así como el de Teniente á [sic] su hermano Francisco. (Amador, 1907, p. 95)
Las autoridades atendieron esta petición, es decir le otorgaron a Encarnación el grado mencionado al tiempo que le dieron instrucciones de situarse y vigilar la Sierra de Guanajuato y las inmediaciones de esa ciudad. Esta comisión las desempeñó por alrededor de un año, mas al proclamarse el plan de Iguala en febrero de 1821 se unió a la trigarancia en Guanajuato, incorporándose a las fuerzas de Anastasio Bustamante y José Antonio Echávarri. Con estas, y al frente de un cuerpo de jinetes de Sierra Gorda, marchó a la vanguardia de dichas tropas a la ciudad de México (Amador, 1907: II, 98). Fue así como el ranchero de La Pachona llegó a las inmediaciones del valle de México. Los encuentros con las tropas realistas no tardaron en devenir, teniendo lugar uno de ellos el 19 de agosto en Azcapotzalco cuando una sección del ejército Trigarante se enfrentó a una española comandada por el general Miguel de la Concha.
El municipio de San Diego de la Unión, Guanajuato fue fundado con el nombre de Pueblo de Bizcocho. 44| Revista Azcapotzalco
COYB.GTO.M44.V1.0018
Así, en la villa de Azcapotzalco terminó sus días el más destacado de los hermanos Ortiz, de aquellos rancheros originarios de la hacienda La Pachona y quienes por años se mantuvieron sobre las armas combatiendo a las fuerzas virreinales. El caso de Encarnación, por lo visto en este texto, es sin duda particular pues fue el único de los Pachones que sirvió no sólo en las filas insurgentes, sino que lo hizo también en las realistas y en las Trigarantes. Si bien prestó sus servicios a los distintos grupos, la vida no le alcanzó para ver consumada la independencia de la Nueva España, murió a escasos días de que el ejército Trigarante entrara triunfal a la ciudad de México, no obstante, contribuyó a que esto pudiera lograrse. FUENTES
Sierra de Guanajuato, S. Samaniego, siglo XIX.
En lo más álgido del combate y en vista de que estaban siendo superados, Bustamante envió a Ortiz, más nada pudo hacer debido al predominio numérico del enemigo, pero esto no detuvo a Encarnación, quien arengando a sus hombres y al capitán Manuel Arana, quien mandaba el cuerpo de Fieles de Potosí, se lanzó de nuevo al combate, pero sus esfuerzos fueron estériles por lo que Bustamante les ordenó retirarse del campo, no sin antes pedir que recuperaran un cañón que habían perdido, pero los hombres respondieron que no disponían de mulas y carretas para moverlo. Elías Amador apunta que fue entonces que Ortiz mencionó: “El cañón no debe abandonarse sin abandonar antes la vida”, dicho lo cual se lanzó al campo con la intención de recuperarlo, no obstante, esta acción intempestiva le costó la vida no solo a él sino a un gran número de sus hombres. Al percatarse de esto Bustamante ordenó que se abandonara el cañón, no así el cuerpo de Encarnación el que pidió fuera recuperado, como en efecto se hizo, pero el mal ya estaba hecho.
ARCHIVOS Archivo General de la Nación •Operaciones de Guerra
Referencias bibliográficas ALAMÁN, L., (1850). Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente. Tomo III México: Imprenta de J. M. Lara. AMADOR, E., (1907). Bosquejo histórico de Zacatecas. vol. II. Zacatecas: Tipografía del Hospicio de Niños en Guadalupe. ARCHER, C., (2002). “Ciudades en la tormenta: el impacto de la contrainsurgencia realista en los centros urbanos, 1810-1821”, en Salvador Broseto, et al., Las ciudades y la Guerra, 1750-1898. España: Universitat JAUME I. HAMNETT, B., (1990). Raíces de la insurgencia en México: historia regional, 1750-1824. Trad. de Agustín Bárcenas, México: Fondo de Cultura Económica. (Sección Obras de Historia). PÉREZ RODRÍGUEZ, G., (2018). Xavier Mina, el insurgente español Guerrillero por la libertad de España y México. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, Secretaría de Desarrollo Institucional. (Historia Novohispana, 105). RODRÍGUEZ BACA, E., “Soldados del Bizcocho. Contrainsurgencia en el noreste de Guanajuato y la fundación del pueblo de San Diego, 1817-1819” (En prensa). SERRANO ORTEGA, J., (2015). “Dolores después del grito. Estrategias militares insurgentes y realistas en el norte de Guanajuato, 1810-1821”, en Tzintzun. Revistas de Estudios Históricos. México: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Instituto de Investigaciones Históricas, núm. 61, enero-julio, p. 11-48.
Escultura de Encarnación Ortiz de Raúl Basurto Juárez, 2010. Revista Azcapotzalco | 45
Cronología del movimiento trigarante Febrero a septiembre de 1821 por Lic. Eduardo A. Orozco Piñón Esta cronología está ilustrada con imágenes de México a través de los siglos. Los derechos son de Wikicommons.
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A continuación, presentamos una cronología detallada de lo ocurrido durante los meses de febrero a septiembre de 1821, cuando se da el movimiento trigarante y, en consecuencia, la consumación de la Independencia.
Manuel Gómez Pedraza
Plan de Iguala
Nicolás Bravo
Febrero: 4 de febrero: tras un constante intercambio epistolar, que data de noviembre de 1820, Agustín de Iturbide invita a Vicente Guerrero a reunirse para discutir los acontecimientos políticos en la Península, su repercusión en la Nueva España y la posibilidad de declarar la independencia mediante un pronunciamiento. El encuentro entre ambos jefes se efectuó hasta marzo de 1821. 13 de febrero: los diputados novohispanos comisionados para participar en las Cortes españolas, entre ellos Manuel Gómez Pedraza, futuro presidente de México, se embarcan en Veracruz rumbo a Madrid. Durante las sesiones parlamentarias habrían de plantear la posibilidad de que la Nueva España formase un autogobierno, no obstante, la propuesta fue rechazada por la mayoría de diputados europeos. 24 de febrero: Agustín de Iturbide proclama en Iguala, Guerrero, el Plan de Independencia de la América Septentrional, conocido actualmente como Plan de Iguala, y lo envía al virrey Juan Ruiz de Apodaca, conde del Venadito. El documento fue ideado desde noviembre de 1820 y para su concepción, Iturbide retomó los comentarios y sugerencias de personalidades del ámbito militar, político y eclesiástico. Con ello, el plan resultó atractivo a estos tres sectores, indispensables para llevar a buen puerto el proyecto libertador. Compuesto por 24 artículos, el documento proclamó la independencia absoluta; la creación de un imperio mexicano en cuyo trono gobernaría el rey Fernando VII o cualquier otro miembro de la dinastía de Borbón, cuyo poder estaría moderado por una constitución; y la creación de un nuevo ejército protector denominado de las Tres Garantías, cuya misión sería sostener al nuevo gobierno y proteger la independencia. Las garantías que dieron nombre al ejército libertador sintetizaron el ideario político del plan: protección a la religión católica, unión entre europeos y americanos para evitar una guerra fratricida, e independencia absoluta de cualquier otra nación. 28 de febrero: la guarnición y el ayuntamiento de Acapulco juran la independencia y se adhieren al Plan de Iguala, bajo las órdenes del capitán Vicente Endérica, gobernador de la población nombrado por Agustín de Iturbide. Marzo: 1 de marzo: Agustín de Iturbide da a conocer el plan de independencia ante sus tropas, quienes lo aclaman primer jefe del recién creado Ejército de las Tres Garantías. En ese mismo momento se realiza la primera jura para defender y sostener la independencia de la América Septentrional. 2 de marzo: Sultepec se adhiere al Plan de Iguala, gracias a la influencia del coronel Miguel Torres, quien se une a las tropas trigarantes.
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Valladolid, hoy Morelia, Michoacán.
Ramón Rayón
José Joaquín Herrera
6 de marzo: el antiguo insurgente Nicolás Bravo inicia operaciones militares en los límites de los actuales estados de Guerrero y Oaxaca, logrando levantar a la población de Jamiltepec a favor de la independencia. 10 de marzo: el virrey Juan Ruiz de Apodaca ofrece el indulto a todos los que “han tomado las armas bajo el mando del coronel Don Agustín de Iturbide contra la Nación, el Rey y la Constitución de la Monarquía Española.” 14 de marzo: ante la negativa de Agustín de Iturbide a aceptar el indulto, el virrey Ruiz de Apodaca lo declara fuera de la ley, y para combatirlo crea un Ejército del Sur, al mando del mariscal de campo Pascual de Liñán. / El teniente Celso de Iruela se levanta a favor de la independencia en la hacienda del Molino, Veracruz, e inmediatamente marcha con sus tropas rumbo a Perote. / Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero se entrevistan para discutir sobre el proyecto de independencia y coordinar operaciones. Guerrero habría de consolidar las posiciones independientes en el actual estado homónimo, mientras que Iturbide habría de trasladarse a Valladolid (hoy Morelia, Michoacán) para conseguir nuevos apoyos. El lugar de este encuentro es objeto de debate. 15 de marzo: las fuerzas virreinales, al mando del teniente coronel Francisco Rionda, recuperan el puerto de Acapulco. El movimiento trigarante pierde la salida al océano Pacífico. / En Perote, Veracruz, el teniente coronel José Joaquín Herrera se pronuncia a favor de la independencia. En combinación con las fuerzas de Celso de Iruela forma la 9ª división del Ejército de las Tres Garantías. 16 de marzo: Iturbide escribe a las Cortes españolas para explicar los motivos de su rebelión: la defensa de la religión católica, la independencia de la Nueva España, la posibilidad de crear leyes adecuadas al país, y la defensa de las prerrogativas del rey, quien es invitado a gobernar desde México. 16 de marzo: el coronel Luis Cortazar se adhiere al Plan de Iguala en Amoles (hoy Cortazar), Guanajuato. Este fue el primer chispazo de la rebelión en el Bajío. 18 de marzo: Luis Cortazar toma la población de Valle de Santiago Guanajuato, que jura la independencia. / Impulsados por el pronunciamiento de Luis Cortazar, los comandantes Anastasio Bustamante y Joaquín Parrés se adhieren al Plan de Iguala desde Pantoja, Guanajuato. 19 de marzo: en una operación conjunta Anastasio Bustamante y Luis Cortazar toman la ciudad de Celaya, Guanajuato. Allí, Bustamante asume el mando de las operaciones conformando la 12ª división del ejército trigarante. Con ello cobró fuerza un importante núcleo trigarante en el Bajío novohispano. 23 de marzo: las tropas de Anastasio Bustamante entran en Salamanca, Guanajuato. Dicha población ya se había adherido a la independencia en los días previos. / Las tropas trigarantes atacan la villa de Orizaba, Veracruz, defendida por el capitán realista Antonio López de Santa Anna. Dio inicio un asedio que habría de durar 7 días. 24 de marzo: la fuerza de Anastasio Bustamante entra en la ciudad de Guanajuato, con ello los rebeldes conquistan una capital de provincia. El antiguo insurgente Encarnación Ortiz, “el Pachón”, se puso a las órdenes de Bustamante durante su estancia en aquella ciudad, nombrándose a sí mismo “comandante de la división expedicionaria de independencia en el Bajío”. / Manuel de Flon y su hermano Antonio, conde de la Cadena, se adhieren al plan de Iguala y toman la población de Amozoc, Puebla. Antes de terminar el mes de marzo habrían de continuar operaciones sobre la provincia poblana hasta apoderarse de Tepeaca y Tepatitla. 28 de marzo: el antiguo insurgente Ramón Rayón se presenta ante Agustín de Iturbide en el pueblo de Cutzamala, recibiendo la comisión de acondicionar la fortaleza del Cóporo para resistir cualquier embate de los enemigos. / Nicolás Bravo, al mando de 2 000 hombres, se apodera de la población de Tlapa. 30 de marzo: las fuerzas trigarantes de José Joaquín Herrera logran la capitulación de la villa de Orizaba, Veracruz, tras un asedio de 7 días. El capitán Antonio López de Santa Anna decide unirse a las filas independientes. Revista Azcapotzalco | 47
31 de marzo: la 9ª división del ejército trigarante al mando del coronel José Joaquín Herrera logra tomar la villa de Córdoba, Veracruz, después de negociar con las autoridades militares y civiles. La estratégica ubicación de Córdoba y Orizaba permitió que las tropas independientes controlasen el paso entre el puerto de Veracruz y la Ciudad de México, además de contar con los cuantiosos recursos producidos por el estanco del tabaco para continuar financiando las operaciones militares.
Guadalupe Victoria
Taxco, Guerrero.
Abril: 1 de abril: Tacámbaro, Michoacán, se adhiere a la independencia. 8 de abril: Joaquín Calvo y Vicente Filisola proclaman la independencia en Zitácuaro, Michoacán. / Nicolás Bravo se apodera del Izúcar desde donde realiza los preparativos para un posterior asalto sobre la ciudad de Puebla. 10 de abril: el virrey Juan Ruiz de Apodaca manda crear un nuevo ejército de operaciones en Querétaro, para combatir al núcleo trigarante en Guanajuato. 11 de abril: Miguel Barragán proclama la independencia en el pueblo de Ario, Michoacán; al mismo tiempo Juan Domínguez se adhiere al movimiento trigarante desde Apatzingán. 13 de abril: en Lerma, Estado de México, el capitán Ignacio Inclán y sus hombres declaran la independencia. 15 de abril: el coronel Vicente Filisola es nombrado por Iturbide jefe de la 13ª división del Ejército de las Tres Garantías. Sus principales objetivos serán asegurar las posiciones independientes sobre la tierra caliente mexiquense para después tomar la ciudad de Toluca. / Antonio López de Santa Anna se apodera del pueblo de Alvarado, Veracruz sin disparar un solo tiro gracias a la adhesión de la guarnición defensora. 20 de abril: el insurgente Guadalupe Victoria se suma al movimiento trigarante desde Santa Fe, Veracruz, asumiendo el mando de las operaciones militares de toda la provincia. 21 de abril: el teniente coronel Mariano Álvaro Luque declara la independencia desde la población de Zacapoaxtla, Puebla. 23 y 24 de abril: en Tepeaca, Puebla, se desata la primera batalla a gran escala del movimiento trigarante. Las fuerzas independientes mandadas por José Joaquín Herrera y Nicolás Bravo combatieron a los virreinales de Francisco Hevia. La acción resultó en la derrota de los primeros. 29 de abril: el antiguo insurgente José Antonio Magos se adhiere a la independencia en Huichapan, Hidalgo, y se pone a las órdenes de Iturbide. Mayo: 4 de mayo: Taxco, Guerrero, jura la independencia debido a la influencia del insurgente trigarante Pedro Ascencio Alquisiras. 12 de mayo: el ejército trigarante bajo el mando directo de Agustín de Iturbide, inicia un asedio de siete días a Valladolid (hoy Morelia), Michoacán. La ciudad estaba defendida por la fuerza del coronel Luis Quintanar. / El comandante Pablo Ortiz de Rosas, a la cabeza de dos regimientos, se pronuncia por la independencia en Tepatitlán, Jalisco. 15 al 21 de mayo: las fuerzas realistas del coronel Francisco Hevia inician un asedio contra los trigarantes acantonados en la villa de Córdoba, Veracruz. Este fue uno de los combates más duros para el movimiento trigarante, no obstante, las tropas al mando de José Joaquín Herrera lograron mantener el control de la población y derrotar a los enemigos con el apoyo de Antonio López de Santa Anna. Durante los combates murió el coronel Hevia, lo que significó un duro golpe al ejército virreinal. 19 de mayo: la ciudad de Valladolid (hoy Morelia), Michoacán, capitula ante las fuerzas trigarantes de Agustín de Iturbide. El coronel Luis Quintanar decide adherirse al movimiento por la independencia.
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23 de mayo: en Ixmiquilpan, Hidalgo, se desata una batalla entre las tropas trigarantes mandadas por José Antonio Magos y los realistas de José María Novoa. La acción resultó en la derrota de los independientes. / En Rioverde, San Luis Potosí, se pronuncia a favor de la independencia el teniente coronel Juan José Zenón Fernández. 29 de mayo: tras varias horas de combate, Antonio López de Santa Anna se apodera de la villa de Xalapa, Veracruz, al capitular el comandante virreinal Juan Orbegoso.
Luis Quintanar
Pedro Celestino Negrete
Ciudad de Puebla
Junio: 1 de junio: las tropas al mando de Anastasio Bustamante ponen sitio a San Juan del Río, Querétaro. La población estaba defendida por el comandante José María Novoa. 2 y 3 de junio: en Tetecala, Guerrero, se desata un enfrentamiento entre las fuerzas trigarantes de Pedro Ascencio Alquisiras y las del coronel virreinal Cristóbal Huber. La acción resultó funesta para los independientes por resultar muerto el antiguo líder insurgente, significando un duro golpe al movimiento trigarante. 5 de junio: en un intento por combatir la propaganda trigarante, el virrey Juan Ruiz de Apodaca suspende la libertad de imprenta. A pesar de esta medida, los papeles independientes continúan inundando las ciudades de la Nueva España. 7 de junio: al marchar por las afueras de la ciudad de Querétaro, Agustín de Iturbide y sus tropas son sorprendidos por las fuerzas virreinales de Froilán Bocinos, sobre Arroyo Hondo. A pesar de ello, los independientes lograron rechazar a los enemigos y continuar su tránsito hacia San Juan del Río. Esta fue la única batalla en la que Iturbide participó directamente durante la campaña trigarante. / El comandante José María Novoa de la ciudad de San Juan del Río, Querétaro, capitula ante el coronel trigarante Luis Quintanar. 8 de junio: Agustín de Iturbide entra en San Juan del Río, Querétaro. Allí se entrevista con Guadalupe Victoria, dándole el mando de tropas para auxiliar en las operaciones sobre la Tierra Caliente mexiquense. 11 de junio: la guarnición del puerto de Boquilla de Piedras, Veracruz, se pronuncia por la independencia. 13 de junio: el brigadier Pedro Celestino Negrete declara la independencia en Guadalajara, Jalisco. 18 de junio: Nicolás Bravo entra en Tlaxcala. Allí, el teniente coronel Pedro Zarzosa se une al movimiento trigarante. 19 de junio: los trigarantes al mando de Vicente Filisola se enfrentan contras las tropas del coronel Ángel Díaz del Castillo en la Hacienda de Las Huertas, Zinacantepec, Toluca. La batalla resultó favorable para los independientes, quienes se mostraron magnánimos con los vencidos al permitirles retornar y recuperarse en la ciudad de Toluca. 20 de junio: la ciudad de Querétaro capitula ante las fuerzas trigarantes mandadas por Agustín de Iturbide. / Inicia el sitio trigarante sobre la ciudad de Puebla, al mando de Nicolás Bravo y José Joaquín Herrera. 22 de junio: el comandante Gerónimo Gómez capitula la ciudad de Huajuapan, Oaxaca, ante las tropas trigarantes de Antonio León. / Los comandantes virreinales Rafael Bracho y Pedro Pérez San Julián capitulan en San Luis de la Paz, Guanajuato, ante las fuerzas trigarantes de Anastasio Bustamante y José Antonio Echávarri. Con esta rendición los independientes aseguraron la provincia de San Luis Potosí. 28 de junio: tras varios días de asedio, el comandante de Querétaro Domingo E. Luaces capitula la ciudad ante las tropas de Agustín de Iturbide. Luaces se adhiere al movimiento trigarante. 25-29 de junio: la fuerza independiente comandada por Antonio López de Santa Anna llega a Veracruz, poniendo a la ciudad bajo sitio. Los trigarantes intentan construir parapetos en el exterior de Veracruz y los virreinales al mando del gobernador José Dávila tratan de destruirlos. Julio: 1 de julio: el vecindario y el ayuntamiento de Saltillo, Coahuila, declaran la independencia y se adhieren al plan de Iguala. Revista Azcapotzalco | 49
Juan Ruiz de Apodaca
Juan O’Donojú
Anastasio Bustamante 50| Revista Azcapotzalco
2 de julio: en Puruandiro, Michoacán, se jura la independencia. 3 de julio: en Monterrey, Nuevo León, el comandante Joaquín de Arredondo, tras ser presionado por sus tropas y por el ayuntamiento, jura la independencia. 4 de julio: en la ciudad de Zacatecas se declara la independencia. 5 de julio: los vecinos de Parras, Coahuila, se adhieren al Plan de Iguala. / El virrey Juan Ruiz de Apodaca es destituido de su cargo mediante un golpe de Estado orquestado por los oficiales militares frustrados ante el avance del movimiento trigarante. Los golpistas deciden poner al frente del virreinato al mariscal de campo Francisco Novella. 6 de julio: la ciudad de Aguascalientes jura la independencia. 7 de julio: Antonio López de Santa Anna ordena un asalto contra la ciudad de Veracruz. Estando a punto de apoderarse de la población, los trigarantes son rechazados por las fuerzas del gobernador José Dávila. 14 de julio: Nicolás Bravo comunica la jura de la independencia de Tantoyuca, Puebla. 15 de julio: la villa de Linares, Nuevo León, se adhiere al plan de Iguala. 16 de julio: el fuerte de San Fernando Yanhuitlán, Oaxaca, defendido por el virreinal Antonio Aldao, capitula ante las tropas trigarantes de Antonio León. 17 de julio: tras varios días de asedio, el comandante de Puebla, Ciriaco de Llano, acepta firmar un armisticio con los comisionados de Agustín de Iturbide. Esta medida permitió negociar sin violencia la posterior capitulación de la ciudad. 19 de julio: las fuerzas del coronel Vicente Filisola logran ocupar la ciudad de Toluca sin disparar un solo tiro. / Se jura la independencia en Hualahuises, Nuevo León. 22 de julio: en Cuautitlán, Estado de México, se desata un enfrentamiento entre las tropas trigarantes de Luis Quintanar y Anastasio Bustamante contra los virreinales del coronel Manuel de la Concha. La acción no fue favorable para ninguno de los bandos. 25 de julio: Mariano Laris proclama la independencia en el Puerto de San Blas, Nayarit. 26 de julio: se jura la independencia en Rosario, Sinaloa. 28 de julio: después de varios días de sitio, el comandante de Puebla, Ciriaco de Llano, capitula la ciudad ante las fuerzas trigarantes de Agustín de Iturbide, Nicolás Bravo y José Joaquín Herrera. / Villahermosa, Tabasco, se adhiere al plan de Iguala. 29 de julio: en Valle del Pilón (hoy Montemorelos), Nuevo León, se jura la independencia. 29 y 30 de julio: tras algunos combates, las fuerzas trigarantes al mando de Antonio León se apoderan de la ciudad de Oaxaca, impulsando la independencia en el resto del sureste mexicano. 30 de julio: llega al puerto de Veracruz Juan O’Donojú, último Jefe Político Superior y Capitán General de la Nueva España. Al darse cuenta del enorme avance del movimiento trigarante, decide ponerse en contacto con Agustín de Iturbide para encontrar una salida conciliatoria al conflicto. Agosto: 3 de agosto: en Veracruz, Juan O’Donojú lanza su primera proclama, en la que expresa su intención de conciliar los intereses de europeos y americanos, además de expresar su ideología liberal, que le ganará la simpatía de Agustín de Iturbide. 4 de agosto: el brigadier Pedro Celestino Negrete pone bajo sitio a la ciudad de Durango. 19 de agosto: en Azcapotzalco, México, se desata un enfrentamiento entre las tropas trigarantes de Anastasio Bustamante y los realistas de Manuel de la Concha. El enfrentamiento sería clave para desmoralizar a los defensores de la capital y provocar que estos buscasen una salida no militar al conflicto. 21 de agosto: en la ciudad de Chihuahua, el comandante Alejo García Conde se adhiere al plan de Iguala.
24 de agosto: Juan O’Donojú reconoce la independencia de México, según lo estipulado por el Plan de Iguala, al firmar los Tratados de Córdoba. Con este documento se aseguró la independencia política del Imperio Mexicano. 28 de agosto: el ayuntamiento de Comitán, Chiapas, declara la independencia. 30 de agosto: Francisco Novella y las demás autoridades realistas en México, niegan la autoridad de Juan O’Donojú para firmar un tratado con los trigarantes. 30-31 de agosto: tras casi un mes de sitio, los realistas acantonados en la ciudad de Durango intentan romper el cerco trigarante. El comandante independiente Pedro Celestino Negrete da la orden de tomar la ciudad por asalto. Tratados de Córdoba
Acta de Independencia del Imperio Mexicano
Septiembre: 6 de septiembre: las tropas realistas de Durango capitulan ante el comandante trigarante Pedro Celestino Negrete. Con ellos se asegura militarmente a las Provincias Internas de Oriente y Occidente. 7 de septiembre: comisionados trigarantes y realistas firman un armisticio en la hacienda de San Juan de Dios de los Morales, México. Con este documento cesan las operaciones militares para iniciar las negociaciones políticas que permitirían realizar una transición de poder ordenada. 13 de septiembre: Juan O’Donojú, Agustín de Iturbide y Francisco Novella se reúnen en la hacienda de la Patera, México. En la reunión Novella reconoce la legitimidad de los títulos de O’Donojú. 14 de septiembre: las corporaciones civiles de la ciudad de México, como el Ayuntamiento y la Diputación Provincial se someten a la autoridad de Juan O’Donojú. 15 de septiembre: Francisco Novella ordena a sus tropas reconocer a Juan O’Donojú como legítimo Capitán General de la Nueva España. Con esta medida se pone fin al conflicto militar. / La ciudad de Guatemala jura la independencia y se adhiere al Plan de Iguala. 21 de septiembre: la ciudad de San Salvador jura la independencia según lo estipulado en el Plan de Iguala. 21-23 de septiembre: Las tropas realistas, con Francisco Novella a la cabeza, evacuan la ciudad de México con rumbo a Veracruz. 24 de septiembre: La división trigarante de Vicente Filisola, compuesta de 4 000 hombres, ingresa a la ciudad de México para mantener el orden y preparar los festejos de la independencia. 27 de septiembre: El Ejército de las Tres Garantías y sus comandantes, con Agustín de Iturbide a la cabeza, desfila triunfalmente por las calles de la ciudad de México, simbolizando el fin de once años de guerra por la independencia. 28 de septiembre: Se firma el Acta de Independencia del Imperio Mexicano. En el documento no quedó plasmada la firma de ninguno de los iniciadores de la independencia, ni de los insurgentes que se adhirieron al movimiento trigarante. En su lugar, destacaron las rúbricas de aquellos que habrían de conducir el devenir nacional durante las próximas décadas. Por ello, al mismo tiempo que se cerró un ciclo por la independencia nacional, se inauguró también un episodio nuevo en la vida política del Estado mexicano.
Anastasio Bustamante, consumador de la independencia La carrera militar del libertador del bajío (1810-1821)
D O S I E R
por Joaquín E. Espinosa Aguirre Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
Comandante en los ejércitos virreinales, pieza clave en el bajío durante la campaña trigarante y uno de los firmantes del Acta de Independencia del Imperio Mexicano, Anastasio Bustamante fue uno de los protagonistas más importantes del proceso de independencia del año de 1821. Don Anastasio Bustamante hizo mucho tiempo la guerra a los patriotas entre las filas españolas […] Tiene mucha calma en sus resoluciones […] Pregunta antes de entrar en un proyecto si será justo. Pero cuando una vez se ha convencido, o lo parece, se sostiene con constancia. Más le ha acomodado obedecer que mandar en grande, y por esto era tan ciego servidor de los españoles, y de Iturbide después. (Zavala, 1985, p. 114) Así es como recordaba Lorenzo de Zavala al que fue un personaje de suma importancia en el nacimiento del Estado mexicano, cuyas acciones militares y políticas fueron determinantes desde que se unió a las filas de la contrainsurgencia al lado de Félix María Calleja en San Luis Potosí, pero que tomaría una mayor notoriedad durante la etapa final de la guerra, volviéndose un hombre de toda la confianza para Agustín de Iturbide, junto con el que desfiló triunfal el 27 de septiembre de 1821 a la ciudad de México. Dentro de la contrainsurgencia En 1808 Anastasio Bustamante se allegó al que sería uno de los más importantes jefes contrainsurgentes (tal vez el más): Félix María Calleja, del que se volvió un colaborador fiel y leal, y gracias a quien se pondría en contacto con personajes como Manuel Gómez Pedraza y Miguel Barragán, jóvenes soldados que combatieron a favor del gobierno virreinal y que en el México independiente protagonizarían la política nacional. Había estudiado medicina en la Real Universidad y química en el Colegio de Minería, pero la decisión más trascendental de esta etapa de su vida consistió en dirigirse a San Luis Potosí para ser el médico de la familia Calleja-De la Gándara. Esta relación lo llevó a unirse a la vida miliciana, 52 | Revista Azcapotzalco
pues ingresó en calidad de cirujano al Regimiento de Dragones de San Luis o al Cuerpo de Comercio; no se tiene certeza. Lo que sí se sabe es que a partir del 1º de octubre de 1810 formó parte de una compañía de Lanceros del Ejército del Centro, que comandaba Calleja, en calidad de teniente (Andrews, 2008, pp. 21-24). Anastasio Bustamante y Oseguera (1780-1853) - Presidente de México, pintado entre 1830-32, autor desconocido.
Como parte de la contrainsurgencia, se mantuvo al lado de Calleja hasta mediados 1812, tiempo que le sirvió para desarrollar un gran fervor hacia su persona, y que, según Brian Hamnett (1979), perfiló “la posterior devoción que mostraría por Iturbide” (pp. 517-519). Se enfrentó a Ignacio Allende y Miguel Hidalgo en las batallas de Aculco y Puente de Calderón, con lo que ganó su ascenso a capitán; luego ayudó en la evacuación de la Suprema Junta Nacional Americana de la villa de Zitácuaro, y fue parte del asedio a José María Morelos en Cuautla, recorriendo 7 leguas en la persecución de los insurgentes, tras romperse el sitio. Una vez que el Ejército del Centro fue disuelto en 1812 por el virrey Francisco Xavier Venegas, Bustamante fue destinado a la protección de la periferia de la Ciudad de México, desde Coyoacán hacia San Agustín de las Cuevas y Xochimilco, con la tarea de despejarla de rebeldes, apoyado en los “destacamentos volantes”. Por su efectividad, pasó a cubrir también la región de Quautitlan y Villa del Carbón hacia el mes de noviembre. En el año de 1813 tuvo la encomienda de proteger los convoyes de plata que se dirigían de Querétaro y Tula hacia la capital. Es ahí donde posiblemente conociera a Agustín de Iturbide, ya que la labor de este se centró entre 1812 y 1813 en el traslado de las mismas cargas, pero desde Guanajuato al corregimiento queretano. Sin duda, este fue un encuentro fundamental en su carrera militar y que marcaría su posterior actuar. El siguiente año, Bustamante se encargó de hacer frente a la insurgencia en el departamento del norte de Puebla, en los llanos de Apan, zona de gran importancia por la producción pulquera y de otros efectos comerciales. Se enfrentó a los cabecillas Francisco Osorno, Miguel Serrano y Joaquín Espinosa, hasta que, por orden del virrey Calleja, se puso en práctica la misma táctica de cuerpos volantes, la cual consistía en “recorrer la región en busca de bandas insurgentes. Al encontrarlas, tendrían que destruir las bases y armas; asimismo, debían ejecutar a todos los sospechosos de ser insurgentes, sin excepción” (Andrews, 2008, p. 39). Parece ser que la medida fue eficaz, pues Manuel de la Concha declaró que la zona estaba pacificada a finales de 1816. Unos meses después, Bustamante fue ascendido a teniente coronel. Sin embargo, un nuevo peligro se avecinaba a Nueva España, pues el navarro Xavier Mina se había dirigido a ella, con la esperanza de adherirse y brindar su
apoyo al extinto gobierno insurgente (él desconocía su disolución). En abril de 1817, sus fuerzas llegaron al puerto de Soto la Marina, en tanto que Anastasio Bustamante era enviado a ponerse a las órdenes de Pascual de Liñán, quien tenía la tarea de combatir la expedición. Al teniente coronel Bustamante le correspondió hacer rondas nocturnas en el fuerte del Sombrero, encargándose de que los insurgentes no se abastecieran de agua y, cuando se rompió el sitio, se encargó de perseguir a los que huyeron. A mediados de octubre, se enfrentó en la hacienda de la Caja a Pedro Moreno, “los Ortices” y otros jefes rebeldes, y luego de que la toma de la ciudad de Guanajuato fracasara, correspondió al propio Bustamante y a Pedro María Anaya la persecución del navarro hacia la hacienda del Venadito, donde el 27 de octubre de 1817 fue finalmente apresado (Pérez Rodríguez, 2018, pp. 307, 330 y 368-369). Por esta aprehensión, Bustamante fue “recomendado particularmente” por Liñán para ser premiado, y ganó el ascenso al grado de coronel. En su nueva encomienda, dentro del bajío, Bustamante se enfrentaría a los principales cabecillas de la resistencia insurgente, como el padre José Antonio Torres, Miguel Borja, los “Ortices”
Dominio público.
Firma de Anastasio Bustamante.
COYB.RM.M49.V3.0122
“Carta general de la Nueva España según estaba en el año de 1813” en la Historia de Méjico… de Lucas Alamán, 1849.
y Andrés Delgado “el Giro”. Sus acciones combinadas con Francisco de Orrantia y Antonio de Linares resultaron eficaces, ya que para mediados de 1820 se declaró pacificada la zona, pues se había dado muerte a varios cabecillas como el Giro, además de haberse logrado apartar a otros líderes por medio del indulto, como el caso de los “Ortices”, quienes además se habían unido a las filas virreinales (Encarnación Ortiz al virrey conde del Venadito, 14 de marzo de 1820). Bustamante aseguró que su jurisdicción se encontraba en total calma en abril de 1820, por “la tranquilidad y grandes bienes de la paz establecida”; sin embargo, detrás de esa apariencia se encontraban males quizás mayores a los que habían logrado erradicarse: la escasez de recursos. Tanto así, que el 1º de diciembre ningún soldados u oficial había recibido su paga, y según el comandante general Linares, había un déficit de entre 30 y 40 mil pesos, lo que además generaba escasez de armas y uniformes, atrayendo la deserción en masa. Por si fuera poco, la restitución de la Constitución de la Monarquía en 1820 trajo nuevos cambios a partir de su jura por parte del virrey Juan Ruiz de Apodaca, pues con ello se retornó al régimen liberal y volvieron a ponerse en marcha los organismos de gobierno gaditanos. A consecuencia de ello, un grupo importante de jóvenes que contaban con características similares a Bustamante comenzaron a planear una alternativa de solución, con la que pudieran salir beneficiados. El que se encargó de darle unidad a ese grupo fue el coronel retirado Agustín de Iturbide, quien fue encargado en el mes de noviembre de 1820 de la comandancia del Sury que a partir de entonces comenzaría a desplegar una enorme maquinaria que terminaría con la proclamación del plan de independencia, jurado en Iguala el 24 de febrero de 1821. El inminente triunfo trigarante En su Manifiesto de 1831, Manuel Gómez Pedraza señaló que había sugerido a Iturbide atraerse a oficiales como Joaquín Parres, José Antonio Echávarri y el propio Bustamante, con el fin de considerarlos como aliados (Gómez Pedraza, 1831, p. 9). No sobra recordar que Bustamante y Gómez Pedraza habían coincidido al 54 | Revista Azcapotzalco
LA PIEZA CLAVE EN LA CONQUISTA SOBRE EL BAJÍO CORRESPONDIÓ AL CORONEL ANASTASIO BUSTAMANTE, QUIEN SE VOLVERÍA MUY CERCANO DEL PRIMER JEFE TRIGARANTE.
servicio de Calleja en el inicio de la guerra. Por ello, en el mes de enero de 1821, Iturbide envió comunicaciones por medio de oficiales del Regimiento de Celaya a personajes de la provincia de Valladolid y del bajío, sobresaliendo los nombres de Bustamante y Parres, así como Pedro Celestino Negrete y Melchor Álvarez. Bustamante respondió el 6 de febrero, señalándole a Iturbide que haría lo que estuviera de su parte y le permitieran sus circunstancias para complacerlo, aunque también se excusó por enfermedad para poderlo acompañar en sus “gloriosas marchas y fatigas” (Andrews, 2008, p. 58). Mientras tanto, informaba en sus reportes a la superioridad virreinal que “no ha habido novedad” en su jurisdicción. No obstante, circulaba el rumor de un posible movimiento conspirativo que daría un nuevo “grito” desde el bajío, a lo que el virrey no dio
crédito (Hamnet, 1979, p. 533). Como vimos, en ese momento, la maquinaria trigarante ya había sido echada a andar. Así, para febrero de 1821, el ambiente se encontraba dispuesto para el pronunciamiento. A mediados de ese mes, Anastasio Bustamante ya se había atraído al teniente coronel Luis de Cortázar, comandante de Salvatierra, quien proclamó la independencia en el poblado de Amoles el 16 de marzo, luego en Salvatierra y Valle de Santiago, para después avanzar a Salamanca y tratar de atraerse a Antonio de Linares (“Provincia de Guanajuato”, 1821, p. 68). De ese modo, quedaron también Celaya y Salamanca en sus manos, y pudieron avanzar hacia la hacienda de Burras, desde donde Bustamante anunció su entrada a la ciudad de Guanajuato. Quizás fue por estas halagüeñas noticias, o por la presión que tenía en el sur del virreinato, que Iturbide se dirigió hacia el bajío en el mes de abril, reuniéndose en Salvatierra con Bustamante, Cortázar y Parres. A partir de entonces, el trato del coronel Bustamante con el Primer Jefe se estrechó mucho más, y avanzaron juntos en junio hacia las cercanías de Querétaro, poblado que pudieron tomar sin complicaciones, lo mismo que sucedió con Valladolid. El siguiente peldaño sería la ciudad de México. Bustamante se dirigió junto a Quintanar hacia el centro del país, llegando el 26 de julio a las cercanías de Tepotzotlán y Tlalnepantla, territorios que conocía bien. Ahí esperaron mientras Iturbide se había dirigido a la villa de Córdoba a entrevistarse con Juan de O’ Donojú. Todo parecía
controlado, hasta que el 19 de agosto las tropas de Bustamante y Felipe Codallos se enfrascaron en una ligera escaramuza en el pueblo de Azcapotzalco. El encuentro tuvo lugar en el atrio de la iglesia del poblado y en él murió Encarnación Ortiz, “el Pachón”, además de un centenar de hombres por cada bando (Bustamante, 1985, p. 235-237). Ese fue el último enfrentamiento armado de la guerra, previo a la marcha victoriosa. El 27 de septiembre de 1821, Anastasio Bustamante desfiló junto con los 16 mil elementos del ejército trigarante, entrando victoriosos a la ciudad de
Oficial del regimiento de dragones de México (1764-1795), litografía de la época, autor desconocido. Revista Azcapotzalco | 55
México, con lo que se dio por concluida la lucha armada por la independencia de Nueva España, que ahora saludaba el primer año de su independencia bajo la denominación de Imperio Mexicano. Figuró como segundo comandante del Ejército del Centro, además de formar parte de la Junta Provisional Gubernativa, por lo que fue uno de los firmantes del Acta de Independencia del Imperio Mexicano, sancionada el día siguiente, 28 de septiembre. Con la nueva nación, vinieron los reconocimientos, premios y distinciones, comenzando por el nombramiento como capitán general de las Provincias Internas,
además, sería ascendido al grado de mariscal de campo y finalmente recibiría la distinción de la Gran Cruz de la Orden Imperial de Guadalupe en julio de 1822. Luego, cuando la suerte del emperador se tornó adversa, destacó entre los más fieles y comprometidos oficiales, pues solo él y algunos otros como Gómez Pedraza, Sota Riva y José Joaquín de Herrera se mantuvieron proclives a la figura de Iturbide. A Bustamante correspondió escoltarlo y protegerlo en su residencia de Tacubaya, y, tras la abdicación del emperador, volvió a la ciudad de México y renunció a sus comisiones (Andrews, 2008, p. 66-71). Su fidelidad con el primer jefe trigarante no pudo ser puesta en duda jamás, pues aún pasados los años, se encargó en 1838 de trasladar los restos del libertador desde Padilla a la ciudad de México, para ser depositados en la Catedral Metropolitana, además de que en su testamento indicó que, al morir, su corazón debía ser extraído y colocado al lado de los restos del que fuera su comandante más respetado y alabado en vida.
Referencias:
Andrews, C., (2008). Entre la espada y la constitución. El general Anastasio Bustamante, 1780-1853, Ciudad Victoria, Universidad Autónoma de Tamaulipas. Bustamante, C. de, (1985). Cuadro histórico de la revolución mexicana de 1810, segunda edición corregida y muy aumentada, 8 volúmenes, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, tomo V, p. 235-237.
Regimiento de lanceros de medialuna de San Miguel el grande, litografía de la época, autor desconocido. 56| Revista Azcapotzalco
Encarnación Ortiz al virrey conde del Venadito, Guanajuato, 16 de febrero de 1820, en Gaceta del gobierno de México, martes 14 de marzo de 1820.
Gómez Pedraza, M., (1831). Manifiesto, que…, ciudadano de la República de Méjico, dedica a sus compatriotas; o sea una reseña de su vida pública, Nueva Orleáns, Imprenta de Benjamín Levy. Hamnett, B., (1979). “Anastasio Bustamante y la guerra de independencia, 1810-1821”, en Historia Mexicana, núm. 112, v. XXVIII, abril-junio. Pérez Rodríguez, G., (2018). Xavier Mina, el insurgente español. Guerrillero por la libertad de España y México, México, Instituto de Investigaciones Históricas; Universidad Nacional Autónoma de México. “Provincia de Guanajuato”, Bustamante a Iturbide, Villa de León, 3 de abril de 1821, en El Mejicano independiente, número 7, sábado 21 de abril de 1821. Zavala, L. de, (1985). Ensayo histórico de las Revoluciones de México desde 1808 hasta 1830, 2 tomos, México, Instituto Cultural Helénico / Fondo de Cultura Económica, tomo I.
Retrato de Manuel Gómez Pedraza de Antonio Serrano, 1828
Litografía Iturbide y los generales del Ejército mexicano de Ferdinand Bastin, ca. 1821. Revista Azcapotzalco | 57
Agustín de Iturbide, primer jefe trigarante La trayectoria del soldado antes de la trigarancia (1810-1820) por Joaquín E. Espinosa Aguirre Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
D O S I E R
Comandante militar que consiguió ganarse un nombre como parte de la contrainsurgencia virreinal, Agustín de Iturbide es uno de los protagonistas más sobresalientes (pero incomprendidos) del proceso de independencia mexicana. Agustín de Iturbide y Arámburu era, al decir de Lucas Alamán (1849-1952, p. 49-50), un hombre “de aventajada presencia, modales cultos y agradables, ablar grato e insinuante”, y si bien hizo “con tanto encarnizamiento la guerra a los insurgentes, no por esto era menos inclinado a la independencia”.
Agustín de Iturbide (retrato del siglo XIX, tomado del libro de Guadalupe Jiménez Codinach, México. Su tiempo de nacer. 1750-1821) 58 | Revista Azcapotzalco
Es decir, que se trataba de un personaje complejo, cuyo entendimiento no depende de una sola de las etapas de su vida, de una sola de sus decisiones; sino que, por el contrario, merece un seguimiento puntual y detallado de sus acciones, de las motivaciones que lo hicieron tomar las armas, primero, para oponerse a “los que infestaban el país”, para luego emplearlas por “el temor de que se repitiesen las horrorosas escenas de la insurrección” (Iturbide, 1823/2001, p. 39, 42). Es este un personaje estuvo en campaña permanente en las intendencias de Valladolid, Guanajuato, Nueva Galicia y México, durante su época contrainsurgente, enfrentándose a los principales dirigentes de la revolución: a Miguel Hidalgo e Ignacio Allende en Monte de las Cruces, a José María Liceaga, José María Cos y los hermanos Ignacio y Ramón López Rayón en el Bajío, al Generalísimo José María Morelos en su ciudad natal y a Vicente Guerrero en 1820 en el Sur, es decir, que su presencia pudo sentirse en los teatros principales de la guerra, lo cual lo coloca en un lugar protagónico para entender la guerra de independencia. Antes de la guerra (1797-1809) Beneficiado de su posición social, como miembro de la élite de Valladolid de Michoacán, pudo acceder a la carrera de las armas como parte del Regimiento Provincial de Infantería de Valladolid. Según su hoja de servicios, Iturbide ingresó al regimiento de Valladolid en el mes de octubre de 1797, a la edad de 14 años, con el grado de subteniente, por el que muy seguramente habría pagado una cantidad aproximada de 200 pesos (Espinosa, 2019, p. 67-99). En 1805, el virrey de Nueva España, José de Iturrigaray, ordenó que varios cuerpos de fuerzas milicianas se concentraran en Córdoba, Orizaba, Jalapa y Perote, al cual Iturbide tuvo que trasladarse. Gracias a esta instrucción pudo conocer e interactuar con algunos otros soldados, como Ignacio Allende y Juan Aldama, y varios más que después se destacarían como conspiradores en contra del gobierno virreinal. Durante este tiempo, en octubre de 1806, Iturbide fue ascendido a teniente, sin embargo, negocios que lo requirieron en la ciudad de México lo obligaron a solicitar una licencia, razón por la cual se encontraba ahí en septiembre
pública con la que el brigadier Félix María Calleja refrendaba y aplaudía la decisión de investir como virrey al militar veterano Pedro Garibay, por medio de una nota aparecida en la Gaceta de Méjico (1808) bajo el título de “Continuación de los oficiales que se han distinguido en las presentes circunstancias” (p. 701-702). Se puede distinguir que en esta época el perfil político de Iturbide se inclinaba hacia la protección del régimen virreinal. Sus acciones, sus Mapa de la nobilísima ciudad de Valladolid, 1794 manifestaciones y su entorno lo deterde 1808, cuando se suscitó la prisión minaron como un fiel defensor del statu quo, indudablemente como consecuendel virrey Iturrigaray a manos de los cia de su posición acomodada y de privilegio. Mientras que su ingreso a las que se oponían a su postura ante los milicias provinciales le trajeron un ascenso en el ámbito social de la provincia de Valladolid, su matrimonio en 1805 con la hija del notable comerciante Isidro sucesos de la península. Es posible que viera con buenos Huarte le generó también un beneficio en términos económicos, por la relación ojos la medida tomada por los miem- de familia política que esto le trajo. Una nueva oportunidad de demostrar su patriotismo tocó a su puerta el año bros de la Audiencia y el comerciante Gabriel de Yermo, pues apenas unos de 1809, cuando en su natal Valladolid se gestó una conspiración que planeadías después de la aprehensión, res- ba dar continuidad a las aspiraciones de autonomía que el Ayuntamiento de paldó y se sumó a la manifestación México había manifestado un año antes. La conjura fue planeada en secreto por los oficiales Mariano Michelena y García Obeso y por el clérigo fray Vicente de Santa María, sin embargo, en diciembre de ese año fueron descubiertos, y se apresó a sus principales dirigentes. A Iturbide se le acusó indirectamente de ser el delator ante las autoridades. Pero la realidad es que esta idea sólo se basó en el testimonio del propio Michelena, quien señaló que “alguno de los criollos, que aunque nos trataba continuamente entonces, justamente nos era sospechoso y después sirvió decisivamente a la independencia, nos hizo grande daño[las cursivas son mías]” (“Relación formada por el señor Michelena de lo ocurrido en Valladolid, (Morelia, en 1809, y preparatiRetrato en medallón de Ana María Huarte de Iturbide (al reverso Agustín de Iturbide), 1822 vos para la revolución de 1810)”, 2010). Al final, lo que sí se puede asegurar es que Iturbide se encontraba en Valladolid al momento de descubrirse todo y que participó en la “aprehensión de uno de los primeros conspirantes (sic) contra los derechos del rey, la que verifiqué personalmente a costa de trabajos, activas diligencias y no sin algún peligro”. Su postura estaba muy bien definida hasta ese momento.
Retrato en medallón de Agustín de Iturbide (al reverso Ana María Huarte), 1822
El volcán de Dolores (1810-1813) En el momento en que estalló la revolución en el pueblo de Dolores, Iturbide se encontraba todavía con licencia para restablecerse, retirado en su hacienda de San José de Apeo, en Maravatío, al oriente de Michoacán. Del levantamiento se enteró Revista Azcapotzalco | 59
el 20 de septiembre, por lo que se puso de inmediato a las órdenes del recién llegado virrey Francisco Xavier Venegas, quien lo destinó a la persecución de Luna y Carrasco, que estaban en Acámbaro, hacia donde se dirigió el 5 de octubre con la gente y suministros que tuvo a su alcance. Fue en ese punto donde, luego de doce horas de resistencia, obtuvo su primer triunfo para la causa virreinal, venciendo a una turba de alrededor de 150 rebeldes. El propio Iturbide señala lo siguiente: Por octubre del mismo año de, se me ofreció un salvoconducto para mi padre y mi familia, e igualmente que las fincas de éste y mías serían exentadas del saqueo, y del incendio […] con la sola condición de que me separase de las banderas del rey y permaneciese neutral. (1823/2001, p. 40) No hay más testimonio de que ello sucediera que el Manifiesto al mundo que Iturbide hizo en 1823, lo cual hace muy cuestionable la autenticidad de dicho señalamiento, pues cuando lo escribió, la guerra había terminado y el ex emperador se dirigía al destierro. Iturbide, ya en la capital del virreinato, fue puesto a las órdenes del comandante Torcuato Trujillo, debido a lo cual participó en la batalla que se sostuvo en Monte de las Cruces frente a Miguel Hidalgo e Ignacio Allende, fungiendo como ayudante de campo de José de la Cruz. Su desempeño fue tan notable que, gracias a las recomendaciones por parte de sus superiores, fue promovido a capitán el 17 de noviembre de ese mismo año de 1810. Luego, en junio de 1811, el virrey lo destinó a la división de Taxco en calidad de segundo comandante, pero un padecimiento generado por las condiciones del
Columna conmemorativa en Monte de las Cruces, Gustavo F. Solís, 1909-1910 60| Revista Azcapotzalco
clima de esa parte de la Tierra Caliente le impidió mantenerse ahí y se vio obligado a pasar algún tiempo en recuperación de los males de salud que desarrolló. Solo pudo participar en tres acciones: la primera en Iguala, el 4 de junio, y las otras dos en “Acuichío y Jipimeo” el 7 y 14 de septiembre (Iturbide a Calleja, 24 de octubre de 1813). El año de 1812 significó un gran cambio en la zona de desempeño para Iturbide, pues fue destinado al cuidado de los cargamentos que cruzaban el camino de la plata, de la ciudad de Guanajuato hacia el corregimiento de Querétaro y la población de Acámbaro. La labor no sería fácil, pues su cometido se vería amenazado por los miembros de la Junta Nacional Americana, fundada en Zitácuaro en agosto anterior, ya que hostigaban los convoyes en busca de hacerse de los recursos que transportaban. En los siguientes años, Iturbide se enfrentaría a personajes cuyas intenciones giraban en torno al robo y saqueo, como Albino, el manco, García y Julián, chito, Villagrán, así como a los miembros más reconocidos de la dirigencia insurgente, centrada en el gobierno de la junta, principalmente uno de sus tres vocales, José María Liceaga. Frente al manco García y su hermano Francisco, cuya zona de acción eran los alrededores del Valle de Santiago, Iturbide pudo salir airoso el 5 de junio de 1812, cuando logró emboscarlos y capturarlos, arrebatándoles además un gran botín de armas, municiones y caballos. Por su parte, Chito Villagrán operaba en la región de Querétaro y Guanajuato principalmente, y en agosto de ese mismo
ITURBIDE PARTICIPÓ EN LA APREHENSIÓN DE UNO DE LOS PRIMEROS CONSPIRADORES CONTRA LOS DERECHOS DEL REY.
año amagó a Iturbide, quien escoltaba el convoy que se transportaba a Guanajuato. Y aunque no pudo apresar a Villagrán, Iturbide sorteó con fortuna su asedio. Pero, sin duda, fue ante los vocales de la Junta de Zitácuaro que Iturbide logró las victorias más notables de esta etapa de su carrera. Al primero al que enfrentó fue a José María Liceaga, quien había sido designado comandante de la provincia de Guanajuato, y cuyo cuartel general se encontraba en una isla de la laguna de Yuriria, que fue rebautizada con su nombre. Iturbide dio muestras de su capacidad táctica al lograr evacuarlo a él y a José María Cos en noviembre de 1812, sin embargo, no pudo apresarlos, pues escaparon en medio de la contienda. La misma suerte la tuvo en la isla de Jaujilla, cercana a Zacapu, cuando se apoderó de su gran fortificación el 24 de febrero de 1813. El sitio y bombardeo tuvieron éxito, ya que los rebeldes liderados por el mismo Liceaga también tuvieron que huir, dando la oportunidad a Iturbide de conseguir un gran botín, además de representar una victoria sobre un punto de resistencia muy importante, ya que ese punto significaba la entrada a la ciudad de Valladolid por el noroccidente (Iturbide, 1923-1930, p. 148). En el mes de abril de 1813, Ramón López Rayón y su hermano Francisco planearon atacar Acámbaro, de lo que
Carta topográfica de dos provincias del Reino de Nueva España (Guanajuato y Michoacán), 1817
En el mapa se lee Cerro de Cóporo que fortificaron los rebeldes. Detalle.
Iturbide se enteró oportunamente, aprestándose para interceptarlos en el camino. El encuentro se llevó a cabo la noche del 16 de abril en Salvatierra, que se encuentra muy cerca de Tlalpujahua, donde estaba el apoyo principal de los hermanos Rayón. Y aunque la empresa de Iturbide era otra, tuvo por “necesidad atacarles, tanto por asegurar el éxito feliz de la comisión que se me ha encargado, como por impedir a los perversos cualquier golpe que proyectasen” (Iturbide a Calleja, 20 de abril de 1813). Los hermanos “Rayones” se fortificaron en el puente conocido como de Batanes, pero el temor se apoderó de sus soldados, principalmente del ayudante de campo Pedro Páez, quien huyó a media contienda, facilitando la fuga de sus compañeros. Las pérdidas materiales constaron de toda su artillería y unos 170 efectivos entre muertos, prisioneros y dispersos, sin embargo, la mayor derrota fue la pérdida de ese centro de operaciones. En el Prontuario de los insurgentes (1995), Carlos María de Bustamante escribió al margen de una carta a Ignacio Rayón: “Berdusco cumplió la palabra, Revista Azcapotzalco | 61
vio que Iturbide batía a Rayón en Salvatierra, y se mantuvo espectador pasivo y sereno; este fue el principio del engrandecimiento de Iturbide” (p. 111). Bustamante estaba en lo cierto, pues como recompensa por el triunfo, el virrey mandó grabar una medalla de honor con la inscripción: “Venció en el Puente de Salvatierra” (Gaceta del gobierno de México, 1813, p. 442), en tanto que a Iturbide le otorgó el ascenso a coronel. Las batallas en el Bajío (1813-1816) La victoria en Salvatierra le traería a Iturbide la distinción más sobresaliente en su carrera militar hasta ese momento: a la par del ascenso a coronel, recibió el mando del Regimiento de Infantería Provincial de Celaya, el cuidado militar de la provincia de Guanajuato y la comandancia de la División del Bajío (Espinosa, 2018). Entre sus principales obligaciones quedarían la de “mantener libres de los enemigos los caminos de su comprensión” así como “escoltar los convoyes que transitasen de las Provincias Internas a Querétaro”. Se debería poner especial énfasis en la tarea de “proteger la agricultura, activar el comercio, la industria y el laborío de las minas”, es decir, reactivar los diversos rubros de la economía (Iturbide, 1923-1930, “Instrucción para la División de la Provincia de Guanajuato”, p. 37-41). Una gran prueba se presentó a Iturbide cuando en diciembre de ese año tuvo que dirigirse a la ciudad de Valladolid para hacer frente a su paisano, José María Morelos, quien había sido nombrado como generalísimo por el Congreso nacional americano en el mes de septiembre. Las palabras de Lucas Alamán (1849-1852) sobre este enfrentamiento fueron muy elocuentes: “la batalla […] debía tener las más importantes consecuencias, y la suerte del país iba a decidirse entre dos
Columna conmemorativa en Monte de las Cruces, Gustavo F. Solís, 1909-1910 62| Revista Azcapotzalco
nativos de Valladolid, Morelos e Iturbide, a la vista de la ciudad que había sido su cuna” (p. 334). El 22 de diciembre, Morelos se posicionó en la Loma de Santa María, a las afueras de la ciudad, acompañado de las tropas de Hermenegildo Galeana, Nicolás Bravo y Mariano Matamoros, que sumaban aproximadamente 3,000 hombres. Por su parte, las fuerzas del coronel Iturbide y el comandante general del Ejército del Norte, el brigadier Ciriaco de Llano, arribaron a la loma del Zapote, a un costado de Santa María, la mañana del día 23, con cerca de 2,000 elementos de sus fuerzas. Ese mismo día, Morelos ordenó que Galeana y Bravo se situaran en el flanco por donde llegarían los enemigos, mientras que él simulaba un ataque, sin embargo, una mala decisión de un “excitado” Galeana precipitó las cosas: este oficial, que había bebido demasiado vino, quiso ganarle a Matamoros la entrada a la ciudad, dejando descubierto a Bravo, sobre quien atacaron Iturbide y Llano. En tanto, las fuerzas defensivas de la ciudad cargaron sobre el Zapote, por lo que ambos jefes insurgentes quedaron acorralados por una pinza que formaron las fuerzas virreinales. El saldo para los insurgentes fue la pérdida de algunas banderas, así como unos 233 hombres que cayeron prisioneros y fueron fusilados.
Pistola de chispa de Iturbide. Mediateca INAH, MID: 72_20160405-150000:3514
Sin embargo, la victoria no se lograba aún, y la tarde del viernes 24 de diciembre las fuerzas defensivas reorganizaron sus filas al interior de la ciudad, y una vez que la oscuridad de la noche se apoderó de las serranías de las Lomas de Santa María, el coronel se dirigió a hacer el reconocimiento del campo enemigo. Fue entonces que Iturbide hizo lo inesperado, trepó una “pendiente barrancosa y estrecha”, mientras que el resto de sus hombres continuaban combatiendo, es decir que logró incursionar en el medio de las filas enemigas, provocando un bullicio que hizo que los insurgentes comenzaran a hacer fuego en la dirección del sonido de los cascos de los caballos, es decir, contra sus mismos compañeros (Gaona a Llano, 20 de mayo de 1814). A su paso, pudo tomar dos banderas y cuatro cañones del enemigo, además, sus soldados habían logrado acercarse lo suficiente a la tienda de
Fusilamiento de Matamoros en Valladolid el 3 de febrero de 1814
Bastón de Iturbide. Mediateca INAH, MID: 72_20160405-150000:10-230004
campaña de Morelos, que por poco no lo cogen a él mismo. Lo que sí lograron fue la captura de su confesor Miguel Gómez, así como herir en un brazo a Juan Nepomuceno Almonte, hijo del Siervo (“Noticia de las acciones a inmediaciones de Valladolid”, 1814/2011). Algunos días después, Morelos volvería a enfrentar a las armas virreinales en Puruarán, donde se confirmaría su ruina, perdiendo a su mano derecha Mariano Matamoros. Luego de unos meses, el 1º de septiembre de 1815, Iturbide tomaría el cargo de comandante general del Ejército del Norte, lo cual representó la cima de su carrera contrainsurgente, sin embargo, grandes males se avecinaban a la vida del coronel de Celaya, pues las acciones que había cometido en sus campañas contrainsurgentes en el Bajío, donde hizo uso indiscriminado de la violencia en contra de las poblaciones y sus subordinados, serían motivo de su destitución como comandante de las fuerzas virreinales. Su retiro forzado (1816-1820) La severidad de los mecanismos utilizados para lograr la pacificación de la región del Bajío fue severamente condenada por varios sectores de la población guanajuatense, desde donde comenzaron a llegar clamores por justicia. A consecuencia de ello, el virrey Calleja se vio obligado a llevar una especie de proceso judicial en su contra. El encargado de concentrar las acusaciones en contra de Iturbide fue el clérigo Antonio Labarrieta, cura de Guanajuato, quien se dirigió al virrey Calleja en el mes de julio de 1816 para hacer una pintura de la situación: responsabilizaba a las fuerzas de Iturbide de haber saqueado las haciendas de Copal, Mendoza y el Molino; de haber monopolizado el comercio del azúcar, la lana, el aceite y los cigarros, así como detener los convoyes que llevaban los productos de los otros vendedores, adelantándose él a introducir los suyos e incrementar su precio; actuar despóticamente ante los cabildos de León, Silao y Guanajuato; publicar leyes sin autoridad, y además, extraer de las cajas reales alrededor de trescientos mil pesos (Rocaforte, 1816/2008, “Informe del Dr. D. Antonio Lavarrieta, cura de la ciudad de Guanajuato, sobre la conducta que observó Iturbide siendo comandante general del Bajío”). Por su parte, Iturbide se dirigió a Calleja el 14 de agosto para descargar las acusaciones del que llamó un “libelo infamatorio”. En esa comunicación, descalificó a su denunciante y desestimó su testimonio por considerar “la corrupción que es muy conocida de sus costumbres, por la mordacidad que le caracteriza” y sobre todo por haber seguido “por sistema el partido de la rebelión”, pues recordaba que Labarrieta se había adherido fugazmente a la rebelión de Miguel Hidalgo en el año de 1810. En general, Iturbide señalaba no haberse encontrado pruebas de las acusaciones del cura, pero tampoco señalaba no haberlas cometido, no las desmentía. Revista Azcapotzalco | 63
Finalmente, el 12 de septiembre, y gracias a la intercesión del auditor Bataller, según dice Alamán, el virrey sentenció en una breve nota en la Gaceta del gobierno de México (12 de septiembre de 1816) que no había nada que castigar: “no hubo mérito para la comparecencia del señor Iturbide […] ni en el día lo hay para su detención; en cuyo concepto está dicho jefe expedito para volver a encargarse del mando del ejército del Norte” (p. 892). Sin embargo, de poco sirvió que Iturbide fuera absuelto, ya que el 20 de septiembre llegó a la ciudad de México el nuevo virrey Juan Ruiz de Apodaca, quien desechó esa exoneración y dejó a Iturbide separado de su mando de manera provisional, hasta que el 12 de noviembre le comunicó que había sido reemplazado en la comandancia del Ejército del Norte. Quedó sin empleo a partir de entonces. A partir del diciembre de 1816 poco se sabe sobre las acciones y negocios de Iturbide, así como del cambio de mentalidad que tuvo que experimentar para colocarse posteriormente en contra del gobierno que tanto había defendido. Lo que se puede sostener es que la forma en que se dio su destitución y el hecho mismo de ser relevado, acusado de exagerar en sus castigos contra los insurgentes, fue justamente el detonante que le hizo sentir desplazado. Es muy posible que los códigos de honor militar que hubiera adquirido luego de casi 20 años de carrera le hubieran generado un deseo de venganza,
Cruz Orden de Isabel la Católica otorgada por el rey de España desde 1815 y Cruz de la Orden Imperial de Nuestra Señora de Guadalupe, primera condecoración del Imperio Mexicano.
POCO SE SABE DE LO QUE DEBE gestado durante los largos años de retiro HABER EXPERIMENTADO que siguieron a su destitución. INTERNAMENTE ITURBIDE PARA Por las comunicaciones que Iturbide TERMINAR POR COLOCARSE EN sostuvo durante los años de 1817 y 1818, CONTRA DEL GOBIERNO QUE se puede asegurar que se mantuvo sumaTANTO HABÍA DEFENDIDO. mente informado de las ocurrencias en la región que estuvo a su mando, pues tenía información privilegiada de testigos que le mantenían al tanto de las campañas de los insurgentes José Antonio Torres, los Pachones, los miembros de la junta rebelde de Jaujilla y los que se encontraban en las fortificaciones de Los Remedios y San Gregorio, así como de las novedades relacionadas a la expedición del navarro Xavier Mina. Es claro que Iturbide no consideraba que su proceso hubiera terminado, y al parecer se mantenía tan bien informado con la esperanza de que de un momento a otro el virrey lo llamara para volver a combatir rebeldes. Esto podría confirmarse por la intentona que persiguió a lo largo de varios meses con el objetivo de recibir la Cruz de Isabel, una orden militar que concedía el rey Fernando VII, así como un ascenso y el esclarecimiento de las acusaciones en su contra como calumnias de sus enemigos. Desafortunadamente para él, su apoderado en España no pudo hacer prosperar la solicitud y a finales del año de 1817 tuvo que regresar sin haber logrado su cometido1. Queda mucho por decir al respecto.
De comandante contrainsurgente a primer jefe trigarante (1820) Amanecía el año de 1820 y con él los nuevos cambios generados desde la península. Un grupo de militares liberales dirigidos por Rafael del Riego y
Esta información se extrae de las comunicaciones que durante este periodo sostuvo Iturbide con algunos de sus conocidos más cercanos. Véanse Papers of Agustín de Iturbide, Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, Caja 10. 1
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Retrato del General Rafel Riego de Godefroy Engelmann I, 1820
Antonio Quiroga se pronunciaba contra el despotismo y forzaba al monarca a jurar nuevamente la Constitución de Cádiz, lo que obligó a las posesiones ultramarinas a seguir los mismos pasos. Iturbide que, según su acérrimo enemigo el guayaquileño Vicente Rocafuerte, se encontraba en México, viviendo “entregado al juego, que es una de sus favoritas pasiones, y abandonado a sus vergonzosos amores”, encontraría su momento para regresar a las acciones. Según se ha dicho, ese nuevo llamado llegó por parte de los serviles de La Profesa, cuyos planes se oponían al regreso de la constitución y el sistema liberal; un proyecto reaccionario y conservador que se fijó en él para pon erlo al frente (Rocaforte, 2008, p. 37 y 54).
Plano croquis de Acapulco y sus cercanías, dibujo de Fernández de Pozo, 1820
Desafortunadamente, no se cuentan con elementos suficientes para desmentir ni asegurar categóricamente tal suceso, encontrándose todo en el terreno de la especulación. Parece ser que este fue un rumor que Rocafuerte lanzó y muchos de los escritores del siglo XIX siguieron, incluido Lucas Alamán. El hecho es que, existiera o no la conspiración, el coronel Iturbide fue llamado a finales del año de 1820 por el virrey Ruiz de Apocada para ser destinado a la comandancia del Sur y rumbo de Acapulco, para enfrentar al último reducto insurgente conformado por Vicente Guerrero y Pedro Ascensio en la selva sureña, lo que tenía un doble peligro por tratarse de una región que había sido tan dañina para la salud de Iturbide en su etapa previa. El nombramiento había sido pensado para el brigadier Melchor Álvarez, el coronel Martín Matías y Aguirre, y el propio Iturbide, quien al final aceptó tal encargo con la condición de que lo acompañara su Regimiento de Celaya (Moreno, 2016, p. 142-144). Y aunque durante el mes de diciembre hubo algunos enfrentamientos entre Iturbide y las fuerzas rebeldes, parece ser que, desde su salida de la ciudad de México, sus intenciones reales estaban claras.
Proyecto de un castillo para defensa de la entrada puerto y población de Acapulco, ca. 1810-1821
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Quizás lo sucedido con el pronunciamiento liberal en España hubiera inspirado a este jefe para variar en sus intenciones y comenzar a organizar a un grupo de militares con aspiraciones e intereses comunes. Por ello, Iturbide empleó a varios oficiales de su confianza del Regimiento de Celaya, como los capitanes Francisco Quintanilla y Manuel Díaz de la Madrid y el teniente Celso Iruela y Zamora, para enviar comunicaciones privadas a personajes de la región de Veracruz, Nueva Galicia, Valladolid y el Bajío, entre los que figuran Anastasio Bustamante, Luis Quintanar, Miguel Barragán, Luis Cortázar, Joaquín Parres, Pedro Celestino Negrete y Melchor Álvarez, todos los que serían piezas claves de sus pretensiones, reveladas en el año de 1821. No obstante, la maquinaria trigarante ya estaba echada a andar. Retrato póstumo de cuerpo completo de Vicente Guerrero pintado para adornar el Salón Iturbide del entonces Palacio Imperial mexicano de Román Sagredo, antes de 1872
AGUSTÍN DE ITURBIDE NO PENSABA ACABAR CON VICENTE GUERRERO, LO QUE BUSCABA ERA PACTAR CON ÉL.
Antes del 26 de noviembre, Iturbide había entablado comunicación con Vicente Guerrero, por medio de una carta donde se lamentaba de “que no está usted dispuesto a deponer las armas y sí a continuar la campaña que inició el cura Hidalgo. Ojalá, que pasando otros días, uno u otro quede convencido de la justa causa que nos conduce a batirnos en los campos de batalla” (Arenal, 2007, p. 151). Lo que buscaba no era acabar con él, sino pactar.
Abrazo de Acatempan Román Sagredo, 1870 El historiador Lorenzo de Zavala fue el primero que habló de un abrazo entre Iturbide y Guerrero, sin embargo, no hay otra fuente de la época que lo confirme. Lucas Alamán escribió que Iturbide nunca vio a Guerrero y fue José Figueroa quién se encontró con Iturbide. Con información de Ricardo Cruz García.
Referencias: Alamán, L., (1849-1852). Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, 5 vols., México, Imprenta de J. M. Lara, tomo V. Antonio Gaona a Ciriaco de Llano, Salamanca, 20 de mayo de 1814, en Papers of Agustín de Iturbide, Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, Caja 5, foja 220-221. Arenal, J. del, (2007). "La ¿segunda? carta de Iturbide a Guerrero", en Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXVIII, núm. 110. “Continuación de los oficiales que se han distinguido en las presentes circunstancias”, en Gaceta de Méjico, 21 de septiembre de 1808. Espinosa, J., (2018). “Defensa y militarización contrainsurgente en la comandancia de Guanajuato (1813-1816)”, tesis de maestría en Historia, Facultad de Filosofía y Letras; UNAM, México. Espinosa, J., (2019). “De miliciano a comandante. La trayectoria miliciana de Agustín de Iturbide (1797-1813)”, en Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, núm. 69, enero-junio de 2019. Gaceta del Gobierno de México, 29 de abril de 1813, p. 442. Iturbide a Calleja, Salamanca, 20 de abril de 1813, en Gaceta del gobierno de México, jueves 29 de abril de 1813, p. 438. Iturbide a Calleja, Salamanca, 24 octubre 1813 a las 6 de la tarde, en Archivo General de la Nación, Operaciones de Guerra 426, f. 372-372v. Iturbide, A. de, (1823/2001). Manifiesto al mundo o sean apuntes para la historia, México, Fideicomiso Teixidor / Libros Umbral. Iturbide, A. de, (1923-1930). Correspondencia y diario militar de don Agustín de Iturbide, 1810-1813, 3 volúmenes, México, Secretaría de Gobernación, Imprenta de don Manuel León Sánchez / Talleres Gráficos de la Nación, tomo I. “Instrucción para la División de la Provincia de Guanajuato”, Félix María Calleja a Agustín de Iturbide, México, 27 de abril de 1813, en Iturbide, Correspondencia y diario militar…, tomo I, p. 37-41. “José Sixto Berdusco a Ignacio López Rayón”, 1 de marzo de 1813, “Correspondencia de los cabecillas Berdusco y Liceaga”, legajo 5º, número 25, en Prontuario de los insurgentes, introducción, selección y notas de Virginia Guedea, México, Centro de Estudios Sobre la Universidad / Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1995, p. 111. Moreno, R., (2016). La trigarancia. Fuerzas armadas en la consumación de la independencia. Nueva España, 1820-1821, México, Instituto de Investigaciones Históricas; Universidad Nacional Autónoma de México. “Noticia de las acciones a inmediaciones de Valladolid” (1814/ 2011). Ciriaco de Llano al virrey Calleja, Valladolid, 31 de enero de 1814, en José María Morelos y Pavón. Documentos de su vida y lucha revolucionaria, 1750-1816, compilación de Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva et al., México, Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Michoacán / Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca / Universidad Autónoma Metropolitana, 2011, [formato electrónico]. “Relación formada por el señor Michelena de lo ocurrido en Valladolid, (Morelia, en 1809, y preparativos para la revolución de 1810)”, en Colección de documentos para la historia de la Guerra de Independencia de México (1808-1821), Juan E. Hernández y Dávalos (dir.), VI tomos, México, UNAM, 2010, tomo II, documento. Rocaforte, V. (1816/2008). “Informe del Dr. D. Antonio Lavarrieta, cura de la ciudad de Guanajuato, sobre la conducta que observó Iturbide siendo comandante general del Bajío”, Guanajuato 8 de julio de 1816, en Vicente Rocafuerte, Bosquejo ligerísimo de la Revolución del Mégico, desde el grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide, por un Verdadero Americano, México, CONACULTA, 2008.
Alegoría de la Independencia, anónimo, 1834
Encuentros y desencuentros de realistas e insurgentes: Azcapotzalco, 1810-1821 por José Antonio González Gómez
D O S I E R
La organización de eventos para conmemorar el bicentenario de la Independencia de México en el desarrollo de la actual pandemia de COVID-19 nos ha proporcionado el pretexto para revisar y tratar de difundir visiones históricas que puedan enriquecer el conocimiento que tenemos los mexicanos sobre la insurrección de 1810-1821. de razón tuvieron entre 1810 a 1820, entre los bandos realistas e independentistas presentes en dicha localidad. Azcapotzalco y la insurrección insurgente La primera propuesta es relativa al propio pueblo de Azcapotzalco; este no fue un punto de resistencia independentista que sufriera ocupaciones, ataques o destrucción de parte de las fuerzas realistas como sucedió en otros poblados como Villa del Carbón o Azcapotzaltongo (actualmente Villa Nicolás Romero). Tampoco fue una localidad que fuese objeto de ataques permanentes de partidas insurgentes, que trataran de ocuparla como cabeza de playa, para tratar de acercarse a “Curato de Azcapotzalco” en Atlas eclesiástico del Arzobispado de México, en el que se comprenden los curatos con sus vicarías y lugares dependientes, 1767 de José Antonio de Alzate y Ramírez.
Una revisión de las fuentes documentales de época, fundamentalmente en el Archivo General de la Nación (AGN), en los ramos de Operaciones de Guerra, Infidencias, Indiferente de Guerra, e Indiferente Virreinal, ha servido de base para presentar varias proposiciones sobre la guerra independentista de 1810-1821 en una localidad de la periferia de la ciudad de México, como lo fue Azcapotzalco, de acuerdo al pensamiento de destacados historiadores del movimiento insurgente como Christon I. Archer, Juan Ortiz Escamilla, Claudia Guarisco y Rebeca López Mora, entre otros. Dichas proposiciones se centran en el carácter que tuvo Azcapotzalco durante la insurrección insurgente, así como la participación que naturales y gente 68 | Revista Azcapotzalco
1821, fue solamente un punto de paso y comunicación entre estos sitios de fortificación y defensa realista, de ocupación o de resistencia insurgente, por lo que, al paso de una década, Azcapotzalco adquirió un poco de todas esas características. Esto lleva a plantear la segunda propuesta, la razón de las variadas respuestas que dieron los sectores de naturales y de gente de razón que vivían en Azcapotzalco entre 1820-1821, ante el movimiento de insurgencia y la respuesta militar realista.
“Pueblo de Guanajuato” en Vistas de Méjico y trajes civiles y militares y de sus pobladores entre 1810 y 1827, acuarela de Theubet de Beauchamp.
la capital novohispana, como sucedió con Tlalnepantla o Chalco. Azcapotzalco no fue un punto fortificado de las fuerzas del rey contra las fuerzas rebeldes; ni un centro de línea de defensa y protección de la ciudad de México, ante partidas independentistas, como fueron la Villa de Guadalupe, Tacuba y Tacubaya con el castillo-almacén de pólvora de Chapultepec. Es posible plantear, con base en la información de archivo, que Azcapotzalco y su localidad (cabecera, barrios, haciendas y ranchos), durante el periodo que fue de 1810 a “Insurgente armado con una lanza” en Vistas de Méjico y trajes civiles y militares y de sus pobladores entre 1810 y 1827, acuarela de Theubet de Beauchamp.
Azcapotzalco, un pueblo entre realistas e insurgentes La lucha insurgente apareció abiertamente en la cuenca de México en noviembre de 1810 con la masa armada de Hidalgo que recorrió de Cuajimalpa a Azcapotzaltongo para llegar a Aculco, y permaneció en el territorio de la cuenca hasta la consumación de la independencia, en ciclos de mayor o menor intensidad hasta 1821. Contrariamente a lo que han planteado historiadores afines al régimen colonial, como Lucas Alamán, para quienes el papel principal de la lucha insurgente en la cuenca de México fue protagonizada por las numerosas partidas de insurgentes (a veces con caudillos con ideales políticos, otros con LA MAYORÍA DE LOS miras de simple extorsión y latrocinio), que trataHABITANTES DE ban de ocupar poblaciones y de atacar escuadrones AZCAPOTZALCO DECIDIÓ realistas desde Chalco hasta Texcoco y Tlalnepantla, CONFIAR EN SUS sosteniéndose a partir del saqueo e imposición de AUTORIDADES RELIGIOSAS Y pagos sobre pueblos, haciendas, convoyes y recuas CIVILES SOBRE LA ELECCIÓN de mercancías, teniendo como zona de refugio los poDE SUS LEALTADES. blaos, rancherías, cañadas y cuevas de las serranías de Monte Alto y Bajo, en la parte oeste de la cuenca de México. En este contexto la mayoría de la población de Azcapotzalco, los naturales mexicanos y tepanecas, junto con sus gobernadores y principales, decidieron confiar en sus autoridades religiosas y civiles sobre la elección de sus lealtades. En octubre de 1810, en una comunicación al Virrey Venegas, los religiosos dominicos del convento y parroquia, junto con los naturales de las parcialidades étnicas del pueblo, manifestaron su total adhesión y defensa de Fernando VII, caracterizando la lucha independentista de Hidalgo como un fuego que abrasaba al reino y que fue prendido por hombres hipócritas, perjuros y viles, agentes del hereje Napoleón, sediciosos y libertinos que además atacaban a la religión católica. Dicho manifiesto conjunto finalizaba con el ofrecimiento de ambas partes de un donativo a las arcas virreinales de 200 pesos anuales, para sostener la lucha por Fernando VII. De hecho, la masa de naturales de Azcapotzalco (que para el momento representaban algo así como 3900 jefes de familia, aproximadamente el 85 % de la población total de la localidad), no acudieron a apoyar a las fuerzas de Hidalgo en su paso por Cuajimalpa y Monte Bajo ni respondieron a las llamadas y propaganda que hicieron entre ellos los agentes y partidas insurgentes de los años de 1811, 1812-1813, 1818-1819 y 1821, para rebelarse y tomar las armas, o bien, para servir de punto de abastecimiento e información contra la tropa y gobierno del rey. Revista Azcapotzalco | 69
Es posible que esta actitud fuera por diversas causas, como el interés de los naturales azcapotzalcas en defender su ancestral modo de vida, basado en las tierras de los santos ubicadas en cada vecindario, la práctica de una vida ritual sostenida por las múltiples festividades patronales de sus 27 barrios y el temor que les ocasionaron tres grandes agentes que irrumpieron en su precaria paz y vida social de las parcialidades étnicas de Azcapotzalco; dichos agentes fueron: 1.La Insurgencia: que representaba múltiples cambios que, según la propaganda política realista y religiosa dominica, trastornarían su existencia religiosa y económica, pues con su triunfo, habría grandes matanzas y saqueos, acabando así con el culto católico, la propiedad y el trabajo en las haciendas y ranchos locales, como se decía que ordenarían a sus hombres, los caudillos insurgentes locales como el brigadier Antonio Cañas, los cabecillas José Tomas Alcántara, Epitacio Sánchez, Atilano García, Gervasio Jiménez, el sanguinario insurgente y facineroso Pedro Rojas “El Negro”, etc. 2.Los oficiales y tropas realistas: que militarizaron y enrarecieron la vida pública durante casi diez años, como el capitán de patriotas de Azcapotzalco, Miguel Suarez de la Serna, que obligó a los naturales de la jurisdicción a sufrir extorsiones foráneas y locales para evitar las levas continuas entre jóvenes y adultos, aceptando de 1813 a 1815, realizar dominicalmente extenuantes ejercicios de instrucción militar donde los miliares a cargo imponían prisión a los morosos o exigían a cada familia, fuertes multas por cada falta, además de contribuir en forma permanente y abusiva a sostener las tropas del rey (institucionales y auxiliares), aportando medio real semanal, a pesar de su pobreza permanente y de que fueron diezmados cruelmente por la epidemia de tifo de 1813-1814, reduciéndose la población indígena de Azcapotzalco de 3900 a 1900 indios. 3.Los ayuntamientos gaditanos: como formas de gobierno local y municipal, aprobadas por la Constitución española de Cádiz, que se impusieron en toda Nueva España en dos periodos, el primero de 1813-1814 y el segundo, de 1820-1821, extinguiendo la antigua república de indios, con sus gobernadores y parcialidades étnicas. En Azcapotzalco, se conformaron así cuatro cabildos municipales, de carácter anual, donde fueron elegidos como síndicos, mayoritariamente propietarios y vecinos de razón, a pesar de representar solo una minoría poblacional (el 20 % del total). Estos ayuntamientos en Azcapotzalco, no solo acabaron con el gobierno indígena, sino que intentaron repetidamente enajenar en su provecho, tanto las casas de comunidad o tecpan, como las tierras de los santos de los 27 barrios, así como prohibir o limitar el ciclo de todas las festividades patronales de las parcialidades (con excepción de la fiestas principal del pueblo), con el argumento de que se gastaba mucho, daba lugar a excesos y que el dinero de tierras y contribuciones no debería ser administrado por indios (que lo emplearían en borracheras, comilonas y festividades paganas), sino por los frailes párrocos y los síndicos municipales de la jurisdicción de Azcapotzalco. 70 | Revista Azcapotzalco
Para enfrentar a dichos tres agentes perturbadores de su paz durante estos diez años, los indios principales y maceguales de Azcapotzalco decidieron confiar en lo espiritual e intelectual en los curas, priores y conventuales dominicos del convento de su pueblo. En lo político acudieron continuamente en busca de apoyo y consejo a una prominente figura regional, el subdelegado político y comandante militar de Tacuba, Ezequiel Lizarza, que ocupó dicho puesto de manera casi continua durante la guerra de independencia y aun parte de los primeros años de vida independiente. Ahí recibió y entrevisto cientos de quejas y peticiones de principales indios, jugando hábilmente una posición de intermediario paternal, entre los representantes indígenas de los muchos pueblos indios de la subdelegación de Tacuba, y los militares y funcionarios de la Intendencia de México, así como de la propia oficina virreinal.
Retrato de Francisco Xavier Venegas, s. XIX.
LA POBLACIÓN DE AZCAPOTZALCO SE DIVIDIÓ ENTRE APOYAR LA CAUSA DEL REY, A SUS MILITARES Y FUNCIONARIOS, O ABRAZAR LA CAUSA INSURGENTE.
En cambio, vecinos, rancheros, comerciantes, la gente de razón de Azcapotzalco (el 15 % de la población de la jurisdicción), se dividió entre apoyar la causa del rey, a sus militares y funcionarios, o abrazar la causa insurgente. De estos últimos, hubo al menos uno que acudió al llamado de Hidalgo en noviembre de 1810 (el vecino José Manuel Moral) y que regresó ya amnistiado al pueblo, siendo acusado repetidamente de agente insurgente encubierto por el prior dominico de Azcapotzalco, fray Felipe González Valdez, y otro que ayudó como correo, combatiente y agente de los insurgentes de Monte Alto, entre 1814 y 1816 (el vecino Mariano de Arriaga), indultado en 1816. Representación de Pedro Rojas en el mural de la Alcaldía de Tlalpan, 1986 de Roberto Rodríguez Navarro.
“Curato de Tlalnepantla” en Atlas eclesiástico del Arzobispado de México, en el que se comprenden los curatos con sus vicarías y lugares dependientes, 1767 de José Antonio de Alzate y Ramírez.
Es probable que hubiera más vecinos que apoyaran silenciosamente como informantes de diversas partidas independentistas, y que colaboraron llevando y trayendo armas, parque, pólvora, alimentos, y equipamiento vario, amén de facilitar que entraran grupos insurgentes a caballo al pueblo de Azcapotzalco, como las de marzo y abril de 1811, que entraron para contactar posibles vendedores de salitre y pólvora, así como de abastecimientos, mercancías y equipos diversos, tratando además de convencer a los indios del pueblo de la causa insurgente, levantando en Azcapotzalco la insurrección, o bien como la que atacó y secuestro en febrero de 1813 a un cabo realista de los Patriotas de Azcapotzalco, Mariano Ocampo, llevándolo prisionero al cuartel insurgente de los hermanos Rayón en Tlalpujahua. Así como la entrada insurgente realizada en junio de 1813, para robar a medianoche las 30 carabinas del cuartel realista de Patriotas de Azcapotzalco, además de las partidas insurgentes que penetraban a la jurisdicción de Azcapotzalco por Tlalnepantla, como las de octubre y noviembre de 1812, realizadas para controlar los caminos entre dichas jurisdicciones y llevarse los ganados de las haciendas y ranchos que pagaban contribuciones para sostener a los realistas, como fueron las haciendas de San Isidro y Los Ahuehuetes. Pero la mayoría de la gente de razón de Azcapotzalco optó en esos diez años de guerra, abierta o solapada entre insurgentes y realistas, por apoyar a la causa del rey, contribuyendo tanto con aportaciones voluntarias en especie o efectivo (caballos, equipos, armas, monturas, forraje y dinero para sueldos de militares), como aceptando contribuciones impuestas y fijadas por la Comisión local de Arbitrios, en tarifas mensuales a pagar de 16, 19, 20 y 24 pesos, de acuerdo a la extensión e importancia de la hacienda, rancho o propiedad, además de pagar impuestos especiales por actividades comerciales de semillas, alimentos y varios. Además, los simpatizantes del orden colonial de Azcapotzalco y de otros pueblos, aportaron a sus hermanos, hijos y sobrinos para formar milicias auxiliares en apoyo al rey, conocidas de 1811 a 1815 como Compañías de Patriotas fieles de Fernando VII, y después, entre 1815 a 1820, como Compañías de Realistas fieles; esto no solo para apoyar la causa española, sino como mecanismo para lograr ascenso social y político local y regional de ellos y sus familias, ya que en conjunto, toda la sociedad novohispana se militarizó, siendo gobernada por Revista Azcapotzalco | 71
un grupo de comandantes y oficiales hispanos y novohispanos, que sometió durante una década, a los poderes civiles y económicos, que hasta entonces habían tenido el control administrativo de Nueva España. Patriotas y realistas fieles de Azcapotzalco Los afanes y circunstancias comentadas líneas atrás dieron por resultado que en 1811 se creara en el pueblo una Compañía de Caballería de fieles patriotas de Fernando VII de Azcapotzalco con voluntarios locales que en un principio se costearon con su dinero, uniforme, armas, montura y caballo. Se intentó, en un primer momento, que la fuerza auxiliar voluntaria se acuartelase en la cabecera de Azcapotzalco, ya que allí estaba la sede de la Administración de Rentas y Alcabalas, así como la Colecturía de Diezmos de la zona, pero el comandante y subdelegado de Tacuba opinó distinto y la destacó en una posición más estratégica, que fue el pueblo de Tlalnepantla, frente a la amenaza insurgente que ocupaba la parte norte de la Sierra de Monte Alto. Dicha compañía comenzó con 25 militares realistas o patriotas del rey Fernando VII oriundos de Azcapotzalco, que vigilarían a pie (armados con lanzas y pistolas) o a caballo (con sable y carabinas de calibre pequeño), los caminos entre Azcapotzalco, Tlalnepantla, la hacienda de Santa Mónica y el pueblo de Villa del Carbón, siendo comandados por el hacendado Pedro Antonio de Caso. Durante los diez años de existencia (1811-1821), este cuerpo militar auxiliar integrado por jóvenes vecinos de Azcapotzalco, no se distinguió por una carrera militar notable, por actos distinguidos o de valor extraordinario. Tampoco realizó como compañía, campañas sanguinarias o difíciles ante las fuerzas insurgentes. Además, nunca realizó capturas de importantes caudillos insurgentes. De hecho, el 12 de febrero de 1813, el coronel Anastasio Bustamante, como oficial regular del ejercito del rey y responsable militar en Tlalnepantla de la campaña contra la insurgencia en Monte Alto, Monte bajo y norte de la Cuenca de México, informó al Virrey Venegas de sus relaciones y opiniones, sobre el cuerpo de Patriotas de Caballería de Azcapotzalco, que en ese momento estaban bajo su mando. Comentó que los Patriotas de Azcapotzalco, como tropa auxiliar, algunas veces habían acompañado a la compañía de dragones que mandaba en algunas expediciones contra las partidas insurgentes en los meses de noviembre y diciembre de 1812, y enero de 1813, tanto en la jurisdicción de Tlalnepantla y sus alrededores, como el territorio de Monte Alto, sobre todo las áreas de Villa del Carbón, Palo Hueco, Santiago Tlazala, y otras, todas en cerros, barrancas y terreno áspero, y que dichos patriotas jamás habían hecho un servicio extraordinario en combate, dejando todo el peso de las operaciones, fatigas y trabajos a la compañía de caballería regular, que estaba a sus órdenes. Bustamante atribuía esta situación al mal estado de las armas, caballos y monturas de los patriotas realistas de Azcapotzalco, a los que por lo regular dejaba en el pueblo de Tlalnepantla a cuidar el cuartel y el pueblo cuando salía en expedición a combatir insurgentes. Por esa causa, y no necesitarlos para nada, pedía al Virrey que se dispusiera de esa compañía de patriotas para 72| Revista Azcapotzalco
colocarlos donde fueran necesarios o donde la superioridad le agradase. Por tal motivo en marzo de 1813, el maltratado cuerpo de patriotas regreso a Azcapotzalco a un cuartel provisional. Allí Serna se encontró con una población empobrecida, recelosa, azotada por una epidemia de tifo, que se negaba a pagar contribuciones para equipar y alimentar a sus hombres, llegando la situación al caso de que las estropeadas armas almacenadas en el cuartel de patriotas situado en Azcapotzalco fueron robadas por una partida de insurgentes que entró al pueblo. Todo esto provocó un clima de fricción que desembocó en la imposición, por medio de la Junta local de Arbitrios, de numerosas y crecientes contribuciones a vecinos y hacendados para armar, equipar y dar sueldos a una nueva tropa de patriotas de Azcapotzalco, aumentándola a 50 jinetes, imponiendo a la menguada y empobrecida población de naturales tepanecas y mexicanos, en plena epi-
Bustamante en 1825, litografía de 1916, sin autor.
ES PROBABLE QUE LOS VECINOS APOYARAN SILENCIOSAMENTE COMO INFORMANTES DE DIVERSAS PARTIDAS INDEPENDENTISTAS Y COLABORARAN LLEVANDO Y TRAYENDO SUMINISTROS.
demia de tifo, una contribución que subió de medio real mensual a medio real semanal, en momentos donde el salario diario de los jornaleros indios del pueblo era de apenas 3 reales. La situación se exacerbo por los frecuentes roces entre los miliares patriotas y los ayuntamientos gaditanos de 1813-1814, situación que agravó el capitán de patriotas de Azcapotzalco Miguel Suárez de la Serna, cuando llegó a golpear y patear al antiguo gobernador indígena de Azcapotzalco, Felipe Neri y a los vecinos españoles Pedro Cacho y Ángel Navajas e hijo, así como a extorsionar a su compadre el hacendado Ignacio Velásquez y a otros propietarios como los dueños de las haciendas de San Antonio, El Cristo, San Isidro, los Ahuehuetes, etc., para liberar a sus peones y trabajadores de la leva.
Luego, en 1815 se hicieron cambios en la organización realista de la defensa militar de la ciudad de México, creándose pueblos fortificados con cuarteles centrales que concentraban y organizaban patrullas a caballo de exploración y ataque en cuatro líneas de defensa, que rodeaba a la capital novohispana. En una de estas líneas de defensa, la correspondiente al Norte-Poniente, se instaló el comando territorial en la Villa de Guadalupe, levantando fortificaciones de adobe en el pueblo de Tlalnepantla y Tacuba, creando un cuartel general que concentró a las fuerzas militares regulares (soldados profesionales de carrera, novohispanos y expedicionarios españoles) y las milicias auxiliares de los pueblos de la jurisdicción de Tacuba, entre ellas la de Azcapotzalco. Todas ellas por disposición oficial, cambiaron de nombre dejando de ser Compañías de Patriotas fieles de Fernando VII, para ser nombradas Compañías de Realistas Fieles, siendo la compañía de caballería auxiliar de Azcapotzalco, una de ellas. Así a partir de 1815, Azcapotzalco dejó de tener cuartel y milicia patriota realista, siendo ocupado tan solo por un militar, el capitán Pedro Antonio Cacho, antiguo asistente del capitán Miguel Suárez de la Serna, quien se había trasladado a Tacuba con nuevo puesto militar, que, asistido por cuatro soldados, desempeñó de 1815 a 1821 el puesto de juez político y real, encargado de justicia en la jurisdicción, responsable del orden tanto con el subdelegado y comandante de Tacuba, como con el jefe militar y político de la línea defensiva Norte-Poniente, destacado en el cuartel de la Villa de Guadalupe. La represión contra las partidas insurgentes, denominadas y criminalizadas como gavillas de bandidos, y la vigilancia de la jurisdicción de Azcapotzalco, Tacuba, Tlalnepantla y puntos intermedios entre 1815 a 1821, corría a cargo de escuadrones de caballería acuartelados en La Villa de Guadalupe, que frecuentemente abusaban de los vecinos de las cabeceras y barrios, además de que extorsionaban y sustraían aperos y ganado de las haciendas del rumbo, provocando que naturales y vecinos de razón de Azcapotzalco se plantearan si hubiera sido mejor el triunfo insurgente, con toda su violencia, matanza y saqueo, que una vida de permanente explotación y abuso a manos de los militares realistas, hispanos y novohispanos.
Plano de la villa de Guadalupe representando la inundación que sufrió ésta en septiembre de 1819 del teniente José Mariano Domínguez de Mendoza.
La batalla de Azcapotzalco y la consumación de la independencia en 1821 La estrategia militar del ejército Trigarante
D O S I E R
por Lic. Eduardo A. Orozco Piñón
El presente texto busca contextualizar este combate dentro de la estrategia general trigarante ideada por Agustín de Iturbide. Para comprender el pensamiento táctico de los contendientes, se ofrece un relato de la acción construido a partir de los testimonios documentales de los comandantes militares de ambos bandos. Retrato de Agustín de Iturbide por Primitivo Miranda, 1865.
Desde las primeras horas del 19 de agosto de 1821, la población de Azcapotzalco quedó envuelta en una serie de enfrentamientos entre las tropas del ejército trigarante y las del gobierno virreinal. A lo largo del día, las escaramuzas se intensificaron hasta transmutar en una batalla de grandes proporciones con consecuencias adversas para ambos bandos. La campaña del ejército trigarante Tras la promulgación del Plan de Iguala y de la creación del Ejército de las Tres Garantías, el 24 de febrero de 1821, dio inicio una campaña militar cuyo objetivo era sostener y defender la independencia de la “América Septentrional”. La guerra de 1821 no debe entenderse como un enfrentamiento formal, donde dos grandes ejércitos enemigos combatieron en los campos de batalla. Para este momento, la época de las acciones campales, como la del Monte de las Cruces, la del Puente de Calderón o la de las Lomas de Santa María, ya había quedado atrás. Es por ello por lo que la estrategia militar del ejército trigarante nunca fue vencer al enemigo solo a través de la fuerza bruta. Desde la concepción y redacción del Plan de Iguala, Agustín de Iturbide consideró no caer de inmediato sobre la ciudad de México, sino más bien ganarse el apoyo de los comandantes militares situados en provincias circundantes a la capital. De esta manera, la estrategia militar general consistió en comprometer a las provincias de la “circunferencia al centro”, con lo que la “ocupación de la capital sería el último paso” (Gómez Pedraza, 1831, p. 8 y 9). Por ello, a partir de marzo de 1821, los movimientos del ejército trigarante se enfocaron en ocupar las capitales de provincias, para después centrarse únicamente en la toma de México. Es importante señalar que el movimiento de las tres garantías realizó también una campaña política, garantizando la participación y representación
de las oligarquías regionales en el nuevo gobierno que habría de establecerse; además, prometió defender las propiedades, fueros y demás privilegios del clero regular y secular, todo ello sirvió para ganarse el entusiasmo de estos sectores, quienes proporcionaron dinero, armamento y víveres esenciales para el sostén del ejército. De esta manera, las comandancias militares controladas por el gobierno virreinal fueron cediendo ante el impulso independentista. Durante marzo la ciudad de Guanajuato fue tomada por las tropas independientes, igual suerte tuvieron las villas de Orizaba y Córdoba en Veracruz; en mayo capituló la ciudad de Valladolid (hoy Morelia) y en la provincia veracruzana se rindió la villa de Xalapa; en junio San Juan del Río y Querétaro cayeron ante el embate trigarante. Durante julio, José Joaquín Herrera y Nicolás Bravo cercaron Puebla, Antonio López de Santa Anna cayó sobre el puerto de Veracruz, Antonio León sobre Oaxaca y Vicente Filisola logró apoderarse de la ciudad de Toluca. Cabe mencionar que la campaña trigarante tuvo también sus contratiempos, ya que el ejército sufrió algunas derrotas en Tepeaca, Tetecala y Alfajayucan, además de que no pudo adueñarse de los puertos novohispanos más importantes, Veracruz y Acapulco. Entre los meses de marzo y julio el gobierno virreinal perdió control sobre gran parte del territorio. Por ello, el virrey Juan Ruiz de Apodaca, conde del Venadito, dio orden a todas sus fuerzas de replegarse a la ciudad de México, con la esperanza de concentrar allí un contingente lo suficientemente grande para contrarrestar al movimiento trigarante.
No obstante, los oficiales –europeos en su mayoría– allí reunidos consideraron que Ruiz de Apodaca se había mostrado incompetente en el combate a la rebelión, por lo que en la madruga del 5 de julio dieron un golpe contra el virrey, obligándolo a renunciar al mando político y militar del reino y entregarlo al mariscal de campo Francisco Novella. A partir de ese momento, este militar tomó las riendas de las operaciones contra los independientes. Enfrentamientos en torno a la ciudad de México Tras la caída de Querétaro, a finales de junio de 1821, Iturbide movilizó a los 2 000 hombres que conformaban la 12ª división del ejército trigarante al mando del coronel Anastasio Bustamante. Esta fuerza recibió orden de acercarse a la ciudad de México por el norte y comenzar un bloqueo económico para asfixiar a las fuerzas virreinales. Iturbide explicó que no convenía “intentar un ataque que aunque pudiera tener un éxito favorable es aventurado. No estamos en el caso de dar un paso que no sea seguro, ni exponernos a sufrir las terribles consecuencias que trae consigo la más pequeña desgracia” (Iturbide a Bustamante, 14 de julio de 1821). En los primeros días de julio, Luis Quintanar salió de San Juan del Río rumbo a la capital, su misión era reforzar al contingente de Bustamante y tomar el Plano geométrico del puerto de Veracruz, 1807.
mando de las operaciones (Iturbide a Quintanar, 14 de julio de 1821). Ambos comandantes debían coordinarse para establecer un bloqueo sobre México y destruir a las tropas del coronel virreinal Manuel de la Concha, que andaba errante por los rumbos de Tlalnepantla, Cuautitlán, San Juan Teotihuacán y Texcoco con una fuerza estimada en 3 000 o 4 000 efectivos (Bustamante a Parres, 20 de julio de 1821). Quintanar y Bustamante se reunieron en Huehuetoca el 19 de julio y al día siguiente tomaron Retrato de Antonio López de Santa Anna, 1929. posesión de Tepotzotlán –desde donde José Joaquín Fernández de Lizardi, “el Pensador Mexicano”, habría de imprimir ESTE ENFRENTAMIENTO, CASI algunos periódicos trigarantes y otros DESCONOCIDO, TUVO INFLUENCIA EN papeles sueltos destinados a la capital– EL DESARROLLO DE LAS y de Cuautitlán, respectivamente. POSTERIORES NEGOCIACIONES QUE Para cumplir los objetivos militares, LLEVARON A LA INDEPENDENCIA. Bustamante preparó una emboscada contra las fuerzas de De la Concha. El 22 y el 23 de julio se desataron combates de baja intensidad desde Cuautitlán hasta Tlalnepantla. Durante el segundo día de lucha, Bustamante persiguió a los enemigos con su caballería, alcanzándoles la retaguardia en el pueblo de San Pedro Barrientos. Para defenderse, De la Concha tomó algunas posiciones donde, por la irregularidad del terreno, no pudieron obrar los caballos trigarantes, de esta manera los virreinales pudieron huir sin grandes pérdidas antes de que llegara Quintanar con la infantería y la artillería. A pesar de que los trigarantes acordaron no continuar la persecución, Bustamante se mostró frustrado ante la imposibilidad de destruir al enemigo: Yo no estoy contento porque aún no hemos tenido la satisfacción de que obren nuestras espadas y bayonetas, pues ni antes de ayer ni ayer he podido lograr que su caballería o algunas guerrillas de infantería se separen un algo del grueso de su fuerza, a pesar de que les he presentado partidas cortas y les he corrido todas las diligencias posibles. (Bustamante a Iturbide, 24 de julio de 1821) El día 25 se desató una nueva acción contra las fuerzas virreinales, cuando a las 6 de la mañana el coronel De la Concha ordenó que 2 550 hombres atacaran Cuautitlán. Quintanar mandó que Bustamante saliera de esa población y se replegara hacia Tepotzotlán. Siguiendo estas instrucciones, el primer punto quedó a merced de los realistas, quienes no dudaron en saquear al pueblo y asesinar a los simpatizantes de la independencia. Durante su repliegue, la fuerza de Bustamante 76 | Revista Azcapotzalco
fue atacada “con fuego de cañón y algunas granadas”, por lo que Quintanar acudió en su auxilio, situándose “en la loma de la hacienda de San Miguel al frente de la posición enemiga, donde me hicieron continuado fuego con granadas, al cual correspondí con la artillería y luego que el señor Bustamante se me incorporó determiné una retirada, por ver si lograba ocasión de que bajasen a un corto plan, campo único donde podía operar nuestra caballería. (Quintanar a Iturbide, 25 de julio de 1821) Al descifrar las intenciones de los independientes, De la Concha se atrincheró en Cuautitlán, donde no pudieron asestarle un golpe contundente. La acción terminó a las 6 y media de la tarde con las tropas trigarantes “algo maltratadas por no haber comido en todo el día.” Quintanar reportó una pérdida de Retrato del Gral. Anastasio Bustamante ca. 1865; dibujo de Cruces y Campa, 1875.
Portada de la Hacienda Santa Mónica, 1918.
COYB.RM.M49.V3.0107
un muerto, dos heridos y dos caballos estropeados, mientras que De la Concha sufrió 5 bajas y algunos heridos, además de una mula muerta que cargaba municiones (Quintanar a Iturbide, 25 de julio de 1821). Tras este enfrentamiento, la división virreinal marchó rumbo a Teotihuacán. Iturbide ordenó seguir a De la Concha “a poca distancia, a retaguardia, aprovechando la oportunidad si se presenta de batirlo y manteniendo la mayor vigilancia y orden en la marcha y noches para precaver una emboscada” (Iturbide a Quintanar, 27 de julio de 1821). El 4 de agosto, la vigilancia trigarante logró ubicar al enemigo por el rumbo de Ixtapaluca. Inmediatamente la 12ª división persiguió a los enemigos hostigándoles la retaguardia hasta el punto del Peñón Viejo, pero lograron escabullirse debido a que el terreno irregular no permitió que la caballería independiente operara de manera adecuada (De Castro a Bravo, 4 de agosto de 1821).
Mapa de Nuevo México y provincias adyacentes, A. Arrowsmith, 1810.
La constante evasión y las fallidas persecuciones contra De la Concha provocaron frustración entre algunos oficiales trigarantes, por ejemplo, el capitán Nicolás Acosta, perteneciente al contingente de Bustamante, expresó el 5 de agosto que en los campos de Tepotzotlán debió haber acabado la única fuerza que sirve de apoyo a Novella: se perdió esta acción y lloré de rabia […] ayer se perdió otro bonito lance y la culpa la sabrá vuestra superioridad luego: cuando llegó la caballería del señor Bustamante a Ixtapaluca, ya Concha llegaba a la calzada de México […] será en mí siempre un dolor constante los bonitos lances que hemos perdido. Nosotros marchamos ahora a Cuautitlán, donde esperaremos con ansias las órdenes de vuestra superioridad para la entrada de México: todos lo deseamos cuanto antes. (Acosta a Iturbide, 5 de agosto de 1821) El 9 de agosto Bustamante opinó que era hora de ocupar los puntos de Guadalupe, Azcapotzalco y Tacuba. Iturbide, cauteloso de una respuesta violenta por parte de Novella, permitió un avance hasta Tlalnepantla y Santa Mónica (Bustamante a Iturbide, 9 de agosto de 1821). Algunos días más tarde, la cautela del Primer Jefe dejó paso a la temeridad, y ordenó estrechar el sitio “con toda la artillería, municiones y todas sus cargas […] por si acaso de México intentasen alguna salida, respecto a que he cortado las contestaciones y roto la hostilidad” (Iturbide a Filisola, 17 de agosto de 1821). El jefe trigarante esperaba que esta medida presionara lo suficiente a Novella para obligarlo a firmar un armisticio, pues hasta ese momento todos los intentos de diálogo habían sido ignorados; aun así, Iturbide prohibió presentar batalla, a menos que se tuviera la certeza absoluta de conseguir la victoria. Revista Azcapotzalco | 77
Mapa del Distrito Federal y el Estado de México, comprendido desde Tlalpan, Tacubaya y Tacuba hasta Tlalnepantla, siglo XIX.
La batalla de Azcapotzalco El cada vez más estrecho cerco provocó que aumentara la tensión entre las fuerzas en pugna. Uno y otro bando elaboraron planes ofensivos que consistían básicamente en emplear una misma táctica: atraer a una partida contraria alejándola lo suficiente del resto de la posición enemiga para entonces destruirla por completo. Durante agosto, Novella contempló la posibilidad de un ataque trigarante, que podría desatarse por el rumbo de San Lázaro o por Chapultepec. De la Concha recibió órdenes de repeler cualquier agresión, especialmente sobre los anteriores puntos (López Cancelada, 2008, “Reservada premura”). Los pronósticos de los realistas fueron erróneos, ya que el 19 de agosto se desató una escaramuza en una zona no contemplada por ninguno de los comandantes, que con el pasar de las horas transmutó en una batalla dentro de Azcapotzalco. Aquel día, las fuerzas de Bustamante y Quintanar se encontraban sobre las haciendas de Santa Mónica, del Cristo y de Careaga en Tlalnepantla. Por la mañana, Anastasio Bustamante envió al capitán Rafael Velázquez con 80 soldados a hacer un reconocimiento por el rumbo de Tacuba, posición que estaba ocupada por las tropas virreinales al mando del sargento mayor Francisco Buceli. Antes de que Velázquez pudiera llegar a su destino, fue interceptado por una avanzada enemiga de 100 hombres con la que sostuvo un tiroteo en las afueras de Azcapotzalco, la cual lo obligó a retroceder a la hacienda del Cristo sin mayores consecuencias. El enfrentamiento comenzó alrededor de las 6 de la mañana (Bustamante a Quintanar, 19 de agosto de 1821). El capitán trigarante Nicolás Acosta, “guiado de su celo”, se dirigió a Tacuba con tropas de las compañías de Celaya, Guadalajara y Santo Domingo para “batirse” con el enemigo. En el camino entre Azcapotzalco y Tacuba se inició de nueva cuenta un tiroteo. Al enterarse de esta situación, salió el coronel Bustamante para “socorrer y retirar aquella pequeña partida, que fue reforzada con un cañón, la caballería y resto de la infantería”. Las tropas independientes retrocedieron hasta Azcapotzalco, 78| Revista Azcapotzalco
donde hicieron alto para atender a los heridos; el capitán Acosta resultó lesionado en el combate (Bustamante a Quintanar, 19 de agosto de 1821). Al escuchar las detonaciones, De la Concha marchó a Tacuba, a donde llegó a las 4 de la tarde, para reforzar a Buceli. Desde Azcapotzalco se replegaron los independientes hacia la hacienda de Careaga. Bustamante reportó que su retaguardia fue atacada estando a punto de llegar a la hacienda. Durante dos horas los virreinales intentaron apoderarse de la posición, pero les fue imposible porque se encontraba bien defendida (López Cancelada, 2008, “Parte de Manuel de la Concha a Novella”). Los trigarantes cargaron contra los contrarios a la espada y bayoneta con las valientes guerrillas de la Sierra de Guanajuato, Príncipe, Frontera, compañías de granaderos de la Corona y Primero Americano, cuyo número ascendería a ciento cincuenta hombres, que reforzados después por otra guerrilla de San Luis y el propio cañón, continuaron la carga sin interrupción hasta meterlos [a los virreinales] en Azcapotzalco. (Bustamante a Quintanar, 19 de agosto de 1821) Los independientes enviaron el resto de sus fuerzas, unos 300 hombres y 200 caballos, pero estos últimos no pudieron operar adecuadamente debido a las dificultades del terreno “cortado por un sin número de zanjas […] y falta de conocimientos de las entradas del dicho pueblo” (Bustamante a Quintanar, 19 de agosto de 1821). Al
caer la noche, el enfrentamiento se recrudeció. De la Concha reportó que “la caballería enemiga habiendo avanzado por el camino real hacia nosotros, lo ejecutó también su infantería por derecha e izquierda a favor de la noche y de las milpas que hacen boscoso el terreno”, por lo que sus tropas se refugiaron en la iglesia, el cementerio y en las “casas más fuertes” (López Cancelada, 2008, “Parte de Manuel de la Concha a Novella”). Los trigarantes ganaron terreno con ayuda de un pequeño cañón de 8 libras, quedando en una posición “a tiro de pistola de la artillería y fuerzas principales del enemigo”. Se sostuvo un tiroteo hasta las 8 de la noche, cuando Bustamante tomó la decisión de retirarse “por falta de municiones y corta fuerza con que nos hallábamos, en un momento y circunstancias en que aquel [el enemigo] constantemente se iba reforzando con nuevas tropas y municiones” (Bustamante a Quintanar, 19 de agosto de 1821). Los informes de la batalla permiten atisbar la importancia que tuvieron las piezas de artillería para los contendientes. El pequeño cañón de los trigarantes quedó atascado en el fango al momento de ordenarse la retirada.
A DOS SIGLOS DE DISTANCIA, La cureña se averío y las mulas para su CONVIENE REPENSAR ESTE transporte fueron asesinadas. Bustamante EPISODIO LOCAL QUE AÚN ordenó a los dragones fieles del Potosí y OTORGA IDENTIDAD A LOS de la Sierra gorda de Guanajuato, compuesHABITANTES DE AZCAPOTZALCO. tos por antiguas partidas insurgentes, que enlazaran el cañón y lo arrastraran. La acción fue inútil, lo único que se consiguió fue la muerte del capitán Encarnación Ortiz, el Pachón, quien cayó al pie de la pieza, junto con otros tantos de sus compañeros. Por otra parte, los virreinales fueron reforzados con un pequeño cañón que logró mantener a raya a los independientes, impidiendo que Bustamante se hiciera con el control de Azcapotzalco. Sobre la muerte de Ortiz, Bustamante expresó:
esta pérdida es la que más ha herido mi sensibilidad […] ¡ojalá que el balazo que recibí en mi chaqueta hubiera penetrado mi carne para igualar mi suerte con la del compañero! pero esto me hubiera sido más grato y menos sensible. (Bustamante a Iturbide, 22 de agosto de 1821) Mientras los independientes se retiraban –alrededor de las 9 y media de la noche–, De la Concha se replegó al pueblo de Tacuba, dejando a Buceli sobre Azcapotzalco. El comandante trigarante calculó que la pérdida del enemigo fue de 400 hombres, mientras que su división tuvo sólo 100 bajas, mientras que el jefe realista reportó la muerte de 156 hombres y 32 caballos (Gaceta Extraordinaria del Gobierno de México, 23 de agosto de 1821). En términos militares, el ejército de las tres garantías no logró nada con la batalla de Azcapotzalco. Las fuerzas independientes desobedecieron las órdenes de Iturbide y arriesgaron mucho –incluso la vida del coronel Bustamante estuvo en peligro– a cambio de nada, pues no se avanzó en la posición, no se capturó a De la Concha, ni su división fue destruida. Por otra parte, los virreinales obtuvieron una victoria insípida, que sirvió únicamente como propaganda en la Gaceta del Gobierno de México, publicación oficialista del gobierno virreinal. Entrada del casco de la ex Hacienda Careaga, después conocida como El Rosario.
Bustamante expresó que la acción fue innecesaria, pero una vez iniciada no quedó más que defender el honor del pabellón, “nos fue preciso decidirnos a morir, antes que sufrir la ignominia de que nos hicieren correr y de que nos matasen aún más gente en una fuga desordenada” (Bustamante a Iturbide, 22 de agosto de 1821). Por su parte, Iturbide lamentó el desafortunado enfrentamiento y estimó que la pérdida de unos 400 hombres, de una y otra parte, fue el resultado de “que la indiscreción de media docena de corazones insanos y sin ideas exactas haya causado la pérdida de esos infelices sin producir bien por parte alguna. No, no haré celebrar con demostraciones de júbilo esta victoria, aunque creo que influirá para abrir un poco los ojos a los obcecados.” (Iturbide a Juan O’Donojú, 16 de agosto de 1821) Los mandos trigarantes buscaron a quién culpar por la derrota en Azcapotzalco. Bustamante escribió que el responsable de haber iniciado el desencuentro fue el capitán Nicolás Acosta: “Por fin la imprudencia y las locuras de Acosta, nos constituyeron en el compromiso de empeñar una acción en un terreno en que no se debía haber dado” (Bustamante a Iturbide, 22 de agosto de 1821). Sin embargo, esta no fue la primera queja en caer sobre este personaje. Desde el 7 de agosto, Bustamante pidió el trasladó de Acosta a otra división, “debido a que se ha hecho odioso entre todos los compañeros, incitándolos y desafiándoles porque cree con bastante equivocación no hay otro más valiente que él” (Bustamante a Iturbide, 7 de agosto de 1821). Después de la batalla, Acosta quedó en calidad de “herido inutilizado para acción de guerra”, por lo que se le concedió un retiro con goce de todo su sueldo y se le trasladó a San Luis Potosí (Acosta a Iturbide, 12 de septiembre de 1821). Iturbide otorgó premios y ascensos a los participantes de la acción del 19 de agosto. A los oficiales se les obsequió un escudo “en campo verde con
este lema ‘Se distinguió en la brillante acción de 19 de agosto de 1821’”; los heridos recibieron otro “en campo rojo y con el lema: ‘Vertió su sangre por la libertad de México en 19 de agosto de 1821’”; mientras que el resto de la tropa obtuvo un distintivo “en campo blanco con esta inscripción: ‘Acción victoriosa por la felicidad de México 19 de agosto de 1821’” (Iturbide a Quintanar, 31 de agosto de 1821). Por otra parte, el gobierno de Novella también dio numerosos ascensos, que ocuparon varias páginas de la Gaceta publicada el 5 de sepiembre. Entre ellos, se obsequió una medalla con la leyenda “Firmeza en Etzcapuzalco” y en el revés “19 de agosto de 1821” (Gaceta del Gobierno de México, 5 de septiembre de 1821). La acción de Azcapotzalco demostró a los virreinales que difícilmente podrían soportar otro combate a esa escala. Después del 19 de agosto, el ayuntamiento de México anunció que los hospitales, como el de San Hipólito, el de Belén y el hospital real, estaban
“Mujeres ayudando a enfriar un cañón de los insurgentes” en Vistas de Méjico y trajes civiles y militares y de sus pobladores entre 1810 y 1827, acuarela de Theubet de Beauchamp.
rebasados por la cantidad de heridos. Además, se registraron numerosas deserciones entre la guarnición realista. Al respecto, el coronel Bustamante expresó que muchos de los enemigos se inclinaban ya por la capitulación, lo cual es sintomático de un ejército desmoralizado. Epílogo La relevancia militar de la batalla de Azcapotzalco radica en haber quebrado la moral de las tropas realistas, pues se dieron cuenta de la imposibilidad de resistir a los independientes por mucho más tiempo. Como paliativo ante la desmoralización de sus tropas, Novella otorgó recompensas y ascensos a todos los que participaron en la acción, aunque estos premios fueron desconocidos posteriormente por las autoridades europeas. La acción del 19 de agosto de 1821 marcó el fin de la vía militar. En vez de ordenar un asalto general contra la ciudad de México, Iturbide optó por la negociación y la conciliación. El arribo a Veracruz de Juan O’Donojú –el 1 de agosto– fue clave en esta última fase de la campaña trigarante. La firma del Tratado de Córdoba, el 24 de agosto, suprimió la razón de ser del gobierno de Novella. Los supuestos defensores de la capital se convirtieron entonces en sublevados, pues desconocieron la autoridad del recién llegado Capitán General. Tras una serie de ríspidos intercambios epistolares entre O’Donojú y Novella, en donde no faltaron amenazas y denuncias, el último accedió a dialogar mediante comisionados con las autoridades trigarantes. Así, el 7 de septiembre, representantes de los bandos en pugna firmaron un armisticio en la hacienda de San Juan de Dios de los Morales, acordando un cese al fuego por seis días y la paralización de todos los movimientos de tropas. El día 13, Novella aceptó entrevistarse personalmente con O’Donoju y con Iturbide en la hacienda de la Patera. En los días posteriores a esta reunión, el militar golpista reconoció que O’Donojú era el legítimo jefe Político y Capitán General del reino, por lo que se sometió a sus órdenes y aceptó evacuar la ciudad para que las fuerzas trigarantes
Detalles de la Gaceta Extraordinaria del Gobierno de México, 23 de agosto de 1821.
pudieran ocuparla. El 23 de septiembre, Novella salió de la capital al frente de las fuerzas leales al régimen español. Tras una breve estancia en Toluca, marcharon para Veracruz donde algunos se embarcaron para España y otros se unieron a las fuerzas acuarteladas en San Juan de Ulúa. De esta manera, el ejército trigarante entró a la ciudad de México el día 27, cerrando así una campaña militar que en solo siete meses pudo controlar a la “América septentrional”. Al día siguiente se firmó el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, que puso fin a once años de guerra civil y dio inicio a una nueva etapa para la nación mexicana. Los ecos de la batalla de Azcapotzalco continuaron vivos en las siguientes décadas de vida independiente. Durante uno de los periodos presidenciales de Antonio López de Santa Anna, en 1853, se decidió renombrar a la población como “Villa de Bustamante y Quintanar”, rindiendo homenaje a ambos comandantes. No está de Revista Azcapotzalco | 81
ACCIÓN DE GUERRA ENTENDIÉNDOLA COMO PARTE DE UN PROCESO POLÍTICO-MILITAR QUE PUSO FIN A UNA GUERRA CIVIL QUE DURÓ CASI ONCE AÑOS.
más señalar que estos tres militares fueron miembros de una misma generación de hombres de armas, formados y forjados durante la guerra de independencia; todos militaron bajo las filas del realismo, y durante la coyuntura de 1821 se adhirieron al Plan de Iguala. Por lo tanto, no es difícil comprender que Santa Anna buscara consolidarse políticamente a través de sus glorias pasadas, exaltando y recordando su participación, y la de sus antiguos compañeros en el episodio fundacional de nuestra nación.
Referencias Acosta a Iturbide, 5 de agosto de 1821, Texcoco, AHSDN, XI/481.3/175, f. 6-8. Acosta a Iturbide, 12 de septiembre de 1821, Santa Mónica, AHSDN, XI/481.3/175. Bustamante a Parres, 20 de julio de 1821, Cuautitlán AHSDN, XI/481.3/1846, f. 106 y 107. Bustamante a Iturbide, 24 de julio de 1821, Tepotzotlán, AHSDN, XI/481.3/1846, f. 109 y 110. Bustamante a Iturbide, 7 de agosto de 1821, Cuautitlán, AHSDN, XI/481.3/1846, f. 125 y 126. Bustamante a Iturbide, 9 de agosto de 1821, Cuautitlán, AHSDN, XI/481.3/1846, f. 127. Bustamante a Quintanar, 19 de agosto de 1821, en Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la revolución mexicana, comenzada en 15 de septiembre de 1810 por el ciudadano Miguel Hidalgo y Costilla, edición facsimilar, tomo V, México, Instituto Cultural Helénico / Fondo de Cultura Económica, 1985, p. 236. Bustamante a Iturbide, 22 de agosto de 1821, Santa Mónica, AHSDN, XI/481.3/1846, f. 143 -145. De Castro a Bravo, 4 de agosto de 1821 a las 9 de la noche, Texcoco, AHSDN, XI/481.3/98, f. 104 y 105; Bustamante a Iturbide 5 de agosto de 1821 a las 6 de la mañana, Texcoco, AHSDN, XI/481.3/1846, f. 123 y 124. Gaceta Extraordinaria del Gobierno de México, 23 de agosto de 1821. Gaceta del Gobierno de México, 5 de septiembre de 1821.
Plano de las medidas ejecutadas para la demarcación del Distrito Federal con los pueblos, haciendas y ranchos que comprendía, s. XIX.
CHIS.EXP.M12.V3.0060
HABRÍA QUE REINTERPRETAR ESTA
Gómez Pedraza, M. (1831). Manifiesto, que Manuel Gómez Pedraza, ciudadano de la República de Méjico, dedica a sus compatriotas; o sea una reseña de su vida pública, Nueva Orleans, imprenta de Benjamín Levy, p. 8 y 9. Iturbide a Bustamante, 14 de julio de 1821, Arroyo Zarco, Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional (en adelante AHSDN), XI/481.3/1846, f. 91. Iturbide a Quintanar, 14 de julio de 1821, en La correspondencia de Agustín de Iturbide después de la proclamación del Plan de Iguala, volumen 1, advertencia e introducción de Vito Alessio Robles, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1945, p. 34 y 35. Iturbide a Quintanar, 27 de julio de 1821 Cholula a la 1 de la tarde, en La correspondencia de Agustín de Iturbide después de la proclamación del Plan de Iguala, volumen 1, advertencia e introducción de Vito Alessio Robles, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1945, p. 44.
Iturbide a Filisola, 17 de agosto de 1821 a las 5 de la tarde, Texcoco, en La correspondencia de Agustín de Iturbide después de la proclamación del Plan de Iguala, volumen 1, advertencia e introducción de Vito Alessio Robles, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1945, v. 1, p. 197. Iturbide a O’Donojú, 16 de agosto de 1821, Orizaba, AHSDN, XI/481.3/1842, f. 7. Iturbide a Quintanar, 31 de agosto de 1821, Puebla, en La correspondencia de Agustín de Iturbide después de la proclamación del Plan de Iguala, volumen 1, advertencia e introducción de Vito Alessio Robles, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1945, v. 1, p. 66-69. López Cancelada, J. (2008). “Reservada premura”. En Sucesos de Nueva España hasta la coronación de Iturbide, estudio introductorio y notas de Verónica Zárate Toscano, México, Instituto Mora, 2008, p. 441. “Parte de Manuel de la Concha a Novella” en López Cancelada, Sucesos de Nueva España hasta la coronación de Iturbide, estudio introductorio y notas de Verónica Zárate Toscano, México, Instituto Mora, 2008, p. 452. “Parte de Manuel de la Concha a Novella” en López Cancelada, Sucesos de Nueva España hasta la coronación de Iturbide, estudio introductorio y notas de Verónica Zárate Toscano, México, Instituto Mora, 2008, p. 452. Quintanar a Iturbide, 24 de julio de 1821, Tepotzotlán, en La correspondencia de Agustín de Iturbide después de la proclamación del Plan de Iguala, volumen 1, advertencia e introducción de Vito Alessio Robles, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1945, v. 1, p. 42 y 43. Quintanar a Iturbide, 25 de julio de 1821, Tepotzotlán, en La correspondencia de Agustín de Iturbide después de la proclamación del Plan de Iguala, volumen 1, advertencia e introducción de Vito Alessio Robles, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1945, p. 31 y 32. La correspondencia.
Entrevista de los señores generales O'Donojú y Novella con las Tres Garantías de Agustín de Iturbide. Obra anónima, S. XIX.
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Azcapotzalco: la última batalla por el virreinato por Joaquín E. Espinosa Aguirre
D O S I E R
En agosto de 1821 el primer jefe Trigarante, Agustín de Iturbide, se dirigió a la provincia de Veracruz para entrevistarse con el último capitán general y jefe político superior del virreinato, Juan de O’ Donojú para firmar los célebres Tratados de Córdoba, en donde se daría nombre al nuevo reino independiente: Imperio mexicano.
La firma de los Tratados de Córdoba abriría una posibilidad que no existía en el Plan de Iguala, consistente en que, ante la renuncia de los miembros de la familia Borbón para gobernar el país independiente, podría hacerlo “el que las cortes del imperio designaren”, es decir, que recaería en el congreso mexicano la elección del que debía gobernar el imperio. Mientras esto sucedía en el oriente, desde el 26 de julio las fuerzas libertadoras se habían dirigido a las cercanías de Cuautitlán, Tepotzotlán y Tlalnepantla, al norte de la ciudad de México. Ahí debían esperar mientras se recibían indicaciones por parte de Iturbide. Se había de sitiar la ciudad, que estaba defendida por Manuel de la Concha, para rendirla sin derramamiento de sangre y con la mayor diplomacia posible, pues sus fuerzas seguían siendo numerosas, compuestas por los batallones de Murcia y Castilla, los cazadores de la Reina y un escuadrón de Fieles del Potosí, todos al mando del sargento mayor Francisco Buceli, quien además contaba con un cañón de a ocho y un obús.
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Todo parecía controlado, hasta que el 19 de agosto las tropas trigarantes, al mando de Luis Quintanar y Anastasio Bustamante, realizaron un reconocimiento de las inmediaciones de Tacuba, a través del capitán Rafael Velázquez junto con 80 patriotas, donde se enfrascaron en un ligero tiroteo. No obstante, todo se intensificó a la una de la tarde cuando una columna
Este artículo es ilustrado con la obra de Román Rivas.
de infantería conformada por elementos de Celaya, Guadalajara y Santo Domingo, a órdenes de Felipe Codallos, penetró en el pueblo de Azcapotzalco sin previa orden, ocupando una parte del puente de Clavería, entre aquel poblado y Tacuba. Buceli adelantó a sus músicos del batallón de Murcia, en tanto que el ayudante de Bustamante, Nicolás Acosta dio orden de romper el fuego, resultando herido él y otro elemento de Celaya. Las fuerzas se mantuvieron en el puente, que fueron reforzadas por un cañón y elementos de tropa, no obstante, la indicación de Iturbide a Bustamante fue la de retirarse para evitar la innecesaria efusión de sangre. Pero ya se acercaba Concha desde Tacubaya, acompañado de elementos de Toluca, Pachuca y Tlanepantla, arribando a las 4 de la tarde junto con un cañón de a 8. Ante la llegada de tropas virreinales, los trigarantes se replegaron sobre la hacienda de Careaga, donde Concha los fue a alcanzar y combatir, sin embargo, la suerte estuvo con Bustamante, quien cargó con los granaderos de la Corona en tanto que a Concha se le embaló el cañón con que los estaba atacando, teniendo que retirarse con su caballería al cementerio de la parroquia de Azcapotzalco. Llegó a su alcance Bustamante, pero sus jinetes se vieron afectados por estar en temporada de lluvias, por lo que el camino estaba sin poder usar y solo se obstruía el actuar de los elementos de infantería. La noche caía sobre el poblado, y la oscuridad comenzaba a cubrir la contienda. Bustamante colocó un cañón de a 8 en la plazuela inmediata del cementerio, en tanto que el enemigo se había trasladado entre las azoteas y disparaban vivamente sobre los defensores. Al ver el coronel que eran infructuosos sus esfuerzos, ordenó retirarse de la iglesia y recuperar el cañón dispuesto, a lo que se aventuró el arrojado y valiente Encarnación Ortiz, mejor conocido como el Pachón, ex insurgente indultado en 1820 y sumado a las fuerzas virreinales del bajío, quien fue alcanzado por un balazo del enemigo y cayó muerto (Bustamante, p. 235-237). No quedaba más que retirarse, pues las balas se habían acabado y los refuerzos virreinales estaban en camino: ambos se proclamaron vencedores, pero las fuerzas de Concha fueron las que se mantuvieron en el campo de Azcapotzalco, abandonándolo al día siguiente, 20 de agosto. Ese fue el último enfrentamiento armado de la guerra, previo a la marcha victoriosa. Lucas Alamán refiere que se trató de una escaramuza innecesaria, donde murieron sin justificación 150 elementos virreinales y alrededor de 650 trigarantes, cifra que consideraba muy exagerada en el parte de Concha (Alamán, 188-190). A consecuencia de la batalla, el virrey le retiraría el mando de las fuerzas a este oficial español, y recaería en última instancia en el criollo José Gabriel de Armijo, quien retiró los contingentes hacia el hospicio de Santo Tomás.
LA ESTANCIA DE JUAN DE O’ DONOJÚ EN EL PUERTO, AL QUE HABÍA LLEGADO A FINALES DEL MES DE JULIO, RESULTARÍA FATAL A SU SALUD Y LA DE DOS SOBRINOS QUE LO ACOMPAÑABAN Y MURIERON.
Los trigarantes se reunieron en Tacubaya, para concentrar ahí los destacamentos que entrarían triunfales a la ciudad de México en los siguientes días. Quedaba solo pendiente la renuncia del golpista virrey Francisco Novella, para dejar en manos de O’ Donojú la autoridad virreinal. Para ello, se concertó una reunión en el mes de septiembre en la hacienda de la Patera, donde aquél depuso la resistencia, a cambio de una honrosa y pacífica liberación del sitio de México. Con ello, se daba por terminada la contienda entre ejércitos enemigos, y se abría la puerta para que las fuerzas trigarantes ingresaran triunfales a México, el 27 de septiembre de 1821, cumpleaños número 38 del libertador Agustín de Iturbide. La libertad estaba por conseguirse, y al día siguiente, se firmaría su Acta de independencia. Alamán, L., (). Historia de México, tomo V. Bustamante, C., (). Cuadro histórico tomo V.
¿Una Inquisición disimulada?
Establecimiento y actividad de la Junta Eclesiástica de Censura del Arzobispado de México, 1820-1850
D O S I E R
por Mtro. José Luis Quezada Lara Estudiante del Doctorado en Historia en el Colegio de México
Tras la supresión definitiva de la Inquisición de México se instauró en el país un tribunal eclesiástico que trató de dar continuidad a sus actividades, en un anhelo por conservar una forma autoritaria, combativa e intolerante de entender a la Iglesia y a la religión católica, contraria a la tolerancia y apertura hacia otros cultos.
Retrato de José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) publicado por J. Ballescá y Compañía en la edición del Periquillo Sarniento de 1897. 86 | Revista Azcapotzalco
I El 25 de febrero de 1822, tiempo después de la abolición definitiva de la Inquisición de México y de la consumación de la independencia de México, Joaquín Fernández de Lizardi fue notificado de que la Junta Eclesiástica de Censura del Arzobispado de México lo había excomulgado. Esta institución lo sancionó por la publicación de su folleto Defenza de los francmasones, impreso que cuestionaba dos bulas papales que proscribían la masonería y, a decir de El Pensador, predisponían a la población contra el primer Congreso Mexicano. En el dictamen que examinó su impreso podía leerse la desaprobación del clero del Arzobispado. Su folleto, indicaba, es “notoriamente erróneo; sospechoso de herejía, escandaloso, ofensivo de oídos piadosos, temerario, injurioso a las autoridades tanto civiles como eclesiásticas del estado, y también fautor del cisma y del indiferentismo sobre religiones o sectas” (Fernández de Lizardi, 1822). El mismo día, dos eclesiásticos le informaron que su folleto estaba siendo procesado por la Junta Eclesiástica de Censura del Arzobispado y que a partir de ese momento tenía 8 días para presentar su defensa en el Palacio Episcopal. Para dicho fin, le entregaron una copia de su expediente con la calificación de su impreso y una copia del edicto que lo excomulgó. También se le informó que la Junta del Arzobispado solicitó al gobierno imperial que contuviera la circulación de impresos prohibidos y heréticos, entre los que estaban sus folletos. Para pesar suyo, la noticia de su excomunión se dio a conocer muy rápido. Por orden del provisor del Arzobispado y presidente de la Junta Eclesiástica, José Félix
Litografía del Antiguo Arzobispado de Luis Garcés en México pintoresco, artístico y monumental, de Manuel Rivera Cambas, 1883.
FERNÁNDEZ DE LIZARDI PUBLICÓ VARIAS DECENAS DE FOLLETOS EN LOS QUE SEÑALÓ QUE LA JUNTA ECLESIÁSTICA DE CENSURA ERA UNA SUERTE DE INQUISICIÓN DISIMULADA.
Flores Alatorre, se fijaron rótulos en los canceles de la catedral y en los parajes públicos de la Capital, se imprimió en los periódicos su excomunión y esta fue tema de las hablillas populares. Cabe imaginar la sorpresa de El Pensador cuando supo que por su folleto Defenza de los francmasones el tribunal de censura del Arzobispado lo excomulgó y le iba a seguir un proceso judicial. También puede suponerse el temor del periodista al ser víctima del vuelco autoritario de la Iglesia. En el México de 1822, la aplicación de esta pena no era un asunto menor. Esta se
imponía a quienes contravenían los mandatos de la Iglesia. Consistía en la privación de los sacramentos y demás beneficios espirituales y eclesiásticos. Asimismo, suponía la marginación del orden religioso y social, siendo la condena a la muerte eterna lo que más preocupaba a los católicos de entonces (“Excomunión”, 1998). Por ser un excomulgado vitando1 fue rechazado por la sociedad. Los letrados y procuradores de la capital le negaron los trámites para la solicitud del recurso de fuerza ante la Audiencia Territorial. Los impresores de la ciudad también se negaron a publicar sus impresos y tener tratos comerciales. Y la Iglesia, en tanto que no se arrepintiera y pidiera perdón, también lo despreció. A pesar de lo anterior, Lizardi rechazó los caminos institucionales que le ofrecía la Iglesia y puso su caso en manos del foro en que más confiaba: la opinión pública. Tras ser desatendido por el Congreso Mexicano, el emperador y la Audiencia Territorial, instituciones que no le otorgaron el recurso de fuerza que solicitó y se negaron a confrontar a la Iglesia, Lizardi tomó la defensa en sus manos. Entre abril y diciembre de 1822, publicó varias decenas de folletos en los que señaló que la Junta Eclesiástica de Censura del provisor Flores Alatorre era una nueva Inquisición o una suerte de Inquisición disimulada. Incluso, confiado de su estrategia, fijó en las esquinas de la ciudad varios carteles en los que desafió a sus excomulgadores y los retó a un debate público en la Universidad. Sin embargo, nada de esto sirvió. Sus acciones fueron objeto de burlas, rumores, intercambios, y hablillas. En la calle y en los impresos, se convirtió en
“Hombre con quien no se podía lícitamente tratar ni comunicar en aquellas cosas que se prohibían por la excomunión mayor.” (Excomulgado vitando, s.f.).
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objeto de ataques y deshonra, por lo que su caso se tornó en una suerte de linchamiento mediático incontenible. Cabe imaginar el desconcierto del Pensador al darse cuenta de que el terreno del espacio público, su arena política de discusión, también comenzaba a estrecharse. Bajo ese contexto podría explicarse que pusiera fin al asunto a finales de 1823 y suplicara por la misericordia de la Iglesia. A pesar de los cuestionamientos a su excomunión, quizá pesó en él pensar que tras un año de estar excomulgado su alma se perdería. O quizá, más allá de la fe, su arrepentimiento pudo haber sido provocado por el agotamiento que le causó el hostigamiento y la violencia de la Iglesia y la sociedad, así como la falta de instituciones civiles capaces de controlar a la jerarquía eclesiástica y su actividad censora. El 29 de diciembre de 1823, Lizardi renunció a su defensa y le hizo llegar la siguiente carta al provisor:
Como llegó a suceder en tiempos de la extinta Inquisición, pareciera que más allá de una cuestión religiosa, el meollo del asunto estuvo en el reconocimiento de autoridad, en la sumisión y adhesión que debía otorgar El Pensador a la Iglesia. El 29 de diciembre de 1823 el provisor levantó la censura y excomunión contra Lizardi. Y días más tarde se publicó en el Águila Mexicana el decreto de absolución de la Junta de Censura (“Decreto de absolución”, 1823). En ese sentido, no bastaba que el periodista se arrepintiera y fuera humillado. También era importante darlo a conocer públicamente por medio de la prensa y que todos lo supieran, como solía hacerlo el extinto Santo Oficio con sus autos particulares de fe.
yo con buena fe de mi propia voluntad sin sugestión ni persuasión alguna, y sólo por manifestar delante de Dios y de los hombres mi docilidad y adhesión a la Iglesia Católica y a la autoridad eclesiástica, renuncio y prescindo para siempre del citado recurso de fuerza y de cualesquiera otro que tenga relación a dicha excomunión y antes bien, con el testimonio de mi conciencia que me asegura que no protejo la secta reprobada por los sumos pontífices, ni fue mi animo jamás de protegerla por más que así se haya creído por las expresioII nes de dicho impreso, hago formal declaración de que ni es ni ha sido ni será El proceso que siguió el provisor José jamás mi ánimo el aprobar ni defender de modo alguno lo que la Iglesia Félix Flores Alatorre contra Joaquín repruebe y haya reprobado. Y por lo mismo detesto cualesquiera cosas que Fernández de Lizardi por medio de la pueda sonar mal en mis escritos y en el citado impreso de francmasones en cuanto se opusieron al espíritu de declaraSegunda página de “Segunda defensa de los francmasones ciones y prohibiciones de la Iglesia católica y de su pública por El pensador mejicano”, publicado en 1822. legítima autoridad. En tal concepto hago el gustoso sacrificio de mi propia opinión, y aún de mi vida si fuere menester porque queden ilesos los dogmas católicos y respetada en toda la tierra la autoridad visible de la Iglesia, en consecuencia de todo y con este saludable objeto no sólo hago esta formal declaración y renuncia de todo reclamo, derecho, defensa y recurso, en el particular; sino que deseo y quiero expresamente que cese y no se determine el citado recurso de fuerza y que sin esperarse a su resolución tenga V.S. la bondad de mandar que inmediatamente o se me alce en absoluto la excomunión que antes se alzó sólo ad reicidentiam, o que V.S. se sirva declarar que por esta mi nueva petición y por haber cesado con mi renuncia el punto pendiente de fuerza, quedo ya enteramente absuelto o autorizado el comisionado anterior para que de nuevo me absuelva. Joaquín Fernández de Lizardi. (Fernández de Lizardi, 1824) 88 | Revista Azcapotzalco
UN ELEMENTO QUE CARACTERIZÓ LA
instauró su Tribunal protector de la religión y siguió causas de fe y censuró libros ACTIVIDAD DE ESTA INSTITUCIÓN FUE en ausencia del Santo Oficio, entre 1813 y 1814 (Quezada, 2016). Sin embargo, LO SELECTIVO DE SU EJERCICIO sobre las Juntas Eclesiásticas o Diocesanas se desconoce prácticamente todo, no CONTRA LOS INDIVIDUOS VINCULADOS obstante que funcionaron desde su instauración en 1820 hasta 1850. A pesar de CON EL MUNDO EDITORIAL. los cambios políticos y sociales por los que atravesó el país, en su actividad se observa el anhelo de conservar una forma autoritaria de entender a la Iglesia y a la religión, una suerte de catolicismo autoritario, combativo e intolerante, contrario a Junta Eclesiástica de Censura del la tolerancia y apertura hacia otros cultos.2 Arzobispado de México, entre 1822 y Su estudio permite apreciar la forma en que la censura eclesiástica, postin1824, muestra que tras la supresión quisitorial, se desarrolló, mutó y adaptó en el México republicano. Su relación definitiva de la Inquisición de México con las autoridades civiles fue tensa porque estas no siempre estuvieron de se instauró en el país un tribunal ecleacuerdo ni se comprometieron con la forma en que se debía cuidar la fe en la siástico que trató de dar continuidad a primera mitad del siglo XIX, no obstante, la exclusividad confesional como sus actividades (Torres puga, 2004) (Torres Puga y Quezada, 2021). Es cier- principio constitutivo del país. Un elemento distintivo de su actividad fue su oposición y persecución a la literatura producida por los periodistas, hombres to que cuando se suprimió por primera de letras, sobre todo de folletos e impresos de formato pequeño, razón por la vez a la Inquisición en Nueva España el que el libro fue perdiendo el interés de los censores. En lugar de arzobispo Antonio de Bergosa y Jordán una actividad regular, como la que ejercía el Santo Oficio en su Pésame que El Pensador Mejicano da al Excelentísimo práctica cotidiana, la censura de la Junta Eclesiástica se volvió Señor Generalísimo de las Armas de América D. Agustín de menos frecuente y tuvo la finalidad de mostrar su fuerza en Iturbide en la muerte del Excmô. Sr. Don Juan de O’Donojú. Imprenta Imperial de D. Alejandro Valdés, 1821. ocasiones en las que consideró que la Iglesia corría peligro, mediante la prohibición de impresos y sobre todo con la excomunión como castigo ejemplar. El marco jurídico que definió las competencias y objetivos de esta institución se compuso de distintas reglamentaciones. Las primeras, proceden de España. Entre estas se cuenta el Decreto sobre la abolición de la Inquisición y establecimiento de los tribunales protectores de la fe de febrero de 1813 y el edicto e instrucciones del arzobispo de Toledo, Luis María de Borbón, para la censura y juicio religioso de los libros y para la formación y seguimiento de las causas de fe. Las segundas, proceden de México. Entre estas se cuenta un decreto de Agustín de Iturbide contra libros irreligiosos, del 27 de septiembre de 1822, y los edictos que promulgaron los provisores y Cabildo Eclesiástico del Arzobispado de México (Disposiciones legales y otros documentos relativos a la prohibición de impresos por la autoridad eclesiástica mandados publicar de orden del Supremo Gobierno, 1850).
El conjunto de esos documentos reguló la actividad de la Junta Eclesiástica y le dio fundamento jurídico porque consignó los procedimientos y pautas que debía seguir para procesar causas de fe y censurar libros. Aunque sus objetivos fueron los mismos que los del 2 Cuando se redactó este borrador se publicaron los interesantes estudios de Pablo Mijangos sobre esta institución. Véase: “La imposible protección de la fe católica: censura eclesiástica y libertades constitucionales en el México republicano”, Entre Dios y la República. La separación Iglesia-Estado en México, siglo XIX, México, CIDE/Tirant lo Blanch, 2018; “La república católica y el difícil camino a la secularización del derecho en México”, en José Ramón Cossío, Pablo Mijangos, Erika Pani, (Coords.), Derecho y cambio social en la historia, México, El Colegio de México, 2019, pp. 79-101.
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Litografía del Antiguo Arzobispado de Luis Garcés en México pintoresco, artístico y monumental, de Manuel Rivera Cambas, 1883.
Santo Oficio, perseguir delitos de fe y prohibir impresos contrarios a la religión católica, jurídicamente las Juntas fueron diseñadas para cumplir sus tareas de manera distinta. Se buscaba que no fueran despóticas, como suponían era el Santo Oficio. Sin embargo, en México ese ideal no pudo cumplirse porque pervivió una suerte de espíritu inquisitorial en sus prácticas, aunque es verdad que las autoridades civiles las contuvieron la mayoría de las veces (Quezada, 2020). La historia de la Junta Eclesiástica de Censura del Arzobispado de México puede estudiarse a partir de los eclesiásticos que la presidieron. Distingo 5 etapas de su actividad. La primera, bajo la dirección del arzobispo Pedro Fonte, quien la instauró, nombró a sus primeros integrantes, la presidió, pero la abandonó poco después de fundarla, por lo que su actividad
apenas si puede documentarse. Se negó a procesar el impreso intitulado, El Noticioso General, núm. 715, de julio de 1820. Fuera de ese caso, es nulo lo que se conoce sobre su actividad. Aunque esta se moderó, sobre todo hacia los impresos que propugnaban el constitucionalismo. La segunda, bajo la dirección del provisor José Félix Flores Alatorre, quien le imprimió un carácter cuasi inquisitorial y autoritario a su actividad censora. La presidió hasta su muerte, en 1824. Se caracterizó por combatir los folletos de Fernández de Lizardi y todo lo relativo a la mazonería, por medio de edictos y excomuniones. Como ya se explicó, entre 1822 y 1824, prohibió y excomulgó a El Pensador Mexicano por su impreso Defensa de los Francmasones. Durante el mismo periodo, procesó y proscribió más impresos de El Pensador, pero en secreto. La tercera, bajo la dirección del ex inquisidor y nuevo provisor del Arzobispado, José María Bucheli, quien nombró a Ciro de Villaurrutia, canónigo de la Catedral, como presidente de la Junta. Su actividad se desarrolló entre 1824 y 1828, fue contrastante porque tuvo un sesgo inquisitorial, pero al mismo tiempo aceptó los cambios políticos y sociales derivados de la independencia y de la abolición del tribunal, pues levantó las prohibiciones a varios libros proscritos por el extinto Santo Oficio. La cuarta, bajo la dirección del Cabildo Catedral del Arzobispado y del provisor Bucheli, no es tan claro cómo se desarrolló su actividad, pero pudo haber sido entre 1828 y 1838. Se tiene constancia de que proscribió biblias procedentes de Estados Unidos e incluso imágenes. Su caso más famoso fue el que siguió contra Vicente Rocafuerte por su Ensayo sobre la tolerancia. No obstante, la poca eficacia y limitaciones de esa institución, también prohibió el uso de máscaras y bailes en los
LA JUNTA ECLESIÁSTICA DE CENSURA NO SE INTERESÓ EN PERSEGUIR DELITOS DE FE Y EL ESTADO NO RESPALDÓ SUS ACTIVIDADES.
carnavales bajo pena de excomunión. Durante la gestión episcopal del arzobispo Manuel Posada (1839-1846), la Junta Eclesiástica suspendió sus actividades por disposición del prelado, aunque la prohibición de libros siguió efectuándose bajo su autoridad. Y la quinta, bajo la dirección del vicario capitular del Arzobispado, el canónigo José María Barrientos, quien fue su primer secretario en tiempos del arzobispo Fonte y que, como gobernador de la mitra, entre sus primeros actos de gobierno estuvo la reinstauración de ese tribunal. Su actividad se caracterizó por ir contra los periodistas liberales y los impresos protestantes. Entre su actividad se cuenta la prohibición de varios calendarios cívicos, supuestamente porque atacaban y ridiculizaban
a la religión católica. Su caso más famoso fue el que siguió contra el editor de El Monitor Republicano, Vicente García Torres, por la edición que preparó del Best-Seller más famoso de la época, Los Misterios de la Inquisición. Su actividad se desarrolló hasta febrero de 1851, cuando Lázaro de la Garza y Ballesteros ocupó el cargo de arzobispo de México. III La Junta Eclesiástica de Censura tuvo una actividad poco regular e imposible de sostener. Su deseo de proteger la fe, como en tiempos de la Inquisición de México, fue más una expectativa que una realidad. Baste recordar que esta institución nunca existió de manera fija como el tribunal del Santo Oficio. No contó con un edificio propio, ni con un personal constituido. Al parecer, tampoco se interesó en perseguir delitos de fe. Y el Estado no respaldó sus actividades. Hasta donde he observado, sus integrantes sesionaban en alguna sala del palacio arzobispal, se supone que debían hacerlo 2 veces por semana, como lo disponían las instrucciones del arzobispo de Toledo, pero tal parece que se reunieron cada que la situación lo ameritaba. Sobre todo, cuando los textos que circulaban eran ofensivos para la Iglesia y el hecho reclamaba su censura. Durante el tiempo en que estuvo vigente, la Junta siempre se reunió para censurar y prohibir los relativos a la tolerancia religiosa. De ese modo, a pesar del avance secular y el tolerantismo de mediados del siglo XIX, la Iglesia contó con mecanismos para hacer notar que seguía ahí, no con la misma presencia y fuerza que tuvo la extinta Inquisición de México, pero sí para mostrar que podía ser un contrapeso importante en la vida institucional y en la opinión pública. Sobre todo, jugando un papel activo a contrapelo del tolerantismo y la secularización, tal como lo constató Joaquín Fernández de Lizardi, entre 1822 y 1824. Referencias “Decreto de absolución”, (1823) México, 29 de diciembre de 1823, en Águila Mexicana, México, 8 de enero de 1824, p. 4. Disposiciones legales y otros documentos relativos a la prohibición de impresos por la autoridad eclesiástica mandados publicar de orden del Supremo Gobierno, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1850, pp. 86-138. Excomulgado vitando, (s.f.). Diccionario de la lengua española. Real Academia Española. https://dle.rae.es/excomulgado#4kYzb4k “Excomunión”, (1998). En Diccionario de historia moderna de España. La Iglesia, Madrid, Ediciones ISTMO, p. 131. Fernández de Lizardi, J. (1822). “Calificación”, en Exposición del ciudadano don José Joaquín Fernández de Lizardi, leída en el Supremo Congreso de Cortes el día 7 de marzo del presente año, en la que reclama su protección contra la pública censura fulminada por el sr. Provisor de este arzobispado Dr. D. Félix Flores Alatorre, por su papel titulado Defensa de los Francmasones, México, Impreso en la oficina contraria al despotismo, p. 5-7. Fernández de Lizardi, (1824). “Solicitud de absolución dirigida al provisor y renuncia de recurso de fuerza”, en Águila Mexicana, México, 8 de enero de 1824, p. 4. Torres Puga, G. (2004). Los últimos años de la Inquisición en la Nueva España. México: Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Miguel Ángel Porrúa. Torres Puga, G. y Quezada, J., (2021). “1820, la supresión definitiva de la Inquisición de México”, Estudios de Historia Novohispana, número 65, (julio-diciembre 2021). En prensa. Quezada, J. (2016). ¿Una Inquisición Constitucional? El tribunal protector de la fe del arzobispo de México, 1813-1814, Zamora, Michoacán, El Colegio de Michoacán. Quezada, J. (2020). “La abolición de la Inquisición y el papel del episcopado peninsular, 1820-1823”, artículo de maestría en Historia. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras.
La tradición de la batalla de Azcapotzalco Narraciones y conmemoraciones del siglo XIX por Julio Arellano
D O S I E R
Desde que aconteció en 1821 a la fecha, la batalla de Azcapotzalco ha sido descrita y difundida en textos históricos y periodísticos, crónicas y literatura, además de ser recordada en festejos públicos. Sin embargo, las distintas versiones no siempre coinciden entre sí, lo que las ha convertido en interesante objeto de análisis sobre cómo recordamos actualmente la batalla. Días después de haber sucedido la batalla de Azcapotzalco y antes de la entrada triunfal del ejército trigarante a la Ciudad de México, ambos bandos en sus partes de guerra se declararon ganadores del enfrentamiento: los realistas afirmaron que ellos fueron los que ocuparon el pueblo de Azcapotzalco tras la batalla; aunque al día siguiente lo dejaron para regresar a Tacuba, punto donde inicialmente se encontraban. Los trigarantes mencionaron el gran número de bajas que hubo del lado virreinal, pero ellos no sólo abandonaron el punto para retirarse a la zona de las haciendas de Careaga en Azcapotzalco, Santa Mónica en Tlalnepantla y Santo Cristo en Naucalpan, también perdieron un cañón y murió uno de sus capitanes, el zacatecano Encarnación Ortiz quien se volvería icono de la Independencia y chintololo de adopción. En los partes encontramos mucha de la información de lo ocurrido en las batallas y son fuente primaria para las investigaciones, sin embargo, es obligatorio recordar que su narración militar siempre está enlazada con una grandilocuencia con la que se adorna el 1 Durante todo el artículo se respeta la grafía de la población de cada documento.
relato, de ahí que muchas veces sea considerado como propaganda para convencer de la victoria, ya sea militar o simbólica. Guerra de partes El coronel y comandante general Manuel de la Concha informó en su parte al general y jefe político superior de la Nueva España Fracisco Novella. Este documento se publicó el 23 de agosto de 1821 en la Gaceta extraordinaria del Gobierno de México. De la Concha llegó a la zona de Tacuba-Clavería a las 4 de la tarde desde Tacubaya para auxiliar a la división de Francisco Buceli, con una fatiga extraordinaria alejaron a los enemigos “por el rumbo de Etzcapuzalco”1, después decidieron seguirlos y atacarlos al ver que estos se retiraban hacia la hacienda de Careaga; sin embargo, no lograron sacarlos de ella ni pudieron obligarlos a continuar su huida, por ello ideó atraerlos al pueblo de Azcapotzalco. Desde ahí sus hombres detuvieron el avance de las fuerzas de Bustamante en una “plazueleta” y les quitaron un cañón. En los partes de los subalternos se mencionó que el Regimiento de Infantería de Castilla y el de las Órdenes fueron los que “obligaron a los enemigos a abandonar con más presteza la pieza de a ocho” (De la Concha, 1821). Frente a la pérdida de artillería de sus enemigos, el coronel no dudó en mencionar que su cañón hizo heroicidades y no olvidó al obrero de maestranza José Ortega quien “Reconstrucción de la Hacienda de Clavería” por Ducoing, México en el tiempo. En el marco de la capital, 1946.
“LAS ‘TRADICIONES’ QUE PARECEN O RECLAMAN SER ANTIGUAS SON A MENUDO BASTANTE RECIENTES EN SU ORIGEN, Y A VECES INVENTADAS”. LA INVENCIÓN DE LA TRADICIÓN. ERIC HOBSBAWM.
voluntariamente acudió al servicio de una pieza y al final quedó con el cuerpo contuso. En el documento se informó que el enemigo se retiró a las 8 de la noche y que Buceli y algunas de sus tropas se quedaron en Azcapotzalco hasta el día siguiente. Como es de esperarse la versión española contrasta con el parte de guerra que Anastasio Bustamante envió al coronel Luis Quintanar, y con el oficio que este mandó al primer jefe del Ejército Imperial de las Tres Garantías, Agustín de Iturbide. El dibujo de Anastasio Bustamante publicado en la Historia de Méjico, de Lucas Alamán.
Bustamante informó que todo comenzó por la mañana cuando las fuerzas encabezadas por el capitán Rafael Velázquez reconocían los límites de Tacuba y tras un tiroteo con los enemigos sus fuerzas regresaron a la hacienda del Cristo. A las 11 de la mañana, guiado por su celo, Nicolás Acosta volvió a la zona de la escaramuza donde logró que el enemigo abandonara un puente que resguardaban. Bustamante mencionó que no hubo planes y ni órdenes para presentar en aquel punto acción alguna, sin embargo, se dirigió al lugar. Acosta y un infante de Celaya habían sido heridos. La división de Bustamante se dirigió al pueblo de Azcapotzalco2 donde llegaron unas camillas, después marcharon hacia la hacienda Careaga. El enemigo alcanzó su retaguardia, sin embargo, la valentía de su ejército rechazó a los españoles, los cuales abandonaron el sitio dejando múltiples muertos, heridos y prisioneros. Bustamante siguió a la división de Manuel de la Concha con 300 infantes y 200 caballos, pero no todos lograron entrar al poblado por el gran número de zanjas que había, por la oscuridad de la noche y la falta de conocimiento de las entradas de dicho pueblo. Es importante mencionar que en 1813 Bustamante obtuvo el rango de comandante del destacamento realista situado en Tlalnepantla y sus operaciones se desarrollaron en la periferia de la Ciudad de México con 52 dragones y 60 patriotas de los pueblos de Cuautitlán, Azcapotzalco y Zumpango (Hamnett, 1979). Ante dichos antecedentes, cabe la duda, ¿aca-so Bustamante no conocía lo suficiente Azcapotzalco para recordarlo? Bustamante reportó que el enemigo se refugió en la iglesia y el cementerio del poblado, del lado realista se mencionó sobre las casas que ocuparon, pero nada sobre el atrio y la parroquia, aunque no es difícil imaginar que eligieron dicho sitio para resguardarse por su estructura de roca y la altura de la edificación. Bustamante también relató cómo abandonaron el cañón que quedó atrapado en el fango, pues habían muerto las mulas, no había carreteros y se había descompuesto la cureña. Los dragones fieles del Potosí y sierra de Guanajuato trataron de sacar la pieza con lazos y fue en ese momento que “se distinguió heroicamente el capitán Encarnación Ortiz, quien fue modelo de valor y patriotismo al morir al pie de dicha pieza” ("Documentos relativos a la acción del 19 de agosto dada por las tropas imperiales en las inmediaciones de Azcapotzalco", 1821). La comparación entre ambos partes pareciera dar el triunfo a los españoles porque se quedaron en Azcapotzalco y con un cañón de la división de Bustamante, sin embargo, semanas después, desde Azcapotzalco Agustín de Iturbide preparó su entrada a la Ciudad de México. Impugnación de El pensador mexicano El escritor e impresor Joaquín Fernández de Lizardi, también conocido como El pensador mexicano, fue parte de esta guerra de declaraciones al dar respuesta al parte de Manuel de la Concha. Su impugnación titulada “Gloria al Dios de los ejércitos y honor a las tropas imperiales americanas” (1821) fue publicada el 24 de agosto desde la hacienda de Santa Mónica y es el primer texto que escribió
2 Para esta época el pueblo de Azcapotzalco correspondía a lo que hoy llamamos Colonia Azcapotzalco o Centro Histórico de Azcapotzalco y no a todo el territorio de la ahora Alcaldía
un civil sobre la batalla, el cual seguramente fue leído con mayor profusión que los partes de guerra. Lizardi afirmó conocer el informe de Bustamante, el haber contado por sí mismo los heridos trigarantes y también haber hablado con amigos sobre la acción, por eso sintió tanta molestia de las declaraciones hechas por De la Concha. El autor aseguró que Nicolás Acosta y sus fuerzas estuvieron en desventaja numérica frente al enemigo en el encuentro de medio día y por ello lo llamó valiente (sin importar las declaraciones de Bustamante sobre el celo de Acosta), se burló de las contradicciones entre los partes de De la Concha y Buceli porque uno afirmó que las fuerzas estaban adentro de la hacienda y él otro afuera, y escribió que “solo estos señores podrán entender esas equivocaciones”. También aseguró que ninguna de las veces los trigarantes fueron perseguidos o inducidos para pelear, y de hecho fueron ellos los que obligaron a los realistas a encerrarse en la iglesia y casas del poblado; aunque los documentos ni españoles ni los trigarantes lo registran así. Después de desmenuzar uno a uno los argumentos militares del coronel, Lizardi rebatió sus reflexiones políticas porque el español afirmó que los trigarantes eran incautos y no sabían por qué luchaban, el Pensador disparó escribiendo que de su lado nadie ignoraba que peleaban por hacer su patria independiente, además de que estaban orgullosos porque ellos no tenían ni levas, ni indultos, ni garitas, ni premios de cien pesos para cambiar de bando a los enemigos. Lizardi dio su último embate al mencionar las bajas y los heridos de los enemigos, escribió que el bando español perdió 500 hombres entre muertos, heridos, prisioneros y extraviados. Uno de los casos más sobresalientes es el del realista Manuel Montellano, del cual De la Concha reportó que salió deseoso de encontrarse con Bustamante para batirse con él, pero jamás volvió y por ello se le creyó muerto o extraviado; Lizardi confirmó que Montellano estaba con ellos, sano, contento y dispuesto de enfrentarse con el último opresor de su patria. Ambos bandos presentaron números para declararse ganadores, que en ninguno de los casos superaba las 150 pérdidas, sin embargo, cuando se referían a los del bando contrario los triplicaban sin que pudieran probarlos. Esas estadísticas fueron una propaganda para contrarrestar la derrota o aumentar los logros de la victoria. Aun así, es importante decir que las contradicciones no invalidan los documentos, pero sí nos obliga a complejizar las versiones. Las imprecisiones y Exterior del convento de Azcapotzalco, donde se observa el osario frente a la parroquia y que el atrio todavía es utilizado como cementerio. Litografía de Iriarte y compañía en Conventos suprimidos de Méjico, 1861.
Retrato de Luis Quintanar, 1865, Cruces y Campa.
EL PARTE ES UN DOCUMENTO OFICIAL EN EL CUAL UN SUBALTERNO INFORMA DE LO SUCEDIDO A UN SUPERIOR.
los errores no convierten inútiles las declaraciones, pero debemos contextualizar la información antes, durante y después de lo sucedido. Las “verdades a modo” no vuelven falsa la información, pero nos hace pensar en las intenciones de los textos y en la de los personajes involucrados en ellos. Es clave diferenciar entre datos, argumentos y propósitos. Historiografía Gracias a las narraciones que algunos de los escritores más importantes sobre la Independencia hicieron de la Batalla de Azcapotzalco podemos conocer algo del horizonte histórico del acontecimiento, sin embargo, cada uno de los autores hizo una selección de información y un análisis a partir de su bagaje y decisión intelectual. Sus versiones, como la de cualquier otro documento requiere una crítica de fuentes y no una aceptación inmediata de sus proposiciones. Uno de los primeros trabajos de la Historia del movimiento de Independencia fue el de Carlos María
LA BATALLA DE AZCAPOTZALCO FUE NARRADA POR ALGUNOS DE LOS ESCRITORES MÁS IMPORTANTES SOBRE LA INDEPENDENCIA.
de Bustamante, en su Cuadro histórico de la Revolución mexicana (s.f.) dedicó un apartado a la “Batalla terrible de Atzcapotzalco dada el 19 de Agosto de 821” (p. 235) en el cual reprodujo el parte de guerra de Anastasio Bustamante, pero sumó algunos precedentes del encuentro y afirmó que el aparente triunfo de los españoles desapareció al ver la cantidad de heridos que llegaron a los hospitales de la Ciudad. En 1844, Domingo de Revilla publicó en el Liceo Mexicano un texto titulado “Estudio histórico de Atzcapotzalco 1821” (84-91), en cual presentó la batalla utilizando la información de Carlos María de Bustamante, pero también la de Mariano Torrente, español que en 1830 presentó su versión de la Independencia en la Historia de la revolución hispano-americana. Torrente escribió en el capítulo XIII de su obra sobre la “Batalla de Etzcaputzalco” (291-292) ayudado de la información del parte de guerra de De la Concha y reflexiones personales de las cuales concluyó que aunque fue una jornada brillante para los realistas, esta fue comprada con el caro precio de la vida y las heridas de 114 soldados, la sangre de estos no pudo ayudar a nada porque ya estaba decretada la ruina del Estado. Sevilla le hizo correcciones a Torrente al decir que con su imaginación y elocuencia intentaba desfigurar los hechos, pero como hemos visto, más que argumentos fue guerra declaraciones nada nueva, lo que sí fue una novedad es que Sevilla dotó de diálogos a varios
actores de la acción, entre ellos a Encarnación Ortiz y Anastasio Bustamante: “El cañón no debe abandonarse, sin abandonar antes la vida, replicó Ortiz. Vamos muchachos; vamos a traerlo”. O bien, “¡Ortiz ha muerto! ¡Qué fatalidad…! Exclamó Bustamante. Quedose un rato pensativo como si dudase de lo que acababa de oír” (Revilla, p. 90), entre otros. En 1847 el Monitor Repúblicano (30/06, p. 2) incluyó el texto de Revilla en “Un recuerdo al general de división Anastasio Bustamante” donde se concluyó con la narración de la acción de Azcapotzalco. De igual manera Manuel Ramírez Aparicio en su libro los Conventos suprimidos de Méjico de 1861 citó el relato y los diálogos escritos por Revilla en un resumen histórico de “Atzcapotzalco”. Para Ramírez junto con el pasado prehispánico “nada ilustra tanto los anales de esta población como la memoria de la batalla dada por el general Bustamante…” (p. 169); pero reconoció que “la pintura” tiene reforzadas algunas “tintas” gracias a la poesía que el patriota (Revilla) “pintó”, pero no dejó de afirmar que hay una gran dosis de verdad en dicha representación histórica ¿Cómo lo sabe? No lo sabemos. La metáfora de Ramírez nos hace pensar en la batalla de Azcapotzalco como una estampa, dibujada, decorada y embellecida para ser compartida al viajero curioso. En la década de los 80 del siglo XIX, el ingeniero de minas y escritor Manuel Rivera Cambas presentó su México pintoresco, artístico y monumental en el cual, al igual que Ramírez Aparició, dedicó un texto a “Atzcapotzalco”. Es notorio que la información es muy similar, también la capitulación del escrito e inclusive las litografías presentadas por ambos autores, pero pese al parentesco, las diferencias son sustanciales, en el caso de la “Batalla de Atzcapotzalco” de Rivera Cambas desapareció los diálogos de Anastasio Bustamante, mientras que conservó los de Encarnación Ortiz, inclusive cerró el relato con la muerte de este y no con el triunfo o derrota de La acción de armas. Es importante mencionar que tanto las versiones de Ramírez Aparicio como Rivera Cambas serán reproducidas en los periódicos mexicanos hasta iniciado el siglo XX. Otra obra clave que es imprescindible mencionar es la de Lucas Alamán quien en su Historia de Méjico (1852), publicada entre 1849-1852, presentó una narración de la “Acción de Escapuzalco”, donde utilizó tanto la información del lado trigarante como la realista, además de reportes y memorias de algunos participantes. Alamán es de las pocas fuentes que no le da victoria a ninguno de los bandos porque, aunque “habiéndose conducido unas y otras tropas con extraordinario valor, ni la acción tuvo otro resultado que perder inútilmente por uno “Parroquia del pueblo de Atzcapotzalco”, en México pintoresco, artístico y monumental, 1882.
y otro lado, así que como tampoco había tenido objeto, pues comenzada por un encuentro casual, se fue empeñando según llegando gente que estaba deseosa de combatir”. Tal vez ese deseo debería ser una variante que analizar porque tras once años de guerra había muchas pasiones no resueltas, sin duda la parte emocional del enfrentamiento es un aspecto que muchas veces no podemos investigar pero que no deja ser un elemento clave para saber que las batallas planeadas o no poseen un grado personal que no siempre es fácil de ver. Buena parte de los datos duros, nombres, fechas, lugares son comunes en todas las versiones; pero la interpretación de estos varía, y es la que muchas veces se reproduce: los diálogos patrióticos, la burla al enemigo, la exaltación de la victoria. Asimismo, los sonidos y los silencios entonados por los autores no son descuidos, por el contrario, muchas veces son parte de su posición política, de su formación intelectual o de su vida personal que interviene en el análisis del evento. La elaboración y reproducción de la Historia conlleva una carga política y social que debemos asumir al divulgar una u otra narración. Al margen de la victoria o la derrota militar de la batalla, es importante recordar que el propósito que se buscaba era otro, y por ello, aunque el enfrentamiento de Azcapotzalco no fue planeado, sí fue aprovechado, días después de acontecido inició una serie de conmemoraciones que celebraron el esfuerzo de sus participantes. De igual manera el recuerdo de la batalla fue utilizado para favorecer a ciertos personajes, como sucedió con Anastasio Bustamante durante buena parte del siglo XIX, quien durante los siguientes años de su vida gobernó tres veces México, o también es el caso de Encarnación Ortiz, quien hasta muy adentrado el siglo XIX y principios del XX se erigió como héroe nacional y local de Azcapotzalco. El Pachón En época de la Segunda Intervención francesa, en 1862 se publicó el parte oficial donde se indicó que en la villa de Atzcapotzalco “que tuvo la gloria de presenciar en suelo la memorable batalla… con la que se dió cima a la campaña de independencia, siempre defenderá la integridad del territorio mexicano” (El Siglo XIX, 08-08-1862, p. 1). Sin duda recordar las hazañas históricas sirvió como un estímulo político y social para el conflicto que se desarrollaba, y también es importante remarcar que se afirmó que la batalla de Azcapotzalco fue la cúspide de la campaña independiente, en ningún documento anterior que he consultado encontré una afirmación así. Es hasta después en 1884 que, en el periódico La Patria, se mencionó que la batalla fue el último episodio de la Independencia (La Patria, 19-08-1884, p.4), pero en la bibliografía y hemerografía anterior no se registra con este calificativo. También es notorio cómo van perdiendo fuerza las descripciones de Anastasio Bustamante, al cual nunca se omite pero ya no es el héroe del evento, en 1887 se publicó una breve reseña de la batalla en El Municipio Libre (El Municipio Libre, 12-04-1887, p.1) y se le dio el mismo número de menciones a él que Encarnación Ortiz, o a Valentín Canalizo, quien fue dos veces presidente interino y que poco se recuerda de su participación en Azcapotzalco, aunque fue herido en la pierna derecha y premiado con un escudo 96| Revista Azcapotzalco
Retrato de Lucas Alamán de J. Lauro Carrillo, 1952.
de distinción. En su retrato llevó la cruz de este enfrentamiento. Hay varias referencias del Pachón en la hemerografía del siglo XIX, sobre todo al referirse a sus años con Francisco Mina, pero pocas veces hay textos dedicados exclusivamente a él. En 1897 el semanario independiente de propaganda Liberal El Xinantécatl (05-09-1897, p. 2), le dedicó un texto a por el aniversario de su muerte, donde nos recuerda que a él y a sus hermanos se les llamaba así por haber nacido en el rancho de Las pachonas, en Pinos (ahora Zacatecas) y no porque usaran las chaquetas de cíbolo, recuerdan su participación en el Fuerte del sombrero y la defensa de La mesa de los Caballos, pero nada de cómo aceptó el indulto y se convirtió en capitan del ejército realista antes de ser trigarante, pero sí de su fallecimiento en Azcapotzalco. Retrato de Carlos María de Bustamante, anónimo, 1836.
LAS REPRESENTACIONES DEL PACHÓN SON ESCASAS, PERO SOBRESALIENTES.
Las representaciones del Pachón son escasas pero sobresalientes, ya que Joaquín Fernandez de Lizardi no solo lo convierte en personaje de uno de sus dramas, también lo representó en un grabado que apareció en el Calendario para el año de 1825 que inspiró la actual estatua que se encuentra en el atrio de la parroquia de Azcapotzalco y la portada de este número. En el texto Las tertulias de los muertos antiguos y modernos: la historia y la poesía hacen hablar á los muertos (1821), el Pensador mexicano pone a dialogar en “las moradas lúgubres, depósito de sombras y eternos receptáculos” a Manuel de la Concha y Encarnación Ortiz, sobre la batalla de Etzcaputzalco y el rescate del cañón para ejemplificar los actos de valor y honor. Los crímenes de De la Concha no pasan de largo para el Pachón, quien le recuerda cómo le quitaba las uñas con las llaves fusiles a los que consideraba sus enemigos, y tal vez por ello Ortiz murió rescatando un cañón, mientras que De la Concha fue apuñalado 30 veces como el emperador Calígula. Uno de los momentos cúspides fue cuando De la Concha le aseguró a Ortiz que no hubo ningún hombre en la Insurgencia que le mereciera la atención y en ese momento llegan a la escena Hidalgo, Allende, Matamoros, Morelos, Bravo, Galeana, Mina para conversar con Ortiz y explicar cómo no hubo herejía ni crimen en sus actos, evidenciando la ignorancia de la inquisición.
“El ciudadano coronel Encarnación Ortiz, alias el Pachón, valiente americano que mereció las confianzas de Mina, en la batalla de Azcapotzalco, dando fuego a un cañón que quedó solo. Una bala nos privó de un solado que fuera el terror de los enemigos de la patria.”
En 1910, el nombre de Encarnación Ortiz fue registrado en la Columna de la Independencia junto con otros 23 “héroes y heroínas de la época gloriosa de nuestra emancipación política” en el grupo de los guerrilleros junto con José Antonio Torres “el Amo” y Víctor Rosales. Las noticias del evento del 19 de agosto de 1821 no solo son producto de datos e informes de sus participantes; también de la interpretación de intelectuales que muchas veces llamamos historiadores, pero que en realidad eran abogados o literatos porque en esa época no existía escuela para aprender, escribir y reflexionar sobre los eventos del pasado. Finalmente, la historia también fue modificada por la recepción pública y las políticas gubernamentales que dotaron de diálogos y anécdotas que no son fáciles de probar, convirtiendo a la batalla de Azcapotzalco en un intenso collage de referencias donde actualmente nuestra mirada deposita emociones e ideales relacionadas con la Independencia que no necesariamente fueron parte del acontecimiento. Referencias Alamán, L., (1852), Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon la independencia en el año de 1808 hasta la época presente, México, Imprenta de J.M. Lara. Bustamante, C., (s.f.) Cuadro histórico de la Revolución mexicana. De la Concha, M., (23 de agosto de 1821). Gaceta Extraordinaria del Gobierno de México. "Documentos relativos a la acción del 19 de agosto dada por las tropas imperiales en las inmediaciones de Azcapotzalco" (1821). John Carter Brown Library. Brown Digital Repository. Brown University Library. https://repository.library.brown.edu/studio/item/bdr:732963/ El Siglo XIX, 08-08-1862, p.1. El Municipio Libre, 12-04-1887, p.1. El Pensador mexicano, Calendario para el año de 1825. Dedicado a las señoritas americanas, especialmente a las patriotas. El Pensador mexicano (1821). Las tertulias de los muertos antiguos y modernos: la historia y la poesía hacen hablar á los muertos. El Xinantécatl, 05-09-1897, p. 2. Fernández de Lizardi, J., (1821). “Gloria al dios de los ejércitos y honor a las tropas imperiales americanas” https://www.iifilologicas.unam.mx/obralizardi/index.php?page=gloria-al-dios-de-los-ejercitos-y-honor-a-las-tropas-imperiales-americanas Hamnett, Brian R., (1979), Anastasio Bustamante y la Guerra de Independencia 1810-1821. La Patria, 19-08-1884, p.4. Revilla, D., (1844). “Atzcapotzalco, 1821”. En Liceo Mexicano, México: Imprenta de J. M. Lara. Revilla, D., (30-06-1847) “Un recuerdo al general de división Anastasio Bustamante”. En Monitor Republicano. Torrente, M., (1830)., Historia de la Revolución hispano-americana. Tomo III, Madrid: Imprenta de Moreno.
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Condecoraciones militares Los reconocimientos de guerra por Julio Arellano
G A L E R Í A
Tras la batalla de Azcapotzalco, los partes de guerra calificaron el valor de sus miembros participantes, solicitando reconocimientos que solo podían ser otorgados por el superior de cada bando. En el Oficio de Quintanar a Iturbide mencionó el mérito de Bustamante y de todos los recomendados por él (jefes, oficiales y tropa) y le solicitó que dé “las gracias a que los juzgue acreedores o sea de su agrado” ("Documentos relativos a la acción del 19 de agosto dada por las tropas imperiales en las inmediaciones de Azcapotzalco", 1821). De igual manera De la Concha le escribió a Novella que con la exposición de los hechos y los números expuestos de la acción acreditan los méritos que merecen elogios que él no puede dar, pero insiste que se otorgue una recompensa por la fatiga, el empeño y el honor a los nombres mencionados por subalternos en sus partes (Buceli, Torres, García). Sabemos que Francisco Novella solicitó promociones para sus militares y pidió la entrega de una condecoración. Se conserva una de ellas y publicaciones de investigaciones militares españolas aseguran que regimientos como el de Infantería de Belchite y el de Lobera obtuvieron dicha distinción (no por ser los únicos, pero son de los que tenemos noticias) (Manzano, 1987, p. 87). La pieza consiste en un rombo blanco con el dibujo de un ojo azul en su centro, en el borde hay una cinta también azul y en ella está inscrita “Firmeza Escapisalco el 19 de agosto 1821”, en la parte de arriba del rombo hay dos bordes ondulantes: del lado izquierdo es rojo y del otro verde, los bordes están unidos a un ramo de oro que a su vez se une con una cinta roja y gualda. Gracias al blog de Historia y cultura militar (26-05-2020) conocemos la pieza. Del lado trigarante, Agustín de Iturbide otorgó promociones a nombre de la Nación e indicó que los participantes debían portar en el brazo izquierdo un escudo en campo verde con el lema “se distinguió en la brillante acción el 19 de agosto de 1821”; otros con campo rojo para los heridos que se restablecieron con la leyenda “vertió su sangre por la libertad de Méjico en 19 de agosto de 1821”; y finalmente uno blanco para aquellos que concurrieron con la frase “Acción victoriosa por la felicidad de Méjico en 19 de agosto de 1821”. Junto con esta condecoración Iturbide mencionó que se debía dar pensión a las viudas de los caídos en combate, además, aseguró que pediría al Sr. Obispo que se celebraran horas solemnes en la Catedral de Puebla, lugar desde donde firmó el documento el 31 de agosto. Medalla de Aculco, Guanajuato y Puente Calderón; Cruz de Cartagena de Indias; y Medalla de Distinción de Etzacopuzalco.
“Cruces y escudo de Atzcapotzalco” en Heráldica militar de la Secretaría de Guerra y Marina. Departamento del Estado Mayor, s/f.
Es importante mencionar que el escudo otorgado por Iturbide es una condecoración distinta a la Cruz de Azcapotzalco. De hecho, Lucas Alamán escribió que Bustamante, cuando se le dieron facultades para ello, mandó realizar las condecoraciones de Juchi, de “Escapuzalco” y otras que se le concedieron por acciones militares posteriores imitando a los militares europeos adornados con multitud de cruces y cintas (1852, p 545). En el retrato que se le realizó en Roma en 1842, Bustamante fue pintado con tres condecoraciones, una de ella es la de Azcapotzalco, la otra es la de Juchi y la tercera es la Cruz de la Independencia, en representaciones posteriores se le colocará en medio del pecho una cruz ideada sólo para él que representaba su Constancia militar (Alamán, 1852, 958). Como es sabido, Anastasio Bustamante fue el general que comandó las fuerzas trigarantes en la Batalla de Azcapotzalco, y como indicó la historiadora Catherien Andrews (2008, p. 63), fue el único enfrentamiento violento que tuvo contra las tropas leales al gobierno español, tal vez por eso fue representativa para su carrera política posterior. Para el momento en que se realizó el retrato de Roma, Bustamante había terminado su tercer periodo en la Presidencia (1839-1841) el cual cedió a favor de Antonio López de Santa Anna. Si seguimos con la proposición de Alamán, la Cruz de Azcapotzalco fue una política de Bustamante para recordar sus propios logros. La condecoración es una cruz griega mapleada con rayos dorados en los ángulos. Al centro lleva un medallón en el que se representa el templo de Azcapotzalco, lo cual resulta interesante porque los trigarantes no lucharon desde ahí, pero es la edificación más importante del poblado. Es sobresaliente que la figura recuerde al templo y no sea una imagen genérica. En el primer plano vemos la entrada al atrio y en segundo la cúpula y torre dieciochescas de la iglesia. La cruz de Azcapotzalco se otorgó en tres colores, cada una con la leyenda correspondiente inscrita en el reverso de la medalla, y de las cuales todavía se conservan algunas de ellas. A principios del siglo XX apareció una nota en el Diario del Hogar (07-05-1901, p. 3) donde se anunció con desagrado que varias condecoraciones militares estaban a la venta en los escaparates de bazares de la primera calle del Factor (hoy Allende), entre ellas tres cruces de Querétaro, tres de Constancia y una de la guerra de Independencia por la acción de 19 de agosto de 1821. Referencias Alamán, L., (1852), Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon la independencia en el año de 1808 hasta la época presente, México, Imprenta de J.M. Lara. Adrews, Catherine (2008), Entre la espada y la constitución. El general Anastasio Bustamante 1870-1853, Universidad Autónoma de Tamaulipas, p. 63. "Documentos relativos a la acción del 19 de agosto dada por las tropas imperiales en las inmediaciones de Azcapotzalco" (1821). John Carter Brown Library. Brown Digital Repository. Brown University Library. https://repository.library.brown.edu/studio/item/bdr:732963/ Joan, (26-05-2020). “Cruz del Campo de Honor. El último misterio de las Guerras de Emancipación Americanas”. En blog Historia y cultura militar. Manzano Lahoz, Antonio, “175º Aniversario de la bandera roja y gualda de 1843 como bandera de España”, Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2018, p.131 y Ejército. Revista de las armas y servicios, núm. 572, Noviembre de 1987, p.87.
El dibujo de Anastasio Bustamante publicado en la Historia de Méjico, de Lucas Alamán, está inspirado en el retrato de Roma. La condecoración de la derecha es la Cruz de Azcapotzalco.
Cruz de Azcapotzalco
Plano topográfico de la Villa de Bustamante y Quintanar Antiguo pueblo de Azcapotzalco
G A L E R Í A
por Julio Arellano
El Plano topográfico de la Villa de Bustamante y Quintanar. Antiguo pueblo de Azcapotzalco se dató en 1854 y se registró como autor al arquitecto Vicente Heredia. Su nombre es un homenaje a Anastasio Bustamante y Luis Quintanar, ambos generales del Ejército Trigarante vinculados a la Batalla de Azcapotzalco de 1821; sin embargo, solo Bustamante y su división participaron en ella.
El 13 de septiembre de 1854, el gobernador del Distrito de México, el general Guadalupe Antonio Diez de Bonilla, hizo saber a los habitantes que Su Alteza Serenísima el General Presidente [Antonio López de Santa Anna] concedió al pueblo de Azcapotzalco el título de Villa “en memoria del glorioso hecho de armas que tuvo allí el 19 de agosto de 1821 por una parte de las fuerzas de Ejército Trigarante en favor de la Independencia nacional”; pero en el documento nunca se menciona ni a (Anastasio) Bustamante ni a (Luis) Quintanar. El mapa de la recién nombrada villa se realizó en diciembre de 1854 y en él aparece el nombre del Liceo Franco Mexicano, además de la leyenda que indica que fue levantado, delineado y lavado por el profesor en dibujo lineal V. Heredia. En una nota de El Universal: periódico político y literario del 18 de enero de 1855, se menciona que para la Plano original trazado por Vicente Heredia.
Séptima Exposición [de Bellas Artes] de la Academia Nacional de San Carlos, el Sr. Méndez, alumno de segundo año de delineación, dirigido por el profesor D. Vicente Heredia, exhibió junto a otros alumnos los ejercicios para sus exámenes, entre los que se encontraba su plano topográfico de la villa de Bustamante y Quintanar (Azcapotzalco). Es interesante pensar que todo ha sido una confusión: tal vez Azcapotzalco nunca cambió de nombre; tal vez la autoría del plano es del Sr. Méndez y no del arquitecto Heredia, y tal vez el nombre de Bustamante y Quintanar no fue una decisión gubernamental sino escolar. Tenemos pendiente, entonces, realizar una investigación que nos permita saber si acaso existen otros documentos, además del decreto, que hasta ahora desconozcamos y que indiquen que el poblado sí cambió de nombre durante un par de años; ahora bien, si no fue así, ¿cómo se desarrolló la iniciativa de un profesor y su alumno que dio como resultado un plano con una representación urbana tan fidedigna que trascendió hasta nuestra época?, además, ¿por qué eligieron ese nombre para el plano? No deja de ser significativo que el nombre sea tanto para Anastasio como para Luis, cuando este último, aunque dirigió la división a la que pertenecían las fuerzas de Bustamante, no participó en la batalla: él estuvo primero en Tepoztlán y después en Cuautitlán, desde donde obtuvo la información de lo ocurrido. Inclusive el oficio que Quintanar mandó a Iturbide lo firmó desde la hacienda de Santa Mónica y no fue sino hasta que Iturbide llegó a Azcapotzalco, el día 3 de septiembre, que posiblemente entró al poblado. Cabe mencionar que previo a 1847 no he encontrado menciones a la batalla de Azcapotzalco en la hemerografía digitalizada por la Hemeroteca Nacional. No quiere decir que no existan, solo que tal vez apenas están por aparecer. Sin duda, sobre todas estas interrogantes eventualmente tendremos respuestas. Referencias: A los tres siglos de México, 01-01-1851, p.402. El Siglo XIX, 29-09-1850, p.2. El Universal, 08-04-1853, p.2.
Plano actual intervenido con la nomenclatura del centro de Azcapotzalco.
Inventario artístico conmemorativo del éxito Trigarante
Dos siglos de historia
G A L E R Í A
por Martín Borboa
Este año es el bicentenario de la consumación de la independencia, efectuada en septiembre de 1821, es sustancial subrayar lo que Azcapotzalco aportó a dicho logro nacional, pues fue escenario de los últimos enfrentamientos armados entre realistas y trigarantes antes de la firma de los Tratados de Córdoba, en agosto de 1821, además de ser el sitio del enfrentamiento militar más cercano a la capital de la Nueva España previo a la gloria independentista. Aunque la significativa batalla en Durango fue posterior (30 de agosto de 1821), el proceso pacificador y de acuerdos que se logró en Córdoba con la firma de los Tratados entre Agustín de Iturbide y Juan de O´Donojú, los más altos mandos de ambos ejércitos, el 24 de agosto, la deja en una lista diferente, siendo la última, antes de dicha firma, la de Azcapotzalco. Para cuando se dio el hecho de armas en Durango, ya habían firmado un Tratado que otorgaba a la Nueva España su calidad de independiente (punto uno de dicho Tratado), y reconocía un solo obstáculo situado en la ciudad capital, -en ningún otro lado-, y lo dice en su último punto, el 17: Siendo un obstáculo a la realización de este tratado la ocupación de la Capital por las tropas de la Península, se hace indispensable vencerlo; pero como el primer Jefe del Ejército Imperial, uniendo sus sentimientos á los de la Nación mexicana, desea no conseguirlo con la fuerza, para lo que le sobran recursos, sin embargo del valor y constancia de dichas tropas peninsulares, por falta de medios y arbitrios para sostenerse, contra el sistema adoptado por la Nación entera, D. Juan O´donojú se ofrece a emplear su autoridad, para que dichas tropas verifiquen su salida sin efusión de sangre, y por una capitulación honrosa. (Tratados de Córdoba, 24 de agosto de 1821) Y de hecho así fue, O'Donojú parlamentó con la máxima autoridad peninsular en la capital, Novella, luego platicaron ambos con Iturbide, y así se ganó la capital, y la nación. De modo que el posterior enfrentamiento en Durango, aunque con gran significado, queda en una lista aparte, posterior a la firma en que se aceptó la independencia mexicana el 24 de agosto. A continuación, expongo un breve inventario de expresiones artísticas que dan cuenta de la batalla de Azcapotzalco, cuando la bandera Trigarante ondeó en el territorio de nuestra actual alcaldía, y lo hizo para gloria de la anhelada independencia. Las expresiones artísticas que logré retratar son pintura mural, mosaico pintado a mano, escultura, y placa con letras en bajo relieve. Un mural de mosaicos Entre la explanada de la alcaldía y la biblioteca Morelos y Pavón, (separados por la calle Jerusalén) hay un
espacio público, renovado en 2018, que tiene un gran mural hecho con mosaicos pintados a mano, el cual representa el momento de la batalla de Azcapotzalco, en su episodio frente a la Parroquia. Un grupo trigarante en esfuerzo heroico intenta rescatar un cañón atorado en el lodo, situación que dio lugar a que estuviera expuesto y vulnerable el militar zacatecano nacido en el rancho La Pachona, Encarnación Ortiz (alias El pachón), acto en que las balas le arrebataron la vida. La obra está firmada por R. S. Ayala en el año 2017. La bandera Trigarante que se ha plasmado en dicho mural, es la más grande que he encontrado en todo el país (fuera de un museo). He visitado con este objetivo Córdoba, Iguala, Durango, Teloloapan, la Ciudad de México, Morelia, entro otros, y en espacios públicos a nivel nacional, me parece que Azcapotzalco ostenta la bandera de las Tres garantías más grande. Nomenclatura avenida Cabe decir que en la alcaldía existe la avenida con el nombre de Encarnación Ortiz, la cual tiene varias cuadras de largo y contiene un espacio de juegos infantiles que se llama también Encarnación Ortiz. A lo largo de la arteria hay varios espacios lúdicos y deportivos, incluyendo una cancha de básquetbol y otra de fútbol.
Mural de mosaicos y nomenclatura Veamos las fotografías de la zona del Puente de Guerra. La calle lleva ese nombre y el mural expresa que ahí fue la penúltima batalla, el día 19 de agosto de 1821. En él se plasmó la imagen del puente que no se llamaba así. El acto le dio nombre.
Placa En la fachada de la Parroquia de los Santos Felipe y Santiago, está la placa colocada en 1921 para conmemorar la batalla. Con tristeza puedo decir que el hecho es medianamente conocido en esta alcaldía y bastante ignorado en el resto de la ciudad y del país.
Museo y cédula funeraria En el Museo de Azcapotzalco, hay un espacio en donde se toma el tema. La cédula explica los hechos de guerra acontecidos en el centro de la alcaldía, y agrega una copia parroquial. En ella se lee: “En 20 de agosto de 1821 se le dio sepultura en esta parroquia de Azcapotzalco al cuerpo de don Encarnación Ortiz (alias el Pachón) el que falleció en el ataque de este pueblo el diez y nueve en la noche y se sepultó en compañía de otros veinticuatro que fallecieron en la misma noche que el que era capitán del Ejército de las Tres Garantías, casado y que fue con… No se confesó, ni restó ni pagó fábrica y lo firmé. Josef (ilegible) Cura” Maqueta Dentro de la Casa de Bombas, donde se aloja el Archivo histórico de Azcapotzalco, hay una maqueta grande que retrata la escena de la batalla en su momento frente a la Parroquia. Fue elaborada por V. Manuel Arellano García.
Mural Casa de Bombas Afuera de la Casa de Bombas hay un mural tan alto como la construcción, que igualmente escenifica la batalla frente a la Parroquia, la cual está a unos pasos de este edificio. Ese mural fue elaborado por Enrique Martínez Maurice (Arte), Martinheli Jarillo Yáñez (Diagramación), Cristina Dorantes, Ricardo Salazar Piñón, Iván Duque Dávila, La voz (Asistentes).
Escultura En el atrio de la Parroquia se encuentra un monumento a Encarnación Ortiz junto al cañón que intentó rescatar para impedir que quedara en manos enemigas. Elaborado por Raúl Basurto Juárez y colocado aquí el año de 2010.
Chiles en nogada:
arte barroco, mestizaje e identidad
C R Ó N I C A
por Yolanda García Bustos
En estos días, resulta oportuno observar la contemporaneidad del arte y la cultura en la comida mexicana de esta época. Por ejemplo, en el caso del Valle de México, el núcleo de la diversidad biológica chile, maíz y frijol ha sufrido variaciones, pero en este siglo XXI sigue siendo parte fundamental de la comida de los citadinos. Hablar de toda la gama resultaría una labor titánica, por eso se me antoja abordar sólo al fruto de fuego, hacerlo desde los saberes y conocimientos que obtuve gracias a las largas charlas alrededor del fogón de mi abuelita y mi madre, y ¡por qué no! de uno que otro experto en la materia. La necesidad culinaria del chile trascendió a la cocina mestiza mexicana, basta ver y paladear este fruto para que se inciten nuestros sentidos. Hay que tocarlo con respeto, pues su interior contiene una gran cantidad de semillas planas y picantes, sus colores pasan por el verde, el rojo y amarillo. La mayoría de ellos forman parte esencial de la cocina tradicional mexicana. Fascina conocer que los indígenas consiguieron su multiplicidad a base de cultivos sucesivos, cruzas y selección de semillas, obtuvieron gran diversidad de frutos tan diferentes como el morita, el cascabel, el guajillo, y otros. Los podemos encontrar secos reposando en humildes costales de yute de la merced o en elegantes empaques que anuncian chiles gourmet. Se pueden comer verdes y a mordiscos, o cocidos con limón, vinagre, agua o fuego; varia su color y su sabor al tiempo que cambian de nombre: el poblano se convierte en ancho si al secar queda rojizo o en mulato si al ahumarlo se torna café, la chilaca se convierte en pasilla y el cuaresmeño o jalapeño en chipotle. Aunque la mayor parte de los chiles actuales son familias domesticadas, diferentes a los originales; en lo picante influye, además de la variedad genética, el clima y el estado de madurez: los chiles del trópico son en general más picantes que los de zonas templadas y cuando están maduros pican más que cuando están verdes. Me maravilla recordar el olor a humo de mi abuelita cuando explicaba que los sabores en la cocina se enriquecieron desde épocas prehispánicas gracias al uso del chile, que además nuestros ancestros descubrieron que ayudaba a la digestión siempre y cuando después de asarlo y hacerlo sudar en trapo húmedo se le retirara el hollejo pelándolo y desvenándolo. Recordar el mes de agosto en la cocina con mi madre es un verdadero regocijo. Eran días para aprender a cocinar y comer los frutos que la madre tierra vierte a manos llenas en estas épocas, por ejemplo, el chile poblano, que nos permite acariciar los colores en la comida y el mestizaje en ella, sobre todo cuando 106 | Revista Azcapotzalco
se sirve en el tradicional platillo que conocemos como chile en nogada. El mestizaje fue uno de los muchos cambios que provocó la conquista española en Mesoamérica, surge de la cruza de dos tipos de especies distintas (animales o vegetales) que da lugar a una nueva con características de ambas. De hecho, Bolívar Echeverría (2005) menciona que, en la América
recién colonizada, el mestizaje de las formas culturales apareció como una táctica de conservación de vida después de la muerte, en el comportamiento de los “naturales” sometidos. Por eso cuando hablamos de mestizaje, podríamos subrayar que la alimentación mexica, al integrar elementos europeos en su guiso, consiguió acrecentarla sin que los indígenas entraran en conflicto, mezclando sabiduría y audacia, tal y como menciona Echeverría, citando a Octavio Paz, para esgrimir que se: …había mantenido incuestionada en las culturas americanas aquella profunda resistencia oriental a imaginar la posibilidad de un mundo de la vida que no fuera el suyo. La otredad que ellos veían en los españoles les parecía una variante de la mismidad o identidad de su propio Yo colectivo, y por tanto un fenómeno perfectamente reductible a ella. (Echeverría, 2005, p. 24) Desde allí se podría explicar lo que motivó la facilidad de mestizar la alimentación, que se enriqueció con gran cantidad de plantas y animales como las aves de corral, el ganado vacuno, la caña de azúcar, la cebolla, el arroz. Siendo tal el mestizaje que muchas de las cosas que consideramos típicamente nuestras, en realidad tienen elementos extranjeros. El chile consiguió mezclarse exitosamente con el cerdo y el cordero, animales europeos que terminaron por domar su sabor ante los fuertes sabores de salsas y adobos mexicas, enriqueciéndose ambos e imponiéndose así el mestizaje del que podríamos hacer una analogía con lo que comenta Echeverría (2005), cuando cita lo que Todorov ve en la Malintzin: el primer ejemplo y por eso mismo el símbolo del mestizaje [cultural], comprendido éste como afirmación de lo propio en la asimilación de lo ajeno […] destinado a trascender tanto la forma cultural propia como la forma cultural ajena, para que ambas, negadas de esta manera, puedan afirmarse en una forma tercera, diferente de las dos. […] esquema del mestizaje cultural “salvaje”, no planeado sino forzado por las circunstancias. (p. 25)
Ambas imágenes de este artículo son cortesía de Enrique Diego Escandón Valencia, maestro cantinero y chef de El Dux de Venecia, el local comercial más antiguo de Azcapotzalco.
Los mexicas tenían una particular comunión con la naturaleza, asimilaron los elementos de la alimentación de los conquistadores, enriqueciendo la comida propia y legándola a posteriores generaciones. Con el ejemplo de los chiles en nogada no solo se puede traer a cuenta el mestizaje sino también el concepto de identidad, ese pegamento de la conciencia que mantiene unidas sus partes y que resulta primordial para concretar qué nos caracteriza como grupo y qué nos diferencia de otros. Tal y como se observa en el escenario impalpable de la comida mexicana que con toda su carga identitaria se brinda plena para que el cocinero haga con ella lo que quiera: la mestice, la indigenice o la fusione, sin perder su muy personal sello de tipificación que se alimenta de toda la cultura que le llega para el disfrute espiritual que funciona como un ancla del ser humano. Basta con observar a “El Trigarante” en la mesa: el chile en nogada, del que se narra que, aunque en la época prehispánica ya se consumían chiles rellenos de carne sin capear, fue en el siglo XVIII que se servía como postre virreinal y sin carne según el investigador Eduardo Merlo del Centro INAH de Puebla, quien también rechaza la versión más popular, pero que, por romántica, se hace necesaria traerla a cuenta. Según esta en agosto de 1821, las madres agustinas del Convento de Santa Mónica en Puebla, elaboraron un platillo alegórico a la bandera del Ejército Trigarante, para agasajar a Agustín de Iturbide. Aprovechaban que ese mes con su perezoso letargo, traía la maduración de los chiles poblanos, las nueces de Castilla y las granadas, pero además el día 28 se celebraba el día de San Agustín, así como el cumpleaños de Agustín de Iturbide, el caudillo de la Independencia. Periodo en que fluía el barroco y Revista Azcapotzalco|107
se cohesionaba el mestizaje que no era el resultado de una necesidad, sino más bien respondía a las estructuras históricas del país, a su geografía e incluso a su situación climática. Con ese pretexto los colores verde, blanco y rojo se posaron en la mesa para pasar a formar parte de la historia nacional: ataviando a un chile relleno con frutas, capeado y bañado en salsa a base de crema, nueces y jerez, perejil y granada. Para ese siglo XIX, al relleno se le añadió carne molida de res y luego de cerdo, preparados sin capear en huevo. El relleno de ellos contiene ingredientes de los cuatro continentes: Asia (granada, cebolla, durazno, canela, pimienta, orégano); África (clavo, tomillo, almendras, piñones, azafrán); Europa (nueces de castilla, carne, manzana, pera, pasas, perejil, aceites) y el resto es nuestro (vainilla, plátano, jitomate, chile poblano). Pero a este platillo, eminentemente mexicano, también podríamos catalogarlo como totalmente barroco, concibiendo que, si bien: El concepto de barroco ha salido de la historia del arte y la literatura en particular y se ha afirmado como una categoría de la historia de la cultura en general […] en los materiales provenientes de los siglos XVII y XVIII y que se solían explicar sea como simples rezagos de una época pasada o como simples anuncios de otra por venir […] Se trata de una abigarrada serie de comportamientos y objetos sociales, que en medio de su heterogeneidad muestran sin embargo una cierta copertenencia, entre sí. (Echeverría, 2005: 32-33) Justo es conceptualizar lo barroco en este platillo, chiles en nogada, pues con él la cocinera construye su narración vital, y le agrega elemento tras elemento de diferentes regiones del mundo, que no compiten entre sí, sino más bien cooperan para enriquecer sabores, olores y estéticas. Las sociedades antiguas, artistas natos del color, nos legaron su búsqueda y encuentro con todos los matices del arcoíris en sus platillos y condimentos, mostrándonos que para que la comida sea deleite pleno, no es suficiente con que huela y sepa bien, sino es preciso que luzca atractiva a la vista, y sus colores enciendan el deseo de probarla. Por eso cuando algún alimento no tenía colorido natural le prestaban color con la ayuda de tintes naturales y vegetales. Y podría aseverarse que, con el mestizaje, los colores en la comida mexicana no se empobrecieron, basta con observar al Chile en nogada, desde la mirada de Echeverría (2005): El barroco hace del cuestionamiento un instrumento de fidelidad […] y se desdobla […] procedimientos que se inventa para elevar las formas creadas por él a un estado de intensa fibrilación —los mismos que producen aquella apariencia rebuscada, ornamentalista y formalista que lo distingue— están encaminadas a despertar […] una dramaticidad originaria que supone dormida en él. (pp. 44-45)
108 | Revista Azcapotzalco
Si en la época prehispánica estos chiles ya se asaban y se pelaban, y lucían esa textura aterciopelada, y según Acha (1993, p. 52) las mujeres carecían de conciencia estética, pues ellas no tienen la intención de producir características estéticas, en sus elementos no existe ese parámetro, ellas son mujeres sensibles con un conocimiento tan espiritual y tan fuerte que lo van a hacer de manera natural, van a construir y elaborar estos objetos con estas determinadas características y diseños de acuerdo a los elementos que tienen.
La estética está relacionada con la sensibilidad y no únicamente con la belleza, esas mujeres como mi abuelita, como mi mamá, como las cocineras del restaurante Bajío allí en Cuitláhuac sí poseían y poseen juicio estético en la elaboración de la comida en tanto que percibían los olores, sabores, colores y tenían un gusto especial por la apariencia de las viandas. El chile en nogada con su exclamación de color, penetrante, incisivo y punzante pero dulce, nos da el pretexto perfecto para hablar de la estética en los alimentos conseguida por lo mestizo.
Que nos lleva a nosotros a nuestro ser mestizo que no es ni indígena ni español, es solo un mexicano que se identifica por la comprensión emocional de la vida, subyugado por la fantasía y por su amor a la belleza, que despliega merced a su habilidad manual y a su sentido de la armonía de colores. Nuestro gusto por esos alimentos nos impide negar nuestros orígenes. Esas cocineras, esas amas de casa como mi madre, mi abuelita, mi hermana, mi amigo desde su laboratorio que es la cocina crean magia, rituales, mitos. Crean arte efímero con la grandeza estética de nuestros antecedentes precolombinos. Mamá decía que la hora de comida es sagrada, no se debe discutir, ni hablar de política, ni de religión, ni de problemas, ni de enfermedades, solo de temas amables. Por eso propongo, que después de este miedo que hemos vivido por confinamiento y pandemia, que nos ha llevado a crear conciencia de que “la vida no la tenemos comprada” gocemos más los alimentos. Debemos sentarnos a la mesa, sin culpas, ni preocupaciones ante nuestros chiles en nogada, desnudarlos un poco para observar todos los elementos que contiene el picadillo y disfrutarlos como se debe.
Bibliografía Acha, J., (1993) Las culturas estéticas de América Latina. México, UNAM. Blanquez, F. (1945) Diccionario Griego-Español. Ecuador, Libertad, S.A. Echeverría, B., (2005), La modernidad de lo barroco. México, ERA. Ortiz, F., (2002) Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Madrid, Cátedra. Nota: El chile en nogada es parte del menú de El Dux de Venecia durante el mes de septiembre. Visítalos en Av. Azcapotzalco 586A, Centro de Azcapotzalco.
El chile en nogada presenta el colorido de la bandera mexicana: verde, blanco y rojo. Revista Azcapotzalco|109
El tataranieto de Quintanar
C R Ó N I C A
por Yolanda García Bustos
Erick Quintanar González tiene escasos 38 años, aunque cuando se refiere a otras personas subraya “son jóvenes”. Por eso, al estar frente a él, una llega a sentir que está platicando con un adulto mayor. Pero yo creo que su tono de adultez proviene del compromiso que siente por tener parentesco con un hombre sumamente significativo para la historia de México: José Luis Quintanar Soto y Ruiz, militar realista, quien fuera gobernador de Jalisco y, posteriormente, presidente de México mediante el triunvirato formado en diciembre de 1829. Erick cuenta que, de niño, escuchaba charlas entre su padre, tíos y abuelos “del aparente lazo consanguíneo que nos unía a ese personaje, pero precisamente por ser niño pues uno no pone mucha atención, ni el interés que amerita el dato”. Ya en la secundaria su pensamiento estaba ocupado en estudiar y en trabajar, porque el trabajo siempre le gustó. No solamente por el ejemplo de vida que le daban sus padres, sino porque él, por sí solo, disfrutaba de ocuparse. Por ese entonces era ayudante del Payaso Tarolitas: Erick tenía que prepararle el escenario para la magia, ponerse la botarga de Pedro Picapiedra o de Barney, pero también aprendió otras cosas, principalmente a crear figuras de animales o de objetos con globos —la llamada globoflexia—. Él simplemente hacía sus figuras de perritos, espadas, pistolas o de corazón y se iba a diversas fiestas patronales de Azcapotzalco para venderlas. Como vive a un costado del metro Aquiles Serdán, iba a lugares cercanos como San Juan Tlihuaca, San Mateo, Santo Domingo o a la fiesta de la iglesia de la Virgen del Carmen. Con lo que había aprendido con Tarolitas, bromeaba a las parejitas que andaban por ahí, diciéndoles: “Vendo ángeles y demonios”; como entre los globos los clientes no veían esas figuras les preguntaba: “¿Quieren ver un ángel?”, y entonces el corazón lo ponía enmarcando la cara de la chica y ella era él ángel. Si pedían ver al demonio lo ponía en la cara del varón y así aparecía el demonio. Otras veces, a los chicos los cuestionaba diciendo: “¿Qué pasó?, ¿no le vas a comprar a tu novia un corazón con flores?, con la que venías ayer sí le compraste”. Y así conseguía hacer la venta; había globos desde un peso hasta veinticinco, aproximadamente. Erick concluyó los estudios de secundaria y al no poder acreditar su examen en el CCH ingresó al CONALEP, donde estudió Mecánica Automotriz. Fue entonces que empezó a laborar a una talachera que tenía su tío, “ahí saliendo del Metro Talismán”, en la práctica aprendía mejor y con antelación lo que después vería en la teoría. A un costado del taller, por esas épocas abrieron el Restaurante León. Erick se ofreció a realizarles la decoración con globos para la inauguración y consiguió el contrato no sólo para eso, sino para trabajar de planta con ellos. Así podía compaginar los dos trabajaos y continuar los estudios. Si bien ya sabía cocinar lo que llamamos cocina tradicional mexicana, en el León aprendió también cocina comercial, como los camarones en salsa de mango y arroz blanco, que considera su especialidad: “Se usan los llamados camarones cristalizados, que son los grandotes. Se pelan completamente dejándoles
solo la colita para que de ahí los podamos tomar, se les quita la venita que tienen en la parte de arriba. Los empanizas normal, con harina, huevo y pan molido; se ponen a freír, los retiras y los bañas con salsita de mango. Tomas la pura pulpa de tres mangos y los metes a la licuadora. En el sartén calientas media tacita de azúcar hasta hacerla caramelo, se le echa el licuado del mango, media tacita de vinagre de manzana, salecita, pimienta ya molida para que se sazone sabrosito, rico. Se supone que en el empanizado se le echa ralladura de coco, pero yo no lo utilizo porque no me gusta el coco”. Aunque Erick desde antes sentía curiosidad por conocer su linaje, fue cuando cumplió dieciocho años y volvió a escuchar las charlas al respecto que se despertó más su interés. Fue así como decidió acudir a su tía abuela, la más grande de la familia. Ella se llama Cristina, mujer de pensamiento claro, fuerza y entereza. Siempre se ha encargado de atender su tienda, muy surtida y con extensa variedad de mercancía, en San Lorenzo Nenamicoyan, Estado de México. Es un local de casi quince metros cuadrados de construcción tradicional, paredes blancas y anchas puertas de madera color rojo óxido. Al fondo hay un anaquel en forma de pirámide en donde se exhiben velas, jabón de barra, aceite, bolsas de arroz, champú, cerillos y papel higiénico. Abajo, una radiograbadora color plateada, de esas que usan baterías, sintonizada en la estación del barrilito, la grande de la música ranchera, Radio
Sinfonola. El lugar huele a queso fermentado, porque ella misma hace queso que obtiene de la coagulación de la leche entera de vaca, le llaman “queso de adobera”, es fresco, de sabor fuerte, color amarillento, con enormes propiedades de gratinado y fundido. Aunque cotidianamente atiende a los clientes desde atrás de una barra-mostrador de concreto, cuando la visitan la familia o las amistades Cristina abandona su sitio para sentarse ante la mesa de metal blanco sepia que en el centro tiene el enorme logo rojo y amarillo de Cerveza Corona Extra, una de esas mesas cuadradas de 90x90, que hace juego con sus sillas plegables de duro respaldo. Ahí, ante su vaso de vidrio de esos de veladora, pero escanciado con pulque, comenzó su relato para Erick, quien saboreando su Coca-Cola fría escuchó, ahora sí con toda atención, pluma y papel para tomar apuntes, la historia familiar que hoy le da incentivos vitales: Me explicaba que el papá de mi bisabuelo se llamaba Antonio y era militar de alto rango, de Querétaro, muy rico y con mucho poder en la política mexicana. Se siente una ilusión. Yo siento una ilusión por el hecho de saber o creer que puedo venir no como tal de alguien famoso, no por la fama, sino de saber que desciendo de un personaje importante para la historia de México. Empecé a entender por qué yo amo a mi país, soy muy nacionalista. No despierta mi vanidad, más bien me hace sentir emocionado, comprometido por llevar en mis venas la sangre de hombres tan importantes. Todo viene de pláticas de mis abuelos, de quiénes eran ellos, de dónde venían, pues todavía mi bisabuelo, formado en la milicia, llegó a obtener grado militar. Era terrateniente de parte de Hidalgo y del Estado de México, lo que es el Jaguey, Nopala, Maravillas… tenían muchos terrenos y haciendas; su padre se llamaba Antonio. La reputación de la que ellos se hicieron es la que yo cuido hoy tratando de ser un buen líder: no soy autoritario con los compañeros que dependen de mí, todos ellos son jóvenes de entre 24 y 32 años; les pido que me vean como a un amigo, como su compañero de trabajo. No me gustan las injusticias, trato de ser amistoso, de apoyarlos, de enseñarles lo que yo he aprendido en estos 20 años que llevo trabajando en la alcaldía. Siempre hago lo mejor que puedo, en todo lo que me he desempeñado. Y a lo mejor yo me exijo de más, pero me gusta hacerlo. Me encanta mi trabajo, lo disfruto, me gusta estudiar, conocer la normatividad: antes de atentar contra la vida de un árbol, debe uno saber si está vivo o muerto, el daño que le está ocasionando, conocer su especie, si está protegido y la cantidad con que se va a restituir. Sé hacer un corte perfecto en los árboles, pues cuando le podas una rama el árbol tiene su propio proceso de cicatrización, la ‘compartimentación’; no necesitamos cubrir la herida con nada, si haces un corte limpio, pegado al árbol, él solito lo que hace es cerrar la corteza para no permitir la entrada de bacterias; no se puede dejar el muñón largo; no se debe podar más del 25% del follaje pues el árbol se estresa. Yo siento que se nace para ser líder. Con las personas que dependen de mí, me considero buen líder, no jefe. Yo les pido a los compañeros de trabajo que no me digan jefe. Me llevo bien con todos. Les repito que yo empecé aquí, desde abajo, cargando ramas, como operador de maquinaria pesada, en vehículos con canastillas, sembrando árboles, subiéndome a los árboles para podarlos, por eso domino todo lo que conlleva nuestro deber, pues, aunque nuestra área no es de emergencias sí las atendemos: sea época de vientos, febrero, marzo, abril; o de lluvias, de junio a noviembre, si se desprenden ramas o se llegan a caer árboles, pues nosotros a la hora que sea debemos atenderlo; si es de madrugada trato de acudir yo solo con mis motosierras, mi arnés, mis instrumentos, y si puedo lo resuelvo sin tener que despertar a mis compañeros para que me vayan a auxiliar; yo atiendo la emergencia en la noche o la madrugada porque saben que mi trabajo es mi pasión. Afortunadamente, mi papá Alonso Quintanar Quintanar, me enseñó muchos oficios: carpintería, plomería, herrería, mecánica automotriz, a hacer barbacoa en hoyo con las pencas de maguey —para lo que él es un especialista— y además me formó en ser muy responsable en el trabajo; me decía: ‘Debes hacer las cosas, hacerlas bien y saber de todo, porque no podemos estar dependiendo de los demás’. A pesar de los estereotipos machistas, mi padre me decía: ‘ayúdale a tú mamá’. Mi mamá, Elena González Cadena, también me enseñó a lavar, a zurcir, a hacer limpieza, a planchar sin renegar, sino gozándolo. Si algo disfruto yo, entre otras cosas, es cocinar albóndigas, picadillo, principalmente carnes. Mi mamá es un ejemplo pues ya se va a jubilar de ser vendedora de Avon por 30 años. No sólo mi padre, mi madre también me enseñó a ser responsable.
Erick y yo podríamos extendernos en la plática sobre sus vivencias cuando tuvo a cargo el corte del árbol en la Parroquia de San Lucas y toda la historia alrededor de ese espacio, o sus experiencias como promotor cultural impulsando el rock, pero el tiempo pasa muy rápido. Algo que me dejó muy nítido fue que él trabaja con esa pasión porque quiere dejar un legado, no de cosas físicas, porque lo único que podemos dejar son recuerdos y huellas en la memoria de la gente, porque al morir seguimos viviendo en el recuerdo que nos tienen los demás, esos recuerdos hacen revivir a las personas y por eso tienen que ser recuerdos trascendentes.
Una compañía en armas por la gesta de independencia:
los Voluntarios de Azcapotzalco
C R Ó N I C A
por José Carbajal Cortés Este 19 de agosto de 2021 se conmemoran doscientos años de la batalla de Azcapotzalco en la lucha por la independencia de nuestro país, por lo que queremos rememorar en este aniversario a los héroes que hicieron posible nuestra independencia. En el año de 1821, después de casi once años de guerra insurgente, continuaba la gesta por la independencia, aunque con cambios a los propósitos de los primeros insurgentes. En febrero de ese año se proclama el Plan de Iguala, a lo que se sucedió la etapa decisiva que conformaría a nuestra nación. En el mes de julio se decidió que, el recién formado, Ejército de las Tres Garantías avanzará hacia la capital desde Querétaro, después de tomar Cuernavaca y Puebla. El grueso de este ejército estaba al mando de Bustamante y Quintanar, mientras que el primer jefe, Agustín de Iturbide, marchaba hacia Puebla, lugar del que partiría rumbo a Córdoba, Veracruz, para entrevistarse con Juan de O’Donojú, el último Virrey de la Nueva España. Una inquietud se esparcía por todo el territorio, ya que la aproximación de los trigarantes motivaba que soldados de guarniciones y destacamentos completos dejarán sus puestos 112 | Revista Azcapotzalco
y se cambiaran a las divisiones del Ejército Trigarante, reforzando las tropas de infantería y caballería. Se aproximaban al Valle de México por diferentes direcciones, por Cuautitlán y Tlalnepantla, o por el molino de Santa Mónica y hasta establecerse en las Haciendas de Cristo y de Careaga en Azcapotzalco (Ferrer, 1939). Mientras los realistas mantenían una línea desde Guadalupe, hasta Tacubaya y Mixcoac. En una de las divisiones al mando de Anastasio Bustamante se encontraba una compañía o brigada de jinetes conocida como Voluntarios de Azcapotzalco, quienes tenían ocho años combatiendo y veían acercarse cada vez más su terruño
"Parajes de Azcapotzalco 1820", de Enrique Martínez Maurice. La obra se encuentra en el mu
(Delgado, 2003). Encarnación Ortiz, el Pachón, un antiguo jefe insurgente, se encontraba a la cabeza de esta división, junto a otros jefes como Valentín Acosta, Vicente Endérica, Manuel Arroyo, Manuel Arana. Pertenecientes a los Voluntarios de Azcapotzalco estaban el coronel Antonio Rocha, Joaquín Paredes, Fernando Reyna, Donaciano Moral y Lucio Tórrele entre otros (Urdapilleta, 1994). Con la aproximación de ambos ejércitos se da el choque el 19 de agosto en el pueblo de Azcapotzalco (Riva Palacio, et. al,1980). Es de mencionar que en los primeros choques formaran parte de la patrulla de reconocimiento jinetes de la compañía de Azcapotzalco, ya que, por conocer mejor el terreno, serían quienes guiarían la expedición para que se pudiera informar sobre la posición del enemigo que se encontraba en Tacuba y Clavería y que por ello pudieran haber tomado la posición del Puente del Rosario. En la batalla de Azcapotzalco se efectuaron luchas en diversos lugares, como lo es en el Puente de guerra cercano a la Hacienda de Careaga, para culminar en el Atrio y Convento de la Parroquia de Azcapotzalco y en su plaza principal. La presencia de los insurgentes azcapotzalcas, por ejemplo, el coronel Antonio Rocha, debió ser tomada en cuenta por los jefes insurgentes como Bustamante y Ortiz, así como de sus capitanes, para conocer el terreno de Azcapotzalco y, con ello, replegar al enemigo. Las compañías que participaron en la acción de armas de Azcapotzalco por parte de los insurgentes fueron los Bravos de la Sierra de Guanajuato, El Primer Americano, Granaderos de la Corona, de Santo Domingo y Guadalajara, Dragones Fieles de San Luis, del Príncipe, Granaderos de Celaya y de los Voluntarios de Azcapotzalco (Urdapilleta, 1994). En la obra México a través de los Siglos se refiere en un listado en la décima columna a los Voluntarios de Valle, donde se encontraría la compañía de caballería de Voluntarios de Azcapotzalco, marchando en el desfile llevado a cabo el 27 de septiembre de 1821, así como de los Dragones de Atzcapotzalco quienes también habían combatido al lado del Ejército Trigarante y que llegaron el 5 de septiembre como escolta de Iturbide junto con todos los Regimientos, Infantería, Batallones y demás Caballería de Dragones de diversos destacamentos. Como bien anota el cronista don David Delgado (2003) en unas palabras dirigidas a los combatientes Voluntarios y que podemos aplicar a los héroes de la insurgencia: “Vivan siempre en nuestra memoria los héroes de Azcapotzalco”. Referencias consultadas. Delgado, D. (2003). La batalla de Azcapotzalco. En Huerta Romero, E. Plenitud: claroscuro en la vida de don David Delgado (p. 17-26). México: Azcapotzalco en la Cultura. Ferrer, G. (1939). La Última Acción de Armas en la Guerra de la Independencia. En El Nacional, septiembre de 1939. México: Prensa Nacional. Riva Palacio, et.al. (1980). México a través de los siglos, La guerra de independencia, Tomo VI. México: Cumbre. Urdapilleta, A. (1994). 19 de agosto de 1821: la Batalla de Azcapotzalco. Boletín Informativo de los Cronistas de Azcapotzalco, agosto-septiembre (4-5), p.2-5.
uro de una casa particular que da al Parque de San Lucas. Revista Azcapotzalco|113
Sobre el Cuadro histórico de la Revolución mexicana según Carlos María de Bustamante C R Ó N I C A
Fragmento de la “Carta decimosésta y última” por Carlos María de Bustamante
El texto que a continuación presentamos es un fragmento de la “Carta décimasesta y última” del tomo quinto del Cuadro histórico de la Revolución mexicana, comenzada en 15 de septiembre de 1810 por el ciudadano Miguel Hidalgo y Costilla, cura del pueblo de los Dolores, en el obispado de Michoacán1 de Carlos María de Bustamante. En este caso, Bustamante cita algunas palabras de Iturbide ante la inminente entrada triunfal Trigarante. Es importante tener en consideración que presentamos estas líneas conservando la ortografía original de la época en que fueron escritos.
La obra inicialmente se publicó por entregas entre 1821 y 1833. Una segunda edición modificada se presentó entre los años de 1843 y 1846.
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Obra anónima, Solemne y pacífica entrada del ejército de las Tres Garantía
Jueves 27 de Septiembre de 1821 Llegó el día más fausto que pudiera ver la nación mexicana, y muy diverso del memorable y malhadado 8 de noviembre de 1521, en que se presentaron aquí por primera vez las huestes españolas, tlaxcaltecas y cempoales, que vinieron á reducir á una ominosa servidumbre el imperio de los aztecas. El Sol parece que echó sus rayos con mayor esplendor y brillantez para alegrar este suelo marchito, alejando las tinieblas, compañeras inseparables de la esclavitud: las sombras de los antiguos emperadores mexicanos entiendo que salieron de sus tumbas, construidas en el antiguo panteón de Chapultepec, para preceder al ejército de los libertadores de sus hijos, recreándose con su vista, así como los cautivos que en sus mazmorras ven trozadas de repente por manos prepotentes y generosas las fuertes cerraduras… ¡Ah! yo me extravío de mi relación, que debe ser sencilla y modesta; más para continuarla, permítaseme que inundado de gozo bendiga al cielo porque me dejó llegar á época tan venturosa... Sí día hermoso: ¡yo te saludo, y al pasar al sepulcro, sea tu memoria la única que me haga sentir la separación de este suelo, donde he vivido rodeado de azares y amargura! ¡Ojalá y jamás te apartes de la memoria de mis conciudadanos, para que aprecien, como deben el grande bien que hoy han recibido! ¿Qué no fuera dado a los Hidalgos, Allende y Morelos, disfrutar de espectáculo tan encantador? Ellos honran la patria en sus suplicios, como hoy la honra Iturbide a la cabeza de estas huestes vencedoras. Dicho jefe contribuyó mucho a aumentar este torrente de júbilo con este precioso trozo de un razonamiento digno de que lo lean nuestras generaciones venideras: "Mexicanos: ya estáis en el caso de saludar á la patria [independiente], como as a la Ciudad de México el día 27 de septiembre del memorable año de 1821, ca. 1822. os anuncié en Iguala: ya recorrí el inmenso espacio que hay desde la esclavitud á la libertad, y toqué los diversos resortes para que todo americano enseñase su opinión escondida, porque en unos se disipó el temor que los contenía, en otros se moderó la malicia de sus juicios, y en todos se consolidaron las ideas. Ya me veis en la capital del imperio más opulento sin dejar atrás ni arroyos de sangre, ni campos talados, ni viudas desconsoladas, ni desgraciados hijos que llenen de execración al asesino de sus padres; por el contarlo, recorridas quedan las principales provincias de este reino y todas uniformadas en la celebridad, han dirigido al ejército Trigarante vivas expresivos, y al cielo votos de gratitud. Estas demostraciones daban a mi alma un placer inefable, y compensaba con demasía los afanes, las privaciones y la desnudez de los soldados siempre alegres, constantes y valientes. Ya sabéis el modo de ser libres a vosotros toca señalar el de ser felices...” Revista Azcapotzalco|115
Un recorrido por el paisaje de Azcapotzalco de Juan O’Gorman Presentación
ARTE Y LITERATURA
por Vidal Llerenas Morales Alcalde de Azcapotzalco
El 28 de julio de 2021 se presentó la exposición “O’Gorman O’Gorman 1905-1982” en la Casa de la Cultura de Azcapotzalco, la primera exhibición en esta demarcación que mostró una retrospectiva de los diferentes momentos creativos de Juan O’Gorman. O’Gorman es una de las figuras destacadas de la Historia del Arte Moderno Mexicano del siglo XX, quien, junto a la generación de los muralistas representativos de ese siglo, tales como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, se sumó al movimiento cultural para configurar la ideología nacionalista de la posrevolución. O´Gorman fue un pintor prolifero y un arquitecto comprometido con el proyecto social, para el que ideó escuelas, hospitales, viviendas y edificios de gobierno en la construcción de la nación moderna; también fue una voz crítica frente a la opulencia, la desigualdad y la inequidad en México.
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Por la multiplicidad de la obra artística de O’Gorman, la exposición que se presentó se dividió en cuatro módulos temáticos: O’Gorman en su periodo Realista, como Artista, como Revolucionario y como arquitecto Funcionalista. La propuesta curatorial exploró su vida y obra desde una perspectiva interdisciplinaria, incluyó entrevistas y comentarios de amigos, familiares y colegas del muralista; documentos e imágenes inéditas del archivo familiar del pintor, como fotografías, litografías, revistas, y video-documental; también contó con obras originales del propio O’Gorman en diálogo con siete piezas artísticas de colectivos y creadores contemporáneos, seleccionados previamente, en una convocatoria abierta que el gobierno de la alcaldía emitió un año antes. Las piezas artísticas de los creadores que participaron contribuyeron, desde una visión crítica, a la interpretación del trabajo de O’Gorman y del contexto en el que vivió. Las obras seleccionadas fueron de los artistas Santiago de la Puente, Pablo Martínez Zárate y Erik Islas, Daniel Díaz Monterrubio y Héctor Ramírez, Sandra Valenzuela, José Herrera, del Taller de Arquitectura Pública (TAP), y de LANZA atelier. Esta exposición formó parte del proyecto cultural del gobierno de la alcaldía, encaminado a difundir los patrimonios artísticos e históricos de la región entre los que se encuentra el mural al temple “Paisaje de Azcapotzalco” que O’Gorman pintó en 1926, en la biblioteca pública Fray Bartolomé de las Casas. Esta obra fue un elemento esencial para desarrollar la exposición y una de las fuentes de reinterpretación que dieron origen a algunas de las piezas elaboradas por los artistas contemporáneos. La obra es la única que se conserva del primer periodo como muralista del artista. De manera que, lo que aquí se presenta, es una invitación para conocer Azcapotzalco, su historia y sus transformaciones, a partir de algunos elementos visuales que configuraron el territorio: una lectura iconográfica del mural de Azcapotzalco.
La transformación del paisaje desde la mirada de O’Gorman Del pincel al muro: Azcapotzalco, 1926 por Piedad Melgarejo Torres Paisaje de Azcapotzalco, de Juan O’Gorman, se compone de cuatro paneles. Aquí reproducimos tres de ellos.
Juan O´Gorman nació el 6 de julio de 1905 y murió el 18 de enero de 1982 en la Ciudad de México. Fue un pintor y arquitecto muy reconocido, muy joven pintó el mural Paisaje de Azcapotzalco. La obra es la única que se conserva del primer periodo del artista en su faceta como muralista y forma parte de los patrimonios artísticos de la demarcación. Juan O´Gorman comenzó su carrera como muralista en 1924 al intervenir con sus pinturas las pulquerías Entre violetas, Mi oficina y Los fifís (Mora, 1994) y en 1926 el mural al temple Paisaje de Azcapotzalco. Esta última obra la realizó en cuatro muros de la biblioteca pública Fray Bartolomé de las Casas, sobre una superficie total de 49.74 m² (“Proyecto de Conservación y Restauración: Obra Mural del maestro Juan O´Gorman, Paisaje de Azcapotzalco”, 2017). En la elaboración del mural participaron su amigo y pintor Julio Castellanos, y Hermilio Jiménez. O´Gorman recreó en aquellos muros la historia de la localidad en una narrativa visual extensa en sus Panel 1 Foto: Col. JAV
componentes, a través de imágenes reales-fantásticas; usó símbolos y escenas que dieran cuenta del origen indígena del territorio, de la presencia de elementos decimonónicos, del incipiente nacionalismo posrevolucionario, de la cultura popular mexicana, y del avance de la modernidad sobre la vista rural del primer cuarto del siglo XX. Por sus características, el mural es un testimonio histórico gráfico en la manera de ver y presentar una época. En la obra de Azcapotzalco, el artista empleó dos tipos de paisaje: el paisaje realista de tipo rural y urbano que revela la manera en que los pueblos se transforman en zonas urbanas y el paisaje fantástico. En la pintura mexicana, la fantasía se desarrolló en la primera mitad del siglo y perduró todo ese periodo. Los estudios de Ida Rodríguez Prampolini (1983) muestran que algunos de los criterios del estilo fueron los siguientes: los autores aludían metáforas donde lo fantástico tenía sentido, la incoherencia era un símbolo y una certidumbre que revelaban aspectos de la realidad; en las obras subsistía un mundo imaginado donde la realidad o irrealidad mexicana triunfaban y se imponían sobre cualquier otro tipo de influencias extranjeras; el humor negro y la simbología fantástica no tenían una intención meramente intelectual, sino que, invocaban el deseo de penetrar profundo en la vida de
Panel 2 Foto: Col. JAV
EN EL MURAL DE AZCAPOTZALCO SE OBSERVA LA PREDILECCIÓN DE O´GORMAN POR LOS TEMAS HISTÓRICOS Y POPULARES.
México, de su cultura primigenia, mágica y cruenta (p. 45-51). En el mural, particularmente en el primero y cuarto paneles, las formas fantásticas se mezclan con el terreno irregular y los abundantes planos encontrados entre sí, cortados y prolongados sobre los que se levantan imágenes de la industria y algunas edificaciones que anuncian el avance de la modernidad sobre la vista natural rocosa. Para el momento en que el artista realizaba la obra conocía las nuevas tendencias del arte, como el Estridentismo (1921-1927). Torres Medina (2013) apunta que, en el mural, la influencia estridentista se aprecia en la planimetría1 y en los anuncios como el de Emulsión de Scott (p. 76). Este movimiento artístico consideraba que los materiales que se empleaban en las grandes construcciones lograban realizar la audacia del espíritu nuevo de la modernidad: la monumentalidad (Prieto, 2012). No es equivoco pensar que este movimiento artístico también ejerció influencia en la manera en que O´Gorman estaba pensando su arquitectura, que se dirigía hacia el funcionalismo, y lo proyectó en el
primer panel del mural de Azcapotzalco con la representación de un conjunto de edificios, entre los que destacan los fabriles e industriales de estilo internacional con muros sin ornamentación, de varios niveles y ventanas. El objetivo del estilo internacional fue lograr una arquitectura económica, sencilla y funcional con los nuevos materiales que se estaban produciendo con el avance industrial y tecnológico, y que se contraponía a las ideas arquitectónicas anteriores. En este caso, O´Gorman, para representar el conjunto de edificios, sobrepuso una construcción sobre otra y dejó ver sus materiales, tales como el tabique, el cemento y el vidrio; utilizó las esquinas en las edificaciones y los altos edificios, las fábricas, las torretas y las chimeneas para simular la naciente industria petrolera y metalúrgica. En tanto que, al fondo del paisaje representó, en un alto horizonte, el campo con los colores de la agricultura y las montañas: verde, ocre y sepia. En aquellos años, Azcapotzalco era preponderantemente rural y contaba con ejidos, ranchos, haciendas y pueblos, la actividad ganadera fue intensa, y se producía cereal y forrajes (González, 2004). A lo largo del siglo XIX y en la primera mitad del XX, la agricultura fue una actividad económica importante en la región porque proveía a la población de maíz, trigo, cebada y hortalizas (González Gamio, 2010, p. 40). En los primeros planos también es visible el terreno escabroso, con sus ríos y riachuelos. Durante el siglo XIX, el suelo de la demarcación era arcilloso y blando, la tierra presentaba relieves planos y era muy fértil para la producción agrícola debido a que era irrigada por los ríos de los Remedios y Atizapán, también había varios ríos y riachuelos (Pérez Rico 2003, p. 3). En el mural el paisaje rural se funde con las alegorías y los símbolos que toman un significado sociocultural y evidencia el modelo de nación que se forjaba en el país. Siete escenas del mural 1. Alegoría al conocimiento (segundo panel) La escena principal del mural es una alegoría al conocimiento universal y de Azcapotzalco. Está representada por una terraza de tierra que destaca del paisaje a manera de un relieve, su componente central es un joven moreno indígena que evoca la historia prehispánica de la región. El personaje aparece erguido entre diversos objetos colocados a sus pies: libros, papeles y documentos que sugieren la escritura, hay algunos fragmentos de una columna jónica de la que se distingue su capitel, una clara alusión a la historia clásica occidental. El conjunto de objetos señala la función del espacio para el que fue pensada la obra, la biblioteca. La firma
La planimetría es la parte de la topografía que estudia el conjunto de métodos y procedimientos que tienden a conseguir la representación a escala de todos los detalles interesantes del terreno sobre una superficie plana, prescindiendo de su relieve y se representa en una proyección horizontal.
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de autor y los nombres de quienes participaron en la elaboración del mural se inscriben en el manuscrito que cae sobre una pila de libros. El joven representado está ataviado por el tilmatli o tilma, unas mantas grandes de algodón que se anudaban los sacerdotes y los guerreros indígenas frente al cuello y caían hacia atrás por la espalda (Sahagún, 1999). Torres Medina (2013) escribió que se trata de un guerrero de origen tepaneca (p. 75). El término tepaneca está asociado con la fundación de la región, por lo que, O´Gorman cargó el peso visual en el personaje, en proporción y perspectiva para destacar el origen de los pobladores de Azcapotzalco: el escudo, la toponimia y la palabra dibujadas sirven para refrendar el símbolo. El término Itzicaputzalco deriva de la combinación de Itzputzalco y Azcaputzalco, lo que parece indicar que el pintor unió ambas palabras para crear el término que inscribió en el escudo. La palabra Izputzalco es referida por Fernando de Alva Ixtlilxochitl para nombrar este lugar, según este autor, Azcapotzalco es una corrupción de dicho nombre (Alva citado por González Gómez, 2004, p. 27). La palabra Azcaputzalco es sinónimo de Itzicaputzalli que significa en el Hormiguero en lengua náhuatl. La toponimia proviene del Códice Mendoza o Mendocino (Peñafiel, 1988). De acuerdo con la descripción toponímica, la hormiga está rodeada de pequeños círculos y puntos en color gris descritos como piedritas, que bien podrían significar la tierra del montículo del hormiguero, no obstante, O´Gorman los representó como granos de maíz, posiblemente para asociar la toponimia a la leyenda de Quetzalcóatl, narrada en Leyenda de los soles.2 Detalle central del panel 2
2.Anuncio de Emulsión de Scott (segundo panel) En el estilo de la pintura fantástica, siguiendo a Rodríguez Prampolini (1983), la fantasía y lo realista se convierten en un juego ilógico que obedece a un símbolo, una alegoría o una metáfora, y pueden detonar en la escena pictórica, la ironía y el humor (45), tal y como sucede en el detalle del mural del anuncio Emulsión de Scott. El personaje del anuncio se coloca en la acera dispuesto a caminar hacia dos revolucionarios ubicados frente a él. La imagen está inspirada en el diseño de 1876 para la marca de la compañía Scott & Bowne de Nueva York que hizo famoso el aceite del hígado de bacalao, el producto más popular de la época. La gente creía que ese aceite era uno de los remedios secretos que curaban todos los males (Iglesias et al., 2008).
Foto: Col. JAV
Pérez Rico señala que existe una versión que asocia el simbolismo de este glifo con una vieja leyenda prehispánica recopilada en un documento conocido como El Manuscrito de 1558, ahí se habla de la creación de la humanidad y el descubrimiento de los alimentos en el Tonacatépetl o "Cerro de nuestro sustento" (Arqueología e Historia, 2007: 19). La leyenda cuenta que el dios Quetzalcóatl fue ayudado por una hormiga roja para dar de comer a los nuevos hombres (“Leyenda de los soles” 1992: 121). 2
DADO SU INTERÉS POR EL BIENESTAR COLECTIVO, O´GORMAN DESARROLLÓ DIVERSOS PROYECTOS DE ESCUELAS PÚBLICAS Y VIVIENDAS MODULARES PARA OBREROS Y TRABAJADORES.
O´Gorman usó la imagen por su fuerte presencia en el imaginario popular y le añadió la leyenda “para los románticos” a manera de cura del mal de amores. 3.La cantina (segundo panel) En el cuadrante inferior derecho del segundo panel, se levanta una construcción de dos plantas con muros de tabique y perspectiva con ángulos exaltados, un ventanal se dibuja en el muro derecho y en la fachada se lee “El recreo de las musas nuevas”; para Torres Medina se trata de una pulquería (2013, p. 76). En los siglos XIX y XX las pulquerías reflejaban parte del carácter festivo mexicano, Antonio Lorenzo Monterrubio escribió que se nombraban poética o metafóricamente a esos espacios. Durante el porfiriato las pulquerías componían una parte sustancial de la cultura y la imagen urbana, especialmente como núcleos focales sociales importantes para los barrios. La pintura mural en las pulquerías se convirtió en una expresión netamente popular y estimada por los artistas, por esa razón, muchos pintores las intervinieron con obras murales y temas variados, a veces chuscos y con narrativas entorno a la vida del lugar (Lorenzo, 2007); como fue el caso de O ’Gorman cuando intervino con murales las tres pulquerías. 4. Dos escenas de la historia nacional (primero y segundo paneles) En el mural, Juan O´Gorman dejó ver
en dos escenas la historia nacional independentista y posrevolucionaria de México: en el primer panel incorporó, en color sepia y naranja, en el muro repre-sentado de la hacienda la Careaga o del Rosario, la palabra “cuartel”. En el siglo XIX, durante el proceso independentista, el gobierno virreinal movilizó varios destacamentos militares en Azcapotzalco y todas las guarniciones dependían del cuartel de Tacubaya; el de Azcapotzalco se instaló en la Hacienda de Careaga (González, 2007). La otra escena es la de los dos personajes que se ubican sobre la calle principal. Ambos están montados a caballo, de frente, uno del otro, vestidos de revoluciona-rios, sosteniendo una bandera tricolor. 5. Detalle: La muerte de los Fifis (primer panel) Uno de los primeros murales que O´Gorman pintó, y antecedió al de Azcapotzalco, fue el de la cantina Los fifís en el que pintó algunas escena con cinco personajes cada una. Los personajes fueron representados de pie rodeando diferentes objetos que aludían el estrato social al que pertenecían y la actividad que desem-peñaban. Cuando desapareció la cantina años más tarde, el pintor utilizó la misma composición para la sátira social de la obra Los enemigos del Pueblo de México de 1943.3 En el mural de Azcapotzalco en uno de los muros de las edificaciones se lee “la muerte de los Fifis”. La palabra fifi personifica en sí misma una época y un estilo, el término se empleó en las décadas de los veinte y treinta del siglo pasado para referirse a un personaje preocupado por lucir a la moda fina, o un individuo muy aseado con apariencia delicada, de clases social alta, que viste elegante, con la moda de la época para diferenciarse del pueblo. Barba y Huchín refieren que, en la década de los años veinte y treinta del siglo XX, la palabra fifí fue recurrente en la prensa y en la literatura, y describía a un tipo de hombre. Detalle lateral izquierdo del panel 2
3 La escena muestra a cinco parroquianos reunidos en torno a un barril de pulque. Los personajes son caricaturescos: un militar, un burgués, un personaje de clase media, un burócrata y un obrero (Marín, Ed., Biblioteca Central, 2006: 119).
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específico. “Los fifis, eran personajes con preferencias políticas determinadas y gustos artísticos específicos” que correspondían a la clase alta, con predilección por lo extranjero, en contraste con la postura de los muralistas, que se inclinaban por la representación de la clase obrera y campesina, y la cultura mexicana. Dado que, O´Gorman utilizó el término para referirse a un contexto social determinado, es posible que en “La muerte de los fifís” haya refrendado la ruptura de la ideología nacionalista posrevolucionaria con la ideología de la clase social burguesa y la del periodo porfiriano. 6. El desarrollo del transporte (segundo y tercer paneles) En el año 2000 el mural fue restaurado, por ese motivo, la escena del cuadrante derecho del segundo panel está delineado solo en colores café y gris. Es una escena que retrata los primeros años del siglo XX. En aquella época, la industrialización en México permitió que se introdujera el tranvía eléctrico y la industria automotriz, ambos renovaron los medios de transportación y la manera en que se comunicaban las ciudades con sus periferias. El desarrollo de la industria de transporte cambió la imagen de las comunidades. Valentín García señala que, a finales del siglo XIX México contaba con diversas vías férreas. La línea de ferrocarril de tracción animal corría de México a Tacubaya. En 1872, en la entonces Villa de Azcapotzalco se introdujo la ruta del ferrocarril que venía de la terminal Colonia, hoy Sullivan, en aquel momento contaba con servicio de tranvía de mulitas o de tracción animal. Para 1878 el ferrocarril se conectó con Cuautitlán y la terminal del tranvía en Azcapotzalco se ubicaba a un costado del Jardín Hidalgo (García Márquez, 2020). En 1900 el tranvía era eléctrico y Juan O ´Gorman representó el avance de la industria de transporte con el dibujo de un carro del primer cuarto del siglo XX avanzando sobre la calle, dos
Detalle lateral izquierdo del panel 1
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Foto. Col. JAV
líneas apenas visibles de las vías férreas y el ideograma del cruce. 7.El centro del hormiguero (tercer panel) En el tercer panel, O´Gorman pintó la región central de Azcapotzalco en su proceso de transformación. Trazó la figura serpenteada de la calle principal que inicia por detrás de las edificaciones y se abre hasta el primero plano de la composición. Representó el tranvía sobre los rieles frente al edificio de gobierno de origen porfiriano, y en el otro extremo la antigua terminal. El edificio de Gobierno, hoy Casa de la Cultura de Azcapotzalco, fue construido como palacio de Gobierno en 1891 por mandato de Porfirio Díaz. En el predio donde se levantó el palacio se encontraba una capilla posa del conjunto conventual dominico del siglo XVI dedicado a los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, que actualmente es la Catedral de Azcapotzalco. En la obra mural, O´Gorman dio cuenta de la iglesia, únicamente, con la entrada al atrio de la iglesia al señalar un arco de medio punto sostenido por dos pilares, anexo al palacio. En los años en que O´Gorman intervino la biblioteca, el edificio de Gobierno brindaba diferentes servicios, ahí se centraba el poder político y administrativo de la región. Por esta razón, la edificación la resaltó en la escena para dar cuenta de su importancia, la pintó como un cuerpo aislado en el cuadrante izquierdo con la leyenda “Delegación Gobierno del DF”. Otros elementos representados en el centro del panel y en el cuadrante derecho que forman parte de la zona centro son: la figura de un león, que simboliza la transformación de la plaza
Detalle lateral derecho del panel 1
EN EL PAISAJE DEL MURAL SE PUEDEN RASTREAR LOS PRIMEROS EFECTOS DEL ESTILO FANTÁSTICO QUE CARACTERIZÓ LAS OBRAS POSTERIORES DE O´GORMAN.
municipal para convertirse en jardín en 1896. En este año se construyó un pórtico con dos esculturas de leones hechas en barro sobre un pedestal, y un kiosco sostenido por columnillas de hierro fundido (Pérez Rico, 2003, p. 55). Actualmente el kiosco y los leones originales no se encuentran en el lugar, en el sitio se colocó otro kiosco al centro y dos réplicas de los leones labradas en piedra. En el mural aparecen además unos juegos mecánicos pintados en
azul, verde, blanco y rojo (una rueda de la fortuna, el carrusel con caballitos y una carpa). El carrusel presenta en el techo pequeñas banderitas tricolores que lo adornan a manera de festejo nacional, y una estructura que se asemeja a una entrada floral en color blanco con pequeñas motas rojas, ubicado frente a la estación del tranvía. El muralista pudo haber simbolizado alguna de las festividades de la región que conmemoraban los episodios históricos más significativos. En su Cronología Histórica, Pérez Rico (2003) explica que en 1910 hubo una celebración con motivo del centenario de la Independencia nacional. Durante los festejos se reinauguró la avenida Centenario que fue pavimentada y modernizada con alumbrado eléctrico. La celebración se hizo en el jardín municipal con una verbena, un baile popular y un desfile cívico que transitó por las principales avenidas de la Villa de Azcapotzalco. Otra celebración a la que el pintor pudo haberse referido, fue el festejo de 1915; en la misma Cronología se lee que en ese año se suprimió del nombre de Villa de Azcapotzalco, el de Porfirio Díaz. El festejo se realizó con una ceremonia en el jardín (57). Referencias González, J., (2004). Estudio histórico-antropológico sobre la dinámica cultural, económica y política de una población del noroeste de la Cuenca de México (Siglos XVI y XVII) [Tesis para obtener el grado de maestría]. ENAH-INAH, México.
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Panel 3 Foto: Col. JAV
Detalle de la firma de Juan O’Gorman
Lodo
ARTE Y LITERATURA
porGuilliem PS. G. por PS.
¿Qué es la Patria sino sólo el pedazo de tierra que nos toca defender? La Pachonda, ahí nací. Fuimos, entre Pachona, otros, tres hermanos los que salimos de ahí para apostar nuestra vida por una república: José María, Heriberto y yo, Asunción. Los tres salimos en 1813, no sobrevivió ninguno. Nunca aprendí a leer, tampoco a sumar, ni falta que me hacía. Con saber trabajar y defender lo que era nuestro siempre fue suficiente. Así me hice guerrillero, trabajando y defendiendo, no había de otra. Después, no de la mejor forma, entendí que la mejor protección que uno se puede dar es atacar. Atacar y atacar. Moverse y atacar, eso sí que es harto trabajo. Me curtí en la guerra. Supe que era guerrillero cuando un tal Mina nos vino a querer enseñar a pelear. Ocho años de luchas por tomar las riendas de nuestras tierras, sólo nuestras, de los que sí nacimos en ellas, para que vengan a enseñarnos tácticas militares esos contra los que luchamos. Ocho años de pelear para construir una república. Nada de reyes ni castas, todos igualados por el trabajo. Mi última bandera fue la Trigarante, también mi último error.
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Hoy vago por las calles de Azcapotzalco, vivo entre sus fábricas y sus baches, entro a sus iglesias, callejuelas, edificios y oficinas. A veces susurro canciones y espanto borrachos, ya no tengo nada que hacer aquí, pero estoy encadenado a mis últimos pasos en batalla. Lo único que puedo hacer es observar y escuchar, me acerco lo más que puedo a personas que conversan para enterarme de qué está pasando, luego me aburro y dejándoles un vientecillo gélido tras las orejas me marcho. Lo bueno de ser sin cuerpo es que ya no me hundo en el lodo cada que llueve, aunque me sigue dando terror. Nosotros, los muertos, a veces tenemos mucho que decir, pero nuestras noticias ya no tienen importancia, nuestras muertes que sirvieron de abono para esto que miro y escucho, estoy seguro, nunca importaron. Nuestro mensaje caducó con la muerte. Hoy que miro una representación, una obra de teatro con lo que pasó el día de mi muerte, me han golpeado muy fuerte los recuerdos, como una bala de cañón en la cabeza. Más de diez años habían pasado desde el Grito de Dolores: "Viva la religión católica!, ¡viva Fernando VII!, ¡viva la patria y reine por siempre en este continente americano nuestra sagrada patrona la santísima Virgen de Guadalupe!, ¡muera el mal gobierno!". Miguel Hidalgo y Costilla había sido decapitado junto con Ignacio Allende; Morelos, fusilado; Agustín de Iturbide había dejado de perseguir insurgentes y se había dado un abrazo con Vicente Guerrero, quien los encabezaba, en Acatempan. Juntar ambas fuerzas era la única forma de lograr la independencia no de la Nueva España, sino de México. El último centro de batalla estaría en Azcapotzalco. Teníamos que tomar el centro, la Ciudad de México, para derrotar a los realistas. Mientras tanto, desde Puebla, Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, se trasladaba hacia Veracruz, donde iba a encontrarse con Juan de O’Donojú, quien había desembarcado en San Juan de Ulúa con la firme intención de aplastar para pacificarnos y seguirse adueñando de nuestras tierras. La guerra la hacemos unos mientras otros disfrutan de la diplomacia.
Bajo las órdenes de Anastasio Bustamante y Luis Quintanar tomamos Tepoztlán y Huehuetoca; Xochimilco y Coyoacán; Tacubaya, Ixtapaluca, Chalco y Cuautitlán. Sólo nos hacía falta derrotarlos en Azcapotzalco. Acampamos en dos haciendas; una, en donde yo con los míos pernocté, la hacienda de Careaga, a cuatro kilómetros de la parroquia de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, en donde ellos se agazapaban. El cielo mandó su señal hecha de gotas de agua. Todos nos encomendamos a nuestra madre, la santa Virgen de Guadalumpen, seguramente también ellos. Salimos con fuerza a luchar. Empujamos para que retrocedieran, lo hicieron, se encerraron. Creímos por un momento que los terminaríamos para alzarnos con la victoria, no contábamos con que, desde Tacuba y Clavería, recibirían el apoyo de más tropas del Imperio de España. De pronto eran muchos, muchísimos más. En el atrio de la iglesia se hicieron fuertes los realistas. En el panteón y en el techo de la parroquia apostaron su artillería, nos ganaban en número y armamento, además, su posición mejor que la nuestra, les permitía vernos con claridad y a distancia. Volaba el plomo, el ruido de las explosiones y chispas competían con el sonido de enjambre de la lluvia reventando contra la tierra. Estábamos por ser derrotados. Otra columna de realistas se acercaba, así que decidimos huir, retirarnos, regresar a las haciendas que habíamos ocupado para reorganizarnos. No logramos salir. Estábamos muy mermados, el lodo cada vez más nos apretaba las piernas sin dejarnos salir. Vi caer a tantos de los nuestros que perdí la cuenta. Ordenaron la retirada. Escuché gritos, trompetas, explosiones y una orden: recuperar nuestros cañones. No dejó de llover en toda la batalla. Algunos trataban de recuperar cuanta arma se encontraran en su escapada. Yo no, yo fui por los cañones. Recuperé uno, fui por otro, tuve una visión: esta vez Santiago estaría con nosotros y no con ellos. Santiago el mayor, Santiago Matagachupines. Recé, recé como nunca. Apareció blandiendo una xiuhcóatl con la mano izquierda y con cara de indio luchando. Lo vi a pie, bajo la lluvia, traía la cara iluminada con franjas diagonales de “color de niño”, iba rengueando con una pierna más corta que la otra, estaba embravecido. Nos guio, nos llevó de la mano a los nacidos aquí, hacia la victoria; arengó a las tropas con su fuerza. La tupida lluvia no dejaba de caer. Cientos de colibríes cruzaron el cielo como pequeñas bolas de plomo para hacer blanco en el enemigo. Pero Santiago Matagachupines pide sacrificios. Corrí por un último cañón: estaba enfangado hasta más allá de la mitad de la rueda y yo hasta las rodillas, corrí hacia él para sacarlo, sentí la mirada de todos encima mío. El día se transformó de pronto, vi mucha luz, tomé el cañón para salvarlo. Santiago con un tocado de plumas azules clavó su mirada en la mía
y mi cabeza explotó. Una inmensa bola de cañón me destrozó la cabeza. Creo que nadie más vio a Santiago, quizá porque no iba en su caballo blanco y con su espada acostumbrada. La batalla se ganó. Los cuerpos se apilaron en el mismo panteón donde la mitad había muerto. Vi mi cuerpo partido, derrumbado, sobre otros tantos. No me explicaba lo que pasó. Mucho tuvo que pasar para entender que yo soy un ánima, un ánima atada a Azcapotzalco. Ya después, nosotros los muertos, los que dimos la vida por una república de iguales, nos enteramos de que Iturbide sería el emperador de no sé qué imperio, y que el plomo que me destrozó la cabeza, al emperador le importó poco. Esa es mi historia y ya de nada sirve. Ayer deambulaba por Tecnoparque, me gustan sus laguitos artificiales y sus oficinistas ávidos de hablar; cuando escuché a un tipo raro que charlaba con una oficinista, le decía no sé qué de La Casa Imperial Mexicana y Los Iturbide. Mi carcajada fue tan grande que ambos echaron a correr. Basado en hechos que podrían ser ciertos.
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Semblanzas Guadalupe Lozada León Actualmente se desempeña como directora general de Patrimonio Histórico, Artístico y Cultural de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de México. Tiene una maestría en Historia de México por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue profesora de Historia de la Educación en México en el Colegio de Pedagogía; estuvo en la vicerrectoría de Educación Continúa en la Universidad del Claustro de Sor Juana. En el campo editorial trabajó en Ámbar Diseño y Espejo de Obsidiana. Anaximandro Pérez Licenciado y Maestro en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente elabora una tesis de doctorado sobre las prácticas contrainsurgentes durante la Guerra de Independencia de México en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París (EHESS). Gustavo Pérez Rodríguez Licenciado en Historia, Maestro y Doctor en Historia del Arte por la UNAM. Su actividad profesional ha girado en torno a la Revolución de Independencia, el México del siglo XIX y la caricatura política, sobre los que ha escrito en diversos periódicos y revistas, así como impartido conferencias en distintas instituciones. Es autor del libro Xavier Mina, el insurgente español. Guerrillero por la libertad de España y México, publicado en 2018 por la UNAM. Jorge Alejandro Díaz Barrera Licenciado en Historia por la Escuela Nacional de Antropología e Historia del INAH, Maestro en Historia por El Colegio de México y estudiante del doctorado en Historia en la misma institución. Sus líneas de interés son el análisis historiográfico aplicado en la Independencia de México y el gobierno virreinal novohispano durante su etapa final (1810-1821). Emmanuel Rodríguez Baca Licenciado, Maestro y Doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Profesor de asignatura del Colegio de Historia de la misma facultad y académico del Centro de Investigaciones Jurídico-Políticas de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Eduardo A. Orozco Egresado de la licenciatura en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es coordinador y fundador del Seminario de Historia Militar y Naval que sesiona en la Academia Mexicana de la Historia. Ha colaborado en algunos programas radiofónicos de Promo Estéreo y Radio UNAM. Ha publicado textos en las revistas Secuencia, del Instituto Mora; Oficio, de la Universidad de Guanajuato y Tzintzun, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Resultó ganador del programa Jóvenes Investigadores 2021, del INEHRM. Joaquín E. Espinosa Aguirre Maestro en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y actualmente miembro del Programa Institucional de Doctorado en Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Fue merecedor del premio Ernesto de la Torre Villar 2019 a la mejor investigación histórica sobre la Independencia de México del INEHRM por su tesis de maestría, la cual también recibió una Mención Honorífica por investigación sobre Historia Regional Mexicana en el Premio Atanasio G. Saravia 2018-2019, otorgado por el Fomento Cultural Banamex. José Antonio González Gómez Doctor en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología. Colaborador en la Dirección de Etnohistoria, INAH. Ha trabajado en el sistema DGETI-SEMS-SEP, en la ENAH-SC, en la SCAMT-UTP-INAH, en diversos proyectos de investigación arqueológica y en docencia a nivel medio y superior en las licenciaturas de Historia y Arqueología. Actualmente se desempeña como consultor y asesor profesional para el desarrollo de industrias y organismos culturales y del patrimonio cultural, de carácter privado y/o social. José Luis Quezada Lara Licenciado y Maestro en Historia por la UNAM. Estudiante de doctorado en Historia por El Colegio de México. Estudia a los tribunales eclesiásticos en la primera mitad del siglo XIX en México. Autor, entre otros trabajos, del libro ¿Una Inquisición constitucional? El tribunal protector de la fe del Arzobispo de México, 1813-1814, (Zamora, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 2016). Julio Arellano Estudió Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Antiguo participante del equipo editorial de Artes de México. Fue director del Archivo Histórico de Azcapotzalco y coordinador de la Escuela de Cronistas Carlos Monsiváis durante el periodo 2012-2015. Colaboró con el programa de radio El Cocodrilo MVS de 2016 a 2018. Desde 2019 es miembro del Colegio de Cronistas de la Ciudad de México; con dicha organización recibió, en 2020, la Medalla al Mérito en Artes 2019 del Congreso de la Ciudad de México. Martín Borboa Nació en 1965 en la colonia Nueva Santa María, Azcapotzalco, lugar donde ha vivido toda su vida. Es Licenciado en Turismo y guía de turistas en inglés con licencia de SECTUR. También es cronista de Azcapotzalco y miembro fundador de la Sociedad Cervantina de México, así como activo colaborador de la revista electrónica La hormiga en línea. Como autor ha publicado: Itzcóatl, emperador mexica, Humboldt y el turismo a 200 años de su viaje e Iturbide y los mexicanos. Yolanda García Bustos Falleció en 1998 para renacer como La Catrina en 1999. Dedicándose a las artes literarias y escénicas, retomó su formación académica consiguiendo titularse con mención honorífica como Licenciada en Arte y Patrimonio Cultural por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. José Carbajal Cortés Egresado de la ENBA, profesional de la Información en Biblioteconomía, archivista y difusor. Cronista de Azcapotzalco. Colaborador del Consejo de la Crónica Azcapotzalco. Miembro del Cabildo Nacional de la Crónica de la CDMX. Integrante de la Sociedad Cronistas de Azcapotzalco. Piedad Melgarejo Torres Es Licenciada en Historia, especializada en Historia del Arte por la UNAM; Especialista en Historia del Sureste de Asia y Técnicas de Pintura Tradicional Balinesa por el Instituto de Artes de Indonesia, Denpasar-Bali. Es Maestra en Cartografías del Arte Contemporáneo por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL). Sus líneas de investigación se centran en el arte del sureste de Asia del siglo XX y en el arte mexicano de ese mismo periodo. PS. Guilliem Estudio en la UACM. Tiene una novela. Le gusta el rock.
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Primavera, 2021
Número 2
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Ilustración de Román Rivas, 2021.